Juan Carlos I
versus Alfonso XIII
- "Don Alfonso abandonó España por mandato
de las urnas, don Juan Carlos por decisión acordada con su hijo para
preservar la Corona"
- "El emérito se pira porque es un golfo,
no porque la izquierda socialdemócrata y 'frente populista' lo haya
recluido en el extranjero"
CUARTO
PODER
El jueves,
6 de agosto de 2020
Como si de la corrupción del rey Juan
Carlos I, amparada en su inmunidad y aforamiento, tuvieran alguna culpa el
Gobierno progresista (PSOE y UP) y las fuerzas que lo apoyan, las derechas se
han lanzado a degüello contra él en un nuevo intento de atribuirle todos los
males de la patria, en este caso, el deterioro de la Monarquía. Políticos
majaderos, editorialistas y parleros evocan el “exilio” borbónico, agitan el
espantajo “frente populista” y han llegado a comparar la salida
de Alfonso XIII con la decisión del emérito Juan
Carlos I de largarse de España. La pesca en río revuelto es lo suyo. La
honradez intelectual y la verdad histórica les resbala. De ahí la necesidad de
algunas precisiones.
Alfonso XIII abandonó España el 14 de abril de 1931
después del triunfo inapelable de las fuerzas republicanas en las elecciones
locales celebradas dos días antes. Su nieto Juan Carlos I se ha largado, en
cambio, por voluntad propia, después de casi cuarenta años de reinado y dejando
a su hijo en el trono. El primero salió por imperativo democrático y el segundo
se va por decisión del actual monarca, Felipe VI, quien ya le
apartó de la Casa del Rey, le retiró la remuneración pública y renunció a la
multimillonaria herencia amasada por su padre por procedimientos mafiosos e
ilegales y colocada a buen recaudo en paraísos fiscales con caja en Suiza.
A Alfonso XIII lo sacaron a las nueve de la noche
del Palacio Real por los jardines del Campo del Moro y lo trasladaron a
Cartagena, acompañado del infante don Alfonso y custodiados por el ministro de
Marina, José Rivera y Álvarez de Canedo. A Juan Carlos I no le
acompaña ministro alguno. Por el contrario, el vicepresidente Pablo
Iglesias y otros dirigentes de Unidas Podemos (UP) consideran
“indigna” la decisión de largarse del país, aunque, según su abogado defensor,
estará a disposición de la Fiscalía del Tribunal Supremo que investiga los
presuntos delitos acumulados desde su abdicación en 2014 en el uso de la parte
de su fortuna conocida: esos 100 millones de dólares que recibió de Arabia
Saudita por sus inconfesables tareas de mediación con su amante Corinna
Larsen.
A Alfonso XIII lo persuadió el conde de Romanones,
a la sazón ministro de Estado (Asuntos Exteriores) de que la mejor solución
para evitar un baño de sangre era renunciar a la Corona y abandonar España.
Cierto es que a don Álvaro de Figueroa y al presidente del
Consejo de Ministros, Juan Bautista Aznar Cabana les tocó
batirse dialécticamente con algunos ministros que como Juan de la
Cierva Peñafiel (abuelo del historiador de Franco y
ministro de Cultura con Adolfo Suárez, Ricardo de la Cierva)
abogaban por anular las elecciones y sacar el ejército a la calle. A Juan
Carlos I lo convenció su hijo de que pusiera tierra (y agua) de por medio para
preservar a la Corona (la herencia más importante) de las máculas de su
comportamiento corrupto, golfo y trincón. Podía haberle recluido en el chalé
que le construyó a Corinna en el Monte del Pardo (cinco millones de euros del
erario público) cuando eran amantes, pero la libertad personal sigue siendo el
mayor bien que a los hombres dieron los cielos (Miguel de Cervantes) y, por
otra parte, la distancia es el olvido (Refranero español).
Alfonso XIII envió a su familia en tren a París
doce horas antes de embarcar él en Cartagena hacia Marsella, a cuyo puerto
llegó a las 5:30 de la madrugada del 16 de abril de 1931. Su hijo menor, Juan
de Borbón, nombrado después heredero de la Corona ante la renuncia de sus
dos hermanos mayores, estaba haciendo el curso de guardiamarina en San Fernando
(Cádiz) y fue evacuado hacia Gibraltar. Juan Carlos I deja, en cambio, a su
familia bien instalada en España: la reina Sofía de Grecia de
vacaciones en Mallorca y el hijo en el trono.
Contaba el ministro de Marina, José Rivera, que
Alfonso XIII “se emocionó y lloró” al ser despedido con honores en el buque
Príncipe Alfonso en el que realizó la travesía y anotaba que el rey depuesto
quiso quedarse con la bandera de seda bordada en oro como recuerdo, pero el
comandante se negó a entregársela, diciendo que no era suya sino del barco. De
la salida del nieto Juan Carlos sólo conocemos el testimonio del
periodista Raúl del Pozo, quien recibió una llamada del emérito
diciéndole que estaba cansado de comer sapos y que se iba de España. No consta
que derramara una lágrima. Las noticias sobre el origen de la parte de su
fortuna que ha quedado al descubierto no le gustan, lo cual es lógico. Tampoco
el embolado que le quiso meter a su hijo con una herencia opaca y presuntamente
delictiva, con Corinna de por medio, gustó nada a Felipe VI el preparado, que
ha demostrado agilidad de reflejos y desviado el morlaco a tiempo.
La perversión del titular de la Jefatura del Estado
(1975-2014) ha sido la argamasa de la “corrupción sistémica” de las élites
políticas, económicas e institucionales que durante tantas décadas hemos
soportado en nuestro país y de la cual algunos –los que, como Esperanza
Aguirre, todavía vociferan “¡Viva el Rey!”-- se niegan a separarse.
Imbuidos del único principio ético válido, la ética del beneficio y el
dividendo a toda costa, deploran a coro la presencia de una izquierda de sangre
nueva que enarbola la honradez y la justicia social contra el anterior estado
de cosas y además gobierna porque los ciudadanos, esos sí, están hartos de los sapos
de un régimen de oprobio, indignidad y corrupción, y no tienen a donde
largarse.
Si no existe paralelismo alguno entre la
salida de Alfonso XIII por mandato de las urnas y la sorprendente huida del
emérito en busca de la paz y el sosiego personal sin dar cuenta a la
nación de su fortuna, tampoco es de recibo blandir contra el Gobierno
argumentos infundados ni pegar etiquetas “frente populistas” a quienes critican
su comportamiento y reclaman garantías contra la inmunidad y la impunidad del
jefe del Estado a título de rey. No ha sido precisamente la izquierda
democrática, socialdemócrata y tolerante la que ha recluido al emérito en el
extranjero.
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