No sólo de pan vive el hombre. Un bocadillito
de jamón con tomate de cuando en cuando y un platito de garbanzos, de mediano
hacia arriba, siquiera sea los jueves, viene a ser tetica monja para la
grandeza espiritual, porque aquello de primero comer y después filosofar no es
ninguna tontada.
Si ustedes
me hacen el favor y no me confunden cristianismo con catolicismo ni el Reino de
Dios con el Estado Vaticano, es posible que coincidamos en que la ideología es
hoy el elemento predominante en las sociedades, que yo no se por qué, se les
llama avanzadas.
La ideología
no es ni más ni menos que la forma de como el individuo se representa la
realidad según su propia experiencia personal, y por esta razón, la ideología
no puede presentar más que una visión distorsionada de la realidd, de aquí que
la mayor multi o transnacional fabricante de ideolgía más importante del mundo,
El Estado Vaticano tenga que discutir sobre ella y llegar a un acuerdo con la otra
gran potencia productora de casi todo en el mundo, China, para establecer las
condiciones materiales dentro de las cuales se manejaran las clavijas para la
disputa del poder ideológico como dos buenos enemigos, porque saben ambos (aquí
el último que se entera es quien lleva los cuernos puestos) que según sea quien
termine imponiendo su criterio ideológico así resultará el mundo.
Si la
batalla ideológica la ganara el Estado Vaticano para qué querríamos los
jubilados las pensiones, si una buena limosna ahuyentaria cualquier atisbo de
justcia social, con lo que la pobreza quedaría consagrada, y si resultara
vencedor a los puntos el Estado chino, la pobreza del trabajador quedaría
perpetuada, porque como no lleguen nuevos datos, lo que hasta ahora se sabe es
que los ricos no pueden existir más que fabricando pobreza, y el derecho a ser
rico está aprobado en uno de los Congresos del Partido Comunista chino.
De modo que frente a la ideología católica, que
tiene tanto de cristianismo como yo de amor bendito compostelano, o a la
ideología del Partido Comunista chino, que tiene tanto de comunista como yo de
astronauta arrepentido con mando en plaza, a los trabajadores no nos queda otra
que la ideología marxista, que es tan ideología como cualquier otra, o sea, que
a través de ella el individuo se representa la realidad, pero siendo el
marxismo una ciencia y una filosofía que no está en la cabeza de nadie para ser
lanzada a borbotones sobre los demás, sino que mana del conocimiento
concreto de la realidad, sobre la cual se filosofa o interpreta, y es este modo
del filosofar marxista o de interpretación marxista de la realidad, al estar
basado en hechos concretos conocidos y no imaginados, el que nos puede conducir
al conocimiento real.
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¿Un complot
del imperialismo contra el acuerdo entre China y el Vaticano?
Los
católicos ondean la bandera roja en el Vaticano
70 años del surgimiento de la
República Popular de China (y 9)
Thomas Tanase.— Por parte del Vaticano, el acercamiento a la
República Popular exige más comentarios. En primer lugar, puede que no sea tan
frágil sobre el terreno como piensan sus críticos. En cualquier caso, como
indica claramente el título del acuerdo “provisional”, no es más que un globo
sonda, que prevé evaluaciones periódicas de su aplicación. Por lo tanto, no es
definitivo, y la legitimidad adicional obtenida por las autoridades de Pekín sólo
durará mientras sigan encontrando un terreno común con el Vaticano.
Las negociaciones entre la República Popular China y
el Vaticano siguen siendo un proceso abierto, pero requerirá mucho ensayo y
error. Ninguna política común puede ser sostenible si ambos actores no se
benefician de ella, y ahí es donde reside el reto, que se basa en el interés a
largo plazo de la República Popular en el desarrollo de esas relaciones.
A todos los argumentos se les puede dar la vuelta. Por
supuesto, no debemos hacernos la ilusión de que, como en cualquier régimen
comunista, parte del clero oficial ha sido colocado por el partido, ya que es
más bien una función de supervisión, si no de policía. Pero no es imposible
apostar que a través de la reconciliación, en un contexto más favorable, la
Iglesia puede comenzar a expandirse de nuevo, ganarse a los fieles, que sabrán
orientarse hacia un sacerdote y no hacia otro (a los que las autoridades
vaticanas los alientan explícitamente), respetando formalmente la autoridad del
clero oficial y de los discursos patrióticos: la experiencia de la vida nos
enseña a menudo a adoptar tales estrategias, aunque nos sorprendan desde fuera.
En otras palabras, si bien forma parte del marco oficial de Pekín, una Iglesia
en crecimiento, en gran parte animada sobre el terreno por sacerdotes y fieles,
tanto más cuanto que su compromiso es arriesgado, también podría absorber a los
sacerdotes impuestos por el régimen. Y como, pase lo que pase, las autoridades
de Pekín tendrán que gestionar grandes masas cristianas, la apuesta es que en
el futuro necesitarán interlocutores: el Vaticano se ha adelantado a este
papel.
El Papado se reintroduce así en el juego: se ha
convertido de nuevo en un interlocutor que cuenta y tiene voz en la
organización del catolicismo chino, llamado a ocupar un lugar en una
geopolítica religiosa mucho más mundial. Y es también lo que invalida los
esquemas que hacen del acuerdo una “ostpolitik” china, que aplica a la política
del Vaticano en China las tablas de interpretación de los tiempos de la Guerra
Fría. La cuestión ya no es establecer vínculos con los países del otro lado del
muro, cuyos regímenes pudieron permitirse un tiempo para ser impermeables a las
influencias externas y aislarse del mundo. Por el contrario, China se encuentra
hoy en día en el centro de un sistema globalizado, con el que está en profunda
interacción.
El acuerdo de 2018 ha sido muy criticado. El cardenal
Zen se pronunció en contra de un acuerdo aceptado por un Papa Francisco
“ingenuo” y negociado por Pietro Parolin en nombre de una línea “mundialista”.
En Estados Unidos, el ex asesor católico de Trump, Steve Bannon, condenó los
acuerdos y pidió al Vaticano que hiciera público el texto, una petición
transmitida por el embajador de Estados Unidos para la Libertad Religiosa
Internacional, Sam Brownback.
Esa posición también ha tenido eco en Londres. Los
periodistas cercanos al Papa Francisco no dudan en hablar de campañas de prensa
procedentes de Estados Unidos, Hong Kong y de círculos que durante décadas han
afirmado hablar desde fuera de China en nombre de las comunidades católicas
chinas, y en particular de las calificadas como ilegales. Ya no es de extrañar
que los críticos del acuerdo, y más ampliamente del Papa Francisco, se refieran
a la tesis de Santa Marta (donde reside el Papa Francisco) de un complot
americano contra el acuerdo entre Pekín y el Vaticano.
La cuestión del acuerdo entre el Vaticano y la
República Popular China forma parte de un contexto mucho más general, y también
está vinculada a la cuestión de las relaciones del papado con Estados Unidos o
Rusia.
El hecho es que la elección de Trump estuvo en
contradicción con las posiciones tomadas por el episcopado católico
estadounidense y aún más por el Vaticano. La cuestión de los migrantes de
América Central, que ha permanecido en el centro de los acontecimientos
actuales, sólo ha aumentado las tensiones, mientras que el Papa Francisco ha
pedido repetidamente que se abran las fronteras.
Aún más preocupante desde el Vaticano, Trump fue
apoyado por una gran parte del electorado popular católico, de origen italiano
o irlandés, sensible a los temas de la degradación de las clases medias, el
retorno de la nación y el proteccionismo, temas que implican cuestionar la
relación con China y los beneficios que ha derivado de su pertenencia a la OMC
[Organización Mundial de Comercio]. Puede haber sido razonable en el principio
de argumentar que sería mejor que tanto Estados Unidos como el Vaticano
evitaran una ruptura abierta, pero el hecho es que los asuntos de la disputa
continúan extendiéndose.
En Italia, Matteo Salvini, haciéndose pasar por
católico, de 2018 a 2019 siguió como ministro una política opuesta a la
promovida por el Papado y las asociaciones católicas italianas. En Europa del
este, los opositores más abiertos a las posiciones del Papa Francisco son el
partido católico polaco PIS o el húngaro Viktor Orbán. Estas luchas tienen
lugar en un contexto particularmente envenenado, donde los escándalos de
pedofilia se están generalizando y ponen en tela de juicio el funcionamiento
mismo de la Iglesia Católica.
Y finalmente, más que nunca Hong Kong es otro lugar de
confrontación. La crisis de 2019 llega cuando el obispo Yeung murió en enero de
2019. En septiembre de 2019 no fue posible encontrar un sucesor para él:
mientras tanto su predecesor, Tong, está a cargo del obispado. El nombramiento
es complicado, especialmente porque los términos del acuerdo entre Pekín y el
Vaticano no son públicos. Pero dado el contexto, es difícil para el Vaticano
suscribir un nombramiento que apoye el descontento o que vaya demasiado lejos
en la dirección de Pekín.
En este contexto estalló la ola de manifestaciones de
2019 que socavó las instituciones del territorio, con el objetivo de cambiar el
equilibrio de poder con Pekín y combatir lo que se percibe como una
normalización gradual de Hong Kong. Sin embargo, el movimiento está encabezado
en gran medida por grupos religiosos, en particular protestantes, mientras que
las autoridades chinas denuncian el apoyo estadounidense. Pero muchos católicos
también están movilizados, lo que contrasta con la actitud conciliadora del
Papado hacia el gobierno de Pekin, o el Arzobispo Tong, quien, después de
tratar de disuadir a Carrie Lam de firmar el controvertido proyecto de ley de
extradición que desencadenó la revuelta, está tratando de encontrar una manera
de satisfacer las demandas de los manifestantes sin desestabilizar al gobierno.
Sin embargo, el tema es mucho más amplio que la lucha
entre el Papa Francisco y Estados Unidos, incluso en el campo chino. La
verdadera pregunta es cómo el Papado se está reposicionando en un orden
internacional cambiante. El Papado es tradicionalmente universalista, a veces
desconfiado de los Estados, especialmente cuando están definidos por la
soberanía absoluta y vinculados por su historia con Europa y Occidente.
Todo esto conduce hoy a una política que, de hecho, es
muy ambivalente, en un mundo en el que los puntos de referencia son cada vez
menos estables. En un primer nivel, el Papado sigue comprometido con la
promoción de un orden mundial, teorizado especialmente durante los años del
Vaticano II. En este sentido, su visión se solapa en cierta medida con la de
las democracias liberales occidentales. En este sentido, el acercamiento entre
China y el Vaticano podría interpretarse también como un avance extremo en esta
lógica: la mundialización ha llevado al acuerdo de dos potencias que
representan polos opuestos. Sin embargo, el Papado también ha formado parte de
una política que desafía un orden mundial centrado en Occidente, y lo ha sido
desde los tiempos del Vaticano II, cuando Pablo VI pidió un reequilibrio a
favor de los países del sur.
A pesar de la fuerte alianza entre Juan Pablo II y
Estados Unidos en los años ochenta contra el mundo soviético, los discursos
pontificios contra la mundialización en un modelo liberal anglosajón han ido en
aumento desde los años noventa, criticando en particular las guerras
“humanitarias” (primera Guerra del Golfo de 1990-1991, guerra en la antigua
Yugoslavia en 1999, invasión de Irak en 2003).
Si el Papa Francisco, con sus compromisos en materia
de clima, migración e injusticia económica, forma parte de un horizonte más
progresista que su predecesor Benedicto XVI, que compartía estos temas pero
pensaba más en una mundialización conservadora en torno a núcleos cristianos
principalmente occidentales, el marco fundamental sigue siendo el mismo: el
Papado está a favor de una mundialización diferente, orientada hacia los países
del sur, y cada vez es más partidario de un mundo postoccidental, que
corresponde a la geografía de sus fieles, que ahora se encuentran
principalmente en América Latina y África.
Pero precisamente, la mundialización total del planeta
a través del libre comercio y de la OMC está llegando a sus límites: por un
lado, está siendo desafiada en su corazón, desde Estados Unidos hasta Londres o
incluso la Unión Europea, a pesar de la resistencia institucional de Bruselas,
Berlín o París, y por otro lado, parece estar multiplicando las crisis en los
cuatro puntos cardinales del planeta.
En respuesta a este sistema mundial, nuevos
nacionalismos basados en la reafirmación del Estado parecen estar
reapareciendo, con el inicio de un replanteamiento del actual sistema
internacional no sólo en la China de Xi Jinping, la Rusia de Vladimir Putin o
la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, sino también en los Estados Unidos de
Donald Trump.
Sin embargo, este resurgimiento de las naciones está
lejos de crear una nueva forma de estabilidad, y por lo tanto el Papado se
replantea sus políticas en un mundo cada vez más cambiante. Para empezar, el
juego está lejos de terminar. El proyecto de mundialización liberal sigue
siendo impulsado por potencias institucionales y económicas poderosas basadas
en una realidad profunda, la de la interacción económica de todas las partes
del mundo.
Pero este conflicto general, que se extiende por todo
el mundo, se cruza con otra dimensión, la de las relaciones entre Estados
Unidos, Rusia y China y la de la competencia entre las grandes naciones que
están resurgiendo. Sin embargo, Rusia y China, cuyo acercamiento puede haber
parecido poco sólido hace unos diez años, se han acelerado, especialmente desde
las sanciones occidentales de 2014 contra Rusia. Además del desarrollo de la
Organización de Cooperación de Shanghai y la construcción de nuevas
interacciones estratégicas, los dos países se están convirtiendo cada vez más
en socios en el desarrollo de las carreteras euroasiáticas, en particular el
importante proyecto chino “One Belt, One Road”. Esto no es nada obvio, ya que
tradicionalmente China y Rusia han sido dos adversarios en Asia central, y el
equilibrio de poder puede parecer cada vez más desequilibrado entre una Rusia
que piensa en términos multipolares (particularmente frente al ascenso del
poder chino) y la República Popular China, que simplemente quiere emerger como
el nuevo polo junto a o incluso en lugar de Estados Unidos.
A pesar de su inclusión inicial en el orden atlántico
y su apoyo a la mundialización, el Vaticano ve al catolicismo sacudido en todo
el mundo por la mundialización liberal con sus transformaciones tecnológicas.
La Iglesia Católica está sacudida más profundamente por la sociología que
impulsa la mundialización, la de las poblaciones urbanas ricas, cuyo ideal es
fluido, sin un punto fijo, emancipado de la historia y de las construcciones
sociales o morales, todo lo que el Papado encarna en el más alto grado. Así
que, mientras aboga por otra forma de mundialización, el Papado cuya influencia
está colapsando en Europa ahora, está tratando de construir vínculos con la
República Popular China. Esta política no es un cambio inesperado: amplía la
política hacia Rusia que el 12 de febrero de 2016 condujo al encuentro en La
Habana entre el Papa Francisco y el Patriarca Cirilo.
Por lo tanto, el acuerdo entre la República Popular
China y el Vaticano debe entenderse también como un hito en una geopolítica
postoccidental, o posatlántica, cuya profunda lógica se remonta a antes de la
elección de Trump. Mientras que el modelo liberal de las potencias occidentales
parece estar en dificultades, cuarenta años de apertura a un mundo globalizado
no han hecho más que reforzar el poder de las autoridades chinas. En este
contexto, la política de las autoridades vaticanas puede leerse como un deseo
de no desempeñar un papel en el colapso de la República Popular China con
consecuencias impredecibles, a pesar de que esta última se está convirtiendo
también en una cuestión estratégica para el mundo católico. En este sentido, el
Papado sigue situándose en una geopolítica cada vez más multilateral,
situándose como intermediario entre las distintas potencias, desde la Unión
Europea o Estados Unidos hasta Rusia e incluso China.
Decir hoy que el mundo será multipolar, con el surgimiento
de países del Sur, América Latina, China, India y mañana África, no es muy
original. Sin embargo, es posible que las consecuencias no se hayan extraído
del todo, mientras que muchos todavía esperan cerrar el paréntesis populista y
volver al mundo de los sueños de los años noventa: el surgimiento de un mundo
multipolar se lograría sin cuestionar el orden liberal y atlántico, al que se
integrarían estos diferentes polos.
Sin embargo, Estados Unidos o Reino Unido están
demostrando que ellos mismos no son sólo su versión mundializada, simplificada
y fácilmente consumible, y que pueden destruirla. En cuanto a China, cualquiera
que sea su activo, será imposible que se convierta en un nuevo polo único, de
la misma manera que lo fue Estados Unidos. Por lo tanto, el mundo está
avanzando hacia un sistema multipolar, pero sin sistemas de alianza integrados,
mientras que la OTAN parece menos segura que antes, mientras que China rechaza
cualquier alianza estricta, por ejemplo con Rusia. Sin embargo, si los desórdenes
se multiplican, los problemas son comunes, existen intercambios y convergencias
permanentes, en una globalización que hace interactuar visiones muy diferentes,
que no pueden desaparecer en una “cultura mundial” de consumo, pero que tampoco
son inmutables, congeladas para siempre en un choque de civilizaciones.
En esta perspectiva, el Papado, siguiendo su tradición
universalista, trata de estar presente en todas partes: aunque ya no es
enteramente occidental, mira hacia el otro lado del mundo, y hacia China, donde
el cristianismo se está desarrollando. A medida que su registro europeo
continúa debilitándose, el Papado parece más y más desterritorializado. A largo
plazo, en un mundo que parece incierto, mientras que todas las culturas y los
Estados se verán afectados por cambios cuyas consecuencias difícilmente pueden
preverse, este posicionamiento puede ser un punto fuerte.
A corto plazo, esta política acaba siendo muy
paradójica y puede encontrarse con grandes dificultades sobre el terreno, como
en Hong Kong. Finalmente, en su deseo de apoyar otra globalización, el Papado
se está acercando a Rusia y China, aunque en occidente el Papa defiende una
serie de causas liberales, a veces rechazadas por parte del pueblo católico,
que votan en contra del Papa y abandonan las iglesias. Es también la debilidad
de una proyección demasiado desterritorializada: el actual retorno de las
naciones muestra que también debemos estar anclados en un territorio, en una
historia.
Sin embargo, cualquiera que sea el despliegue global
del Papado, su historia todavía la marca en Europa, o más ampliamente en
Occidente. El interés de la República Popular en el Vaticano, y por lo tanto la
capacidad concesional de las autoridades chinas, será proporcional no sólo a la
capacidad de sostener un verdadero y arraigado catolicismo chino, sino también
a la capacidad del Vaticano para influir en Europa y Estados Unidos.
https://www.diploweb.com/Chine-et-Vatican-l-amorce-d-une-nouvelle-relation-strategique.html
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