jueves, 12 de diciembre de 2024
Si fracasa un golpe, se intenta otro
Mientras la democracia
se mantiene en el camino que los poderosos le marcan, todo va bien. Pero si se
encienden algunas luces y se desvía un poco, se da un golpe, y se la reconduce
el tiempo que haga falta.
Si fracasa un golpe, se intenta otro
El Viejo Topo
11 diciembre, 2024
Una vez que fracasa un golpe, se intenta otro.
Después de la retirada de la ley marcial en Corea del Sur –el Presidente Yoon
Suk-yeol no pudo superar el obstáculo de la dimisión del Ministro de Defensa,
que le quitó el apoyo del ejército–,nos encontramos ante el golpe «legal»
preparado por el Tribunal Constitucional rumano, que anuló los resultados de la
primera vuelta de las elecciones presidenciales y las aplazó para una fecha
posterior.
Como se sabe, en la primera vuelta el candidato
Georgescu salió primero y las encuestas lo dieron por vencedor en la segunda
vuelta (63% contra 37% de la otra candidata Elena Lasconi). Georgescu no está
alineado con las posiciones de la OTAN y esto representa un problema.
Las motivaciones del Tribunal Constitucional rumano
son dignas del mejor cabaret: el candidato Georgescu se habría beneficiado de
una campaña de Tik-Tok que «se parecía» (sic) a las tácticas rusas.
En esencia, la sospecha de una posible influencia extranjera marginal sería
suficiente para anular las elecciones.
(Para un país como Italia, que ha votado desde 1948 hasta hoy siempre bajo una
colosal presión internacional, desde Washington hasta el BCE, con este criterio
todas las elecciones podrían ser invalidadas, sin excepción.)
¿Qué tienen en común estas regurgitaciones
autoritarias?
Es muy sencillo. Se trata de un autoritarismo
oficialmente puesto al servicio de los liberales.
Naturalmente, el cortocircuito es sólo aparente.
Desde que el liberalismo se convirtió en la columna
vertebral de la política europea en el siglo XIX, siempre ha jugado la carta de
la apelación a la libertad democrática cuando tenía que defenderse de la
perspectiva del estatismo, y la carta de la represión paternalista cuando el
demos no votaba. Una manera de agradar a los jefes del navío.
Lo que estos temblores autoritarios indican es la
condición de peligrosa fragilidad en la que se encuentra la narrativa
democrática liberal, que a pesar de sus enormes esfuerzos por manipular la
opinión pública ya no es capaz de persuadir –no siempre– a la mayoría de la
población de que las generosas palizas propinadas son para su bien. El
juego de gobernar la opinión pública en una democracia formal siempre es
arriesgado.
En el siglo XIX, durante mucho tiempo se creyó que
sólo el sufragio universal sería capaz de establecer regímenes que funcionaran
en interés del pueblo. Por lo tanto, desde la consecución del sufragio
universal, todo el esfuerzo de las clases dominantes liberales siempre ha
estado dirigido a convencer a la mayoría de que los constantes sacrificios de
la mayoría, para mantener el privilegio de unos pocos, eran lo único correcto.
Qué estrategia
narrativa se puede utilizar para lograr este resultado, lo único
imprescindible, puede variar. Pero en general el resultado se logra
persuadiendo a la mayoría de que acecha una amenaza mucho peor que el
privilegio oligárquico, y que los únicos capaces de defender al país de esa
amenaza son precisamente los miembros de la élite liberal.
Cuanto menos se afianza esta narrativa, más clara se
vuelve la naturaleza de las democracias liberales: el verdadero poder reside en
la esfera «liberal», es decir, en la propiedad a gran escala, donde la
«democracia» es sólo la variable dependiente, utilizable como cobertura
ideológica hasta que pueda ser manipulada, pero libremente subordinada tan
pronto como resulte refractaria a los deseos de las elites.
Fuente: L’AntiDiplomatico