La inteligencia artificial o
la humanidad teledirigida
Rebelión|
Fuentes: laizquierdadiario.com
09.06.2021
Publicado por la editorial Caja Negra en 2020, Eric Sadin, nos
presenta La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Una
obra en donde realiza un fuerte cuestionamiento al actual desarrollo de la IA,
señalándolo como una amenaza para la humanidad y sus instituciones. ¿Cuáles son
los riesgos de delegar en las máquinas aspectos inherentes al quehacer humano?
¿Está la democracia liberal amenazada por una tecno-ideología? ¿Nos gobierna un
Leviatán algorítmico? Estas y otras preguntas son las que va a intentar
responder el autor del libro en cuestión.
Reconocido por
sus críticas filosas a los distintos fetiches de la tecnología digital y la IA,
Eric Sadin es una de las personalidades más destacadas y renombradas entre los
que estudian las relaciones entre tecnología y sociedad. Sus trabajos y
escritos se han concentrado en el intento de armar un diagnóstico de la
contemporaneidad y sus prácticas en función del impacto que los artefactos
tecnológicos producen en la humanidad. Siendo este el más político de sus
últimos libros, el autor intenta sentar las bases de una ética contra
la inteligencia artificial o ética de la responsabilidad y
a la vez advertirnos del riesgo de delegar nuestra capacidad de raciocinio a
una computadora presuponiendo un natural “orden algorítmico de las cosas”.
El tecno-logos
Para Sadin las
tecnologías digitales han producido un cambio muy profundo en nuestra forma de
percibir la realidad. Específicamente lo que plantea es que con el desarrollo
de los sistema computacionales, fuimos desplazando nuestro criterio de
evaluación y diagnóstico a los softwares, dotándolos de “una singular y
perturbadora vocación: la de enunciar la verdad” [1].
De la misma
forma que la antigua palabra griega logos era utilizada para
referirse a la razón, palabra o sentido hoy,
para el autor, vivimos en una era donde rige el tecnó-logos. Por
primera vez en la historia de nuestra especie dotamos a los artefactos del
poder de enunciar, más rápido y mejor, el supuesto estado de las cosas. Según
Sadin este poder constituye la primera característica de lo que él llama
“inteligencia artificial” y que además determina todas las funciones que le son
asignadas. Esto es muy interesante porque a partir de este momento “las
ciencias algorítmicas” toman un camino antropomórfico que
busca atribuir a los procesadores cualidades humanas, de poder evaluar
situaciones y sacar conclusiones de ellas. Para el autor entramos literalmente
a “la era antropomórfica de la ciencia”.
La IA rodea
nuestra existencia bajo muchas formas que van desde dispositivos
computacionales (smartphones, chatbots, GPS, etc.) conectados a los seres y las
cosas del mundo (voces, textos, automóviles en movimiento, etc.), los que a su
vez son reducidos a expresiones matemáticas-binarias que facilitan su
administración algorítmica. Se dice “inteligente” porque sus partes intentan
imitar algún aspecto de la inteligencia humana (determinar la mejor oferta de
zapatillas en todo el mercado del calzado o la ruta automovilística más corta
para llegar a casa, por ejemplo) pero esto no deja de ser una mera reducción,
ya que no hace más que seccionar una parte de la inteligencia humana y la maximiza.
En ese sentido la IA es la vanguardia de punta de lo que Sadin llama
“tecnologías de lo exponencial”. La IA es un recorte de la inteligencia humana
maximizada, recorte que está lejos de poder pensar (de conjunto) como una
persona. Pero se le dio la autoridad para que su diagnóstico se considere como
verdadero.
Lo digital
surge como una forma de peritar “lo real” de una forma más fiable que nosotros
mismos. Esto se puede apreciar cotidianamente en los buscadores de internet, en
la medicina, en la administración financiera que además autoriza créditos
personales, las redes sociales, en las aplicaciones de GPS y hasta en la
justicia por medio de fallos y video vigilancia. Y es en ese sentido que “Toma
forma un estatuto antropológico y ontológico inédito que ve como la figura
humana se somete a las ecuaciones de sus propios artefactos con el objetivo
prioritario de responder a intereses privados y de instaurar una organización
de la sociedad en función de criterios principalmente utilitaristas” [2].
Criterios
utilitaristas que sutilmente se fueron instaurando en nuestro sentido común
cotidiano hasta convertirse en una nueva doxa (opinión)
acrítica de los beneficios de la “revolución digital”. Una revolución que
terminó volviendo a poner en el horizonte “la ideología del progreso” que
finalizará con el advenimiento de un régimen acabado de perfección.
Ahora bien, hay
que decir que los artefactos (de cualquier tipo) no son derivados de ningún
orden natural de las cosas, sino que son el producto de la acción humana y que
interfieren en los asuntos de los humanos. Para Sadin IA no es diferente, no
hay ningún camino inevitable que haya llevado a la IA a convertirse en la
prótesis de nuestras elecciones, sino que hay un criterio (político) utilitario
de maximización exponencial en las decisiones que relegó el tiempo humano de la
comprensión y la reflexión.
La mano invisible automatizada
Como resaltamos
más arriba, según Sadin, la tecnología y sus diferentes manifestaciones en la
forma de artefactos son fruto de una ideología. Dicha ideología no nace de un
repollo, sino que tiene un origen específico. En el caso de la “interpretación
robotizada” de la realidad, surge de lo que Sadin definió como “una fantasía
tecnocientífica que data de la posguerra y se ha convertido hoy en un axioma
económico y antropológico que pretende construir una gobernanza indefinidamente
dinámica y sin fallas de los asuntos humanos”. Si bien Alan Turing inventó la
primera computadora de análisis y cálculo (que permitió a los aliados codificar
la información encriptada de los nazis y su máquina Enigma), el
objetivo era acumular información para guiar al usuario a la mejor opción. A
partir de la Guerra Fría y la amenaza de los misiles nucleare, los sistemas de
defensa pasaron a indicar directamente qué acción se debía llevar a cabo.
Para Sadin en
la misma forma que los economistas clásicos, como Adam Smith, apelaron a una
metáfora fantástica para justificar determinados fenómenos del capitalismo en
el siglo XIX (el ejemplo más conocido es la mano invisible que
regula los mercados) hoy vivimos en un mundo que nos quiere vender el concepto
de que una “mano invisible automatizada” es la responsable de la robotización y
automatización del mundo contemporáneo, como si no hubiese interés políticos y
económicos que lo estuvieran desarrollando e imponiendo. Los dos ejemplos
técnicos que toma Sadin como paradigmáticos para ilustrar esto son los “drones
de combate” y el “brazalete de Amazon”. Un artefacto puede matar con precisión
a kilómetros de distancia, el otro puede controlar milimétricamente los
movimientos de un obrero en un depósito, también a kilómetros de distancia.
El escenario
que se abre para Sadin frente a este tipo de nuevas situaciones es un conflicto
de racionalidades ya que un tipo de racionalidad técnica como es
el tecno-logos apunta a instaurar modos de existencia cada vez
más sometidos a esquemas racionales que favorecen el apogeo de estructuras
asimétricas de poder.
El mito originario
El fundamento
principal que tiene la racionalidad técnica para justificar su supremacía
radica en un mito muy antiguo, conocido como la neutralidad de la
técnica que por cierto predomina desde el momento en que dicho axioma
ideológicamente orientado permite hacer abstracción de los intereses en juego y
de las intenciones de todo tipo que se materializaron en sus dispositivos.
Este mito de
la neutralidad de la técnica, nos dice Sadin, también toma forma en
la imagen mesiánica de los “emprendedores visionarios” que impulsaron la
informática moderna. Personajes como Steve Jobs, Bill Gates, Mark Zuckenberg o
Elon Musk son presentados a la población por medio de sus autobiografías como
seres iluminados, tocados por la “mano invisible” de la inspiración,
presentando sus productos como fruto de su fervor creativo individual y
revistiéndolos de una “inocencia virginal” lejos de cualquier responsabilidad
por el mal uso de sus productos. Pero la única realidad es que hay que ser muy
ingenuo para creer que el surgimiento de la PC (Steve Jobs) se debió a la
iniciativa de un joven en la cochera de sus padres que con una soldadora de
estaño en una mano y una plaqueta en la otra. En el relato oficial se ocultan
los intereses económicos que dictaron la trayectoria de las investigaciones en
ese sector, las características y la naturaleza del complejo tecnocientífico
californiano y estadounidense de la época, o las luchas industriales que
comenzaron a enfrentar los diferentes fabricantes de PC. Pensar eso sería como
afirmar que la revolución industrial del siglo XVIII en Inglaterra surgió
porque un carpintero inglés llamado James Hargreaves inventó la primera máquina
hiladora (La Jenny) en 1764.
Pero volviendo
a la informática, podemos afirmar que la vocación original de la misma era
crear un instrumento para aumentar el control en la administración de las
cosas. En ese mismo sentido, Sadin ve que en la digitalización creciente de la
sociedad también se le suma el de la digitalización de las administraciones,
hoy capaces de recolectar directamente los datos, de tratarlos y de ofrecer
nuevos usos de aquí en adelante; por lo tanto, lo que estaríamos viviendo sería
también la “transformación digital del Estado”: el “Estado se piensa de ahora
en más como una “plataforma” [3].
La IA
representa antes que nada un poder dinámico de organización, lo que muy pronto
supo capturar al mundo de las empresas, mientras que también es un poder
dinámico de gobernanza. Se está imponiendo un nuevo modelo de sociedad. Estaría
dotada de poderes homeostáticos, pretende permitir a todos salir ganando y
estaría manejada por sistemas en un número cada vez más extenso de sus
engranajes. En esa dirección, Sadin ve en el Neoliberalismo una ideología
rabiosamente individualista que reduce toda forma de vida a las “lógicas
orgánicas del mercado”. Como “ya lo había afirmado Margaret Thatcher en su
época: ‘La sociedad no existe’” [4].
Para Sadin el
potencial aletheico de la IA llegó en un momento de avanzada
del neoliberalismo a nivel global que produjo grandes crisis políticas y
económicas que luego devinieron en crisis de representatividad. “En nuestro
período confuso, quisiéramos que la inteligencia artificial, consciente o
inconscientemente, se ocupara de resolver gran cantidad de nuestras
dificultades. Cuanto más ingobernable es la sociedad, más pretendemos otorgar a
una tecnología el cuidado de gobernar nuestras existencias” [5].
Según Eric
Sadin “Fukuyama se equivocó”, el fin de la historia no habría surgido de la
caída del Muro de Berlín en 1989 y del triunfo planetario del liberalismo
político y económico, no. El fin de la historia se consumará hoy en favor de la
generalización del uso de la inteligencia artificial. El fin de la voluntad que
define nuestras existencias. Un nuevo régimen de la verdad blindado por
fakenews y posverdad estaría emergiendo.
La “i” del Phone y su giro antropológico
Según el autor,
actualmente entramos a una era de “posprogramación”, en el sentido de que el
orden y el funcionamiento de los dispositivos electrónicos ya no están
condicionados por un lenguaje de programación específico sino que lo condiciona
a propia interacción con el mismo. La “i” del iPhone presupone la fusión
del Individuo en la máquina, desde los sistema operativos
amigables hasta el mouse que nos permite desplazarnos por la pantalla, son
prótesis informáticas que generalizan la interfaz táctil instaurando una
relación basada en una mayor cercanía.
Para Eric Sadin
la IA no representa solamente una tecnología más, sino que literalmente encarna
una “tecno-ideología”. Una ideología que “permite que se confundan los procesos
cerebrales y las lógicas económicas y sociales que tienen como base común su
impulso vitalista y su estructura conexionista altamente dinámica” [6].
El
neoliberalismo y su individualismo fomentaron la atomización del sujeto humano
a su expresión más mínima, su cerebro. La época actual ya no hace eje en el
sujeto en sí, en el ciudadano, sino en la mínima expresión de una persona como
son sus impulsos y reacciones cerebrales. El “tecno-liberalismo” convirtió al
cerebro humano en el fetiche de la comprensión y demostración de la realidad. Sin
ir muy lejos, varias disciplinas actuales han agregado el prefijo “neuro” a su
campo para darle un lustre científico (verdadero). Llegamos a hablar de
“neuromanagement”, de “neuropolítica”, o incluso de “neuroeducación”. Toda una
fascinación por la “plasticidad cerebral” que presupone un orden natural de las
cosas que se ve reflejado en su uso aplicado: educación, defensa,
administración, justicia, etc. Para Sadin, literalmente el “cerebro” se
convirtió en la nueva “mónada humana” [7].
Para Sadin,
actualmente el tecno-logos está creando un “nuevo régimen de
verdad”. Pero volvemos a caer en la ya clásica y conocida pregunta filosófica
¿Qué es la verdad? En ese sentido, para el autor Occidente ha atravesado varios
estadios de lo que se entiende por verdad o episteme a lo
largo de su historia. Surgió la verdad revelada con el monoteísmo. Después pasó
por el Platonismo y su sana desconfianza a las sombras de las cavernas. Luego
Aristóteles nos dio una primera definición de la verdad al plantear la
“adecuación con lo real”. Tomas de Aquino problematizó la dualidad de la verdad
y su acceso a ella a partir de distinguir lo espiritual de lo racional.
Descartes en el siglo XVIII proclamó la certidumbre del cogito por
la prueba del método y las cadenas de razonamiento. Nietzsche, identificó el
principio de la verdad en relación al respeto obligado de la moral. Y
finalmente cierra el desarrollo del concepto de verdad con la definición de
Michel Foucault y su teoría de los “juegos de verdad” en donde el poder se encuentra
en la posesión del saber.
Según Sadin,
“nunca” un régimen de verdad se había impuesto de esta manera en la historia.,
Y no por su fuerza de seducción o por su influjo coactivo, sino por la
producción de adecuaciones que damos por sentado que son las más apropiadas.
Hay un poder de revelación que promete ejercer su ingenio desde el menor
detalle de nuestra existencia hasta las situaciones colectivas como ninguna
otra instancia tutelar simbólica lo había podido hacer hasta ahora.
Lo que se
quiere presentar en el libro no es un desacuerdo con las herramientas, sino con
respecto al espíritu de la técnica que está predominando y que
alimenta un tipo específico de racionalidad: una razón instrumental
extrema. En ese mismo sentido lo que Eric Sadin busca denunciar o alertar
es que hoy hay un cambio en el estatuto de la noción de poder, literalmente
entramos a una Controlcracia: No es el miedo al Leviatán hobbesiano
lo que controla a la sociedad moderna. Tampoco los dispositivos de control
foucaultianos, ya que no se trata de vigilar sino de conmover en los
comportamientos. “Hoy pasamos del estado de la individualización, que caracteriza
en gran parte a la modernidad en la posguerra, al estadio de la penetración de
los cuerpos y las cosas” [8].
Para Sadin se
pone menos énfasis en la justicia y más en los mecanismos de control en la
forma de la administración automatizada. Hay menos control estatal y más
“monitoreo algorítmico”, por medio de los datos cruzados gracias al Big Data.
Para el autor, literalmente hoy vivimos a través de tecnologías de la
administración de la vida y la previsión. Pasamos del “fetichismo de mercancía”
al “fetichismo de instante mejor gobernado”. No hay “poshumanidad” sino
humanidad materializada, incubada y teleguiada desde servidores.
La “Doxa” técnica o el gobierno de los números
Con la llegada
del neoliberalismo, a comienzos de la década ochenta, el fenómeno doble de la
presión de la competencia y de la flexibilización de los códigos del trabajo
favoreció un principio que después se generalizó muy rápidamente: hacer
externas ciertas actividades. Nace la tercerización con el objetivo de reducir
costos. “Estos métodos se vieron facilitados por la digitalización de los
registros contables relativos al funcionamiento de los tercerizados que
permitieran tener una visión detallada de sus prácticas” [9]. La IA
procede en sí misma mediante comparaciones. Su base descansa en la codificación
binaria que recorta los elementos en unidades mínimas.
Para Sadin, en
el mundo de la ideología “Tecno-liberal”, la equivalencia se vuelve un fetiche.
La naturaleza de una tecnología basada en el cálculo comparativo se confunde con
un objetivo económico que pretende poner en comparación cualquier cosa con
cualquier otra, a fin de hacer intervenir permanentemente un criterio de
competencia y de extraer en cada operación, el margen de beneficio más amplio.
Vemos cómo los sistemas proceden a la medición de los desempeños del personal a
través del seguimiento del uso de sus computadoras para registrar todo gesto y
movimiento, lo que permite que se establezcan cartografías granulares y
evolutivas. El management actual determina cada vez más
objetivos a corto plazo firmando en general contratos cada vez más precarios
que cuando llegan a término, serán objeto de nuevas licitaciones que
presentarán a las agencias de empleo para volver a comparar a los individuos y
seleccionarlos para nuevas tareas temporales.
Los individuos
deben ser movilizables en todo momento y, cuando llega el
momento, deben movilizarse ellos mismos para realizar los
objetivos que se les asignan. Surge un beneficio de la intercambiabilidad
continua de los seres. A cada uno de nosotros se le asigna una suerte de
“rating” y trabaja, le guste o no, consciente o inconscientemente, para hacer
subir este rating y entonces capitalizarlo. Según el autor somos como una
“mónada nómade”.
Para Sadin
entramos a una era de la antropología de lo comparativo y como
consecuencia llegamos al clímax de una relación utilitarista con lo real. Sadin
afirma que vivimos en el mundo ideal que Jeremy Bentham (creador de la
estructura de vigilancia panóptica que luego Foucault analizó en su libro Vigilar
y Castigar) pensó para nosotros: un mundo en donde la utilidad prevalece
antes que cualquier otra consideración. “El dogma de la ‘mano invisible’ que
hoy habría alcanzado un estadio automatizado, toma ahora la forma de una verdad
instituida. Trabajaría perpetuamente para el interés de todos y cada uno de
nosotros, y nos haría entrar en el mejor de los mundos posibles o en un
‘paraíso artificial’ llamado a imponerse a todo instante.” [10]. Un
“paraíso artificial” garantizado por algoritmos y artefactos ideológicamente
“neutrales”.
A modo de cierre
Para Eric
Sadin, la humanidad se encuentra teledirigida y no es consciente de eso. En ese
sentido lo que propone es la elaboración de una teoría crítica sobre internet:
“No, no necesitamos ‘pensadores de Internet’ sino un pensamiento sobre la
digitalización del mundo, su automatización a largo plazo total, y todas sus
consecuencias en nuestra existencias. Pero probablemente estemos alcanzando en
este punto una suerte de techo de cristal de la conciencia ‘crítica’
predominante” [11].
Es por ese
camino que Sadin considera que se puede revertir la situación, creando una
“ética de la responsabilidad que se preocupe por el modo en el cual nuestros
principios, los fundamentos de nuestra humanidad y nuestra civilización, están
en vías de ser erradicados” [12].
Para Sadin, la
salida “racional” a esta tecno-encerrona que se despliega sobre la sociedad es
una “ética”, pero de la acción que se movilice en las calles
por “defender la preservación de nuestros datos personales y a recurrir sin
descanso a la ‘ética’” [13]. Según él “No hay que apelar a una
‘convergencia de luchas’ sino a una simultaneidad de operaciones llevadas
adelante en los múltiples lugares donde deban ocurrir e inspiradas por
principios comunes” [14]. La pregunta del millón sería como hay que hacer
para que surjan esas “múltiples operaciones” y que lleguen a cumplir su
objetivo civilizatorio. Bueno, la respuesta que nos ofrece Sadin es más confusa
que esclarecedora ya que apela a un tipo de organización clandestina de corte
anarquista fundada en Francia por el año 2000 llamados el “Comité Invisible”
los cuales predicen un colapso del capitalismo que fomentará “el motín
organizado” [¡!] [15]. Esto es muy llamativo, viniendo de un pensador que
llama a “no coordinar luchas” o que directamente llama a no hacer huelga y
protestar como “neoluddista” [16]. Al final del libro aparece lo que Sadin
propone como modelo de organización política para comenzar esta resistencia
ética; esos serían los “Grupos de información de las prisiones” como los que
creó Michel Foucault en 1971. Su idea es organizar una intolerancia activa que
permita “zonas a defender” para hacer intervenir a la “jurisprudencia cuando lo
juzguemos necesario” [17]. Todo el análisis que presenta Sadin en su libro
es un desarrollo extensivo y exhaustivo donde nos muestra cómo la IA se fue
desarrollando a lo largo de la historia para que finalmente tome la forma que
conocemos hoy.
Sadin, está
explicando el momento de la historia en la que nos encontramos, pensándolo en
relación al pasado, presente y el tecno-futuro por venir, pero desde una
perspectiva de laboratorio o si se quiere simplemente crítica. Es
como si fuese un geólogo. Explica las capas sucesivas que forman nuestro suelo,
cada capa define las condiciones de posibilidad de un cierto tipo de
pensamiento que ha triunfado durante un determinado período de tiempo. Pero
no nos cuenta lo más interesante de todo esto, que sería: a partir de qué
condiciones se ha constituido cada tipo de pensamiento; cómo o por qué los
seres humanos pasamos de un tipo de pensamiento a otro. Para poder hacer
posible eso hubiese sido necesario hacer intervenir a la praxis, es
decir a la Historia.
Si bien el
libro de Eric Sadin presenta un análisis agudo sobre las nuevas formas de
control social y productivo a partir de la IA, su análisis tiene muchos
espacios en blanco o preguntas sin responder. Cómo por ejemplo: al principio de
la nota vimos como Sadin muestra y desarrolla los intereses que hay detrás de
esta “mano invisible automatizada” que se nos presenta como parte de un
desarrollo natural de la tecnología, pero en ningún momento aclara o define qué
sectores sociales, específicamente, son los que se ven beneficiados por este
“tecno-logos” y por otro lado qué sectores sociales son los que se vería
afectados por los mismo. En ese sentido queda difuso o poco claro a quién
estaría intentando interpela con su propuesta. No tiene distinción ni
limitación.
Por último,
tampoco queda definida la relación entre el “tecno-liberalismo” y la “razón
instrumental extrema” ya que no queda claro dónde poner el eje del problema: en
las máquinas surgidas de un espíritu de época que quiere
cosificar a los seres humanos y convertirlos en apéndices de sus fusibles, o en
un sistema político-económico utilitario que busca maximizar las ganancias a
costa del aumento del deterioro y empobrecimiento de la calidad de vida de los
trabajadores bajo la forma de la precarización laboral más extrema.
Desde la época
de Karl Marx a la actualidad la tendencia histórica es al aumento de la
productividad, que gracias a la máquinas y el desarrollo técnico, cada vez se
produce más en menos tiempo, pero eso no representó una disminución de las
jornadas laborales sino que al contrario, cada día los empresarios buscan como
absorber hasta el último minuto de la vida de los obreros en los tiempos de
trabajo.
El desafío por
lograr es poder romper las relaciones sociales capitalistas para así lograr que
ese menor tiempo de producción logrado por la tecnología, se
traduzca en que la humanidad cada vez tenga que utilizar menos energías para
producir lo que necesita para subsistir. Y así finalmente poder liberarse del
yugo del trabajo para poder desplegar su tiempo y fuerzas en el pleno
desarrollo de las capacidades humanas como es el ocio creativo, el arte, la
ciencia y la cultura. Sin mencionar lograr establecer una relación más
equilibrada y sana con la naturaleza.
NOTAS AL PIE
[1] Eric
Sadin, La inteligencia artificial o el desafío del siglo, Buenos
Aires, Ed. Caja Negra, 2020, p. 17.
[2] Ibídem, p. 21.
[3] Ibídem, p. 208.
[4] Ibídem, p. 213.
[5] Ibídem, p. 214.
[6] Ibídem, p. 70.
[7] En la filosofía moderna, a partir de Leibniz con su Monadología,
el concepto de mónada se aplica a la idea de un “átomo espiritual” o la manifestación
más mínima e indivisible del espíritu humano.
[8] Ibídem, p. 225.
[9] Ibídem, p. 182.
[10] Ibídem, p. 202.
[11] Ibídem, p. 274.
[12] Ibídem, p. 277.
[13] Ibídem, p. 290.
[14] Ibídem, p. 289.
[15] Ibídem, p. 289.
[16] Ibídem, p. 136.
[17] Ibídem, p. 310.
Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/La-inteligencia-artificial-o-la-humanidad-teledirigida?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=Newsletter