Para dominar sin oposición una realidad pacificada y
adialéctica, el capitalismo woke orienta a la opinión pública hacia
determinadas causas sociales, abraza la igualdad de derechos, se viste de arco
iris, y se presenta como la única alternativa posible.
Capitalismo woke
El Viejo Topo
27 diciembre, 2023
Salvatore
Bravo
POPULISMO
EMPRESARIAL
El capitalismo woke es la nueva
frontera del capital. Las sinuosas metamorfosis del capitalismo están en
consonancia con el nihilismo que lo sustenta. La capacidad de supervivencia del
modo de producción capitalista tiene su razón profunda en el vacío metafísico
del capital. La economía se autofunda, no tiene verdad en su fondo, es causa
sui. Todo es sólo valor de cambio: la vida y la muerte valen en la
medida en que producen PIB. Sólo así podemos entender el camino que está
tomando el capital: a partir de 2024 será posible en Canadá que los enfermos
mentales exijan el derecho a la «muerte dulce». Al no invertir en sanar los
efectos sobre la psique y el cuerpo de un sistema que niega la naturaleza
humana y social, se fomenta la autoeliminación. Los que no son resistentes
pueden exigir el derecho a la muerte. Sin investigación ni análisis de la causa
del mal de vivir, se procede a la “libre eliminación de los últimos”.
El capitalismo es ateo, ya que no contempla la verdad,
sino que se opone a ella. El ateísmo del capitalismo es la liberación de todo
vínculo con la verdad.
Todo es espectáculo y todo «debe contribuir al PIB».
El capitalismo es absoluto, en la medida en que
es ab solutus, libre de toda limitación ética y de toda
planificación política. La comunidad no está contemplada, sólo es «mercado».
La última frontera del capital es el Capitalismo woke (progresista),
una nueva metamorfosis, una mutación genética que no cambia la sustancia del
capitalismo, más bien acentúa su peligrosidad.
CAPITALISMO
DE LA INDECENCIA
El capitalismo woke es el arma
hegemónica contra la política y, especialmente, contra la elaboración de vías
políticas alternativas al capital. Este salto cualitativo es posible gracias al
vaciado de la política, que ahora depende de la cadena de mando de las grandes
empresas y corporaciones multinacionales. El disfraz del capitalismo con
ropajes progresistas es también el síntoma evidente del vacío cultural y
político de la izquierda oficial, por el que el wokismo puede avanzar sin ser
molestado, con el aplauso transversal de la política y con la trágica
admiración de las masas cada vez más impotentes y empobrecidas en espíritu de
clase y materialmente.
Se defienden los derechos individuales, se convierten
ciertos acontecimientos noticiosos en manifestaciones semirreligiosas con las
que adiestrar a las masas bajo los dogmas del capital. Los pueblos se
convierten en obedientes plebeyos en el abrevadero de los derechos individuales
mientras se ocultan hábilmente los efectos de los recortes en los derechos
sociales. Las campañas sobre determinados casos noticiosos que ocupan
sincrónicamente todos los espacios mediáticos demuestran la manipulación de la
información y la sumisión organizada de los medios de comunicación al «credo»
de la religión del capital.
El capitalismo woke amenaza la
democracia y lo que queda de ella. Algunos exponentes de la derecha del
capitalismo temen que el capitalismo woke pueda ser «el fin
del capitalismo», ya que está adoptando formas socialistas, pero esto es un
juego de mesa:
«¿Y si, por el
contrario, la adopción del wokismo por parte de las corporaciones produjera
efectos exactamente opuestos a los condenados por los críticos conservadores?
En lugar de ser la sentencia de muerte del capitalismo, ¿podría el hecho de que
las corporaciones se vuelvan woke no ser más bien el medio por el cual
extienden el poder y el alcance del capitalismo de formas altamente
problemáticas? Si este fuera el caso, y esta es la idea fundamental de la que
trata mi libro, entonces habría que oponerse al capitalismo woke y luchar
contra él sobre una base democrática, ya que hace que los intereses políticos
públicos estén cada vez más dominados por los intereses privados del capital
global. Si seguimos esta línea de pensamiento, los problemas para la democracia
surgen cuando el considerable peso de los recursos corporativos se moviliza
para capitalizar la moralidad pública. Cuando nuestra propia moralidad se
aprovecha y explota como un recurso corporativo, los intereses privados de las
corporaciones siempre están trabajando tras ella»[1].
El capitalismo de la indecencia se ha apropiado así de
una serie de iniciativas en favor de los derechos individuales y del medio
ambiente para presentarse ante los pueblos y las clases como el liberador de
los infelices, sensible al medio ambiente que ha devastado. En esta
manipulación fantasmagórica de las palabras y los hechos, ha logrado su
objetivo último: eliminar la política y presentarse como la única izquierda
creíble. El juego es fácil: inclusión, feminicidio, igualdad de género, etc.
son temas que concitan fácil consenso y que el capitalismo clemente apoya
e incentiva. Se procede por eslóganes, no se hace ningún análisis estructural,
por lo que el anuncio es dulcemente aceptado por la gente, ahora plebe. La
política calla, de hecho en la izquierda aplauden su sustitución efectiva y
alaban al capital. Los pueblos deben creer la versión del mundo de las
oligarquías, deben recurrir a los capitalistas para aprender a decodificar la
historia y el mundo social. La economía ha fagocitado a la política, que está a
su servicio. La soberanía del pueblo es suplantada por el populismo
corporativo:
«Por el contrario, el verdadero peligro del
capitalismo woke no es que debilite el sistema capitalista, sino que consolide
aún más la concentración del poder político en manos de una élite empresarial.
La continuación de esta tendencia constituye una amenaza para la democracia. Y
también es una amenaza para la política progresista que aún tiene el valor de
esperar la igualdad, la libertad y la solidaridad social «[2].
EL
LOBO Y EL CORDERO
Andrew Forrest es un ejemplo típico de
capitalismo woke. En 2020 Australia fue devastada por los
incendios forestales, el magnate destinó 70 millones de dólares a obras
benéficas para paliar el desastre medioambiental, sólo para que hasta 50
millones volvieran a su fundación, la Minderoo Foundation. La
caridad es un negocio, se financian fundaciones cuyos resultados finales se
ajustarán a las expectativas del benefactor, que luego producirá bienes y tecnologías,
presentándolos en el mercado como innovadores y «verdes». Las emergencias se
producen en laboratorios, son un tipo especial de mercancía que se vende a la
plebe.
La fundación del «benefactor», por lo tanto,
confirmará la versión oficial del cambio climático, en consecuencia orientará y
condicionará a la opinión pública con su halo ético, y al mismo tiempo apoyará
la venta de la mercancía que resuelve la emergencia. El ciclo de producción se
cierra:
A caballo regalado no se le mira el dentado. De los 70
millones prometidos, 10 se destinaron directamente a las víctimas de los
incendios y la misma cantidad a financiar un «ejército de ayudantes» que
contribuirían a la recuperación. Los 50 millones restantes se ofrecieron para
investigaciones de «mitigación de incendios», al frente de las cuales, sin
embargo, está la Fundación Minderoo, de su propiedad, lo que hace dudar de los
resultados, que deben responder a los intereses de su propietario. Así que, de
repente, su donación parecía más bien una inversión»[3].
Hay momentos históricos nodales, en los que la verdad
se hace evidente e ineludible. Son momentos históricos en los que los pueblos
pueden pasar de la condición de plebe a la de un pueblo consciente de ser una
«clase social ampliada» que puede emanciparse del yugo alienante de la mentira.
Durante la pandemia del Covid 19, las corporaciones multinacionales no sólo
compraron las empresas más débiles y negocios que habían quebrado debido al
cierre generalizado, sino que exigieron subsidios del Estado por los «daños
causados», mientras los trabajadores eran forzosamente desempleados, y muchos
nunca volverían a trabajar. Esta es la verdadera cara del capitalismo, detrás
del barniz de progresismo sólo se esconden los intereses de las oligarquías:
«El hecho de que hayan utilizado la crisis
para llenar sus propias arcas es una broma cruel y egoísta. En tiempos
difíciles, las multinacionales de todo el mundo se han alineado para llorar
pobreza con la esperanza de obtener ayuda gubernamental financiada por los
contribuyentes contra el coronavirus. Durante décadas, el dogma neoliberal ha
favorecido a las corporaciones multinacionales, insistiendo en la necesidad de
gobiernos no intervencionistas con respecto a la regulación empresarial, el
bienestar y la educación. La perversión del interés propio alcanzó entonces su
clímax cuando las mismas personas que festejaban ferozmente en la mesa
neoliberal fueron las primeras en la cola de las subvenciones (empresariales).
Los despidos y el creciente desempleo masivo provocados por la crisis de
COVID-19 mostraron las prioridades de las empresas. También lo hizo el riesgo
de que empresas ricas en efectivo como Apple, Johnson & Johnson y Unilever
reforzaran su poder monopolístico adquiriendo competidores más pequeños que
luchaban por sobrevivir»[4].
El monopolio cada vez mayor niega de hecho los
principios liberalistas y liberales que proclaman las empresas. Estamos ante un
nuevo feudalismo, en el que unos pocos actores son los amos de la política y la
economía. Se trata de un disfraz que hay que desenmascarar. El lobo se ha
disfrazado de cordero para desorientar y ocultar las verdaderas
razones del «progresismo capitalista».
HEGEMONÍA
CULTURAL
Para dominar sin oposición en una realidad pacificada
y adialéctica, el capitalismo woke debe controlar la
estructura y la superestructura, inaugurando así un totalitarismo inédito y
laxo. Orienta la opinión pública hacia determinadas causas sociales, abraza la
igualdad de derechos, se viste de arco iris, presentándose como la única
alternativa posible. La popularidad de abrazar «causas simbólicas» permite a
los multimillonarios preservar la distribución desigual de los recursos, la
inseguridad social y el recorte del Estado del bienestar con el consentimiento
de muchos, especialmente de la generación más joven que no conoce nada más allá
del capitalismo. Se trata de una operación hegemónica bien planificada, en la
que política y economía coinciden peligrosamente:
«Para Dreher, el capitalismo woke es una forma de
‘imperialismo cultural’ o ‘totalitarismo blando’, en el que la adopción por
parte de las empresas de posturas progresistas ejerce una considerable presión
política sobre otros –por ejemplo, los empleados– para que abracen esas mismas
posturas, aunque no crean en ellas. El ejemplo que cita es el de IKEA, la
multinacional sueca que despidió a un empleado por desaprobar el apoyo de la
empresa al movimiento del orgullo gay, porque entraba en conflicto con sus
creencias religiosas»[5].
Frente al capitalismo antropofágico que ha devorado la
política y la cultura, la única alternativa para seguir siendo humanos y
devolver la historia al pueblo es reafirmar la primacía de la política-cultura
sobre lo económico:
«El verdadero cambio proviene de la acción
democrática, no de que las empresas actúen por su cuenta. Es hora de abandonar
la idea de que las empresas, como actores principalmente económicos, pueden
allanar de algún modo el camino político hacia un mundo más justo, equitativo y
sostenible. La política democrática se basa en la creencia de que las personas
tienen derecho a gobernarse a sí mismas. Esta política debe reafirmarse como
primordial, mientras que la economía debe pasar a un segundo plano. Con el
capitalismo woke, sin embargo, hemos visto cómo la tendencia contraria
alcanzaba un peligroso clímax, ya que las organizaciones capitalistas han
invadido cada vez más la vida moral y política de los ciudadanos»[6].
Estamos en un momento de la historia en que el peligro
se ha convertido en amenaza, pero cuando el peligro amenaza con aniquilar a
toda una civilización, el despertar de una conciencia de clase extendida a
amplias capas de la población es decisivo.
Para neutralizar esta deriva, hay que mirar los
efectos y los datos objetivos del capitalismo con «rostro humano» y disipar así
las sombras en las que nos encontramos.
Cada uno con su compromiso puede contribuir a devolver
la verdad, allí donde prevalece la manipulación planificada. Todos estamos
llamados a contribuir a la formación, desde abajo, de una nueva conciencia
comunitaria y comunista con la que reabrir «el sendero interrumpido de la
política».
Fuente:
Sinistrainrette.
[1] Carl Rhodes, El capitalismo woke, cómo la moral
de las empresas amenaza la democracia, editorial Fazi, Roma 2023, Capítulo
I El problema del capitalismo, pp. 22 23.
[2] Ibid p. 25.
[3] Ibid Capítulo Populistas Corporativos p.
32.
[4] Ibid pp. 40 41
[5] Ibid, Capítulo VI Un lobo con piel de
lobo, p. 94.
[6] Ibid Capítulo XIII Despertar al
capitalismo woke p. 197.