¡No le quitéis los libros a los niños pobres!
Cuando ya en el lejano 1899 Joaquín Costa pedía “escuela y despensa” estaba expresando dentro de una lógica aplastante una necesidad básica para cualquier sociedad. Primero comer, pero después aprender, y eso es necesario para todos los miembros de cualquier sociedad, para cualquier ser humano. Las cosas no habían avanzado mucho cuando en 1931, recién llegada la II República, Federico García Lorca pidiera con su dulzura y su genialidad “medio pan y un libro “en el discurso con que inauguró la biblioteca de su pueblo natal Fuente Vaqueros; decía Lorca “Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos de los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. “¡Libros! ¡Libros! he aquí una palabra mágica que equivale a decir ¡amor! ¡amor!”.
Nadie se atreverá a cuestionar estas palabras de García Lorca, y es probable que incluso las defienda, de cara a la galería, como propias especialmente si se trata de autoridades o administraciones educativas. La realidad es bien distinta con sus hechos (leyes, contratos, programas, acuerdos, etc.) estas autoridades en realidad están gritando ¡tablets¡ ¡tablets!, he aquí la palabra mágica que equivale a decir ¡adicción! ¡adicción! o puede que ¡negocio! ¡negocio!. Nos referimos al que hacen fundamentalmente las megaempresas de la industria tecnológica. Nada comparable a las pequeñas empresas del libro con su red de editoriales luchadoras, librerías en píe de guerra, escritore/as, ilustradore/as, traductore/as, tipógrafo/as, y soñadores, claramente soñadoras.
LEER EN PAPEL. Nada menos que la prestigiosa revista Investigación y ciencia ha puesto su atención en el tema de las pantallas, publicando un número especial sobre “cerebro y pantallas” en noviembre de 2020. Parece evidente que aunque no sea esta cuestión que le preocupe a las autoridades educativas, ni a la Unión Europea, ni al Ministerio de Educación, sí le preocupa a la comunidad científica y a cualquier persona sensata en general. En la publicación, que debería ser de lectura obligatoria para los muñidores de leyes educativas, por encima de los informes claramente interesados de las fundaciones de las grandes tecnológicas, Telefónica, Google o Vodafone, se recoge un estudio realizado por tres investigadores de la Universidad de Valencia con el clarificador título de «la lectura digital en desventaja» . Los valientes investigadores no solo aportan su propio estudio, sino que además ofrecen un estado de la cuestión que recoge la posición actual de la ciencia sobre este tema.
Las conclusiones del artículo no pueden ser más demoledoras: “La lectura digital favorece la distracción, lo que interfiere en las capacidades cognitivas necesarias para leer y comprender; entre ellas, la atención, la concentración y la memorización. Esta es la conocida como hipótesis de la superficialidad”. Pero las autoridades educativas, haciendo uso de una espectacular ceguera, falta de información o embelesadas por la posibilidad del negocio nada saben de esto. Ignoran hasta esos informes que por otra parte declaran amar tanto y que tanto publicitan y utilizan para adecuar sus políticas a las de la OCDE; el PISA, por ejemplo, donde directamente se afirma –como en el de 2015– que cuanto más se utilizan los ordenadores peor es el aprendizaje. En el mejor de los casos, solo un uso moderado parece favorecer la adquisición de conocimientos y el desarrollo de competencias (y eso que lo de las competencias pedagógicamente es discutible). Un uso moderado no tiene nada que ver con lo que estamos viendo llegar a las aulas, especialmente tras la expansión covid 19. La realidad es que la evaluación actual, tan discutible en este punto como en todos los demás, revela que los objetivos no se cumplen y que el desarrollo académico no mejora con las llamadas TIC, más bien lo retrasa, a pesar de que quienes participan en las mismas pueden considerarse ya nativos digitales.
Estos nativos digitales, como recoge el citado artículo, no demuestran una mayor capacidad frente a los medios, pueden con más experiencia usarlas en situaciones más variadas, pero no mejora su capacidad para comprender textos en pantalla; esta es la hipótesis de la superficialidad, podrán realizar quizás dos tareas a la vez, pero sin estar concentrado/as en ninguna, la capacidad de concentración se queda por el camino y con ella la posibilidad de memorizar. Los nativos digitales son menos capaces de evitar las distracciones y por lo tanto más incapaces de leer con continuidad y comprensión. Esta puede ser la causa de que la comprensión lectora disminuya cuando esta se realiza en una tablet o un libro electrónico, no digamos ya en un teléfono; tampoco ayuda el desplazamiento vertical del texto propio del formato digital.
Todas las investigaciones de eminentes neurocientíficos y neuropsiquiatras como Manfred Spitzer o Michel Desmurget, que alertan sobre este peligro, van publicándose y simultáneamente cayendo en saco roto.
Puede ser entonces que, como señalan los autores de otro gran meta-estudio publicado en 2018 sobre el tema, la adopción constante de dispositivos electrónicos sea una de esas innovaciones educativas que se adoptan y extienden sin comprobar su eficacia. Los nuevos lectores digitales no están siendo capaces de desarrollar las habilidades que requiere la lectura en soportes digitales, pero también se encuentran excluidos, por su falta de concentración, de la lectura tradicional para la que no lo olvidemos se necesita educación y práctica. No solamente no estamos educando, es que tampoco se cumple el objetivo de formar ciudadano/as capaces de acceder a la información. El objetivo que sí se cumple es engordar el negocio digital a la par que la ignorancia.
Pero leer es mucho más que obtener información, la lectura forma parte del desarrollo de la vida y la personalidad, leer es un ejercicio tan vital como un baño en el mar, igualmente saludable y es algo también profundamente físico. La ciencia ha venido a avalar este conocimiento que todo lector tiene, la relación entre el lector y el texto es también una interacción física; como ha investigado Anne Mangen, de la Universidad de Stavanger, establecemos una relación sensorial con el soporte en el que leemos y en este sentido las sensaciones con el libro son completamente diferentes, con el libro de papel nos acercamos a una experiencia multisensorial que según esta autora “aumenta la inmersión cognitiva , afectiva y emocional con el contenido”. En estos tiempos de tanta promoción emocional, no estaría de más que se reparase algo en este punto. Cuando leemos en papel creamos un mapa físico del contenido que favorece la comprensión y la memoria. También un mapa sentimental que nos ayuda cuando estamos perdidos/as incluso a volver a nosotros/as mismo/as
Dediquemos un minuto a pensar que catástrofe es entonces que se esté sustituyendo, desde las primeras etapas educativas, el cuento, el libro ilustrado, que ofrece un mundo de color, de formas y que fomenta todas las imaginaciones, los más variados aprendizajes, los sentimientos y los sentidos, por un dispositivo digital. Un aparato en el que los niño/as no desarrollarán imaginación, ni memoria, ni capacidad para concentrarse en una tarea, que no podrán abrazar, y del que por supuesto no les quedará nada cuando crezcan porque su esqueletillo electrónico habrá muerto en el basurero de cualquier país remoto en muy poco tiempo.
MUCHO MÁS HONDA QUE LA BRECHA DIGITAL
Si tecleamos brecha digital en cualquier buscador, arroja una cifra por encima de los veinte millones de resultados; no hay en cambio ni un solo artículo accesible sobre la “Brecha bibliográfica”, y sin embargo es de proporciones colosales y probablemente más dañina que la brecha digital.
Se ha escrito tanto sobre la brecha digital, que no es preciso decir nada más para explicar en qué consiste; otra cosa es la discusión sobre sus implicaciones. Parece en cambio que nadie se quiere ocupar de la mucho más alarmante brecha bibliográfica, es decir, la diferencia que existe entre los niños/as que viven en hogares con muchos libros y cuentos y los que viven en hogares donde hay muy pocos o ningún libro. Cuando se produjo el confinamiento Covid, en muchos hogares no había más que uno o dos dispositivos móviles a los que recurrir; no sabemos en cuántos no había ni un solo libro que leer. Miles de niño/as se vieron confinados en su casa sin un cuento, adolescentes, sin una novela, nada que mirar, nada que leer, nada pues que vivir. Nadie se preocupó de eso, no entraba en sus planes. No podían pensar en los libros como una necesidad básica y no pensaron. Estaban fuera de sus vidas
Incomprensiblemente, todas las administraciones educativas tan preocupadas por los anteriormente citados y omnipresentes informes PISA se olvidaron de que en el cuestionario de contexto que lo acompaña (y cuya golosa información es propiedad de la OCDE) siempre se pregunta a las familias por el número aproximado de libros que hay en su casa; oportunamente no se dieron por enterados de que este informe elaborado por la organización económica OCDE reconoce en el correspondiente a 2018 para España que hay una diferencia de 117 puntos de distancia entre los niños que viven en hogares con más de 500 libros y los niños que viven en casas con menos de diez volúmenes, reconociendo ellos mismos que «En PISA consideramos que 40 puntos equivalen a un año académico, de modo que esos 117 puntos de distancia son casi tres años de diferencia». Esto es lo que declaran los todopoderosos hombres del maletín del PISA que tanto dirigen nuestra educación y que tanto se citan en nuestros textos incluidos los legales cuando eufemísticamente se habla de evaluaciones internacionales.
¿Y por qué no hay libros en muchas casas? Porque los libros, especialmente los libros para niños y jóvenes con sus preciosas ilustraciones, son muy caros para algunas familias. Su precio medio en nuestro país está entre los 15 y los 20 euros, que viene a ser el presupuesto de un día entero con comida, luz, gas etc. en una de tantas familias con una renta mensual de 600 o 900 euros. Mucho dinero para algunas familias a las que además se ha convencido (haciendo para ello una importante inversión que se espera recuperar en facturas de teléfono, compra de terminales etc.) de que el hecho de que sus hijos/as acceden a los dispositivos electrónicos les proporcionará un empleo en el futuro. Los libros en cambio son promocionados como una mera distracción cada vez más de tiempos pasados. Están relativamente a salvo las familias donde hay padres y madres lectoras que coinciden mayoritariamente con un mejor poder adquisitivo y mayor nivel de estudios.
Nadie se planteó durante el confinamiento repartir entre el alumnado un buen cargamento de libros de todas clases, que seguramente muchas editoriales habrían servido en condiciones muy asequibles, faltó la voluntad de las administraciones que ni se lo plantearon entonces ni durante este extraño curso escolar. No resulta extraño, no creen que los jóvenes puedan aprender algo en los libros, salvo los de texto, suponemos. Pese a vender a todas horas que la escuela tiene que ser divertida, ni remotamente se les ocurre pensar que pueda haber alegría, diversión y felicidad en los libros. No pensaron en el consuelo, modesto pero eficaz, que los libros podrían haber dado a tantos niños sin parques, sin ver a sus conocidos, con padres trabajando a todas horas. No se les ocurrió, ni se les ocurre, porque ellos no leen, y así nos va.
CERREMOS LAS BIBLIOTECAS ESCOLARES, COMPARTAMOS ORDENADORES. EL PLÁSTICO NO CONTAGIA
Ya que no tienen intención de subvencionar los libros, ni rebajar su IVA, ni promocionar su valor para el conocimiento y para la vida, podrían cuidar las bibliotecas escolares, que son el único contacto que muchos niños tienen para acceder a los libros.
El sueño de la biblioteca escolar es un sueño antiguo, empeñó en ella su alma y su esfuerzo la segunda república, y hasta la salvaje llamada de la pantalla se mantenían en un funcionamiento mal dotado pero salvado por la voluntad de tantos y tantas profesore/as y su empeño de animar a la lectura y de poner cuentos y libros en las casas a las que no llegan desde otro medio. Bien podría haberse aprovechado esta circunstancia para mejorarlas.
Teniendo en cuenta todo esto y la falta de evidencias científicas sobre el COVID 19 y su capacidad para contagiarse mediante el tacto y diversos soportes, la posibilidad de poner los libros en una modesta cuarentena, no se comprende la actuación de las autoridades educativas de la mayor parte de las comunidades, que olvidando todas las certezas han apostado por mantener las bibliotecas escolares cerradas; mientras el propio ministerio en colaboración con las comunidades autónomas distribuía fondos y fondos de manera generosa para llenar institutos y colegios de pantallas en todas sus variedades, dejaba sin presupuesto las bibliotecas escolares a la merced de lo que sobre en los centros tras la compra de gel , mascarillas, etc. En una pandemia que ha lanzado a la lectura en papel a una buena parte de la población (con recursos para acceder a la compra de libros) se privaba a los niños más pobres del acceso a los libros de su biblioteca más cercana, en la mayor parte de los casos la única a la que tienen acceso por muchos motivos. La excusa ha sido evitar el contagio, pero todos los estudios al respecto han demostrado que los libros son mucho más capaces que nosotros de superar la cuarentena, que raramente el virus podría sobrevivir el papel más de 72 horas, aún así las bibliotecas en su inmensa mayoría permanecen cerradas, las aulas con ordenadores y tablets abiertas, pero son seguras, el plástico no contagia, está claro.
YA NO HACE FALTA QUEMAR LIBROS
Mucho más moderno y eficiente que quemar libros, prohibirlos, o cualquier otra forma posible de destrucción es hacerlos desaparecer bajo una pantalla inmensa, o bajo la indiferencia de las cosas pertenecientes a un pasado oscuro y aburrido. Ir liquidando librerías para que nos queden siempre lejos, procurar que nadie lea , especialmente no vaya a ser que los pobres se cansen del hecho de serlo o de que se den cuenta de que lo son; en el mejor de los casos si alguien los lee al menos que no los entienda y si alguien se obstina en leer y además llega a entender lo que lee, en ese caso será mucho mejor que lea lo que las grandes editoriales que comparten el negocio de le edición con el de las tic publiquen; novelas intrascendentes, de poco pensar y mucho asesinar, mientras más triviales y violentas mejor; si puede ser de falsificaciones de la historia, o con mensajes que conviene difundir también, mejor si es posible de ambas cosas .
La venta de un futuro improbable y la extenuación de la promoción de los dispositivos digitales, condena a la desaparición a miles de librerías y con ellas a un espacio social de conocimiento y convivencia única, obliga a una lucha desmedida a las pequeñas editoriales que son las que con frecuencia nos mantienen vivos y pensantes, a veces hasta felices; esas donde se empeñan tantos/as emprendedore/as que no cuentan como tales, aunque con frecuencia son una de las mejores caras que le enseñamos al mundo. El libro necesita ayuda para llegar a su destino, si quienes tienen el poder le cierran el camino, si no abren para él sendas posibles, entonces, alcanzaran el sueño de un mundo ignorante y violento; además sin libros condenaran a todos los niño/as, pero sobre todo a miles de niños sin recursos que son los que más lo necesitan, porque necesitan mucho más amor, a la soledad de vivir sin las palabras, a esa tristeza enorme, a la certeza de un futuro más gris y frío, a no alcanzar nunca un trozo de felicidad.
Por eso no nos queda sino pedir: ¡No le quitéis los libros a los niño/as pobres! Sin libros todo/as somos pobres.