No
podemos seguir negándonos a visualizar, en toda su crudeza, el mundo que viene.
Estamos obligados a informar a las fuerzas que defienden la vida (humana y no
humana) de lo que viene, para enfrentarlo y remontarlo. La acción será esencial.
2050: el mundo que viene
El Viejo Topo
16 diciembre, 2021
Cada minuto,
cada hora, cada día que pasa, el mundo empeora inexorablemente y no se ve
de qué manera este fenómeno de degradación y deterioro logrará ser detenido y
remontado. La humanidad ha perdido el control sobre el gigantesco experimento
que ella misma desencadenó y que la conduce irremediablemente a una catástrofe.
Contra lo que supone la inmensa mayoría, por ignorancia o por desdén, estamos
ya en la hora de las definiciones y de las decisiones que habrán de determinar
el destino de buena parte de la humanidad y sus creaciones. Y este
reconocimiento, que hoy es decisivo, constituye el reto principal y mayor
solamente percibido por una minoría de minorías, los únicos que logran atisbar
en toda su dimensión el peligro que acecha.
Este
empeoramiento, hoy por hoy coronado por la pandemia del Covid-19, lo certifican
13 fenómenos agrupados en dos conjuntos de
acontecimientos: ambientales y sociales. Para cada uno podrían
dedicarse artículos enteros. Ahora sólo los menciono. Entre los primeros
debemos citar: inundaciones (en todo el orbe), huracanes, ciclones y tifones
(cada vez más frecuentes y poderosos), sequías, temperaturas extremas (en
Europa en 2003, en el Ártico, este año en Norteamérica), incendios forestales
(California, Siberia, Australia), deforestaciones (por monocultivos
transgénicos, ganadería, plantaciones diversas), contaminaciones (de aire,
suelos, costas y mares). Los cinco primeros son consecuencia confirmada del cambio
climático, el resto de la locura industrial. En el segundo conjunto se ubican
rebeliones ciudadanas (la primavera árabe hace una década y
después las ocurridas en Latinoamérica, Europa y Asia), migraciones (de las
zonas marginadas hacia los enclaves privilegiados), autocracias (hoy hay más
países autocráticos que democráticos), gobiernos fallidos, crisis financieras
(2008 y otras menores), accidentes diversos (petroleros, digitales, nucleares).
Este panorama
se complica cuando esos 13 fenómenos se proyectan hacia 2050 en función de
cinco grandes escenarios: la tendencia demográfica o poblacional, el embrollo
energético, la crisis climática, la crisis del agua y el dilema alimentario.
Entre 2020 y 2050 arribarán al planeta otros 2 mil millones de seres humanos
que requerirán alimentos, agua, aire, vivienda, educación, salud, transporte,
trabajo, seguridad, esparcimiento y cultura. Al mismo tiempo los combustibles
fósiles que hoy mueven al mundo moderno se agotarán: petróleo, gas, carbón y
uranio, y todas las proyecciones ven inviable o insuficiente la conversión
hacia las energías renovables (solar, eólica, hidráulica, geotérmica,
etcétera). La crisis climática que sigue sin resolverse incrementará los
eventos extremos, sorpresivos e inesperados, y su mayor efecto reducirá las
reservas de agua al derretir, como ya ocurre, los cascos polares y los
glaciares de las principales montañas secando los ríos que permiten regar las
mayores zonas de producción de alimentos (el caso más dramático: los Himalayas,
de los cuales dependen China, India y Pakistán). No se ve cómo para esa fecha
habrá suficientes alimentos sanos si no se abandonan los insostenibles y
contaminantes sistemas agroindustriales y se transforman en sistemas
agroecológicos. En 2050, mil 400 millones de productores rurales tendrán que
alimentarse a sí mismos y a una población urbana de ¡6 mil 300 millones de
consumidores!
Atravesando
esos escenarios, a la manera de una daga, se encuentra el antihumano sistema
social dominante, la civilización industrial, tecnocrática, capitalista y
patriarcal embelesada con su confort e individualismo, sus mitos y dogmas y, lo
que es peor, proyectándolos como anestésicos hacia las masas (la obscenidad
convertida en normalidad) y ocultando lo que es ya la mayor desigualdad social
de toda la historia.
La pregunta
obligada es si paradójicamente el mundo de hoy, inusualmente depredado (crisis
ecológica) y parasitado (crisis social) por una minoría cada vez más
insensible, cínica e hipócrita dedicada a festinar y a exhibir sus excesos
(los Papeles de Panamá, Paradise y Pandora son
una muestra), sólo podrá ser transformado mediante la autodestrucción del
sistema, pues nadie ve cómo los 42 millones de seres humanos que acaparan 45
por ciento de la riqueza mundial dejarán de hacerlo, ni cómo los 4 mil 500
millones que sólo disponen de 16 por ciento lograrán organizarse e imponer un
mundo más justo (datos del Banco Suizo).
No podemos
seguir negándonos a visualizar, en toda su crudeza, el mundo que viene. Todos
estos pensamientos, y otros más, ya se discuten y debaten entre los académicos
que practican un nuevo campo de conocimiento: la colapsología, con una
veintena de libros y decenas de artículos científicos. Hoy estamos obligados a
informar a las fuerzas que defienden la vida (humana y no humana) del mundo que
se viene, para enfrentarlo y, en su caso, remontarlo. La acción será esencial.
Sólo así evitaremos que el destino nos alcance.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.