domingo, 3 de marzo de 2024

Guerra al trabajo, uberización

 

La innovación, la inteligencia artificial favorecen a una minoría y degradan la condición de los trabajadores, que sólo podrán contar consigo mismos en caso de accidente, enfermedad, embarazo; sin asistencia sanitaria, sin pensión, sólo con una competencia feroz.


Guerra al trabajo, uberización


Vincenzo Comito

El Viejo Topo

3 marzo, 2024 



En las últimas décadas hemos sido testigos de grandes transformaciones en el mundo del trabajo. Vistas desde Europa, estas transformaciones parecen negativas en su conjunto, pero si las contemplamos desde una perspectiva global, el panorama tiende a matizarse al menos un poco.

Desde el advenimiento de Thatcher en Gran Bretaña y de Reagan en Estados Unidos (símbolos elocuentes de su acción son la feroz lucha de la primera contra los mineros y la del segundo contra los controladores aéreos), el ataque frontal al mundo del trabajo ha cobrado un nuevo vigor, arrastrando incluso a importantes fuerzas políticas antaño de izquierdas a un activo papel antilaboral y dejando atrás progresivamente muchas de las conquistas de posguerra.

En Occidente, este ataque, aún en curso, ha sido posible no sólo por las malas decisiones tomadas por los políticos, sino también por el desarrollo de los procesos de globalización e innovación tecnológica.

LOS EFECTOS DE LA GLOBALIZACIÓN Y LA EXTERNALIZACIÓN

Un factor importante en la transformación del mundo del trabajo en las últimas décadas ha sido, sin duda, los procesos de globalización, que, en última instancia, han conducido a resultados algo diferentes de los esperados por quienes los desencadenaron.

La pareja globalización-externalización fue iniciada en varias oleadas por Estados Unidos, por el gobierno y las empresas de la mano, y más en general por los países ricos, con distintos objetivos: en primer lugar, el de ampliar y profundizar el dominio económico, pero también político e ideológico, sobre el mundo; después, el de reducir los costes de producción, aprovechando en particular el bajísimo nivel de los salarios en los países del Tercer Mundo, frente a una mano de obra que en esos países estaba, entre otras cosas, cada vez más escolarizada, junto con, sobre todo en algunos de ellos, una cierta dotación de infraestructuras que resultaba funcional para hacer eficaz el proceso de deslocalización.

También pretendía reducir la fuerza de las organizaciones sindicales en los países ricos y, en cualquier caso, mantener bajo control los salarios y las condiciones de trabajo en ellos.

Esta expansión no habría sido posible sin un proceso paralelo de innovación tecnológica, desde la evolución del transporte marítimo y aéreo, con una fuerte reducción de los costes y una mejora de la eficacia de los servicios relacionados, hasta la modernización de las tecnologías de la comunicación, con el desarrollo paralelo, a partir de cierto momento, y prodigioso de Internet.

Mediante una gran expansión del comercio y la inversión desde los países ricos hacia los menos avanzados, algunas empresas occidentales han visto crecer ciertamente sus ventas, sus beneficios y su solidez financiera, pero algunos resultados, que están a la vista de todos, parecen más bien inesperados.

Muchos países, especialmente en Asia, empezando primero por los llamados «tigres asiáticos», seguidos inmediatamente por China, han visto, gracias a la llegada de la inversión y los conocimientos occidentales, un prodigioso desarrollo de la economía y, paralelamente, del empleo; el proceso ha ayudado a sacar de la pobreza a muchos cientos de millones de personas en China y en varios otros países. Por supuesto, no todo han sido rosas y sol, como demostró, por ejemplo, la tragedia de los trabajadores textiles de Bangladesh hace unos años, pero en conjunto, la apertura de los mercados ha aportado grandes beneficios a los países del Sur, aunque de forma desigual, en términos de empleo y de economía en general.

La deslocalización de las actividades industriales al Sur, aparte de las ventajas de las oligarquías relativamente pequeñas, ha tenido efectos más bien negativos en el Norte. Sectores industriales enteros han emigrado del Norte al Sur y hoy es Asia el centro del desarrollo industrial.

En la actualidad, los países del Tercer Mundo controlan el 60% del PIB mundial, con una tendencia creciente; dentro de unos años estaremos probablemente en el 70%. Además, los países del Sur han aprendido a gobernar las tecnologías más innovadoras; el caso más emblemático es el de los chips, cuya producción, sobre todo los más avanzados, está hoy controlada en gran medida por Taiwán y Corea del Sur, mientras que más del 50% del mercado mundial está en China.

Al mismo tiempo, hemos asistido a una importante desertización industrial en varios países del norte, desde Estados Unidos a Francia, pasando por Gran Bretaña; en Italia, como es habitual, se ha manifestado más tardíamente, pero desde 2008 hasta hoy nuestro país ha visto desaparecer dos quintas partes de su sistema industrial (Bricco, 2023).

En Estados Unidos, millones de trabajadores han perdido su empleo y parte de la clase media ha entrado en crisis, mientras que el último intento de reiniciar un proceso de reindustrialización del país se ha topado con la falta de conocimientos técnicos y de mano de obra adecuada, así como con unos costes desorbitados (producir chips en Estados Unidos cuesta ahora entre un 50% y un 60% más que en los países asiáticos). La pobreza ha aumentado, el alcoholismo, las drogas y los suicidios se han extendido entre las capas más bajas de la población.

También como consecuencia de estos procesos, se ha producido una importante pérdida de peso y fuerza de las organizaciones sindicales en los países del Norte, sobre todo en Europa. Este proceso de degradación tuvo lugar con la complicidad, a menudo activa, de la mayoría de los gobiernos, como ya hemos mencionado, desde Reagan a Thatcher, hasta nuestro Renzi, con su terrorífica ley del empleo, quizás el punto más bajo de un partido «progresista» en un país resignado a la decadencia.

El impulso de los procesos de globalización también ha contribuido a trastocar el orden internacional surgido del final de la Segunda Guerra Mundial y a situar a Asia, en particular, en el centro de los procesos económicos y políticos, mientras que Occidente tiene cada vez menos capacidad para imponer su voluntad en el mundo.

EL IMPACTO DE LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA EN EL MUNDO LABORAL

Otra fuerza importante que influye en el mundo del trabajo es, obviamente, la innovación tecnológica, hoy en su doble vertiente digital y energética. Recordemos, de forma preliminar, que las transformaciones tecnológicas no son neutrales, sino que están impulsadas por los intereses de quienes las controlan, en particular por unos pocos grupos oligárquicos mundiales, en conexión con un mundo político a su servicio, y que estos procesos, por otra parte, interactúan con los mencionados anteriormente de globalización-subcontratación.

Repasando en pocas palabras la historia de la posguerra, asistimos, ya a finales de los años 50 y principios de los 60, a un primer desarrollo de los procesos de automatización, mientras que también en Europa se extendían las metodologías tayloristas de organización del trabajo, que condujeron, entre otras cosas, a lo que un estudioso de la época, Georges Friedmann, denominó le travail en miettes (en un texto cuya primera edición data de 1956 en Francia).

Más recientemente llegaron los ordenadores y la informática, que más tarde darían lugar a la revolución digital, entre otras cosas con el desarrollo de Internet y sus derivados, al tiempo que avanzaba un nuevo nivel de automatización en las fábricas.

Hoy vemos el deslumbrante desarrollo de la IA, pero también hay otras innovaciones importantes; en primer lugar, en lo que respecta a los procesos de automatización, se están desarrollando robots más ligeros y flexibles, más rápidos y más baratos. Luego está la impresión en 3D, que avanza y de la que todavía se habla poco. En algunas fábricas estadounidenses y chinas, ya se pueden fabricar objetos muy diversos, desde piezas de aviones hasta paredes de edificios, pasando de una producción a otra en cuestión de minutos cambiando casi únicamente el software. Por último, recordemos cómo el sector agrícola tiende a verse afectado por una ola de innovaciones que podrían conducir a su drástica reducción; van desde la carne, la leche y el queso producidos en laboratorios hasta las fábricas verticales de frutas y verduras, mientras que los científicos chinos anunciaron hace algún tiempo la síntesis del almidón en el laboratorio, un descubrimiento que podría conducir a la producción de cereales también en fábricas. Inevitablemente, esta transformación también provocará cambios importantes en el trabajo agroindustrial.

LA CALIDAD DEL TRABAJO: LA UBERIZACIÓN

Mientras los estudiosos debaten sobre las consecuencias de la innovación tecnológica en la cantidad de trabajo disponible, hay pocas dudas sobre la dimensión cualitativa del problema. La innovación tecnológica y la globalización, así como la negativa de los gobiernos a gobernarla, si bien favorecen a una pequeña minoría de privilegiados en Occidente, suponen al mismo tiempo una degradación de la condición de una gran parte de los trabajadores, y ello en muchos frentes.

Mientras tanto, hace tiempo que nos enfrentamos a un vasto proceso que algunos han denominado «uberización» del trabajo. Las actividades de empresas como Uber y otras que operan en la llamada economía colaborativa no son tanto una innovación en el mercado laboral sino la culminación de una tendencia a largo plazo. Incluso antes de la fundación de la citada empresa, la economía estadounidense se estaba «uberizando» en esencia, con decenas de millones de estadounidenses implicados en alguna forma de empleo precario. En un país como Gran Bretaña, por tanto, alrededor del 15% de la población activa está empleada actualmente en este sector.

Las principales empresas de la economía colaborativa, en su política hacia los trabajadores de las distintas actividades, defienden el principio básico de que su papel es el de meros intermediarios entre los clientes y los proveedores de servicios y que, por tanto, estos últimos son a todos los efectos trabajadores autónomos.

Así, las personas sólo pueden depender de sí mismas en caso de accidente, enfermedad, embarazo, etc.; de ahí que no haya cotizaciones a la seguridad social, ni servicio sanitario, ni pensión, ni vacaciones pagadas, sino sólo una competencia feroz entre individuos atomizados, en una carrera hacia el abismo.

Nos enfrentamos, en definitiva, a un precariado generalizado. La disponibilidad de sofisticados programas informáticos permite a los jefes controlar en todo momento el rendimiento de los trabajadores y ejercer una presión muy fuerte sobre su comportamiento.

En varios países, algunos tribunales han intervenido, impugnando la visión de las empresas y concediendo a algunos trabajadores sus derechos, o al menos parte de ellos. Pero para la mayoría los problemas persisten.

Muchos empleos, incluso los administrativos, se dividen cada vez más en docenas de tareas singulares, cada una de ellas asignada a trabajadores dispuestos a operar en cualquier parte del mundo y capaces de ofrecer el precio más bajo. El sitio más conocido a este respecto es Mechanical Turk de Amazon, que ofrece constantemente la posibilidad de realizar una miríada de pequeñas tareas a un nivel extremadamente bajo. Todo lo que se necesita es una conexión a Internet. El trabajo se realiza prácticamente a destajo (Comito, 2023). Son principalmente los trabajadores pobres de África y Asia los que «se benefician» de ello.

En cuanto a la calidad del trabajo en Francia, la CNIL, Comisión Nacional de Informática y Libertades del país, ha sancionado a la filial de Amazon encargada de los depósitos logísticos locales del gigante estadounidense, condenándola a pagar una multa de 32 millones de euros por haber establecido un sistema de vigilancia electrónica de la actividad y el rendimiento de los empleados de la empresa que es excesivamente intrusivo y ejerce una fuerte presión sobre los trabajadores todo el tiempo. La CNIL también reprocha a la empresa que, en contra de la normativa vigente en el país, conserve los datos de cada empleado durante más de 31 días (Dèbes, Boone, 2024).

Siguiendo con el caso transalpino, casi una de cada cinco personas del sector no agrícola del país cobra el salario mínimo (que hoy equivale a 11,65 euros), frente a sólo el 12% a principios de 2021 (Madeline, 2024).

En Francia, como en varios otros países europeos, también aumenta el número de trabajadores pobres, es decir, de personas que tienen muchas dificultades para llegar a fin de mes. También en Francia, diversos organismos, desde la Agencia para la Mejora de las Condiciones de Trabajo (Anact), pasando por el Instituto Nacional de Investigación y Seguridad (INRS), hasta la Asociación para el Empleo de los Ejecutivos (Apec), estudian el futuro del trabajo en el horizonte de 2050 (Rodier, 2024).

En general, estos centros prefiguran un oscuro panorama del futuro, identificando una intensificación de la «repetibilidad» de las tareas, una mayor desestabilización del empleo asalariado, una destrucción de puestos de trabajo y una fragilización de la dignidad del trabajo.

Mientras tanto, también se está produciendo un retroceso en algunos otros aspectos de las condiciones de trabajo. El primer ministro francés anuncia en las últimas semanas una nueva restricción de las prestaciones por desempleo, después de que los derechos de los trabajadores se hayan restringido varias veces en el pasado tras la llegada de Macron al poder en el país.

Sin embargo, hay que recordar que la degradación de la calidad del trabajo con el avance de la tecnología no parece ser un proceso totalmente inevitable en algunos aspectos. A este respecto, cabe recordar los ejemplos de Alemania y Suecia, países en los que, en algunos casos, los poderes públicos han puesto en marcha programas de intervención que permiten salvaguardar la calidad del trabajo y mantener muchas actividades de alta cualificación incluso en presencia del desarrollo tecnológico.

Pero el deterioro de las condiciones laborales no está vinculado únicamente al desarrollo de las tecnologías. Recordemos que durante décadas hemos sido testigos de la introducción de métodos tayloristas en sentido amplio también en el sector administrativo y también en el sector de servicios. Avanzamos hacia la eliminación de todos los «tiempos muertos» y «costes inútiles», intensificamos el ritmo, aumentamos los controles; el «adelgazamiento» de la fuerza laboral y otros tipos de «compresión» de los empleos reducen la fuerza laboral, mientras grandes porciones de actividades se transfieren a la subcontratación y mientras las fusiones y reorganizaciones también buscan la «duplicacion» (Magnette, 2024).

¿SE REDUCIRÁ LA CANTIDAD DE TRABAJO?

La investigación francesa antes mencionada también nos introduce en la cuestión de la cantidad de oferta de mano de obra. Podemos recordar la existencia de dos escuelas de pensamiento, una, la mayoritaria, que piensa que las consecuencias del desarrollo tecnológico serán las de una reducción progresiva del número de empleos y una fuerte polarización entre una pequeña franja de empleos altamente cualificados y una mayoría de empleos descualificados; el otro enfoque minoritario, que piensa en cambio que frente a los empleos que desaparecerán, se creará un número igual en nuevos sectores.

Incluso si consideramos la hipótesis optimista, recordemos que, en la época de la primera revolución industrial, la protesta de los luditas a las máquinas por miedo a perder puestos de trabajo quedó desmentida por los hechos. De hecho, el acontecimiento acabó proporcionando al menos tanto o más trabajo nuevo del que se perdió, pero el proceso no fue indoloro y la transición no fue ciertamente instantánea; de hecho, a los afectados les costó muchas décadas de sufrimiento llegar a ese punto. Y en cualquier caso, la situación parece hoy más problemática que entonces, ya que los avances tecnológicos actuales son mucho más omnipresentes (Comito,2023).

Por cierto, cabe mencionar que, en un texto que se ha convertido rápidamente en un clásico sobre el mundo del trabajo, E.P. Thompson (Thompson, 1963) señala que los luditas no eran, como se ha transmitido, opositores ciegos a la introducción de máquinas, sino que luchaban contra la libertad de los capitalistas para destruir las condiciones de trabajo, tanto en lo que respecta a los salarios como a las prácticas técnicas y organizativas en la fábrica.

Por supuesto, el problema de la reducción incluso drástica de los puestos de trabajo se verá mitigado en cierta medida en el futuro por los nuevos tipos de actividades que puedan surgir; sin embargo, reorientar a los trabajadores hacia los nuevos oficios exigirá un importante esfuerzo de formación.

La forma de intentar mitigar la evolución más disruptiva de los procesos descritos pasa por la reducción de la jornada laboral, proceso que algunos están intentando, aunque luego hay que considerar que las transformaciones descritas serán lentas en el tiempo y que esto facilitará que los poderes públicos regulen de alguna manera la cuestión. En un futuro próximo, la reducción de puestos de trabajo inducida por la tecnología se verá contrarrestada por el descenso de la natalidad de la población, sobre todo en los países ricos.

El caso más relevante e inmediato a este respecto se refiere a Japón, un país donde la situación parece difícil, ya que el descenso de la natalidad se ha manifestado con más fuerza que en otros países (Inagaki, 2024). Aquí, ya no es posible garantizar los servicios esenciales de los que depende la población para mantener su estilo de vida y su infraestructura social. Según el RWI (Recruit Work Institute), se prevé que en 2040 faltarán 11 millones de personas en el país en comparación con lo que se necesitaría para dar un giro a la economía.

Tras el aumento del empleo femenino y la prolongación de la edad laboral, medidas que se han demostrado insuficientes, ahora se está intentando utilizar, entre otras cosas, la robótica y la IA, así como, por primera vez, la entrada masiva de trabajadores de otros países asiáticos en el país. A finales de 2023, se habrá superado la cifra de dos millones de extranjeros en la mano de obra local, un récord nacional. Siguiendo en Asia, es muy posible que China siga un camino similar en un futuro próximo.

TRABAJAR EN LOS TIEMPOS DE LA IA

Ahora se presta especial atención, de forma más general y no injustificada, al desarrollo de la IA y sus consecuencias.

Un estudio reciente del Fondo Monetario Internacional muestra que al menos el 40% de los empleos actuales se verán afectados por estos procesos, pero con la diferencia de que en los países desarrollados se verán afectados el 60%, y en los países más pobres el 26%.

Siempre según el FMI, la IA reduce los salarios y también la demanda de mano de obra, al tiempo que agrava la ya elevada desigualdad. Un estudio paralelo de Goldman Sachs indica que la IA puede sustituir el equivalente a 300 millones de empleos a tiempo completo en todo el mundo y que, en cualquier caso, se beneficiarán los empleos bien pagados y los empleos para jóvenes, mientras que los trabajadores con salarios bajos y de más edad se verán penalizados (Rodier, 2024).

En cualquier caso, parece haber surgido una especie de división del trabajo entre la robótica y la inteligencia artificialLa primera ataca principalmente, aunque no sólo, a los empleos manuales, la segunda principalmente a los empleos blancos, a los empleos directivos, incluso a los altamente cualificados, y a los profesionales autónomos. Las innovaciones organizativas, por su parte, afectan a todas las profesiones.

Mientras escribimos, leemos en la prensa internacional (Steiwer, 2024) que la mayor empresa de software de Europa, la alemana SAP, se está reestructurando para centrarse en la nube y la IA, lo que suele poner en juego 8.000 puestos de trabajo.

Un aspecto particular de la cuestión se refiere al papel de las mujeresSólo representan el 12% de los puestos de trabajo del sector y su práctica ausencia es una de las razones clave del sexismo de los algoritmos diseñados y desarrollados por hombres y en un universo masculino (Caulier, 2024).

En Estados Unidos, el porcentaje de mujeres cuyos empleos están significativamente expuestos a la introducción de la IA es del 80%, frente al 60% de los hombres (Caulier, 2024).

Otro riesgo es el de la supresión de puestos de trabajo, que podría afectar más fuertemente a las profesiones más feminizadas, como el marketing, el derecho y la atención al cliente.

EL RETO DEL COCHE ELÉCTRICO

En general, se pueden tener opiniones divergentes sobre las consecuencias de la innovación tecnológica respecto al nivel de oferta de mano de obra, pero es difícil rebatir lo que se desprende del examen de una actividad concreta muy importante, la industria automovilística. En Europa sigue siendo el sector industrial más importante; se ha calculado que en Alemania emplea, directa e indirectamente, a 15 millones de personas, una cifra enorme. Pero incluso en Italia sigue siendo el principal.

La llegada del coche eléctrico y pronto la del coche autónomo tendrán una enorme influencia en los niveles de empleo.

En cuanto al primero, hay que tener en cuenta que un coche eléctrico requiere muchos menos componentes que uno de propulsión clásica. Esto conlleva inevitablemente una reducción importante de la necesidad de mano de obra en el montaje de los coches y la logística que hay detrás, pero sobre todo conlleva una reducción drástica de la necesidad de trabajadores en el sector de los componentes; además, a medida que avancemos hacia una transformación muy profunda de las profesiones relacionadas, también habrá menos necesidad de talleres de reparación y mantenimiento para los coches.

Esto parece aún más grave debido a que hoy en día un coche eléctrico tiene la batería representando el 40% de su coste total y el software otro 40%, dejando poco espacio para la parte mecánica más compleja.

En estas mismas semanas, tras los casos de Bosch y Continental, ZF, la empresa alemana de componentes que es también la tercera del mundo en el sector tras las dos primeras que acabamos de mencionar, anunció la necesidad de seguir adelante con la revolución eléctrica y, al mismo tiempo, deslocalizar parte de su producción a países con costes más bajos, China, India y Europa del Este, previendo finalmente 12.000 despidos (Ansa, 23 de enero de 2024). Según algunas estimaciones, la transición a los coches eléctricos pondría en peligro en un futuro próximo a una quinta parte de la mano de obra entre fabricantes de automóviles y componentes en el país teutón.

En cuanto a esto último, hay que tener en cuenta que, a largo plazo, entre otras cosas, la profesión de conductor, que hoy representa aproximadamente el 10% de la mano de obra mundial, desaparecerá gradualmente. Otro problema surgirá del hecho de que la introducción del coche autoconducido provocará una reducción aún mayor de la producción de automóviles, lo que agravará aún más la situación.


Textos citados en el artículo

– Bricco P., Pmi leader d’Europa, ma la capacità produttiva crolla, Il Sole 24 Ore, 31 dicembre 2023.

– Caulier S., Femmes et hommes sont-ils égaux face à l’avènement de l’AI dans les entreprises, Le Monde, 25 gennaio 2024.

– Comito V., Come cambia l’industria, Futura, Roma, 2023.

– Dèbes F., Boone J., Amazon va trop loin dans la surveillance des salariés selon la CNIL, Les Echos, 24 de enero de 2024.

– Inagaki K., Japón recurre a los avatares, los robots y la IA para hacer frente a la crisis laboral, http://www.ft.com, 22 de enero de 2024.

-Madeline B., En France, la grande » smicardisation «, Le Monde, 23 de enero de 2023.

-Magnette P., L’autre moitié du monde, La Découverte, Parigi, 2024.

-Rodier A., Quel travail désirable à l’horizon 2050, Le Monde, 25 de junio de 2024.

-Steiwer N., Une restructuration chez SAP affecte 8.000 postes, Les Echos, 25 de gennaio de 2024.

-Thompson E. P., The making of the english working class, Vintage books, Londra, 1963.


Traducción del Observatorio de Trabajadores en lucha

Fuente: Fuori Collana

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La industria de la carne lleva años pagando a científicos y universidades para bloquear políticas climáticas

 

La industria de la carne lleva años pagando a científicos y universidades para bloquear políticas climáticas

 


Por Raúl Rejón

Rebelion / España

02/03/2024 

 


Fuentes: El diario

Una investigación ha rastreado cómo decenas de compañías y organizaciones del sector ganadero en EEUU han puesto millones de dólares para minusvalorar la responsabilidad de la ganadería en la crisis climática y minimizar la necesidad de regular sus emisiones en todo el mundo

La industria cárnica en Estados Unidos lleva décadas invirtiendo millones de dólares para conseguir que universidades e investigadores sean sus aliados a la hora de entorpecer medidas contra el cambio climático que perjudiquen su negocio. Y, de momento, la empresas están satisfechas con el resultado, según una investigación recién culminada de las universidades de Yale y Miami.

Las autoras de este trabajo, Viveca Morris y Jennifer Jacquet, han rastreado cómo decenas de compañías y organizaciones del sector ganadero se han esforzado (a base de dinero) para minusvalorar la responsabilidad de la ganadería en la crisis climática, minimizar la necesidad de regular sus emisiones y promover soluciones diseñadas por la propia industria para mantener la producción. “Están implicados en numerosos programas multimillonarios con universidades para obstruir políticas que les sean desfavorables e influir en el discurso climático”, describen.

Porque el sector de la carne en Estados Unidos no es algo pequeño. El país es el principal productor de vacuno del mundo, con unos 13 millones de toneladas anuales. Y el segundo consumidor de esta carne per cápita, con más con 26 kilos por persona al año. También es el tercer productor porcino, con unos 12 millones de toneladas.

Todo empezó, apuntan, cuando en 2006 se publicó el informe encargado por la FAO La larga sombra de la ganadería que fue la primera investigación internacional que ligaba el ganado y el cambio climático. Este organismo de la ONU señalaba que el 18% de las emisiones de gases invernadero venían del ganado. El sector entendió que se le había abierto un frente. Y que para enfrentarlo no le bastaban solo declaraciones de responsables de la industria, sino que precisaban de la pátina de influencia del mundo académico.

Esa certeza se tradujo en un texto y una relación económica que se extendería por años. Frank Mitloehner, un profesor de la Universidad de California, preparó la respuesta al informe de Naciones Unidas, y lo pagó la industria cárnica.

Están implicados en numerosos programas multimillonarios con universidades para obstruir políticas que les sean desfavorables e influir en el discurso climático (Viveca Morris y Jeniifer Jacquet)

“A esa respuesta le siguieron millones de dólares puestos por este sector para, durante 15 años, apoyar el trabajo y la promoción pública de Mitloehner, promover su figura como la de un experto en clima y ayudarle a lanzar en 2018 el Centro Davis para la Claridad y el Liderazgo en la Investigación y Conciencia Ambiental, el CLEAR de la Universidad de California.

Al comprobar el éxito de su campaña, la industria ha tratado de replicar el modelo con algunos de los pupilos de Mitloehner, como la profesora Stackhouse-Lawson que saltó de la dirección de un grupo cárnico (JBS) a dirigir un centro de investigación sobre sostenibilidad ganadera de la Universidad de Colorado.

“Hacen más labores de relaciones públicas y lobby que investigación”, reflexiona Jennifer Jacquet, una de las coautoras de la investigación. Ambos han recibido cantidades significativas para sus investigaciones por parte de la industria y dirigido centros universitarios que obtienen financiación de esos grupos. Ambos han sido empleados por empresas del sector y ambos han omitido esas fuentes de financiación en foros donde suele informarse de esas relaciones. Los dos han llevado políticos a eventos de la industria.

“Las vacas no tienen la culpa”

Cuando La sombra de la ganadería tomó vuelo mundial, el editor de una publicación agroganadera llamado Steve Cornett advirtió a la plataforma de productores de vacuno estadounidense Beef Checkoff de que les había estallado un problema de relaciones públicas.

Así que en 2009 esa Beef Checkoff decidió pagar 26.000 dólares a un doctorado en Producción Animal por la Universidad de Texas para que hiciera una evaluación del informe. “No está claro por qué se buscó a Mitloehner para redactar una respuesta, a pesar de que no fuera su área de conocimiento”, puntualizan Morris y Jacquet. Ese año, Mitloehner cofirmó el artículo Aclarando el aire: la contribución de la ganadería al cambio climático. Sin negar los datos empíricos, el texto sí cuestionaba la responsabilidad de la ganadería de EEUU y criticaban la metodología. El paper no advertía sobre la financiación recibida de los productores de carne.

“No culpen a las vacas”: con ese titular informó la universidad de California Davis sobre la publicación de Mitloehner. Lo hizo, destacan las autoras de esta investigación, “restando importancia a la relación entre el ganado y el cambio climático”. En el texto, el profesor era más que claro: “Podemos reducir nuestras emisiones de gases, pero no consumiendo menos carne o leche”, decía, para dibujar acto seguido apocalíptocas consecuencias de tomar medidas de control. “Producir menos solo generará más hambre en los países pobres”, aseguraba. Sin embargo, ninguna de estas conclusiones aparecían en paper científico que él mismo firmaba y referenciaba.

Mitloehner consigna que ha recibido casi 5,5 millones de dólares de la industria cárnica para financiar sus investigaciones desde 2002 (casi la mitad del total que ha obtenido para todos sus proyectos), aunque esta investigación de Yale ha hallado más cantidades opacas. “No informa de sus vínculos financieros y profesionales con los grupos cárnicos que van más allá de la actividad investigadora”, destacan Morris y Jacquet.

En 2018, este profesor fue nombrado director del centro CLEAR de la Universidad de California Davis que, una vez más, ha obtenido donaciones millonarias de la industria. Solo el Instituto de Investigación y Educación sobre Alimentación (IFEEDER), que es una prolongación de Asociación de la Industria Alimentaria estadounidense, ha invertido allí 2,8 millones de dólares. Cuatro veces más que el American Petroleum Institute ha donado a toda la universidad.

La alumna sigue al maestro

En 2019, la Universidad de Colorado anunció un proyecto sobre “sostenibilidad ganadera” en colaboración con el Consejo del Vacuno de Colorado, la Asociación de Ganaderos de Colorado, la Oficina de Granjas de Colorado y la Asociación de Ganadería de Colorado. Un año después, esa institución contrató como primera directora del centro –que luego se llamaría AgNext– a Kimberly Stackhouse-Lawson. Doctora en Biología Animal, Stackhouse-Lawson tuvo de director de tesis, precisamente, a Frank Mitloehner.

Antes de recalar en AgNext, esta profesora fue directora ejecutiva de Sostenibilidad en la Asociación Nacional de Ganaderos de Vacuno entre 2011 y 2016. Según ella misma relata, se dedicaba entre otras cosas a “colaborar estrechamente con profesionales de la comunicación para promover la imagen del vacuno y defender la libertad del sector para mejorar la confianza en el vacuno de los consumidores y agentes interesados”. Después de esa experiencia pasó cuatro años (de 2016 a 2020) como directora de Sostenibilidad de la compañía JBS USA, filial de una las mayores procesadoras de carne de Estados Unidos.

Como directora, dice este trabajo, ha supervisado la recaudación de fondos y el crecimiento de uno de los mayores centros universitarios dedicados al cambio climático y la ganadería –obteniendo financiación de múltiples empresas relacionadas con el sector– al tiempo que recibía fondos públicos para ese mismo centro. También se ha implicado en las políticas que regulan la carne, rematan las investigadoras.

“Actualmente, tanto CLEAR como AgNext están entre los centros universitarios más destacados involucrados en conformar el conocimiento público y las políticas relacionadas con los impactos de la industria ganadera”, indica esta investigación. En resumen, las autoras destacan que algunas empresas de la carne han reconocido que sus altos ejecutivos en sostenibilidad “son más valiosos para la industria” si se colocan en instituciones académicas que dentro de las propias empresas, y han defendido dedicar dinero para “apoyar a sus antiguos empleados”.

La situación en España

El caso de Estados Unidos puede parecer lejano, pero no lo es tanto. En 2015, en España, el sector de la carne de cerdo creó toda una campaña mediática –intentando no dejar rastro– para desmentir los informes de la ONU que apuntaban a los perjuicios de consumir productos derivados de esa carne.

Las organizaciones de la carne Interporc, Provacuno, Asici e Interovic contrataron a una empresa externa llamada Sprim para contrarrestar la evaluación de la OMS que relacionaba el cáncer colorrectal con los procesados cárnicos. Se trataba de coordinar las peticiones de información de medios de comunicación mediante “diferentes expertos con los que se acordó su colaboración como especialistas en nutrición y salud”, rezaba la planificación. Nunca se decía que estos expertos eran remitidos por una empresa contratada por la industria cárnica.

Además, se elaboró una estrategia a medio plazo para que las bondades del producto fueran divulgadas por terceros, siempre sin que se viera el vínculo directo con las patronales.  

Fuente: https://www.eldiario.es/sociedad/industria-carne-lleva-anos-pagando-cientificos-universidades-bloquear-politicas-climaticas_1_10970390.html

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¿Las tropas de la OTAN podrían desplegarse en Ucrania?… Pero, si ya están allí y los están matando

 


¿Las tropas de la OTAN podrían desplegarse en Ucrania?… Pero, si ya están allí y los están matando

 

DIARIO OCTUBRE / marzo 2, 2024

 

Las ideas de Macron sobre el envío de tropas terrestres de la OTAN a Ucrania pueden ser rechazadas en público por ahora. Pero la dinámica inexorable de la última década indica que la idea bien podría convertirse en realidad en breve.

Final del formulario

El presidente francés, Emmanuel Macron, causó furor esta semana al especular que las tropas de la OTAN podrían terminar desplegadas en Ucrania. Lo que no dijo es que los soldados de la OTAN han estado actuando en Ucrania durante más de una década, por eso hace dos años estalló la guerra en ese país.

 

Fue cómico –si no patético– ver al líder francés hablar fuera de turno, tratando de proyectar una imagen de tipo duro con sus delirios de grandeza, como si fuera Napoleón o De Gaulle reencarnado.

Macron hinchó su pecho juvenil y declaró que Rusia “no debe ganar la guerra en Ucrania”; y sugirió que para evitar ese supuesto resultado terrible, los soldados occidentales recibirían órdenes para entrar en el conflicto. (Obsérvese la arrogancia desenfrenada y cómo la lógica de tales afirmaciones falsas no se explica ni justifica ni remotamente).

Sin embargo, inmediatamente sus homólogos estadounidenses y europeos se opusieron a estas declaraciones de Macron y se apresuraron a negar su apoyo a la idea del Presidente francés de desplegar batallones de la OTAN. En especial, los británicos y polacos, normalmente de línea dura, rechazaron rápidamente la propuesta francesa.

El canciller alemán, Olaf Scholz, estuvo particularmente ansioso por repudiar las vagas palabras de Macron sobre las tropas. Herr Scholz dijo que no habría soldados alemanes ni de la OTAN yendo a Ucrania.

El jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, que normalmente promete ayuda militar ilimitada a Ucrania, también rechazó públicamente la idea de Macron: la alianza, dijo, no enviaría tropas para luchar en Ucrania.

Por su parte, Rusia advirtió que cualquier despliegue de un contingentede la OTAN en Ucrania significaría que la guerra por poderes se convertiría inevitablemente en una guerra más amplia. En su discurso sobre el estado de la nación de esta semana, el presidente ruso Vladimir Putin sugirió que si sucediera algo como lo propuesto por Macron la OTAN terminaría como el  Tercer Reich y Napoleón. Putin también advirtió que la escalada de la participación directa de la OTAN en el combate correría el riesgo de incitar una conflagración nuclear.

Por un lado, el furor desatado por Macron le salió por la culata . La inmediata reacción de rechazos de los aliados de la OTAN lo dejó expuesto y como un tonto. Más como un general de hojalata que un tipo duro.

Por otro lado, si bien Macron podría haber parecido aislado por ahora, sus comentarios apuntan a la preocupante dinámica de escalada de la OTAN desde el golpe de estado respaldado por la CIA en Kiev en 2014.

La OTAN ha estado armando y entrenando vigorosamente al régimen neonazi que se instaló en Kiev desde 2014. De hecho Jens Stoltenberg y otros altos funcionarios de la OTAN han admitido abiertamente esa participación de fondo.

Al admitir la presencia de la OTAN en Ucrania durante la última década, se corrobora las razones que ha esgrimido Rusia al explicar porqué se vio obligada a lanzar su intervención militar hace dos años.

Por supuesto, las potencias occidentales y sus serviles medios de comunicación nunca llegarán tan lejos como para admitir esta realidad. Prefieren adoptar una posición hipócrita, afirmando que la acción militar de Rusia fue una “agresión no provocada”.

Aun Macron haya sido desmentido por sus socios , la experiencia nos enseña que los políticos occidentales presentan ideas controvertidas como globos sondas que aparentemente rechazan de plano, pero que son adoptadas no mucho más tarde. Como señaló Macron, hace sólo dos años Alemania y otras naciones de la OTAN se mostraban reacias a enviar equipo militar más allá de cascos y sacos de dormir. Ahora esas mismas entidades han enviado tanques al campo de batalla y misiles antiaéreos y están debatiendo el envío de armas de largo alcance para atacar profundamente en territorio ruso.

El presidente estadounidense, Joe Biden, comentó una vez la inviabilidad de suministrar aviones de combate a Ucrania “porque eso significaría iniciar la Tercera Guerra Mundial”.

Bueno, Biden terminó dando su consentimiento al suministro de F-16 y el Secretario de la OTAN, acaba de,afirma que estos aviones de combate podrían usarse para atacar objetivos rusos profundos.

En otras palabras, las ideas de Macron sobre el envío de tropas terrestres de la OTAN a Ucrania pueden ser rechazadas en público por ahora. Pero la dinámica inexorable de la última década indica que la idea bien podría convertirse en realidad en breve.

La participación de la OTAN en Ucrania es una cuña estratégica para atacar, debilitar y eventualmente vencer a Rusia. Lo que comienza como una pequeña cantidad de asesores militares inevitablemente se convierte en una contingencia mayor.

El personal militar de la OTAN ya se encuentra en Ucrania y lo ha estado desde al menos 2014, cuando comenzaron a entrenar a las brigadas neonazis para aterrorizar a las poblaciones étnicas rusas en Crimea, Donbass y Novorossiya.

Muchos de estos soldados están desplegados extraoficialmente como mercenarios o como guardias de seguridad para los diplomáticos de la OTAN.

Numerosos informes dan fe de la presencia de tropas de la OTAN en Ucrania de una forma u otra.

Un ataque aéreo ruso cerca de Jarkov en enero pasado mató al menos a 60 oficiales militares franceses que, según informes, actuaban como contratistas privados. Otros informes han citado hasta 50 militares estadounidenses muertos en combate sirviendo en Ucrania.

Se estima que hasta 20.000 efectivos extranjeros se han unido a los llamados “legionarios internacionales” que luchan del lado del régimen de Kiev contra las fuerzas rusas. Una suposición justa es que la mayoría de estos soldados de fortuna son tropas de la OTAN temporalmente “con licencia”.

El alemán Scholz dejó salir el gato de la bolsa esta semana cuando dijo que se oponía al envío de misiles Taurus de largo alcance a Ucrania porque eso significaría el despliegue de tropas alemanas para ayudar a operar las armas. Scholz reveló sin darse cuenta que los británicos y los franceses ya habían enviado fuerzas especiales para ayudar con sus sistemas de misiles, Storm Shadow y Scalp, respectivamente.

Lo mismo puede decirse de los sistemas de artillería HIMARS y Patriot suministrados por Estados Unidos y que se han utilizado para atacar centros civiles en Donetsk y otras ciudades rusas. No hay manera que los soldados ucranianos estén operando estas armas sofisticadas sin la ayuda de tropas estadounidenses en el terreno.

También se sabe que las fuerzas estadounidenses, británicas y de otras países de la OTAN están proporcionando vigilancia y logística para permitir ataques ucranianos en el Mar Negro contra buques de la marina rusa y bases en Crimea.

Recientemente un funcionario de defensa europeo anónimo declaró esta semana al Financial Times en relación a las  declaraciones de Macron: «Todo el mundo sabe que hay fuerzas especiales occidentales en Ucrania; simplemente no lo han reconocido oficialmente».

Teniendo en cuenta las armas ofensivas introducidas en Ucrania por la OTAN (por un valor de entre 100 y 200 mil millones de dólares) para atacar a Rusia, así como los miles de soldados desplegados allí desde las naciones de la OTAN, es más bien un asunto académico especular sobre el futuro despliegue de fuerzas terrestres. El hecho es que la OTAN ya está en guerra con Rusia.

En realidad, estamos hablando de una diferencia de grado relativamente leve. Eso es lo que hace que la situación sea tan peligrosa y abismal. Rusia tiene razón al señalar el peligro que este conflicto se convierta en una catástrofe nuclear para todo el planeta. Y, sin embargo, deplorablemente, cuando el Presidente ruso vuelve a advertir de este peligro, los estúpidos medios occidentales inmediatamente acusan a Putin de “hacer ruido de sables nucleares”.

La única limitación que impide una catástrofe planetaria es el formidable arsenal nuclear e hipersónico de Rusia que la camarilla imperial occidental sabe que no puede superar. De hecho, los belicistas occidentales son los más vulnerables.

Son una vergüenza y un grave error histórico los llamados que están haciendo los líderes occidentales. Su mendaz comportamiento y desprecio por los tratados y la ley está empujando al mundo al borde del abismo.

El problema, como señaló Putin, es que estas decadentes “líderes” occidentales no tienen humanidad ni experiencia personal de sufrimiento y, por lo tanto, no conocen la empatía. Son sociópatas condenados por sus fallidos sistemas políticos, y se ven obligados a iniciar guerras como una forma de intentar salvar sus propias y patéticas carreras.

FUENTE: Revista de la fundación “Strategic Culture”

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