El 27
de agosto de 1985 fallecía en Barcelona nuestro querido maestro y amigo Manuel
Sacristán. En noviembre de 1978 pronunció una importante conferencia sobre el
trabajo científico de Marx y su noción de ciencia, que recordamos hoy.
El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia
El Viejo Topo
27 agosto, 2021
Peut-on éviter
de se laisser prendre à ces jeux stériles en parlant de Marx et de ses
enseignements? Autrement dit, peut-on parler raisonnablement, en respectant les
règles élémentaires de la logique et la vérité palpable des faits? Bref, une
marxologie scientifique est-elle encore possible quand on se trouve en face des
exhibicions fantaisistes de toute une corporation –universitaires y compris–
d’intellectuels?
Maximilien
Rubel (1978)
En el mejor
sentido de la palabra resulta oportuno ocuparse de Marx, ahora [1978] que ya
este autor va siendo abandonado por la solicitud fantasiosa de que fue objeto
durante los dos últimos decenios. En ese último período de moda marxista,
centrado en torno a 1968, dominaron el horizonte unos espejismos
particularmente engañosos a propósito del asunto que hoy consideramos, el
trabajo científico de Marx. Eso contribuye a explicar el que, desde hace
aproximadamente dos años, la discusión sobre la calidad científica del trabajo
de Marx, o su falta de calidad científica, se sitúe bastante en el centro del
cuadro de la crisis que están atravesando los movimientos políticos
explícitamente marxistas y varias corrientes de pensamiento de esa misma
tradición. Se puede observar que los autores que más críticamente se están
haciendo oír sobre la cuestión son filósofos que hasta hace muy poco tiempo
entendían la obra de Marx del modo más cientificista, como un pensamiento en
ruptura, corte o coupure (por usar un término muy usado desde
los años sesenta) con sus orígenes metafísicos. La duda acerca de la calidad
científica del trabajo de Marx da menos que hacer a otras comprensiones de
nuestro autor que no son cientificistas; por ejemplo, no se nota ninguna
perturbación importante por cosas así en corrientes que entienden a Marx más
bien como un filósofo social, o como un filósofo de la cultura, al modo de la
escuela de Frankfurt; ni tampoco entre los que leen a Marx principalmente como
a un filósofo de la revolución, lo que alguna vez se llamó “marxismo occidental”,
con la escuela de Lukács y otras tradiciones; todos estos, o casi todos estos,
coinciden hoy en la necesidad de revisiones más o menos importantes de modos de
pensamiento presentes en la obra de Marx, o de tesis de este. Pero en ninguna
de estas corrientes aludidas se percibe la situación de crisis teórica y
práctica como un derrumbamiento. Los economistas, por su parte, se consideren
marxistas o no, suelen desde antiguo ver en Marx, simplemente, un clásico, tan
inspirador como cualquier otro de una tradición que unos economistas modernos
cultivan, otros rechazan, ninguno debe sacralizar y todos pueden considerar
interesante.
En cambio, los
autores a los que me he referido, intelectuales en crisis (ejemplos de ellos
sean Althusser y Sollers en Francia, Colletti en Italia), son filósofos que
reaccionan con formulaciones dramáticas a su descubrimiento reciente de que la
obra de Marx no es, contra lo que ellos habían enseñado hasta hace muy poco
tiempo, ciencia exacta, scientia in statu perfectionis, como decían
los viejos filósofos, ni menos “la única ciencia social” como había proclamado
Philippe Sollers del “marxismo-leninismo”. Las interpretaciones que hacían de
Marx Althusser y Colletti coincidían en basarse en la idea de un corte completo
entre el Marx maduro y su formación filosófica anterior, que fue principalmente
hegeliana. El caso de Sollers es pintoresco; en su época de infatuación
marxista-leninista-pensamiento Mao Tse-tung había sido fértil en graciosas
frases como la mencionada de que el marxismo-leninismo es la única ciencia
social moderna, o como el memorable descubrimiento de que la esencia de la
revolución cultural china es la destrucción de la cuestión del sentido: mil
millones largos de chinitos convertidos, al modo misionero, en ilustración de
una mediocre semiótica especulativa… Althusser y Colletti estuvieron, desde
luego, siempre lejos de esas cosas. Ellos dan involuntariamente un ejemplo
mucho más interesante de los escollos que amenazan a la navegación marxista.
Ambos son autores que no solo cumplen los habituales criterios de calidad
académica, sino que los rebasan ampliamente, hasta dar más la imagen del
maestro que la del profesor. Sin embargo, desde la altura de la crisis, que
ellos mismos expresan, de las anteriores lecturas de Marx por estos autores,
estas se ven hoy como una especie de hagiografía, como una vida de santo
intelectual. Sus anteriores interpretaciones confundían de hecho lo que es
historia de las ideas, estudio filológico (por decirlo subrayadamente), con lo
que es cultivar libremente la tradición de un clásico. Una cosa es estudiar y
explicar el pensamiento de Marx; otra hacer marxismo hoy. Muchas cosas que
enseñaban Althusser o Colletti hace cinco años (tal vez todas) se estudian más
provechosamente como pensamiento (de tradición) marxista de uno u otro de esos
autores que como pensamiento de Marx. Por lo demás, esta confusión entre el
tratamiento filológico de un clásico y la continuación productiva de su legado
es frecuente en las tradiciones en cabeza de las cuales hay un clásico que lo
es no solo en el sentido de paradigma de pensamiento teórico –en particular,
científico–, sino también en el de inspirador moral, práctico o poético.
Pero no es mi
intención hacer polémica, sino solo lo que he llamado filología, es decir,
hablar del pensamiento de Marx, no presentar continuación
–buena o mala, productiva o estéril– de su pensamiento. Y no por deseo de
escurrir el bulto, ni porque crea que un clásico haya de ser siempre objeto de
lectura filológica, sino porque me parece que entre las varias cosas buenas que
se pueden sacar de una situación de crisis, de cambio de perspectiva, está la
posibilidad de restaurar el estudio de las ideas sobre una buena base
histórica. Este es un momento favorable para que los marxistas emprendan el
intento, porque el estéril ideologismo del que ellos mismos parecen irse
librando se enseñorea hoy más bien de la nueva moda anticomunista –también
ella article de Paris, como el anterior marxismo tartarinesco–, a
la que no me voy a referir porque no tiene nada que decir acerca de las
modestas y nada espectaculares cuestiones de filosofía de la ciencia que me
propongo tratar aquí.
De todos modos,
aun sin voluntad polémica era obligado referirse, para empezar, al marco de
disputas, críticas, contracríticas y autocríticas en que se sitúa hoy cualquier
cuestión de marxismo; había que hacerlo, primero, por no ignorar soberbiamente
la situación, y, segundo, porque en lo que interesa a la filosofía de la
ciencia los autores mencionados, por curiosa que a veces resulte la inesperada
furia con que rasgan sus vestiduras, antes tan rígidas, son filósofos
considerables, no “literatos que saben las cosas a medias”, halbwissenden
literati, como decía Marx; son filósofos considerables que expresan de un
modo algo impropio una problemática nueva para ellos, pero nada imaginaria.
Atendamos, por ejemplo, a Colletti: él ve su nueva dificultad para la lectura
de Marx en la necesidad de reconocer, contra lo que había afirmado siempre, que
en la obra de Marx hay dos conceptos de ciencia: el concepto
normal de ciencia (digámoslo así, sin meternos en honduras, utilizando el
término hecho célebre por un conocido historiador y filósofo de la ciencia,
Thomas S. Kuhn), el concepto de ciencia que cobija normalmente a los científicos;
y el concepto hegeliano de ciencia o Wissenschaft, una noción de
origen platónico que engloba el conocimiento de las esencias, la metafísica.
No hay ninguna
duda de que esa formulación por el propio Colletti de la crisis de su anterior
convicción que veía en Marx un científico puro y normal es acertada. Colletti
lleva mucha razón; tanta, que uno puede preguntarse cómo no se dio cuenta antes
de algo tan evidente, de que ni el pensamiento de Marx ni ningún marxismo
positivamente relacionable con Marx son ciencia pura, ni solo ciencia. El mismo
léxico de Marx bastaba para darse cuenta de eso: Marx habla con desprecio de lo
que él llama science, en malintencionado anglofrancés, y habla con
orgullo de lo que llama deutsche Wissenschaft, saber alemán,
literalmente “ciencia alemana”, igual que más tarde los nazis. Entre otras
cosas, porque tiene en común con estos una tradición: la del idealismo alemán.
Cuando se quejaba del patriotismo de Marx, Bakunin tenía bastante razón (tanta
cuanta Marx cuando se quejaba del paneslavismo de Bakunin).
Autores mucho
menos conocidos que nuestros filósofos sabían hace tiempo esta novedad
debilitadora del marxismo cientificista y teoricista de estructuralistas y
neokantianos. Paul Kägi, por ejemplo, un viejo funcionario sindical suizo que
nunca fue profesor de ninguna universidad, se había expresado así en 1965:
Afirmaremos:
Marx encontró en Hegel una estimación de la ciencia empírica, pero, al mismo
tiempo, un concepto de ciencia que abarca desde la ciencia empírica hasta la
doctrina de las ideas (…)
Ahora bien (por
decir breve y claramente mi opinión): los conceptos de ciencia que presiden el
trabajo intelectual de Marx, las inspiraciones de su tarea científica son no
dos, sino tres: la noción de ciencia que he propuesto llamar normal, la science;
la noción hegeliana, la Wissenschaft, que ahora percibe Colletti y
que hace quince años trató Kägi; y una inspiración joven-hegeliana, recibida de
los ambientes que en los años treinta del siglo pasado [XIX], a raíz de la
muerte de Hegel, cultivaban críticamente su herencia, ambientes en los cuales
vivió Marx; en ellos floreció la idea de ciencia como crítica. Science,
Kritik y Wissenschaft son los nombres de las tres
tradiciones que alimentan la filosofía de la ciencia implícita en el trabajo
científico de Marx, así como este trabajo mismo.
Me propongo
ahora documentar la presencia en la obra de Marx de las dos tradiciones
filosóficas del concepto de ciencia hoy menos corrientes, dejando aparte la
noción normal de ciencia, que doy por supuesta y que es la que, pese a todos
los cambios de “paradigma”, sigue permitiéndonos atar de un mismo hilo (todo lo
retorcido que se quiera) a Euclides, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Newton,
Maxwell, Einstein y Crick, por ejemplo. Luego intentaré estimar el peso que
esas nociones han tenido en la obra de Marx, y apuntar a lo que más importa:
cómo se integran las tres nociones de ciencia en el programa
filosófico-científico explícito de Marx o implícito en su práctica.
Fuente: Primeras páginas del libro de Manuel Sacristán El trabajo científico de Marx y
su noción de ciencia, editado por Salvador López Arnal y
David Vila, a partir de la conferencia del mismo nombre pronunciada por
Sacristán el 11 de noviembre de 1978 en la Fundación Miró de Barcelona.
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