El 25 de Marzo de
1936 es una fecha fundamental en la historia de Extremadura que, hasta hace
poco tiempo, permanecía en el olvido. La gran ocupación de fincas que se
produjo ese día es el punto más alto de la Reforma Agraria durante la II
República.
25 de Marzo, orgullo bellotero
El Viejo Topo
10 abril, 2024
Bellotero, yuntero, Reforma Agraria.
Palabras sin las que no se puede entender la historia de Extremadura. Palabras
que deberían enseñarse o recordarse en las escuelas, porque quienes pierden sus
orígenes pierden su identidad y quienes olvidan de dónde vienen acaban
atrapados en el imaginario de los poderosos.
Durante más de un siglo la palabra
bellotero no era, como ocurre hoy, una alusión ya sea amistosa o burlesca a la
condición de extremeño. No se refería al paisaje de encinas ni a la riqueza
porcina de Extremadura. Y mucho menos a ese cuentecillo ternurista que
identifica los calificativos de bellotero y mangurrino con pacense y cacereño,
relacionando la disposición geográfica de las dos provincias con las partes de
la bellota, abajo la del fruto en sí y arriba la del cascabullo que la une a la
rama del árbol. Los belloteros eran los valientes jornaleros que entraban en
los latifundios a por bellotas, a por leña o a por aceitunas, desafiando las
escopetas de los guardas y el peligro de la denuncia o la paliza de la Guardia
Civil. Fueron, en expresión de Víctor Chamorro, “los primeros revolucionarios
que se enfrentaron al poder terrible de los caciques”, los que afirmaban con su
arrojo que el derecho de existencia de ellos y sus familias se anteponía al
sacrosanto derecho a la propiedad.
“Con traje de pana y mi boina
puesta/soy el mas bonico que llega a la fiesta./ Y bailo con Juana y bailo con
Pepa,/Y me desbelloto en las discotecas”. Esta es una de las estrofas de
Bellotero Pop, una canción de 1974 con la que Fernando Esteso alcanzaría una
gran popularidad. Ataviado con boina, garrota y abarcas, y acompañando la
grotesca letra con berridos y regüeldos varios, Esteso interpretaba así el
estereotipo del paleto a la vez tarugo y salido. El franquismo sociológico con
su lastre de represión sexual y el afán de desclasamiento producían este tipo
de estragos artísticos. La canción contribuiría a consolidar un significado de la
palabra bellotero que la asociaba con el de bruto, ignorante o zoquete. No es
extraño que por aquellas fechas el término suscitara el rechazo de la gente
menos acomodaticia de Extremadura. En abril de 1976, en una entrevista
publicada por el diario Hoy, José Carlos Duque preguntaba al pintor Antonio
Vaquero Poblador si no iba siendo hora de que Extremadura fuese contestataria,
“incluso en aquellos acontecimientos tan simples como un teatro cuando se les
llama belloteros delante de sus mismas narices”. El periodista se refería sin
duda a las recientes actuaciones de Fernando Esteso en Badajoz, Mérida y
Plasencia. Esto es lo que contestaba el pintor: “Me parece una utopía hablar de
Extremadura contestataria. Si la gente va a aplaudir que les llamen bellotero,
se rompe el arpa (como diría Pacheco). Si en esta tierra todavía hay personas
que dicen “Mi amo…” el alba está lejana”.
A Víctor Chamorro se le llevaban los
demonios con la malversación que había sufrido la palabra bellotero y la
estúpida pugna entre pacenses y cacereños. “Fíjate con qué trivialidad esta
lucha del hombre hambriento, que le roba al cerdo lo que el cerdo ha
despreciado, pasa de generación en generación. A nosotros los de Cáceres nos
llaman mangurrinos, los cerdos chicos, y nosotros a los de Badajoz les llamamos
belloteros. En lugar de decir, “Vamos a llamar bellotero al extremeño o
extremeña que más destaque por algo que haya hecho bueno”. No, yo he ido por
los Hogares y Casas de Extremadura, y el de Badajoz le decía al de Cáceres, “Eh
mangurrino, con condescendencia amical ¡Cómo se escribe la historia!”
Los belloteros, mártires anónimos de Extremadura
El martirologio bellotero. Víctor Chamorro acuñaría esta expresión para
referirse a la historia de coraje y sacrificio que, durante más de un siglo,
protagonizarán decenas de miles de hombres y mujeres de Extremadura. El relato
comienza a mediados del siglo XIX, con el violento reajuste del sistema de
propiedad que supondrán las desamortizaciones. La de Madoz, en 1855,
privatizará más de un millón de hectáreas en Extremadura y tendrá unos efectos
devastadores para los campesinos sin tierra. La desamortización saca a subasta
“el último asidero de la pobreza: el bosque comunal, el ejido, que era la
fuente de subsistencia de los que no tenían nada”. El latifundio, el
pecado original de Extremadura, se extiende y los más pobres son condenados a
elegir entre la emigración y la intemperie. El bracero, señala Chamorro,
“perdió la última oportunidad no ya de poseer un pedacito de tierra sino de caza,
leña, pastos, espigueo, pastoreo sobre rastrojos y carboneo en ejidos y montes
comunales”. El regeneracionista Joaquín Costa lo describió de forma metafórica:
“Estos bienes eran el pan de los pobres, sus minas de oro, sus fondos de
reserva”.
Los terratenientes cercan sus nuevas
propiedades y establecen que “todo lo que se mueva dentro del fundo tiene
carácter cinegético”. Empiezan así a producirse las primeras víctimas, cuyo
delito consiste en intentar llevar a los hijos un poco de pan. Y al tiempo
surgen la primeras respuestas, los embriones de un gran movimiento popular. En
el sexenio revolucionario, entre 1868 y 1874, Extremadura vivirá un periodo de
intensa agitación campesina, en el que se producirán importantes luchas por
recuperar los bienes comunales y las primeras ocupaciones de tierra. Fernando
Sánchez Marroyo lo relata de forma pormenorizada.“A fines de 1868 un buen
número de vecinos de Salvatierra de los Barros invaden tumultuariamente la
Dehesa del Portero y, tras haberse apoderado de la bellota, talan las encinas”.
Dos años más tarde, en Salvaleón, los jornaleros invaden colectivamente los
latifundios y se apropian de la bellota. En Higuera la Real son más de 300 los
que asaltan las fincas. Y en 1871 serán los campesinos sin tierra de Llera,
armados de hachas, los que invadan las dehesas del término de Hornachos.
Los campesinos han visto cómo se les
robaban las tierras comunales, sobre las que tenían derechos de aprovechamiento
históricos cuando no ancestrales y no estaban dispuestos a aceptarlo. Es un
proceso que se da en toda Europa, pero de forma mucho más intensa en las zonas
de latifundio. Desposeer a los campesinos, privarles del acceso a los bienes
comunes es una palanca indispensable para la acumulación originaria y el
despliegue del capitalismo.
El movimiento va ampliando sus
repertorios de lucha, desde el incendio selectivo al derrumbamiento de cercas,
la caza furtiva o el motín de consumo. Pero entre todos hay un recurso que
aparecerá en los momentos de más potencia organizativa: la recolección o el
rebusco colectivo de la bellota. En Alconchel, en 1896, un grupo de 60 hombres
marcha a la dehesa para exigir una peseta o una cantidad equivalente en
bellotas. Al año siguiente, serán procesadas por hurto 91 personas en Villalba
de los Barros. Quien cuenta todo esto es ahora el historiador alemán Martín
Baumeister, el autor de uno de los mejores libros que se han escrito sobre la
historia de Extremadura, Campesinos sin tierra. Solo en Badajoz, durante el
otoño de 1903 y el invierno de 1904 se producirán alrededor de 340 detenciones
por hurtos en las fincas y hurtos de leña, de los que el 75% son hurtos de
bellotas. “Las amplias y solitarias dehesas se convirtieron en escenario de una
enconada lucha cuerpo a cuerpo entre ladrones y guardas”, escribe Baumeister,
que cita el crimen de un bellotero en el invierno de 1895 en Badajoz, muerto
por el disparo a bocajarro del guarda de una finca.
No, no son simples delitos, como se
empeñan en presentarlos los terratenientes y los políticos de la Restauración.
Son la contestación de la criatura oprimida, la resistencia a la privatización
de la tierra y a la proletarización del trabajo. Son las rebeldías primitivas
de una comunidad que se resiste a aceptar las nuevas relaciones de propiedad.
En las primeras décadas del siglo XX
el movimiento campesino se fortalece, combinando viejas y nuevas formas de
lucha. Las sociedades de resistencia dan paso a los sindicatos y, de forma
creciente, el motín pierde peso en beneficio de la huelga. Pero la acción
individual y colectiva en la dehesa, la lucha directa por los frutos, no cesa
en ningún momento. En 1909 es en Nogales, donde los parados deciden comenzar a
recoger bellotas abiertamente para asegurarse la alimentación de sus hijos.
Tres años más tarde en Fregenal de la Sierra se producen graves desórdenes,
ahora es una campesina la asesinada a manos de los guardas y serán 19 los
procesados. El 29 de noviembre de 1914, en la finca Guadámez, otro bellotero de
Zalamea de la Serena pierde la vida por los disparos de la Benemérita.
En noviembre de 1916, será
Alburquerque la localidad donde se produzca un nuevo crimen: “la primera semana
de la temporada se produce una fuerte confrontación entre la Guardia Civil y
algunos obreros agrícolas que pretenden que la cosecha de bellotas en La
Acotada sea un derecho comunal”. Los derechos de vuelo de todas las fincas
incluidas en los Baldíos de Alburquerque, de la que forman parte 34.000
hectáreas, son comunales desde 1430, fecha en la que el infante don Enrique de
Aragón entregara las tierras al pueblo y se estableciera la recogida comunal de
la bellota. El segundo día en el que los campesinos vareaban y recogían la
bellota se presentaron en la dehesa sesenta guardias civiles de Badajoz para
impedir que continuaran con la recolección y dispararon sobre la multitud
matando al jornalero Felipe Bautista Maya.
Villafranca de los Barros, en 1917,
con 169 denuncias por parte de los guardas contra 824 rebusqueros y Malpartida
de la Serena, localidad en la que 250 vecinos asaltaron la dehesa propiedad de
la condesa y comenzaron la recolección, serán otros dos exponentes de la
constante organización y pugna de los campesinos. No, no son delitos ni
espasmódicas “rebeliones del estómago”. Es la expresión de una conciencia de
clase creciente y de un pueblo que defiende la economía moral comunitaria
frente al “molino satánico” del capitalismo.
La Segunda República, el principio esperanza
Romance a los
campesinos de Zorita, Rafael Alberti, 1933
La II República nace con la promesa
de la Reforma Agraria. Parece que el veterano sueño al fin ha tomado forma. La
Reforma Agraria es la utopía concreta de regiones latifundistas como Andalucía
y Extremadura, la gran esperanza, pero una esperanza que no permite dilaciones.
El gobierno republicano aprueba una serie de normativas para paliar la
situación de la población jornalera y en septiembre de 1932 promulga la Ley de
Reforma Agraria. Pero, a pesar de la tibieza de las medidas, los grandes
propietarios la boicotean sistemáticamente. Pasan los meses y el compromiso se
va desvaneciendo, entre el legalismo del gobierno y las zancadillas de la
patronal y la derecha.
Pronto los campesinos comprenderán
que la Reforma Agraria sólo se abrirá camino con organización y con lucha. El
pulso trágico no cesará ni un solo día. Víctor Chamorro resumió la pugna y la
epopeya campesina durante la II República en “tres fechas consanguíneas”: la
huelga general de junio de 1934, la ocupación masiva de fincas el 25 de marzo
de 1936 y la matanza de Badajoz en agosto de ese mismo año. Pero esos tres
momentos fundamentales –la derrota, el triunfo y la venganza–, se levantarán
sobre un tapiz molecular de combates, pueblo a pueblo.
La batalla en las dehesas y en los
montes, por la bellota y por la leña, se acompasará a las urgencias del hambre
y a la pugna general por la Reforma Agraria. El golpe militar de julio de 1936
abortará la aprobación de la ley de rescate y devolución de los bienes
comunales a los municipios, una norma que habría resuelto definitivamente el
litigio bellotero. En el período republicano se producirán hurtos y
recolecciones colectivas en un gran número de pueblos. Y en algunos de ellos,
como detalla Hortensia Méndez, irán acompañados de graves confrontaciones con la
Guardia Civil. En Barcarrota, en 1931, “un grupo de vecinos se enfrentó a la
Benemérita mientras esta conducía a prisión a tres detenidos por robar
bellotas”; en el enfrentamiento resultaron heridas seis personas. En Granja de
Torrehermosa y Talarrubias la Guardia Civil dispara contra los campesinos
dejando algunos heridos y en Valverde de Leganés golpean a culatazos a dos
obreros cuando se limitaban a recoger bellotas para mitigar el hambre.
Con todo, los hechos más graves
sucederán en Campillo de Llerena, Jerez de los Caballeros y Zorita,
localidades donde la intervención de la guardería rural y la Guardia Civil
causará víctimas mortales. Cabe reseñar por su trascendencia los sucesos
ocurridos el 7 de noviembre de 1932 en Navalvillar de Pela. El telegrama
enviado por el Gobernador Civil de la provincia al Ministro de Gobernación
revela la densidad organizativa y política del movimiento campesino, la
fortaleza de la comunidad que ha construido:
“Ampliando información contenida
mi telegrama 123, participo V.E. que mañana siete actual un grupo de
cuatrocientos o quinientos obreros de la Casa Pueblo Navalvillar de Pela
irrumpió en la dehesa Campillo, dedicándose hurtar bellotas; y al ser vistos
por tres Guardias Civiles que practicaban servicio correrías, le requirieron
abandonar frutos y su entrega a lo que se negaron llegando seguidamente dos
guardas jurados dicha finca que se unieron Guardias Civiles. Inmediatamente los
obreros rodearon fuerzas citadas y hablando la coparon arrojándose sobre ella
hasta desarmarla, cachearla y despojarla municiones, credenciales. Acto seguido
se presentó arrendatario dehesa a caballo y un obrero disparó contra aquel dos
veces un fusil de los arrebatados a Guardias, sin que conste hiciera blanco,
pues salió huyendo a galope”.
El telegrama continúa relatando cómo
los obreros se dirigieron al pueblo y entregaron en el Ayuntamiento tanto a los
guardias desarmados como las armas y municiones que portaban. Esa misma mañana
llegaría al pueblo un capitán de la Guardia Civil con fuerzas de Villanueva de
la Serena, procediendo a detener a 17 campesinos en medio de una gran tensión.
El telegrama terminaba de este modo:
“Hasta ahora
sin lamentables consecuencias, ánimos muy excitados, obreros estado levantisco
por detenciones practicadas, solo ceden ante volumen fuerzas, pero puede
ocurrir hechos luctuosos en momento traslado detenidos a cárcel partido
judicial Puebla Alcocer, a disposición Juez Instrucción, si bien ordeno, para
evitarlos, se haga aquel discretamente en momento oportuno y con gran cantidad
de fuerza. Le saludo”
La posguerra, la pedagogía del hambre
Y tras la guerra, el hambre,
losañoshambre, como escribirá Manuel Pacheco. “Se terminó la guerra,/ vino el
Ayuntamiento que daba seis pesetas por derruir murallas./ Las manos me dolían
con el pico y la pala,/Agosto era una brasa, /y vino el añohambre /y tuve que
comer como las cabras”. Stanley Payne cifrará en 200.000 muertos los fallecidos
por desnutrición o enfermedades derivadas de ello en los cinco años siguientes
a la guerra. Tiempo de hambruna: la versión más brutal de la palabra hambre se
acaba imponiendo, como señala el historiador Miguel Ángel del Arco. La
dictadura justificará el hambre con tres argumentos: primero, las consecuencias
de la guerra, después la pertinaz sequía y por último la autarquía, el aislamiento
internacional. En esa situación las clases populares “multiplican las
estrategias de adaptación frente al hambre”, explica el historiador David
Conde.“Robar o estraperlar para comer, no es delito”, es la convención no
escrita entre los humildes. “Una suerte de expiación cultural de la culpa
determinó que este tipo de prácticas estuvieran implícitamente toleradas o
reprimidas con escasa severidad”.
“El hambre de posguerra fue un
fenómeno político”, sostiene Conde. “Aquella hambre fue una forma más de represión
y control social a través de la que el régimen pretendió controlar y esquilmar
a las capas menos privilegiadas y, probablemente, menos afectas con su
política”. La rescisión y desahucio de los yunteros en las dos décadas
posteriores a la guerra, la prohibición fáctica del rebusco o las dificultades
establecidas para la práctica del respigueo abundan en la tesis defendida por
David Conde. Los historiadores Sergio Riesco y Francisco Jiménez, por su parte,
ahondarán en esa misma línea: “La justicia de Franco dejó a
cientos de miles de familias sin sustento como represalia por su pasado
republicano”. La prioridad, señalan era “la de restaurar el viejo orden agrario
antes que paliar los efectos del hambre en el contexto de la carestía
autárquica”.
Para llevar adelante esa política,
para extirpar definitivamente el gen de la rebeldía y asentar con solidez la
dominación de clase, el régimen pondrá en pie un formidable aparato
burocrático-represivo. Guardia Civil, guardas rurales y guardas de bellota de
los que dispondrán en las fincas grandes. El latifundio contará nada menos que
con tres líneas de defensa. “En el caso de la Guardería Rural, tanto
los guardas mayores o jefes de guarda, como los guardas de categoría inferior,
deberían cumplir entre otros los siguientes requisitos políticos: ser militante
de Falange de las JONS, carecer de antecedentes penales, haber sido informado
favorablemnte por la Guardia Civil, además de saber leer y escribir (…) Este
grado de fidelidad a los principios del Movimiento se exige todavía en 1955 a
los guardas rurales”. José Antonio Pérez Rubio, en su excelente
libro Yunteros, braceros y colonos analiza con minuciosidad el
edificio económico y represivo que se está alzando. El número de guardas a pie
o a caballo en Extremadura rondará durante toda la década de los años cincuenta
el número de 1000 (unos 670 en Badajoz y 330 en Cáceres, como media).
Pero el contumaz campesino sin
tierra, el bellotero incansable, desafía una y otra vez el feroz dispositivo. Sólo
en el año 1952 el número de denuncias presentadas por los guardas rurales en
Extremadura ascenderá a casi 35.000. Y todavía en 1963 el volumen de denuncias
es escalofriante: 13849, una cantidad mucho más elevada que en otras regiones.
La interpretación de los datos, según Pérez Rubio, no deja lugar a dudas: “en
Extremadura están mejor organizados los aparatos burocrático-represivos, es
donde se reprime con mayor fuerza los delitos en el entorno agrario y la región
con mayor “conflictividad soterrada”. Sánchez Marroyo es también concluyente
sobre las dimensiones del conflicto bellotero: “Se puede asegurar que a lo
largo de la Historia Contemporánea, el comportamiento delictivo más frecuente
en Extremadura, el que motivó la incoacción de mayor número de causas, fue el
hurto de bellotas, de forma individual, aunque generalizada, en situaciones
estables, y colectiva: en los momentos de quiebra social o institucional”.
La sincronía entre el poder político
y los latifundistas es especialmente significativa en las montaneras, entre
noviembre y febrero, coincidiendo con el período de maduración de la bellota.
La vigilancia en las dehesas se incrementará de modo ostensible. Destacamentos
de guardias civiles se instalan en las grandes fincas a requerimiento de sus
propietarios, que se comprometen a pagar “un plus correspondiente al
mantenimiento y alojamiento de esta tropa en los cortijos de las dehesas”. Sólo
en Cáceres, en 1951, 118 guardias civiles serán destinados a este fin. El
antropólogo Rufino Acosta, completa esa información, referida en este caso al
otro extremo de la región, a la comarca de Tentudía. “Además de los guardas de
bellota, encargados en exclusiva de intentar impedir el corriqueo,
en algunos de los grandes latifundios estaban destacadas parejas de la Guardia
Civil durante parte de la época de la bellota. En algunos de estos aún sigue
conociéndose por el cuarto de los civiles la habitación donde
paraban los guardas”. Corriqueros es el nombre específico con el que se
denominará a los belloteros en
Sánchez Marroyo expurgará a
conciencia las sentencias ejecutadas en la Audiencia Provincial de Cáceres
durante el periodo objeto de nuestro análisis. Las conclusiones son
demoledoras: los delitos contra la propiedad supusieron en la década de los
cuarenta el 46% de los juzgados en total, llegando inclusive a un escandaloso
70% en el año 1942. Esto viene a demostrar “el paso ante los tribunales de
justicia de miles de personas cuyo único delito -tipificado habitualmente como
“hurto de campo”- había consistido en la mera sustracción de alimentos de
primera necesidad”.
No pan arrodillado. Los belloteros, un testigo de dignidad
Pan, Luis Álvarez Lencero
La figura del bellotero se mantendrá
hasta los años sesenta, Y ello a pesar de que, como señalaba Sánchez Marroyo,
“el simbolismo subversivo que había tenido el bellotero resultaba especialmente
proscrito en el nuevo orden”. En España, escribía Ehrenburg, “el pobre rebosa
dignidad. Tiene hambre, pero es orgulloso. El fue quien obligó al burgués
español a respetar sus andrajos”. Víctor Chamorro retrató también ese elemental
grandeza de los humildes: “el extremeño se quita la gorra, pero no agacha la
cabeza”.
Los años cuarenta, cincuenta e
incluso sesenta del siglo XX dejarán otro reguero de damnificados. Es el libro
negro e inédito del latifundio. “Aunque en los años cincuenta hubiese
descendido en intensidad respecto a la mucho más difícil década anterior, el
robo de bellotas era una práctica muy generalizada entre los jornaleros cuando
había necesidad, que solía ser cada tercer día y el de en medio: “Aquí íbamos
casi todos. Menos los curas…” , asegura burlón Rufino Acosta y con él un
campesino anónimo de la comarca.
Los datos que aporta Pérez Rubio,
relativos solo a un año, 1955, y a nueve pueblos de la provincia de Cáceres
pueden servirnos sin embargo para acercarnos al perfil de los denunciados y
detenidos por el hurto de bellotas. El número de atestados de la Guardia Civil
ascendió en este caso a 181 personas. La mayor parte de las cuadrillas
detenidas están compuestas de tres miembros o menos, pequeños grupos de de
ayuda mutua que comparten las tareas de recogida, transporte y
vigilancia. Dos datos importantes y reveladores: uno de cada cinco detenidos es
menor de 15 años y el 28 por ciento son mujeres. El volumen de bellotas
incautado a los jornaleros será ridículo: no pasará del quintal nunca y en la
mayoría de los casos apenas alcanzará la cuartilla, o sea poco más de 10 kilos.
Logrosán, 18 de septiembre de 1949.
“En virtud de lo acordado por el señor Juez Comarcal de la localidad, en el
juicio de faltas que por denuncia de la Guardia Civil se tramita sobre hurto de
bellotas, el 31 de octubre de 1947, en la finca Moheda, se cita a los
inculpados Juan Fernández Cerezo, de 32 años de edad, casado, y a un hijo del
mismo, llamado José Fernández, de 11 años, que manifestaron ser vecinos de
Zorita”
Cáceres, 14 de marzo de 1950. El
secretario del juzgado municipal, Ángel Álvarez Guerrera da fe de la sentencia
contra la denunciada “Juana Bejarano Cordero, la que dijo ser de 26 años,
casada, natural y vecina de Arroyo de la Luz, cuyas demás circunstancias se
desconocen, como igualmente su paradero, por hurto de bellotas”
Son sólo dos espigas de la inmensa
gavilla de la represión a los belloteros y a las belloteras. Una gavilla
repleta de irredentas también, que guardaban las bellotas en los mandiles o
aprovechaban la fiesta del Corpus, la fiesta de la Guardia Civil, para recoger
el fruto tan necesario.
Es el cántico de las belloteritas de
Salorino, que ha recogido David Hernández Jiménez. Como en tantas otras zonas
de Extremadura, muchas de ellas son cogeoras de día, al servicio del amo, y
belloteras de noche, leales a sus familias.
Los campos de Extremadura, como los
de Andalucía están llenos de sangre jornalera. Fernando Resmella Vizcaíno,
jornalero de Alburquerque, acribillado por un guarda de campo nada menos que en
1955, cuando iba a rebuscar aceitunas para darle de comer a sus hijos. Juan
Belecuco, jornalero de Quintana de la Serena, asesinado por un guarda, por el
grave delito de entrar a coger una sandía a la finca. Campanario, Villalba de
los Barros, Fuente del Maestre, son muchos los pueblos en los que se
mantiene el recuerdo de palizas y represalias contra los belloteros.
Francisco Moreno Romero. De 22 años de edad. Matado el día 5 de enero de 1947. Por la Guardia Civil, por un haz de leña, en el Ejido de San Juan. En recuerdo de su prima Rosenda Gahete León.
Estas son las palabras que acompañan la lápida del cementerio de Granja de
Torrehermosa, en la provincia de Badajoz. A Francisco Moreno le mataron por la
noche, cuando volvía con una carga de leña para que su familia pudiera
defenderse del frío. Así lo recordaba Juan, un familiar de Francisco Moreno.
“Le mataron cuando casi llegaba a su casa, en la calleja de San Juan. La
Guardia Civil le dio el alto, él se asustó, quizás temía una nueva paliza,
salió a correr y lo mataron por la espalda. Le llamaban Punciano. Mi abuela
siempre hablaba de la noche que mataron a Punciano”.
Un haz de leña es lo que ha valido
en Extremadura la vida de un jornalero. Recordar a los Resmella, a los
Belecuco, a los Punciano. Y hacerlo no sólo para que su nombre no los borre la
historia, no sólo para rescatarles del olvido. Recordarles también para alentar
con su ejemplo la lucha de todos los espigadores y espigadoras, los
rebusqueros, corriqueros y belloteras de nuestros días. A quienes luchan contra
los cercamientos y alambradas de nuestro tiempo. A quienes bregan contra la
privatización de la tierra y del agua, de la vivienda y de los saberes, de las
semillas y de las vacunas. Nuestras vidas valen más que los beneficios de los
poderosos.
25 de Marzo: honor y gloria a los
belloteros, orgullo de Extremadura.
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