lunes, 30 de agosto de 2021
Evolución de la sanidad pública en España. [La privatización, querido, es un robo de un “privado” (o sea, de un ladrón dicho con otro nombre) al patrimonio acumulado por el trabajo de generaciones enteras de trabajadores, lo que pasa es que a ese robo le meten de por medio paletada y media de Boletín Oficial del Estado y ya no es un robo, es una privatización y queda la cosa la mar de arregladita. Ahora bien, que usted me dice: “muchacho que te estás pasando con eso del robo, que eres tú mu radical con eso del robo”. Pues nada, chitón, punto en boca, que por eso no vamos a discutir, que ahora mismo a lo del robo de la privatización yo le voy a llamar tiroliro, liroliro, tirolirolirolá y todos contentos. Pero eso sí, que es un robo al patrimonio público de todos los trabajadores no lo podría discutir ni Dios.]
La estrategia privatizadora
Evolución de la sanidad pública en España
Por Marciano Sánchez Bayle, Sergio Fernández Ruiz
Fuentes:
Nueva
Tribuna
Rebelión
30/08/2021
La evolución en los últimos 10 años no ha sido positiva y la privatización
y el deterioro de la sanidad pública continúan avanzando, empeorado incluso con
la pandemia.
En su momento (2013), en el libro La contrarreforma sanitaria, ya
señalamos que la privatización sanitaria y la consecuente destrucción del
sistema sanitario público en España se conformaba en 3 líneas de actuación
que avanzaban en paralelo, por supuesto de manera confluente y coordinada, la
fragmentación de la Sanidad Pública y la creación de pseudomercados y mercados
sanitarios, la potenciación del sector privado para dotarle de capacidad, en
cantidad y calidad, para poder sustituir al sistema público, y por fin la
fragmentación del aseguramiento, bien directamente, bien potenciando el papel
del aseguramiento privado.
Ocho años después está claro que las cosas han avanzado en los tres
aspectos reseñados, obviamente con diferente intensidad en cada caso y con una
penetración distinta de cada aspecto según las distintas Comunidades autónomas
(CCAA). Pasamos revista a continuación a cómo se ha producido esta evolución,
en realidad involución, de la Sanidad Pública en nuestro país.
1-Fragmentación y mercado sanitario.
Inicialmente es la primera medida que se adopta y que, en esencia, se ponen
en marcha mediante la separación arbitraria entre financiación y provisión.
Supuestamente para incluir la ventaja de la negociación entre ambas partes
dentro del sistema sanitario público, fomentando lo que se denomina un
pseudomercado o mercado interno, como si fuera posible negociar entre partes
del propio sistema en el que existe una dependencia jerárquica entre las mismas
(Hablando en plata ¿Cómo es posible establecer condiciones para negociar por
una parte que ha sido nombrada y puede ser destituida por la otra?) y que, en
realidad, tiene como objetivo la ampliación de este mercado a un mercado mixto
(público- privado) en el que centros privados y públicos compiten entre si
(otra ficción, los centros privados pueden, de hecho lo hacen, especializarse
en prestaciones rentables y los públicos tienen que asumirlo todo). Ya señalaba
Allyson Pollock (NHS Pic 2004) que este paso era la clave para la
privatización del sistema sanitario público del Reino Unido.
De manera complementaria había que fragmentar el sistema sanitario mediante
la creación de entidades con personalidad jurídica propia (fundaciones,
empresas, etc.) que permitieran que los pseudomercados tuvieran un espacio de
actuación. En la misma línea se colocan las llamadas unidades de gestión
clínica que favorecían la competencia entre ellas frente a la necesaria
cooperación y que, en ambos casos, propiciaban la privatización de un sistema
parcelado en multitud de entes y organismos de menor tamaño, en los que se
había separado las áreas más rentables económicamente y, por lo tanto, las más
apetecibles para el sector privado. Esta estrategia comenzó con la creación de
las fundaciones sanitarias y las empresas públicas en los años 90 en varias
CCAA.
En prácticamente todas las CCAA se avanzó en esta línea de una manera
bastante irregular y/o desigual. Por otro lado, en Cataluña, ya desde la
aprobación de la LOSC (Ley de Ordenación Sanitaria de Cataluña) en 1990, se
había creado la XUHP (red de hospitales de utilización pública) que permitía la
contratación de centros privados con dinero público, evidentemente porque en
esta comunidad autónoma, ya desde la época del franquismo, había un predominio
del sector privado en la atención especializada. Además, posteriormente se
crearon las EBAS (entidades de base asociativa sanitaria), especies de
sociedades limitadas para gestionar centros de salud que trasladaban este
mercado sanitario a la Atención Primaria (AP).
2 –Fomento del sector privado con fondos públicos
El siguiente paso, que como ya se ha señalado se produce frecuentemente en
paralelo, es el fomento del sector privado con fondos públicos, porque se es
consciente de que el sector privado en nuestro país, con la excepción de
Cataluña, es minoritario y de baja calidad por lo que precisa de una inversión
importante para ser competitivo. Qué mejor manera de hacerlo desde la óptica
privatizadora que hacerlo derivando al mismo una cantidad creciente de fondos
públicos. Es el fenómeno de las denominadas como externalizaciones, es decir,
contratación de servicios y/o prestaciones con el sector privado, y de la
denominada colaboración público-privada, que más bien debería de llamarse
utilización de fondos públicos para fomentar el sector privado. Así crecieron
como hongos las llamadas “nuevas formulas de gestión” (concesiones
administrativas, el conocido como modelo Alzira) y los hospitales PFI
(iniciativa de financiación privada por sus siglas en inglés) copiados de los
desarrollados en el Reino Unido y extendidos posteriormente a muchos países del
mundo. En ambos casos el sector privado recibía dinero público para fomentar
empresas privadas que aumentaban la fragmentación del sistema público e
incrementaban notoriamente los costes de los servicios sanitarios (ver nuestro
libro “Privatización sanitaria. Análisis y alternativas”, 2019).
El resultado no solo ha sido encarecer y empeorar la asistencia sanitaria,
sino, además, el deterioro de los centros de gestión pública preteridos
presupuestariamente, especialmente en un entorno de restricciones económicas
como la crisis de 2008-2009, donde los presupuestos del sistema sanitario
público decrecieron de manera muy importante (en torno a un 14% menos de
promedio) mientras que los centros privados financiados con fondos públicos no
vieron disminuir sus aportaciones.
Otro momento crítico ha sido la pandemia de la COVID-19, que está siendo
utilizada para favorecer la desviación de dinero público
hacia contratos privados sin control, en temas como la
hospitalización de los enfermos menos graves (obviamente los más rentables), el
rastreo, la vacunación, etc., en lo que la Comunidad de Madrid ha tenido un
evidente liderazgo.
De nuevo, ha existido una gran variabilidad entre las distintas CCAA,
porque, aunque el proceso privatizador es
generalizado en todas ellas, ha tenido especial impacto en algunas como Madrid,
Andalucía o Galicia, y se han
producido recuperaciones de centros privatizados en Valencia (Alzira y en
marcha en Torrevieja).
3- Ruptura del aseguramiento
El tercer paso, volvemos a repetirlo no necesariamente en este orden porque
se ha avanzado en paralelo en cada uno de ellos, es la ruptura del
aseguramiento que es el modelo teórico hacia el que se pretende avanzar, porque
conviene no ignorar que, como ya señalamos en su día, el PP, y en general la
derecha de este país, tiene un modelo de aseguramiento fraccionado en el que
las personas con más recursos tendrán un sistema de provisión mediante seguros
privados, de mayor o menor calidad dependiendo del coste de sus pólizas (como
en EE.UU.). Una seguridad social deteriorada que cubra a las personas
asalariadas, probablemente con una provisión mayoritariamente privada, y un
sistema de beneficencia para el resto de la población. Evidentemente, se trata
de un modelo muy regresivo y difícil de implantar en el corto plazo, pero para
lo que hay que dar pasos progresivos y continuos de manera que acabe
imponiéndose con escasos costes sociales y electorales (un buen ejemplo es el
de la rana sumergida en agua que se va calentando lentamente).
Respecto a esta línea de actuación cabría considerar:
1.
Las desgravaciones de los seguros privados sanitarios
que pueden realizarse las empresas para sus empleados, los autónomos y los
empleados que tienen un seguro de salud colectivo contratado por su compañía.
La cuantía de la desgravación por este concepto está calculada en 1.000
millones € en 2019, dinero que no entra en las arcas públicas y que, por lo
tanto, dificulta los incrementos presupuestarios de los servicios públicos,
entre ellos la Sanidad y que, por otro lado, supone la subvención de toda la
población a los seguros sanitarios de una parte de esta, la que tiene mejor
situación económica.
2.
El RDL16/2012 que ligaba el aseguramiento a la
afiliación a la Seguridad Social y producía exclusiones de la cobertura (la de
quienes cobraban más de 100.000 € anuales, los que pasaban más de 100 días en
el extranjero y los inmigrantes no regularizados). Obsérvese como este RDL
suponía un descremado de la cobertura de la Sanidad Pública, excluyendo a las
personas con más recursos, paso fundamental para alejarlos de la Sanidad
Pública a la vez que en todos los casos se fomentaba el aseguramiento privado.
Aunque este RDL fue corregido por el RDL 8/2018, en el que se suprimían las
exclusiones, manteniendo aún algunos problemas para las personas no
regularizadas, es obvio que el RDL 16/2012 establecía el horizonte estratégico
del PP respecto al sistema sanitario.
3.
Los copagos son parte de un mecanismo de inequidad y
exclusión de los segmentos más pobres de la población en cuanto a las
prestaciones que precisan, una manera de favorecer el aseguramiento sanitario
porque, comparativamente, disminuyen las ventajas del aseguramiento público a
la vez que producen exclusión de las personas con menos rentas y fomentan la
inequidad. El RDL 16/2012 también desarrolla ampliamente esta línea, en el
campo farmacéutico y en las prestaciones como el transporte sanitario no urgente
y prótesis y órtesis. También ha sido, en parte, posteriormente corregido.
4.
Las Mutualidades de funcionarios que suponen una clara
ruptura del aseguramiento público al pagar con fondos públicos unas condiciones
distintas para un colectivo concreto: el de una parte del funcionariado y
empleados públicos, y hacerse fomentando la utilización de seguros privados.
Conviene recordar que, en 2019, supusieron el 2,97% del gasto sanitario público
y que durante los años de los recortes las Mutualidades no sufrieron merma de
sus presupuestos asignados, con lo que de nuevo se priorizaron los intereses
económicos de los seguros privados.
5.
Finalmente, está el efecto de los recortes y el
deterioro del sistema público potenciando el aseguramiento privado,
especialmente en lo que respecta el crecimiento exponencial e intolerable de
las listas de espera (quirúrgica, de consultas externas y pruebas diagnósticas)
que se ha agudizado con la pandemia. Obviamente, el número de personas con un
seguro privado ha aumentado de una manera muy importante, pasando de 8,7
millones de 2011 (18,5% de la población) a 11 millones de 2020 (23%), siendo,
según los datos de la patronal, el único seguro que ha aumentado durante la
pandemia (más del 4,8%)
Todos estos hechos favorecen el aseguramiento privado y la sustitución del
sistema público por uno privado, estableciendo unas condiciones cada vez
más complicadas para la sostenibilidad de la Sanidad Pública y favoreciendo un
uso creciente del sector privado en detrimento de la Sanidad Pública, a la vez
que generan un entorno ideológico de la necesidad y/o conveniencia del
aseguramiento privado, inicialmente como complementario pero, obviamente, a
medio plazo como sustitutorio del sistema público, algo muy parecido a lo que
se pretende con las pensiones, el desarrollo y la potencia de los sistemas
complementarios son la condición previa al deterioro y abandono del sistema
público.
¿Cómo avanzar?
Como hemos visto, la evolución en los últimos 10 años no ha sido positiva y
la privatización y el deterioro de la Sanidad Pública continúan avanzando,
situación que ha empeorado con la pandemia.
¿Qué tenemos y/o podemos hacer? Algunas ideas básicas serían:
Parar la privatización. Aunque no lo veamos claramente, paralizar cada avance en el proceso
privatizador, pese a que nos parezca poco relevante, es importante porque por
un lado contiene, en parte, el proceso, que es acumulativo y se basa en gran
medida en una estrategia silenciosa de acumulación de cambios cuantitativos y,
por otro lado, hace más fácil revertir el proceso, por eso es importante
denunciar y enfrentarse a todas las iniciativas privatizadoras, por poco
relevantes que nos parezcan.
Desprivatizar, o dicho de otra manera: recuperar lo privatizado.
Por supuesto es un proceso más complejo pero la experiencia de Valencia señala
que es posible si existe una voluntad política decidida. Hay muchas vías que
hemos señalado en otra parte y ahí remitimos a los lectores interesados (Privatización
sanitaria. Análisis y alternativas, 2019). En todo caso, sería
deseable derogar/cambiar la legislación que favorece la privatización, como la
Ley 15/97 y algunas leyes autonómicas, blindando la provisión sanitaria
pública.
Recuperar la planificación, enfocada en
la consecución de objetivos de salud establecidos por Planes de Salud como eje
central de la Sanidad Pública (en este contexto habría que elaborar, por fin,
el Plan Integrado de Salud, pendiente desde 1986). A la vez acabar con mercados
y pseudomercados sanitarios que imponen la lógica de la rentabilidad económica
a corto plazo por delante de las necesidades de salud de la población y de los
objetivos a medio y largo plazo (el desastre del cambio climático es un buen
ejemplo de adónde nos lleva la lógica mercantilista y de beneficios
empresariales a costa de desatender la sostenibilidad del Planeta).
En ese mismo contexto, centrarnos en la integración/coordinación entre
niveles y dispositivos sanitarios en ámbitos territorializados, la recuperación
del papel de las áreas de salud es clave para responder a las necesidades de
salud. Es hora de eliminar la competencia para potenciar la colaboración.
Desarrollar y centrarnos en la Atención Primaria (AP) para que pueda asumir el papel de eje central del sistema sanitario
que nunca ha tenido, a pesar de las declaraciones grandilocuentes de las
distintas administraciones sanitarias. Por supuesto, para ello, se necesita
dotarla de recursos humanos y profesionales para asumir las tareas no solo
asistenciales que le son propias, si no además más prevención, más promoción y
más AP comunitaria.
Promover la Salud Pública como una
parte esencial del sistema sanitario que debe estar en permanente diálogo y
coordinación con el conjunto de este (Atención Primaria, Atención Hospitalaria,
sociosanitaria, etc.). Primero porque hay que atender a los determinantes de
salud que condicionan la salud de las personas y los países, y luego porque son
previsibles nuevas pandemias que precisan mejorar y ampliar nuestra capacidad
de respuesta.
Obviamente, defender una Sanidad Pública universal y de calidad choca con
la deriva mercantilista e individualista de nuestras sociedades por lo que
estará siempre en continúo peligro ante las iniciativas del neoliberalismo. En
todo caso, los cambios necesarios para mantener y reforzar la Sanidad Pública
no van a realizarse solos sino que precisan de un conjunto de condiciones a las
que ya hemos hecho referencia con anterioridad (Sanidad Pública, entre el éxito
y el desastre, 2015) y que, esencialmente, son: un apoyo
social generalizado o muy mayoritario al sistema sanitario público, grupos
profesionales significativos que apoyan un sistema público de salud y gobiernos
progresistas y/o de izquierdas que estén dispuestos a trabajar por ello. De
manera generalizada, en el conjunto del país, se dan las 2 primeras
condiciones, con diferencias entre las distintas CCAA, y la última se da a
nivel del estado y solo en algunas de las CCAA, por lo que los avances son de
esperar se produzcan de forma irregular en cada territorio. Es obvio que donde
los gobiernos son de carácter inequívocamente
privatizador, como en Madrid, Andalucía, Galicia, etc., la tarea
fundamental es oponerse a la privatización para conseguir que no avance o lo
haga lo menos posible. Donde no es así y a nivel del gobierno central hay que
presionar para la recuperación y el reforzamiento de la Sanidad Pública, porque
conviene tener en cuenta que todos los gobiernos, aunque se autoproclamen de
izquierdas, tienen tendencia al inmovilismo y a ceder ante las presiones
empresariales.
En todo caso pensamos que no hay que ser pesimistas (a pesar de lo que dijo
Gramsci, la razón no tiene que ser necesariamente pesimista, sino solo
realista, debe evaluar los pros y contras de cada caso concreto y hacer un
diagnóstico acertado) porque es una posición personal y política
desmovilizadora que llama a la inacción y solo produce melancolía, favoreciendo
el avance de los privatizadores. Por otro lado, es obvio que las cosas pueden
cambiar de manera sustancial, dependiendo de lo que hagamos entre todos y
todas, y que no solo puede evitarse que siga empeorando la situación sino
conseguir revertirla. En ello estamos, el futuro será nuestro.
Marciano Sánchez Bayle y Sergio Fernández Ruiz, Federación de Asociaciones
para la Defensa de la Sanidad Pública
El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia
El 27
de agosto de 1985 fallecía en Barcelona nuestro querido maestro y amigo Manuel
Sacristán. En noviembre de 1978 pronunció una importante conferencia sobre el
trabajo científico de Marx y su noción de ciencia, que recordamos hoy.
El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia
El Viejo Topo
27 agosto, 2021
Peut-on éviter
de se laisser prendre à ces jeux stériles en parlant de Marx et de ses
enseignements? Autrement dit, peut-on parler raisonnablement, en respectant les
règles élémentaires de la logique et la vérité palpable des faits? Bref, une
marxologie scientifique est-elle encore possible quand on se trouve en face des
exhibicions fantaisistes de toute une corporation –universitaires y compris–
d’intellectuels?
Maximilien
Rubel (1978)
En el mejor
sentido de la palabra resulta oportuno ocuparse de Marx, ahora [1978] que ya
este autor va siendo abandonado por la solicitud fantasiosa de que fue objeto
durante los dos últimos decenios. En ese último período de moda marxista,
centrado en torno a 1968, dominaron el horizonte unos espejismos
particularmente engañosos a propósito del asunto que hoy consideramos, el
trabajo científico de Marx. Eso contribuye a explicar el que, desde hace
aproximadamente dos años, la discusión sobre la calidad científica del trabajo
de Marx, o su falta de calidad científica, se sitúe bastante en el centro del
cuadro de la crisis que están atravesando los movimientos políticos
explícitamente marxistas y varias corrientes de pensamiento de esa misma
tradición. Se puede observar que los autores que más críticamente se están
haciendo oír sobre la cuestión son filósofos que hasta hace muy poco tiempo
entendían la obra de Marx del modo más cientificista, como un pensamiento en
ruptura, corte o coupure (por usar un término muy usado desde
los años sesenta) con sus orígenes metafísicos. La duda acerca de la calidad
científica del trabajo de Marx da menos que hacer a otras comprensiones de
nuestro autor que no son cientificistas; por ejemplo, no se nota ninguna
perturbación importante por cosas así en corrientes que entienden a Marx más
bien como un filósofo social, o como un filósofo de la cultura, al modo de la
escuela de Frankfurt; ni tampoco entre los que leen a Marx principalmente como
a un filósofo de la revolución, lo que alguna vez se llamó “marxismo occidental”,
con la escuela de Lukács y otras tradiciones; todos estos, o casi todos estos,
coinciden hoy en la necesidad de revisiones más o menos importantes de modos de
pensamiento presentes en la obra de Marx, o de tesis de este. Pero en ninguna
de estas corrientes aludidas se percibe la situación de crisis teórica y
práctica como un derrumbamiento. Los economistas, por su parte, se consideren
marxistas o no, suelen desde antiguo ver en Marx, simplemente, un clásico, tan
inspirador como cualquier otro de una tradición que unos economistas modernos
cultivan, otros rechazan, ninguno debe sacralizar y todos pueden considerar
interesante.
En cambio, los
autores a los que me he referido, intelectuales en crisis (ejemplos de ellos
sean Althusser y Sollers en Francia, Colletti en Italia), son filósofos que
reaccionan con formulaciones dramáticas a su descubrimiento reciente de que la
obra de Marx no es, contra lo que ellos habían enseñado hasta hace muy poco
tiempo, ciencia exacta, scientia in statu perfectionis, como decían
los viejos filósofos, ni menos “la única ciencia social” como había proclamado
Philippe Sollers del “marxismo-leninismo”. Las interpretaciones que hacían de
Marx Althusser y Colletti coincidían en basarse en la idea de un corte completo
entre el Marx maduro y su formación filosófica anterior, que fue principalmente
hegeliana. El caso de Sollers es pintoresco; en su época de infatuación
marxista-leninista-pensamiento Mao Tse-tung había sido fértil en graciosas
frases como la mencionada de que el marxismo-leninismo es la única ciencia
social moderna, o como el memorable descubrimiento de que la esencia de la
revolución cultural china es la destrucción de la cuestión del sentido: mil
millones largos de chinitos convertidos, al modo misionero, en ilustración de
una mediocre semiótica especulativa… Althusser y Colletti estuvieron, desde
luego, siempre lejos de esas cosas. Ellos dan involuntariamente un ejemplo
mucho más interesante de los escollos que amenazan a la navegación marxista.
Ambos son autores que no solo cumplen los habituales criterios de calidad
académica, sino que los rebasan ampliamente, hasta dar más la imagen del
maestro que la del profesor. Sin embargo, desde la altura de la crisis, que
ellos mismos expresan, de las anteriores lecturas de Marx por estos autores,
estas se ven hoy como una especie de hagiografía, como una vida de santo
intelectual. Sus anteriores interpretaciones confundían de hecho lo que es
historia de las ideas, estudio filológico (por decirlo subrayadamente), con lo
que es cultivar libremente la tradición de un clásico. Una cosa es estudiar y
explicar el pensamiento de Marx; otra hacer marxismo hoy. Muchas cosas que
enseñaban Althusser o Colletti hace cinco años (tal vez todas) se estudian más
provechosamente como pensamiento (de tradición) marxista de uno u otro de esos
autores que como pensamiento de Marx. Por lo demás, esta confusión entre el
tratamiento filológico de un clásico y la continuación productiva de su legado
es frecuente en las tradiciones en cabeza de las cuales hay un clásico que lo
es no solo en el sentido de paradigma de pensamiento teórico –en particular,
científico–, sino también en el de inspirador moral, práctico o poético.
Pero no es mi
intención hacer polémica, sino solo lo que he llamado filología, es decir,
hablar del pensamiento de Marx, no presentar continuación
–buena o mala, productiva o estéril– de su pensamiento. Y no por deseo de
escurrir el bulto, ni porque crea que un clásico haya de ser siempre objeto de
lectura filológica, sino porque me parece que entre las varias cosas buenas que
se pueden sacar de una situación de crisis, de cambio de perspectiva, está la
posibilidad de restaurar el estudio de las ideas sobre una buena base
histórica. Este es un momento favorable para que los marxistas emprendan el
intento, porque el estéril ideologismo del que ellos mismos parecen irse
librando se enseñorea hoy más bien de la nueva moda anticomunista –también
ella article de Paris, como el anterior marxismo tartarinesco–, a
la que no me voy a referir porque no tiene nada que decir acerca de las
modestas y nada espectaculares cuestiones de filosofía de la ciencia que me
propongo tratar aquí.
De todos modos,
aun sin voluntad polémica era obligado referirse, para empezar, al marco de
disputas, críticas, contracríticas y autocríticas en que se sitúa hoy cualquier
cuestión de marxismo; había que hacerlo, primero, por no ignorar soberbiamente
la situación, y, segundo, porque en lo que interesa a la filosofía de la
ciencia los autores mencionados, por curiosa que a veces resulte la inesperada
furia con que rasgan sus vestiduras, antes tan rígidas, son filósofos
considerables, no “literatos que saben las cosas a medias”, halbwissenden
literati, como decía Marx; son filósofos considerables que expresan de un
modo algo impropio una problemática nueva para ellos, pero nada imaginaria.
Atendamos, por ejemplo, a Colletti: él ve su nueva dificultad para la lectura
de Marx en la necesidad de reconocer, contra lo que había afirmado siempre, que
en la obra de Marx hay dos conceptos de ciencia: el concepto
normal de ciencia (digámoslo así, sin meternos en honduras, utilizando el
término hecho célebre por un conocido historiador y filósofo de la ciencia,
Thomas S. Kuhn), el concepto de ciencia que cobija normalmente a los científicos;
y el concepto hegeliano de ciencia o Wissenschaft, una noción de
origen platónico que engloba el conocimiento de las esencias, la metafísica.
No hay ninguna
duda de que esa formulación por el propio Colletti de la crisis de su anterior
convicción que veía en Marx un científico puro y normal es acertada. Colletti
lleva mucha razón; tanta, que uno puede preguntarse cómo no se dio cuenta antes
de algo tan evidente, de que ni el pensamiento de Marx ni ningún marxismo
positivamente relacionable con Marx son ciencia pura, ni solo ciencia. El mismo
léxico de Marx bastaba para darse cuenta de eso: Marx habla con desprecio de lo
que él llama science, en malintencionado anglofrancés, y habla con
orgullo de lo que llama deutsche Wissenschaft, saber alemán,
literalmente “ciencia alemana”, igual que más tarde los nazis. Entre otras
cosas, porque tiene en común con estos una tradición: la del idealismo alemán.
Cuando se quejaba del patriotismo de Marx, Bakunin tenía bastante razón (tanta
cuanta Marx cuando se quejaba del paneslavismo de Bakunin).
Autores mucho
menos conocidos que nuestros filósofos sabían hace tiempo esta novedad
debilitadora del marxismo cientificista y teoricista de estructuralistas y
neokantianos. Paul Kägi, por ejemplo, un viejo funcionario sindical suizo que
nunca fue profesor de ninguna universidad, se había expresado así en 1965:
Afirmaremos:
Marx encontró en Hegel una estimación de la ciencia empírica, pero, al mismo
tiempo, un concepto de ciencia que abarca desde la ciencia empírica hasta la
doctrina de las ideas (…)
Ahora bien (por
decir breve y claramente mi opinión): los conceptos de ciencia que presiden el
trabajo intelectual de Marx, las inspiraciones de su tarea científica son no
dos, sino tres: la noción de ciencia que he propuesto llamar normal, la science;
la noción hegeliana, la Wissenschaft, que ahora percibe Colletti y
que hace quince años trató Kägi; y una inspiración joven-hegeliana, recibida de
los ambientes que en los años treinta del siglo pasado [XIX], a raíz de la
muerte de Hegel, cultivaban críticamente su herencia, ambientes en los cuales
vivió Marx; en ellos floreció la idea de ciencia como crítica. Science,
Kritik y Wissenschaft son los nombres de las tres
tradiciones que alimentan la filosofía de la ciencia implícita en el trabajo
científico de Marx, así como este trabajo mismo.
Me propongo
ahora documentar la presencia en la obra de Marx de las dos tradiciones
filosóficas del concepto de ciencia hoy menos corrientes, dejando aparte la
noción normal de ciencia, que doy por supuesta y que es la que, pese a todos
los cambios de “paradigma”, sigue permitiéndonos atar de un mismo hilo (todo lo
retorcido que se quiera) a Euclides, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Newton,
Maxwell, Einstein y Crick, por ejemplo. Luego intentaré estimar el peso que
esas nociones han tenido en la obra de Marx, y apuntar a lo que más importa:
cómo se integran las tres nociones de ciencia en el programa
filosófico-científico explícito de Marx o implícito en su práctica.
Fuente: Primeras páginas del libro de Manuel Sacristán El trabajo científico de Marx y
su noción de ciencia, editado por Salvador López Arnal y
David Vila, a partir de la conferencia del mismo nombre pronunciada por
Sacristán el 11 de noviembre de 1978 en la Fundación Miró de Barcelona.
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