miércoles, 14 de abril de 2021

Apuestan por mujeres más reales y menos estereotipadas en los medios de comunicación

 

Apuestan por mujeres más reales y menos estereotipadas en los medios de comunicación

 

Por Sara Más / Cuba

Rebelión

Fuentes: SEMlac

14/04/2021 

Profesionales del periodismo, la comunicación y personas vinculadas a proyectos agrícolas en diferentes zonas del país se pronunciaron por llevar a los medios de comunicación imágenes más reales y menos estereotipadas de las mujeres.

Contar sus historias desde buenas prácticas comunicativas, que ahonden en sus realidades, éxitos, obstáculos y aspiraciones fueron algunas de sus propuestas, hechas durante el foro virtual «Representación mediática de las mujeres cubanas vinculadas a la producción de alimentos», realizado el pasado 9 de abril mediante un grupo de WhatsApp.

El espacio fue convocado desde la campaña Soy todas, del proyecto Acelerar la producción sostenible de alimentos en municipios cubanos (Prosam), coordinado por el Instituto de Suelos del Ministerio de la Agricultura, con apoyo del gobierno de Canadá y las ONGs Care y Oxfam en Cuba.

Ese proyecto trabaja para incrementar la producción agrícola sostenible para mujeres y hombres en cinco municipios urbanos y suburbanos de la nación caribeña: Artemisa en la provincia del mismo nombre, Guanabacoa en La Habana y Güines, Bejucal y Madruga en Mayabeque.

Para la periodista Dixie Edith Trinquete, lograr el cambio deseado en la representación de las mujeres vinculadas a la producción de alimentos necesita no solo mostrar su protagonismo en esas labores, sino también variar la forma en que los medios se acercan a sus historias, las preguntas que les hacen y las imágenes que construyen.

En un escenario mediático donde conviven buenas y malas prácticas, la especialista en género y comunicación reiteró la necesidad de que profesionales y equipos técnicos de los medios se preparen y entrenen para poder romper con visiones sesgadas, discriminatorias y sexistas.

A ello se refirió también Dainerys Mesa Padrón, de la revista Alma Mater. «El trabajo de los medios es en equipo. De nada vale trabajar, capacitar o sensibilizar a periodistas, cuando quienes grafican, realizan vídeo o sonido no están en la misma sintonía», argumentó.

Por su parte, Loliet Fernández, punto focal de género en la oficina de la FAO en Cuba, puntualizó que «cuando hablamos de mujeres, sobre todo las rurales, aunque ellas están en el centro de nuestra plática, hay que reconocer que viven en un medio con el resto de la familia y que las responsabilidades deben ser compartidas para que ellas puedan salir adelante».

«Necesitamos reflejar los matices del crecimiento de estas mujeres en ese entorno, cómo se convirtieron en exitosas por su trabajo o cuánto aportan al desarrollo del país», agregó Danielle Laurencio, periodista de la Agencia Cubana de Noticias en la oriental provincia de Las Tunas, a 650 kilómetros de la capital.

«Las estructuras de dirección o las fuentes de información pueden o no estar sensibilizadas, pero tenemos que ser capaces de ir allí donde están las historias, de colocar a las mujeres en el centro de la noticia; ya llevamos mucho mostrando a los hombres como principal fuente de información», sostuvo.

En opinión de Sergio Cabrera, coordinador general del Proyecto Palomas, Casa productora de audiovisuales para el activismo social, una mala representación mediática reafirma los patrones sexistas de los ambientes rurales.

En cambio, cuando el acercamiento es adecuado, permite visibilizar las realidades de las mujeres en estos ambientes y desmitificar su presentación desde una perspectiva triunfalista, agrega.

Tampoco se trata de presentarlas como heroínas o mujeres inalcanzables por otras mujeres, como ocurre con frecuencia, reflexionó Willy Pedroso, profesor de la Universidad de La Habana.

El también integrante del equipo creativo de Soy todas alertó, igualmente, acerca de que los medios pueden reproducir una desigualdad entre las propias mujeres, cuando se insiste en mostrar un prototipo de mujer por encima de otros.

«Se visibiliza más a las lideresas, dueñas de fincas, que a las trabajadoras. Y luego hay espacios de mucha importancia en los sistemas agroalimentarios que no se visibilizan tanto, como una mujer que lidera el trabajo en la tierra: las que están en mercados, minindustrias, las técnicas», argumentó.

A criterio de Alcides García Carranza, coordinador de Videos Crisol, en la oriental provincia de Granma, muchas veces se cae en el peligro de cosificarlas o mostrarlas como algo sorprendente y excepcional, ya sea por su función de dirección o por una labor en particular.

Transformar tales imaginarios y representaciones pasa, en su opinión, no solo por la formación profesional, sino también por las políticas editoriales e informativas, la construcción de las agendas mediáticas, prácticas y rutinas productivas, así como la actuación de quienes deciden sobre qué y cómo publicar contenidos que refuerzan o ayudan a cambiar estereotipos.

Problematizar la realidad, entrenarse en una mirada desafiante y cuestionadora, hacer preguntas polémicas, emplear acertadamente las estadísticas y desarrollar un pensamiento crítico son claves que la comunicadora Tamara Roselló esgrime como esenciales.

A ello agrega la formación en género, que «ayuda a compartir buenas y malas prácticas de las que aprender cómo contar la realidad desmontando imaginarios, roles y prejuicios que refuerzan las desigualdades».

Identificó como una gran oportunidad que los propios proyectos asuman la comunicación para el desarrollo y potencien las capacidades de las mujeres para convertirse en sus protagonistas, para que «puedan contar sus historias con voz propia y dejen de ser la sombra tras los hombres», comentó.

Es importante que el género no se vea como el «tema» que aborda una o un periodista en específico, opinó el colega Jesús E. Muñoz Machín, periodista de la emisora radial COCO y colaborador en la TV cubana.

«Es una herramienta, enfoque o perspectiva con la cual construir un discurso más parecido a nuestra realidad y que, cuando la toque, la cuestione», aseguró.

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Aquel 14 de abril

 

Hoy se cumplen 90 años de la proclamación de la Segunda República. María Zambrano, una de las más brillantes intelectuales españolas del siglo XX, gran dama del exilio, estaba en Madrid ese 14 de abril de 1931 y nos brinda su relato de la fecha.



Aquel 14 de abril

María Zambrano

El Viejo Topo

14 abril, 2021 

Fue tan hermoso como inesperado: salió el día en estado naciente; es decir, nació. Solamente por eso, aunque hubiera nacido otra cosa –hermosa, se entiende–, también ella tendría un inmenso valor.

En el himno de Homero, Afrodita se hace merecedora de ese mismo epíteto: “La Naciente”. Así es llamada. Y de Afrodita fue aquel día, un día naciente, donde todo nació: hasta el día, hasta las nubes, hasta la gente.

Pasaban guardias civiles llevados a hombros por el pueblo, por las gentes del pueblo de Madrid, y ellos eran felices. Los rateros se declararon en huelga; no hubo un solo hurto, por pequeño que fuera. Las personas entraban en los bares, donde pedían y pagaban; nadie intentó tomarse ni siquiera un café sin pagar. Las joyerías estaban intactas, con sus alhajas resplandecientes; nadie pensó en romper los cristales, nadie pensó en romper nada.

Creo yo que era la claridad del día. Pero si esa claridad del día se dio precisamente el 14 de abril, y si lo que nació de ese día naciente fue la República, no puede ser por azar. Fue, pues, un nacimiento y no una proclamación. Y de ese día naciente recuerdo en especial un episodio.

Las gentes sólo pensábamos –es muy cursi, lo sé, pero es verdad– en amarnos, en abrazarnos sin conocernos. Llorábamos de alegría, unos y otros, en la Puerta del Sol. Yo estaba allí cuando llegó Miguel Maura, cuando entró en el Ministerio de Gobernación. El edificio se había ido llenando de gentes, como convocadas por una especie de corona de nubes que se había ido formando en el cielo.

Era una hermosísima corona, tan hermosa que, una vez vista y contemplada, hace imposible aceptar ninguna otra corona. Se hizo sola, con esas nubes de abril que son un poco hinchadas, pero contenidamente; un poco rosadas, pero contenidamente. Era algo tenue e indeleble a la par, algo inolvidable siendo tan leve, tan sostenido que no se sabe qué esfera celeste tenía que ser, y, de no ser celeste, lo más cerca que en este planeta puede haber de celeste.

Florecieron las banderas republicanas, florecieron no se sabía desde qué campo de amapolas o de tomillo. Hasta había perfume a campo, a campo de España. Y, entonces, todo fue muy sencillo: Miguel Maura avanzó con la bandera republicana en los brazos. La llevaba tiernamente, como se lleva un depósito sagrado, un ser querido. La desplegó y dijo simplemente: “Queda proclamada la República”. Fue un momento de puro éxtasis.

Unas horas más tarde, no muchas, mi hermana Araceli, junto con su marido, con mi padre y conmigo, fuimos a Telégrafos. Entraron los hombres para poner algunos telegramas, y nos quedamos mi hermana y yo, solas, en la plaza donde no había nadie, debajo, por azar, de un reverbero blanco de luz, de una blancura incandescente, de una blancura que yo nunca más he vuelto a ver.

Llegó un grupo de hombres, de indígenas, de gente de aquí, salida, como salía todo en aquel momento, de una tierra feliz, de una tierra que estuviese comenzando a salir de la maldición bíblica, si es que de verdad nos han dicho aquello de “parirás con dolor”. Parecía que ya la tierra no tendría que parir nunca más con dolor, sino con gloria, y que todo sería amor, unión entre el cielo y la tierra. Y llegaron aquellos hombres pequeñitos, españoles, indígenas. Vinieron hacia nosotras, hacia mi hermana y hacia mí, con esa timidez que tienen todos los seres que nacen como es debido y, al mismo tiempo, llenos de confianza.

Éramos señoritas. Íbamos vestidas de señoritas. Mi hermana todavía podía pasar, pues llevaba un abrigo rojo, que ella no se encargó para la ocasión. Pero yo iba de azul celeste, color nada revolucionario. Y se acercaron casi como de puntillas, y, mirándonos, nos dijeron: “¡Viva la República!” Y nosotras, con alegría, y dándoles más espacio de cordialidad y de entendimiento, contestamos. Entonces volvieron a decirlo cada vez con mayor júbilo, al ver que nosotras participábamos y nos uníamos a ellos a pesar, creo yo que pensarían, de ser dos señoritas.

Uno de aquellos hombres, que llevaba una camisa blanca, se destacó. Sería por azar, pero estaba colocado debajo del reverbero blanco; así que la blancura de su camisa era ultraterrena y, al mismo tiempo, terrestre, porque todo era así, nada era abstracto, nada era irreal, todo era concreto, real, vivo, la mismísima realidad, la felicidad que, sin duda alguna, nos dieron al principio.

Y ese hombre, con los brazos abiertos, gritó: “¡Que viva la República!”, y hasta “¡Viva España!”, que se decía muy poco en mis tiempos, porque la patria, esa verdad, no se nombraba.

Después la han nombrado mucho; nosotros no la nombrábamos, pero no porque fuéramos antipatria, sino por todo lo contrario, porque la dábamos por supuesta. El caso es que, abriendo los brazos, el hombre de la camisa blanca acabó dando un grito que él andaba buscando y que al final le salió: “¡Y muera… pues que no muera nadie!”. Y gritó por tres veces: “¡Que no muera nadie! ¡Que viva todo el mundo! ¡Que viva la vida!”.

Así se quedó, inmóvil, con los brazos abiertos. Era, luego lo he visto claro, un fragmento real de Los fusilamientos pintados por Goya, donde hay ese hombre vestido de blanco y con un grito que no se oye. Hoy creo que es el mismo grito que mi hermana y yo oímos aquel 14 de abril, el grito del que van a fusilar, del fusilado: “¡Que no muera nadie! ¡Que viva todo el mundo! ¡Que viva la vida!”. Y no sé –quisiera ser fiel- si no dijo entre dientes: “¡Que viva el amor!”. Quizá lo  dijo. Pero yo no me atrevo a afirmarlo.

Artículo publicado por María Zambrano en “Diario 16” el 14 de abril de 1985, unos meses después de su regreso definitivo del exilio.

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