Tal día como hoy en 1997 fallecía Paulo Freire, pedagogo de los
oprimidos y transmisor de la pedagogía de la esperanza. Definió la educación
como un proceso para la liberación del individuo desarrollando su conciencia
crítica.
Unir para la liberación
El Viejo Topo
2 mayo, 2022
SI en la teoría
de la acción antidialógica se impone, necesariamente, el que los dominadores
provoquen la división de los oprimidos con el fin de mantener más fácilmente la
opresión, en la teoría dialógica de la acción, por el contrario, el liderazgo
se obliga incansablemente a desarrollar un esfuerzo de unión de los oprimidos
entre sí y de éstos con él para lograr la liberación.
Como en
cualquiera de las categorías de la acción dialógica, el problema central con
que en ésta, como en las otras, se enfrenta, es que ninguna de ellas se da
fuera de la praxis.
Si a la élite
dominante le es fácil, o por lo menos no le es tan difícil, la praxis opresora,
no es lo mismo lo que se verifica con el liderazgo revolucionario al intentar
la praxis liberadora.
Mientras la
primera cuenta con los instrumentos del poder, los segundos se encuentran bajo
la fuerza de este poder.
La primera se
organiza a sí misma libremente, y, aun cuando tenga divisiones accidentales y
momentáneas, se unifica rápidamente frente a cualquier amenaza a sus intereses
fundamentales. La segunda, que no existe sin las masas populares, en la medida
en que es una contradicción antagónica de la primera, tiene, en esta condición,
el primer óbice a su propia organización.
Sería una
inconsecuencia de la élite dominadora si consintiera en la organización del
liderazgo revolucionario, vale decir, en la organización de las masas
oprimidas, pues aquélla no existe sin la unión de éstas entre sí.
Y de éstas con
el liderazgo.
Mientras que,
para la élite dominadora, su unidad interna implica la división de las masas
populares para el liderazgo revolucionario, su unidad sólo existe en la unidad
de las masas entre sí y con él. La primera existe en la medida en que existe su
antagonismo con las masas; la segunda, en razón de su comunión con ellas que,
por esto mismo, deben estar unidas y no divididas.
La situación
concreta de opresión, al dualizar el yo del oprimido, al hacerlo ambiguo,
emocionalmente inestable, temeroso de la libertad, facilita la acción divisora
del dominador en la misma proporción en que dificulta la acción unificadora
indispensable para la práctica liberadora.
Aún más, la
situación objetiva de dominación es, en sí misma, una situación divisora.
Empieza por separar el yo oprimido en la medida en que, manteniendo una
posición de “adherencia” a la realidad que se le presenta como algo
omnipotente, aplastador, lo aliena en entidades extrañas, explicadoras de este
poder.
Parte de su yo
se encuentra en la realidad a la que se haya “adherido”, parte afuera, en la o
las entidades extrañas, a las cuales responsabiliza por la fuerza de la
realidad objetiva y frente a la cual no le es posible hacer nada. De ahí que
sea éste igualmente un yo dividido entre un pasado y un presente iguales
y un futuro sin esperanzas que, en el fondo, no existe. Un yo que no se
reconoce siendo, y por esto no puede tener, en lo que todavía ve, el futuro que
debe construir en unión con otros.
En la medida en
que sea capaz de romper con la “adherencia”, objetivando la realidad de la cual
emerge, se va unificando como yo, como sujeto frente al objeto. En este
momento, en que rompe también la falsa unidad de su ser dividido, se
individualiza verdaderamente.
De este modo,
si para dividir es necesario mantener el yo dominado “adherido” a la realidad
opresora, mitificándola, para el esfuerzo de unión el primer paso lo
constituye la desmitificación de la realidad.
Si a fin de
mantener divididos a los oprimidos se hace indispensable una ideología de la
opresión, para lograr su unión es imprescindible una forma de acción cultural a
través de la cual conozcan el porqué y el cómo de
su “adherencia” a la realidad que les da un conocimiento falso de sí mismos y
de ella. Es necesario, por lo tanto, desideologizar.
Por eso el
esfuerzo por la unión de los oprimidos no puede ser un trabajo de mera
esloganización ideológica. Este, distorsionando la relación auténtica entre el
sujeto y la realidad objetiva, separa también lo cognoscitivo de
lo afectivo y de lo activo, que, en el fondo, son
una totalidad no dicotomizable.
Realmente, lo
fundamental de la acción dialógico-liberadora, no es “desadherir” a los
oprimidos de una realidad mitificada en la cual se hallan divididos, para
“adherirlos” a otra.
El objetivo de
la acción dialógica radica, por el contrario, en proporcionar a los oprimidos
el reconocimiento del porqué y del como de su “adherencia”, para que
ejerzan un acto de adhesión a la praxis verdadera de transformación de una
realidad injusta.
El significar,
la unión de los oprimidos, la relación solidaria entre sí, sin importar cuáles
sean los niveles reales en que éstos se encuentren como tales, implica,
indiscutiblemente, una conciencia de clase.
La “adherencia”
a la realidad en que se encuentran los oprimidos, sobre todo aquellos que
constituyen las grandes masas campesinas de América Latina, exige que la
conciencia de la clase oprimida pase, si no antes, por lo menos
concomitantemente, por la conciencia del hombre oprimido.
Proponer a un
campesino europeo, posiblemente, su condición de hombre como un problema, le parecerá
algo extraño.
No será lo
mismo hacerlo a campesinos latinoamericanos cuyo mundo, de modo general, se
“acaba en las fronteras del latifundio y cuyos gestos repiten, de cierta
manera, aquellos de los animales y los árboles; campesinos que,
“inmersos” en el tiempo, se consideran iguales a éstos.
Estamos
convencidos de que es indispensable que estos hombres, adheridos de tal forma a
la naturaleza y a la figura del opresor, se perciban como hombres a quienes se
les ha prohibido estar siendo.
La “cultura del
silencio”, que se genera en la estructura opresora. y bajo cuya fuerza
condicionante realizan su experiencia de “objetos”, necesariamente los
constituye ele esta forma.
Descubrirse,
por lo tanto, a través de una modalidad de acción cultural, dialógica,
problematizadora de sí mismos en su enfrentamiento con el mundo, significa, en
un primer momento, que se descubran como Pedro, Antonio o Josefa, con todo el
profundo significado que tiene este descubrimiento.
Descubrimiento
que implica una percepción distinta del significado de los signos. Mundo,
hombre, cultura, árboles, trabajo, animal, van asumiendo un significado
verdadero que antes no tenían.
Se reconocen
ahora como seres transformadores de la realidad, algo que para ellos era
misterioso, y transformadores de esa realidad a través de su trabajo creador.
Descubren que,
como hombres, no pueden continuar siendo “objetos” poseídos, y de la toma de
conciencia de sí mismos como hombres oprimidos derivan a la conciencia de clase
oprimida.
Cuando el
intento de unión de los campesinos se realiza en base a prácticas activistas,
que giran en torno de lemas y no penetran en esos aspectos fundamentales, lo
que puede observarse es una yuxtaposición de los individuos, yuxtaposición que
le da a su acción un carácter meramente mecanicista.
La unión de los
oprimidos es un quehacer que se da en el dominio de lo humano y no en el
de las cosas. Se verifica, por eso mismo, en la realidad que solamente será
auténticamente comprendida al captársela en la dialecticidad entre la infra y
la supra-estructura.
A fin de que
los oprimidos se unan entre sí, es necesario que corten el cordón umbilical de
carácter mágico o mítico, a través del cual se encuentran ligados al mundo de
la opresión.
La unión entre
ellos no puede tener la misma naturaleza que sus relaciones con ese mundo.
Por eso la
unión de los oprimidos es realmente indispensable al proceso revolucionario y
ésta le exige al proceso que sea, desde su comienzo, lo que debe ser: acción
cultural.
Acción cultural
cuya práctica, para conseguir la unidad de los oprimidos, va a depender de la
experiencia histórica y existencial que ellos están teniendo, en esta o aquella
estructura.
En tanto los
campesinos se encuentran en una realidad “cerrada”, cuyo centro de decisiones
opresoras es “singular” y compacto, los oprimidos urbanos se encuentran en un
contexto que está “abriéndose” y en el cual el centro de mando opresor se hace
plural y complejo.
En el primero,
los dominados se encuentran bajo la decisión de la figura dominadora que
encarna, en su persona, el sistema opresor en sí; en el segundo caso, se
encuentran sometidos a una especie de “impersonalidad opresora”.
En ambos casos
existe una cierta “invisibilidad” del poder opresor. En el primero, dada su
proximidad a los oprimidos; en el segundo, dada su difusividad.
Las formas de
acción cultural, en situaciones distintas como éstas, tienen el mismo objetivo:
aclarar a los oprimidos la situación concreta en que se encuentran, que media
entre ellos y los opresores, sean aquéllas visibles o no.
Sólo estas
formas de acción que se oponen, por un lado, a los discursos verbalistas
inoperantes y, por otro, al activismo
mecanicista, pueden oponerse también a la acción divisora de las elites
dominadoras y dirigir su atención en dirección a la unidad de los oprimidos.
Fuente: Epígrafe del capítulo 4º del libro de
Paulo Freire Pedagogía del oprimido.
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