miércoles, 24 de marzo de 2021

ELEMENTOS ESENCIALES PERO OLVIDADOS DE LA RECONSTRUCCIÓN SOCIAL Y ECONÓMICA (¿Qué algoritmo utilizará Facebook para no permitir que desde este Blog, El Ojo Atípico, no se pueda compartir ningún artículo, ni siquiera a mi propia cuenta de facebook? ¿Tal flojedad intelectual tiene el sistema que cualquier idea lo puede hacer tambalear?)

 

ELEMENTOS ESENCIALES PERO OLVIDADOS DE LA RECONSTRUCCIÓN SOCIAL Y ECONÓMICA

Viçen Navarro

 Artículo publicado en el diario Público

 22 de junio de 2020

Resumen de la presentación a la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica del Congreso de los Diputados

 Señorías, la pandemia ha mostrado claramente las enormes deficiencias del Estado del Bienestar español (es decir, los servicios públicos como la sanidad, los servicios sociales, las escuelas de infancia, los servicios de dependencia, las residencias de ancianos, la vivienda social y muchos otros servicios, así como las transferencias destinadas a prevenir la pobreza y la exclusión social, entre otras). Cada uno de estos servicios y transferencias citados están muy poco financiados, en comparación con el promedio de los países de la UE-15 (el grupo de países con un nivel de desarrollo económico semejante de tal comunidad de naciones). En 2018, el gasto público social (que abarca la mayoría de tales servicios y transferencias, junto con educación) fue de un 27,4% del PIB español, cuatro puntos menos del PIB (31,5%) que el promedio de la UE-15 y casi siete puntos menos que Suecia (34,1%), el país con mayor desarrollo social de la UE (y uno de los países más eficientes y competitivos económicamente, como ha tenido que reconocer el Foro de Davos -institución de clara sensibilidad neoliberal-). Lo que estos datos dicen es que nos gastamos casi 50.000 millones de euros menos de lo que deberíamos gastarnos para alcanzar el porcentaje medio de gasto público social de la UE-15 (80.500 millones menos para alcanzar el nivel de Suecia).

Cuantificando los fondos que tendríamos que haber invertido en el Estado del Bienestar para alcanzar el promedio de la UE-15

Este déficit aparece en todos los servicios del Estado del Bienestar. Así, en sanidad, en 2018, el gasto público era de un 6% del PIB, mucho menos que el promedio de la UE[1]15 (7,2%), lo que implica que deberíamos haber gastado al menos 14.400 millones más de euros en tales servicios. Esta subfinanciación explica, en gran parte, la enorme crisis del sistema público sanitario durante la pandemia, el cual claramente se ha visto desbordado, contribuyendo a que se diera la elevada mortalidad debida al coronavirus. El déficit fue incluso mayor en las transferencias de la protección social, en las que se invirtió, en 2018, un 16,9% del PIB, mucho menos que el promedio de la UE-15 (19%) y que Suecia (19,5%), lo cual quiere decir que nos gastamos 25.240 millones de euros menos de lo que deberíamos haber gastado para alcanzar el promedio de la UE-15, y 31.250 millones menos den relación con Suecia. En educación, tales cantidades habrían tenido que ser de 8.415 millones de euros más para alcanzar el porcentaje de gasto de la UE-15, y de 34.865 millones más para alcanzar el porcentaje de gasto de Suecia. En vivienda hubieran sido 1.084 millones de euros más para alcanzar el porcentaje de gasto de la UE-15, y 2.167 millones de euros para alcanzar el porcentaje de gasto sueco. Y en gasto público en cuidados de larga duración el déficit fue de 11.618 millones de euros para alcanzar el porcentaje de gasto de la UE-15 y de 29.045 millones para alcanzar el porcentaje de gasto de Suecia. Y es importante señalar que tal pobreza de recursos incluye también un gran déficit de personal, muy acentuado en los servicios esenciales, ocupados en su mayoría por mujeres, que en España cuentan con escaso poder adquisitivo, trabajo inestable y mal remunerado, y con una elevada tasa de temporalidad.

La urgente necesidad del 4º pilar del Estado del Bienestar

 Permítanme destacar que la parte menos desarrollada y financiada del Estado del Bienestar español es la que en otros países se llaman los servicios de ayuda a las familias, es decir, los servicios de educación y atención a la infancia, y los servicios de atención a la dependencia, servicios que deberían considerarse como parte de un derecho personal individual, complementando el derecho de acceso a la sanidad, el derecho de acceso a la 83 educación y el derecho a la jubilación. De ahí su nombre -el 4º pilar del Estado del Bienestar-. Y quisiera añadir aquí que, aun siendo un derecho individual y personal de todo ciudadano o ciudadana español, beneficia a toda la familia, una unidad que en teoría es valorada a nivel popular pero que parece olvidada por el Estado. Tales servicios están muy poco desarrollados en España. Familia, en nuestro país, equivale a decir mujer, y de ahí que estén tan olvidados por el Estado. Estos servicios son, así pues, un elemento clave de la economía de los cuidados. Y tienen una gran importancia para facilitar la integración de la mujer en el mercado de trabajo, ya que le permiten compaginar su proyecto profesional con su responsabilidad familiar, que debería ser compartida con su pareja. En realidad, el escaso desarrollo del 4º pilar del Estado del Bienestar es una de las mayores causas del bajo porcentaje de mujeres que se encuentran en el mercado de trabajo, uno de los más bajos de la UE-15 (en España es del 61%, por un 68,6% en el promedio de la UE[1]15, y un 80,2% en el caso de Suecia).

Ello es indicador del gran retraso social que tenemos. El gasto público y la cantidad de personal en escuelas de infancia y en servicios de atención a la dependencia, y las tasas de cobertura de estos servicios, continúan estando por debajo del promedio de los países de la UE-15 y muy por debajo de Suecia (en el caso de la tasa de escolarización de criaturas de 0 a 3 años, en España es del 36%, en Suecia del 47% y en Dinamarca del 55%; y en el caso de la tasa de cobertura de cuidados de larga duración para mayores de 64 años, esta es del 9,8 en España, del 15,7% en Noruega y del 16,2% en Suecia). Y como indiqué antes, el aumento de gasto y empleo públicos necesarios para alcanzar el promedio de la UE-15 y de Suecia en cuidados de larga duración es muy marcado.

Propuestas específicas para salir de la crisis: corregir el enorme déficit de gasto público social en España Existe la necesidad de, además de corregir el enorme déficit de gasto público que creó los déficits de recursos en las áreas sanitarias y sociales (repito, y que explica, en parte, la elevada mortalidad por coronavirus en España), ayudar a que estos servicios estimulen la economía. Para ello, lo primero que se debería hacer es invertir en el sector social para 84 llegar al promedio de la UE-15, lo cual, como ya hemos indicado, supondría un aumento de alrededor de 49.300 millones de euros en todos los servicios públicos del Estado del Bienestar (80.500 millones para alcanzar la inversión sueca). En realidad, este aumento debería incluir la creación de algo más de tres millones de puestos de trabajo en las distintas áreas de los servicios públicos y en distintas formas de contratación. Ello implicaría un aumento muy notable del sector público (poco desarrollado en nuestro país), el cual debería ser priorizado en las inversiones para la reconstrucción social y económica del país.

Corregir el déficit a base de gasto privado no es ni eficiente ni equitativo, pues aumenta las desigualdades e ineficacia de los servicios públicos sociales

 Es importante recalcar que la clásica división de servicios privados para las rentas superiores y de servicios públicos para las clases populares no es un sistema eficiente y eficaz, tal y como ha mostrado la pandemia. Lo que permitió a España salir de la pandemia fue el protagonismo del sector público, tanto en los servicios sanitarios como en los sociales. No es por casualidad que el mejor sistema educativo en Europa, por ejemplo, sea el finlandés, donde el banquero y el hijo del empleado de la banca utilizan la misma escuela pública. Y la experiencia de EEUU frente a la pandemia, abordada desde un sistema sanitario mayoritariamente privatizado, ha demostrado la enorme ineficiencia del ámbito privado. El caso estadounidense ha sido un “desastre”, como señaló recientemente el gobernador del Estado de Nueva York, el más afectado por la pandemia. Es una sanidad muy cara, con un grado de insatisfacción muy elevado y con unos indicadores de salud muy malos, con unos de los peores resultados en esperanza de vida y una de las mortalidades infantiles más altas de entre los países del Atlántico Norte. Los datos son ampliamente conocidos y convincentes.

Las enormes ventajas del 4º pilar del bienestar

 (Para una exposición detallada de esta sección, ver El cuarto pilar del bienestar: una propuesta para cubrir las necesidades esenciales de cuidados, crear empleo y avanzar hacia la igualdad de género, escrito por investigadores del JHU-UPF Public Policy 85 Center que dirijo -Vicenç Navarro, María Pazos, Pol Carrión, Cristina Castellanos, María Martínez, Ferran Muntané y Mercedes Sastre García-)

Varias son las razones para desarrollar tal derecho personal y universal. Una de ellas es ayudar a la mujer, que está actualmente sobrecargada en sus responsabilidades familiares (cuidado de las criaturas y de los jóvenes, estos últimos en casa hasta que tienen 29 años como promedio, de las parejas y de los ancianos, y además de su trabajo en el mercado laboral, con un 61% de las mujeres españolas en situación de actividad). Esta sobrecarga tiene dos costes importantes. Primero, la mujer española tiene tres veces más enfermedades derivadas del estrés que el hombre español. Y la otra consecuencia es la baja fecundidad de la mujer, la segunda más baja del mundo (hecho derivado no sólo del estrés, sino del hecho de que tiene menos probabilidades de encontrar un trabajo estable, bien remunerado, que le permita vivir en una casa, bien sea de alquiler o de propiedad). De ahí que dicha tasa sea de 1,26 hijos por mujer, cuando las encuestas señalan que, de media, los españoles desearían tener 2 hijos, cifra muy parecida a la deseada por el promedio de los ciudadanos a los dos lados del Atlántico Norte.

Pero esta ayuda personal no debería ser para reforzar la dimensión de responsabilizar a la mujer del cuidado de la familia, sino para facilitar su integración en el mercado de trabajo, pues tal integración es una pieza clave para conseguir la homologación de sus derechos con los del hombre, lo cual requiere, además de estos derechos, la compartición y corresponsabilidad en las tareas domésticas, para facilitar la conciliación familiar de ambos cónyuges. Las consecuencias económicas de mejora y ampliación de tales servicios son enormes. Una es que la inversión en estos servicios implica no solo un gran aumento de la ocupación en tales servicios, sino que, como ya hemos indicado, también facilitan la integración de la mujer en el mercado de trabajo, con lo cual cada nuevo puesto de trabajo crea indirectamente la integración de otras dos mujeres en dicho mercado.

Y esta integración es también un elemento esencial para erradicar la pobreza de las mujeres y de las criaturas. España tiene una de las pobrezas infantiles más elevadas en la UE (del 28,8%, cuando en el conjunto de la UE-15 es del 22,5% y en Suecia del 20,6%). El profesor Sebastià Sarasa, de la UPF, ha mostrado cómo la estrategia más eficaz para 86 erradicar esa pobreza infantil es la de integrar a la mujer en el mercado de trabajo a través del establecimiento de escuelas de infancia, algo mucho más eficaz que las transferencias públicas de tipo asistencial.

Sus componentes: la urgencia de terminar con las desigualdades de acceso por clase social a las escuelas de infancia

Una característica de España es que, del total de gasto en la etapa de 0 a 3 años, el gasto público es solo ligeramente superior al privado (51% vs 49%), lo cual determina una desigualdad notable en tales servicios por clase social, siendo las criaturas de las familias de rentas bajas las que tienen menor tasa de escolarización, viéndose reducidas así sus oportunidades, lo que dificulta más la integración de la mujer de bajos ingresos en el mercado de trabajo. La subfinanciación y no gratuidad del sistema de educación infantil español provoca que exista una necesidad no cubierta de acceso a los servicios de atención a la primera infancia para muchas familias. Según datos de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV), “al 30,9% de las familias les hubiera gustado poder utilizar los servicios de centros de cuidado infantil o utilizarlos en mayor medida”, y más de la mitad de éstas (el 52,4%) afirmaron que no lo hicieron porqué “no podían permitírselo”.

El hecho de que la falta de recursos determine sobremanera la asistencia a estos centros provoca, en consecuencia, desigualdades de clase social, puesto que las familias con más recursos tienen una mayor capacidad para hacer frente al gasto derivado de los servicios de cuidado infantiles. Concretamente, los niños y niñas de hogares de “ingresos elevados” recibieron este tipo de cuidados en su mayoría (60,5%), mientras que la cobertura en el caso de niños y niñas de hogares con “ingresos bajos” fue muy minoritaria (25,3%). El hecho de que estemos tan lejos del valor potencial tiene un impacto directo no sólo sobre los niños y niñas, sino también sobre el bienestar y la calidad de vida de las familias. Las que no pueden acceder a estos servicios se ven forzadas a sacrificar la carrera profesional de uno o ambos progenitores (sobre todo de las madres).

La urgente necesidad de corresponsabilizar las tareas familiares Es evidente que existe un déficit en la oferta de servicios de cuidado por parte del Estado del Bienestar español. El sector público deja desatendidos a miles de hogares, con las consecuencias que ello tiene sobre el desarrollo de los más pequeños y sobre el bienestar y calidad de vida de las familias. Sin embargo, no debemos perder de vista otro de los déficits del sistema de cuidados español: la corresponsabilización de los hombres. Sin un reparto igualitario de los trabajos reproductivos y, en este caso, de las tareas de cuidado de los más pequeños, es imposible conseguir una sociedad verdaderamente igualitaria. En el documento citado anteriormente se detallan los cambios que deberían realizarse con los permisos parentales. Valga subrayar que es necesario también establecer el derecho del hombre a cuidar de su familia mediante la reducción de la jornada laboral de 40 a 35 horas en 5 días, reduciendo la sobrecarga de los trabajadores (la mayoría de los cuales son hombres), que son los que trabajan más horas al día en la UE-15. En España, de media, los trabajadores dedican 37,7 horas semanales a su ocupación principal, mientras que la media de la UE-15 es de 36,3 horas semanales.

La escasa sensibilidad del Estado hacia las personas con dependencia (incluyendo las personas de la avanzada tercera edad)

En el caso de los servicios para atender a las personas que por motivos de enfermedad crónica o discapacidad física y/o mental no son autónomas, España inició su despliegue en 2006, mucho más tarde que la mayoría de los países más desarrollados de la UE y de la OCDE. Esto, junto con el contexto de estallido de la crisis económica y de recortes en el gasto público social, ha conllevado que el Estado español se sitúe a la cola de los países europeos más desarrollados en cuanto a despliegue y robustez de estos servicios.

Así, según el informe Health at a Glance, publicado por la OCDE en 2019, España gasta solamente el 0,7% del PIB en cuidados de larga duración sanitarios y sociales, lo que la sitúa a la cola de la OCDE en cuanto a gasto en este ámbito. El promedio de la OCDE era del 1,7% (más de dos veces más que en el caso español), y en el caso de Suecia 88 (paradigma del modelo nórdico de Estado del Bienestar) del 3,2% (cuatro veces más que en el caso español). Sin embargo, el gasto público no es el único dato que demuestra este retraso. En consonancia con el menor gasto España se encuentra también a la cola de los países de la OCDE en cuanto a porcentaje de personas mayores de 64 años que reciben cuidados de larga duración, con un 9,8%, mientras el promedio de la OCDE es del 10,8% y, en el caso de Suecia, casi el doble con un 16,2%.

Por otro lado, las carencias del sistema de dependencia español también quedan reflejadas en el escaso número de trabajadores que desempeñan labores en este ámbito. Así, en España por cada 100 personas mayores de 64 años hay 4,5 trabajadores del sector de cuidados de larga duración, una cifra que, de nuevo, nos sitúa a la cola de la OCDE. El promedio para la OCDE es de 4,9 trabajadores y en el caso de Suecia es de 12,4 (tres veces más que en el caso español). Finalmente, España también se sitúa por debajo del promedio de la OCDE en cuanto a camas destinadas a cuidados de larga duración (en instituciones y hospitales) por cada 1.000 personas mayores de 64 años. En nuestro país este número asciende a 46,8, menos camas que en el promedio de la OCDE (47,2) y algo más de 24 camas por debajo de Suecia, donde hay 71,5 camas por cada 1.000 personas mayores de 64 años. Las notables insuficiencias explican las enormes listas de espera (más de 270.000 personas en 2016, el 30% de la población dependiente reconocida). En realidad, el número sería mucho mayor si hubiera un sistema de registro más elaborado, calculándose que hay 1,9 millones de mayores de 65 años con algún grado de dependencia. Ello implica que el porcentaje de personas que necesitan tales servicios y lo reciben es menor (52%) que el que indican los datos oficiales (70%).

Otra característica es que la atención a la dependencia está demasiado orientada hacia la prestación económica a las familias y poco a la provisión de servicios. El 36% de las prestaciones del sistema son ayudas para cuidados en el entorno familiar, por un 24% de servicios de ayuda domiciliaria y solo un 18% de atención residencial. Estas prioridades cronifican la carga familiar en la mujer, reproduciendo su rol tradicional y obstaculizando su integración en el mercado de trabajo. De ahí que este modelo diste mucho de ser el modelo encaminado a facilitar dicha integración. Es más, las desgravaciones fiscales que la familia recibe como parte de sus cuidados también cronifica este rol, desgravaciones 89 fiscales, por cierto, que favorecen a las familias más pudientes a costa de las de menores ingresos.

Todo ello hace que el modelo de dependencia diste mucho del modelo escandinavo, que se caracteriza por: 1) carácter público, 2) universalidad, 3) cobertura suficiente, 4) prestación directa de servicios, 5) empleo público, 6) gratuidad del cuidado, 7) equidad de género, y 8) equidad interterritorial.

Recomendaciones: resumen de propuestas

 Es urgente y prioritario que se haga un 1) restablecimiento de los servicios esenciales de cuidado (escuelas de infancia y servicios de atención a la dependencia) anulados o reducidos por la pandemia; 2) universalización del derecho a la atención suficiente y de calidad de los servicios públicos que componen el 4º pilar del Estado del Bienestar; 3) reversión gradual de los contratos con empresas privadas; 4) aumento de las prestaciones de los servicios públicos y 5) desaparición progresiva de las prestaciones y desgravaciones relacionadas con el cuidado. El compromiso para la implementación total debería ser de 5 años para educación/atención a la infancia y de 10 años para la atención a la dependencia.

Dentro del establecimiento de un nuevo sistema de atención/educación infantil (0-3 años) se deberían aprobar permisos igualitarios para cubrir los 8 primeros meses (escolarización temprana o servicio a domicilio en caso de familias monoparentales). Para ello se necesita una reforma del RD 6/2019 para permitir que, pasadas las dos primeras semanas, los progenitores se tomen el permiso a tiempo completo y sucesivamente. Se requiere también, el reconocimiento del derecho universal a una plaza escolar 1) en una escuela pública de calidad, 2) con horarios suficientes, 3) próxima al domicilio; y que haga innecesarios los cheques guardería.

También se requiere un nuevo sistema de atención a la dependencia, mediante el establecimiento de un derecho universal a la atención suficiente por parte de los servicios 90 públicos a base de: 1) aumentar la cobertura para atender a toda la demanda sin contar con el cuidado familiar, 2) con solo servicios públicos de gestión y provisión pública: revirtiendo privatizaciones, y 3) eliminar prestaciones y desgravaciones relacionadas con la dependencia.

El incremento neto (incremento del coste menos retornos directos) del nuevo sistema de atención/educación a la infancia sería de 1.521 millones de euros, cantidad que se debería asumir durante el periodo de implementación de 5 años. Por otro lado, en los servicios de atención a la dependencia la propuesta permitiría atender a 800.000 nuevas personas. El incremento neto total del gasto público sería de 4.821 millones de euros, cantidad también asumible en el periodo de implementación de 10 años.

Creación de empleo a través del 4º pilar del Estado del Bienestar. La inversión de gasto público que generará más empleo en España

 En el año 2017 solamente un 13,3% de la población activa española trabajaba en el sector público, lo que representaba unos 3 millones de puestos de trabajo. Se trata de una cifra escasa si la comparamos con la situación de Suecia. En aquel país, en 2017 el empleo público alcanzaba al 27,3% de la población activa, más del doble que en el caso español. La magnitud del impacto que podría tener en el mercado laboral español transitar hacia un escenario similar al sueco se hace patente con la siguiente cifra. Tener en España un porcentaje similar de la población activa trabajando en el sector público que en Suecia significaría la creación de nada más y nada menos que de 3,2 millones de puestos de trabajo, hasta alcanzar (con cifras de 2017) los 6,2 millones de trabajadores en el ámbito público.

La expansión y consolidación de los servicios asociados al 4º pilar del Estado del Bienestar tendría un papel fundamental en esa potencial creación de ocupación. La implantación total de un nuevo sistema de educación/atención infantil de primer ciclo gratuito y universal conllevaría la creación de unos 143.000 nuevos puestos de trabajo. Estos nuevos puestos de trabajo irían asociados a efectos positivos para la economía como 91 el incremento de los salarios percibidos por las familias, de los ingresos a la Seguridad Social y de la recaudación por IRPF.

Sumado a la cifra anterior, al ámbito de la atención a la dependencia se podrían crear más de 508.000 empleos públicos a tiempo completo, los cuales corresponderían a las categorías de (1) atención directa y cuidados, (2) funciones de hostelería en centros de día o residencias, (3) mantenimiento de centros y servicios, (4) personal especializado (médicos, trabajadores sociales...), y (5) administración y gestión de los centros.

Además de estos empleos directos, se generarían previsiblemente otros efectos sobre el empleo debidos a las siguientes razones: (i) necesidad de ampliar y adaptar la red de infraestructuras necesarias para suministrar los servicios de forma adecuada y suficiente, (ii) empleos indirectos en empresas proveedoras de productos relacionados con la actividad hotelera o de actividades relacionadas con la rehabilitación y cuidados de salud, (iii) afloración de empleo sumergido, al convertirse empleo privado precario en empleo público. También hay que señalar el efecto que un aumento en la renta disponible de determinadas familias tendría sobre el consumo y la demanda de empleo. Por otra parte, el hecho de que la mayor parte de las cuidadoras sean mujeres, y su posible incorporación al mercado laboral, independientemente de su cuantificación, tiene una importancia fundamental en la configuración de un sistema de cuidados que contribuya positivamente a la igualdad entre hombres y mujeres.

En total, 651.000 nuevos empleos públicos directos, no contaminantes y no deslocalizables, además de los empleos indirectos y del número de mujeres que, tras ser liberadas de sus cargas familiares, podrían incorporarse al mercado laboral (450.000 en base a estimaciones de acuerdo con varias experiencias internacionales), sumando un total de 1,1 millones de puestos de trabajo.

Los derechos sociales deberían ser fundamentales y no solo principios rectores de la política económica Permítanme una última observación que va dirigida directamente a Uds., los legisladores del Estado español, basada en la experiencia acumulada en todos estos 42 años de democracia. Estarán de acuerdo en que hará falta una presión popular para que las autoridades y, muy en particular, Uds., legisladores, establezcan y desplieguen tales derechos, ya reconocidos en la Constitución española, una gran conquista de nuestra democracia. Sin embargo, la Constitución diferencia entre derechos fundamentales y otros que no lo son, entre ellos los que se definen como los principios rectores de la política social y económica. Derechos fundamentales son derechos como el derecho a la vida – artículo 15 –, que empodera a la persona a llevar a los tribunales a personas o instituciones que amenazan tal derecho. Este empoderamiento no existe, sin embargo, en los derechos sociales, tales como el acceso a la sanidad y a los servicios sociales, que precisamente garantizan la calidad de vida de la ciudadanía y que se reconocen como principios rectores de la política social y económica. Por mera coherencia, los derechos sociales deberían considerarse derechos fundamentales, pues aseguran y garantizan el derecho a la vida (evitando la muerte o protegiendo la calidad de vida y bienestar de la ciudadanía), tal y como se ha mostrado durante la pandemia. Sería deseable que ello ocurriera en un futuro próximo. La calidad de vida y el bienestar de la ciudadanía dependen de ello. Señorías, ustedes pueden contribuir en gran medida a que esto sea una realidad en nuestro país. Ojalá sea así. Gracias por su atención.

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NEOLIBERALISMO PARA TODOS LOS PÚBLICOS

 

Cuando en las homilías de las ondas nos animan a ser emprendedores frente a la asfixia de un Estado burocratizado, se vende ideología. Como también lo es la sibilina adulación a ese oxímoron que responde al nombre de trabajo voluntario.

Neoliberalismo para todos los públicos

Neoliberalismo para todos los públicos

Si hay algo transversal en la sociedad española es el aprecio hacia ciertas palabras que generalmente operan como sortilegios, con un indudable poso mágico. Una de ellas es emprendimiento. Cuando se habla de emprendedores, no se estila poner el foco en la complejidad del asunto. Menos aún en el fracaso: cuántos se tragaron el cuento de que esto iba de talento y voluntad y se dieron de bruces con la cruda realidad. Se tira de recurso fácil: el tipo en el garaje, la cultura del individuo hecho a sí mismo. La imagen representa más bien un gag cómico que algo verosímil y serio, pero vende bien. Entronca con una sociedad inmediatista, aquella en la que entre estímulo y resultado median escasos segundos. En la sociedad líquida del espectáculo, hablar de ingentes sumas de dinero público, de Estados que, a veces a través de su industria militar, contribuyeron a hacer posible esos procesos de creatividad empresarial, allá donde el capital privado no podía o quería llegar, tal vez venda menos.

Otro tanto acontece con la apelación hueca al voluntariado. Ponerse en frente tiene  mala fama. ¿Quién iba a estar en contra del espíritu altruista en plena nevada? ¿Por qué te molesta que los vecinos cojan una pala para recoger la nieve de la calle? ¿Cuán amargado tienes que estar? Todo se psicoanaliza y se proyecta a un plano sentimental por si alguien quisiera extraer una lectura política. Pero ni siquiera hace falta extraerla, la lectura va de suyo. Lógicamente para que haya sociedad tiene que existir monopolio de la fuerza por parte del Estado y coerción aceptada por todos a través de las leyes: sin ellas no hay cauce para el bien común. El altruismo personal puede ser complementario pero nunca suplementario de los mecanismos sociales que, nos guste más o menos, gestiona el Estado. Los servicios públicos no son un capricho. El mundo del trabajo no es una quimera. A quien reprocha nostalgia por regresar a parámetros  fordistas a los que defendemos el trabajo y el derecho laboral, yo les contesto diciendo que no hay nada más anacrónico que tratar de blanquear un contenido de esclavitud descarnada a través de un continente tecnológico e hipermoderno. La neo-esclavitud tecnológica no deja de ser esclavitud. Hoy sin fábricas dickensianas, pero con repartidores y kellys.

Cuando se apela a la libertad entre desiguales, al sálvese quien pueda más crudo, y se presenta esa alternativa como imperativa frente a una presunta amenaza comunista en verdad inexistente, se vierte un mensaje tendencioso, ideológicamente maniqueo, profundamente polarizador de la sociedad y eminentemente falso.

El corto siglo XX, como lo llamó el historiador Hobsbawn, terminó con la caída del muro de Berlín en 1989 y de la URSS en 1991. El bloque del Este cayó con estrépito dejando a su paso un reguero de oscuridades, pero también algunas luces esenciales que ahora tratan de ocultarse, al servicio de la conveniencia ideológica hegemónica. Entre otras, un fuerte entramado de derechos sociales, económicos y políticos para la clase trabajadora de Europa occidental. Una verdadera transformación, desconocida antes y después en la Historia, en las condiciones materiales de vida de millones de personas, inentendible sin el movimiento obrero y sin el socialismo. Tampoco sin el bloque del Este. Guste más o menos, esa es la realidad, y ésta choca con los prejuicios, no entiende de mantras de campaña electoral o de tuits para perpetuos adolescentes políticos y vitales.

Las vacaciones pagadas, la prohibición del trabajo infantil, el derecho de huelga, el descaso semanal, las jornadas laborales de 8 horas, los sistemas de seguridad social y todos y cada uno de los cimientos del Estado de Bienestar responden a un concreto pacto capital-trabajo, que se cimenta en los postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, que se consolida en la Guerra Fría por el choque de bloques y el temor real del capital a un contagio revolucionario en la Europa occidental, y que empieza a resquebrajarse claramente con el ocaso de la Unión Soviética y el desembarco de la contrarrevolución neoliberal que, desde los años 70 y 80 del corto siglo XX, empieza a permear todas las capas de la sociedad occidental, con una traslación efectiva en políticas públicas muy regresivas.

Cuando en las homilías de las ondas nos animan a ser emprendedores, frente a la asfixia de un Estado burocratizado e inhabilitante en el que sobran funcionarios y su mentalidad conservadora (la de conservar derechos, se entiende), aunque se presente de forma aséptica y neutral, se vende ideología. Se apela a un individuo desligado de sus condiciones materiales, a un individuo autónomo cuya acción empresarial depende en exclusiva de él, y en la que su contexto social no importa o no debe importar, porque de importar lo haría de forma nociva, en la forma de un Estado que bloquea y desangra a través de los impuestos, tantas veces presentados como un desfalco a un individuo con legitimidad primigenia, cuyos derechos al parecer flotan en el vacío.

Todo ello es ideología y no es inocua. Como también lo es la sibilina adulación al fenómeno de ese oxímoron que responde al nombre de trabajo voluntario frente al cual, quien ose discrepar, se convierte en un egoísta, un raro o un peligroso rojo. Términos como ayudar o colaborar –he ahí el fenómeno de ensuciamiento que se ha hecho sobre la presunta economía colaborativa, que hoy encubre dinámicas descarnadamente competitivas– se utilizan al servicio de causas con frecuencia espurias. En el caso del voluntariado para socavar puestos de trabajo. Coge tu pala o echa una mano en la limpieza de la ciudad, mientras se externalizan contratos para pagar lo menos posible o se recorta en servicios públicos.

En algunas tertulias me he encontrado a profetas del libre mercado pedir que profesores jubilados dieran clase en plena pandemia. Lo que fuera antes que contratar a nuevos funcionarios. Aquí el mito negativo del funcionario sigue operando: sobra, es un vago, es ineficiente. Curiosamente dicha apología de un mercado presuntamente libre descarrilla por las vías de la incoherencia cuando se exige al Estado –¡a quién si no!– la prórroga de los ERTEs sine die –con sus bonificaciones a las cuotas empresariales de la Seguridad Social, que aumentan la deuda estatal– o, incluso, ayudas directas a las empresas. ¡Mientras que se solicitan rebajas fiscales! ¿Ayudas directas del Estado y rebajas fiscales? Tarifa plana para que Amazon, Facebook y Google sigan sin pagar un mísero impuesto en nuestro país mientras manejan a discreción nuestros datos personales e información, mientras que se exige del pérfido Estado – con una deuda galopante e hiperbólica – ayudas directas y menos ingresos tributarios. Un genuino disparate.

La sustitución del derecho laboral como esfera ordinaria de la estructura productiva de un país por una suerte de introducción con calzador del derecho mercantil en las relaciones laborales no es una propuesta inocente. Se trata de aplicar criterios de mercado que entronicen la libertad entre desiguales, donde deberían primar los derechos laborales, la representación sindical y la protección de la parte más débil. Con el auge de un concepto falaz e ideológico de emprendimiento, que está dejando por el camino a demasiados bienintencionados que compraron el cuento de hadas del individuo ajeno a condicionantes sociales que podía valerse por sí solo, se arrincona la aplicabilidad del derecho del trabajo, crecientemente estigmatizado como un residuo de una época superada. Reclamar su vigencia hoy te ubica en la nostalgia de un tiempo muerto, presuntamente, y que sin embargo pretende ser reemplazado por un preocupante y distópico matrix que conjuga progreso tecnológico con pingües ganancias para unos pocos y dramáticas condiciones laborales para la mayoría. Mientras se impugna la solidaridad real garantizada a través de impuestos progresivos y servicios públicos –presupuesto ineludible para una noción de libertad que sea algo más que la caricatura electoral– se lava la mala conciencia de los próceres del sálvese quien pueda alentando un voluntariado torticero en el que el trabajo se convierte repentinamente en una prestación gratuita. Después de la buena obra, a tratar de sobrevivir y cubrir tus necesidades materiales más acuciantes. Porque tal vez mañana seas tú el que precise de la dádiva altruista y sustitutoria de verdaderos derechos, en una sociedad cada vez más injusta.

El neoliberalismo para todos los públicos suele lucir con una mueca cruel aunque nos cuenten que es una sonrisa y que hay motivos para sonreír.

CÓMO LA CRISIS CREADA POR LA PANDEMIA AFECTA A LAS FAMILIAS ESPAÑOLAS (¿Qué algoritmo utilizará Facebook para no permitir que desde este Blog, El Ojo Atípico, no se pueda compartir ningún artículo, ni siquiera a mi propia cuenta de facebook? ¿Tal flojedad intelectual tiene el sistema que cualquier idea lo puede hacer tambalear?)

 

CÓMO LA CRISIS CREADA POR LA PANDEMIA AFECTA A LAS FAMILIAS ESPAÑOLAS

Viçen Navarro


 Artículo publicado en el diario Público

 8 de junio de 2020

La enorme crisis económica y social que estamos sufriendo, que no tiene precedentes en nuestra historia, está afectando muy negativamente a la calidad de vida y el bienestar de nuestra población, incidiendo con especial intensidad en las clases populares de nuestro país. Varios son los indicadores de esta realidad. Uno, de especial importancia, es el enorme aumento del desempleo. El porcentaje de la población adulta que desea un puesto de trabajo y no lo consigue está aumentando casi exponencialmente, hablándose de que podría llegar a alcanzar niveles nunca vistos antes en nuestro período democrático. El sistema de protección social existente en España no puede atender a tantos de nuestros conciudadanos. Ni que decir tiene que el real decreto-ley que establece el Ingreso Mínimo Vital ayudará a paliar tanto daño. Es una intervención pública de enorme valor. Pero necesita ser complementada con la creación de puestos de trabajo para reducir y anular el desempleo. De ahí la urgente necesidad de que se considere una responsabilidad pública de primera magnitud la de mantener y crear empleo, ayudando a los empleadores para que mantengan y expandan su población empleada, y creando empleo público en las muchas áreas y servicios donde hay un enorme déficit de personal, sin olvidar que otra medida de creación de empleo (raramente citada) es la reducción del tiempo de trabajo por trabajador. En realidad, las 40 horas semanales son claramente excesivas, atendiendo al enorme aumento de la productividad que ha tenido lugar en España durante el período en que ha estado vigente esta estructura de horas de trabajo (los trabajadores españoles son los cuartos en cuanto a horas trabajadas por semana en la UE-15, solo por detrás de los trabajadores griegos, portugueses y luxemburgueses). Y una de las áreas donde la inversión pública para crear empleo es más eficaz es, precisamente, en los servicios públicos de atención a las familias (escuelas de infancia y servicios a la dependencia), definidos como el 4º pilar del Estado del Bienestar y cuyo acceso debería ser un derecho ciudadano, que complementara los otros tres derechos que sostienen el Estado del Bienestar, a saber, el derecho a la salud y atención médica, el derecho a los servicios 78 educativos y el derecho a la jubilación, todos ellos reconocidos en la Constitución Española. Estos servicios del 4º pilar del Estado del Bienestar están hoy poco desarrollados y tienen escasos recursos (incluyendo de personal), siendo uno de los países de la UE-15 con menos empleados en ellos. Ello explica la baja participación de la mujer en el mercado de trabajo, pues tal integración requiere de la existencia y accesibilidad a tales servicios. Se ha calculado que, por cada nuevo puesto de trabajo creado en estos servicios, se genera la posibilidad de que dos mujeres más se puedan integrar en el mercado de trabajo. En realidad, parte del retraso económico del país se debe a la baja participación de la mujer en el mercado de trabajo (62% en España frente al 80% en Suecia en la franja de edad de 20 a 64 años).

El incremento de las desigualdades familiares Otro efecto negativo de la crisis actual está siendo el aumento todavía más marcado de las desigualdades por clase social y por género, hoy de las más acentuadas en la UE[1]15. En términos de desigualdad económica, y con datos de la OCDE (2016), España tiene un índice de Gini (representando el valor 0 una sociedad perfectamente igualitaria, y el valor 1 una sociedad perfectamente desigual) de 0,341, frente al 0,301 de media en la UE[1]15. En términos de desigualdad de género, según el Gender Inquality Index de la ONU (2016), España presenta un nivel de desigualdad del 8%, frente al 7,6% de media de la UE-15, y muy lejos de países como Suecia (4,4%), Finlandia (5,8%) o Dinamarca (4%).Las clases populares, así como las mujeres, tienen menos recursos y menos oportunidades y posibilidades a su alcance que las clases medias de rentas altas y las clases pudientes, y que los hombres. Estas desigualdades, muy acentuadas en España ya antes de las crisis, se están incrementando todavía más, de una manera muy notable. La falta de puestos de trabajo y el deterioro de las condiciones laborales, con un claro aumento de la precariedad, se están generalizando en el mercado de trabajo. Y los recortes de servicios y transferencias públicos destinados a las familias –tanto en las mal llamadas “guarderías” como en los servicios de atención a la dependencia– están sobrecargando a las familias españolas y, muy en especial, a las mujeres (en España, decir “familia” equivale a decir “mujer”). Estas, que tienen tres veces más enfermedades derivadas del estrés que los hombres, van a estar todavía más estresadas, pues además de perder o ver 79 muy reducidas las ayudas y servicios públicos (como los servicios y fondos de dependencia), están teniendo más dificultades para conseguir buenos trabajos.

De ahí que, si bien todas las mujeres están sufriendo las consecuencias de la enorme crisis, las que se ven más afectadas son las mujeres de la clase trabajadora, que constituyen la mayoría de las familias de las clases populares y que son además la mayoría en los sectores esenciales, como sanidad y servicios sociales, que fueron recortados por las fuerzas políticas que se presentan como las fuerzas más profamilia y más patriotas (confundiendo, como siempre, “patria” con los intereses de las personas pudientes y no con los intereses de la mayoría de la población). Este gran deterioro de las clases populares va acompañado de un gran crecimiento de la riqueza de las clases más pudientes, que alcanza dimensiones obviamente exageradas. Las 23 personas más ricas de España han visto crecer su riqueza un 16% durante estos dos meses y medio de gran crisis, mientras que la mayoría de la población la ha visto disminuir enormemente. Es sorprendente y, a su vez, significativo del gran dominio que el pensamiento conservador y neoliberal tiene en la cultura política y mediática del país, que la propuesta de crear un impuesto a las grandes fortunas en España, hecha por Unidas Podemos y sus confluencias, haya creado tal hostilidad por parte de la mayoría de esos medios.

Por qué las desigualdades de clase y género se están acentuando con la pandemia

 Existe un amplio consenso social que el Estado debería facilitar que todo ciudadano tenga las mismas oportunidades para poder desarrollar el enorme potencial que tiene cada ser humano. La igualdad de oportunidades es un objetivo ampliamente aceptado en el panorama político de cualquier país (al menos, en teoría). Se afirma que el hijo de un empleado de la banca debería tener las mismas oportunidades para prosperar que el hijo de un banquero. Ahora bien, el hijo de un banquero nace ya con una enorme ventaja sobre el hijo de un empleado de la banca. De ahí que las herencias familiares condicionen enormemente lo que cada persona pueda desear y aspirar. Como decía irónicamente Mark Twain, “la decisión más importante de tu vida es la elección de quiénes serán tus padres”. El hecho de que dicha elección, en realidad, no sea tal, explica la injusticia de nuestras sociedades. Pero sí que pueden reducirse estas enormes desventajas de partida mediante 80 toda una serie de intervenciones, desde una política fiscal más progresiva hasta un sistema de formación y educación más igualitario. Y ahí es donde la educación temprana juega ya un papel clave. Las que en la mayoría de los países se llaman “escuelas de infancia”, y que en España se conocen como “guarderías” (lo que muestra que tales escuelas son percibidas como aparcamientos para las criaturas, mientras los padres trabajan), juegan un papel fundamental. Ni que decir tiene que el aspecto de guardar a las criaturas es un elemento importante, ya que facilitar a las madres integrarse en el mercado de trabajo es de una gran importancia (como se ha visto durante el período en el que todas las escuelas han estado cerradas mientras se han ido abriendo las empresas). Pero igualmente importante es el componente educativo en la edad comprendida entre los 0 y los 6 años (incluyendo la etapa de 0-3 años), que es clave para el desarrollo cognitivo y emocional de las criaturas. La evidencia de ello es abrumadora. Y si visitan una escuela de infancia en Suecia, lo podrán comprobar. Niños jugando con muñecas y niñas jugando con tractores, rompiendo los roles de género preestablecidas y los estereotipos de lo que se asume significa ser mujer y hombre.

La conciliación familiar: una necesidad todavía no resuelta

La integración de la mujer en el mercado de trabajo requiere de la corresponsabilidad del hombre en las tareas familiares. Si ello no ocurre, las mujeres seguirán estando muy estresadas; y un indicador de tal estrés es la bajísima tasa de fertilidad, una de las más bajas del mundo. La mujer española es la que tiene hijos en edad más avanzada, lo que causa también su baja fertilidad (el número de nacimientos por mujer fértil es de 1,26, cuando debería ser de 2, según expresa la mayor parte de la población cuando se le pregunta cuántos hijos les gustaría tener). Las dificultades para desarrollar un proyecto de vida con acceso a un trabajo estable y con ingresos suficientes para una vida digna es una de las principales razones de esa baja fertilidad, a la que se añade el desequilibrio en las responsabilidades familiares. Y esta es otra consecuencia de la pandemia: el descenso de la fertilidad y, por lo tanto, del crecimiento demográfico, acentuado todavía más por la elevada mortalidad consecuencia de la pandemia. Estas son las consecuencias del contexto económico y político español, caracterizado por una gran desigualdad por clase social y por género, que ha aparecido con toda claridad durante la pandemia, lo cual ha mostrado el gran retraso social de este país.

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