domingo, 21 de marzo de 2021

Leer es peligroso. Afecta a la salud, hace a los individuos más enteros y saludables, más comprensivos, menos miedosos, más solidarios y afecta también de un modo especial a la vista porque hace abrir los ojos, nada de lo cual es conveniente a un sistema corrupto basado en la ignorancia y en la chabacanería social. No lea, pues, que dejará de ser ignorante. (¿Qué algoritmo utilizará Facebook para no permitir que desde este Blog, El Ojo Atípico, no se pueda compartir ningún artículo, ni siquiera a mi propia cuenta de facebook? ¿Tal flojedad intelectual tiene el sistema que cualquier idea lo puede hacer tambalear?)

 

¡No le quitéis los libros a los niños pobres!

educación libros digitales

Cuando ya en el lejano 1899 Joaquín Costa pedía “escuela y despensa” estaba expresando dentro de una lógica aplastante una necesidad básica para cualquier sociedad. Primero comer, pero después aprender, y eso es necesario para todos los miembros de cualquier sociedad, para cualquier ser humano. Las cosas no habían avanzado mucho cuando en 1931, recién llegada la II República, Federico García Lorca pidiera con su dulzura y su genialidad “medio pan y un libro “en el discurso con que inauguró la biblioteca de su pueblo natal Fuente Vaqueros; decía Lorca “Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos de los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. “¡Libros! ¡Libros! he aquí una palabra mágica que equivale a decir ¡amor! ¡amor!”.

Nadie se atreverá a cuestionar estas palabras de García Lorca, y es probable que incluso las defienda, de cara a la galería, como propias especialmente si se trata de autoridades o administraciones educativas. La realidad es bien distinta con sus hechos (leyes, contratos, programas, acuerdos, etc.) estas autoridades en realidad están gritando ¡tablets¡ ¡tablets!, he aquí la palabra mágica que equivale a decir ¡adicción! ¡adicción! o puede que ¡negocio!  ¡negocio!. Nos referimos al que hacen fundamentalmente las megaempresas de la industria tecnológica. Nada comparable a las pequeñas empresas del libro con su red de editoriales luchadoras, librerías en píe de guerra, escritore/as, ilustradore/as, traductore/as, tipógrafo/as, y soñadores, claramente soñadoras.

LEER EN PAPEL. Nada menos que la prestigiosa revista Investigación y ciencia ha puesto su atención en el tema de las pantallas, publicando un número especial sobre “cerebro y pantallas” en noviembre de 2020. Parece evidente que aunque no sea esta cuestión que le preocupe a las autoridades educativas, ni a la Unión Europea, ni al Ministerio de Educación, sí le preocupa a la comunidad científica y a cualquier persona sensata en general. En la publicación, que debería ser de lectura obligatoria para los muñidores de leyes educativas, por encima de los informes claramente interesados de las fundaciones de las grandes tecnológicas, Telefónica, Google o Vodafone, se recoge  un estudio realizado por tres investigadores de la Universidad de Valencia con el clarificador título de  «la lectura digital en desventaja» . Los valientes investigadores no solo aportan su propio estudio, sino que además ofrecen un estado de la cuestión que recoge la posición actual de la ciencia sobre este tema.

Las conclusiones del artículo no pueden ser más demoledoras: “La lectura digital favorece la distracción, lo que interfiere en las capacidades cognitivas necesarias para leer y comprender; entre ellas, la atención, la concentración y la memorización. Esta es la conocida como hipótesis de la superficialidad”. Pero las autoridades educativas, haciendo uso de una espectacular ceguera, falta de información o embelesadas por la posibilidad del negocio nada saben de esto. Ignoran hasta esos informes que por otra parte declaran amar tanto y que tanto publicitan y utilizan para adecuar sus políticas a las de la OCDE; el PISA, por ejemplo, donde directamente se afirma –como en el de 2015– que cuanto más se utilizan los ordenadores peor es el aprendizaje. En el mejor de los casos, solo un uso moderado parece favorecer la adquisición de conocimientos y el desarrollo de competencias (y eso que lo de las competencias pedagógicamente es discutible). Un uso moderado no tiene nada que ver con lo que estamos viendo llegar a las aulas, especialmente tras la expansión covid 19. La realidad es que la evaluación actual, tan discutible en este punto como en todos los demás, revela que los objetivos no se cumplen y que el desarrollo académico no mejora con las llamadas TIC, más bien lo retrasa, a pesar de que quienes participan en las mismas pueden considerarse ya nativos digitales.

Estos nativos digitales, como recoge el citado artículo, no demuestran una mayor capacidad frente a los medios, pueden con más experiencia usarlas en situaciones más variadas, pero no mejora su capacidad para comprender textos en pantalla; esta es la hipótesis de la superficialidad, podrán realizar quizás dos tareas a la vez, pero sin estar concentrado/as en ninguna, la capacidad de concentración se queda por el camino y con ella la posibilidad de memorizar. Los nativos digitales son menos capaces de evitar las distracciones y por lo tanto más incapaces de leer con continuidad y comprensión. Esta puede ser la causa de que la comprensión lectora disminuya cuando esta se realiza en una tablet o un libro electrónico, no digamos ya en un teléfono; tampoco ayuda el desplazamiento vertical del texto propio del formato digital.

Todas las investigaciones de eminentes neurocientíficos y neuropsiquiatras como Manfred Spitzer o Michel Desmurget, que alertan sobre este peligro, van publicándose y simultáneamente cayendo en saco roto.

Puede ser entonces que, como señalan los autores de otro gran meta-estudio publicado en 2018 sobre el tema, la adopción constante de dispositivos electrónicos sea una de esas innovaciones educativas que se adoptan y extienden sin comprobar su eficacia. Los nuevos lectores digitales no están siendo capaces de desarrollar las habilidades que requiere la lectura en soportes digitales, pero también se encuentran excluidos, por su falta de concentración, de la lectura tradicional para la que no lo olvidemos se necesita educación y práctica. No solamente no estamos educando, es que tampoco se cumple el objetivo de formar ciudadano/as capaces de acceder a la información. El objetivo que sí se cumple es engordar el negocio digital a la par que la ignorancia.

Pero leer es mucho más que obtener información, la lectura forma parte del desarrollo de la vida y la personalidad, leer es un ejercicio tan vital como un baño en el mar, igualmente saludable y es algo también profundamente físico. La ciencia ha venido a avalar este conocimiento que todo lector tiene, la relación entre el lector y el texto es también una interacción física; como ha investigado Anne Mangen, de la Universidad de Stavanger, establecemos una relación sensorial con el soporte en el que leemos y en este sentido las sensaciones con el libro son completamente diferentes, con el libro de papel nos acercamos a una experiencia multisensorial que según esta autora “aumenta la inmersión cognitiva , afectiva y emocional con el contenido”. En estos tiempos de tanta promoción emocional, no estaría de más que se reparase algo en este punto. Cuando leemos en papel creamos un mapa físico del contenido que favorece la comprensión y la memoria. También un mapa sentimental que nos ayuda cuando estamos perdidos/as incluso a volver a nosotros/as mismo/as

Dediquemos un minuto a pensar que catástrofe es entonces que se esté sustituyendo, desde las primeras etapas educativas, el cuento, el libro ilustrado, que ofrece un mundo de color, de formas y que fomenta todas las imaginaciones, los más variados aprendizajes, los sentimientos y los sentidos, por un dispositivo digital. Un aparato en  el que los niño/as no desarrollarán imaginación, ni memoria, ni capacidad para concentrarse en una tarea, que no podrán abrazar, y del que por supuesto no les quedará nada cuando crezcan porque su esqueletillo electrónico habrá muerto en el basurero de cualquier país remoto en muy poco tiempo.

MUCHO MÁS HONDA QUE LA BRECHA DIGITAL

Si tecleamos brecha digital en cualquier buscador, arroja una cifra por encima de los veinte millones de resultados; no hay en cambio ni un solo artículo accesible sobre la “Brecha bibliográfica”, y sin embargo es de proporciones colosales y probablemente más dañina que la brecha digital.

Se ha escrito tanto sobre la brecha digital, que no es preciso decir nada más para explicar en qué consiste; otra cosa es la discusión sobre sus implicaciones. Parece en cambio que nadie se quiere ocupar de la mucho más alarmante brecha bibliográfica, es decir, la diferencia que existe entre los niños/as que viven en hogares con muchos libros y cuentos y los que viven en hogares donde hay muy pocos o ningún libro. Cuando se produjo el confinamiento Covid, en muchos hogares no había más que uno o dos dispositivos móviles a los que recurrir; no sabemos en cuántos no había ni un solo libro que leer. Miles de niño/as se vieron confinados en su casa sin un cuento, adolescentes, sin una novela, nada que mirar, nada que leer, nada pues que vivir. Nadie se preocupó de eso, no entraba en sus planes. No podían pensar en los libros como una necesidad básica y no pensaron. Estaban fuera de sus vidas

Incomprensiblemente, todas las administraciones educativas tan preocupadas por los anteriormente citados y omnipresentes informes PISA se olvidaron de que en el cuestionario de contexto que lo acompaña (y cuya golosa información es propiedad de la OCDE)  siempre se pregunta a las familias por el número aproximado de libros que hay en su casa; oportunamente no se dieron por enterados de que este informe elaborado por la organización económica OCDE reconoce en el correspondiente a  2018 para España que hay una diferencia de 117 puntos de distancia entre los niños que viven en hogares con más de 500 libros y los niños que viven en casas con menos de diez volúmenes, reconociendo ellos mismos que  «En PISA consideramos que 40 puntos equivalen a un año académico, de modo que esos 117 puntos de distancia son casi tres años de diferencia». Esto es lo que declaran los todopoderosos hombres del maletín del PISA que tanto dirigen nuestra educación y que tanto se citan en nuestros textos incluidos los legales cuando eufemísticamente se habla de evaluaciones internacionales.

¿Y por qué no hay libros en muchas casas? Porque los libros, especialmente los libros para niños y jóvenes con sus preciosas ilustraciones, son muy caros para algunas familias. Su precio medio en nuestro país está entre los 15 y los 20 euros, que viene a ser el presupuesto de un día entero con comida, luz, gas etc. en una de tantas familias con una renta mensual de 600 o 900 euros. Mucho dinero para algunas familias a las que además se ha convencido (haciendo para ello una importante inversión que se espera recuperar en facturas de teléfono, compra de terminales etc.) de que el hecho de que sus hijos/as acceden a los dispositivos electrónicos les proporcionará un empleo en el futuro. Los libros en cambio son promocionados como una mera distracción cada vez más de tiempos pasados. Están relativamente a salvo las familias donde hay padres y madres lectoras que coinciden mayoritariamente con un mejor poder adquisitivo y mayor nivel de estudios.

Nadie se planteó durante el confinamiento repartir entre el alumnado un buen cargamento de libros de todas clases, que seguramente muchas editoriales habrían servido en condiciones muy asequibles, faltó la voluntad de las administraciones que ni se lo plantearon entonces ni durante este extraño curso escolar. No resulta extraño, no creen que los jóvenes puedan aprender algo en los libros, salvo los de texto, suponemos. Pese a vender a todas horas que la escuela tiene que ser divertida, ni remotamente se les ocurre pensar que pueda haber alegría, diversión y felicidad en los libros. No pensaron en el consuelo, modesto pero eficaz, que los libros podrían haber dado a tantos niños sin parques, sin ver a sus conocidos, con padres trabajando a todas horas. No se les ocurrió, ni se les ocurre, porque ellos no leen, y así nos va.

CERREMOS LAS BIBLIOTECAS ESCOLARES, COMPARTAMOS ORDENADORES. EL PLÁSTICO NO CONTAGIA

Ya que no tienen intención de subvencionar los libros, ni rebajar su IVA, ni promocionar su valor para el conocimiento y para la vida, podrían cuidar las bibliotecas escolares, que son el único contacto que muchos niños tienen para acceder a los libros.

El sueño de la biblioteca escolar es un sueño antiguo, empeñó en ella su alma y su esfuerzo la segunda república, y hasta la salvaje llamada de la pantalla se mantenían en un funcionamiento mal dotado pero salvado por la voluntad de tantos y tantas profesore/as y su empeño de animar a la lectura y de poner cuentos y libros en las casas a las que no llegan desde otro medio. Bien podría haberse aprovechado esta circunstancia para mejorarlas.

Teniendo en cuenta todo esto y la falta de evidencias científicas sobre el COVID 19 y su capacidad para contagiarse mediante el tacto y diversos soportes, la posibilidad de poner los libros en una modesta cuarentena, no se comprende la actuación de las autoridades educativas de la mayor parte de las comunidades, que olvidando todas las certezas han apostado por mantener las bibliotecas escolares cerradas; mientras el propio ministerio en colaboración con las comunidades autónomas  distribuía fondos y fondos de  manera generosa para llenar institutos y colegios de pantallas en todas sus variedades,  dejaba sin presupuesto las bibliotecas escolares a la merced de lo que sobre en los centros tras la compra de gel , mascarillas,  etc. En una pandemia que ha lanzado a la lectura en papel a una buena parte de la población (con recursos para acceder a la compra de libros) se privaba a los niños más pobres del acceso a los libros de su biblioteca más cercana, en la mayor parte de los casos la única a la que tienen acceso por muchos motivos. La excusa ha sido evitar el contagio, pero todos los estudios al respecto han demostrado que los libros son mucho más capaces que nosotros de superar la cuarentena, que raramente el virus podría sobrevivir el papel más de 72 horas, aún así las bibliotecas en su inmensa mayoría permanecen cerradas, las aulas con ordenadores y tablets abiertas, pero son seguras, el plástico no contagia, está claro.

YA NO HACE FALTA QUEMAR LIBROS

Mucho más moderno y eficiente que quemar libros, prohibirlos, o cualquier otra forma posible de destrucción es hacerlos desaparecer bajo una pantalla inmensa, o bajo la indiferencia de las cosas pertenecientes a un pasado oscuro y aburrido. Ir liquidando librerías para que nos queden siempre lejos, procurar que nadie lea , especialmente no vaya a ser que los pobres se cansen del hecho de serlo o de que se den cuenta de que lo son; en el mejor de los casos si alguien los lee al menos que no los entienda y si alguien se obstina en leer y además llega a entender lo que lee, en ese caso será mucho mejor que lea lo que las grandes editoriales que comparten el negocio de le edición con el de las tic publiquen; novelas intrascendentes, de poco pensar y mucho asesinar, mientras más triviales y violentas mejor; si puede ser de falsificaciones de la historia, o con mensajes que conviene difundir también, mejor si es posible de ambas cosas .

La venta de un futuro improbable y la extenuación de la promoción de los dispositivos digitales, condena a la desaparición a miles de librerías y con ellas a un espacio social de conocimiento y convivencia única, obliga a una lucha desmedida a las pequeñas editoriales que son las que con frecuencia nos mantienen vivos y pensantes, a veces hasta felices; esas donde se empeñan  tantos/as emprendedore/as que no cuentan como tales, aunque con frecuencia son una de las mejores caras que le enseñamos al mundo. El libro necesita ayuda para llegar a su destino, si quienes tienen el poder le cierran el camino, si no abren para él sendas posibles, entonces, alcanzaran el sueño de un mundo ignorante y violento; además sin libros condenaran a todos los niño/as, pero sobre todo a miles de niños sin recursos que son los que más lo necesitan, porque necesitan mucho más amor, a la soledad de vivir sin las palabras, a esa tristeza enorme, a la certeza de un futuro más gris y frío, a no alcanzar nunca un trozo de felicidad.

Por eso no nos queda sino pedir: ¡No le quitéis los libros a los niño/as pobres! Sin libros todo/as somos pobres.

 

A la extrema derecha se le combate combatiéndola, haciendo cosas para denunciarla y erradicarla, no con un fogonazo telemático o esperando al redentor para que nos redima, que redentores no hay

 

Manual de instrucciones para combatir a la extrema derecha



Por Steven Forti 

Kaosenlared

20 Mar, 2021

La izquierda debe tener la valentía de forjar alianzas amplias con partidos y sectores de la sociedad políticamente lejanos para proteger el Estado de derecho y evitar la instauración de dictaduras iliberales


No hacía falta esperar a que Q-Shaman, ataviado con pieles y cuernos, junto a varios millares de supremacistas blancos, neonazis, seguidores de las más esperpénticas teorías de la conspiración y miembros del partido republicano asaltasen el Capitolio para enterarse de que la extrema derecha es una amenaza real. No hacía falta esperar a que Bigo Barnett pusiese los pies en la mesa del despacho de Nancy Pelosi para entender que la ultraderecha es un verdadero cáncer que destruye por dentro nuestras democracias. No era necesario ser Einstein para verlo venir. En los últimos años hemos tenido ejemplos de sobra. Lo que pasó el pasado 6 de enero en Washington marca sin duda un antes y un después. Posiblemente ahora mucha más gente se ha dado cuenta de ello o, por lo menos, quien se hacía el sueco no tiene más excusas: el peligro existe y es real. No valen ya medias tintas. No hay más tiempo que perder.

En las conferencias y charlas que he dado en los últimos años acerca de la que he definido como extrema derecha 2.0 siempre ha aparecido una pregunta: ¿qué podemos hacer? ¿Cómo podemos combatir a Trump, Salvini, Abascal y Orbán? Como historiador, siempre he pensado que mi tarea era y debía ser la de analizar el fenómeno y ofrecer unas claves interpretativas. No procedía, pensaba, decir lo que se tenía o no se tenía que hacer. Además, tampoco lo tenía muy claro. Sin embargo, creo que ha llegado el momento de mojarse e intentar establecer una especie de breve manual de instrucciones para combatir a la ultraderecha. Obviamente, se trata de un primer esbozo. Las aportaciones –y las críticas– serán bienvenidas.

1. Para combatir a la extrema derecha es necesario estudiarla

Sin conocer un fenómeno es imposible entenderlo y, por consiguiente, combatirlo. El primer paso imprescindible es estudiar a la nueva ultraderecha, entender de dónde surgió, cómo se organiza, cómo actúa y qué discursos utiliza. Resumiendo, podemos decir que fenómenos como el trumpismo, el bolsonarismo, Vox, Alternativa para Alemania y las demás formaciones de la galaxia ultraderechista son algo distinto de los fascismos de entreguerras y de los neofascismos de la segunda mitad del siglo XX. La extrema derecha se ha renovado. Esto no significa que sea menos peligrosa ni que no haya elementos de continuidad con el pasado. Sin embargo, se debe tener claro que es un fenómeno distinto y radicalmente nuevo.

La transformación ha sido notable. Por un lado, ya no se trata de grupúsculos autoguetizados de gente con la cabeza rapada que hace el saludo romano: ahora visten camisa, americana y a veces incluso corbata. Por otro, su lenguaje ha cambiado y ha conectado con una parte nada desdeñable, sino mayoritaria, del ‘pueblo llano’. Aquí es fundamental entender el giro dado a partir de los setenta por Alain de Benoist: la Nouvelle Droite francesa apostó por dar la batalla cultural y abandonar conceptos inaceptables tras Auschwitz, como el racismo biológico, sustituyéndolos por otros más adecuados para sociedades que se estaban haciendo multiculturales, como el etnopluralismo o el diferencialismo.

Además, la extrema derecha ha entendido la potencialidad de las nuevas tecnologías, empezando por las redes sociales, para ganar visibilidad mediática y protagonismo político. En síntesis, comparada con el fascismo histórico –visto, al menos, con los prismas del presente– y el neofascismo de hace unas décadas, la extrema derecha 2.0 es más “presentable”, habla el lenguaje de la gente común y sabe moverse muy bien en el mundo digital.

2. ¡Es un fenómeno global, estúpido!

Existe una gran ‘familia’ ultraderechista a nivel internacional. Así que si no pensamos a escala global, estaríamos cometiendo un craso error.

Todas las formaciones de la extrema derecha 2.0 tienen, de hecho, unos mínimos comunes denominadores: un marcado nacionalismo, el identitarismo, la recuperación de la soberanía nacional, un alto grado de euroescepticismo y/o aversión al multilateralismo, un conservadurismo generalizado, la islamofobia, la condena de la inmigración tachada de “invasión”, la toma de distancia formal de las experiencias pasadas de fascismo, y un exacerbado tacticismo.

Esto no significa que no tengan también unas diferencias nada desdeñables en temas como la economía –hay formaciones ultraliberales como Vox y otras que abogan por un welfare chauvinism como la Agrupación Nacional francesa (antes llamada Frente Nacional)–, los derechos civiles –hay quien defiende unas posiciones muy intransigentes  sobre el aborto, los derechos LGTBI o la familia y otras que son más abiertas– o la geopolítica –hay atlantistas y rusófilos–.

Como sugiere Clara Ramas San Miguel, se podría clasificar a estas formaciones bajo dos categorías, los “social-identitarios” y los “neoliberales autoritarios”, ambos parte de la misma “Internacional Reaccionaria”. Parafraseando a Ricardo Chueca al hablar de los fascismos de entreguerras, podríamos decir que cada país da vida a la extrema derecha 2.0 que necesita. A modo de síntesis, cabe pues subrayar que sus diferencias no impiden incluir a estas ultraderechas en una misma macro-categoría y una misma familia con lazos transatlánticos extremadamente estrechos gracias a la labor de lobbies como el del integrismo cristiano o el de las armas.

3. Nunca venceremos al monstruo si no entendemos las razones de su avance

¿Por qué la nueva extrema derecha se ha arraigado en la mayoría de países hasta convertirse en hegemónica en algunos de ellos? Desde hace algunos años, existe un amplio debate sobre estas cuestiones en el mundo académico. Evidentemente, cada contexto nacional tiene sus peculiaridades, pero podemos detectar una serie de razones más amplias y compartidas.

En primer lugar, las económicas: el aumento de las desigualdades, el debilitamiento del Estado del bienestar, el creciente abandono de amplios sectores de la población que se encuentran en los márgenes de la sociedad, y la precarización del trabajo. En síntesis, las consecuencias de la imposición del modelo neoliberal a partir de los años ochenta.

En segundo lugar, aquellas razones que se definen como culturales: la centralidad de temáticas –como el aborto, los derechos de las minorías, la inmigración, el matrimonio homosexual, el feminismo– que polarizan a nuestras sociedades y que rompen a menudo los clivajes políticos tradicionales.

En tercer lugar, las socio-políticas: la democracia liberal representativa vive una profunda crisis, nuestras sociedades se deshilachan, los partidos políticos ya no cumplen con la función de correa de transmisión entre territorios e instituciones, los sindicatos tienen enormes dificultades para adaptarse a una realidad plenamente post-fordista, y la desconfianza de la ciudadanía sigue en aumento.

Toca afrontar la complejidad del mundo gaseoso en el cual vivimos. No hay varitas mágicas o soluciones milagrosas

En cuarto lugar, hay razones ideológicas: vivimos una etapa de crisis de las ideologías que han marcado la época contemporánea. No es que ya no existan la izquierda y la derecha, como les gusta decir a los populistas de todo pelaje. Lo que pasa es que hay una espesa confusión que permite fenómenos morbosos y extraños popurrís ideológicos (piénsese en el rojipardismo). Se trata de una crisis, sobre todo en Occidente, muy generalizada, una crisis de valores y referentes. A todo esto añádase que una parte de la población ve con miedo los rápidos cambios que estamos viviendo y pide protección y seguridad y, a su manera, la extrema derecha sabe ofrecérselas.

4. Hay que elaborar una respuesta poliédrica

No hay pues una sola razón que explique el avance de los Salvini, los Trump y las Le Pen: sus éxitos –no solo electorales– se deben a un conjunto de cuestiones que no son excluyentes. Al contrario, se yuxtaponen. Para vencer, o al menos debilitar, al monstruo tocará pues resolver esos problemas. No bastará con aumentar los salarios o financiar más la sanidad y la educación pública. No bastará con intentar volver a atar los hilos rotos para reconstruir nuestras sociedades. No será suficiente con avanzar en derechos civiles o con volver a otorgar centralidad a la escuela y la cultura. Evidentemente, esas son cuestiones cruciales, pero no bastan por sí solas. Toca afrontar la complejidad del mundo gaseoso en el cual vivimos. Toca elaborar una respuesta poliédrica. No hay varitas mágicas o soluciones milagrosas.

5. Hay que actuar en diferentes niveles

No nos engañemos. Tampoco basta con actuar en un ámbito, sea este el institucional, el político, el social, el económico o el cultural. Del pozo o salimos todos juntos o no va a salir nadie. Hace falta, pues, una estrategia multinivel que aborde diferentes ámbitos. Deben darse respuestas eficaces al mismo tiempo en distintos niveles. Hace falta tener conciencia de que cada pieza es fundamental. Nada sobra, nada es inútil. Todo suma.

No puede haber policías que participen en el asalto del Capitolio, ni militares que se organicen para derrocar directa o indirectamente un gobierno

6. La respuesta de las instituciones y los partidos democráticos

Desde las instituciones se debe, en primer lugar, evitar la infiltración de la ultraderecha en los aparatos del Estado, empezando por los más sensibles como las fuerzas de seguridad. No puede haber policías que participen en el asalto del Capitolio, ni militares que se organicen para derrocar directa o indirectamente un gobierno. Asimismo, los partidos democráticos tienen que poner en marcha cordones sanitarios para impedir el ingreso de la extrema derecha en los gobiernos y las instituciones: esto afecta sobre todo, pero no solo, a las formaciones de la derecha conservadora tradicional que, en este asunto, deberían actuar como Merkel y no como Johnson, Berlusconi o Casado. Además, en un ámbito estrictamente europeo, las instituciones comunitarias deberían agilizar los trámites para poder actuar contra un gobierno que no respeta el Estado de derecho, como es el caso de Hungría y Polonia. No podemos permitir que en el corazón de la UE haya un régimen autoritario en la práctica, como el de Orbán. Y por último, se debe promover la investigación de las conductas antidemocráticas, ilegales o alegales de las formaciones de ultraderecha. Pongo cuatro ejemplos concretos:

a) Cuando se producen acciones violentas contra sedes institucionales, opositores políticos, extranjeros, etc. las autoridades policiales y judiciales deben investigar a fondo las responsabilidades y actuar consecuentemente. En el caso de partidos o grupos neofascistas y neonazis –a menudo bien conectados con la ultraderecha parlamentaria– se debe, si la legislación lo permite, llevarlos ante los tribunales por pertenencia a organización criminal cuando promueven actividades violentas –como pasó el pasado octubre con Amanecer Dorado en Grecia– o por reconstitución de partidos fascistas o nazis –como debería pasar con CasaPound en Italia, si las instituciones fueran consecuentes con la Constitución de 1948–.

b)  Gracias a diferentes estudios se sabe que la ultraderecha recibe financiación que no siempre respeta la legislación existente en los diferentes países. En muchos casos la financiación llega a través de redes opacas vinculadas a lobbies globales, como las de los integristas cristianos o la de las armas. Hay mucho que trabajar en este ámbito y, aunque la ingeniería financiera utilizada es extremadamente compleja, hoy en día nuestras instituciones disponen de herramientas suficientes para detectar los movimientos de dinero y evitar que estas formaciones políticas se enriquezcan ilegalmente.

c) Ya lo sabemos, la gran batalla del siglo XXI será la de los datos. La ultraderecha ha quemado etapas en la última década en esta cuestión, recogiendo a menudo de forma ilegal o, como mínimo, de dudosa legalidad los datos de millones de ciudadanos. Piénsese en el escándalo de Cambridge Analytica o en juegos online como el “Vinci Salvini”. Aunque hay que avanzar más en la legislación al respecto, desarrollando por ejemplo unas valientes Cartas de Derechos Digitales, en muchos países –y en concreto en la UE– disponemos de reglamentos que permiten llevar a cabo investigaciones en profundidad para evitar que la ultraderecha pueda disponer ilegalmente de los datos de millones de personas para su propaganda online.

d) A menudo la ultraderecha promueve directa o indirectamente el hate speech –discurso del odio– en las redes sociales, llevando a cabo las que se definen como shit storms –literalmente: tormentas de mierda– mediante trolls y perfiles automatizados o falsos, como los bots o los sockpuppets. Las instituciones deberían presionar a las grandes empresas tecnológicas para que desarrollen y apliquen unos estrictos y creíbles reglamentos al respecto, bajo la supervisión de los poderes públicos. También tendrían que implementar una legislación que combata de forma eficaz el hate speech o la difusión de teorías del complot, como es el caso de Q-Anon.

7. La respuesta de los medios de comunicación

Los medios de comunicación tienen una parte nada desdeñable de responsabilidad en el avance de la extrema derecha, al convertirse consciente o inconscientemente en altavoces de sus discursos. No es posible convertir en “noticia”, sin ninguna contextualización o comprobación, las declaraciones de los Salvini o los Trump cuando están basadas en mentiras. Los medios no pueden regalarles propaganda gratuita. Debe de haber, en síntesis, una mayor ética periodística y un mayor esfuerzo para contrastar las informaciones, evitando divulgar bulos y posverdades. Los medios deben de evitar buscar el clickbait e invertir más en los departamentos de fact checking, siguiendo el ejemplo de proyectos independientes como Maldita.es en España o Valigia Blu y Smask.online en Italia. En el último bienio ha habido avances en esta cuestión –como la decisión de cuatro cadenas de televisión de cortar en seco el discurso de Trump durante la noche electoral cuando este afirmaba que había habido fraude electoral sin ofrecer pruebas al respecto–, pero hay todavía mucho trabajo por hacer.

Los medios deben de evitar buscar el clickbait e invertir más en los departamentos de fact checking

Además, los medios –inclusive los de izquierda– deben saber hilar fino, evitando comprar los marcos existentes: deben saber detectar a la ultraderecha también cuando se esconde bajo otras etiquetas, por lo general, democráticas. Un ejemplo: en Italia se habla aún del “centro-derecha” para definir a la coalición que reúne a Salvini, Meloni y Berlusconi, cuando Forza Italia tiene el 6% y los demás partidos el 40% de la intención de voto, según todos los sondeos. No se pueden comprar acríticamente conceptos que blanquean a la extrema derecha. Lo mismo vale en España y Cataluña.

8. La respuesta desde abajo

Si las respuestas de las instituciones representan una acción desde arriba, es también imprescindible otra desde abajo. La mayoría de los movimientos sociales –desde los colectivos antifascistas y los antirracistas a los feministas– llevan tiempo avisando de la amenaza ultraderechista. En muchos casos, sus acciones han sido cruciales. Piénsese en la labor desarrollada por la Unitat contra el Fascisme i el Racisme (UCFR) en Cataluña para frenar el avance de Plataforma per Catalunya o cerrar el Casal Tramuntana, un centro que formaciones neofascistas y neonazis abrieron en 2012 en Barcelona. O la labor que el movimiento antifascista llevó a cabo en Creta, donde consiguió en 2018 expulsar a Amanecer Dorado. En resumen, hay que seguir impulsando acciones de este tipo y promover la creación de redes desde abajo para evitar el asentamiento de formaciones ultras en nuestras ciudades y la captación de jóvenes –y no solo jóvenes–. Hay que salir a las calles y hablar con la gente, fortaleciendo los lazos comunitarios, sobre todo en los barrios y las periferias.

Sin embargo, no podemos esperar que sean solo los activistas los que nos saquen las castañas del fuego. Debe haber una corresponsabilidad por parte de todos, cada uno con sus posibilidades y sus capacidades. No podemos mirar para otro lado y luego quejarnos cuando nuestras democracias se conviertan en cáscaras vacías y el Estado de derecho en un lejano recuerdo.

9. La respuesta de la izquierda

También la izquierda tiene sus responsabilidades en el avance de la extrema derecha. Por un lado, la socialdemocracia debe librarse de la losa neoliberal, volviendo a hacer políticas sociales y luchar contra las desigualdades. Por el otro, la izquierda radical tiene que saber construir un proyecto que a) salga de la irrelevancia y no busque la pureza autocomplaciente; y b) sepa juntar las diferentes luchas existentes dándole unidad, sin caer en los estériles debates para iniciados, incomprensibles para buena parte de la sociedad.

Al mismo tiempo, la izquierda tiene que evitar a toda costa comprar, aunque sea parcial y tácticamente, el discurso de la ultraderecha. No ha de creer equivocadamente que la atención puesta en los últimos años en luchas como la feminista, la de los derechos del colectivo LGTBI o la de los migrantes haya permitido que Vox o la Liga penetrasen entre las clases trabajadoras. La izquierda debe, ça va sans dire, preocuparse por las condiciones materiales del 99%, pero no puede pensar que la defensa de las condiciones materiales de los que, tiempo ha, se hubiese llamado proletarios o clase obrera no sea compatible con las otras luchas. Una cajera es, al mismo tiempo, una obrera y una mujer. Un jornalero extranjero es, al mismo tiempo, un obrero del campo y un migrante. Las identidades son múltiples. La propuesta debe ser, por consiguiente, inclusiva. Lo otro implica el suicidio de la izquierda, no solo electoral, sino también ético y moral. El llamado rojipardismo supone, ni más ni menos, asfaltar una autopista para la ultraderecha: la gente prefiere siempre el original a la copia. La izquierda, en suma, tiene que volver a dar la batalla cultural que, en las últimas dos décadas, ha ido ganando la extrema derecha. Esto no se hace en dos días: toca arremangarse y picar piedra durante un largo tiempo. Hay que crear escuelas políticas, dedicar tiempo y dinero a la formación, debatir y saber comunicar.

Por último, la izquierda debe tener la valentía de salir cada vez más de su zona de confort, intentando, por ejemplo, forjar amplias alianzas para proteger la democracia con partidos y sectores de la sociedad políticamente lejanos. ¿Alianzas electorales? Cuando haga falta, también. Fíjense en Hungría donde, después de un decenio con Orbán en el poder, los demás partidos han conseguido llegar a un acuerdo para presentar un candidato conjunto a las próximas elecciones. ¿Acuerdos puntuales antifascistas para, por lo menos, evitar que la extrema derecha entre en las instituciones? Sin duda. Es un trabajo arduo donde todos deberán ceder, no solo la izquierda, obviamente. Pero es esta, creo, la que debe dar el primer paso y ser clarividente en la defensa de un bien superior a cualquier afiliación o simpatía partidista.

En 1936 los comunistas abandonaron la suicida teoría del social-fascismo y se sumaron a los frentes populares en España y Francia, unas alianzas electorales con socialistas e incluso republicanos tímidamente progresistas. Tres años antes era algo impensable: lo ocurrido en Alemania –con la trágica división de las izquierdas y la llegada al poder de Hitler– enseñó que había prioridades para evitar la instauración de una dictadura totalitaria. ¿Hoy en día sería tan difícil llegar a acuerdos con los liberales o, incluso, con sectores de la derecha democrática para evitar que estos cayesen en el abrazo del oso que le tienden los ultras? Nadie perdería su identidad, ni sus proyectos políticos. Se trataría sencillamente de unos acuerdos para proteger el Estado de derecho y evitar la instauración de dictaduras iliberales, es decir, autoritarias. Una democracia se puede perder muy rápidamente, pero para recuperarla se pueden necesitar años o, incluso, décadas.

 

 * Steven Forti es profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.

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https://ctxt.es/es/20210101/Firmas/34701/combatir-extrema-derecha-donald-trump-steven-forti.htm

 

DIFUNDID ESTA CARTA Y DEJAOS DE GILIPOLLECES. YO NO LO HAGO MÁS PORQUE LA ORGANIZACIÓN DE FACEBOOK QUE ME (NOS) ESPÍA Y SE HACE RICA CON LA INFORMACIÓN DE NUESTROS DATOS QUE OBTIENE MEDIANTE EL FACEBOOK Y VENDE A OTRAS EMPRESAS NO ME DEJA HACERLO. ESTA CARTA SE PODRÍA HACER LLEGAR POR CENTENARES DE CIENTOS DE MILES A TODOS LOS PARTIDO, A TODOS, LOS POLÍTICOS, ORGANIZACIONES CULTURALES, SOCIALES, SINDICALES. LO QUE NOS JUGAMOS, SIN TRAMPA, CARTÓN, GILIPOLLERÍA INSUSTANCIAL, CHABACANA Y SIMPLONA, ETC. SOLO ES LA VIDA LA QUE NOS ESTAMOS JUGANDO. O sea, que viva la Pepa y que buenos son que nos llevan de excursión, ¡CHISPÚM! (¿Qué algoritmo utilizará Facebook para no permitir que desde este Blog, El Ojo Atípico, no se pueda compartir ningún artículo, ni siquiera a mi propia cuenta de facebook? ¿Tal flojedad intelectual tiene el sistema que cualquier idea lo puede hacer tambalear?)

 

PANDEMIA. CARTA ABIERTA A LOS IMBÉCILES

 

Dr. Juan Manuel Jímenez Muñoz

SOCIOLOGÍA CRÍTICA

26.08.2020

 

El dr. Jiménez Muñoz, ante la demencial situación que vivimos, pone en román paladino algunas consideraciones fundamentales. Y no, miren, no; no le quita ni un ápice de razón el registro que ha escogido para llegar a la masa. No tomen el rábano por las hojas. [Sociología Crítica]

CARTA ABIERTA A LOS IMBÉCILES.

Mi nombre es Juan Manuel Jiménez Muñoz. Soy médico de familia en Málaga. Tengo 60 años, y ejerzo mi profesión desde hace 35. Mi número de colegiado es el 4.787. Y este dato lo aporto por si alguien, a raíz de esta lectura, me quiere denunciar o poner una querella. Será un honor.

El método científico, desde Galileo Galilei, nos ha sacado de las sombras. La electricidad, la radio, la televisión, los GPS, los teléfonos, los viajes espaciales, los antibióticos, las vacunas, los telescopios, la anestesia general, el saneamiento de las ciudades, la depuración del agua, las radiografías, las resonancias, los rascacielos, los aviones, los trenes, el cine, las fotografías, los ordenadores, y nuestra vida al completo, dependen de una ocurrencia de Galileo. Una ocurrencia en tres pasos para averiguar entre todos cómo funciona el mundo:

1.       Establecer una hipótesis plausible sobre un problema concreto. Por ejemplo: “yo creo que el agua estancada contiene unos animalitos minúsculos que causan enfermedades”. O: “yo creo que cuando un imán gira alrededor de una bobina se genera una corriente eléctrica”. O: “yo creo que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés”.

2.      Realizar experimentos para comprobar la veracidad o la falsedad de esa hipótesis.

3.      Publicar los experimentos para que cualquier otro los pueda reproducir, afirmar o refutar.

Y ya está. Qué tontería. Y gracias a eso, Y NADA MÁS QUE A ESO, la sociedad de 2020 es completamente distinta a la de 1700. Diré más. Si como por arte de magia pudiésemos trasladar un habitante del año 1 hasta el año 1700, apenas notaría diferencias en lo esencial de la vida: se adaptaría sin problema. Pero si trasladásemos a un habitante del año 1700 al 2020, se moriría del susto. Literalmente.

Gracias al método científico tenemos herramientas para erradicar una pandemia, o para hacerla soportable: la del coronavirus, por ejemplo. Gracias a la ciencia no hay viruela. Gracias a la ciencia no hay leprosos en Europa (o son casos muy contados). Gracias a la ciencia, los pacientes VIH positivos ya no se mueren de SIDA, sino que llevan su enfermedad como los pacientes crónicos. Gracias a la ciencia, muchos cánceres se curan.

Y que después de 300 años de éxitos tenga uno que soportar lo insoportable, resulta estremecedor: la caída del modelo y la sustitución por la farsa, por la charlatanería, por la incultura, por el pensamiento mágico, por la vulgaridad, por el despropósito y por la democracia aplicada a la ciencia, donde el analfabeto opina sobre el coronavirus en igualdad de altavoces que el más docto catedrático de virología, y donde los tratamientos y las medidas de contención de una epidemia son a la carta.

Hay grupos organizados que parecen añorar la Alta Edad Media, aquella que tan magníficamente plasmó Umberto Eco en “El Nombre de la Rosa”: con su mugre y sus hambrunas, con sus gentes muriéndose de peste o de viruela, con los libros encerrados en monasterios sin acceso para nadie, sin luz eléctrica, sin agua potable, sin nada.

Aunando esfuerzos, una mezcla infernal de terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos, sectas satánicas, neonazis, adoradores de ovnis, hedonistas ácratas, cazadores de masones, fetichistas de los porros, delirantes con el 5G, ecologistas que no han visto jamás una gallina e imbéciles con pedigrí, pululan en todas las redes sociales instaurando una nueva religión que, mucho me temo, está calando más de lo que imaginaba en una población carente de cultura y liderazgo. Eso no es nuevo. Tarados los hubo siempre. Pero médicos y biólogos liderando imbéciles acientíficos y abjurando de la ciencia para adquirir una fama pasajera, eso nunca lo viví. Y nunca pensé que mis ojos lo verían. Y nunca creí que los Colegios de Médicos, o de Biólogos, giraran la cabeza hacia otra parte y no alzaran su voz contra el medievalismo.

Que un grupo de 200 médicos se autodenomine “Médicos Por la Verdad”, ya es una ofensa gravísima para el resto de los médicos que ejercemos en España, que somos 160.000. Porque quiere decir, ni más ni menos, que los 159.800 médicos restantes que no estamos en la secta somos “Médicos Por la Mentira”. Y a mí no me llama mentiroso ningún hijo de la gran puta. Por mucho título que tenga.

Que se estén dando conferencias, y publicando libros (uno de ellos con seis ediciones en un mes), para afirmar que no hay pandemia, o que los individuos sin síntomas no contagian, o que esto es igual que una gripe, o que es preferible la experiencia personal a las publicaciones científicas revisadas por pares, o que el dióxido de cloro funciona contra el coronavirus, o que el dióxido de cloro no es tóxico, o que las vacunas que existen ahora provocan autismo, o que las vacunas llevan microchips para controlarnos, o que los aviones esparcen desde el cielo cristales para contagiarnos, o que no llevar mascarillas es un acto saludable de rebeldía, resultaría risible si no fuese mortal de necesidad, y si quienes defienden esas barbaridades fuesen mariscadores gallegos, aceituneros andaluces o pescadores cántabros, y no licenciados o doctorados por una Universidad.

Hace poco, sesenta imbéciles acudieron a Las Canarias para reunirse en una playa a contagiarse a propósito. Habían quedado por Internet. Y yo, desde mi muro, acuso a quienes deberían ser líderes sociales, y no lo son, de favorecer esos comportamientos criminales con sus discursos absurdos.

No es época de división, ni de actuar cada uno a su bola. Por desgracia, nadie lidera la crisis. Es evidente. Digo ningún político. El Gobierno Central ha dimitido de sus responsabilidades. Incluso tiene que sobornar a los autonómicos para que acudan a las reuniones. 17 Reinos de Taifas, 17 desastres organizativos. A cuál peor. Ni una puñetera norma en común. Ni un solo registro compatible. Y además de eso, por si fuese poco, una sarta de embusteros con el título de licenciado envenenan a la sociedad en lugar de aconsejarla, de guiarla, de cuidarla, prestándose a decir lo que muchos quieren escuchar, lo que ahora vende: que el coronavirus es un invento de las superpotencias para disminuir la población mundial, para enriquecer a las farmacias y para cargarse a los ancianos, pero que, sin embargo (y mira tú que curiosa paradoja), la tal pandemia no existe.

Compañeros médicos, biólogos, abogados, farmacéuticos y licenciados de toda clase y condición que habéis optado por llevarnos otra vez a la Edad Media: sois la vergüenza de la profesión, y no sois dignos de que os llamemos compañeros, y mucho menos científicos. Sois pocos, pero metéis mucho ruido y confundís. Sois pocos, sí. Pero mala gente. Y decís cosas por las que, de haberlas dicho en la Facultad de Medicina o de Biología cuando érais estudiantes, jamás habríais obtenido ese título del que ahora os valéis para vuestro propio beneficio. Un título del que, si de mí dependiera, seríais desposeídos de inmediato. Lástima que no se pueda.

Podría elegir muchas estupideces de las que defendéis, muchas barbaridades solemnes, pero me centraré en una sola, que en vuestra boca merecería la cárcel: “las personas sin síntomas no contagian”. Cagoentóloquesemenea. ¿Dónde estabais el día que explicaron la tuberculosis, o el SIDA, o la varicela? ¿No contagian los VIH positivos a pesar de estar asintomáticos? ¿No hay tuberculosos bacilíferos sin síntomas de enfermedad? ¿No se contagia la varicela desde pacientes en fase prodrómica? En fin. Mejor callar, que me van a estallar las meninges.

Sois líderes que habéis elegido no serlo para convertiros en bufones. Y eso, en época de zozobra, no tiene perdón de Dios. Ojalá se os seque la yerbabuena.

Ah. Y otra cosa. Mis señas las di al principio. A ver si tenéis cojones para meteros conmigo. Cojones, digo; ya que neuronas… las justitas pa beber sin ahogarse.

Cagoentó.

Firmado:

Juan Manuel Jimenez Muñoz

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Médico del Servicio Andaluz de Salud.

Colegiado en Málaga 4787.

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Andalucía: Origen e historia de su entidad territorial y nacional

El re descubrimiento de la clase trabajadora como consecuencia de la pandemia (¿Qué algoritmo utilizará Facebook para no permitir que desde este Blog, El Ojo Atípico, no se pueda compartir ningún artículo, ni siquiera a mi propia cuenta de facebook? ¿Tal flojedad intelectual tiene el sistema que cualquier idea lo puede hacer tambalear?)

 

EL RE DESCUBRIMIENTO DE LA CLASE

 TRABAJADORA

 COMO CONSECUENCIA DE LA

 PANDEMIA

Viçen Navarro

Artículo publicado en el diario Público,

14 de mayo de 2020

Una interpretación de la estructura social de España muy generalizada en los establishments político-mediáticos del país es que la mayoría de la población en los países desarrollados (incluyendo España) pertenece a la clase media, a la que sitúan entre los “ricos”, por arriba, y los “pobres”, por abajo, reduciéndose así la tipología social a tres grupos sociales: la clase alta, la clase media y la clase baja. Y podría parecer que la percepción popular se corresponde con esta tipología. Así, cuando a la mayoría de la población se le pregunta si se consideran pertenecientes a la clase alta, a la clase media o a la clase baja, la gran mayoría responde definiéndose como clase media, con lo cual se confirma la percepción generalizada y promovida por aquellos establishments que configuran la sabiduría convencional del país. Según tal sabiduría, la clase trabajadora prácticamente ha desaparecido, asumiéndose que se ha ido transformando en clase media como consecuencia de la movilidad social existente en nuestras sociedades, que permite el ascenso hacia arriba de los miembros de tal clase trabajadora, pasando a ser miembros de la clase media.

Esta categorización social se inició en EEUU, sobre todo a partir de los años ochenta, cuando se inició, con el presidente Reagan, el gran cambio político conocido como la “revolución neoliberal” (sustituyendo así al keynesianismo, que había sido la ideología imperante en el período 1945-1978, conocido también como la “era dorada del capitalismo”). Fue a partir de entonces que el neoliberalismo –nacido en el mundo anglosajón– se extendió ampliamente también en la Europa occidental, siendo adaptado incluso por las formaciones de izquierdas gobernantes (y, muy en especial, por la socialdemocracia a través de la llamada Tercera Vía), lo que provocó posteriormente su declive electoral como resultado de la abstención de la clase trabajadora o del cambio de 58 su intención de voto. El discurso de clase desapareció así del lenguaje político, incluso en la mayoría de las izquierdas gobernantes, que dejaron de hablar de y a la clase trabajadora, sustituyéndola por la clase media.

La pandemia como causa del reconocimiento de que la clase trabajadora existe

La pandemia en los países desarrollados (incluyendo España) ha mostrado claramente que existe una clase trabajadora, distinta de la clase media, que es esencial para el mantenimiento y supervivencia de todas las demás, así como para la sostenibilidad de la economía del país. Forma parte de esta clase social el sector de la población que trabaja en los servicios esenciales y que no se ha podido permitir el lujo de estar confinado en casa, viéndose obligado a continuar trabajando, exponiéndose al contagio, a la enfermedad y a la muerte. A partir de la pandemia, la población se ha dividido, pues, entre los que pueden trabajar desde casa (la mayoría, de clase media y clase alta) y los que no pueden (la mayoría, de clase trabajadora). Estos últimos trabajan primordialmente en los sectores esenciales, claves para que la sociedad haya continuado funcionando y que han jugado un papel insustituible para el sostenimiento, la seguridad y el mantenimiento de la sociedad. Son trabajadores de los servicios (la mayoría, públicos) sanitarios, de los servicios sociales, de los servicios domiciliarios y de dependencia, de los servicios de comercio, de los servicios de transporte, de los servicios de limpieza, de los servicios de seguridad, de los servicios de bomberos, de los servicios de energía y agua, de los sectores agrícolas, entre otros, sumando un porcentaje elevado (alrededor del 35%) de toda la población laboral en España.

Según datos de la Encuesta de Población Activa extraídos del INE, el 45% de estos trabajadores son mujeres, poco remuneradas y en condiciones de trabajo claramente precarias (el porcentaje es incluso mayor –76%– en los servicios sanitarios y sociales). A la mayoría de ellos no se les ha proveído del equipamiento necesario para su protección contra la pandemia, siendo la tasa de mortalidad debido a la pandemia, más elevada entre estos sectores laborales que entre los que han estado en casa. En realidad, ni siquiera los trabajadores de los sectores sanitarios y de atención social personal han tenido la protección suficiente que necesitaban para protegerse contra la pandemia. No es el virus 59 el que causa la enfermedad y la muerte, sino la falta de protección frente a él lo que explica la elevada tasa de infección y la mayor mortalidad entre el personal sanitario. El 16% de personas diagnosticadas de COVID-19 son trabajadores y profesionales de este sector. Considerar a la mujer de la limpieza del hospital, con unos salarios muy bajos y con unas condiciones de trabajo muy precarias, como perteneciente a la clase media, me parece abusar y tergiversar la realidad. Y referirse a ella como de “clase baja” me parece ofensivo e insultante en extremo (una cosa es indicar que es una persona con bajos ingresos, y otra muy diferente es definirla como persona de clase baja).

La clase trabajadora (que trabaja, predominantemente, en el sector servicios) existe y ha jugado y continúa jugando un papel clave para la supervivencia de todas las otras clases. Y continúa siendo la que tiene salarios más bajos, la que tiene menor estabilidad laboral y la que trabaja con peores condiciones laborales. El hecho de que estos sectores laborales esenciales, tan importantes y fundamentales para la supervivencia del sistema económico, hayan tenido tan poca prioridad por los establishments que dirigen tal sistema muestra la escasa importancia que se da al bien común, dándole menos atención que a los intereses particulares de grupos y lobbies financieros y económicos que gozan de gran influencia y poder en la vida política del país.

La pandemia, sin embargo, ha mostrado claramente el gran error de mantener tales prioridades, pues todo el sistema económico necesita y depende de la existencia de estos sectores esenciales, entre ellos el sector sanitario y social, financiado primordialmente por fondos públicos. Las privatizaciones, en este sector, no solo no ayudaron, sino que debilitaron estos servicios, indispensables, insisto, para todos los sectores y clases sociales del país. La polarización de tales servicios (como la sanidad y los servicios sociales) por clase social como ocurre en España perjudica a todas las clases sociales, incluidas las más pudientes, como, de nuevo, la epidemia ha mostrado.

Cómo afecta la pandemia a la salud y calidad de vida de todos los componentes de la clase trabajadora

 Hay clases sociales en España. Y la clase trabajadora es una de ellas. Dentro de ella, el componente de la economía de cuidados y de servicios a las personas ha ido expandiéndose considerablemente, habiéndose visto afectado muy negativamente por la pandemia. Pero no hay que olvidar otros sectores de la clase trabajadora, como la industrial y manufacturera, también lo están, pues muchos de estos trabajadores también carecen de material protector o sus condiciones de trabajo no les permiten la distancia social que se requiere para prevenir el contagio. Y será también un sector que se verá afectado por la gran crisis económica, reduciendo su tamaño, así como sus salarios y su protección social. Sus indicadores de salud y bienestar ya se están viendo afectados, reproduciendo así el diferencial de mortalidad que hay en este país según la clase social de las personas. En España, la diferencia de esperanza de vida entre personas de la población más pudiente y personas de la clase trabajadora con menos ingresos puede llegar a ser de unos 10 años (en la UE, es de 7 años, y en EEUU, de 15 años). Es más que probable que esta diferencia de mortalidad aumente con la pandemia. A estos sectores laborales perjudicados por la pandemia hay que añadir a los jóvenes que ya tenían dificultades para incorporarse al mercado de trabajo, así como a profesionales de clase media en trabajos temporales y precarios, que forman parte de lo que se ha llamado la “proletarización” de la clase media, fenómeno derivado de la pérdida de su capacidad adquisitiva, su estabilidad laboral y su protección social. Todo ello implicará un gran aumento de las desigualdades sociales, acentuando incluso más las existentes en España (que están entre las mayores del mundo desarrollado occidental). Esta es una realidad poco cubierta en los medios de información en sus reportajes sobre la pandemia.

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