Dinamita para la paz en
América Latina y el Caribe
Rebelión.org
14/10/2025
Fuentes: Rebelión
El comité noruego del Nobel ha decidido entregar el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, opositora radical de ultraderecha al gobierno de la Revolución Bolivariana. El sesgo político es evidente. Entre los 338 postulantes nominados este año – varias de ellas organizaciones humanitarias y activistas pacifistas- el grupo encargado se decidió por otorgar la presea a quien en numerosas oportunidades alentó la imposición de sanciones, favoreció la insurrección interna y llamó a la invasión militar contra su propio país.
Si bien la
decisión fue celebrada por las derechas en distintos lugares, esta tomó incluso
por sorpresa a la Casa Blanca, cuyo director de Comunicaciones, Steven Cheung,
en rechazo al despecho sufrido por el presidente de los Estados Unidos, señaló
a través de redes sociales que “el Comité Nobel demostró que anteponen la
política a la paz”.
Sin embargo, la
nominación de Machado había sido impulsada desde el mismo riñón republicano,
liderado por el actual Secretario de Estado Marco Rubio, permanente instigador
contra las revoluciones cubana y sandinista, junto a otros parlamentarios del
mismo partido.
Entre las
numerosas críticas que recibió la noticia desde la ribera opuesta, el
expresidente hondureño Manuel Zelaya Rosales- él mismo víctima de un golpe de
Estado en 2009 – expresó: «El Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado
es una afrenta a la historia y a los pueblos que luchan por su soberanía.
Premiar a una golpista, aliada de las élites financieras y de los intereses
extranjeros, es convertir el símbolo de la paz en un instrumento del
colonialismo moderno».
Por su parte,
el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel rechazó la maniobra política que
calificó de “vergonzosa” y afirmó «La politización, parcialización y
desprestigio del Comité Noruego del Nobel por la Paz ha alcanzado límites
insospechados».
No es la
primera vez que el premio se concede a figuras que poco han hecho por la paz,
incluso que promovieron la guerra y el armamentismo. El ejemplo más reciente es
el del ex presidente estadounidense Barack Obama, en cuyo mandato tropas
estadounidenses combatieron en Afganistán, Irak y Siria. Otro caso flagrante es
el de Henry Kissinger, laureado en 1973, quien fue un actor clave en el
sangriento terrorismo de Estado en Latinoamérica en el marco del Plan Cóndor y
en los bombardeos secretos en Camboya y Laos bajo la Operación Menú.
Al mismo
tiempo, figuras referenciales de la No Violencia como Mahatma Gandhi, pese a
haber sido nominados en varias oportunidades, nunca recibieron el
galardón.
¿Por qué el
premio no se ha otorgado a Greta Thunberg, que defiende la supervivencia del
planeta con más valentía que todas las conferencias sobre el clima juntas?, se
pregunta Partha Banerjee en su nota para Pressenza ¿O a José Andrés y World
Central Kitchen, que alimentan a los hambrientos y desplazados en zonas de
guerra desde Gaza hasta Haití? ¿Por qué no a los innumerables trabajadores de
campo, médicos, profesores y constructores de paz de base en Sudán, Palestina,
Somalia, Congo, Cachemira, Yemen o los campos de refugiados del Mediterráneo?
¿O a
organizaciones como Mundo Sin Guerras y Sin Violencia, organismo humanista que
ha desarrollado ya tres marchas mundiales por la paz y la erradicación de la
violencia con participación masiva en más de cien países? ¿O a escritores,
activistas y mediadores que colaboran con permanencia por la desescalación de
los conflictos y la esencial reconciliación entre los pueblos?
La respuesta es
obvia. Los miembros del comité Nobel sostienen una mirada permeada por la
arquitectura geopolítica de cuño occidental, defensora de la democracia liberal
manejada en la realidad por el poder corporativo. Eligen las figuras a ser
veneradas públicamente, condenan al anonimato a verdaderos
constructores de la paz y omiten, en su supuesta defensa de los derechos
humanos, las necesidades de justicia y desarrollo de los pueblos.
Los miembros del comité, Alfred Nobel y su testamento
El comité
responsable de la selección del Nobel es elegido por el parlamento noruego y
está obviamente sujeto a la relación de fuerzas existente en este y a presiones
externas que no provienen de la base social. El Instituto Nobel, que asiste al
Comité, es una entidad privada. Todo esto impide ver a este premio como reflejo
de una real voluntad popular universal.
Pese a las
declaraciones emitidas por el comité, según las cuales Machado cumple con los
requisitos para recibir el premio “por su incansable labor en defensa de los
derechos democráticos del pueblo venezolano y por su lucha por lograr una
transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”, esto se revela
como una interpretación forzada y hasta dudosa, si se compara con el texto
original del testamento.
Dicho texto,
que actúa como base formal y legal del lauro, explicita que el premio – en la
actualidad consistente en un diploma, una medalla de oro y 1,2 millones de
dólares estadounidenses – será repartido “entre aquellos que durante el año
precedente hayan trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las
naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y para la
celebración o promoción de procesos de paz.”
Pero nadie
puede apelar la decisión del intocable comité, lo que promueve una imagen
propagandística que, lejos de abonar a su pretensión humanitaria y pacifista,
fortalece un aura positiva en sus receptores y demoniza a sus adversarios,
incluso legitimando agresiones armadas.
La estrategia de desestabilización y militarización regional
Premiar a
Machado significa echar combustible a la actual amenaza contra el pueblo de
Venezuela que supone el despliegue ilegítimo de buques de guerra – incluido un
submarino atómico – y fuerzas militares de los Estados Unidos en el Mar Caribe.
Todo bajo el subterfugio de una supuesta ofensiva contra el narcotráfico,
similar en su esencia a la que sirvió para invadir Irak y Libia, asesinando a
sus presidentes.
El cuadro de
militarización de la región es promovido intencionalmente por el país del
Norte. No se trata solamente de invadir la soberanía de Granada con radares y
estacionamiento de tropas, el ingreso de fuerzas extranjeras a Ecuador o Perú,
la introducción de ingenieros militares en el acuífero guaraní o el acuerdo con
el presidente argentino de utilizar una base en Ushuaia. Todo ello sumado a las
instalaciones militares permanentes que el ejército norteamericano tiene en
Colombia y Honduras.
Se trata de una
estrategia de incremento de la violencia generalizada que justifique, en la
opinión pública, la represión y la mano dura, bajo la falacia de una mayor
“seguridad” y una posterior militarización del espacio público. Esta estrategia
se basa en un ciclo que comienza con la reducción de la protección social y el
achicamiento del Estado -considerados gastos indeseables- y la precarización de
las condiciones de vida de la población.
El paso
siguiente del ciclo es el reclutamiento voluntario o forzado de jóvenes en las
filas y los códigos del narcotráfico, lo cual conduce a un aumento del delito y
la proliferación de armas y muertes. En vez de abordar el conflicto en sus
raíces, como la falta de sentido vital que promueve el consumo masivo de estupefacientes,
las inexistentes oportunidades de un futuro promisorio para las nuevas
generaciones, junto a las falsas promesas de dinero rápido, la única respuesta
consiste en perseguir, encarcelar y militarizar a las sociedades.
En términos
geopolíticos, esta estrategia reemplaza lo que en su momento intentó la Alianza
para el Progreso, ideada para contener a los movimientos revolucionarios de la
región. Ahora se trata de cancelar cualquier avance progresista, proscribiendo
políticamente a sus liderazgos y asentando un discurso y prácticas reñidas con
la compasión y la solidaridad.
Problemático
también es constatar la permanente necesidad estadounidense del “enemigo
externo” como un intento para evitar que, en la etapa de decadencia en la que
se haya sumida la otrora potencia, se consume una definitiva fractura interna.
Lo cierto es
que cualquier ataque en territorio venezolano, ya sea de manera directa o a
través de actores irregulares, desataría una hecatombe que pondría en riesgo la
ya precaria situación de los pueblos de la región.
Un episodio
bélico en América Latina y el Caribe, región declarada por la CELAC en 2014
como Zona de Paz, tiene sin duda como propósito final no solamente derrocar al
gobierno bolivariano, sino retrotraer los avances de la Paz logrados en
Colombia, continuar la ofensiva contra Cuba y Nicaragua y desestabilizar la
situación en México, Brasil y Honduras, piezas fundamentales de la soberanía
que se pretende extinguir.
En este cuadro
se inscriben también la casi segura instalación de un gobierno derechista en
Bolivia y el riesgo de que Chile quede nuevamente en manos de un gobierno
filofascista. Perspectivas regresivas que es preciso evitar, no solo con
resistencia y denuncia, sino con proyectos que renueven la esperanza y el apoyo
popular.
Por lo
contrario, el otorgamiento del premio Nobel de la Paz a un personaje como María
Corina Machado, actúa con un efecto similar a la invención que hizo rico a su
legatario. Es dinamita para la Paz en América Latina y el Caribe.
Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas
y comunicador en Agencia Internacional de Noticias con enfoque de Paz y No
Violencia Pressenza.