Manual de instrucciones para combatir a la extrema derecha
Kaosenlared
20 Mar, 2021
La izquierda debe tener la
valentía de forjar alianzas amplias con partidos y sectores de la sociedad
políticamente lejanos para proteger el Estado de derecho y evitar la
instauración de dictaduras iliberales
No hacía falta esperar a que
Q-Shaman, ataviado con pieles y cuernos, junto a varios millares de
supremacistas blancos, neonazis, seguidores de las más esperpénticas teorías de
la conspiración y miembros del partido republicano asaltasen el Capitolio para
enterarse de que la extrema derecha es una amenaza real. No hacía falta esperar
a que Bigo Barnett pusiese los pies en la mesa del despacho de Nancy Pelosi
para entender que la ultraderecha es un verdadero cáncer que destruye por
dentro nuestras democracias. No era necesario ser Einstein para verlo venir. En
los últimos años hemos tenido ejemplos de sobra. Lo que pasó el pasado 6 de
enero en Washington marca sin duda un antes y un después. Posiblemente ahora
mucha más gente se ha dado cuenta de ello o, por lo menos, quien se hacía el
sueco no tiene más excusas: el peligro existe y es real. No valen ya medias
tintas. No hay más tiempo que perder.
En las conferencias y charlas
que he dado en los últimos años acerca de la que he definido como extrema
derecha 2.0 siempre ha aparecido una pregunta: ¿qué podemos hacer?
¿Cómo podemos combatir a Trump, Salvini, Abascal y Orbán? Como historiador,
siempre he pensado que mi tarea era y debía ser la de analizar el fenómeno y
ofrecer unas claves interpretativas. No procedía, pensaba, decir lo que se
tenía o no se tenía que hacer. Además, tampoco lo tenía muy claro. Sin embargo,
creo que ha llegado el momento de mojarse e intentar establecer una especie de
breve manual de instrucciones para combatir a la ultraderecha. Obviamente, se
trata de un primer esbozo. Las aportaciones –y las críticas– serán bienvenidas.
1. Para combatir a la extrema
derecha es necesario estudiarla
Sin conocer un fenómeno es
imposible entenderlo y, por consiguiente, combatirlo. El primer paso
imprescindible es estudiar a la nueva ultraderecha, entender de dónde surgió,
cómo se organiza, cómo actúa y qué discursos utiliza. Resumiendo, podemos decir
que fenómenos como el trumpismo, el bolsonarismo, Vox, Alternativa para
Alemania y las demás formaciones de la galaxia ultraderechista son algo
distinto de los fascismos de entreguerras y de los neofascismos de la segunda
mitad del siglo XX. La extrema derecha se ha renovado. Esto no significa que
sea menos peligrosa ni que no haya elementos de continuidad con el pasado. Sin
embargo, se debe tener claro que es un fenómeno distinto y radicalmente nuevo.
La transformación ha sido notable.
Por un lado, ya no se trata de grupúsculos autoguetizados de gente con la
cabeza rapada que hace el saludo romano: ahora visten camisa, americana y a
veces incluso corbata. Por otro, su lenguaje ha cambiado y ha conectado con una
parte nada desdeñable, sino mayoritaria, del ‘pueblo llano’. Aquí es
fundamental entender el giro dado a partir de los setenta por Alain de Benoist:
la Nouvelle Droite francesa apostó por dar la batalla cultural
y abandonar conceptos inaceptables tras Auschwitz, como el racismo biológico,
sustituyéndolos por otros más adecuados para sociedades que se estaban haciendo
multiculturales, como el etnopluralismo o el diferencialismo.
Además, la extrema derecha ha
entendido la potencialidad de las nuevas tecnologías, empezando por las redes
sociales, para ganar visibilidad mediática y protagonismo político. En
síntesis, comparada con el fascismo histórico –visto, al menos, con los prismas
del presente– y el neofascismo de hace unas décadas, la extrema derecha
2.0 es más “presentable”, habla el lenguaje de la gente común y sabe
moverse muy bien en el mundo digital.
2. ¡Es un fenómeno global,
estúpido!
Existe una gran ‘familia’
ultraderechista a nivel internacional. Así que si no pensamos a escala global,
estaríamos cometiendo un craso error.
Todas las formaciones de
la extrema derecha 2.0 tienen, de hecho, unos mínimos comunes
denominadores: un marcado nacionalismo, el identitarismo, la recuperación de la
soberanía nacional, un alto grado de euroescepticismo y/o aversión al
multilateralismo, un conservadurismo generalizado, la islamofobia, la condena
de la inmigración tachada de “invasión”, la toma de distancia formal de las
experiencias pasadas de fascismo, y un exacerbado tacticismo.
Esto no significa que no
tengan también unas diferencias nada desdeñables en temas como la economía –hay
formaciones ultraliberales como Vox y otras que abogan por un welfare
chauvinism como la Agrupación Nacional francesa (antes llamada Frente
Nacional)–, los derechos civiles –hay quien defiende unas posiciones muy
intransigentes sobre el aborto, los derechos LGTBI o la familia y otras
que son más abiertas– o la geopolítica –hay atlantistas y rusófilos–.
Como sugiere Clara Ramas San
Miguel, se podría clasificar a estas formaciones bajo dos categorías, los
“social-identitarios” y los “neoliberales autoritarios”, ambos parte de la
misma “Internacional Reaccionaria”. Parafraseando a Ricardo Chueca al hablar de
los fascismos de entreguerras, podríamos decir que cada país da vida a la extrema
derecha 2.0 que necesita. A modo de síntesis, cabe pues subrayar que
sus diferencias no impiden incluir a estas ultraderechas en una misma macro-categoría
y una misma familia con lazos transatlánticos extremadamente estrechos gracias
a la labor de lobbies como el del integrismo cristiano o el de
las armas.
3. Nunca venceremos al
monstruo si no entendemos las razones de su avance
¿Por qué la nueva extrema
derecha se ha arraigado en la mayoría de países hasta convertirse en hegemónica
en algunos de ellos? Desde hace algunos años, existe un amplio debate sobre
estas cuestiones en el mundo académico. Evidentemente, cada contexto nacional
tiene sus peculiaridades, pero podemos detectar una serie de razones más
amplias y compartidas.
En primer lugar, las
económicas: el aumento de las desigualdades, el debilitamiento del Estado del
bienestar, el creciente abandono de amplios sectores de la población que se
encuentran en los márgenes de la sociedad, y la precarización del trabajo. En
síntesis, las consecuencias de la imposición del modelo neoliberal a partir de
los años ochenta.
En segundo lugar, aquellas
razones que se definen como culturales: la centralidad de temáticas –como el
aborto, los derechos de las minorías, la inmigración, el matrimonio homosexual,
el feminismo– que polarizan a nuestras sociedades y que rompen a menudo los
clivajes políticos tradicionales.
En tercer lugar, las
socio-políticas: la democracia liberal representativa vive una profunda crisis,
nuestras sociedades se deshilachan, los partidos políticos ya no cumplen con la
función de correa de transmisión entre territorios e instituciones, los
sindicatos tienen enormes dificultades para adaptarse a una realidad plenamente
post-fordista, y la desconfianza de la ciudadanía sigue en aumento.
Toca afrontar la complejidad
del mundo gaseoso en el cual vivimos. No hay varitas mágicas o soluciones
milagrosas
En cuarto lugar, hay razones
ideológicas: vivimos una etapa de crisis de las ideologías que han marcado la
época contemporánea. No es que ya no existan la izquierda y la derecha, como
les gusta decir a los populistas de todo pelaje. Lo que pasa es que hay una
espesa confusión que permite fenómenos morbosos y extraños popurrís ideológicos
(piénsese en el rojipardismo). Se trata de una crisis, sobre todo en Occidente,
muy generalizada, una crisis de valores y referentes. A todo esto añádase que
una parte de la población ve con miedo los rápidos cambios que estamos viviendo
y pide protección y seguridad y, a su manera, la extrema derecha sabe
ofrecérselas.
4. Hay que elaborar una
respuesta poliédrica
No hay pues una sola razón que
explique el avance de los Salvini, los Trump y las Le Pen: sus éxitos –no solo
electorales– se deben a un conjunto de cuestiones que no son excluyentes. Al
contrario, se yuxtaponen. Para vencer, o al menos debilitar, al monstruo tocará
pues resolver esos problemas. No bastará con aumentar los salarios o financiar
más la sanidad y la educación pública. No bastará con intentar volver a atar
los hilos rotos para reconstruir nuestras sociedades. No será suficiente con
avanzar en derechos civiles o con volver a otorgar centralidad a la escuela y
la cultura. Evidentemente, esas son cuestiones cruciales, pero no bastan por sí
solas. Toca afrontar la complejidad del mundo gaseoso en el cual vivimos. Toca
elaborar una respuesta poliédrica. No hay varitas mágicas o soluciones
milagrosas.
5. Hay que actuar en
diferentes niveles
No nos engañemos. Tampoco
basta con actuar en un ámbito, sea este el institucional, el político, el
social, el económico o el cultural. Del pozo o salimos todos juntos o no va a
salir nadie. Hace falta, pues, una estrategia multinivel que aborde diferentes
ámbitos. Deben darse respuestas eficaces al mismo tiempo en distintos niveles.
Hace falta tener conciencia de que cada pieza es fundamental. Nada sobra, nada
es inútil. Todo suma.
No puede haber policías que
participen en el asalto del Capitolio, ni militares que se organicen para
derrocar directa o indirectamente un gobierno
6. La respuesta de las
instituciones y los partidos democráticos
Desde las instituciones se
debe, en primer lugar, evitar la infiltración de la ultraderecha en los
aparatos del Estado, empezando por los más sensibles como las fuerzas de
seguridad. No puede haber policías que participen en el asalto del Capitolio,
ni militares que se organicen para derrocar directa o indirectamente un
gobierno. Asimismo, los partidos democráticos tienen que poner en marcha
cordones sanitarios para impedir el ingreso de la extrema derecha en los
gobiernos y las instituciones: esto afecta sobre todo, pero no solo, a las
formaciones de la derecha conservadora tradicional que, en este asunto,
deberían actuar como Merkel y no como Johnson, Berlusconi o Casado. Además, en
un ámbito estrictamente europeo, las instituciones comunitarias deberían
agilizar los trámites para poder actuar contra un gobierno que no respeta el
Estado de derecho, como es el caso de Hungría y Polonia. No podemos permitir
que en el corazón de la UE haya un régimen autoritario en la práctica, como el
de Orbán. Y por último, se debe promover la investigación de las conductas
antidemocráticas, ilegales o alegales de las formaciones de ultraderecha. Pongo
cuatro ejemplos concretos:
a) Cuando se producen acciones
violentas contra sedes institucionales, opositores políticos, extranjeros, etc.
las autoridades policiales y judiciales deben investigar a fondo las responsabilidades
y actuar consecuentemente. En el caso de partidos o grupos neofascistas y
neonazis –a menudo bien conectados con la ultraderecha parlamentaria– se debe,
si la legislación lo permite, llevarlos ante los tribunales por pertenencia a
organización criminal cuando promueven actividades violentas –como pasó el
pasado octubre con Amanecer Dorado en Grecia– o por reconstitución de partidos
fascistas o nazis –como debería pasar con CasaPound en Italia, si las
instituciones fueran consecuentes con la Constitución de 1948–.
b) Gracias a diferentes
estudios se sabe que la ultraderecha recibe financiación que no siempre respeta
la legislación existente en los diferentes países. En muchos casos la
financiación llega a través de redes opacas vinculadas a lobbies globales,
como las de los integristas cristianos o la de las armas. Hay mucho que
trabajar en este ámbito y, aunque la ingeniería financiera utilizada es
extremadamente compleja, hoy en día nuestras instituciones disponen de
herramientas suficientes para detectar los movimientos de dinero y evitar que
estas formaciones políticas se enriquezcan ilegalmente.
c) Ya lo sabemos, la gran
batalla del siglo XXI será la de los datos. La ultraderecha ha quemado etapas
en la última década en esta cuestión, recogiendo a menudo de forma ilegal o,
como mínimo, de dudosa legalidad los datos de millones de ciudadanos. Piénsese
en el escándalo de Cambridge Analytica o en juegos online como el “Vinci
Salvini”. Aunque hay que avanzar más en la legislación al respecto, desarrollando
por ejemplo unas valientes Cartas de Derechos Digitales, en muchos países –y en
concreto en la UE– disponemos de reglamentos que permiten llevar a cabo
investigaciones en profundidad para evitar que la ultraderecha pueda disponer
ilegalmente de los datos de millones de personas para su propaganda online.
d) A menudo la ultraderecha
promueve directa o indirectamente el hate speech –discurso del
odio– en las redes sociales, llevando a cabo las que se definen como shit
storms –literalmente: tormentas de mierda– mediante trolls y
perfiles automatizados o falsos, como los bots o los sockpuppets.
Las instituciones deberían presionar a las grandes empresas tecnológicas para
que desarrollen y apliquen unos estrictos y creíbles reglamentos al respecto,
bajo la supervisión de los poderes públicos. También tendrían que implementar
una legislación que combata de forma eficaz el hate speech o
la difusión de teorías del complot, como es el caso de Q-Anon.
7. La respuesta de los medios
de comunicación
Los medios de comunicación
tienen una parte nada desdeñable de responsabilidad en el avance de la extrema
derecha, al convertirse consciente o inconscientemente en altavoces de sus
discursos. No es posible convertir en “noticia”, sin ninguna contextualización
o comprobación, las declaraciones de los Salvini o los Trump cuando están
basadas en mentiras. Los medios no pueden regalarles propaganda gratuita. Debe
de haber, en síntesis, una mayor ética periodística y un mayor esfuerzo para
contrastar las informaciones, evitando divulgar bulos y posverdades. Los medios
deben de evitar buscar el clickbait e invertir más en los
departamentos de fact checking, siguiendo el ejemplo de proyectos
independientes como Maldita.es en
España o Valigia Blu y Smask.online en
Italia. En el último bienio ha habido avances en esta cuestión –como la
decisión de cuatro cadenas de televisión de cortar en seco el discurso de Trump
durante la noche electoral cuando este afirmaba que había habido fraude
electoral sin ofrecer pruebas al respecto–, pero hay todavía mucho trabajo por
hacer.
Los medios deben de evitar
buscar el clickbait e invertir más en los departamentos
de fact checking
Además, los medios –inclusive
los de izquierda– deben saber hilar fino, evitando comprar los marcos
existentes: deben saber detectar a la ultraderecha también cuando se esconde
bajo otras etiquetas, por lo general, democráticas. Un ejemplo: en Italia se
habla aún del “centro-derecha” para definir a la coalición que reúne a Salvini,
Meloni y Berlusconi, cuando Forza Italia tiene el 6% y los demás partidos el
40% de la intención de voto, según todos los sondeos. No se pueden comprar
acríticamente conceptos que blanquean a la extrema derecha. Lo mismo vale en
España y Cataluña.
8. La respuesta desde abajo
Si las respuestas de las
instituciones representan una acción desde arriba, es también imprescindible
otra desde abajo. La mayoría de los movimientos sociales –desde los colectivos
antifascistas y los antirracistas a los feministas– llevan tiempo avisando de
la amenaza ultraderechista. En muchos casos, sus acciones han sido cruciales.
Piénsese en la labor desarrollada por la Unitat contra el Fascisme i el Racisme
(UCFR) en Cataluña para frenar el avance de Plataforma per Catalunya o cerrar
el Casal Tramuntana, un centro que formaciones neofascistas y neonazis abrieron
en 2012 en Barcelona. O la labor que el movimiento antifascista llevó a cabo en
Creta, donde consiguió en 2018 expulsar a Amanecer Dorado. En resumen, hay que
seguir impulsando acciones de este tipo y promover la creación de redes desde
abajo para evitar el asentamiento de formaciones ultras en nuestras ciudades y
la captación de jóvenes –y no solo jóvenes–. Hay que salir a las calles y
hablar con la gente, fortaleciendo los lazos comunitarios, sobre todo en los
barrios y las periferias.
Sin embargo, no podemos
esperar que sean solo los activistas los que nos saquen las castañas del fuego.
Debe haber una corresponsabilidad por parte de todos, cada uno con sus
posibilidades y sus capacidades. No podemos mirar para otro lado y luego
quejarnos cuando nuestras democracias se conviertan en cáscaras vacías y el
Estado de derecho en un lejano recuerdo.
9. La respuesta de la
izquierda
También la izquierda tiene sus
responsabilidades en el avance de la extrema derecha. Por un lado, la
socialdemocracia debe librarse de la losa neoliberal, volviendo a hacer
políticas sociales y luchar contra las desigualdades. Por el otro, la izquierda
radical tiene que saber construir un proyecto que a) salga de la irrelevancia y
no busque la pureza autocomplaciente; y b) sepa juntar las diferentes luchas
existentes dándole unidad, sin caer en los estériles debates para iniciados,
incomprensibles para buena parte de la sociedad.
Al mismo tiempo, la izquierda
tiene que evitar a toda costa comprar, aunque sea parcial y tácticamente, el
discurso de la ultraderecha. No ha de creer equivocadamente que la atención
puesta en los últimos años en luchas como la feminista, la de los derechos del
colectivo LGTBI o la de los migrantes haya permitido que Vox o la Liga
penetrasen entre las clases trabajadoras. La izquierda debe, ça va sans
dire, preocuparse por las condiciones materiales del 99%, pero no puede
pensar que la defensa de las condiciones materiales de los que, tiempo ha, se
hubiese llamado proletarios o clase obrera no sea compatible con las otras
luchas. Una cajera es, al mismo tiempo, una obrera y una mujer. Un jornalero
extranjero es, al mismo tiempo, un obrero del campo y un migrante. Las
identidades son múltiples. La propuesta debe ser, por consiguiente, inclusiva.
Lo otro implica el suicidio de la izquierda, no solo electoral, sino también ético
y moral. El llamado rojipardismo supone, ni más ni menos, asfaltar una
autopista para la ultraderecha: la gente prefiere siempre el original a la
copia. La izquierda, en suma, tiene que volver a dar la batalla cultural que,
en las últimas dos décadas, ha ido ganando la extrema derecha. Esto no se hace
en dos días: toca arremangarse y picar piedra durante un largo tiempo. Hay que
crear escuelas políticas, dedicar tiempo y dinero a la formación, debatir y
saber comunicar.
Por último, la izquierda debe
tener la valentía de salir cada vez más de su zona de confort, intentando, por
ejemplo, forjar amplias alianzas para proteger la democracia con partidos y
sectores de la sociedad políticamente lejanos. ¿Alianzas electorales? Cuando
haga falta, también. Fíjense en Hungría donde, después de un decenio con Orbán
en el poder, los demás partidos han conseguido llegar a un acuerdo para
presentar un candidato conjunto a las próximas elecciones. ¿Acuerdos puntuales
antifascistas para, por lo menos, evitar que la extrema derecha entre en las
instituciones? Sin duda. Es un trabajo arduo donde todos deberán ceder, no solo
la izquierda, obviamente. Pero es esta, creo, la que debe dar el primer paso y
ser clarividente en la defensa de un bien superior a cualquier afiliación o
simpatía partidista.
En 1936 los comunistas
abandonaron la suicida teoría del social-fascismo y se sumaron a los frentes
populares en España y Francia, unas alianzas electorales con socialistas e
incluso republicanos tímidamente progresistas. Tres años antes era algo
impensable: lo ocurrido en Alemania –con la trágica división de las izquierdas
y la llegada al poder de Hitler– enseñó que había prioridades para evitar la
instauración de una dictadura totalitaria. ¿Hoy en día sería tan difícil llegar
a acuerdos con los liberales o, incluso, con sectores de la derecha democrática
para evitar que estos cayesen en el abrazo del oso que le tienden los ultras?
Nadie perdería su identidad, ni sus proyectos políticos. Se trataría
sencillamente de unos acuerdos para proteger el Estado de derecho y evitar la
instauración de dictaduras iliberales, es decir, autoritarias. Una democracia
se puede perder muy rápidamente, pero para recuperarla se pueden necesitar años
o, incluso, décadas.
* Steven Forti es profesor asociado en Historia Contemporánea en
la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia
Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
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https://ctxt.es/es/20210101/Firmas/34701/combatir-extrema-derecha-donald-trump-steven-forti.htm
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