EL COOPERATIVISMO EN LOS TEXTOS DE LA PRIMERA INTERNACIONAL
Socialismo
científico, modo de producción capitalista y alternativa cooperativista.
KAOSENLARED
14 Feb, 2021
Para quien no conoce la
esencia del modo de producción capitalista la elaboración ideológica que
construye y divulga el bloque dominante, y con la que pretende renovarse
formalmente cada cierto tiempo para mantener su hegemonía, es, incuestionablemente,
novedosa y atrayente. Es la traducción práctica del elemento hegemónico y
fundamental de la lucha de clases, los cimientos que aseguran la dominación sin
la necesidad de recurrir a la violencia explícita contra las clases del
trabajo: “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada
época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante
en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante
(…)” (1).
Pero un modo de producción
cuya prehistoria es ya muy lejana, y cuyo despliegue en su forma suprema,
el imperialismo, comenzó hace ya más de un siglo, deja poco lugar a
la imaginación. Esto es lamentable para quienes quieren refundar la ciencia de
la lucha de clases bajo nuevos y distintos parámetros: fracasan constantemente
desde el mismo siglo XIX -la historia de quienes pretenden renovar el
socialismo científico es tan antigua como este mismo- porque la realidad
material no puede ser modificada en el plano teórico, por muchos esfuerzos que
se hagan.
Por ello, Karl Marx -tan
actual o tan viejo como el modo de producción capitalista- pudo hablar ya de
distintos elementos, novísimos y muy actuales para las jóvenes generaciones del
mundo presente. Así ocurre, por ejemplo, con el “(…) espíritu del emprendedor
(…)” (2), una de las cualidades que Marx señala que suelen tener los capataces
agrícolas en el siglo XIX, algo que enfrenta toda la retórica actual, que
presenta el emprendimiento como algo novedoso y que no es más que la
pretensión por parte de las clases dominantes de alcanzar una construcción
ideológica atractiva para insertar a la juventud en la lógica del capital.
Recurrimos a Marx y a quienes
partiendo de él elaboraron el socialismo científico para analizar los problemas
actuales porque, en realidad, no son actuales, aunque las clases dominantes así
los quieran disfrazar. Sirva la muy actual cuestión del emprendimiento como
ejemplo evidente. Frente a la pretendida desmemoria de las clases dominantes es
en la historia de la lucha de clases, en la memoria de los pueblos
masacrados amenazada por el olvido, en los hilos rotos de la historia
de quienes no sabiendo leer ni escribir mandaban en su hambre, donde
encontramos una impresionante acumulación de conocimientos históricos y teóricos
que constituyen el legado de nuestra clase y que nos permiten sumergirnos en la
experiencia acumulada para obtener reflexiones para encarar las
luchas del futuro, manteniendo viva, de esta manera práctica, nuestra historia,
la historia de quienes nunca han contado para quienes han redactado la historia
oficial -en su versión burguesa o alternativa, pues también hay relatos
hegemónicos construidos por bloques de poder que no son el imperialista
occidental, e incluso hay una historia oficial alternativa-,
aquella que las clases dominantes han establecido como verdad y que,
sin embargo, no ha existido nunca más que en su imaginación. La memoria
del proletariado, privado de medios para reproducirla y
condenada aparentemente al olvido, o pretendidamente silenciada
mediante el asesinato, no deja, sin embargo, de resonar aunque parezca
perdida, como el eco que se resiste a dejar de volver una y otra vez, cada vez
que una nueva generación se enfrenta a la titánica e histórica tarea que
alumbró el capitalismo: la emancipación del proletariado.
La cuestión que vamos a
abordar a lo largo de las próximas páginas no es especialmente novedosa, pero
el problema que supone para parte del movimiento obrero exige que nos
detengamos en ella, puesto que cada cierto tiempo, más o menos dilatado, en
este o en aquel otro país, vuelve a plantearse como alternativa al modo de
producción capitalista. Nos referimos al cooperativismo.
Denigrado por algunas/os, el
movimiento cooperativista permite al proletariado tomar las riendas de las
fábricas y hacerse con el control de la producción. Ensalzado por otras/os, el
cooperativismo no deja de ser una forma que adquiere la explotación de la
fuerza del trabajo bajo las leyes y necesidades del modo de producción
capitalista.
Plantea, pues, a nuestro modo
de ver, un importante elemento contradictorio el cooperativismo. Más allá de
creencias y opiniones vamos a recurrir a los textos de la Asociación
Internacional de Trabajadores, aquella de la que Karl Marx fue un destacado
dirigente, para conocer qué pensaban acerca de esta problemática quienes
levantaron el movimiento obrero y dieron consistencia mundial a las luchas del
proletariado.
Tras ello, constataremos que
la posición de la Primera Internacional era defendida también por Karl Marx en
sus escritos, frente a quienes consideran que las posiciones de la organización
eran una concesión del revolucionario para mantener la unidad en el seno de la
organización, donde confluían distintas corrientes. Allí, en el siglo XIX,
se construyeron las bases del análisis acerca de la realidad cooperativa.
Podrán ser matizadas las ideas que expusieron los dirigentes históricos del
movimiento obrero, pero cooperativismo y modo de producción capitalista
perviven desde hace cientos de años. Ya en el siglo XX, Lenin, siguiendo los
pasos de Marx y de la Commune de Paris, mantuvo la posición con
respecto al cooperativismo.
Renunciamos, pues,
a elaborar un sesudo planteamiento rompiendo con nuestra historia,
aunque esto nos condene a no renovarnos, a no ser originales, a ser anticuadas/os.
No importa, no somos ajenas/os al movimiento obrero, sino una de sus raíces.
Somos el eco que, una vez más, retorna, la voz de quienes dieron su
vida por emancipar el género humano. No podrán borrarnos de la historia, y
tendrán que rebatir lo aquí planteado, porque las amplias masas de
trabajadoras/es observarán que, lo que aquí se señala, se contrasta cada día
con la realidad material. No escribimos, pues, sobre deseos, sino sobre
realidades.
La Asociación Internacional
de Trabajadores y el cooperativismo (3)
Ya en el Manifiesto Inaugural de
la AIT, escrito por Marx en el marco de la asamblea
pública celebrada el 28 de septiembre de 1864 (4) y que daría como origen
la Internacional, se detiene el revolucionario en la cuestión del
cooperativismo. Lo hace tras ensalzar la conquista de la Bill de
diez horas, algo que “(…) ha sido no sólo un suceso práctico, sino, lo que es
más, constituye la victoria de un principio. Es la primera vez que la economía
política de la clase media sucumbe de lleno ante la economía de la clase
obrera” (5).
Y pese a la importancia de
esta victoria, pese a imponerse la economía política de la clase obrera a la de
la clase media y así lograr la reducción de la jornada laboral, esto no es lo
más importante: “pero había en reserva una victoria mucho mayor de la economía
política del trabajo sobre la economía política de la propiedad. Queremos
hablar del movimiento cooperativo y, especialmente, de las manufacturas
cooperativas levantadas por los esfuerzos espontáneos de algunas manos audaces.
El valor de estas grandes experiencias sociales no puede ser subestimado. No
con argumentos, sino con obras, han probado que la producción a gran escala y
de acuerdo con las exigencias de la moderna ciencia puede llevarse a cabo sin
la existencia de la clase de dueños empleando la de obreros; que los medios de
trabajo, para dar fruto, no tienen necesidad de ser monopolizados ni de ser
empleados como medios de dominio y explotación contra el trabajador; y que el
trabajo asalariado, como el trabajo de esclavos o el de siervos, no es más que
una forma transitoria e inferior que está destinada a desaparecer ante el
trabajo asociado, ejecutando su tarea con mano alerta, con espíritu dispuesto y
corazón alegre. Las primeras semillas del sistema cooperativo fueron plantadas
en Inglaterra por Robert Owen; las experiencias intentadas en el continente por
la clase obrera eran de hecho una aplicación práctica de las teorías no ya
inventadas sino sólo proclamadas solemnemente en 1848.
Pero al mismo tiempo, la
experiencia del período entre 1848 y 1864 ha probado, fuera de toda duda, que a
pesar de su excelencia en la práctica, el trabajo cooperativo, recaído en un
estrecho círculo de esfuerzos parciales de los obreros desparramados, no es
capaz de parar el progreso geométrico del monopolio, no es capaz de emancipar a
las masas, ni siquiera capaz de aligerar el peso de su miseria. Es
probablemente por este único motivo que hombres plausiblemente nobles, que
declamadores filántropos de la clase media, que economistas siempre audaces, se
hayan vuelto de golpe con nauseabundos cumplidos hacia el sistema de trabajo
cooperativo, que en vano habían tratado de marchitar en gérmenes,
ridiculizándolo como una utopía de soñadores, o estigmatizándolo con el nombre
de blasfemia de los socialistas. El trabajo cooperativo, para salvar las masas
obreras, debe desarrollarse en dimensiones nacionales, y consecuentemente debe
ser sostenido por medios nacionales (…)” (6).
Dentro del movimiento
cooperativo se incide en las cooperativas de producción -las manufacturas-,
algo que es el fruto de “manos audaces” y que tiene un valor que “no puede ser
subestimado”. Es la clase trabajadora desarrollando la praxis -no
olvidemos que “toda vida social es esencialmente práctica. Todos
los misterios que inducen a la teoría al misticismo encuentran su solución
racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica” (7)-,
demostrando “no con argumentos, sino con obras” que no es necesaria la
propiedad privada de los medios de producción ni el trabajo asalariado, que
está destinado “a desaparecer ante el trabajo asociado”.
Parece, pues, que el
movimiento cooperativo es una gran herramienta para la transformación social,
pero como suele ocurrir el análisis no es fácil: sin embargo, y a pesar de
todo, el trabajo cooperativo “no es capaz de parar el progreso geométrico del
monopolio, no es capaz de emancipar a las masas, ni siquiera capaz de aligerar
el peso de su miseria”.
Por un lado, por lo tanto, el
movimiento cooperativo muestra a la clase trabajadora la posibilidad de
superar el modo de producción capitalista de una forma positiva. Por otro lado,
sin embargo, el modo de producción capitalista predomina y se impone a
cualquier ilusión de poder crear una realidad al margen del mismo. El cooperativismo,
pese a todo, no mejora la vida de la clase trabajadora.
Hay, con todo, una salida: “el
trabajo cooperativo debe desarrollarse en dimensiones nacionales, y
consecuentemente debe ser sostenido por medios nacionales”. El trabajo
cooperativo, en un marco de construcción nacional, en una realidad que no es la
del puñado de trabajadores “desparramados” intentando sobrevivir a la miseria
que impone el capitalismo sino en un marco de ofensiva, de clase constituida a
nivel nacional como productora, “puede salvar las masas obreras”. El camino,
pues, no está cerrado. El debate está abierto.
Una breve nota sobre los
congresos de la Internacional
La Asociación Internacional de
Trabajadores tuvo cinco congresos con un importante contenido político y
debate, si incluimos el Congreso de La Haya, en el que la decadencia de la
Internacional ya es un hecho. Entre el I Congreso, que tuvo lugar en Ginebra en
1866 y el Congreso de La Haya, que fue en 1872, el proletariado tomaba el poder
en París. Al margen de los problemas internos -que no queremos, ni mucho menos,
minimizar- provocados por la Alianza Internacional de la Democracia Socialista,
las maquinarias estatales perseguían a la Internacional y a sus miembros en cada
convulso rincón europeo, cuya realidad se transformaba radicalmente a una
velocidad nunca vista en la historia.
Es cierto que hubo algún
congreso más, “(…) el Consejo de Nueva York organizó dos (los de Ginebra de
1873 y de Filadelfia de 1876), mientras que las federaciones y secciones
disidentes celebraron cuatro (los de Ginebra de 1873, Bruselas en 1874, Berna
en 1876 y, finalmente, el de Verviers en 1877)” (8), pero “la historia de la
Primera Internacional, en tanto que organización internacional del movimiento
obrero, se terminó prácticamente con el Congreso de La Haya de 1872” (9).
Por lo que a la cuestión del
cooperativismo se refiere son relevantes los tres primeros congresos: los
de Ginebra en 1866, Lausana en 1867 y Bruselas en 1868. Nos ceñimos, como se
observará, a los documentos, sin adentrarnos en el debate que tenía lugar y que
embrollaría innecesariamente la cuestión que aquí estamos planteando para
adentrarnos en otros terrenos.
Congreso de Ginebra, 1866
El Consejo General elaboró un
informe con distintos puntos para su discusión por los internacionales en
Ginebra: el quinto punto señalaba: “el objeto de la Asociación Internacional
está en combinar, generalizar y dar uniformidad a los movimientos
espontáneos de las clases obreras, pero no dirigirlas o imponerles
algún sistema doctrinal. Por tanto, el Congreso no debe proclamar un sistema
especial de cooperación sino se debe limitar a la anunciación de
algunos principios generales.
- Reconocemos el movimiento
cooperativo como una de las fuerzas transformadoras de la sociedad
presente, basada en el antagonismo de clases. Su gran mérito consiste en
mostrar prácticamente que el sistema actual de subordinación del
trabajo al capital, despótico y pauperizador, puede suplantarse por el
sistema republicano de asociación de productores libres e iguales.
- Pero el movimiento
cooperativista limitado a formas microscópicas de desarrollo que pueden
producir en sus combinaciones esclavos individuales asalariados, es
impotente de transformar por sí misma la sociedad capitalista. Para
convertir la producción social en un amplio y armonioso sistema de trabajo
cooperativo, se hacen indispensables cambios sociales en general.
El cambio de las condiciones generales en la sociedad, no se
realizará nunca sin el empleo de las fuerzas organizadas de la misma. Por
tanto, el poder gubernamental, arrancado a los capitalistas y
latifundistas, debe ser dirigido por las clases obreras mismas.
- Recomendamos a los
obreros que animen la cooperación en la producción más
que la cooperación en la consumición. Esta toca únicamente la
superficie del actual sistema económico, mientras que la otra lo ataca en
su base.
- Recomendamos a todas las
sociedades cooperativistas, consagrar una parte de sus fondos a la
propaganda de sus principios, tomar la iniciativa de nuevas sociedades
cooperativistas de producción y hacer esta propaganda tanto de palabra
como por la prensa.
- Con objeto de impedir que
las sociedades cooperativistas degeneren en las ordinarias sociedades
burguesas (sociedades de comandita), todo obrero empleado debe recibir el
mismo salario, esté o no esté asociado. Como compromiso puramente
temporal, consentimos en admitir un beneficio muy pequeño a los
socios” (10).
Tras varios días de Congreso
se abordó esta cuestión, que fue adoptada por unanimidad, si bien se
realizó una enmienda, de adición, que fue la siguiente: “los
ciudadanos Fribourg y Chemalé (París) hacen
la siguiente adición: <<el congreso recomienda a las sociedades evitar la
forma de administración individual y de dejar a los asociados el derecho pleno
y entero de administración sobre todos los puntos, conforme al contrato
consentido por ellos>>” (11).
Observamos aquí un pequeño
desarrollo de lo expuesto en el Manifiesto Inaugural. Aparece consignado
de la misma fórmula que aparecerá más tarde en El Capital,
que esta organización futura de la sociedad es la “asociación
de productores libres e iguales”.
Como ya vimos, el
cooperativismo es, sin embargo, incapaz de “transformar por sí misma la
sociedad capitalista”, pero se señalaba la posibilidad de que fuese
eficaz, organizándose a nivel nacional. Ahora se vislumbra el camino para
alcanzar esa organización: la toma del “poder gubernamental, arrancado a los
capitalistas y latifundistas”.
Los siguientes dos elementos
no son novedosos: se anima a desarrollar el movimiento cooperativista en la
producción, y no en la consumición -lo cual nos permitiría abrir otra reflexión
acerca de toda la pretendida e irreal soberanía del consumidor, algo que
también excede el límite de nuestra propuesta-, y se recomienda extender el
movimiento tanto mediante el desarrollo de nuevas cooperativas de
producción como mediante la propaganda.
Para acabar, un principio
fundamental del socialismo, que habitualmente permanece en el olvido: “el
mismo salario” para toda/o trabajador, además, “esté o no esté asociado”. Es
cierto que, de forma temporal, se permite “un beneficio muy pequeño a los
socios”, pero esta es la excepción.
Congreso de Lausana, 1867
Un año después, en el Congreso
de Lausana, la Internacional vuelve a tratar la cuestión del
cooperativismo: “los esfuerzos intentados hasta hoy día por las clases obreras
para su emancipación se pueden resumir en lo que llamamos movimiento
cooperativo. Pero el movimiento cooperativo en su fase actual y en las
diferentes formas bajo las que hasta ahora se ha manifestado, sociedad que se
autodefine como de crédito mutuo, de consumo y producción, aún reconoce los
antiguos principios de la productividad del capital, es decir, el derecho de
descuento del capital sobre el trabajo, y lo pone ampliamente en práctica.
De esta manera, en las
sociedades de crédito, tales como las cajas de adelantos de M.
Schulze-Delitzsch, en Alemania, o el crédito al trabajo del
señor Beluze en París, donde los fondos producen primero un interés y después
dividendos proporcionales a la aportación de cada asociado. Como las
aportaciones son desiguales, se produce necesariamente que aquellos que tienen
una aportación mayor no tardan en enriquecerse (contando con que no tengan
muchos préstamos de la caja en cuyo caso el interés que pagan aniquilará el
dividendo que reciben), y todos en conjunto acabarán por mejorar un poco su
situación por las tasas de los proletarios sobre los que recae en último
término el pago de estos intereses y dividendos.
En las sociedades de consumo,
los asociados, o compran los productos para revenderlos con ganancia al público
consumidor, o se reparten entre ellos los productos comprados. En el primer
caso, un intermediario colectivo sustituye simplemente al comerciante; en el
segundo caso, se pueden presentar dos situaciones: o estas sociedades se
reducen a unos pocos hombres, y entonces no tendrán influencia sobre la
situación de las masas y sólo mejorarán la condición de unos pocos; o estas
sociedades se extenderán a la masa y entonces su efecto último y principal será
nulo, pues no tardarán en llegar un descenso de los salarios, proporcional al
descenso de los precios de los objetos de consumo, porque la competencia entre
los trabajadores, la oferta cada vez mayor de brazos en la sociedad actual que
lo exige, hace que el salario tienda a reducirse al mínimo para conseguir lo
estrictamente necesario, para la mayoría de los obreros.
En las asociaciones de
producción, a la hora del reparto hay generalmente dos partes, la parte del
capital y la parte del trabajo, y algunas veces, como en el falansterio y en la
célebre sociedad de precursores de Fochdale, la parte del talento. No vamos a
hablar de la parte del intelectual, del talento, porque las
asociaciones que dan entrada a este elemento en la cuenta del reparto son
todavía una excepción, pero hablemos de la cuenta del capital; este está
compuesto así: en principio un interés fijo de adelanto, después un dividendo
proporcional a los negocios realizados y a la aportación personal de capital.
Pero como normalmente esta aportación varía con cada asociado, junto a un
asociado cuya participación por el trabajo está representada por 10, y la
participación debida al capital por 1 (o incluso 0), está otro socio cuya parte
de trabajo es 1, y la parte del capital 20, por
ejemplo, 5 a título de interés, y 15 a título de dividendos; de esto se deduce
que la parte de los socios cuyo capital es mayor, se encuentran pronto con la
posibilidad de vivir de sus rentas, y de suyo esto es la realidad en muchas
asociaciones.
En otras ocasiones no hay
participación del trabajo en el reparto de beneficios y después de pagar los
salarios, intereses e impuestos, se reparten los beneficios proporcionalmente
al número de acciones o, por decirlo con otra frase, proporcionalmente al capital
de cada uno en la empresa: el resultado es idéntico al caso precedente.
Además muchas asociaciones de
producción emplean, bajo el nombre de ayudantes, auténticos obreros
asalariados con la única diferencia de que entonces el patrón en vez
de ser un individuo, es una sociedad. Además la mayoría de las sociedades de
producción actuales se constituyen entre algunos obreros privilegiados que se
apartan de sus colegas sistemáticamente, y no quieren extenderse hasta englobar
ramas de producción enteras, de lo que surge ya una división de la clase
obrera.
Para terminar esta crítica
añadimos, al margen por el momento de las diferencias que acabamos de demostrar
en la constitución interna de estas tres clases de asociaciones, el fallo
principal de estas sociedades es su manera de actuar respecto al resto de la
sociedad, y este error se resume así: en vez de intercambiar los servicios y
productos al precio de coste, todas tienen la intención de hacer
beneficios, de aumentar su capital social, de redondear su caja fuerte, y
cuanto más aumenta una asociación su capital de esta manera, más ánimos la dan
los economistas burgueses y más se extasía la multitud corta de miras. Pero
estos beneficios no llueven del cielo como de la mano del Señor, tienen que ser
levantadas de la mano de alguien, y ese alguien es el público; pero la parte de
este público que vive también de negocios, de intereses, de arriendos, de
alquileres, tiene buen cuidado de no ponerse a trabajar, de manera que en
definitiva los beneficios realizados por las asociaciones son arrancados de la
masa de proletarios que está fuera de esas asociaciones. Por eso estos
beneficios vienen a añadirse a la precedente explotación burguesa y constituyen
otra nueva explotación del trabajo. Si estas asociaciones se generalizan
sucederá infaliblemente: por una parte, que surgirá una nueva clase compuesta
de socios que se reparten los beneficios, y por otra parte, otra clase
compuesta por los que pagan esos beneficios, y que evidentemente están más en
la miseria que nunca, porque cada vez está más explotada. Así, pues, hay una
tendencia real a la constitución de un nuevo estado privilegiado paralelo
al tercer estado, la burguesía, a la constitución de un cuarto
estamento.
Surge ahora una curiosa
colección de numerosas contradicciones de la economía política, contradicciones
que no sólo existen en la teoría, sino también en la práctica. Junto a esta
tendencia al origen de una nueva clase intercalada entre la burguesía y el
proletariado, se manifiesta otra tendencia tan activa y sin embargo, totalmente
opuesta: la tendencia a la realización de dos clases únicas, separadas por un
abismo, una muy rica y otra muy pobre. Esta tendencia se debe a dos grandes
fenómenos económicos correlativos, paralelos, que a su vez y recíprocamente son
causa y efecto uno respecto del otro, y cuya realidad se hace cada día más
clara:
Por un lado, el desarrollo de
la fuerza colectiva, las invasiones en el campo de la pequeña y
mediana empresa de la gran industria, el relevo de los pequeños talleres por la
gran fábrica, de las tiendas por los grandes almacenes, resultado necesario del
desarrollo de la división del trabajo y de la irreversible introducción de las
máquinas. En resumen, es la constitución del feudalismo industrial.
Por otro lado, la concentración
de capitales en pocas manos, el anonimato practicado cada día en una escala
cada vez más amplia, el estrangulamiento del pequeño capital a manos del gran
capitalismo, las monedas de cien sueldos por los millones; mientras que mil
francos del pequeño burgués forman dos mil francos al cabo de catorce años
puestos a un interés del 5 por 100 con los intereses de los intereses, el
millón de los Rotschild forma al cabo de catorce años dos millones, sin contar
los dividendos que son también enormes y que capitalizados de nuevo producen
una suma fabulosa. En resumen, nos encontramos ante el nacimiento del feudalismo
económico.
Con el relevo de los pequeños
talleres, en los que un hombre trabajaba sólo con algunos ayudantes o algún
aprendiz, por los grandes talleres donde trabajan legiones de asalariados, está
claro que una cantidad de pequeños burgueses, industriales y obreros
particulares caen en el proletariado, y además, está claro que con la
concentración de capitales no hay gran competencia entre los capitalistas; al
sustituir el monopolio a la competencia, los pequeños capitales ya no pueden
competir, y el pequeño burgués, tras una serie de ruinas, de desgracias y de
quiebras tiende a caer poco a poco en el proletariado.
Este es en resumen, el doble y
chocante espectáculo que nos ofrece en este momento el mundo económico: una
inclinación a producirse una nueva clase media y otra tendencia a la
desaparición de la clase media actual. Sólo nos queda por saber cuál de ambas
tendencias es más fuerte, y sobre todo nos falta saber si, una vez constituida
la clase media nueva, no sufrirá la suerte de la anterior, o sea, que también
se vea obligada a progresar hasta la clase de los más ricos si puede, o en caso
contrario, volver al proletariado; lo que demostraría que la existencia de esta
nueva clase media sería únicamente temporal.
Pero sea temporal o no, existe
el problema, tenemos en ella un peligro y debemos encontrar los medios de
evitarle. ¿Cuáles pueden ser éstos?
En primer lugar, destaquemos
que se nos ha planteado por el Congreso esta cuestión bajo una forma doble:
1. La pregunta habla de un
cuarto estamento, que estaría entre el tercer estamento, burguesía y el
proletariado, que entonces sería el quinto.
2. Pregunta el Congreso si el
quinto estamento no estaría aún más metido en la miseria que antes.
Para evitar la realización de
lo que habla la segunda parte del tema hace falta que las sociedades de
crédito, consumo y producción en vez de hacer beneficios sacados de la mesa de
proletariados siempre, no realicen beneficios y en consecuencia dejen de
empobrecer al proletariado; pero para esto las sociedades se tienen que basar
en el principio del mutualismo, los miembros tienen que practicar el principio
de reciprocidad del préstamo, del descuento, del seguro de las garantías, de
los servicios, de los productos; intercambiando todos los servicios y productos
por el valor que añaden, o sea, por lo que valen como trabajo y como gastos, o
por decirlo aún más claro, como gastos de consumo del productor y como gastos
de instrumental y de materias primas.
Respecto a la primera parte de
la cuestión, debemos dejar bien claro que incluso cuando las asociaciones
existentes estén basadas en la reciprocidad, los miembros de estas sociedades,
al encontrar una mejoría en su situación al aplicar el ideal que los mueve,
constituirían, no ya una nueva clase explotadora (ya que no tomarían tributo
sobre el trabajo personal), pero sí una nueva clase intermedia entre el
capitalismo y la numerosa población excluida de estas asociaciones, en una
palabra un cuarto estado que tiene por debajo de sí un quinto estamento. Para
evitar la formación de este cuarto y quinto estamento, no creemos suficiente
poner en práctica incluso los mas puros principios de justicia en una forma
aislada, en una escala más o menos reducida, en algunos grupos particulares, en
algunos huecos de la sociedad, sino que es de una necesidad absoluta el empleo
de medidas generales, esas medidas que se aplican al conjunto de la sociedad y
que inmediatamente hacen sentir su acción sobre toda la colectividad social. No
podemos abandonar aquí la cuestión de saber cuáles son esas medidas de
conjunto, que sin embargo, nos parecen tan necesarias; creemos poder indicar
como dignas de tenerse en cuenta ciertas medidas de reforma general propuestas
por diversos socialistas: la transformación de la banca nacional (banco de
Francia, banco de Bélgica, banco de Inglaterra, etc.) en banco de crédito
gratuito, la abolición de herencias ab intestato en ciertos
grados de parentesco, impuesto sobre las sucesiones en línea directa, etc…
Pero no sería preciso plantear
los considerandos que acabamos de confiar, si no entendiéramos el movimiento
cooperativo actual, no digamos pernicioso, pero sí ineficaz. Siempre es
provechoso ver agruparse a los trabajadores, verles buscar en la práctica y por
sí solos la mejora de su suerte, aunque tengan que confundirse en sus intentos;
desde este punto de vista el movimiento cooperativo nos parece la gran escuela
en la que el trabajador se inicia en los problemas económicos, la más potente
palanca del progreso social. Además en medio de una sociedad burguesa y
anárquica, en la que reina el cada uno para sí mismo y en la
que la acumulación de los beneficios más ilícitos se denomina tener
vista para los negocios, les es imposible a las clases obreras empezar sin
imitar el error general. Esto era al mismo tiempo una necesidad lógica y una
necesidad económica; necesidad lógica, porque el espíritu humano siempre avanza
por evolución gradual, relacionando por algunos puntos sus concepciones nuevas
con sus conocimientos antiguos; una necesidad económica porque las primeras
asociaciones tenían al constituirse un capital para la lucha contra las
empresas de los burgueses, y no podían y aún hoy en día no pueden, a causa de
su aislamiento, conseguir este capital más que beneficiándose del préstamo y de
la producción o la venta de los productos” (12).
Como hemos podido leer,
aquí la crítica se ha profundizado. No es sólo que el cooperativismo se
vea presionado por la lógica del capital y que sea otra forma de
explotación, sino que el cooperativismo “aún reconoce los antiguos principios
de la productividad del capital”: se rige por las reglas de las clases
dominantes, lo cual le lleva a actuar como una empresa capitalista “el
derecho de descuento del capital sobre el trabajo, y lo pone ampliamente en
práctica”.
De esta manera se realiza la
crítica a las sociedades de crédito, que “producen primero un interés y después
dividendos” cuyo pago extraen de los “proletarios”. Además, al estar permitidas
las aportaciones desiguales se pueden producir situaciones de desigualdad
entre los propios cooperativistas.
También son criticadas las
cooperativas de consumo, sea porque se convierten en un ensamblaje más del modo
de producción capitalista cuando las/os asociadas/os venden los productos
extrayendo una ganancia; sea porque no pueden representar una alternativa al
modo de producción capitalista al estar compuestas por pocos hombres o porque
provocarían una caída de los salarios si se extendiesen.
Por lo que respecta a las
asociaciones de producción, aquellas que son el elemento fundamental del
movimiento cooperativo, “a la hora del reparto hay generalmente dos partes, la
parte del capital y la parte del trabajo” e incluso en ocasiones una tercera
parte que catalogan como “del talento”, que se refiere a la parte
“intelectual”. Aquí, la crítica tiene que ver, también, con el fomento de las
desigualdades sociales: “los socios cuyo capital es mayor, se
encuentran pronto con la posibilidad de vivir de sus rentas, y de suyo
esto es la realidad en muchas asociaciones”. Así mismo, hay cooperativas en las
que la parte del trabajo está excluida y en las cuales “después de pagar los
salarios, intereses e impuestos, se reparten los beneficios proporcionalmente
al número de acciones o, por decirlo con otra frase, proporcionalmente al
capital de cada uno en la empresa: el resultado es idéntico al caso
precedente”.
Encontramos críticas que ya se
habían realizado al movimiento cooperativista, tales como el hecho de que las
cooperativas exploten “obreros asalariados” -en Ginebra ya se había reclamado
que “todo obrero empleado debe recibir el mismo salario, esté o no esté
asociado”- o el hecho de que “no quieren extenderse hasta englobar ramas de
producción enteras, de lo que surge ya una división de la clase obrera”, cuando
se había reclamado en el Manifiesto Inaugural que el trabajo
cooperativo “debe desarrollarse en dimensiones nacionales” y en Ginebra se
había recomendado a las cooperativas que tomasen “la iniciativa de nuevas
sociedades cooperativistas de producción”.
Finalmente hallamos lo que se
considera el “fallo principal”, que no es otro que la sumisión voluntaria a la
lógica del capitalismo: “en vez de intercambiar los servicios y productos
al precio de coste, todas tienen la intención de hacer beneficios,
de aumentar su capital social, de redondear su caja fuerte, y cuanto más
aumenta una asociación su capital de esta manera, más ánimos la dan los
economistas burgueses y más se extasía la multitud corta de miras”: unos
beneficios que son arrancados a “la masa de proletarios que está fuera de esas
asociaciones”. Todo lo cual provoca que “estos beneficios vienen a añadirse a
la precedente explotación burguesa y constituyen otra nueva explotación del
trabajo”.
Tras consignar posibles
soluciones, tales como la renuncia a los beneficios para no empobrecer al
proletariado y la transformación de las bancas nacionales en bancos de crédito
gratuito, entre otras, se señala, sin embargo, que el cooperativismo, en la
medida en que supone la agrupación de trabajadores y su práctica por mejorar
sus condiciones de vida, es “la gran escuela en la que el trabajador se
inicia en los problemas económicos, la más potente palanca del progreso
social”.
Congreso de Bruselas, 1868
En el Congreso de Bruselas no
hay un informe del Consejo General, por el contrario, encontramos una serie de
cuestiones que han remitido a las distintas secciones. El informe de la sección
de Bruselas introducirá la cuestión del movimiento cooperativo, sin embargo la
cuestión no será recogida en las resoluciones presentadas por la comisión: “en
fin, para terminar, diremos que si somos tan grandes partidarios de las
sociedades de mantenimiento de precios, como se dice en Bélgica; de las
sociedades de resistencia, como se dice en Francia; de las trade’s
unions, como se dice en Inglaterra, no es sólo teniendo en cuenta las
necesidades del presente, sino con vistas al orden social del porvenir.
Expliquémonos: no consideramos estas sociedades únicamente como un paliativo
necesario (observad que no decimos como un remedio); no, nuestras miras son más
altas. Desde el fondo de este caos de lucha y miseria en que nos agitamos,
elevamos nuestras miradas hacia una sociedad más armónica y feliz. Vemos
entonces en estas sociedades de resistencia los gérmenes de esas grandes
compañías obreras que algún día reemplazarán a las compañías de los
capitalistas, que tienen bajo sus órdenes a millones de asalariados, al menos
en todas las industrias donde se emplea la fuerza colectiva y donde no existe
término medio entre salariado y asociación. Ya en las principales huelgas que
han estallado estos últimos años, comienza a dibujarse con bastante claridad
una nueva tendencia: la huelga debe terminar en la sociedad de producción. Esto
ya se dijo cuando la huelga de la asociación de los carpinteros de Gante, de
los carpinteros de taller y carpinteros de la construcción de Gante, como
cuando la huelga de los sastres de París. Y esto se hará, porque está en la
lógica de las ideas y en la fuerza de las cosas. Es inevitable que los
trabajadores lleguen a hacer este pequeño razonamiento: “Mientras nosotros
estamos en huelga, porque los patronos no quieren atender nuestras
reclamaciones, los consumidores siguen pidiendo a voz en grito los productos de
nuestra industria; como el paro no proviene de la falta de demanda, sino
únicamente de la obstinación de nuestros patronos, ¿por qué no trabajar
directamente para el público?; el dinero que nuestra caja gasta en mantener a
los trabajadores parados a causa de la huelga, se podría emplear en la compra
de la materia prima y de la herramienta”. Una vez comprendida esta idea, será
realizada pronto” (13).
Finaliza, de esta manera, la
reflexión en el seno de la Internacional con respecto a la cuestión del
cooperativismo. No encontramos esta cuestión ni en la Conferencia de
Londres ni en los posteriores congresos.
Karl Marx, El
Capital y el cooperativismo
Al contrario de lo que afirman
algunas mentes brillantes, Karl Marx no hizo concesiones con respecto al tema
de las cooperativas porque formasen parte de la organización en los inicios de
la Internacional los proudhonianos: el Manifiesto Inaugural recoge
la posición del revolucionario, tal y como él mismo afirmó. Es cierto que hizo
concesiones en el marco de la Internacional, pero no sobre cuestiones de
principios. Estas concesiones se refieren a dos párrafos de los estatutos, que
son los siguientes:
“Los abajo firmantes, miembros
del Consejo elegido en la asamblea del 28 de septiembre de 1864 (…) declaran
que esta Asociación Internacional, como todas las sociedades o individuos que
se le adhieran, reconocerán como base de su conducta hacia todos los hombres la verdad,
la justicia, la moral, sin distinción de color,
creencia o nacionalidad.
Consideran como un deber el
reclamar no sólo para ellos los derechos del hombre y del ciudadano, sino más
aún para que cada uno cumpla sus deberes. No a los derechos sin deberes, no a
los deberes sin derechos” (14).
Riazánov (15) cita unas
palabras de Karl Marx a Friedrich Engels, donde señala los cambios que ha
tenido que hacer a su propuesta original: “¿En qué consisten las concesiones
hechas por Marx? Recordemos lo que el propio Marx escribía sobre este tema a
Engels: “Todas mis propuestas han sido aceptadas por la subcomisión. Únicamente
se me ha obligado a insertar en la introducción del estatuto dos o tres frases
con las palabras “obligación”, “derecho”, “verdad, moral y justicia”, pero todo
ello queda dispuesto de modo que no entorpece en nada al sentido general””
(16).
Tal y como prosigue el propio
Riazánov: “en efecto, no hay en ello nada particularmente molesto. Se puede
hablar de verdad, de justicia, de moral, a condición de tener en cuenta que ni
la verdad, ni la justicia, ni la moral son algo eterno e inmutable, algo
absoluto, independiente de las condiciones sociales. Marx no niega ni la
verdad, ni la justicia, ni la moral; prueba únicamente que el desarrollo de estos
conceptos se encuentra determinado por el desarrollo histórico y que cada clase
les atribuye un sentido diferente” (17).
Sin embargo, el segundo
párrafo presenta “muchas más objeciones” y lo considera “(…) una gran concesión
a los representantes de los emigrados revolucionarios franceses miembros del
Comité” (18).
Finalmente, y sobre esta
cuestión Riazánov sostiene que “cuando, años más tarde, fue revisado el
estatuto, Marx propuso eliminar únicamente las palabras en las cuales se
hablaba de la Declaración de los derechos humanos (…)” (19).
Pero en cualquier caso, y para
despejar cualquier duda, además, contamos con el hecho de que no sólo en la
Internacional escribió Marx sobre el cooperativismo, aunque, como sobre otras
tantas cosas, no escribió un dogmático manual sobre la cuestión. Encontramos,
en El Capital, lo siguiente: “las fábricas cooperativas de los
obreros mismos son, dentro de la vieja forma, la primera brecha abierta en
ella, aunque, naturalmente, reproducen y tienen que reproducir en todas partes,
en su organización real, todos los defectos del sistema existente. Mas, dentro
de ellas, se elimina el antagonismo entre capital y trabajo, si bien únicamente
en la forma de que los obreros son, en cuanto asociación, su propio
capitalista, es decir, emplea los medios de producción para valorizar su propio
trabajo. Muestran cómo, al llegar a una determinada fase de desarrollo de las
fuerzas productivas materiales y de sus correspondientes formas sociales de
producción, se forma y se desarrolla naturalmente del seno de un modo de
producción otro nuevo. Sin el sistema fabril emanado del modo capitalista de
producción no se hubiera podido desarrollar la fábrica cooperativa, ni tampoco
el sistema de crédito nacido del mismo modo de producción. El sistema de
crédito, base principal para la paulatina transformación de las empresas
privadas capitalistas en sociedades anónimas capitalistas, proporciona también
los medios para la gradual expansión de las empresas cooperativas a una escala
más o menos nacional. Las empresas capitalistas por acciones deben
considerarse, lo mismo que las fábricas cooperativas, como formas de transición
del modo capitalista de producción y al asociado, sólo que en uno el
antagonismo se anula negativamente, y en otro positivamente”(20).
Frente a cualquier
tergiversación el socialismo científico lo que sostiene, en palabras de Karl
Marx, es que las fábricas cooperativas, así como el sistema de crédito, son el
embrión de la futura sociedad: son la forma y desarrollo natural del nuevo modo
de producción y la posibilidad de que alcance una escala nacional. Además, las
fábricas cooperativas, conjuntamente con las empresas capitalistas por acciones
“deben considerarse” “como formas de transición del modo capitalista de
producción y al asociado”. Finalmente hemos de señalar que las fábricas
cooperativas, ante las empresas capitalistas por acciones, significan la
superación positiva del modo de producción capitalista.
Si la sociedad capitalista
lleva en su seno el germen de la nueva sociedad, ese germen es el
cooperativismo. El cooperativismo eclosionará en distintas ocasiones a lo largo
del siglo XX: en todo proceso revolucionario es reivindicado por parte del
proletariado, los ejemplos son incontables. El cooperativismo se convierte en
el control de las fábricas por parte del proletariado y como un instrumento que
forma parte de la toma del poder: en el proceso revolucionario no sólo se
desbanca a la burguesía del control del Estado, sino también del control de las
fábricas. A este respecto es preclara la siguiente afirmación de Trotsky: “si
la burguesía no es ya la dueña de la situación en su fábrica, si no es ya enteramente la
dueña, de ahí se desprende que tampoco es ya enteramente dueña de su Estado.
Esto significa que el régimen de dualidad de poder en las fábricas corresponde
al régimen de dualidad de poder en el Estado” (21).
Un epílogo… junto
a Lenin
En 1917 el mundo se
estremecía: la clase trabajadora, continuando la obra que había comenzado en
París en 1871, tomaba el poder en Rusia.
Destruida la hegemonía de la
burguesía -con el poder obrero en las fábricas y en el nuevo Estado- era
necesaria una nueva organización del trabajo. Aquello que, como hemos visto,
reclamaba la Internacional en el Congreso de 1866, los cambios sociales
generales, había tenido lugar. Destruido el Estado zarista las clases
trabajadoras podían comenzar la construcción de su gran obra:
“El reino de la libertad solo
empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la
coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de la
cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material. Así como el
salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades,
para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado
tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y bajo todos los
posibles sistemas de producción. A medida que se desarrolla, desarrollándose
con él sus necesidades, se extiende este reino de la necesidad natural, pero al
mismo tiempo se extienden también las fuerzas productivas que satisfacen
aquellas necesidades. La libertad, en este terreno, solo puede consistir
en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente
este su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control
común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a
cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y
más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo
este un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el
despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero
reino de la libertad, que, sin embargo, solo puede florecer tomando como base aquel
reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la reducción de la
jornada de trabajo” (22).
Como hemos señalado en la
introducción, y hemos podido ver en los textos de la Primera Internacional y de
Karl Marx, el movimiento cooperativo es contradictorio en la medida en que
tiene lugar en la sociedad capitalista y bajo la hegemonía del capital. La
libertad, en un primer momento, consiste en la asociación de productoras y
productores libres e iguales planifiquen de forma racional y de acuerdo con la
naturaleza la producción. Seguirá siendo, no obstante, el reino de la
necesidad, pues detrás de ese “reino de la libertad” todavía hay que buscar “el
verdadero reino de la libertad” -apuntamos, sobre esta cuestión, que no sólo
podemos encontrar una teoría del Estado en Friedrich Engels y Karl Marx, por
descontado en Lenin, sino también una teoría de la transición, al menos
planteada en sus puntos esenciales-.
Lenin escribió varios textos
sobre la cuestión del cooperativismo. Detenernos en el conjunto de reflexiones
sería tema para otro escrito. Sirva, sin embargo, esta pequeña referencia para
mostrar cómo el pensamiento de Lenin se inserta en el desarrollo del socialismo
científico dentro del marco que había desarrollado Karl Marx.
Un año antes de su muerte, en
un contexto de construcción del socialismo, esto es, ya en el plano de la
práctica y no sólo desde propuestas teóricas, Lenin se detenía a señalar que el
movimiento cooperativista era la tarea que debía llevar a cabo
la revolución: “En efecto, dado que en nuestro país el poder del
Estado se encuentra en manos de la clase obrera y que a este poder estatal
pertenecen todos los medios de producción, sólo nos queda, en realidad, por
cumplir la tarea de organizar a la población en cooperativas. Con la máxima
organización de los trabajadores en cooperativas, alcanza por sí mismo su
objetivo ese socialismo que antes suscitaba legítimas burlas, sonrisas y desdén
entre los que estaban convencidos, y con razón, de que era necesaria la lucha
de clase, la lucha por el poder político, etc (…)” (23).
El cooperativismo
es, para Lenin y en concordancia con lo expuesto por Karl Marx, un eslabón
de la construcción del comunismo, un eslabón entre la vieja sociedad burguesa
-de la que surge para ser parte fundamental de ese primer reino de la
libertad y que constituye un periodo de transición hacia el verdadero reino de
la libertad- y la sociedad socialista: “(…) en el fondo, todo lo que
necesitamos es organizar con las suficientes amplitud y profundidad en cooperativas
a la población rusa durante la dominación de la Nueva Economía Política, pues
ahora hemos encontrado el grado de conjugación de los intereses privados, de
los intereses comerciales privados, de su comprobación y control por el Estado,
el grado de su subordinación a los intereses generales, lo oque antes
constituía la piedra de toque para muchísimos socialistas. En efecto, todos los
grandes medios de producción en poder del Estado, y el poder del Estado en
manos del proletariado; la alianza de este proletariado con millones y millones
de campesinos pequeños y muy pequeños; la garantía de la dirección de los
campesinos por el proletariado, etc., ¿acaso no es eso todo lo que se necesita
para edificar la sociedad socialista completa, partiendo de las cooperativas, y
nada más que de las cooperativas, a las que antes tratábamos de mercantilistas
y que hoy, durante la NEP, merecen también, en cierto modo, el mismo trato?
¿Acaso no es eso todo lo imprescindible para edificar la sociedad socialista
completa? Eso no es todavía la edificación de la sociedad socialista, pero sí
todo lo imprescindible y los suficiente para edificarla” (24).
El cooperativismo es, pues,
insuficiente para las clases trabajadoras sin la toma del
poder, pero tras esta se convierte en una potente palanca para la
autoorganización y edificación del comunismo en el periodo de transición, en la
destrucción de la sociedad capitalista en tránsito hacia la socialista: “(…) el
régimen de control obrero, un régimen provisional y transitorio por su misma
esencia, sólo puede corresponder al período de las convulsiones del Estado
burgués, de la ofensiva proletaria y el retroceso de la burguesía, es decir, al
período de la revolución proletaria en el sentido más completo del término”
(25).
Una postura que, por otro
lado, no es elaboración exclusiva y original de las/os bolcheviques y que ya
aparecía en la guerra civil en Francia: “(…) ¡La Comuna, exclaman,
pretende abolir la propiedad, base de toda civilización! Sí, caballeros, la
Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de
muchos en la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los
expropiadores. Quería convertir la propiedad individual en una realidad,
transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son
fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en
simples instrumentos de trabajo libre y asociado. ¡Pero eso es el comunismo, el
«irrealizable» comunismo! Sin embargo, los individuos de las clases dominantes
que son lo bastante inteligentes para darse cuenta de la imposibilidad de que
el actual sistema continúe -y no son pocos- se han erigido en los apóstoles
molestos y chillones de la producción cooperativa. Ahora bien, si la producción
cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de
sustituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de
regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su
control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas,
consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces,
caballeros, más que comunismo, comunismo «realizable»?” (26).
Notas
1.- Engels, Friedrich; Marx,
Karl; la ideología alemana. Crítica de la novísima filosofía alemana en
las personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del
socialismo alemán en las de sus diferentes profetas, Grijalbo, Barcelona,
1970, p. 50.
2.- Marx, Karl, El
Capital. Crítica de la economía política. Libro I. Tomo III, Akal, Madrid,
2º edición, 2000, p. 174.
3.- Hemos seleccionado, para
el presente escrito, los informes del Consejo General, así como las decisiones
de los Congresos. Hemos obviado las múltiples referencias a la cuestión
cooperativa tanto en los discursos como los debates que tenían lugar, pues ello
excedería el objetivo de este trabajo.
4.- En la recopilación
de documentos de la Internacional de Freymond, Jacques, La Primera Internacional
(I), Zero, Bilbao, 1973, p. 43, se señala que este Manifiesto
fue “dado” el 28 de septiembre y “reeditado” por Marx “entre el 21 y el 27 de
octubre”. Otras fuentes, sin embargo, señalan que fue escrito entre el 21 y el
27 de octubre y editado en noviembre, como es el caso de Engels; Marx; obras
escogidas en tres tomos, tomo II, Progreso, Moscú, 1973, p. 13.
Tampoco hay acuerdo con
respecto al papel jugado por Karl Marx el 28 de septiembre: “el 28 de
septiembre de 1864, bajo la presidencia del profesor Beesly, celebrose un
importante mitin en Martin`s Hall de Londres, en el que intervinieron Tolain,
por Francia; Wolff, secretario de Mazzini, por Italia, y Marx, verdadero
inspirador de la reunión, por Alemania”, como recoge Del Rosal, Amaro, los
congresos obreros internacionales. Volumen I. Editorial Pueblo y educación,
La Habana, 1973, p. 125. Otras fuentes señalan que fue un invitado, difiriendo,
a su vez, acerca de quién le cursó la invitación: “Marx debió su invitación
principalmente al hecho de que dos amigos suyos, el sastre alemán Georg
Eccarius (1818-1889) y el relojero suizo Hermann Jung (1830-1901), habían conseguido
para sí mismos un lugar en el movimiento obrero británico, y pudieron
introducirlo desde el comienzo mismo”, en Cole, G. D. H., historia del
pensamiento socialista, tomo II, marxismo y anarquismo (1850-1890), Fondo
de Cultura Económica, México, 3ª edición, 1958, p. 92. También podemos
encontrar que “Victor Le Lubez, un exiliado francés, le preguntó a Marx si
quería representar a Alemania en una reunión internacional de los trabajadores
que se iba a celebrar en Londres el 28 de septiembre”, en Gabriel, Mary, amor
y capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una Revolución, El Viejo
Topo, España, 2014, p. 409. Por último, Riazánov señala que encontró una nota
entre los papeles de Marx que decía: “al señor Marx: Señor, el Comité de
organización del mitin os ruega respetuosamente que asistáis a él. Presentando
esta nota podréis entrar en la sala en que, a las siete y media, se reunirá el
Comité. Vuestro servidor, Cremer”, en Riazánov, David, Marx-Engels,
Alberto Corazón, Madrid, 1975, p. 174.
5.- Freymond, Jacques, op. cit., Zero, Bilbao,
1973, pp. 49-50.
6.- Ibíd., p. 50.
7.- Engels, Friedrich; Marx,
Karl; la ideología alemana, p. 667.
8.- Freymond, Jacques, La
Primera Internacional. Tomo II, Zero, Bilbao, 1973, p. 566.
9.- Ibídem.
10.- Freymond, Jacques, La Primera Internacional.
Tomo I, p. 83-84.
11.- Ibíd.,
pp. 100-101.
12.- Ibíd., pp. 300-305.
13.- Ibíd., p. 407.
14.- Ibíd., pp. 54-55.
15.- La traducción de la obra
de Riazánov difiere de la de Freymond, siendo la siguiente: “el Congreso
declara… que esta asociación internacional, así como todas las sociedades e
individuos que se adhieran a ella, reconocerán que la base de su conducta
respecto a todos los hombres debe ser: la Verdad, la Justicia,
la Moral, sin distinción de color, creencia o nacionalidad.
El Congreso considera como un
deber reclamar no solamente para los miembros de la Asociación, sino para
cualquiera que cumpla con sus obligaciones, los derechos del hombre y del
ciudadano. No más deberes sin derechos, no más derechos sin deberes”, Riazánov,
David, op. cit., p. 191.
16.- Ibídem.
17.- Ibíd., p. 192.
18.- Ibíd., p. 193.
19.- Ibíd., p. 194.
20.- Marx, Karl, El
Capital. Crítica de la economía política. Libro III. Tomo II, Akal, Madrid,
2ª edición, 2000, pp. 147-148.
21.- Trotsky, el control
obrero de la producción. Disponible en
marxists.org/espanol/trotsky/1930s/08_31.htm
22.- Marx, Karl, El
Capital. Crítica de la economía política. Libro III. Tomo III, Akal,
Madrid, 2ª edición, 2000, pp. 272-273.
23.- Lenin, obras
escogidas en XII tomos. Tomo XII, Progreso, Moscú, 1977, p. 377.
24-. Ibíd., p. 378.
25.- Trotsky, op. cit.
26.- Engels, Friedrich; Marx,
Karl; Obras escogidas. Tomo II, p. 237.
En PDF: El
cooperativismo en los textos de la Primera Internacional