El fascismo
amenaza la vida para recuperar el beneficio del capital. La única respuesta
posible es de clase
Por Marat
Diario Octubre
24.05.2020
Las caceroladas y las manifestaciones en los barrios
burgueses contra el Estado de Alarma son un síntoma de descontento social entre
los sectores de las clases medias reales (pequeños y medianos propietarios) y
autopercibidas (de segmentos minoritarios de la aristocracia asalariada) que
señalan el efecto del largo período de confinamiento en la economía nacional,
que se ha deteriorado, tanto en sectores básicos y de grandes empresas de la
producción como en los pequeños negocios (fundamentalmente de servicios) y, con
ello, las de los hogares y, en consecuencia, en el consumo, que se ha limitado
a fundamentalmente a las necesidades básicas y a otras secundarias, ligadas
fundamentalmente al entretenimiento en casa.
El acierto de los fascistas y de la derecha
reaccionaria del PP ha sido la de haber sabido conectar con el miedo al futuro
de esos sectores de las clases medias reales y autopercibida, como consecuencia
de la destrucción del tejido productivo que ha traído la combinación del
agotamiento del período de recuperación tras la última crisis del capitalismo y
de la paralización de gran parte de la actividad económica como consecuencia de
las medidas sanitarias para parar la COVID-19.
No es un fenómeno español. En mayor o menor medida que
en nuestro país ha sucedido en la práctica totalidad del mundo, por lo que la
nueva fase de la crisis capitalista es, de nuevo, también global. Éste es un
factor que debe esgrimirse desde una posición de clase: el capitalismo acelera
su crisis general y no hay salidas nacionales a la misma.
Tampoco les un fenómeno local la respuesta fascista
contra el confinamiento. En Italia, en Alemania, en los estados USA no
controlados por Trump en los que se da alguna forma de este tipo de medidas,
las protestas organizadas por la extrema derecha se suceden, siempre en nombre
de la libertad y con banderas patrias. La libertad es la del mantener abiertos
los negocios por encima de los riesgos de los trabajadores que hay en ellos. Y
la bandera patria es siempre el manto de la mentira protectora con el que el
capital quiere cubrir lo que antes era contradicción de intereses
trabajo-capital bajo la forma nueva de “más mata el hambre”, planteado
por quien no lo padece y está lejos de padecerlo. La burguesía siempre ha
vendido desde la revolución francesa lo que son sus intereses de clase como
interés general de todas las clases.
Conviene entender la relación subalterna de las clases
medias, justo las que auparon el fascismo y lo están elevando en el presente,
con la clase rectora del sistema capitalista, la gran burguesía. La clase media
propietaria de medios de producción e incluso los segmentos sociales de la
aristocracia asalariada está ligada al capitalismo como sistema y a las grandes
corporaciones de las que son empresas proveedoras y subcontratadas y de las que
obtienen un sector de los directivos no claves en la toma de decisiones
empresariales sus importantes salarios.
Establecida esta cuestión hay una relación compleja
entre pequeña y mediana burguesías y gran capital.
La pequeña y mediana burguesías han comprendido que su
futuro está comprometido y que necesitan de la recuperación del consumo, por lo
que es imprescindible para ellos la vuelta a las terrazas y a y al negocio de
las tiendas.
El gran capital, el que mueve el porcentaje del PIB
que, de verdad, será afectado por la crisis, turismo, automoción, construcción
y banca, crea a través de sus medios de “comunicación” económicos y
generalistas el estado de opinión social, el llamado “estado del malestar” que,
curiosamente, remite a ciertas anticipaciones del 15-M. De ahí que en la prensa
más conservadora se haga un paralelismo entre los objetivos de VOX de creación
de “ambiente de protesta social” con la aparición de los indignados y la
posterior eclosión de Podemos. La clase media, y para ella, se proyectó una
salida progre y otra fascista. En cualquier caso, ambas tuvieron un enfoque no
de clase, sino de “gente” y nacionalista.
Afortunadamente los fascistas están llegando tarde
varios países. En Italia y en España es más que evidente. Las curvas acabarán
por aplanars
Estados Unidos está sin sanidad pública sin sanidad
pública, porque el Obacamare era una mentira, exigiendo violentamiente el
fin de las cuarentenas y de Brasil, con un Presidente tan eloqucido
como las cifras de la enfermedad,. La elección de recuperación de la tasa de
beneficio empresarial en lugar de vida puede que se convierta en caos
económico.
El acuerdo de Alemania y Francia para intentar llevar
a la UE a superbazooka económico de ayudas más “generosas” para la UE
(fundamentalmente pensando en el sur) tiene mucho que ver con la necesidad de
Francia de salir adelante porque está agotada económicamente y con la de
Alemania porque, si se hunde el sur, es el fin de la UE y, con ello, Alemania
tendría que comerse su producción al no poder colocar su producción.
Si esa opción falla, porque va a fallar, dado que las
inversiones van a ir antes a las necesidades de las infraestructuras públicas
de los estados de la UE que a las de supervivencia y consumo inmediatos para
mantener el sistema económico, lo que queda es el odio organizado
políticamente. Es decir, la salida fascista.
En las situaciones de desesperación social, menores de
las supuestamente esperadas, el antifascismo no puede ser la clásica respuesta
antifacha del enfrentamiento físico. Hay que desnudar sus argumentos, visibles
si se quiere ver de qué hemos estado hablando, dejar claro a la pequeña
burguesía que puede condenarse a desaparecer, deglutida por el gran capital, o
sumarse a la cola, y sin pretensiones de dirigir lo que no le corresponde, y
ser parte de la solución.
Es necesario impulsar un tipo de lucha que conecte con
las necesidades inmediatas, vitales y sentidas de nuestra clase porque, de no
ir por ahí la respuesta, la que dará el fascismo será la que canalice la
frustración y le malestar sociales hacia el odio y la demanda de un caudillismo
que el capital acabará por emplear, cuando se le acaben todas las demás
opciones para imponer por la fuerza la recuperación de sus ganancia a costa de
nuestra miseria. No hay muchas vueltas que dar a los argumentos. Basta con
hacer memoria de ellos y señalarlos.
Es necesario romper con el sectarismo propio del
cuanto peor mejor y de que el peor enemigo es siempre aquel del que intentamos
diferenciarnos para ser nosotros mismos y asumir que el actual gobierno de los
progres en España ha defendido, contra todo el capital organizado, el fascismo
evidente y el “conservador” y su Brunete mediática la protección de la vida,
sin carta de navegación, que ningún país tenía, ante una pandemia desconocida,
antes que el beneficio del capital. Nada más y nada menos. Y hasta ahí porque,
quien ignore es porque quiere que, luego de una austeridad y unos recortes más
atenuados, vendrán otros más brutales y que, si no han conseguido sacarles del
gobierno las fuerzas de la reacción, harán la misma política contra los
trabajadores porque, al igual que a Zapatero no le tembló el pulso a la hora de
negar todas las políticas que había prometido y que, salvo en crisis, eran muy
asumibles por el capital, tampoco les pasará a ellos.
Hay que decirles a los trabajadores que si no se
organizan para defender lo conquistado ayer y para exigir lo que corresponde a
las nuevas necesidades con las que se van encontrar, lo que les queda es elegir
a qué capataz del sistema elegir y cuánta represión de clase van a estar
dispuestos a asumir.
Es el momento de explicarle a los trabajadores porque
la opción de una sociedad socialista para los comunistas es la de proteger la
vida de la gente de nuestra clase, que es la más expuesta ante cualquier
pandemia:
- En el socialismo la vida no estaría amenazada por la demanda de beneficio
- En el socialismo, la protección de la vida sería el más sagrado principio a defender.
- En el socialismo el ser humano no se enfrentaría a la necesidad de trabajar durante una pandemia, jugándose la vida para poder comer.
- En el socialismo, el principal problema al que se enfrentaría la humanidad sería cómo acabar con una enfermedad extendida.
- En el socialismo, los trabajadores que hubieran de trabajar, para satisfacer las necesidades básicas de la población en caso de pandemia, estarían adecuadamente protegidos y el coste de protegerlos no sería el problema sino el de la capacidad científica para responder ante la amenaza.