viernes, 17 de mayo de 2019
VENEZUELA Y LAS MENTIRAS DE PARTE DEL PERIODISMO ESPAÑOL PARA ENGAÑARNOS Y APOYAR EL DERRAMAMIENTO DE SANGRE IMPULSADO POR LOS CAPITALES AMOS DE ESOS MEDIOS DE DESINFORMACIÓN, ENGAÑO PERMANENTE Y ENVENENADORES DE LA OPINIÓN PÚBLICA
Mentiras y silencios sobre Venezuela
Rebelión
Cuarto poder
10.05.2019
A estas alturas
esperar que los grandes medios españoles informen con rigor de lo que sucede en
Venezuela y a que llamen golpe de Estado al intento de que una persona, que no
es reconocida como presidente por el gobierno actual ni por las Naciones
Unidas, intente con la ayuda de militares tomar el poder es misión imposible. Sin
embargo, no por ello debemos dejar de analizar las falsedades y omisiones de la
cobertura e información sobre lo sucedido el pasado 30 de abril en Caracas.
Mentiras
Comenzaron
contando que Juan Guaidó estaba en una base militar de la capital, La Carlota,
y le presentaban rodeado de militares. De ese modo se aparentaba que había
tomado el control de una parte de la estructura militar y que, tras él, había
un sector del ejército. Era falso, estaban en una autopista, llamada Francisco
Fajardo, cercana a una base aérea.
Dijeron que
Leopoldo López había salido en libertad en cumplimiento de órdenes del
“presidente” Juan Guaidó (La Razón), “Juan Guaidó firmó su indulto y sus
custodios del Sebin y Dgcim (la contrainteligencia militar) acataron la orden
de liberación” ( ABC ).
Salió porque unos militares no obedecieron la cadena de mando y en su
sublevación liberan a un preso que está en arresto domiciliario, Guaidó no
tiene ninguna autoridad ni en el Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia
Nacional) ni en Dgcim (Dirección General de Contrainteligencia Militar) ni en
la estructura militar ni policial venezolana, no puede ordenar nada.
La operación le
presentaron como “acompañada de las Fuerzas Armadas” (ABC). Incluso la
enviada a Caracas de Antena3 afirma ante la pregunta del presentador,
que no se sabe cuántos militares apoyan a Maduro y cuántos a Guaidó, solo que
la cúpula militar apoya al primero. De ese modo aparentan un ejército dividido.
Pues bien, al final el “ejército” que apoyaba a Guaidó fueron 25 soldados
rasos que acabaron refugiados en la embajada brasileña.
Además, los
militares rasos fueron engañados a apoyar el golpe, según declararon ante las cámaras
de Telesur y en otras imágenes recogidas en las redes .
Les dijeron primero que iban a recoger unas condecoraciones y luego a un penal
a un traslado de presos, pero les llevaron a cortar una avenida y protagonizar
un golpe de Estado. Esas declaraciones, con imágenes disponibles, no se
recogieron en los medios españoles.
A unos cientos
de personas rodeando a Guaidó y Leopoldo López le llaman multitud (El País).
Algunas veces
descubrimos cuál es su estructura periodística para informar con rigor: alguien
que vive frente al palacio presidencial les cuenta que no ve nada.
Pocas veces una
fotografía dice lo contrario que la realidad del titular
“El régimen
lucha por su supervivencia con una dura represión en las calles”, afirma La
Razón en su portada. El balance de heridos en la dos jornadas golpistas de
Caracas fue de 27 según los servicios de salud el primer día y 50 el segundo,
en cuanto a los detenidos fueron menos de diez en la capital, según las ONG’s.
Hubo más
detenidos por la policía argentina en Buenos Aires por protestar
contra el golpe de Estado en Venezuela. Al día siguiente, en París con motivo
del 1 de mayo hubo 40 heridos y
300 detenidos . Resultó casi más agresiva la acción del Estado en
Francia para sofocar una manifestación del día del trabajador que la de
Venezuela para desactivar un “levantamiento” popular para derrocar al gobierno.
Silenciamientos
Silencian
informaciones que casan mal con un gobierno dictatorial. Por ejemplo, el llamamiento del presidente de la
Asamblea Nacional Constituyente , Diosdado Cabello, a que los
venezolanos vayan al Palacio Presidencial. En los levantamientos populares
contra las dictaduras, los gobernantes no sacan gente a la calle sacan
militares, la gente va a los palacios presidenciales a pedir la dimisión de los
gobernantes no a apoyarlos. Tampoco emitieron las imágenes de esa respuesta con
manifestantes
apoyando a Maduro frente al palacio.
La televisión
venezolana también emitía coberturas de su corresponsal desde el interior de
una base militar donde las cámaras registraban a los opositores sitiando el
cuartel y lanzando piedras, bengalas e incluso disparos, un oficial y algunos
soldados resultaron heridos. Nada de ello merecía interés a las televisiones
españolas a pesar de que las imágenes las tenían disponibles y eran
espectaculares.
El ministro de
Cultura venezolano, Ernesto Villegas, difundió imágenes de los
opositores y soldados golpistas con armas semiautomáticos con silenciador que
no son las utilizadas por el ejército venezolano ni se pueden conseguir en el
país.
Los medios
españoles no recogieron ni una imagen de ninguna marcha o manifestación a favor
del gobierno a pesar de que las hubo. Tampoco de la masiva
manifestación del 1 de mayo que se convocó contra la injerencia
extranjera y en apoyo al gobierno venezolano.
Cuando una
corresponsal española en Caracas, la de Telecinco, dice en directo que
no percibe que Maduro sea un dictador, se tiene que enfrentar a
Cristina Seguí , de profesión “diseñadora gráfica” y fundadora de
Vox, con la que tiene que iniciar una discusión en directo.
Durante el
intento de golpe de Estado, las únicas intervenciones contra la libertad de
expresión venezolana fueron las suspensiónes
por parte de la empresa Twitter, con sede en San Francisco, de las
cuentas periódicos e instituciones venezolanas afines al gobierno: El Correo
del Orinoco (correoorinoco), el Diario
Vea (@DiarioVEAVen) y de la
televisora ViVe Televisión (
@ViVetvoficial ), así como las cuentas del Ministerio del Poder
Popular para la Mujer (@MinMujer); del
Ministerio del Poder Popular para la Educación (@mppeducacion) y del Ministerio del Poder Popular
para el Petróleo (@MinPetroleoVE).
Lenguaje
El lenguaje
también es importante. A llamar a los militares a tomar el poder le denominaron
“convocar” (“Guaidó convoca a los militares y al pueblo tras liberar de sus
arresto a Leopoldo López”. El País). El término utilizado para referirse
a una acción militar que derroque al gobierno, fue “levantamiento” ( La
Vanguardia ), “insurrección” ( Marca )
o “alzamiento” ( RTVE ,
El Mundo, Atlántico). Los españoles reconocemos muy bien el uso de término
“alzamiento nacional” cuando se quiere legitimar un sublevación militar contra
las instituciones elegidas.
La persona que
llevan semanas intentando presentar como presidente sin que despierte apoyos
masivos en Venezuela lo denominan “líder en construcción” (El País),
curiosamente como las páginas web caídas. Lo de Venezuela, una vez más, es
régimen de Maduro (“El régimen de Maduro informa de enfrentamientos”. El
País), término que no se plantearon usar ese mismo día para referirse a
Japón, donde se relevaba al cargo de emperador, un sistema más digno del
término régimen.
Comienzan a
aparecer titulares con el término “intervención humanitaria” (“Una intervención
humanitaria”, ABC), que es el paraguas con el que llevan unos años
invadiendo Iraq, Afganistán, Yugoslavia, Somalia, Siria o Libia. Con
consecuencias muy poco humanitarias.
Los medios
hacen suyo (sin ni siquiera comillas) el término con el que los golpistas
denominan la acción: “Sigue en vídeo, en directo, la Operación Libertad” (ABC).
Llamaban al
ejército del país y a su policía, «fuerzas de Maduro» (TVE1). Ningún
medio se plantea llamar «fuerzas de Sánchez» a la guardia civil española y el
ejército de España, o “fuerzas de Trump” a los marines.
La portavoz del
gobierno español también juega con las palabras cuando dice que está en contra
de un golpe de Estado pero apoya a la persona que lo está intentando: “ El Gobierno
de España mantiene el apoyo a Guaidó, pero asegura que «no respalda ningún
golpe militar»” .
Desde el primer
momento, algunas
firmas piden sin pudor que un comando estadounidense entre en
Caracas asesine a los miembros del gobierno y lance sus cuerpos al océano como
hicieron con Bin Laden:
“Sin la
intervención de los marines, o el secuestro de la dirección chavista en una
operación quirúrgica como que la que acabó con Bin Laden, difícilmente será
posible el derrocamiento de Nicolás Maduro. Los alzamientos militares parciales
no prenden en la tropa”.
Los medios se
refieren al presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello,
como “líder chavista” o “número dos del chavismo” (El País). De
este modo evitan recoger el conflicto de competencias que hay entre esa
Asamblea y la que mantiene como presidente a Juan Guaidó, la asamblea
partidaria del gobierno directamente la desaparecen.
Los titulares
de las portadas de las ediciones en papel dan una idea de cómo asistimos al
apoyo a un golpe más que a un ejercicio de periodismo: “La libertad guía al
pueblo” (La Razón), “Venezuela intenta echar al dictador Maduro (La
Voz de Galicia), “La revuelta popular contra Maduro, encienda las calles de
Venezuela (La Región), “Venezuela entere la esperanza y la violencia” (El
Comercio), “Mirando de frente a Maduro” (ABC), Es imposible que, desde
esas premisas, se pueda informar en el interior del diario con veracidad.
El balance del
intento de golpe de Estado no pudo ser más patético. Los militares movilizados
fueron escasamente 25 soldados rasos, no tomaron ningún cuartel, solo se
plantaron en una autopista, a pesar de tener toda la presencia y llamamientos
en los grandes medios de comunicación y el apoyo de grandes potencia apenas
salieron en su apoyo unos cientos de ciudadanos. A las fuerzas orden les
bastaron algunas bombas lacrimógenas para contener los disturbios (ninguno de
los dos muertos de las primeras 48 horas fue en enfrentamiento con fuerzas del
orden, uno de ellos ni siquiera murió en Caracas). Las víctimas mortales
siguientes son el resultado de disturbios y violencia posterior al intento del
golpe de Estado. El cambio de denominación que le han dado los organizadores es
bastante elocuente. De Operación Libertad a Protesta Sostenida.
Fuente: https://www.cuartopoder.es/internacional/2019/05/04/venezuela-medios-de-comunicacion-manipulacion/
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TRAN, TREN, TRIN, TRON, TRUMP O MABRÚ SE FUE A LA GUERRA
“Mambrú” Trump se va a la guerra, también contra el Congreso de EE.UU.
CLAE / Rebelión
09.05.2019
Tras sus sucesivos
fracasos en el ámbito internacional, en medio de sus retóricas bélicas
contra Irán y Venezuela y el caos y el conflicto permanentes de su
gobierno, el presidente Donald Trump provocó el martes el desplome de
las bolsas de valores al amenazar con una guerra comercial con China.
En
Washington sorprendió la decisión de Irán de “reducir su compromiso”
con el acuerdo nuclear de 2015 ante la creciente presión de EEUU, y
planea reactivar parte de su programa atómico congelado a resultas de
aquel pacto (firmado por el Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y
China), pero no abandonarlo por completo. Mientras el golpe promovido en
Venezuela, además de fracasar por falta de apoyo militar y sobre todo
popular, hizo que varios de sus aliados abandonaran la tesis bélica y
buscar negociaciones en el país sudamericano-caribeño.
Asimismo,
el gobierno de Trump sigue negándose a cooperar con órdenes del Congreso
para comparecer y entregar documentos que requiere en sus
investigaciones de un amplio abanico de temas que van desde obstrucción
de la justicia hasta corrupción, mientras se intensifica el debate entre
demócratas sobre si iniciar un proceso de juicio político contra el
presidente.
La oficina de asuntos legales de la presidencia
estadounidense ordenó a su exabogado Donald McGahn - testigo clave en la
investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre posible colusión
y obstrucción de la justicia de Trump y sus socios- que no entregara
documentos al Comité Judicial de la Cámara de Representantes, invocando
como justificación el "privilegio ejecutivo" (que no es ley sino norma
aceptada),y que en algunos casos permite mantener en el ámbito
confidencial comunicaciones internas del Ejecutivo.
La decisión
del presidente es no colaborar con el Congreso (tiene minoría en el
Parlamento) y tratar de evitar que todo ex funcionario del Ejecutivo
testifique ante el Congreso: "estamos combatiendo toda citación (orden
legislativa)", dijo Trump, desconociendo la separación de poderes. Trump
está llevando esto a un nivel sin precedentes. Un editorial del New
York Times afirma que "al declarar la guerra contra la supervisión
legislativa, Trump no está buscando mantener el equilibrio entre los
poderes. Está buscando cómo destruir la balanza".
Poco antes el
procurador general, William Barr, se negó a comparecer ante el Comité
Judicial y tampoco quiso facilitar una versión no censurada del informe
de Mueller. El secretario del Tesoro rehusó entregar las declaraciones
de impuestos de Trump solicitadas por una orden de la Cámara de
Representantes (de mayoría demócrata), y también trató de obstaculizar
las investigaciones sobre los negocios privados del presidente, entre
muchos ejemplos más.
El demócrata Richard Neal, presidente de la
comisión parlamentaria, había exigido al Tesoro que le entregara antes
del lunes las declaraciones de impuestos de Trump, con el fin de
identificar sus lazos empresariales y descartar que haya conflictos de
interés en sus acciones.
El Senado, aún en manos republicanas,
pretende congelar investigaciones legislativas, y su líder, Mitch
McConnell, declaró que en el asunto de la investigación Mueller, "el
caso está cerrado". Nancy Pelosi, presidenta de la cámara baja, y la
demócrata electa más poderosa del país, declaró que estas
"provocaciones" y decisiones de no responder a las órdenes del
Legislativo podrían ser violaciones que ameriten un impeachment (juicio
político) y advirtió que Trump está intentando provocar a los demócratas
a proceder con la destitución, ya que ante eso lograría "consolidar sus
bases".
Pelosi ya había argumentado que un impeachment podría
beneficiar más a los republicanos políticamente antes de la elección de
2020, y que al final tendría nulas posibilidades de que culmine, dado
que los demócratas no controlan el Senado. No todos los demócratas están
de acuerdo con ella: la senadora y candidata presidencial Elizabeth
Warren reiteró su llamado a un proceso de impeachment y afirmó que "si
cualquier otro ser humano en este país hiciera lo documentado en el
informe Mueller, sería arrestado y encarcelado".
El “éxito” de Trump: como evadir impuestos
Donald
Trump llegó a la presidencia presentándose como un exitoso hombre de
negocios en casinos, hoteles y edificios residenciales. Pero la realidad
es que su conglomerado empresarial reportó pérdidas por unos 1.170
millones de dólares entre 1985 y 1994, según declaraciones de impuestos
reveladas por el diario The New York Times.
El diario explicó que
las altas pérdidas comerciales de los negocios de Trump provocaron que
el ahora presidente evitase pagar impuestos durante ocho de los diez
años analizados. Pese a que el Times reconoció que no obtuvo las
declaraciones de la renta reales de Trump, aseguró que recibió "la
información contenida en las declaraciones de alguien que tuvo acceso
legal a ella”.
La noticia del Times llega en medio de una
batalla entre los demócratas de la Cámara de Representantes y la
presidencia por la solicitud de las declaraciones de impuestos
personales y comerciales del actual mandatario desde 2013 hasta 2018.
Trump es el primer presidente estadounidense desde Gerald Ford
(1974-1977) que no publica cada año su declaración de impuestos, una
tradición que sus predecesores consideraban parte de su deber de
transparencia y rendición de cuentas ante el pueblo.
Lo más curioso es que Trump se queja permanentemente de cómo, a pesar de ser un "gran presidente", es tan mal tratado.
Mirko C. Trudeau:
Economista-jefe del Observatorio de Estudios Macroeconómicos (Nueva
York), Analista de temas de EEUU y Europa, asociado al Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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RUSIA, BARRIO DE BILBAO. CUANDO LA IZQUIERDA PULULA EN EL ÁRBOL DEL PULULEO OCURREN ESTAS COSAS
Rusia
La lucha
social: experiencia de vida y crítica proletaria
Carine
Clément
Vientosur
15.05.2019
En un contexto global de ascenso general de los
populismos, de las desigualdades, de los autoritarismos y de las políticas
económicas neoliberales, Rusia puede considerarse un caso extremo. La rapidez y
amplitud de los cambios políticos, geoestratégicos, económicos y sociales que
han sacudido el país desde la caída de la Unión Soviética han convertido este
país excomunista en uno de los más desiguales del mundo y uno de los que llevan
a cabo con mayor brutalidad el desmantelamiento de su sistema de protección
social. Esta brutalidad y este ritmo acelerado de las reformas neoliberales han
obstaculizado en gran parte las resistencias sociales frente a lo que cabe denominar,
de acuerdo con Michael Burawoy en su interpretación de Karl Polanyi, la
mercantilización forzada y socialmente devastadora. 1/
Al son de los coros que cantaban las loas a la
democracia de mercado, marcando el tono de la década de 1990, las solidaridades
se disolvieron en la lucha por la supervivencia y la desconfianza generalizada.
El desencanto se instaló rápidamente, permitiendo la instauración del régimen
putiniano, 2/
que perdura hasta hoy. Esto no quiere decir que la población se haya mantenido
completamente pasiva. Ha habido y sigue habiendo numerosas luchas sociales,
pero están fragmentadas, son de dimensiones reducidas y se centran en problemas
sociales concretos y limitados. 3/
Por todas estas razones, la aparición de una crítica
social en el seno de los sectores populares empobrecidos, descalificados e
invisibilizados llama particularmente la atención. Aquí los llamaremos
proletarios desclasados; desclasados debido tanto a la retrogradación social
brutal como al descrédito en que ha caído el discurso de clase. Si en un país
que ha dado tan radicalmente la espalda del socialismo renace la crítica
social, urge interesarse por las manifestaciones de esta crítica y por las vías
que ha emprendido para abrirse paso. En efecto, si la desigualdad y la
dominación experimentadas por los proletarios de Rusia tienen sus
especificidades asociadas a una historia, una cultura y un contexto político
concretos, la experiencia que vive la gente de abajo de esta desigualdad en su
vida cotidiana no está tan alejada de la que viven otras capas populares en
otras sociedades, Francia incluida. Rusia no es una excepción y algunos
investigadores han tomado incluso la pluma para demostrar su normalidad; 4/
muestra con una gran visibilidad lo que ocurre con el conjunto social en un
país en que se mezcla la democracia autoritaria con el neoliberalismo
postsocialista.
En la Rusia contemporánea, el conjunto social está
constituido en gran medida por sectores depauperados y precarios que no son
minoría, sino que abarcan a la mayoría de la población. Las estadísticas
oficiales de pobreza subestiman el fenómeno, ya que rebajan artificialmente el
umbral de pobreza. Según una encuesta reciente, de hecho, más de la mitad de la
población vive en la pobreza o en riesgo de caer en la pobreza, con una gran
proporción de personas asalariadas pobres. Tras la mejora del nivel de vida que
se produjo en la década de 2000, la tendencia fue agravándose con la crisis
financiera mundial de 2008 y posteriormente con la crisis derivada de la
anexión de Crimea en 2014. La caída del rublo, las sanciones económicas de
Occidente y las contrasanciones rusas, así como el descenso del precio del
petróleo, hicieron que los salarios y los ingresos reales disminuyeran
regularmente; los atrasos salariales empiezan a acumularse de nuevo; las formas
atípicas e informales de trabajo vuelven a florecer, como ya ocurrió durante la
catástrofe social y económica que marcó la década de 1990 a raíz del colapso
brutal del sistema soviético.
Asimismo, el conjunto social está en gran medida por
recomponer o unir de nuevo, ya que el traumatismo social, nacional y cultural 5/
de la década de 1990 desintegró las coordenadas sociales de la mayoría de la
población rusa, disolviendo las identidades y cortando los lazos sociales. La
terapia de choque neoliberal dejó abatida a la sociedad, eliminando las
referencias sociales existentes y obligando a la gente a replegarse sobre sí
misma o sobre sus microespacios de supervivencia. Numerosos sociólogos dudaban
incluso de hablar de sociedad con respecto a Rusia, prefiriendo términos
como camarillas 6/ o pequeña sociedad. 7/
¿Cómo llega la gente, incluidos sobre todo los y las
más desfavorecidas, a desarrollar una crítica social, componer un espacio común
y a veces incluso movilizarse en condiciones de depauperación generalizada y en
un régimen autoritario y oligárquico? Una observación atenta permite ver que se
está construyendo un espacio social en medio de ese “magma de significados
imaginarios” del que habla Cornelius Castoriadis, 8/
en un proceso de articulación improbable entre tendencias que podrían parecer
contradictorias: el descubrimiento del espacio nacional, la apertura del
imaginario social a un vasto nosotros enraizado en experiencias de
dominación y de explotación vividas como comunes y la crítica social centrada
en la contestación de las desigualdades sociales. Las reacciones a la política
de austeridad presupuestaria y de reformas liberales de la protección social y
de las pensiones aplicada por el gobierno son incomparablemente más críticas y
socialmente más comprometidas que en la década de 1990. Hoy en día, la mayoría
de las personas han recuperado sus referencias y restablecido lazos sociales;
se abren unas a otras y tienen capacidad de crítica social y de imaginario
social. 9/
La reconciliación con la experiencia cotidiana
La propaganda patriótica orquestada por el Kremlin,
que exalta una Rusia que ha recuperado su grandeza, una Rusia magnificada, rica
en recursos y dotada de la fuerza de un pueblo unido, es el primer proceso que
alimenta la crítica social. Este discurso funciona, pero no genera un apoyo
consensual a la visión de una nación una y unida, propagada por el Kremlin. Por
un lado, la mayoría de rusos y rusas redescubren que forman parte de una nación
y que pueden sentirse orgullosas de ella. Por otro, si Rusia es rica y si el
pueblo ruso es valioso, “¿cómo es posible que la gente viva tan pobre?”: esta
es la pregunta que se escucha a menudo en boca de personas de ambientes
populares.
La pregunta va más allá de la simple comparación entre
los hechos y los discursos. Para suscitar la crítica social, los hechos deben
vivirse, sentirse en la experiencia de personas que no viven su cotidianeidad
con vergüenza o desespero; también deben vivirse como algo compartido. Este es
el segundo proceso que alimenta la crítica social: la reconciliación de los
proletarios desclasados con su experiencia cotidiana, a diferencia del
sentimiento de extrañeza o desconcierto provocado por el desclasamiento y la
depauperación que acompañaron a las reformas brutales de la década de 1990. 10/Favorecida,
sin duda, por el repunte económico de la década de 2000, de la estabilización
de una situación social, aunque fuera precaria, y favorecida también por un
discurso nacionalista qua adula al pueblo. La socialidad popular, durante mucho
tiempo quebrada por las lógicas de supervivencia, del sálvese quien pueda, la
desconfianza y la competencia, aflora de nuevo. Estudios recientes sobre las
ciudades obreras rusas 11/
reflejan de este modo cómo se restablecen prácticas de socialidad gratuitas
(que no sirven exclusivamente para la supervivencia).
Mis propias investigaciones indican que la gente
aspira a reencontrarse, en abierta connivencia, para hablar y experimentar la
libertad de hablar, incluso abundando en la crítica, la incorrección y la
irreverencia. En los garajes de pequeñas ciudades de provincia, los hombres se
dedican al bricolaje o a sus pequeños tráficos, y también hablan, se confiesan
a veces, a menudo ironizan, en un espíritu de compañerismo y de desprecio por
las figuras de la jerarquía. En los patios de los bloques de pisos, las mujeres
se juntan, discuten, comparten impresiones, a veces participan en trabajos de
acondicionamiento del lugar o se indignan por la mala gestión de los servicios
municipales.
En Astraján, contemplando a las habitantes de su
inmueble ocupadas en plantar árboles en el patio, una anciana exclama que es
“como si me despertara de 20 años de hibernación”. Esta socialidad puede
remitirnos a las imágenes de discusiones interminables en las cocinas de los
apartamentos comunitarios durante el periodo soviético, pero tiene lugar menos
de una manera oculta o informal que en modo de formación de espacios, inclusive
durante las manifestaciones públicas, abiertas a la experiencia de una
fraternidad liberada de juicios morales o descalificaciones políticas. Se trata
de espacios en los que el hablante se siente seguro de ser comprendido entre
líneas por interlocutores de los que sabe que comparten la misma experiencia de
vida y en los que la connivencia se expresa menos con palabras que con gestos
de la cabeza, exclamaciones o golpecitos en la espalda.
En estos espacios de lo cotidiano emerge la crítica
social en modo a menudo irónico. Así, en Perm, con motivo de la conmemoración
tradicional del final de la segunda guerra mundial, el 9 de mayo de 2017, las
autoridades municipales organizaron un encuentro en un barrio obrero de la
ciudad. Los asistentes, en su mayoría obreros o antiguos obreros, formaban
pequeños corros, se saludaban unos a otros, bebían a escondidas (el consumo
público de alcohol está prohibido) y, sobre todo, rivalizaban en la crítica irónica
de las desigualdades y de las falsas apariencias.
Durante la fiesta se produce una conversación entre
dos compañeros obreros. Uno exclama: “Puede que Putin sea bueno en política
exterior, pero ¡se ha olvidado de Rusia! […] ¿Cómo puede decir que el salario
medio en Rusia es de 39.000 rublos? [cifra oficial] Aquí ganamos entre 15.000 y
20.000 rublos nada más […] ¿Cómo se puede alimentar a una familia con 15.000
rublos?” Su compañero insiste: “Es cierto, si nuestro gobernador gana, por
ejemplo, medio millón, y la niñera 7.000, la media da justamente esto. Pienso
que habría que igualar el salario medio al de los obreros. O bien, igualar el
salario de los gobernadores, los alcaldes, los altos cargos, de Putin, igualar
todos estos con el salario de la niñera. O que vayan a trabajar de niñeras.
Limpiar el culo de los niños por 7.000 rublos, ¿lo harían? No. ¿Por qué, con
medio millón, iban a limpiar culos?”
Esta conversación pone de manifiesto la contestación
de las cifras oficiales desconectadas de la vida real, de las carencias de la
vida a que se enfrentan el nosotros de los obreros y trabajadores mal
pagados. Muestra asimismo la manera en que estos obreros retrotraen a los
hombres que viven más allá de las contingencias de la vida cotidiana al ámbito
prosaico y vulgar. Las conversaciones se caracterizan por su lenguaje simple,
irreverente y directo, a menudo exageradamente grosero o políticamente
incorrecto, utilizado sobre todo para oponer la realidad a ras de suelo al
discurso abstracto, que resulta ficticio, santurrón o aleccionador.
Las conversaciones cotidianas se politizan a menudo
por medio de una ironía irreverente y grosera que podría recordar las
resistencias subterráneas de la época soviética, pero que también entra en
resonancia con los modos de resistencia de los dominados y de las clases
populares en muchas partes del mundo. 12/
Entre personas que se comprenden no solo se discute sobre las dificultades de
la vida cotidiana, sino que también se hace burla de los dirigentes, se destaca
el hecho de que la gente no se llama a engaño, de que no hay que dar crédito,
sobre todo, a los bonitos discursos (“nos dan la tabarra con su patriotismo,
pero todo su dinero y sus hijos están en Occidente”). La crítica social, por
tanto, no es un movimiento de elevación hacia una mayor abstracción, sino una
inserción de la abstracción en lo concreto, lo corporal y lo emocional de las
experiencias de vida.
Uno de los aspectos sorprendentes de esta incursión en
lo cercano 13/
o de este proceso de rehabitar el espacio de vida 14/
es la reconciliación con el trabajo de cada uno, sobre todo el trabajo obrero,
el trabajo con las manos, que vuelve a ser fuente de orgullo y de
dignidad. Por ejemplo, esto es lo que dice de su experiencia un joven obrero altamente
cualificado de San Petersburgo: “Me gusta mi trabajo. Me gusta lo que hago.
Quiero poder vivir de ello. Pero ocurre que eso no vale nada. Con mis colegas
tratamos de defendernos, pero la dirección nos ningunea. […] El trabajo humano
no se valora […]. Y ese gran gilipollas, con perdón, que está sentado en su
sillón y cobra medio millón, ¿es más útil que yo? […] ¿Y nuestros pensionistas?
¡Han trabajado toda la vida por el bien del país! Y siguen teniendo que
trabajar para sobrevivir, en vez de viajar y gozar de la vida, como los
pensionistas en Occidente.” Aparece aquí un imaginario social que va más allá
de lo cercano: el nosotros está enraizado en la experiencia del trabajo,
incluye a los colegas, pero también se amplía a los demás trabajadores e incluso
a los pensionistas del país en su conjunto.
La emergencia de un nosotros popular
Este nosotros se inscribe en los espacios de lo
cercano rehabitados, en las interacciones y conversaciones de la vida
cotidiana, donde las críticas de las desigualdades sociales, de la política y
del gobierno son legión. Son estas conversaciones entre nosotros las que
construyen un espacio común, un espacio que está abierto a los demás que,
aunque ausentes, aparecen como colegas que comparten la misma experiencia de
vida y la misma opinión.
Una empleada de correos, jefa de equipo en una ciudad
de Altai: “Tengo la sensación de que nuestra dirección solo piensa en ella
misma y en llenarse los bolsillos […]. Y la población no es más que una fuente
de enriquecimiento para ellos […]. Somos como esclavos. Precisamente hemos
hablado con mis colegas. Stráshnov (el director general de Correos) ha
desaparecido […]. ¿Cómo es posible que, con nuestros salarios de miseria, él
haya recibido una prima de 95 millones […]? ¡Ahorran a costa de nosotros! La
gente que trabaja, trabajamos por dos, por tres. Los pobres carteros no reciben
más que unos céntimos.” La mujer habla con una pareja de amigos, que aprueban
lo que dice con aclamaciones, del espacio de libre discusión crítica que existe
en su centro de trabajo y muestra la manera en que el nosotros de los
proletarios desclasados se amplía de los compañeros de trabajo a todos y todas
quienes trabajan, incluidas las que tienen peor suerte que ella. Este nosotros
se afirma igualmente contra los dirigentes político-económicos que se
enriquecen sobre la espalda de los trabajadores.
Las manifestaciones sociológicas de este nosotros,
captadas en forma de autoidentificación social, son diversas: el nosotros obreros,
el nosotros pequeños empresarios (que trabajan duramente para
sobrevivir) y el nosotros pobres habitantes de provincias. Este nosotros
plural en proceso de formación lo traduzco por clases populares, gente común o
proletarios, y permite hablar de la gestación de un imaginario popular.
La crítica que alimenta este imaginario popular se
expresa a veces públicamente en acciones de protesta. Así, en una manifestación
contra el retraso de la edad de jubilación, en septiembre de 2018, una pareja
moscovita dice que participa para que “el poder no crea que la población está
de acuerdo”. En este caso también, el hombre, aunque resida en la capital, se
transporta con la imaginación a la provincia al declararse convencido de que
las reformas están destinadas a hacer pagar a la “gente sencilla”, “sobre todo
de provincias”. Jóvenes estudiantes venidos de la provincia para asistir a una
manifestación contra la corrupción, organizada en San Petersburgo en 2017 por
el activista de oposición Alexei Navalny, dicen que sobre todo les motiva la
lucha contra las desigualdades sociales y territoriales, indignados como están
por la diferencia manifiesta que constatan entre el estado de su ciudad de
procedencia y el de las grandes ciudades del centro.
El nosotros vehiculizado por el imaginario
nacional
El ímpetu del imaginario nacional que se está
gestando, o la capacidad de la gente de construir en la imaginación una entidad
colectiva de pertenencia, ya documentada ampliamente por Benedict Anderson, 15/
participa igualmente en esta crítica social. En la Rusia popular, se traduce en
el sentimiento de una comunidad de experiencia compartida entre personas que
habitan en los cuatro extremos del país. Una pensionista que vive en un piso
renovado del centro de Moscú puede declarar así que empatiza con la babushka
de una pequeña aldea perdida en los Urales que vende setas en el mercado para
poder sobrevivir y con la que ha conversado largamente durante un viaje en
coche por el interior de Rusia. Obreros de Rubtsovsk, en Altai, que luchan
contra el cierre de su fábrica, pueden sentirse solidarios (los trabajadores
son “nuestros hermanos”) con toda la “gente del trabajo”, sobre todo en
respuesta a la falta de reconocimiento material del trabajo y al desprecio por
parte de los hijos de los nuevos ricos, sentido como algo colectivamente
humillante (“no somos nada para ellos”).
Este nosotros adquiere las dimensiones de la
nación imaginada, una nación dividida, contrariamente a la visión de una nación
una y unida que difunde la propaganda patriótica. Este nosotros alimenta
y al mismo tiempo se alimenta de la configuración de un ellos, que
abarca sobre todo a los oligarcas que confiscan las riquezas del país y controlan
el Estado, son los explotadores contra los explotados, los aprovechados contra
los trabajadores, el centro contra las regiones.
La crítica se convierte entonces en reivindicación o
por lo menos en aspiración, en todo caso no se queda en mero sentimiento o
simple lamentación. La mayoría de las reivindicaciones se refieren a la
redistribución social y económica entre las regiones, los ricos y los pobres,
los que tienen el poder y los ciudadanos comunes. Si se dirigen al Estado,
exigen sobre todo un Estado liberado de los oligarcas, ya que el Estado, tal
como existe actualmente, se percibe como un Estado oligárquico. Finalmente,
gran parte de las reivindicaciones se centran en la participación política:
“¡Tienen que escucharnos, la gente corriente ha de participar! Porque allí ni
siquiera saben cómo vivimos, ellos viven en otro mundo” (joven niñera de una
aldea de Altai).
Imaginario popular y crítica social
Para pensar los procesos entrelazados del imaginario
popular y la crítica social, los marcos teóricos han de ser flexibles y
adaptables. Si nos inspiramos en las concepciones de Cornelius Castoriadis, el
imaginario social puede pensarse como la participación en significados vividos
como compartidos colectivamente y que figuran un mundo común que, para acoplarse
a significados ya existentes (la nación, el pueblo, los rusos, los obreros,
etc.), se diferencia de ellos encerrando un potencial de transformación social.
Este imaginario social no solo forma parte de las representaciones, sino
también de los sentidos, los afectos y los deseos.
La variante popular de este imaginario puede leerse
como un elemento que opera líneas de partición del mundo social entre nosotros,
los desfavorecidos, los que trabajan para ganar poco, los de provincias, y ellos,
los ricos, los aprovechados, los privilegiados. Esta partición gana cuando se
piensa en los términos de Jacques Rancière 16/
como “partición de lo sensible”, ya que el mundo compartido es un mundo
sensible, basado en la experiencia de la vida cotidiana. La partición se lleva
a cabo por los sentidos y por el pensamiento, y la llevan a cabo quienes –según
los dominantes– son incapaces de producir un mundo común y de tener un discurso
común. Apoyándose en su experiencia sensible, en su mundo cercano, que se han
puesto a habitar plenamente tras el caos postsoviético, los proletarios
desclasados participan en la creación de un mundo común que no se deja encerrar
en categorías prefijadas porque está en proceso de creación y abre un horizonte
de lo pensable, lo decible y lo factible.
En resumen, el impulso crítico que se inscribe en esta
apertura del imaginario popular se basa en una experiencia, vivida como común,
de dominación e injusticia. Se inserta en la experiencia íntima, física y
emocional que cada uno hace personalmente de su cotidianeidad y del entorno
próximo que le rodea. La construcción de lo común se lleva a cabo, por tanto, a
partir de la intervención en el entorno próximo, mediante la partición de lo
sensible, en un ímpetu imaginario hecho de emociones, de imágenes y de juicios.
Puede que este imaginario no sea creador en el sentido de que podría no dar a
luz a un movimiento popular, pero reúne a lo que podríamos llamar, a falta de
algo mejor, las clases populares (o el pueblo llano) en una experiencia común
imaginada.
El marco es nacional porque se contemplan las
divisiones sociales internas a la nación y asociadas a una determinada
configuración del Estado. Sin embargo, el contenido es social y da pie a una
crítica social normal que descansa sobre experiencia vividas, sobre lo que Luc
Boltanski denomina las “pruebas existenciales” que “extraen del mundo o, si se
prefiere, del flujo de la vida, elementos susceptibles de poner en cuestión (el
orden establecido)”. 17/
En estas críticas y estos reordenamientos sociales se inventa una política
distinta, una política de pies en la tierra, 18/
una política que mana de convicciones arraigadas, que mana de los libros, que
se mancha con la vida cotidiana, con lo prosaico y la rudeza.
Imaginario popular, crítica social, reivindicaciones
de un Estado liberado de la oligarquía, de una política que tenga de nuevo los
pies en la tierra: estos rasgos hacen entrar en resonancia el mundo de los
proletarios desclasados de Rusia y el de los chalecos amarillos de
Francia, que también redescubren la fraternidad al reconciliarse con su
experiencia del día a día, compartiéndola y haciendo de ella la base de su
crítica social. Los análisis fundamentados en una labor etnográfica sobre el
terreno ponen de relieve, en el caso de los chalecos amarillos, el refuerzo de
un nosotros popular solidario y cívico 19/
y mencionan el surgimiento de una política experiencial. 20/Sin
duda la experiencia de la subordinación y de la invisibilización es similar en
muchas partes del mundo.
Lo que he tratado de demostrar, al centrar este
artículo en los proletarios desclasados de Rusia, es que incluso en un país que
ha sufrido cambios traumáticos que han sumido a la mayoría de la clase
trabajadora en un proceso de depauperación, desclasamiento y desubjetivización,
los invisibles vuelven a levantar cabeza. Lo hacen, como en Francia, a partir
de una reconstrucción de los espacios de convivencia y de fraternidad, de una
reconciliación con su experiencia de vida cotidiana, así como a partir de un
imaginario popular que los une en un mismo sentimiento de ser objeto de
explotación y desprecio.
Una gran diferencia es la fuerte propensión a la
protesta pública de los chalecos amarillos. Lo que contrarresta la capacidad de
movilización de los proletarios rusos es la sensación profundamente arraigada
de impotencia para cambiar el orden de cosas. Esta sensación radica en la
certeza de vivir en un régimen oligárquico. En cambio, los sectores populares
de los chalecos amarillos, socializados en la idea de vivir en una gran
democracia, patria de los derechos humanos, descubren sorprendidos el
carácter oligárquico del Estado (algunos incluso han explicado que han tenido
que buscar el significado de la palabra oligarquía en un diccionario).
Esta habituación a la oligarquía es una razón, para las clases populares rusas,
de bajar los brazos; la sorpresa compartida es un motivo, para los chalecos
amarillos, de rebelarse.
26/04/2019
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