¿Aprenderá la izquierda la lección?
Rebelión
Cuarto Poder
12.06.2019
Los partidos a la
izquierda del PSOE han sufrido una derrota en las elecciones del 26 de
mayo. Era una crónica anunciada desde que se produjo la implosión de
Podemos, de Ahora Madrid y de otras mareas y coaliciones en diferentes
ciudades y territorios. Ha sido más dramática aún porque la ocasión era
inmejorable para mantener el gobierno de grandes ciudades y conquistar
el de comunidades como Madrid (CAM), donde era urgente sacar a la
derecha del poder. Como alguien ha escrito, otra vez la izquierda se ha
ahogado en la orilla.
En esta triple cita electoral de europeas,
autonómicas y municipales, el PSOE ha obtenido los mejores resultados
aprovechando la ola del 28 de abril. Unidas Podemos y el Partido Popular
han sufrido serios descalabros, aunque el PP intentará enmascararlos
con pactos a la andaluza en Madrid, Castilla León o Murcia. Ciudadanos
ha tenido cierta mejoría pero está muy lejos de liderar la oposición.
Vox se ha desinflado bastante y su influencia sería residual si la
derecha no se empeñase en reconocerles como interlocutor.
En la
batalla por Madrid no le salen las cuentas a la izquierda, pese a las
óptimas condiciones para recuperar el poder en la comunidad y mantenerlo
en el Ayuntamiento. Y eso que la derecha concurría dividida, que la
gestión del PP ha sido calamitosa (lo que Escolar llama el “régimen de Madrid”),
que se ha imputado a dos de sus presidentes, y que es difícil poner
peores candidatos. Pero ni así. El PSOE ha ganado en la comunidad con
los mismos diputados que en 2015; y en el ayuntamiento quedó cuarto
perdiendo un concejal. El viento en las velas del PSOE en toda España no
se ha dejado sentir en Madrid.
En cuanto a Unidas Podemos y a Más Madrid, la división ha perjudicado seriamente el resultado electoral como veníamos anunciando desde enero.
Estos son los datos de 2019 en la CAM: Más Madrid (471.538 votos)+ UP
(178.979)= 650.387 votos. En 2015 los votos fueron: Podemos (591.697)+
IU (132.207)= 723.904 votos. Es decir, con 2,3 puntos más de
participación, la izquierda del PSOE ha perdido 73.000 votos y un 2,6%.
Cuando las cosas están tan apretadas se puede ganar o se perder el poder
por un puñado de votos o por la abstención. A la izquierda solo le
faltó un diputado para gobernar en 2015 (a pesar de que no computaron
132.000 votos de IU porque Podemos rechazó todo acuerdo), ahora queda
cuatro escaños por debajo del bloque de la derecha. La pugna con Unidas
Podemos la ha ganado Más Madrid, pero no ha servido para cambiar la
relación de fuerzas. Bajarse de un carro en el que iban todos juntos no
parece una brillante jugada para ganar si es que era ese el objetivo.
Los
datos tiran abajo la teoría sobre las bondades de la división para
justificarla: no se ocupa más espacio electoral. SI se lanza un mensaje
de división y fractura, que luego se traduce en campañas enfrentadas,
decae la esperanza, el compromiso, el activismo y suele haber una
sanción política del electorado. Eso es lo que ha pasado en Madrid y en
más sitios: la división ha supuesto menos ilusión y menos votos. La derrota de la izquierda es aún más dura por la expectativa de victoria creada por determinadas encuestas. Hay que recordar la del CIS, sobre la que ya alerté porque no cuadraban sus predicciones y los resultados de las elecciones generales del 28-A.
Así
las cosas, será inexorable el gobierno de las derechas y la
ultraderecha en Madrid si se acepta como algo natural un pacto que en
los países europeos más democráticos nadie se atreve a hacer. Por
ejemplo, en Francia, Marine Le Pen ha ganado las elecciones europeas con
un 24% de los votos, pero no puede pactar con nadie. Esa raya roja que
impide alianzas electorales espurias hace que aquí Manuel Valls amenace
con romper con Ciudadanos si pacta con Vox. Y no le falta razón en el
rechazo. Menudo papelón el de Rivera si pacta con un partido trufado de
franquistas para darle el poder y la primogenitura de la derecha al peor
PP tanto en corrupción como en gestión. Tendrá que elegir entre ser una
derecha liberal o el caballo de Troya para que la ultraderecha entre en
las instituciones.
Una gran pregunta a hacerse tras las
elecciones es ¿dónde estaban los trabajadores? Porque no puede haber
cambio electoral y político en el contexto de profunda desmovilización
en que se celebró el 26-M. Y eso que los sindicatos no fueron capaces de
arrancar un mínimo cambio de la reforma laboral. La falta de valentía
política que demostró Sánchez con este tema o con la no derogación
inmediata de los recortes educativos, de la ley mordaza o el blindaje de
las pensiones, se puede volver a repetir. La ministra de Economía acaba de anunciar que no piensa revertir la reforma laboral. Es evidente que no habrá cambios sustanciales sin presión en la calle.
De
ahí, que el objetivo de la izquierda tiene que ser recuperar la
movilización. Porque la desmovilización ha influido negativamente en los
niveles de abstención en las zonas populares y es causa de su derrota.
Además, la desmovilización genera temores ante la perspectiva de
gobiernos de las derechas y ultraderecha. Puede haber un cambio de ciclo
político y no pasa nada, es la voluntad popular. Pero lo que inquieta
es que si a un nuevo poder político muy cafre no se le combate con los
instrumentos que ofrece la democracia (derechos de expresión,
manifestación y huelga), entonces aparece el temor de que pueden hacer
lo que quieran. Tranquilizaría saber, por ejemplo, que se puede
organizar desde una amplia plataforma vecinal una inmensa cadena humana
que rodee Madrid Central y otras acciones para su defensa. Resistiremos
solo si nos movilizamos.
Ahora, lo más importante sería empezar a
reconstruir la izquierda, si es que quiere reconstruirse y no sigue
optando por su autodestrucción. Con autocríticas sinceras y honestas,
porque se han hecho muchas cosas mal empezando por los protagonismos y
la incapacidad para dialogar, la implosión de la unidad en las fuerzas a
la izquierda del PSOE en muchos territorios o el espectáculo de las
negociaciones in extremis por las puñeteras listas que colocaban la
unidad al borde del precipicio.
Pero si todos se dedican a
criticar al otro, estamos perdidos porque no se busca recomponer la
unidad sino intentar tener razón para seguir con las escisiones. Lo
desolador es que las cosas apuntan en este sentido: los demoledores
ataques a Iglesias al que se le responsabiliza de todo y se exige su
dimisión, el uso habitual de palabras gruesas como traición, decir que
Podemos se está convirtiendo en otra IU a modo de insulto que rezuma
rancio anticomunismo, intentar apropiarse del 15M incluso por quienes ni
lo pisaron o utilizar los malos resultados electorales en el Estado
como arma arrojadiza. Vuelven también los cínicos discursos de crítica a
la “pureza” de los que defienden ideas y principios, para justificar
una supuesta superioridad moral de los que cambian de banda. Es algo muy
viejo y sé de algún caradura que lo usó en otros tiempos contra sus
críticos para conducir a un sindicato hacia la derecha y la
insignificancia.
Por ello, sería un mal asunto si vuelan los
navajazos y no se juntan las manos y se arriman los hombros para empujar
en la misma dirección. Qué error si se sigue con el cainismo en vez de
apostar por la unidad; que todo parezca estar dirigido a extender la
división de Madrid al resto del Estado y a cristalizar la ya existente.
No habremos aprendido nada si dentro de cuatro años nos encontramos, por
ejemplo, con tres partidos a la izquierda del PSOE: Unidas Podemos, una
especie de Más España (con otro nombre, claro) y una parte de IU, entre
acusaciones de “Podemos se convierte en IU” o de “IU se disuelve en
Podemos”.
Hay que afrontar la nueva etapa con sensibilidad,
empatía, desterrando sectarismos, reforzando la democracia y la
horizontalidad. Con equilibrio, sin expulsiones, intentando convencer a
quien se quiere ir para que no lo haga; en suma, contando con todas y
con todos porque nadie sobra. También con mucho esfuerzo, es decir, con
pico y pala. No queda otra. Si se quieren hacer mejor las cosas habrá
que apostar por climas amables en las organizaciones de la izquierda,
cultivar la humildad de los dirigentes, defender la unidad como un
valor, recuperar la movilización y jugar bien las bazas en las
instituciones. Entonces ya no estaría todo perdido sino que, al
contrario, estaría todo por ganar, aunque nadie pueda decir que vaya a
ser fácil.
Artículo publicado originalmente en
Cuarto Poder
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