Dos
graves omisiones revelan la inconsistencia de las explicaciones ortodoxas de la
inflación y de las políticas aplicadas para combatirla, desvelando su función
ideológica: el papel neurálgico de la tasa de ganancia y las inflaciones
«ocultas».
Inflación, la coartada perfecta (y 2)
El Viejo Topo
29 mayo, 2022
Las inflaciones ocultas
«Se trata de
vendarnos los ojos y de suscitar el temor a la inflación para justificar el
mantenimiento del “ejército de reserva”, arguyendo que se intenta evitar que
los salarios inicien una espiral “salarios-precios”. Curiosamente, nunca se oye
hablar de una “espiral renta-precios” ni de una “espiral intereses-precios”,
aunque esos costos también se deben tener muy en cuenta al fijar los precios»
William Vickrey
Toda la
“matraca” de la cruzada inflacionaria que presenciamos actualmente oculta en
realidad las causas profundas de la espiral alcista de los precios de los
productos básicos que sufre la clase trabajadora mientras mantiene al mismo
tiempo en la penumbra los ámbitos donde realmente se desarrolla de forma más
aguda desde hace décadas el deterioro de las condiciones de vida de las clases
populares y la propulsión de la desigualdad social.
Hay dos graves
omisiones que revelan la inconsistencia de las explicaciones ortodoxas de la
inflación y de las políticas aplicadas para combatirla, desvelando asimismo su
función meramente ideológica de cobertura pseudoteórica de las agresiones
antiobreras de las políticas neoliberales: el papel neurálgico de la tasa de ganancia
y las inflaciones «ocultas».
En primer
lugar, se oculta sistemáticamente el papel clave de la tasa de beneficio -y con
ella, del conflicto esencial del capitalismo entre comprador y vendedor de
fuerza de trabajo- en la fijación de precios, más aun en los mercados
oligopólicos que dominan los sectores productores de bienes y servicios
básicos- v.gr. el aberrante sistema de fijación del precio de la electricidad
en España, que ha provocado su desbocada escalada reciente-.
A lo anterior
se suman el papel de amplificador que tiene en la fijación del precio mundial
de los alimentos y de las fuentes de energía el casino financiero y la
creciente financiarización de los beneficios de las grandes multinacionales: «La
baja rentabilidad en los sectores productivos de la mayoría de las economías ha
estimulado el giro de las ganancias y la acumulación de efectivo de las
empresas a la especulación financiera. El principal método utilizado por las
empresas para invertir en este capital ficticio ha sido recomprar sus propias
acciones». Las apuestas especulativas realizadas en los mercados de futuros y
de commodities de Chicago y Londres, propulsadas por la inundación
de liquidez de la política monetaria expansiva de los bancos centrales,
disparan los precios de los bienes de los que depende la subsistencia de los
parias de la tierra. Las abultadas cuentas de resultados de las grandes
corporaciones, enfocadas en el reparto de suculentos dividendos y en el
“retorno al accionista”, y las dimensiones mastodónticas del capital ficticio
especulativo que fagocita aceleradamente la riqueza global son por tanto los
culpables principales de la escalada de precios que amenaza con imposibilitar
la subsistencia cotidiana de millones de desheredados de los frutos del
bienestar capitalista.
Roberts estima en cerca
de la mitad -otras estimaciones incluso
la superan- el peso del ascenso desorbitado de los beneficios empresariales
tras la pandemia en el brusco incremento de la inflación que aqueja a la
economía imperial: “Justo antes de la pandemia, en 2019, las
corporaciones estadounidenses no financieras obtuvieron alrededor de un billón
de dólares al año en beneficios, más o menos. Esta cantidad se había mantenido
constante desde 2012. Pero en 2021, estas mismas empresas ganaron alrededor de
1,73 billones de dólares al año. Esto significa que el aumento de los
beneficios de las empresas estadounidenses representa el 44% del aumento inflacionario
de los costes. Sólo los beneficios de las empresas están contribuyendo a una
tasa de inflación del 3% en todos los bienes y servicios en EEUU”. Estos
precios acrecentados están por lo tanto asociados a la urgencia por recomponer
la pérdida de rentabilidad acaecida durante la fulminante pero breve recesión
provocada por la pandemia. Como resume Michel
Husson: “La inflación resulta principalmente de la voluntad de las
empresas de enderezar su tasa de beneficio si ella es inferior al nivel que
desean».
Estamos ante el
“elefante en la habitación” del discurso tecnocrático de la ideología dominante:
la inflación no es un mero resultado aséptico de la interacción de factores
objetivos -demanda de los consumidores, costes de producción, cantidad de
dinero en circulación, etc.- sino la expresión palmaria del conflicto insoluble
por la apropiación del excedente económico entre el trabajo y el capital. Y no
parece necesario aclarar quién se lleva el gato al agua: la clave de la
comprensión de la inflación y de las políticas para combatirla reside, en
definitiva, en preguntarse quién está en condiciones de establecer precios
-fijando por tanto el margen del que surge la rentabilidad del capital- en el
capitalismo realmente existente. Estamos ante la pregunta “maldita” para la
ortodoxia de la teoría económica burguesa. Astarita describe
el núcleo de la ocultación: “todo está orientado para que un estudiante
se reciba de economista sin haberse preguntado jamás de dónde y cómo surge la
ganancia del capital. En última instancia, se trata de la ‘pregunta maldita’
para la economía política burguesa. Y al arte de este ocultamiento, se le
llamará ciencia económica”.
La historia
reciente demuestra fehacientemente lo anterior: la ardua y precaria
recuperación de la tasa de ganancia tras la crisis de los años 70 se logró a
través de la inflación de precios y de la agresión antiobrera perpetrada a lo
largo del primer embate de las políticas neoliberales. La derrota absoluta de
la clase trabajadora en los años 80 permitió que las tasas de ganancia
aumentaran y que la inflación en los países centrales disminuyera en
los años siguientes: “La caída de la inflación en las últimas décadas tuvo como
telón de fondo una fuerte ofensiva del capital sobre la clase obrera y los
movimientos populares (…) Esto es, incrementar el disciplinamiento del trabajo
a la lógica del mercado y el capital, en respuesta a la crisis de
sobreproducción y rentabilidad de los 1970. La reacción monetarista fue su
expresión”.
Nicholas
Kaldor desvela la
agenda oculta tras la cruzada inflacionaria de los años setenta: «La
subida de tipos de interés y los recortes brutales de gasto habían derrotado a
la inflación reduciendo la demanda. Era pues la contracción en la producción y
el empleo lo que había derrotado a la inflación. El control de la oferta
monetaria y la lucha contra la inflación no eran más que unas convenientes
cortinas de humo que daban una coartada ideológica para medidas tan
antisociales».
Destacar el
papel clave del conflicto de clases esencial al sistema de la mercancía en la
fijación de precios proporciona asimismo la explicación del «misterio» de la
ausencia absoluta de inflación tras la debacle financiera de 2008, cuando la
tasa de beneficio se recuperó con la misma rapidez que actualmente y los bancos
centrales insuflaron colosales manguerazos de liquidez a un sistema financiero
exánime: la sobreexplotación laboral y el austericidio, que caracterizaron el
embate del capital tras la crisis subprime, deprimieron el nivel
salarial y engordaron el “ejército de reserva” sin necesidad de subir los
precios. Josh Bivens aclara el agudo
contraste entre los dos shocks:
“En
recuperaciones anteriores, el crecimiento de la demanda interna fue lento y el
desempleo fue elevado en las primeras fases de la recuperación. Esto llevó a
las empresas a desesperarse por obtener más clientes, pero también les dio la
ventaja en la negociación con empleados potenciales, lo que condujo a un
crecimiento moderado de los precios y a la contención de los salarios. Esta
vez, la pandemia disparó la demanda en los sectores duraderos y el empleo se
recuperó rápidamente, pero el cuello de botella para satisfacer esta demanda en
el lado de la oferta no fue en gran medida la mano de obra . En cambio, fue la
capacidad de envío y otras carencias no laborales. Las empresas que tenían
oferta disponible cuando se produjo el aumento de la demanda provocado por la
pandemia tenían un enorme poder de fijación de precios frente a sus clientes”.
En resumen,
mientras que tras el colapso de Lehman Brothers la rápida recuperación de la
tasa de ganancia del capital se realizó a través del mecanismo clásico del
aumento de la tasa de explotación, actualmente se ha producido principalmente
mediante la inflación de precios en un entorno de fuerte aceleración de una
economía global espasmódica.
La
configuración descrita agudiza hasta extremos inauditos las contradicciones de
la matriz de rentabilidad del capitalismo desquiciado. La propulsión de los
niveles de desigualdad y de pobreza provocada por el torniquete de las
políticas neoliberales genera una, potencialmente autodestructiva,
contradicción en la capacidad de reproducción ampliada del capitalismo
neoliberal: ¿Cómo puede mantenerse la tasa de ganancia del capital ante la
intensa depresión del consumo de las masas que podrían provocar los lacerantes
niveles de desigualdad y el empobrecimiento de amplias capas de la población?
La respuesta es la clave de bóveda de la política del capital en el último
medio siglo: la deuda “a muerte” y la inflación de activos -las inflaciones
ocultas- son los ámbitos donde se extrae la parte del león de la ganancia del
capital que mantiene la maquinaria depredadora en funcionamiento.
Tras el colapso
de 2008, la maltrecha tasa de ganancia de las grandes corporaciones,
financieras y no financieras, no se ha restablecido a través de la inflación de
precios, como en la primera fase neoliberal de los años 70, sino a través de la
inflación de activos y de la expansión descontrolada de la deuda y del castillo
de naipes del casino financiero global. Sobreexplotación laboral y deuda «a
muerte», por un lado, y capital ficticio desbocado, por el otro, representan
por tanto las dos caras de la moneda de la aberrante matriz de rentabilidad del
capitalismo desquiciado.
Roberts describe la
estrecha conexión entre la inundación de liquidez en el casino financiero con
el dinero fresco del rescate realizado por los bancos centrales tras la debacle
de 2008 -la taumatúrgica QE, que significó el salvamento del sistema
financiero global- y la agudización de la desposesión rentista de las clases
populares mediante el incremento astronómico del precio de los activos
financiero-inmobiliarios:
“Pero las tasas
de inflación no aumentaron cuando los bancos centrales inyectaron trillones en
el sistema bancario para evitar un colapso durante la crisis financiera mundial
de 2008-9 o durante la pandemia de COVID. Todo ese crédito monetario procedente
de la ‘flexibilización cuantitativa’ acabó siendo una financiación a coste casi
nulo para la especulación financiera e inmobiliaria. La inflación tuvo lugar en
los mercados de valores y de la vivienda, no en las tiendas”.
Tal configuración
patológica del capitalismo actual desmiente de raíz el mito esparcido por
doquier por los «espadachines a sueldo» del capital de que la inflación de
precios es la mayor pesadilla de la banca y de los tiburones de las finanzas
globales al deprimir los tipos de interés reales -la banca, como prestatario,
sufriría graves pérdidas al depreciarse el valor del dinero de los préstamos
con tipos de interés reales negativos, tras descontar la inflación desbocada al
tipo nominal-.
Lo anterior es
sin embargo una falacia que oculta los ámbitos reales donde se desarrolla el
negocio cautivo y enormemente lucrativo de la fábrica de dinero en manos
privadas. La rentabilidad de la banca -como demuestran las mareantes cifras de
beneficios que obtiene sistemáticamente- no depende principalmente del
diferencial de tipos de interés entre préstamos y depósitos sino de su papel neurálgico
en el casino financiero global. Lapavitsas destaca el punto esencial de la
transformación de la banca en un actor especulativo, el detonante del crack de
2008: «La banca tradicional contrasta con la banca titulizada, en tanto
que la primera consiste en el negocio de hacer préstamos y contraer deudas y su
principal fuente de financiación son los depósitos a la vista garantizados;
mientras que la segunda consiste en el negocio de la colocación y reventa de
los préstamos y su principal fuente de financiación son los acuerdos de
recompra. Mientras que un pánico bancario tradicional equivale a una retirada
masiva de depósitos, un pánico bancario de un banco titulizado equivale a la
retirada masiva de acuerdos de recompra (repos)».
Las
privatizaciones de servicios esenciales (agua, gas, electricidad,
telecomunicaciones), características del masivo proceso de expropiación de los
«comunes», financiado y promovido activamente por la banca privada, han
representado asimismo otra enorme punción de la riqueza social, destinada a
engrosar las cuentas de resultados de los oligopolios energéticos y de la gran
banca: el incremento exponencial de los precios energéticos que presenciamos
actualmente dispara los suculentos beneficios de la banca privada, accionista mayoritario
de los mismos.
Y por si lo
anterior fuera poco, el negocio bancario actual está garantizado por las
políticas -totalmente ajenas al sacrosanto libre mercado competitivo- de
salvamento permanente a cargo del banco central, el prestamista de última instancia,
el mamporrero del sistema financiero privado, y por el privilegio exorbitante
del monopolio de la financiación de los estados, fuente de pingües beneficios y
pilar maestro de la completa amputación de la soberanía nacional. La fábrica de
dinero privada no tiene por tanto que preocuparse demasiado por los bruscos
vaivenes inflacionarios: su privilegiada posición, en la cúspide del gran
capital corporativo, y su abultada cuenta de resultados están a buen recaudo.
La
configuración anterior, profundamente rentista y parasitaria, de la matriz de
rentabilidad del capitalismo realmente existente tiene un inicuo efecto en los
ámbitos reales donde se desarrolla de forma cada vez más aguda la expropiación
y el empobrecimiento de las clases trabajadoras: las inflaciones ocultas.
El
desproporcionado crecimiento de los precios de los activos inmobiliarios
-piedra miliar, a pesar de los desastres recientes, del modelo productivo de la
piel de toro- no se refleja en absoluto en el índice de precios al consumo, al
considerarse la vivienda, en las estadísticas de la contabilidad nacional, un
bien de inversión: la acusada revalorización del
mercado en los últimos años no sólo no es preocupante para los guardianes de la
estabilidad de precios, sino que, bien al contrario, es una señal de la buena
marcha de la economía a través del «efecto riqueza» que genera en el patrimonio
de sus propietarios, que representan la mayoría silenciosa que sustenta el
bloque dominante en el sistema partitocrático vigente.
Sin embargo,
los abultados intereses de las hipotecas sí son gasto puro, aunque no estén
incluidos tampoco en el IPC al no ser etiquetados como gastos de consumo sino
financieros. Marx se refería a esta extracción de rentas
financiero-inmobiliarias como una explotación secundaria: “Trátase de una
explotación secundaria, que discurre a la sombra de la explotación primaria, o
sea, la que se realiza directamente en el mismo proceso de producción”. Para
más inri, el gasto en alquiler (un 2,5% en la cesta de la compra
que sirve de base para el cálculo del IPC) está enormemente infravalorado al
ser abrumadoramente mayoritario –un 80% del total– en España el parque de
vivienda en propiedad. La subida del 40%
del alquiler en las grandes ciudades españolas en el último lustro, que afecta
agudamente a la subsistencia cotidiana de las capas más humildes de la clase
trabajadora, sólo se refleja de forma mínima en el IPC. Por lo tanto, el
principal ámbito de desposesión y expropiación financiera de las clases
populares resulta totalmente ignorado por los «guerreros de la inflación». No
se trata obviamente de un hecho casual: no se ve lo que no se quiere mirar.
En palabras de Michael Hudson, «se
trata de convertir a la economía toda en una enorme colección de puestos
de peaje», a mayor gloria de la profusa provisión de rentas encauzada hacia
los que «se enriquecen mientras duermen». Las crecientes
cargas financieras derivadas de las astronómicas deudas pública y privada
representan asimismo un ámbito oculto de expropiación de riqueza real de las
clases populares a través de los precios inflados de los bienes y servicios,
debido a los abultados flujos de intereses sufragados por los productores. Una
máquina de succión que potencia las elevadísimas cotas que alcanza actualmente
la desigualdad social: se estima que únicamente el decil superior de las
escalas de renta y de riqueza patrimonial percibe ingresos netos de intereses y
demás rentas financieras, mientras que el 90% restante son pagadores netos
–incluso los que no tienen ningún producto financiero ni crédito bancario-.
La inflación de
rentas inmobiliarias, los masivos costes financieros sufragados y la
privatización absoluta de todos los ámbitos decisivos para la subsistencia
cotidiana de las clases populares han sido desde hace medio siglo los
mecanismos de extracción de riqueza de abajo hacia arriba que han desembocado
en el actual panorama de desigualdad y pobreza rampantes. Todo ello, ni que
decir tiene, con la entusiasta bendición de los aguerridos guerreros contra la
inflación.
Así pues, más
allá del omnipresente debate acerca de si el brote inflacionario actual es
temporal o duradero, o incluso de si estamos en la antesala de un periodo de
deflación por la reducción del consumo y la depresión inducida que
desencadenará el brusco giro de la política monetaria de la fábrica de
dinero, lo realmente relevante es que la matriz de rentabilidad del capitalismo
desquiciado seguirá extrayendo caudalosos flujos de la expropiación financiera
y rentista de las clases populares a través de las inflaciones ocultas y de la
sobreexplotación laboral, absorbiendo a borbotones la escasa porción de la
riqueza social recibida por quienes se ganan el pan con el sudor de su frente.
Por lo tanto,
resulta perentorio disipar las cortinas de humo de los espadachines a sueldo
del capital, cuyas cínicas apelaciones a la excepcionalidad de los agudos
conflictos actuales y su ilusoria confianza en la posibilidad de la ansiada
vuelta a la normalidad, no son más que cantos de sirena que pretenden ocultar
el hecho desnudo de que sólo la superación de este modo de organización de la
vida humana depredador y suicida permitirá la consecución de un orden social
racional en un planeta habitable.
Fuente: Blog del autor Trampantojos
y embelecos.