sábado, 15 de marzo de 2025
La farsa del alto el fuego
Eduardo Luque expone
aquí una opinión muy alejada de la por ahora ampliamente mayoritaria entre los
analistas y los medios de comunicación. El tiempo, y no mucho, dirá si está
dando o no en el clavo.
La farsa del alto el fuego
El Viejo Topo
15 marzo, 2025
Tras el golpe
de Estado del Maidan en 2014, el nuevo gobierno ucraniano decidió ocupar y
someter a las repúblicas del Dombás y Lugansk. Se inició la guerra civil, que
en esta fase concluyó con el cerco de las tropas ucranianas en Ilovaisk. Miles
de soldados murieron. Las fuerzas ucranianas fueron derrotadas y se pidió un
acuerdo de paz, clamando: “Estamos listos para la paz”.
¡Negociemos! Se firmaron los Acuerdos de Minsk-1, que no fueron
respetados por la parte ucraniana. Los bombardeos contra la población civil
continuaron y la guerra se intensificó. En 2015, nuevamente las tropas del
gobierno fueron cercadas y derrotadas por los independentistas en Debáltsevo.
El gobierno volvió a clamar: «¡Alto a la guerra! ¡Queremos la paz!». Se
concluyó el tratado de Minsk-2, que tampoco fue honrado por la parte
gubernamental. La excanciller alemana Merkel, el expresidente francés Hollande
y el expresidente ucraniano Poroshenko declararon públicamente que nunca
tuvieron intención de cumplir los acuerdos, querían ganar tiempo para rearmar
al ejército ucraniano.
El 24 de
febrero de 2022 se reinició la guerra con la participación directa de las
tropas rusas, que se acercaron a Kiev. Los militares rusos tomaron el
aeropuerto Antonov en la capital en una acción relámpago mientras suprimían las
defensas antiaéreas. La situación militar para las fuerzas ucranianas y la
capital del país era muy difícil. El gobierno ucraniano nuevamente pidió
negociaciones y puso como condición la retirada de las tropas rusas de los
arrabales de Kiev: «Estamos listos para negociar», dijeron
nuevamente. El 6 de marzo se firmó un preacuerdo que hubiera podido poner fin
al conflicto, pero la parte ucraniana asesinó en Kiev a su principal
negociador, Denis Kireev.
En 2025, las
fuerzas ucranianas colapsan en la región de Kursk. ¿Adivinan qué van a
decir? …
La retórica de
Trump sobre el final de la guerra ucraniana no ha soportado la prueba del algodón.
Estados Unidos y Ucrania llegaron a un acuerdo de alto el fuego por 30 días
durante las conversaciones en Yeda. Ha sido una forma de enmendar el mal paso
dado por Zelenski en el Despacho Oval. Sin interrupción, Trump se atribuyó el
éxito y acto seguido anunció el levantamiento de las restricciones a la ayuda
armamentística y de inteligencia con Ucrania.
Queda claro que
es EE.UU. el que ha permitido que el régimen ucraniano perviva hasta este
momento. Es EE.UU. el que define los objetivos de los misiles Himars que
castigan las ciudades rusas. Moscú sabe que un alto el fuego de 30 días sería
una bendición para Ucrania, ya que permitiría detener el avance ruso, nivelar
sus líneas y rearmarse con los nuevos envíos de material prometidos por Trump.
Rusia perdería la ventaja táctica y operativa que ahora ha conseguido a un alto
precio y, una vez recuperada, Ucrania podría, con redoblado apoyo occidental,
rechazar las condiciones de paz.
El ministro de
exteriores ruso Serguéi Lavrov lo ha expuesto con claridad: la parte rusa no
cree en la buena fe del equipo negociador de Trump. Trump no pretende
aproximarse hacia la paz, sino mantener y alimentar la guerra. El equipo del
presidente norteamericano, a pesar de las altisonantes declaraciones, persigue
el mismo objetivo que el gabinete Biden: derrotar estratégicamente a Rusia. No
negocia de buena fe. ¿Por qué, si no, se ofrece el alto el fuego tras un ataque
masivo contra los civiles en Moscú? Washington pretende, por un lado, impedir
que Moscú tome en consideración la propuesta (Trump apuesta por la continuación
de la guerra mientras pueda obtener algún beneficio económico) y, por otro,
generar una corriente de propaganda en Occidente señalando a Putin como un
señor de la guerra y justificar de paso los nuevos presupuestos de guerra que
empobrecerán a los de siempre.
El secretario
de Estado de Trump, Marco Rubio, se apresuró a señalar que la pelota estaba en
el tejado ruso y que «Rusia debería mostrar buena voluntad». Inmediatamente,
sus vasallos europeos repitieron el mismo discurso. Trump ha dicho por su parte
que «si no conseguimos que Rusia cese el fuego, seguiremos luchando y
abasteciendo a Ucrania». La opción que plantea Trump es continuar el conflicto
y el suministro de armas al régimen de Kiev.
Pasada la
euforia de los primeros momentos, la administración Trump enfrenta un momento
de repliegue. Las promesas realizadas en campaña se estrellan contra la
realidad: no se dan a conocer las listas Epstein, ni los datos secretos del
asesinato de JFK, ni del 11-S; la auditoría de Fort Knox lleva camino de quedar
en nada, tampoco hay deportaciones masivas y, de hecho, las redadas de
inmigrantes han disminuido. Ya no habla Trump de retirar tropas de Oriente
Medio. La guerra de aranceles, «hoy te castigo, mañana te perdono», corre
peligro de volverse contra su propio gobierno…
El gabinete de
Trump está desesperado porque sus propuestas no se pueden implementar como él
desearía. Hay una serie de mecanismos que ralentizan sus decisiones. El alto el
fuego es un intento de sumar «puntos» políticos en un momento especialmente
duro para su gobierno. Es, desde cualquier punto de vista, un desatino que no
incluye ninguna «concesión» para Rusia, pero sí una enorme recompensa para
Ucrania en forma de reactivación de los envíos de armamento. Además, ocurre
cuando Ucrania aún controla pequeñas porciones de territorio ruso, lo cual es
un enorme impedimento para llegar a un acuerdo por parte de Rusia.
Las fuerzas
rusas están en un momento óptimo. Puede intensificar su campaña en un momento de
crisis operativa de las fuerzas ucranianas, de tal forma que muestre a EE.UU.
que es hora de realizar una propuesta de paz realista y acordada por escrito
antes de que se establezca ningún alto el fuego. Los diversos posicionamientos
tanto del portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, como del ministro de Exteriores,
Serguéi Lavrov, han sido claros: Occidente no es de fiar.