De hecho ya la ha
perdido, si no militarmente, sí en la opinión pública. Son ya muchos los judíos
que condenan el genocidio, si bien son también muchos los que exigen que
prosiga la carnicería. Una matanza de la que los gobiernos de Occidente son
corresponsables.
Israel perderá esta guerra
El Viejo Topo
3 febrero,
2024
LA LUCHA POR EL RELATO
Miren a estos
niños. ¿Quién está matando a estos niños? Mundo libre, ¿dónde estás con
respecto a estas masacres, cometidas contra este pueblo afligido y oprimido?
Que el mundo lo vea, son solo niños».
Director del hospital de Gaza.
No es cierto
que la violencia y la guerra no resuelvan los conflictos. Los vencedores,
cuando imponen su voluntad al vencido, reescriben inmediatamente la historia y
convierten lo que es un acto de agresión en un relato “aceptable”. Michel
Foucault nos recuerda que el poder es capaz de definir la realidad y por tanto
crearla.
La premisa
básica para imponer esa concepción es que se produzca la victoria militar de
unos sobre los otros. La clase política de la UE es un ejemplo de manual de ese
revisionismo histórico. La gran masa de líderes europeos se han
precipitado en la ciega carrera de reescribir la historia y de justificar lo
injustificable: sin ir más lejos la presidenta del Consejo Europeo Ursula von
der Leyen falseando los hechos, acabó relacionando a Rusia con el
lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, puro
revisionismo histórico. El mismo personaje acusa a Maduro o Putin de
anti-demócratas, cuando ella no ha sido elegido por voluntad popular para
ocupar la presidencia de la Comunidad Europea.
La guerra en
Gaza, lo vemos a diario, forma parte de esa tendencia que pretende moldear la
realidad y reinventarla según los intereses de los grupos dominantes. Asistimos
a una guerra por el relato. Según esa premisa la guerra la inició Hamás
el 7 octubre. No se menciona, porque no existen para los grupos dominantes, los
años de ocupación israelita de una tierra que no era suya, ni la invasión de la
mezquita de Al-Aqsa, ni las humillaciones diarias, ni la miseria, ni el robo de
tierras fértiles, ni tantas otras cosas.
Como en todo
conflicto el discurso es cambiante; depende, en última instancia, de la
evolución del enfrentamiento. Cuando los objetivos iniciales que justificaban
la guerra no se cumplen, se modulan y se buscan responsables de las derrotas,
que siempre son los demás. Una cita atribuida a Napoleón lo ilustra: “La
victoria tiene cien padres, aunque la derrota es huérfana”. La búsqueda del o
los responsables ayuda a camuflar la auténtica trama de intereses que se
ocultan en la sombra. Los que se lucran con las guerras nunca son responsables
de nada, ellos sólo hacían negocios. La oposición en Israel liderada por Yai
Lapid carga contra Netanhayu, no por haber provocado la guerra, sino porque no
puede ganarla. El presidente del país hebreo, Isaac Herzog, aunque opuesto al
primer ministro comparte gran parte de sus tesis, tanto es así que ha sido
denunciado por delitos de “lesa humanidad” en la reunión de Davos.
Los primeros
compases del conflicto fueron una demostración de esa lucha por la narración
que habría de justificar el genocidio que contemplamos a diario. El discurso
inicial era una pantalla en blanco y negro: “Israel se defendía de un ataque
terrorista”. La población occidental recibía un único mensaje simplificado,
descontextualizado y repetido mil veces. Edward Bernays, el famoso sobrino de
Freud y creador de la propaganda moderna lo definió magistralmente: la
simplificación del mensaje y la repetición son las claves del discurso. Esta
tesis tiene dos peros. El primero, que se precisa de una apariencia de victoria
militar para imponer el relato, cosa que está lejos de suceder. El segundo, que
requiere la ausencia de contestación y de información alternativa. El control
mediático, como consecuencia, se convierte en objetivo militar de primer grado.
El asesinato de aquellos que cuestionan el relato oficial es la consecuencia
necesaria. Fue así como las DFI (Fuerzas de defensa de Israel) se plantearon
matar a los periodistas y sus familias. Son casi 200 los
periodistas asesinados en estos más de 100 días de guerra.
LA VICTORIA O LA DERROTA ES LA CLAVE
La capacidad de
la resistencia, tanto militar como social, está haciendo saltar por los aires
el relato oficial. A pesar de la censura impuesta por las grandes redes, la
imagen del genocidio se ha filtrado en los hogares de medio mundo. Israel ha
dejado de ser un pueblo victimizado. Países como Rusia, aparentemente
neutrales, cambian su posición en la medida que el régimen israelí ahonda sus
crímenes y no consigue la victoria militar que afirmaba tener al alcance de la
mano. El ministro de exteriores ruso Sergéi Lavrov, sin ir más lejos, repetía
sus declaraciones del 2022, en las que afirmaba que Adolf Hitler tenía sangre
judía. Es un ejemplo más de cómo la imagen de Israel se transforma de víctima
en verdugo.
El conflicto
que se vive en Oriente Medio no es una guerra clásica. Trasciende más allá de
Gaza e implica a múltiples actores. Es una guerra de nuevo cuño donde las
reglas de confrontación no existen y los países para no involucrase
directamente utilizan grupos y fuerzas militares interpuestas. En Palestina no
luchan dos estados: Israel, en su afán expansionista, no ha definido sus
fronteras y Palestina no está reconocida. Benjamín Netanyahu persigue
aplicar la fórmula no escrita, pero que ha sobrevolado la política israelita
desde su creación: «Una tierra sin pueblo para un pueblo
sin tierra». Para resolver esta ecuación se precisa la derrota militar
y la desarticulación de la resistencia palestina, lo que no se conseguirá. La
imagen del estado hebreo se seguirá deteriorando en la medida que la guerra se
salde con una no-victoria. En paralelo, la decepción social en el interior
incrementará las presiones internas dentro de Israel. El futuro político de
muchos líderes del partido gobernante está en entredicho. Centenares de miles
de desplazados dentro del propio país y decenas de miles de soldados
movilizados, más el corte comercial impuesto por los hutíes de Yemen y el
boicot a los productos israelitas en Occidente, producen un quebranto enorme en
la economía nacional.
EL PROYECTO PARA EL NUEVO SIGLO ESTADOUNIDENSE
La guerra en
esta zona formaba parte de un proyecto más amplio y apuntaba a un enemigo
poderoso: Irán. Israel tenía que ser el garante de los intereses políticos de
EEUU en Oriente Medio y la punta de lanza para controlar los recursos
energéticos en la zona. El plan tenía un nombre: “Proyecto para el Nuevo Siglo
Estadounidense” (PNAC por sus siglas en inglés), uno de cuyos promotores
es el tristemente célebre Elliott Abrams. Este político norteamericano, ahora
en el equipo de Joe Biden, diseñó el golpe de estado (como lo califica la
oposición israelita) que propulsó a Benjamín Netanyahu al poder. Ese
planteamiento, que toma como referencia las propuestas de Zbigniew Brzezinski,
ha fracasado. En este momento y sin una declaración de guerra EEUU está al
límite de sus recursos humanos y económicos. La derrota que se aproxima en la
guerra en Ucrania, el fracaso militar que vive el ejército israelí en Gaza, el
conflicto permanente con Irán y la tensión en torno a Corea y Taiwán, muestran
que el músculo militar y económico de EEUU ha alcanzado su límite. La huida del
ejército norteamericano de Afganistán y ahora, posiblemente, de Iraq, muestran los
límites del Imperio. La aparición y pujanza de los BRICS señala que la
unipolaridad estadounidense se debilita y el multilateralismo ha entrado hace
tiempo en escena.
La victoria o
la derrota en el campo de batalla no sólo se definen por el número de enemigos
abatidos sino por los objetivos planteados y los realmente alcanzados.
Militarmente el ejército israelí no ganará esta guerra. Ninguno de los
objetivos inicialmente previstos se ha cubierto. No se ha derrotado a la
resistencia palestina a pesar de las bajas que sufren (un 20% de sus
militantes, según fuentes israelitas). No se han eliminado sus cuadros
políticos y militares, no se ha conseguido detener el flujo de armas
hacia la resistencia. Tampoco se han destruido sus infraestructuras: las DFI
israelíes reconocen que solo han inutilizado un 15/20 % de los túneles
construidos por Hamás. Altos cargos militares advierten que los túneles
excavados por la resistencia tienen una longitud mayor que el metro de Londres,
No son posiciones estáticas, se sigue cavando y ampliando la red. El ejército
ocupante ve asombrado como zonas supuestamente controladas se convierten
nuevamente en lugares de confrontación. Israel ha tenido que retirarse de zonas
conquistadas y ha admitido que ese espacio ha sido ocupado nuevamente por
la Resistencia. El ejército, fuertemente desgastado, está retirando
brigadas, algunas de élite, de los frentes de guerra. Se presume que habrá un
alto el fuego y el ejército sionista no quiere dar una imagen de haber sido
derrotado y es por ello –y por el desgaste sufrido– por lo que ha iniciado el
repliegue de parte de sus fuerzas.
Los sionistas
esperaban una campaña rápida, 3 ó 4 semanas a lo sumo, y un nivel de
bajas “aceptable”. La referencia era la guerra del 2006, considerada como una
derrota israelita, donde el ejército tuvo 165 muertos. Mientras ahora la
censura militar cuantifica el número de muertos en 560, aunque fuentes
hospitalarias y de la oposición multiplican esa cifra por 5 (3.000 muertos y
más de 15.000 heridos según las fuentes). Unos 3.000 de estos heridos son
irrecuperables. La cantidad de lesionados que han perdido la vista o sufrido
deformaciones faciales por el tipo de guerra que impone Hamás triplica las
bajas de este tipo en anteriores conflictos. Israel no ha conseguido ninguno de
sus objetivos militares.
Hamás resiste
en medio de una situación infernal. Hezbollah, que ha apoyado a la resistencia
desde el primer día, aunque no había intervenido en la planificación ni en el
ataque inicial, lleva la iniciativa en su enfrentamiento en la frontera norte
modulando sus intervenciones; ni de lejos ha utilizado la variedad ni la
cantidad de armas de que dispone. Esta acción ha dividido las fuerzas de la DFI
y ha obligado a desviar a decenas de miles de efectivos hacia la frontera con
el Líbano.
Políticamente
la posición internacional de Israel, en la medida que el conflicto se mantiene,
se complica. Los asesinatos de prisioneros, los cadáveres de palestinos
desventrados y utilizados para el tráfico ilícito de órganos, realizados casi a
nivel industrial, señalan los límites morales de este genocidio. El dictamen de
la Corte Internacional de Justicia ha representado un aldabonazo en la
conciencia colectiva que ha impulsado al gobierno del Likud a negociar un alto
el fuego. También hemos visto la debilidad de Occidente, la villanía de los
políticos de la UE que ahora enviarán barcos contra Yemen, mientras detienen la
financiación a las agencias de la ONU que nutren de alimentos a la población
palestina. Europa, la democrática Europa, es también responsable de este
genocidio. Mientras, percibimos entre asombrados e incrédulos como la gran
potencia imperial es incapaz de detener los ataques yemeníes contra barcos
mercantes en el Golfo de Aden. La retirada de tropas de Iraq representa también
un golpe durísimo a la imagen de EEUU, incapaz de hacer frente a tantos
escenarios militares a la vez. El Sur Global toma nota de estas debilidades. No
es casual que Nigeria (el país más poblado de África) haya pedido la
entrada oficial en los BRICS.