La lucha de clases en el
coronavirus (más dosis como remedio)
DIARIO
OCTUBRE / 17.11.2020
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La
degradación de la situación es de tal magnitud, en todos los planos y de forma
tan acelerada y precipitada, que plantea unos retos ingentes a quienes bregan
por insertar una línea revolucionaria en el seno del pueblo, que solo podrá
salir de la barbarie que se perfila cuestionando directamente al poder. La
pandemia no ha hecho sino acelerar y agravar hasta el paroxismo una crisis
sistémica que ya venía anunciándose, y la declaración de estados de alarma en
sus distintas versiones no hace sino dificultar sobremanera las condiciones en
que tiene que darse una lucha de clases que no solo no puede confinarse, sino
que tiene que pasar a niveles superiores.
La sucesión
de acontecimientos en las últimas semanas plantea a la militancia que se
reclama del movimiento revolucionario, e incluso a la que meramente se proclama
progresista, dar pasos resueltos y decididos en la superación de los límites
que nos afectan, empezando por clarificar y saberse manejar en una situación
que es normal que vaya a ser de máximo caos, confusión y eclecticismo en el
seno de la indignación y la protesta. La coyuntura extrema que se nos dibuja
nos obliga a hacer prueba de máxima inteligencia en la reagrupación de fuerzas,
forzosamente diversas, frente al principal enemigo en estos momentos:
la gran oligarquía financiera y empresarial, la política imperialista dictada
por la Unión Europea y los gobiernos a su servicio.
Más allá de
anuncios y “desanuncios” administrativos, donde la demagogia y la mentira
calculada campan a sus anchas, en medio de peleas politiqueras por coger el
volante gubernamental, en mitad pues de este desorden generalizado, la única
política clara y planificada que desde el poder finalmente se impone es la de
salvar y rescatar a esas oligarquías parasitarias. Nada les valdrá más que eso.
Existe un
interés por parte de los medios en tildar de “negacionista” cualquier oposición
a los dictados del gobierno, una burda simplificación que no tiene otro fin que
el de acomplejarnos y tornarnos dóciles ante el control social que de
facto se está imponiendo. Por más que sea cierta la existencia de ese
negacionismo del virus, no podemos caer por un segundo en su trampa. No somos
negacionistas de la enfermedad, pero sí que negamos la mayor, y por partida
doble. Negamos que este Estado al servicio de los oligarcas parásitos
de aquí y de Bruselas-Berlín pueda controlar y salvarnos de las dos grandes
enfermedades en curso: la propia pandemia y la de la enorme descomposición
social que tanto sufrimiento callado está generando. Aquí no cabe más que
estar en primera línea del negacionismo sistémico.
Frente a la
planificación estatal que se hace al servicio exclusivo de los grandes emporios
financieros y empresariales –negando incluso su sacrosanta economía de mercado,
que solo dejan para inframercantilizarnos laboral y
socialmente o para cargarse sectores empresariales de segunda fila–, urge
la planificación al servicio del pueblo. Hay que caminar hacia el control
popular de los grandes sectores financieros e industriales, de los dominios de
la sanidad, de los servicios sociales. Planificación social o barbarie, eso es
lo que está en juego; algo imposible de lograr sin cuestionar la dictadura del
capital bajo la que vivimos. He aquí la alarma mayor que debe sonar en la lucha
de un pueblo que se juega su propia salvación.
*
Efectivamente
nos encontramos en medio de ese tipo de crisis profunda comparable a otras que
han hecho temblar el curso de la historia; más aún por la fuerza con que se da
en el centro mismo del sistema capitalista. La crisis que vivimos es de las
que, si no se resuelven con un cambio en la clase que tiene el poder, nos aboca
irremediablemente a situaciones de guerra social o directamente de guerra
abierta, como ya ha ocurrido en otras ocasiones. En cualquier caso, nada tendrá
que ver el escenario de lo que vendrá con lo que habíamos vivido hasta ahora.
Cuando
decimos que la situación es de gran degradación en varios planos es porque,
además de agravar extremadamente las condiciones de vida de la clase obrera y
los sectores populares más humildes, también afecta a sectores de la burguesía,
de los pequeños y medianos empresarios, conllevando una extensa descomposición
social. Es por eso que no podemos contentarnos con generalidades del estilo de
que estamos ante un estado burgués, de la economía capitalista, etc. Estas
categorías, siendo totalmente justas, hoy son insuficientes para situarnos ante
la compleja realidad de las contradicciones sociales y la expresión que pueden
tomar en forma de protestas; máxime cuando tenemos un gobierno que va de
progresista y se le asocia con la izquierda y hasta con el socialismo.
Numerosos
sectores de la pequeña burguesía en proceso de descomposición, o incluso de la
burguesía media, entran hoy objetivamente en contradicción con las políticas dictadas
al servicio de la oligarquía, por un gobierno que se intenta disfrazar de
socialdemócrata. El resultado es que esos sectores llegan a movilizarse con
discursos reaccionarios e imposibles, pudiendo arrastrar con ellos a capas
humildes de la población en una situación límite. Y no por ello debemos
situarnos ni por un instante al lado de un gobierno que ejecuta, entre
postureos de todo tipo, la política del enemigo principal señalado más arriba;
por más que, por supuesto, debamos mantener distancia ideológico-política con
los distintos sectores reaccionarios.
En un
contexto en que la economía de mercado no funciona, en que ni “los de arriba”
controlan lo que está pasando, los Estados ahondan en su reconversión
en regímenes de contrarrevolución preventiva, cada vez más preparados para la
guerra social. Es mentira que tengamos un gobierno socialdemócrata. De ser
cierta tal cosa, ese gobierno entraría en contradicción inmediata con los
dictados oligarcas y de la Unión Europea, que cada vez estrechan más los
márgenes reales de las reformas; unas reformas y mejoras, cuya máxima garantía
para obtenerlas y asegurarlas es que sean arrancadas como “productos accesorios
de una lucha con perspectiva revolucionaria”, parafraseando a Lenin.
Sobre este
gobierno, lo que importa es que no solo no se opone a los dictados del capital
nacional e internacional, sino que se postula como sus mejor garante ante un
desbordamiento de la protesta. El papel del “reformismo” en el gobierno como
anestesiante de la lucha de clases cobra más fuerza aún en la situación que se
está abriendo. Tanto es así, que hasta el propio Sánchez hace esfuerzos por
convencer a la patronal de la utilidad de UP en el gobierno1, en base al papel de apagafuegos que estos
pudieran jugar frente a la enorme protesta social que se avecina.
Por lo
demás, es necesario señalar que la derecha española proveniente del franquismo
tiene unos vínculos más fuertes con el empresariado patrio, la pequeña o
mediana patronal, la burguesía rural, etc., mientras el PSOE, que tiene una
importante base social en el funcionariado o personal que vive de las
administraciones, tiene a menudo una conexión y obediencia más directas con la
oligarquía financiera. A ello hay que sumar la lealtad que el llamado
centro-izquierda ha tenido siempre hacia la Unión Europea, mayor que el de una
derecha que en general viene de unas relaciones más estrechas con el
imperialismo estadounidense; lo cual ha llegado incluso a utilizar para hacerse
más fuerte ante la Comisión Europea, siendo el ejemplo más notorio el de Aznar.
Todo esto, en el contexto de un Estado intermedio como el nuestro, en medio de
una fuerte competencia internacional por comerse mercados ajenos –algo que
persigue sobremanera el núcleo duro de la UE–, hace que un gobierno como el actual
pueda serle más útil a dicho núcleo duro en la aplicación de sus políticas de
integración-expansionistas. Así ha venido siendo de hecho desde los años del
felipismo.
Al actual
gobierno no lo convierte en inocente, ni menos aún lo hace objeto especial de
nuestro cuidado, el que se le enfrenten elementos con discursos reaccionarios,
por mucho disfraz democrático o antifascista con que se quiera revestir. Si
algún papel ha jugado frente a la reacción es el de allanarles el terreno, y
convenzámonos de que no le va a temblar el pulso a la hora de descargar sobre
el pueblo toda la capacidad represiva de su aparato estatal. Ya hemos visto a
los Iglesias utilizando el espantajo de la extrema derecha para justificar esa
represión, y en estos días ya se suceden noticias de casos represivos hacia
militantes y luchadores sociales de todo tipo. Sea como fuere, nuestro
enfrentamiento a los que gritan “vivan las caenas”, a los elementos
más casposos del régimen, debe supeditarse a las necesidades mayores de la
lucha de clases; en concreto, a contribuir a concentrar el máximo de fuerzas y
también a aislar al máximo a la fracción del capital que pilota esta guerra.
En las
últimas semanas se han comenzado a precipitar acontecimientos en forma de
protestas, muchas de ellas caóticas, con una fuerte componente espontánea,
lemas difusos y participación e ideología muy eclécticas, derivando varias de
ellas en disturbios y enfrentamientos con la policía. Algunas movilizaciones
han sido en barrios obreros, como las que ocurrieron en Gamonal, con consignas
antifascistas y una participación que llamaríamos de izquierdas, mucha de ella
joven. También han seguido un patrón similar, quizás más organizado, algunas de
las habidas en Euskal Herria, donde por cierto no es casualidad que no
aparezcan con fuerza expresiones reaccionarias, producto de que allí existiera
durante décadas un movimiento verdaderamente rupturista que no creó vacío
político entre el pueblo, y cuyo poso sigue estando presente.
Ciertamente,
algunas de las convocatorias han venido siendo pringadas con la intervención de
grupúsculos de extrema derecha (o de gente en longitud de onda con ellos), pero
ni son todas ellas ni se debe magnificar su capacidad de convocatoria.
Pretender afirmar que esta gente es capaz de movilizar lo que se ha visto estas
semanas atrás es otorgarles una capacidad que no tienen. Y en cuanto a la
extrema derecha más institucional, hemos visto las contradicciones en las que
han ido cayendo diferentes líderes de Vox, a veces aplaudiendo las protestas
contra el gobierno, a veces echando la culpa de disturbios y saqueos a la
“extrema izquierda” o a la inmigración, desdiciéndose hoy de lo que dijeron
ayer.
En el Estado
español históricamente nunca ha habido una extrema derecha obrerista o social
que haya logrado ser de masas, y ésta en gran parte ha tenido una componente
clasista muy marcada. Su inmensa mayoría nunca será capaz de tener un discurso
consecuente contra la gran burguesía, contra el capital financiero, por las
ligazones personales que tiene con él y que vienen del franquismo. Y, sobre
todo, la extrema derecha es incapaz de entrar en contradicción con las fuerzas
de seguridad del Estado. Se moverá como pez en el agua en las concentraciones
del Barrio de Salamanca, pero lo tiene realmente crudo para poder liderar
ningún tipo de protesta social, ya no digamos de clase, de cierto calado. Una
línea consecuente, que se desprenda de prejuicios esquemáticos y que haga un
trabajo permanente entre las masas, es perfectamente capaz de aislarla. Pero
para ello hay que desmarcarse de todo tipo de conciliación y acomplejamiento
para con el “progrerío”.
Volviendo a
las movilizaciones, si algo es evidente es que no podemos encasillar lo que
hemos visto hasta ahora bajo un único patrón, ni tener total claridad acerca de
lo que está pasando, pero no pasa nada: más grave sería querer simplificar la
realidad para hacerla encajar en esquemas preconcebidos. Históricamente, en
momentos de profunda crisis económica se han sucedido protestas de grupos
lumpenizados y proletarizados, o de capas intermedias en proceso de
proletarización, con altos niveles de eclecticismo y sin responder a patrones
organizativos típicos del movimiento obrero clásico. Pues bien, más aún
ocurrirá esto en un contexto en que el movimiento revolucionario continúa en
horas tan bajas. El hecho de que unas protestas no expresen reivindicaciones
claras o no sigan un patrón ideológico determinado no sólo no las convierte en
reaccionarias, es que seguramente puedan seguir jugando un papel progresivo, en
la medida en que contribuyan a confrontar con el enemigo de clase.
Hay que
señalar que en estas semanas también ha habido movilizaciones convocadas por
sectores del movimiento obrero y popular organizado, que no se mencionan en
unos medios de comunicación interesados en tachar de negacionista o de
ultraderecha a casi todo lo que se mueve. Algunas de ellas han sido muy numerosas,
y por cierto, se han llegado a “comer” grupos de esos reaccionarios o
negacionistas que también anduvieron por allí, quedando sepultados dentro de la
propia movilización por la fuerza de la misma; sirva esto de ejemplo de que no
hay mejor antídoto contra la extrema derecha que una fuerza de clase organizada
capaz de vehicular el descontento social.
Aún está
reciente el ejemplo en Francia de unos chalecos amarillos sobre
quienes al principio se vertían acusaciones similares a las que estamos asistiendo
estos días. En esas movilizaciones había sectores de la pequeña burguesía, con
ideas reaccionarias, con algunas organizaciones de extrema derecha intentando
pescar en río revuelto… A partir de aquellas protestas se desarrolló un
importantísimo movimiento que sostendría un conflicto con el Estado que duraría
meses2, y que ha
significado un enorme aprendizaje colectivo para el pueblo vecino.
Así, lo
esencial de las protestas que inevitablemente se van a dar, en lo que debemos
poner acento, es si en ellas hay pueblo, si hay sectores que se están viendo al
límite del precipicio con la brutal crisis en curso. Y en numerosos casos así
está siendo; en muchas ciudades ha sido gente joven, con cierta abundancia de
perfil migrante, que sale a expresar rabia y descontento de la manera en que
sabe. Por cierto, esta crisis va a sacar mucha gente nueva a la calle, capas
populares que nunca antes habían salido y que no responderán a forma o
expresión organizativa alguna. Tarea nuestra será contribuir a elevar ese descontento
y esos primeros niveles de conciencia a estadíos más elevados. Y eso pasa
por saber hacerlo.
Como venimos
señalando, en un Estado donde domina el capital financiero y en un momento
histórico en el que no hay margen para que “se salve” todo el mundo, es normal
que salgan a protestar sectores de la pequeña burguesía en descomposición. Como
también es normal que diferentes capas populares que pueden salir a la calle,
no expresen ni siquiera contenidos progresistas. ¿Qué podemos esperar al
respecto cuando a la debilidad de la línea revolucionaria se le suma que
agentes de facto del gran capital y de las políticas dictadas por la Unión
Europea aparezcan con ropajes progresistas y de izquierda?
La
criminalización que se está dando de las protestas es de libro, de un libro muy
conocido ya en este país desde tiempos de la transición. Primero negando que en
ellas haya gente, mucha de ella joven, que podríamos llamar de izquierdas,
combativa, o sencillamente que haya pueblo expresando descontento de la manera
que sea. Y segundo, metiendo a buena parte de toda esta amalgama en el cajón de
la extrema derecha o del negacionismo. Esto es grave que venga del progrerío
progubernamental, pero más preocupante aún es ver cómo desde “nuestras filas”
se cae también en los mismos tipos de simplificaciones y acusaciones. No es
admisible que no se entienda este eclecticismo, esta confusión, la existencia
de sectores o ideas reaccionarias que se mezclen y se hagan hueco en la
protesta social, consecuencia todo ello del vacío político entre las masas
provocado por la ausencia de una línea que revolucione consecuentemente la
realidad, y una organización capaz de llevar a cabo todas estas tareas.
En momentos
de crisis los tempos se aceleran y aparece una necesidad urgente de actuar, de
movilizarse, por parte de un pueblo que cuando sale a protestar lo hace desde
la posición en que se encuentra, con todas sus contradicciones y bajo el
paraguas de la ideología dominante. Ya decimos que mucha gente nueva saldrá a
las calles en esta nueva etapa de crisis. Y no sólo es que sea erróneo
pretender ver pureza alguna en sus expresiones, es que nos toca ser lo más
flexibles que podamos frente a todas las contradicciones que vamos a ver;
debemos aprender a relacionarnos de la manera más natural posible con la gente
normal, tal cual es. El propio proceso de la lucha de clases juega a favor de
cambiar las conciencias, las cuestiones culturales más de fondo, pero no
podemos pretender no encontrarnos con ellas: es desde la realidad, como se nos
presenta, desde donde toca trabajar.
En fin, que
habrá que optimizar al máximo aquello de que se nos impone “la clarificación en
(y dentro) de la movilización” por más desorientación y confusión que en esta
pueda haber.
Sobre el
confinamiento y el estado de alarma
Hay que ser
claros: un movimiento revolucionario, en las condiciones actuales, no puede
dejarse llevar por prioridades puramente sanitarias, menos aún cuando acatar
toda la actuación del gobierno significa someterte a los designios del enemigo
de clase. Al inicio de la pandemia sacábamos a la luz un fragmento biográfico
de Lenin que hoy no viene mal recordar: “Ayudar al régimen a vencer el
terrible azote es contribuir a su consolidación, cuando precisamente esta
catástrofe revela rotundamente su imprevisión, su incapacidad, y favorece la
difusión de nuestras ideas revolucionarias.3
La cuestión
de “vida o muerte” en la situación que estamos viviendo es de vida o
muerte social, de tener un trabajo, un techo o algo con lo que llenar la
nevera. Cada vez hay más sectores que se expresan en estos términos, la
situación es límite y no tiene ningún viso de mejorar4. Es una auténtica irresponsabilidad supeditarnos a
los tiempos y políticas del Estado, porque eso es debilitar o directamente
cancelar la lucha de clases, atarnos de pies y de manos, perder toda
independencia política. No cabe conciliación alguna con ellos.
A estas
alturas de la pandemia es evidente que el poder está utilizando todos los
mecanismos que tiene a su alcance para frenar una movilización y protesta
social que puede ser inmensa y sacar en forma de explosión de rabia tanto
sufrimiento callado. El confinamiento, las medidas represivas y todo el
bombardeo mediático en torno al COVID 19 están suponiendo un desánimo, unas
situaciones de soledad, aislamiento, miedo y desconfianza que están dejando a
muchas personas tocadas; también a gente consciente e incluso militante. El
desmoronamiento organizativo, o como mínimo la situación de debilidad y bloqueo
de parte del ya precario movimiento obrero y popular es un hecho palpable, y
esta es una situación a la que hay que hacer frente con toda nuestra
clarividencia.
Radios,
periódicos y televisiones, propiedad de quienes gestionan la crisis a su mayor
beneficio, vomitan a todas horas datos y más datos, muchos de ellos
incomprensibles y carentes del mínimo rigor, aderezados con análisis de
tertulianos y de supuestos expertos, todos en la misma dirección. A menudo el
resultado es la creación de sentimientos de pánico, de miedo a tener la mínima
relación social y de inseguridad ante todo lo que suponga salir de casa, que
colonizan las cabezas de millones de personas.
De todas
formas, el pueblo no se encuentra ya en las mismas condiciones en esta segunda
ola de la pandemia; la desconfianza hacia las medidas, el hartazgo y la
situación de desespero son cada vez mayores. Hay gente sencillamente
progresista que también se está dando cuenta de la componente represiva del
estado de alarma, los toques de queda y todas esas medidas, más aún si se
relacionan con la nefasta gestión de la pandemia.
En menor
medida que durante la primavera, aún hay quien desde posturas críticas al
gobierno pide más cierres en la economía, más confinamientos generales, etc;
una cosa que creemos que es poco seria por parte de quien pretende ser
vanguardia. Las medidas drásticas de confinamiento en nuestro contexto significan
dejar en el desamparo en primer lugar a las capas más precarizadas, a quien
vive de la economía sumergida, al proletariado en definitiva. Y esto es así por
mucho que quien alce la voz en primer término sea esa pequeña o mediana
burguesía que ve afectados sus negocios, que en muchos casos se irán realmente
a pique. Son todos esos sectores más humildes, al margen incluso de las capas
de asalariados con trabajos relativamente estables, quienes son más escépticos
con los confinamientos tal y como se han venido dando, quienes además ven en
primera persona cómo todos esos “escudos sociales” anunciados a bombo y
platillo son poco más que humo.
Por cierto,
a la hora de hablar de medidas restrictivas tampoco es correcto compararse con
Estados con componente socialista o de planificación económica, con una
capacidad mucho mayor para controlar la epidemia. No podemos pedir a nuestro
pueblo el mismo respeto por las contradictorias e incoherentes medidas
sanitarias y de aislamiento aquí que si estuviéramos en países donde se ha
estado planificando una superación de la epidemia en conjunción integral con la
debida protección social.
En este
sentido, cabe pararse solo sea un tanto en el caso de China, contraponiéndolo
con la política seguida aquí y en nuestro entorno más cercano, para comprobar
la irracionalidad y el descontrol en la lucha contra la pandemia por parte de
Estados como el nuestro, donde al final lo que más interesa es quedarse con la
componente de control policial al tiempo que se permite hacer negocios con la
cuestión sanitaria. China ha demostrado que la humanidad ya está preparada para
vencer a esta pandemia; y, sobre todo, que es posible vencerla sin dejar en la
estacada al pueblo. Repárese, por ejemplo, en que el confinamiento de los más
de 10 millones de habitantes de Wuhan fue acompañado de la completa asistencia
social y vital. Por no hablar de la construcción acelerada de 16 hospitales en
la ciudad, perfectamente equipados. O como, ante el menor foco, las pruebas de
PCR en aquel país se han hecho de forma masiva y gratuita.
En sangrante
contraste, el confinamiento español fue (y sigue siendo) una farsa. Así, a modo
de ejemplo significativo, millones de madrileños iban al trabajo cada mañana
hacinados en el metro. La precariedad en los puestos de trabajo hacía el resto.
Muchos negocios particulares ven, en toda lógica, en el confinamiento total su
hundimiento. El desorden, el sálvese quien pueda de la economía capitalista no
permite hacer otra cosa. Para colmo se nos pide, en última instancia, que
vayamos a trabajar pero no protestemos, para frenar cualquier oposición a su
ola de despidos. Se apela, en fin, con descaro a la “irresponsabilidad” de la
gente, mientras nos obligan a trabajar hacinados y en franco peligro.
Si no hay
protección social, las medidas de prevención sanitarias dictadas se llegan a
convertir, como decimos, en un flagelo contraproducente, en puro cinismo: en
definitiva, en una farsa criminal que el tiempo se encargará de revelar en toda
su crudeza. Pero, precisamente, se trata de que la razón se imponga antes de
que el tiempo se la dé… demasiado tarde. No hay, pues, parálisis de lucha que
valga.
Se impone la
disputa por el control del sistema productivo. Y esta disputa solo puede
hacerse desde el propio sistema productivo. El control popular de la pandemia y
de la crisis que nos interesa se debe hacer desde la propia lucha de clases, no
desde un confinamiento que no deja de ser burdo, irracional y respetuoso del
(de)sorden capitalista. No se trata, entonces, de pedir desde el aislamiento
organizativo medidas a un gobierno y un Estado que sirven a una clase que no es
la nuestra.
Debemos
conseguir por la vía de la práctica que ellos se nieguen a sí mismos, que
nieguen su propia política por la presión de la lucha de clases. Es importante
saber señalar todas sus contradicciones, e imponer reivindicaciones que vayan en
este sentido: intervención del parque hotelero para las cuarentenas
inteligentes y para ofrecérselo al personal sanitario que está en primera línea
de combate con la pandemia; intervención y control de la industria privada que
sea necesaria, empezando por toda la sanitaria y farmacéutica; apoyo a las
residencias y al personal sanitario con aumentos de plantillas y mejoras en las
condiciones laborales, etc. Y. por supuesto, todas las que tienen que ver con
la salud social y laboral de un pueblo que está siendo sacrificado en el altar
del beneficio del capital.
Queremos
acabar con una llamada a la militancia organizada, al activismo, a toda persona
con conciencia política. En tiempos más que complicados nuestra entrega
militante es muy necesaria, como lo es que a esta le demos toda la seriedad
posible. Las tareas históricas que tenemos por delante así lo exigen.
Red Roja, noviembre de 2020
1 https://www.vozpopuli.com/espana/sanchez-podemos-gobierno-incendiar-calle_0_1405360706.html
2 http://xarxaroja.cat/los-chalecos-amarillos-expresion-de-nuestros-limites-y-de-las-capacidades-del-pueblo/
3 https://diario-octubre.com/2020/04/07/lenin-y-la-actividad-revolucionaria-frente-a-las-epidemias/
4 https://www.publico.es/sociedad/coronavirus-nuevos-pobres-pandemia-economia-sumergida-precariedad-desamparo.html
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