La innovación, la
inteligencia artificial favorecen a una minoría y degradan la condición de los
trabajadores, que sólo podrán contar consigo mismos en caso de accidente,
enfermedad, embarazo; sin asistencia sanitaria, sin pensión, sólo con una
competencia feroz.
Guerra al trabajo, uberización
El Viejo Topo
3 marzo, 2024
En las últimas
décadas hemos sido testigos de grandes transformaciones en el mundo del
trabajo. Vistas desde Europa, estas transformaciones parecen negativas en su
conjunto, pero si las contemplamos desde una perspectiva global, el panorama
tiende a matizarse al menos un poco.
Desde el
advenimiento de Thatcher en Gran Bretaña y de Reagan en Estados Unidos
(símbolos elocuentes de su acción son la feroz lucha de la primera contra los
mineros y la del segundo contra los controladores aéreos), el ataque frontal al
mundo del trabajo ha cobrado un nuevo vigor, arrastrando incluso a importantes
fuerzas políticas antaño de izquierdas a un activo papel antilaboral y dejando
atrás progresivamente muchas de las conquistas de posguerra.
En Occidente,
este ataque, aún en curso, ha sido posible no sólo por las malas decisiones
tomadas por los políticos, sino también por el desarrollo de los procesos de
globalización e innovación tecnológica.
LOS EFECTOS DE LA GLOBALIZACIÓN Y LA EXTERNALIZACIÓN
Un factor
importante en la transformación del mundo del trabajo en las últimas décadas ha
sido, sin duda, los procesos de globalización, que, en última instancia, han
conducido a resultados algo diferentes de los esperados por quienes los
desencadenaron.
La pareja
globalización-externalización fue iniciada en varias oleadas por Estados
Unidos, por el gobierno y las empresas de la mano, y más en general por los
países ricos, con distintos objetivos: en primer lugar, el de ampliar y
profundizar el dominio económico, pero también político e ideológico, sobre el
mundo; después, el de reducir los costes de producción, aprovechando en
particular el bajísimo nivel de los salarios en los países del Tercer Mundo,
frente a una mano de obra que en esos países estaba, entre otras cosas, cada
vez más escolarizada, junto con, sobre todo en algunos de ellos, una cierta
dotación de infraestructuras que resultaba funcional para hacer eficaz el
proceso de deslocalización.
También
pretendía reducir la fuerza de las organizaciones sindicales en los países
ricos y, en cualquier caso, mantener bajo control los salarios y las
condiciones de trabajo en ellos.
Esta expansión
no habría sido posible sin un proceso paralelo de innovación tecnológica, desde
la evolución del transporte marítimo y aéreo, con una fuerte reducción de los
costes y una mejora de la eficacia de los servicios relacionados, hasta la
modernización de las tecnologías de la comunicación, con el desarrollo
paralelo, a partir de cierto momento, y prodigioso de Internet.
Mediante una
gran expansión del comercio y la inversión desde los países ricos hacia los
menos avanzados, algunas empresas occidentales han visto crecer ciertamente sus
ventas, sus beneficios y su solidez financiera, pero algunos resultados, que
están a la vista de todos, parecen más bien inesperados.
Muchos países,
especialmente en Asia, empezando primero por los llamados «tigres asiáticos»,
seguidos inmediatamente por China, han visto, gracias a la llegada de la
inversión y los conocimientos occidentales, un prodigioso desarrollo de la
economía y, paralelamente, del empleo; el proceso ha ayudado a sacar de la
pobreza a muchos cientos de millones de personas en China y en varios otros
países. Por supuesto, no todo han sido rosas y sol, como demostró, por ejemplo,
la tragedia de los trabajadores textiles de Bangladesh hace
unos años, pero en conjunto, la apertura de los mercados ha aportado grandes
beneficios a los países del Sur, aunque de forma desigual, en términos de
empleo y de economía en general.
La
deslocalización de las actividades industriales al Sur, aparte de las ventajas
de las oligarquías relativamente pequeñas, ha tenido efectos más bien negativos
en el Norte. Sectores industriales enteros han emigrado del Norte al Sur y hoy
es Asia el centro del desarrollo industrial.
En la
actualidad, los países del Tercer Mundo controlan el 60% del PIB mundial, con
una tendencia creciente; dentro de unos años estaremos probablemente en el 70%.
Además, los países del Sur han aprendido a gobernar las tecnologías más
innovadoras; el caso más emblemático es el de los chips, cuya producción, sobre
todo los más avanzados, está hoy controlada en gran medida por Taiwán y Corea
del Sur, mientras que más del 50% del mercado mundial está en China.
Al mismo
tiempo, hemos asistido a una importante desertización industrial en
varios países del norte, desde Estados Unidos a Francia, pasando por Gran
Bretaña; en Italia, como es habitual, se ha manifestado más tardíamente, pero
desde 2008 hasta hoy nuestro país ha visto desaparecer dos quintas partes de su
sistema industrial (Bricco, 2023).
En Estados
Unidos, millones de trabajadores han perdido su empleo y parte de la clase
media ha entrado en crisis, mientras que el último intento de reiniciar un
proceso de reindustrialización del país se ha topado con la falta de
conocimientos técnicos y de mano de obra adecuada, así como con unos costes
desorbitados (producir chips en Estados Unidos cuesta ahora entre un 50% y
un 60% más que en los países asiáticos). La pobreza ha aumentado, el
alcoholismo, las drogas y los suicidios se han extendido entre las capas más
bajas de la población.
También como
consecuencia de estos procesos, se ha producido una importante pérdida de peso
y fuerza de las organizaciones sindicales en los países del Norte, sobre todo
en Europa. Este proceso de degradación tuvo lugar con la complicidad, a menudo
activa, de la mayoría de los gobiernos, como ya hemos mencionado, desde Reagan
a Thatcher, hasta nuestro Renzi, con su terrorífica ley del empleo, quizás el
punto más bajo de un partido «progresista» en un país
resignado a la decadencia.
El impulso de
los procesos de globalización también ha contribuido a trastocar el orden
internacional surgido del final de la Segunda Guerra Mundial y a situar a Asia,
en particular, en el centro de los procesos económicos y políticos, mientras
que Occidente tiene cada vez menos capacidad para imponer su voluntad en el
mundo.
EL IMPACTO DE LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA EN EL MUNDO LABORAL
Otra fuerza
importante que influye en el mundo del trabajo es, obviamente, la innovación
tecnológica, hoy en su doble vertiente digital y energética.
Recordemos, de forma preliminar, que las transformaciones tecnológicas no son
neutrales, sino que están impulsadas por los intereses de quienes las
controlan, en particular por unos pocos grupos oligárquicos mundiales, en
conexión con un mundo político a su servicio, y que estos procesos, por otra
parte, interactúan con los mencionados anteriormente de globalización-subcontratación.
Repasando en
pocas palabras la historia de la posguerra, asistimos, ya a finales de los años
50 y principios de los 60, a un primer desarrollo de los procesos de
automatización, mientras que también en Europa se extendían las metodologías
tayloristas de organización del trabajo, que condujeron, entre otras cosas, a
lo que un estudioso de la época, Georges Friedmann, denominó le travail
en miettes (en un texto cuya primera edición data de 1956 en Francia).
Más
recientemente llegaron los ordenadores y la informática, que más tarde darían
lugar a la revolución digital, entre otras cosas con el desarrollo de Internet
y sus derivados, al tiempo que avanzaba un nuevo nivel de automatización en las
fábricas.
Hoy vemos el
deslumbrante desarrollo de la IA, pero también hay otras innovaciones
importantes; en primer lugar, en lo que respecta a los procesos de
automatización, se están desarrollando robots más ligeros y flexibles, más
rápidos y más baratos. Luego está la impresión en 3D, que
avanza y de la que todavía se habla poco. En algunas fábricas estadounidenses y
chinas, ya se pueden fabricar objetos muy diversos, desde piezas de aviones
hasta paredes de edificios, pasando de una producción a otra en cuestión de
minutos cambiando casi únicamente el software. Por último,
recordemos cómo el sector agrícola tiende a verse afectado por una ola de
innovaciones que podrían conducir a su drástica reducción; van desde la
carne, la leche y el queso producidos en laboratorios hasta las
fábricas verticales de frutas y verduras, mientras que los científicos
chinos anunciaron hace algún tiempo la síntesis del almidón en el laboratorio,
un descubrimiento que podría conducir a la producción de cereales también en
fábricas. Inevitablemente, esta transformación también provocará cambios
importantes en el trabajo agroindustrial.
LA CALIDAD DEL TRABAJO: LA UBERIZACIÓN
Mientras los
estudiosos debaten sobre las consecuencias de la innovación tecnológica
en la cantidad de trabajo disponible, hay pocas dudas sobre la dimensión
cualitativa del problema. La innovación tecnológica y la globalización,
así como la negativa de los gobiernos a gobernarla, si bien favorecen a una
pequeña minoría de privilegiados en Occidente, suponen al mismo tiempo una
degradación de la condición de una gran parte de los trabajadores, y ello
en muchos frentes.
Mientras tanto,
hace tiempo que nos enfrentamos a un vasto proceso que algunos han
denominado «uberización» del trabajo. Las actividades de
empresas como Uber y otras que operan en la llamada economía colaborativa no
son tanto una innovación en el mercado laboral sino la culminación de una
tendencia a largo plazo. Incluso antes de la fundación de la citada empresa,
la economía estadounidense se estaba «uberizando» en esencia,
con decenas de millones de estadounidenses implicados en alguna forma
de empleo precario. En un país como Gran Bretaña, por tanto,
alrededor del 15% de la población activa está empleada actualmente en este
sector.
Las principales
empresas de la economía colaborativa, en su política hacia los
trabajadores de las distintas actividades, defienden el principio básico de que
su papel es el de meros intermediarios entre los clientes y los
proveedores de servicios y que, por tanto, estos últimos son
a todos los efectos trabajadores autónomos.
Así, las
personas sólo pueden depender de sí mismas en caso de accidente, enfermedad,
embarazo, etc.; de ahí que no haya cotizaciones a la seguridad social, ni
servicio sanitario, ni pensión, ni vacaciones pagadas, sino sólo una
competencia feroz entre individuos atomizados, en una carrera hacia el abismo.
Nos
enfrentamos, en definitiva, a un precariado generalizado. La
disponibilidad de sofisticados programas informáticos permite a los jefes
controlar en todo momento el rendimiento de los trabajadores y ejercer una
presión muy fuerte sobre su comportamiento.
En varios
países, algunos tribunales han intervenido, impugnando la visión de las
empresas y concediendo a algunos trabajadores sus derechos, o al menos parte de
ellos. Pero para la mayoría los problemas persisten.
Muchos empleos,
incluso los administrativos, se dividen cada vez más en docenas de tareas
singulares, cada una de ellas asignada a trabajadores dispuestos a operar en
cualquier parte del mundo y capaces de ofrecer el precio más bajo. El sitio más
conocido a este respecto es Mechanical Turk de Amazon, que
ofrece constantemente la posibilidad de realizar una miríada de pequeñas tareas
a un nivel extremadamente bajo. Todo lo que se necesita es una conexión a
Internet. El trabajo se realiza prácticamente a destajo (Comito, 2023). Son
principalmente los trabajadores pobres de África y Asia los que «se benefician»
de ello.
En cuanto a la
calidad del trabajo en Francia, la CNIL, Comisión Nacional de Informática y
Libertades del país, ha sancionado a la filial de Amazon encargada de los
depósitos logísticos locales del gigante estadounidense, condenándola a pagar
una multa de 32 millones de euros por haber establecido un sistema de
vigilancia electrónica de la actividad y el rendimiento de los empleados de la
empresa que es excesivamente intrusivo y ejerce una fuerte presión sobre los
trabajadores todo el tiempo. La CNIL también reprocha a la empresa
que, en contra de la normativa vigente en el país, conserve los datos de cada
empleado durante más de 31 días (Dèbes, Boone, 2024).
Siguiendo con
el caso transalpino, casi una de cada cinco personas del sector no
agrícola del país cobra el salario mínimo (que hoy equivale a 11,65
euros), frente a sólo el 12% a principios de 2021 (Madeline,
2024).
En Francia,
como en varios otros países europeos, también aumenta el número de trabajadores
pobres, es decir, de personas que tienen muchas dificultades para llegar a fin
de mes. También en Francia, diversos organismos, desde la Agencia para la
Mejora de las Condiciones de Trabajo (Anact), pasando por el Instituto Nacional
de Investigación y Seguridad (INRS), hasta la Asociación para el Empleo de los
Ejecutivos (Apec), estudian el futuro del trabajo en el horizonte de 2050 (Rodier,
2024).
En general,
estos centros prefiguran un oscuro panorama del futuro,
identificando una intensificación de la «repetibilidad» de las
tareas, una mayor desestabilización del empleo asalariado, una destrucción de
puestos de trabajo y una fragilización de la dignidad del trabajo.
Mientras tanto,
también se está produciendo un retroceso en algunos otros aspectos de las
condiciones de trabajo. El primer ministro francés anuncia en las últimas
semanas una nueva restricción de las prestaciones por desempleo,
después de que los derechos de los trabajadores se hayan restringido varias
veces en el pasado tras la llegada de Macron al poder en el país.
Sin embargo,
hay que recordar que la degradación de la calidad del trabajo con
el avance de la tecnología no parece ser un proceso totalmente inevitable en
algunos aspectos. A este respecto, cabe recordar los ejemplos de Alemania y
Suecia, países en los que, en algunos casos, los poderes públicos han puesto en
marcha programas de intervención que permiten salvaguardar la calidad del
trabajo y mantener muchas actividades de alta cualificación incluso en
presencia del desarrollo tecnológico.
Pero el deterioro
de las condiciones laborales no está vinculado únicamente al
desarrollo de las tecnologías. Recordemos que durante décadas hemos sido
testigos de la introducción de métodos tayloristas en sentido amplio también en
el sector administrativo y también en el sector de servicios. Avanzamos hacia
la eliminación de todos los «tiempos muertos» y «costes
inútiles», intensificamos el ritmo, aumentamos los controles; el «adelgazamiento» de
la fuerza laboral y otros tipos de «compresión» de los empleos
reducen la fuerza laboral, mientras grandes porciones de actividades se
transfieren a la subcontratación y mientras las fusiones y reorganizaciones
también buscan la «duplicacion» (Magnette, 2024).
¿SE REDUCIRÁ LA CANTIDAD DE TRABAJO?
La
investigación francesa antes mencionada también nos introduce en la cuestión de
la cantidad de oferta de mano de obra. Podemos recordar la
existencia de dos escuelas de pensamiento, una, la mayoritaria,
que piensa que las consecuencias del desarrollo tecnológico serán las
de una reducción progresiva del número de empleos y una fuerte polarización
entre una pequeña franja de empleos altamente cualificados y una mayoría de
empleos descualificados; el otro enfoque minoritario,
que piensa en cambio que frente a los empleos que desaparecerán, se
creará un número igual en nuevos sectores.
Incluso si
consideramos la hipótesis optimista, recordemos que, en la época de la primera
revolución industrial, la protesta de los luditas a las máquinas por miedo a
perder puestos de trabajo quedó desmentida por los hechos. De hecho, el
acontecimiento acabó proporcionando al menos tanto o más trabajo nuevo del que
se perdió, pero el proceso no fue indoloro y la transición no fue ciertamente
instantánea; de hecho, a los afectados les costó muchas décadas de
sufrimiento llegar a ese punto. Y en cualquier caso, la situación parece
hoy más problemática que entonces, ya que los avances tecnológicos actuales son
mucho más omnipresentes (Comito,2023).
Por cierto,
cabe mencionar que, en un texto que se ha convertido rápidamente en un clásico
sobre el mundo del trabajo, E.P. Thompson (Thompson, 1963) señala
que los luditas no eran, como se ha transmitido,
opositores ciegos a la introducción de máquinas, sino que luchaban contra la
libertad de los capitalistas para destruir las condiciones de trabajo, tanto en
lo que respecta a los salarios como a las prácticas técnicas y organizativas en
la fábrica.
Por supuesto,
el problema de la reducción incluso drástica de los puestos de trabajo se verá
mitigado en cierta medida en el futuro por los nuevos tipos de actividades que
puedan surgir; sin embargo, reorientar a los trabajadores hacia los
nuevos oficios exigirá un importante esfuerzo de formación.
La forma de
intentar mitigar la evolución más disruptiva de los procesos descritos pasa por
la reducción de la jornada laboral, proceso que
algunos están intentando, aunque luego hay que considerar que las
transformaciones descritas serán lentas en el tiempo y que esto facilitará que
los poderes públicos regulen de alguna manera la cuestión. En un futuro
próximo, la reducción de puestos de trabajo inducida por la tecnología
se verá contrarrestada por el descenso de la natalidad de la población,
sobre todo en los países ricos.
El caso más
relevante e inmediato a este respecto se refiere a Japón, un país donde la
situación parece difícil, ya que el descenso de la natalidad se ha
manifestado con más fuerza que en otros países (Inagaki,
2024). Aquí, ya no es posible garantizar los servicios esenciales de
los que depende la población para mantener su estilo de vida y su
infraestructura social. Según el RWI (Recruit Work Institute), se
prevé que en 2040 faltarán 11 millones de personas en el país en comparación
con lo que se necesitaría para dar un giro a la economía.
Tras el aumento
del empleo femenino y la prolongación de la edad laboral, medidas que se han
demostrado insuficientes, ahora se está intentando utilizar, entre
otras cosas, la robótica y la IA, así como, por primera vez, la entrada masiva
de trabajadores de otros países asiáticos en el país. A finales de 2023, se
habrá superado la cifra de dos millones de extranjeros en la mano de obra
local, un récord nacional. Siguiendo en Asia, es muy posible que China siga un
camino similar en un futuro próximo.
TRABAJAR EN LOS TIEMPOS DE LA IA
Ahora se presta
especial atención, de forma más general y no injustificada, al desarrollo de la
IA y sus consecuencias.
Un estudio
reciente del Fondo Monetario Internacional muestra que al menos el
40% de los empleos actuales se verán afectados por estos procesos, pero con la
diferencia de que en los países desarrollados se verán afectados el 60%, y en
los países más pobres el 26%.
Siempre según
el FMI, la IA reduce los salarios y también la demanda de mano de obra, al
tiempo que agrava la ya elevada desigualdad. Un estudio paralelo de Goldman
Sachs indica que la IA puede sustituir el equivalente a 300 millones de
empleos a tiempo completo en todo el mundo y que, en cualquier caso, se
beneficiarán los empleos bien pagados y los empleos para jóvenes, mientras que
los trabajadores con salarios bajos y de más edad se verán penalizados (Rodier,
2024).
En cualquier
caso, parece haber surgido una especie de división del trabajo entre la
robótica y la inteligencia artificial. La primera ataca
principalmente, aunque no sólo, a los empleos manuales, la segunda
principalmente a los empleos blancos, a los empleos directivos, incluso a los
altamente cualificados, y a los profesionales autónomos. Las
innovaciones organizativas, por su parte, afectan a todas las profesiones.
Mientras
escribimos, leemos en la prensa internacional (Steiwer, 2024) que la mayor
empresa de software de Europa, la alemana SAP, se está reestructurando para
centrarse en la nube y la IA, lo que suele poner en juego 8.000 puestos de
trabajo.
Un aspecto particular
de la cuestión se refiere al papel de las mujeres. Sólo
representan el 12% de los puestos de trabajo del sector y su práctica ausencia
es una de las razones clave del sexismo de los algoritmos diseñados y
desarrollados por hombres y en un universo masculino (Caulier, 2024).
En Estados
Unidos, el porcentaje de mujeres cuyos empleos están significativamente
expuestos a la introducción de la IA es del 80%, frente al 60% de los
hombres (Caulier, 2024).
Otro riesgo es
el de la supresión de puestos de trabajo, que podría afectar más fuertemente a
las profesiones más feminizadas, como el marketing, el derecho y la atención al
cliente.
EL RETO DEL COCHE ELÉCTRICO
En general, se
pueden tener opiniones divergentes sobre las consecuencias de la innovación tecnológica
respecto al nivel de oferta de mano de obra, pero es difícil rebatir lo que se
desprende del examen de una actividad concreta muy importante, la industria
automovilística. En Europa sigue siendo el sector industrial más importante; se
ha calculado que en Alemania emplea, directa e indirectamente, a 15 millones de
personas, una cifra enorme. Pero incluso en Italia sigue siendo el principal.
La llegada
del coche eléctrico y pronto la del coche autónomo tendrán una enorme
influencia en los niveles de empleo.
En cuanto al
primero, hay que tener en cuenta que un coche eléctrico requiere muchos
menos componentes que uno de propulsión clásica. Esto conlleva
inevitablemente una reducción importante de la necesidad de mano de obra en el
montaje de los coches y la logística que hay detrás, pero sobre todo
conlleva una reducción drástica de la necesidad de trabajadores en el
sector de los componentes; además, a medida que avancemos hacia una
transformación muy profunda de las profesiones relacionadas, también habrá menos
necesidad de talleres de reparación y mantenimiento para los coches.
Esto parece aún
más grave debido a que hoy en día un coche eléctrico tiene la batería
representando el 40% de su coste total y el software otro 40%, dejando poco
espacio para la parte mecánica más compleja.
En estas mismas
semanas, tras los casos de Bosch y Continental, ZF, la empresa alemana de
componentes que es también la tercera del mundo en el sector tras las dos
primeras que acabamos de mencionar, anunció la necesidad de seguir adelante con
la revolución eléctrica y, al mismo tiempo, deslocalizar parte de su producción
a países con costes más bajos, China, India y Europa del Este, previendo
finalmente 12.000 despidos (Ansa, 23 de enero de 2024). Según algunas
estimaciones, la transición a los coches eléctricos pondría en peligro
en un futuro próximo a una quinta parte de la mano de obra entre fabricantes de
automóviles y componentes en el país teutón.
En cuanto a
esto último, hay que tener en cuenta que, a largo plazo, entre otras
cosas, la profesión de conductor, que hoy representa aproximadamente el
10% de la mano de obra mundial, desaparecerá gradualmente. Otro
problema surgirá del hecho de que la introducción del coche autoconducido
provocará una reducción aún mayor de la producción de automóviles, lo que
agravará aún más la situación.
Textos citados en el artículo
– Bricco P.,
Pmi leader d’Europa, ma la capacità produttiva crolla, Il Sole 24 Ore, 31
dicembre 2023.
– Caulier S.,
Femmes et hommes sont-ils égaux face à l’avènement de l’AI dans les
entreprises, Le Monde, 25 gennaio 2024.
– Comito V.,
Come cambia l’industria, Futura, Roma, 2023.
– Dèbes F.,
Boone J., Amazon va trop loin dans la surveillance des salariés selon la CNIL,
Les Echos, 24 de enero de 2024.
– Inagaki K.,
Japón recurre a los avatares, los robots y la IA para hacer frente a la crisis
laboral, http://www.ft.com,
22 de enero de 2024.
-Madeline B.,
En France, la grande » smicardisation «, Le Monde, 23 de enero de 2023.
-Magnette P.,
L’autre moitié du monde, La Découverte, Parigi, 2024.
-Rodier A.,
Quel travail désirable à l’horizon 2050, Le Monde, 25 de junio de 2024.
-Steiwer N.,
Une restructuration chez SAP affecte 8.000 postes, Les Echos, 25 de gennaio de
2024.
-Thompson E.
P., The making of the english working class, Vintage books, Londra, 1963.
Traducción del Observatorio de Trabajadores en lucha
Fuente: Fuori Collana