jueves, 6 de agosto de 2020

Julio Ariza: 'Si juzgamos al Rey Juan Carlos juzgamos también a Felipe G...

Más valen cien borbones lejanos que VI cercano

Juan Carlos I versus Alfonso XIII

  • "Don Alfonso abandonó España por mandato de las urnas, don Juan Carlos por decisión acordada con su hijo para preservar la Corona"
  • "El emérito se pira porque es un golfo, no porque la izquierda socialdemócrata y 'frente populista' lo haya recluido en el extranjero"

Luis Díez

CUARTO PODER

 El jueves, 6 de agosto de 2020

Como si de la corrupción del rey Juan Carlos I, amparada en su inmunidad y aforamiento, tuvieran alguna culpa el Gobierno progresista (PSOE y UP) y las fuerzas que lo apoyan, las derechas se han lanzado a degüello contra él en un nuevo intento de atribuirle todos los males de la patria, en este caso, el deterioro de la Monarquía. Políticos majaderos, editorialistas y parleros evocan el “exilio” borbónico, agitan el espantajo “frente populista” y han llegado a comparar la salida de Alfonso XIII con la decisión del emérito Juan Carlos I de largarse de España. La pesca en río revuelto es lo suyo. La honradez intelectual y la verdad histórica les resbala. De ahí la necesidad de algunas precisiones.

Alfonso XIII abandonó España el 14 de abril de 1931 después del triunfo inapelable de las fuerzas republicanas en las elecciones locales celebradas dos días antes. Su nieto Juan Carlos I se ha largado, en cambio, por voluntad propia, después de casi cuarenta años de reinado y dejando a su hijo en el trono. El primero salió por imperativo democrático y el segundo se va por decisión del actual monarca, Felipe VI, quien ya le apartó de la Casa del Rey, le retiró la remuneración pública y renunció a la multimillonaria herencia amasada por su padre por procedimientos mafiosos e ilegales y colocada a buen recaudo en paraísos fiscales con caja en Suiza.

A Alfonso XIII lo sacaron a las nueve de la noche del Palacio Real por los jardines del Campo del Moro y lo trasladaron a Cartagena, acompañado del infante don Alfonso y custodiados por el ministro de Marina, José Rivera y Álvarez de Canedo. A Juan Carlos I no le acompaña ministro alguno. Por el contrario, el vicepresidente Pablo Iglesias y otros dirigentes de Unidas Podemos (UP) consideran “indigna” la decisión de largarse del país, aunque, según su abogado defensor, estará a disposición de la Fiscalía del Tribunal Supremo que investiga los presuntos delitos acumulados desde su abdicación en 2014 en el uso de la parte de su fortuna conocida: esos 100 millones de dólares que recibió de Arabia Saudita por sus inconfesables tareas de mediación con su amante Corinna Larsen.

A Alfonso XIII lo persuadió el conde de Romanones, a la sazón ministro de Estado (Asuntos Exteriores) de que la mejor solución para evitar un baño de sangre era renunciar a la Corona y abandonar España. Cierto es que a don Álvaro de Figueroa y al presidente del Consejo de Ministros, Juan Bautista Aznar Cabana les tocó batirse dialécticamente con algunos ministros que como Juan de la Cierva Peñafiel (abuelo del historiador de Franco y ministro de Cultura con Adolfo SuárezRicardo de la Cierva) abogaban por anular las elecciones y sacar el ejército a la calle. A Juan Carlos I lo convenció su hijo de que pusiera tierra (y agua) de por medio para preservar a la Corona (la herencia más importante) de las máculas de su comportamiento corrupto, golfo y trincón. Podía haberle recluido en el chalé que le construyó a Corinna en el Monte del Pardo (cinco millones de euros del erario público) cuando eran amantes, pero la libertad personal sigue siendo el mayor bien que a los hombres dieron los cielos (Miguel de Cervantes) y, por otra parte, la distancia es el olvido (Refranero español).

Alfonso XIII envió a su familia en tren a París doce horas antes de embarcar él en Cartagena hacia Marsella, a cuyo puerto llegó a las 5:30 de la madrugada del 16 de abril de 1931. Su hijo menor, Juan de Borbón, nombrado después heredero de la Corona ante la renuncia de sus dos hermanos mayores, estaba haciendo el curso de guardiamarina en San Fernando (Cádiz) y fue evacuado hacia Gibraltar. Juan Carlos I deja, en cambio, a su familia bien instalada en España: la reina Sofía de Grecia de vacaciones en Mallorca y el hijo en el trono.

Contaba el ministro de Marina, José Rivera, que Alfonso XIII “se emocionó y lloró” al ser despedido con honores en el buque Príncipe Alfonso en el que realizó la travesía y anotaba que el rey depuesto quiso quedarse con la bandera de seda bordada en oro como recuerdo, pero el comandante se negó a entregársela, diciendo que no era suya sino del barco. De la salida del nieto Juan Carlos sólo conocemos el testimonio del periodista Raúl del Pozo, quien recibió una llamada del emérito diciéndole que estaba cansado de comer sapos y que se iba de España. No consta que derramara una lágrima. Las noticias sobre el origen de la parte de su fortuna que ha quedado al descubierto no le gustan, lo cual es lógico. Tampoco el embolado que le quiso meter a su hijo con una herencia opaca y presuntamente delictiva, con Corinna de por medio, gustó nada a Felipe VI el preparado, que ha demostrado agilidad de reflejos y desviado el morlaco a tiempo.

La perversión del titular de la Jefatura del Estado (1975-2014) ha sido la argamasa de la “corrupción sistémica” de las élites políticas, económicas e institucionales que durante tantas décadas hemos soportado en nuestro país y de la cual algunos –los que, como Esperanza Aguirre, todavía vociferan “¡Viva el Rey!”-- se niegan a separarse. Imbuidos del único principio ético válido, la ética del beneficio y el dividendo a toda costa, deploran a coro la presencia de una izquierda de sangre nueva que enarbola la honradez y la justicia social contra el anterior estado de cosas y además gobierna porque los ciudadanos, esos sí, están hartos de los sapos de un régimen de oprobio, indignidad y corrupción, y no tienen a donde largarse.

Si no existe paralelismo alguno entre la salida de Alfonso XIII por mandato de las urnas y la sorprendente huida del emérito en busca de la paz y el sosiego personal sin dar cuenta a la nación de su fortuna, tampoco es de recibo blandir contra el Gobierno argumentos infundados ni pegar etiquetas “frente populistas” a quienes critican su comportamiento y reclaman garantías contra la inmunidad y la impunidad del jefe del Estado a título de rey. No ha sido precisamente la izquierda democrática, socialdemócrata y tolerante la que ha recluido al emérito en el extranjero.

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