domingo, 3 de abril de 2022

Rusia y Ucrania en un mundo nuevo

 

Rusia y Ucrania en un mundo nuevo

 

Por José Natanson

Rebelion

02/04/2022 

 

Fuentes: Le Monde diplomatique


Ubicadas en el corazón de Cupertino, la zona de Silicon Valley que alberga la sede de Apple, Monta Vista High y Lynbrook High son dos de las mejores escuelas públicas de Estados Unidos. Históricamente, el alumnado estaba conformado principalmente por hijos de la elite WASP (White Anglo-Saxon Protestant) que domina los puestos gerenciales de las compañías de alta tecnología de California.

Sin embargo, en los últimos años se viene registrando una huida de los niños blancos de ambas escuelas, a punto tal que hoy representan apenas un tercio de la matrícula. La causa, que se repite en establecimientos públicos de primer nivel de ciudades como Nueva York, Los Ángeles o Nueva Jersey, es simple: los estudiantes asiáticos de segunda generación, sobre todo hijos de chinos e indios, los superan. Sintiéndose desplazados, los padres de los chicos blancos prefieren sacar a sus hijos de estas escuelas bien reputadas y trasladarlos a otras, a menudo lejos de sus casas, lo que a veces obliga a mudanzas no deseadas. El argumento es que resultan excesivamente competitivas, sobre todo en materias como ciencias y matemática. “Exigen demasiado a los chicos”, se quejaba una madre que había decidido cambiar a su hijo de escuela, y que defendía la idea de que los chicos también tienen que practicar deportes, salir con amigos, divertirse (1).

Esta estrategia familiar de preservación de la supremacía blanca en el orden social y económico no es nueva. En su libro The Chosen: The Hidden History of Admission and Exclusion at Harvard, Yale, and Princeton (Los elegidos: la historia oculta de la admisión y exclusión en Harvard, Yale y Princeton), el sociólogo Jerome Karabel investigó los documentos de ingreso a las universidades de la Ivy League y mostró que, en los años 50, cuando otra “minoría exitosa”, en ese caso la judía, amenazaba con disputar el predominio WASP, el sistema de admisión fue modificado para incluir entrevistas con los aspirantes, que promediaban el mérito académico con una serie de criterios confusos que aludían al compañerismo, el liderazgo y la masculinidad, en los que por supuesto los judíos salían perdiendo (2). Igual que ahora con los asiáticos, cuando la elite blanca empezaba a perder decidía cambiar las reglas.

La tendencia funciona como metáfora del sistema económico mundial, sistema al que Estados Unidos, consciente de que ya no le sirve, se dedica a desmantelar pieza por pieza. Aunque las primeras insinuaciones habían comenzado durante la presidencia de Barack Obama, fue Donald Trump quien mejor entendió que el mundo que Washington había creado desde los 90 había dejado de resultar funcional a sus intereses y que había llegado el momento de modificarlo de raíz. Contribuyeron a ello transformaciones activadas por la técnica, como el hecho de que Estados Unidos pasara en pocos años de ser un importador a un exportador neto de hidrocarburos, reduciendo su dependencia energética y permitiéndole retirarse de zonas en otra época cruciales para su supervivencia, como Medio Oriente. Pero lo central fue un cambio en la orientación estratégica: la gran contribución de Trump, su aporte definitivo a la política estadounidense del siglo XXI, fue ubicar a China como el gran contendiente de Estados Unidos, y convencer al establishment, incluyendo al demócrata, de que el futuro del país depende de su capacidad para contener al nuevo adversario en ascenso. Y si esto implica enterrar definitivamente el sueño noventista de un mundo organizado en torno al libre comercio y la democracia, entonces adelante.

Así, Estados Unidos renegoció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, firmado por Bill Clinton en el cenit del impulso aperturista, por el T-MEC; abandonó las negociaciones por el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), estableció aranceles al acero y al aluminio, forzó a las empresas estadounidenses a repatriar inversiones e inició una guerra comercial con China que aún no ha concluido.

En el camino, dos eventos de alcance global aceleraron el proceso des-globalizador.

El primero es la pandemia. Al apagar la economía mundial casi de un día para el otro, la pandemia interrumpió los flujos comerciales, puso en jaque los modelos de gestión just-in-time y enloqueció las cadenas de suministros, que se dislocaron para siempre. Y, más importante aun, demostró con la fuerza de los hechos consumados que en el siglo XXI la soberanía no pasa solo por los tanques y los misiles sino también por el control de los recursos y una industria nacional que garantice cierta autosuficiencia.

Estados Unidos, por ejemplo, importa dos tercios de los principios activos a partir de los cuales produce sus medicamentos de empresas chinas, es decir de empresas sobre las cuales el Estado de su principal rival estratégico ejerce algún tipo de control. En los momentos más duros del Covid, Argentina no sufrió la falta de respiradores que atormentó a otros países de América Latina simplemente porque disponía de dos fábricas especializadas dentro de sus fronteras (se trata de una tecnología del siglo XX, es decir de la época en que la industria nacional todavía brillaba). En suma, la pandemia demostró que una industria nacional potente, al igual que un complejo de ciencia y tecnología dinámico, constituyen herramientas decisivas para enfrentar los desafíos de un mundo en permanente transformación. Y obliga a revisar viejas ideas: las economías abiertas y globalizadas sufrieron el shock de la crisis en mayor medida que aquellas más protegidas y volcadas al mercado interno (3).

El segundo evento que profundiza el efecto desglobalizador es la guerra de Ucrania. En el corto plazo, porque se redujo el comercio internacional con estos países, que no son menores. Rusia es la principal potencia energética de Europa, alberga algunas de las minas metalíferas más importantes del planeta y es un gran exportador de alimentos (el primer exportador de trigo del mundo, por ejemplo). Ucrania también es un gran productor de alimentos; por su territorio, además, pasan los gasoductos y oleoductos que abastecen a Europa. Si en el corto plazo la guerra acelera el proceso de disolución de los mercados mundiales, la decisión de miles de empresas occidentales de desinvertir en Rusia y las sanciones impuestas por Occidente tienden a desconectar progresivamente al país de la economía global: algunos bancos rusos fueron excluidos de la SWIFT, el rublo ha sido desterrado de las transacciones internacionales y la última Batman no pudo ser estrenada en Rusia por decisión de la Warner.

Esto, a su vez, afecta al dólar. Las sanciones contra Rusia incluyeron la inmovilización de 300.000 millones de dólares de reservas depositados en el extranjero, como en su momento ocurrió con Irán, Siria y Afganistán, que desde el regreso del Talibán al poder busca recuperar 9.400 millones de dólares depositados en la Reserva Federal de Estados Unidos, y con Venezuela, que aún no pudo repatriar el oro retenido en el Banco Central de Inglaterra. El efecto paradójico es que esto está produciendo una revisión de las estrategias de acumulación de reservas y resguardo de valor de los países no occidentales que profundiza la tendencia a la des-dolarización de la economía global: la participación del dólar en las transacciones internacionales pasó del 60,2% al 46,7% entre 2014 y 2020 (4).

Como señaló Ignacio Ramonet (5), una de las consecuencias de este nuevo escenario es la creciente dependencia de Rusia respecto de China, que adquiere una capacidad hegemónica sobre ese país. No deja de resultar significativo que Putin ordenara la invasión a Ucrania después de una reunión con Xi Jinping y una vez que finalizaron los Juegos Olímpicos de Invierno, la gran apuesta de propaganda china para la era pos-Covid.
Mientras Rusia se recuesta cada vez más en China, el bando occidental avanza en una novedosa unidad, que permitió coordinar en tiempo récord las sanciones y revitalizar la OTAN superando las diferencias entre las posiciones más duras de los países anglosajones y las más contemporizadoras de Francia y Alemania. Incluso Turquía, atlantista semidíscola que venía coqueteando con Moscú, participó del envío de armas a Ucrania y cerró el paso del Bósforo y de los Dardanelos a los barcos de guerra rusos. Significativamente, los líderes europeos cercanos a Putin, de la ultraderechista francesa Marine Le Pen al primer ministro húngaro Viktor Orbán, se alinearon con la estrategia occidental. También significativamente, casi ningún país no occidental se sumó a las sanciones contra Rusia.

La imagen de dos bloques enfrentados –el marco comprensible de una nueva Guerra Fría– resulta tentadora; pero es engañosa. Que el orden liberal nacido de la caía del Muro de Berlín se esté desintegrando no significa que vaya a ser reemplazado por un conflicto como el del siglo pasado. A diferencia de lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las economías de las órbitas americana y soviética funcionaban en paralelo, hoy la interdependencia de China (y en general de Asia) con el mundo occidental es total. De hecho, los principales socios comerciales de China son justamente sus adversarios geopolíticos: Japón, Estados Unidos, la Unión Europea y… Taiwán. En una mirada general, China es hoy el primer socio comercial del 70% de los países del mundo (6): sancionarla, aislarla o desengancharla es sencillamente imposible.

Pero esto no quiere decir que no haya un trasfondo político-ideológico detrás de la guerra en Ucrania y del conflicto más general entre China y Estados Unidos. En un contexto de declive de la hegemonía estadounidense, asistimos a un regreso de ideas y categorías –nacionalismo y nación, religión y pueblo, guerra cultural y valores– que la ilusión de un orden liberal eterno parecía haber superado. La misma escritura de este editorial me lleva a recurrir a palabras, como “occidental”, que antes no utilizaba. Son ejemplos de este nuevo clima de época el hinduismo anti-musulmán de Narendra Modi, el giro islamista de Recep Tayyip Erdogan, coronado con la reconversión de Santa Sofía en mezquita, la impronta evangélica de la derecha bolsonarista y de las extremas derechas centroamericanas, y el nacionalismo blanco, también de fuerte apelación religiosa, de Donald Trump, que ve en Putin más un aliado para su guerra contra el multiculturalismo que un enemigo, a punto tal que Tucker Carlson, presentador estrella de Fox News, sigue defendiendo a Rusia en el noticiero de mayor rating de la televisión norteamericana.

Como escribió el periodista Jeremy Cliffe en The New Statesman (7), es necesario poner a la guerra en el contexto de un regreso del nacionalismo del viejo estilo y de la idea de Samuel Huntington de un choque de civilizaciones. Recordemos que uno de los ejes del conflicto entre Ucrania y Rusia fue la ley, que comenzó a aplicarse poco después de la llegada de Volodimir Zelenski al poder, que prohíbe utilizar el ruso en los documentos oficiales, la industria del espectáculo y la vía pública (8). Cuestionada por la Comisión de Venecia del Consejo Europeo, la norma establece la obligatoriedad de que en los medios de comunicación impresos en ruso publiquen la traducción al ucraniano… pero no obliga a hacer lo mismo si el idioma original es inglés o francés. La inesperada resistencia ofrecida por el Ejército ucraniano a las tropas rusas es una reacción nacionalista, que profundiza el proceso de construcción de una ucraniedad en clave anti-rusa que había comenzado con la Revolución Naranja y el Euromaidán.

Recapitulemos antes de concluir.

La pandemia y la guerra en Ucrania pusieron fin a la etapa de globalización abierta en los 90. Toda una era se está desmoronando delante de nuestros ojos, una situación en muchos aspectos similar a la de 1914, cuando otro conflicto armado, el que empezó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, terminó con la etapa de la primera globalización. Obsesionado con la lengua, la religión y los territorios, Putin parece por momentos un líder de otro siglo. La pregunta es si eso lo convierte en un cavernícola trasnochado o en alguien que entendió hacia dónde sopla el viento.

Notas:

1. Richard Keiser, “Temor blanco en Estados Unidos”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2020.
2. Houghton Mifflin, 2005.
3. http://www.bbc.com/mundo/noticias-53156788
4. https://ctxt.es/es/20220301/Firmas/39201/dolar-suicidio-sanciones-rusia-reservas.htm
5. http://www.eldiplo.org/notas-web/una-nueva-edad-geopolitica/
6. https://twitter.com/danyscht/status/1416806909127139330
7. https://www.newstatesman.com/international-politics/geopolitics/2022/03/putins-war-risks-a-clash-of-civilisations-the-west-must-not-fall-into-his-trap
8. http://www.swissinfo.ch/spa/ucrania-idioma_entran-en-vigor-en-ucrania-reglas-que-priorizan-el-ucraniano-sobre-el-ruso/46793294

Fuente: https://www.eldiplo.org/274-la-nueva-amenaza-nuclear/rusia-y-ucrania-en-un-mundo-nuevo/

 *++

Líneas rojas: ¿De Ucrania a Taiwán?

 

Europa padece ahora una nueva guerra en su territorio. Una lección amarga. Debiéramos prepararnos desde ya para evitar que esta crisis tenga un “segundo tiempo” en Asia, quizá en un lustro, dicen los jefes militares del Pentágono.


Líneas rojas: ¿De Ucrania a Taiwán?


Xulio Ríos

El Viejo Topo

3 abril, 2022 



En las semanas previas a la invasión rusa de Ucrania, se especuló mucho sobre la concatenación de esta crisis con la existente en el Estrecho de Taiwán. Los paralelismos no han pasado desapercibidos. En Asia, las tensiones entre Beijing y Taipéi han estado escalando desde 2016 con muestras crecientes de exhibición de músculo castrense, con implicaciones no solo de China sino también de EEUU. No pocos se han apresurado a dar la alarma de que Taiwán “podría ser el siguiente”. Sin embargo, a día de hoy, no hay caso. China, que enaltece la estabilidad sobre cualquier otra variable, no imitará a Rusia. En primer lugar, por un doble sentido de oportunidad y capacidad: no está preparada para una acción de similar envergadura; segundo, porque la apuesta por la reunificación pacífica aun prima sobre la opción de la fuerza, ciertamente nunca descartada.

Tras la invasión, el escenario es otro. China rechaza la violación de la integridad territorial de un país soberano como Ucrania, aunque “comprende” la reacción rusa ante el desafío del expansionismo militar de la OTAN. En consecuencia, China, como ocurrió en 2014 con Crimea, no se avendrá a reconocer los nuevos territorios segregados de Ucrania porque ello podría, en caso de crisis, abrir la espita en cascada del reconocimiento de la “independencia” de Taiwán. En Taipéi se condenó sin paliativos la violación de la soberanía ucraniana, calificándola de cambio del statu quo y se sumará a las sanciones, incluyendo el cese de la exportación de microchips.

La empatía china con el Kremlin viene suscitada por la interiorización de un compartido sentimiento de acoso, es decir, la convicción de que Occidente está dispuesto a todo para preservar una hegemonía sobre la que planea el reto emergente chino, con el sorpasso económico al alcance de la mano. A Beijing no se le escapa que Rusia no es rival para Washington y que la hipotética gran batalla está por librarse. Pero de igual forma que la OTAN no renuncia a expandirse más y más en el escenario europeo, la opción de reflotar el QUAD (Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) o de construir el AUKUS (Australia, Estados Unidos y Reino Unido) responden a la misma idea, la de contener a China combinando diversas opciones (económica, comercial, tecnológica, militar…).

China es consciente de que una guerra en Europa es una pésima noticia. En modo alguno compensa que EEUU pueda distraerse con esta crisis porque el peso, abrumadoramente, recaerá sobre un continente ahora atado más en corto a Washington y más dependiente de la Alianza Atlántica, una realidad que quisiera ablandar para que pueda afianzarse como contrapeso. Ante los hechos consumados, Beijing calibra el alcance de las sanciones anunciadas y probablemente mitigará cuando pueda sus efectos en relación a Moscú. De hecho, sus aduanas ya se han abierto sin restricciones para las importaciones de trigo ruso. Si ante la hipótesis de la exclusión del sistema de pago Swift llevan tiempo trabajando codo con codo en el diseño de mecanismos alternativos, también al dólar en sus transacciones a fin de reducir vulnerabilidades, el grueso del comercio bilateral, poco diversificado, seguirá girando en torno a la energía. China, por tanto, nadará y guardará la ropa echando mano de los malabarismos necesarios.

Pero el “modelo Ucrania” y su supeditación al “contexto histórico” en detrimento  de la soberanía democrática puede reproducirse en Taiwán en pocos años. China ha dicho que la reunificación es una línea roja, es decir, un “interés central”. Y los vientos no soplan a su favor. No es solo el poder político en Taipéi el beligerante con su proyecto, muy desacreditado tras la crisis de Hong Kong en 2019; es la sociedad taiwanesa la que se aleja más y más. Washington, por su parte, agujerea un día sí y otro también la política de una sola China que rubricó en el Comunicado de Shanghái hace ahora 50 años. Por tanto, en poco tiempo podemos hallarnos ante una tesitura de gravedad similar.

Europa padece ahora una nueva guerra en su territorio. Una lección amarga. Debiéramos prepararnos desde ya para evitar que esta crisis tenga un “segundo tiempo” en Asia, quizá en un lustro, dicen los jefes militares del Pentágono. Putin ha dado un primer paso. Los internautas chinos también advierten que, al igual que Ucrania,  Taiwán será abandonado por Estados Unidos y Occidente cuando China pueda  destruir fácilmente la infraestructura defensiva de Taipéi. Cuestión de horas ya, según algunos expertos, también taiwaneses.

Pero Xi Jinping, a la espera de ser renovado en el XX Congreso del PCCh de otoño próximo, también prioriza la estabilidad, lo cual sugiere la posibilidad de un cierto ajuste estratégico que apueste por el apaciguamiento de las tensiones.

Europa debe tender puentes y capitalizar esa indispensable misión reguladora esencial en la definición de ese orden internacional del siglo XXI que está al acecho. Urge asegurar que los temores en el Pacífico se resuelvan apelando a la disposición preferente de medidas de confianza estratégica. Ucrania representa un test para todos. No dejemos a China más opción que profundizar su “comprensión” con Moscú.

Publicado en el Observatorio de la Política China.

*++

 

¿China se lo piensa mejor? [El capital es el capital. Punto. Y la función del capital es hacer crecer los capitales invertidos mediante la explotación del trabajo asalariado. Otro punto. Y esto para los trabajadores a niveles mayoritarios no parece estar claro del todo, y por esta razón, entre algunas otras, así nos va. Por otra parte tampoco parece que lo tengamos muy claro que en la guerra de Ucrania es una guerra entre los capitales que dominan la OTAN y los capitales que dominan la Federación Rusa, en la que Ucrania (por la situación geográfica que tiene) pone el terreno y la mayoría de los muertos y heridos, o sea, que aparte de la repugnante campaña de propaganda que se está realizando, en la guerra de Ucrania no se ventila nada que tenga que ver con la ideología de izquierdas y derechas. A los trabajadores europeos, sin planteamientos ideológicos previos (izquierda o derecha), con las matizaciones que habría que hacer y teniendo en cuentas las complejidades objetivas de cómo está el mundo en este momento, nos convendría más tener como aliado a la Federación Rusa que al capital USA.]

 

¿China se lo piensa mejor?

 

Por Xulio Ríos

Rebelion

 02/04/2022 



Fuentes: Ctxt

La polémica en torno a la estrategia a seguir en la guerra ruso-ucraniana revela que no todo es monocorde en la cúpula del Gobierno

Esta semana, los ministros de Exteriores chino y ruso, Wang Yi y Serguei Lavrov respectivamente, se reunieron en suelo chino por segunda vez en lo que va de año. En la ocasión, Wang reiteró que “no hay techo para oponerse a la hegemonía”, si bien su relación bilateral se basa en la “no alianza, no confrontación y no atacar a ningún tercero”. Wang también abogó por impulsar la relación “a un nivel superior”, en línea con el consenso forjado por los dos jefes de Estado respectivos, Vladímir Putin y Xi Jinping. En las relaciones Beijing-Moscú, hay una impronta personal muy destacada de ambos y, en lo que viene al caso, de Xi. 

Semanas atrás, en la clausura de las sesiones parlamentarias anuales, el primer ministro Li Keqiang daba curso a un mensaje mucho más modulado, instando a la cooperación y a evitar un enfrentamiento con EEUU, enfatizando que las diferencias “pueden y deben superarse”. Para Li, la principal prioridad de la política exterior china debiera ser recomponer la relación con EEUU. Y eso, a día de hoy, también pasa por Ucrania.

La melodía conciliadora de Li daría a entender que la “alianza sin límites” con Rusia nunca debe ser impedimento para la concreción de alguna forma de coexistencia con EEUU. Con seguridad, Li tiene en mente ciertos datos. Por ejemplo, que para Beijing, las relaciones económicas con Estados Unidos y Europa son más importantes que las de Rusia. La preferencia contable, que es también una exigencia estratégica ineludible, resulta contundente a pesar de los importantes contratos de gas y petróleo (el nuevo gasoducto Rusia-China a través de Mongolia, concluido a principios de marzo, tiene una capacidad anual de 50.000 millones de metros cúbicos, equivalente al North-Stream 25) o de las compras de cereales a Moscú.

Otras cifras confirmarían dicho aserto. Entre 2015 y 2020, la inversión china en Rusia al margen de los hidrocarburos cayó de casi 3.000 millones de dólares a solo 500 millones. Al mismo tiempo, y a pesar de un grave descenso debido a la reiterada aprobación de leyes destinadas a frenarlas, en Europa siguen acercándose a los 10.000 millones de euros, es decir, 20 veces más.

Con Estados Unidos, donde las empresas chinas invirtieron 38.000 millones de dólares en 2020, la diferencia es aún más sustancial. Si nos fijamos en el comercio, punto fuerte indiscutible de China, las diferencias muestran, más allá de las apariencias, una irresistible atracción por el mercado estadounidense. En 2021, el comercio entre Estados Unidos y China ascendió a casi 700.000 millones de dólares, mientras que el comercio con Rusia, a pesar de un rápido aumento desde 2020, se limita a 140.000 millones de dólares anuales, la mayor parte de los cuales consiste en las citadas importaciones chinas de gas y petróleo. El déficit para la Casa Blanca, por cierto, asciende a 350.000 millones de dólares a pesar de varios años ya de guerra comercial, impuesta, dicen, para recortarlo.

La posición habitualmente expresada por Wang Yi o también por su inmediato superior, Yang Jiechi, es de clara y abierta oposición a EEUU y de rechazo de la influencia occidental, muy en línea con el presidente Xi. Por el contrario, la de Li Keqiang sugiere evitar el cara a cara con EEUU para así reducir el riesgo de represalias que puedan poner en peligro la consecución de los objetivos de desarrollo, de los que debe responder en primera instancia como principal responsable. De ahí, quizá, la obsesión por evitar un escenario que pueda desembocar en una grave ruptura con Occidente. 

En esa misma línea cabe destacar el pronunciamiento del actual embajador en Washington, Qing Gang, apelando a la prudencia y a guardar cierta distancia, sugiriendo alejarse rotundamente de cualquier esquema que conduzca a una confrontación directa con la OTAN o la UE. Todo ello, entiéndase bien, sin alterar el discurso formal de amistad con Rusia. En el centro de las preocupaciones, evitar que las relaciones con Occidente se deterioren aún más a causa de su posición ante la invasión rusa de Ucrania. El portavoz de la embajada china en Washington, Liu Pengyu, asegura, por ejemplo, que China y EEUU “pueden y necesitan cooperar para poner fin al conflicto entre Rusia y Ucrania a pesar de sus diferentes enfoques”.

¿Solo matices o discrepancias?

A medida que la guerra perdure en el tiempo y que las sanciones occidentales puedan hacer mella sustancial en el entramado económico ruso, el ejercicio de ponderación sobre la fidelidad a la “relación de nuevo tipo” con Moscú y el cálculo sobre el impacto en sus relaciones con EEUU, puede acentuarse en Zhonnanghai, la sede del poder chino. 

A la cumbre de Roma entre el consejero de Seguridad de la Casa Blanca, Jack Sullivan, y el exministro de Exteriores chino Yang Jiechi, y el posterior encuentro virtual de Xi con Biden se suma ahora la cumbre China-UE del 1 de abril. Beijing dispondrá entonces de un mejor y completo retrato de una situación marcada por la proliferación de amenazantes advertencias sobre una hipotética ayuda china para que Moscú pueda sortear las sanciones occidentales. 

De entrada, los tres gigantes energéticos chinos –Sinopec, China National Petroleum Corp y China National Offshore Oil Corp–, tras evaluar el coste de las posibles sanciones occidentales sobre sus multimillonarias inversiones, han decidido esperar a mejor ocasión para tomar decisiones sobre nuevas inversiones. Así se lo reclamaron desde el ministerio correspondiente, a recaudo de Li Keqiang.

A dicho síntoma se ha sumado cierto debate interno que ha trascendido. Hu Wei, profesor del Instituto de Estudios Marxistas de la Escuela del Partido Comunista de Shanghái, presidente de la Asociación de Investigación de Políticas Públicas de Shanghái pero, sobre todo, vicepresidente del Centro de Investigación de Políticas Públicas del Consejo de Estado (del entorno del primer ministro Li), en un artículo publicado en inglés el 5 de marzo por el US-China Perception Monitor revela que las operaciones contra Ucrania han generado una gran controversia en China, con partidarios y opositores (de la guerra) divididos en dos campos diametralmente opuestos”.

Para Hu Wei, “esta operación militar es un error irreversible”, enfatizando que “China no puede estar atada a Putin y debe cortar sus lazos cuanto antes” porque “hay pocas esperanzas de victoria y las sanciones occidentales han alcanzado un nivel sin precedentes”. En consecuencia, Beijing debería desprenderse de esta carga lo antes posible y acercarse a las posiciones occidentales. Tales afirmaciones suponen un claro desentendimiento de la política seguida hasta ahora, conducida por el Ministerio de Relaciones Exteriores en línea con las instrucciones del propio presidente chino. Hu Wei cree que China debe evitar quedar aislada pues en ese caso, más temprano que tarde, deberá enfrentarse a las sanciones que le impondrían Estados Unidos, pero también la Unión Europea, Japón, Australia y otros países.

Persistir en la vía actual solo añadiría justificaciones para la política occidental de cerco y contención de China, algo en curso ya desde hace años, no solo a consecuencia de la guerra en Ucrania. Por el contrario, un giro en esta cuestión podría desarmar el objetivo de EEUU de sancionar a China y enfrentarse a ella de forma coordinada con sus aliados en la región y en el mundo. Asimismo, de posicionarse más claramente, ganaría el aplauso de buena parte de la comunidad internacional y le permitiría mejorar la relación con Occidente, cuestión de importancia vital para moderar las tensiones. 

En el contexto del XX Congreso del PCCh, previsto para otoño, este debate abre una profunda discusión que puede afectar no solo a la estrategia china a propósito de Rusia en la guerra y más allá, sino a la propia posición general de Xi, que internamente podría ser cuestionado en su infalibilidad de lograr estas divergencias cierto apoyo en el aparato del Partido. 

¿Dos caras de la misma moneda o discrepancias sustanciales? Sabido es que Xi Jinping y Li Keqiang, si bien comparten aspectos sustanciales como la preservación de la hegemonía sistémica del PCCh, divergen en otros aspectos, especialmente en materia de modelo económico. Li, próximo a Hu Jintao y su vivero de la Liga de la Juventud, fue el principal promotor durante su mandato como viceprimer ministro (2008-2012) del documento “China 2030”, elaborado en colaboración con el Banco Mundial. Su esencia era la apuesta por promover una nueva ola de reformas liberales con especial afectación a las empresas estatales, al papel del mercado y del sector privado, etc. La política seguida por el gobierno chino a partir de 2012 no ha sido esa, sino más bien la contraria, en línea con la reafirmación de los postulados marxistas de preferencia de Xi en el contexto de un rechazo más amplio de las influencias liberales occidentales.

Hace unas semanas, Li dejó entrever que el año próximo abandonará el cargo. Se ignora si dejará también el Comité Permanente del Buró Político, órgano clave donde, al no haber cumplido aún los 68 años de rigor, podría seguir de generalizarse la supresión del límite de los dos mandatos consecutivos. Si bien Xi Jinping opta a un tercer mandato presidencial a pesar de haber superado los 69 años, la polémica en torno a la estrategia a seguir en la guerra ruso-ucraniana (que revela también que no todo es tan monocorde internamente) puede acabar afectando al retrato final de la cúpula del poder chino a partir del próximo congreso.

Fuente: https://ctxt.es/es/20220401/Firmas/39294/Xulio-Rios-china-guerra-comercio-exportaciones-importaciones-invasion-Ucrania-Estados-Unidos-Rusia.htm

 *++

CC.OO y UGT asisten al Congreso del PP

 

CC.OO y UGT asisten al Congreso del PP

 

INSURGENTE.ORG / 2 abril 2022

 

Gran despliegue medático para venerar a Feijóo como nuevo líder del PP. El Régimen del 78 necesita dos columnas para sujetarlo y ahí están el PP y el PSOE para servir a la patria. Por eso, los elogios al nuevo máximo dirigente del PP (ellos se hace llamar de centro derecha). El 98% de los asistentes lo votaron, pero esa casi unanimidad no se llama «a la búlgara» en sus medios, sino «gran apoyo». Entre los asistentes para confirmar que también hay nuevo cadáver político en la figura de Pablo Casado (sigue el camino de Albert Rivera), la presencia de los empresarios de la CEOE y de una delegación de los dos sindicatos del sistema: CC.OO y UGT. Faltaría más.

*++

 

(España) CJC: Sobre la aprobación de la Ley Orgánica de Ordenación e Integración de la Formación Profesional

 

CJC: Sobre la aprobación de la Ley Orgánica de Ordenación e Integración de la Formación Profesional

 

DIARIO OCTUBRE / marzo 28, 2022

 


El Senado aprobó el pasado 23 de Marzo la nueva Ley Orgánica de Ordenación e Integración de la Formación Profesional con una amplísima mayoría que, pese a que no nos tengan acostumbrados a este tipo de resultados, no extraña tanto cuando se conoce el contenido de la ley y su función. De hecho, podría incluso haber salido adelante sin ningún voto en contra si no fuese por la decisión última del Partido Popular, quienes exigían todavía más apoyo a la educación concertada y votaron en contra a modo de castigo pese a estar de acuerdo con las principales medidas de la ley.

No extraña tanto este acuerdo general si se conoce la ley, pues esta configura una parte fundamental de la reforma integral del sistema educativo español, reforma que no puede comprenderse aislada de los fenómenos y cambios en el mundo laboral. La Ley de FP es un paso esencial en la modernización del capitalismo español pues favorece la adaptación de la mano de obra futura y presente a las necesidades productivas actuales del capitalismo español, en completa consonancia con las líneas maestras propuestas por la Unión Europea.

Por un lado, se convierte toda la FP en Dual, distinguiendo entre General y Avanzada, llegando esta última a tener hasta el 50% de las horas en empresas. Por otro lado, da mayor “flexibilidad” para los itinerarios académicos, profundizando en la formación modular, lo  que permite adaptar los itinerarios formativos a la demanda de fuerza de trabajo específica del tejido productivo del territorio.

En otras palabras: la ley ofrece mano de obra casi gratuita a las empresas en forma de estudiantes en prácticas que ocupen el puesto de un trabajador, presionando las condiciones de estos a la baja, teniendo las empresas rotaciones constantes de estudiantes y una menor necesidad de contratar personal. Mientras tanto, profundiza en la hiperespecialización y la tecnificación educativa, acotando los conocimientos a las necesidades específicas que requiere la patronal.

La mayor flexibilidad y el sistema dual delinean, junto el resto de leyes educativas y las transformaciones en el ámbito laboral, una pauta de vida característica para los jóvenes trabajadores enormemente beneficiosa para que los capitalistas remonten su tasa de ganancia. La carestía de la vida refuerza la necesidad de empleo y el paro juvenil crónico presiona en la línea de aumentar nuestra cualificación de manera permanente para tener mayores posibilidades de contratación y permanencia. La temporalidad y la parcialidad imbrican así con un sistema educativo cada vez más flexible que garantiza que compaginemos y alternemos entre el trabajo, el estudio, las prácticas y el paro mientras los capitalistas solo obtienen de esto beneficios: mano de obra gratuita o semi gratuita, trabajo a demanda, beneficios directos a través del sistema educativo, etc.

Con estas medidas se entiende mejor el amplio apoyo recibido, que no se limita al Congreso de los Diputados, pues también la patronal se ha mostrado muy favorable a una ley que contiene para ellos: “reivindicaciones históricamente necesarias del sector” . Mientras tanto, el Gobierno la vende como el antídoto ante el desempleo juvenil y los medios de comunicación se hacen eco de este remedio mágico, poniendo en valor que no ha sacado a la comunidad educativa a la calle.

Poco les importa que esto sea por la discreción con la que se haya tramitado la ley o por los fuertes condicionantes de la pandemia. Lo que sí está claro es que se está iniciando un nuevo ciclo de protestas estudiantiles, que ya empezó a finales del curso pasado y volvió a la calle el pasado 24 de Marzo contra los ataques a las enseñanzas universitarias. Estas movilizaciones y muestras de descontento, que van en aumento, poco tardarán en sumar al conjunto del estudiantado. Porque lo que esta claro es que nuestra formación es para ellos un negocio, y para que esto cambie es tan urgente como necesario pasar de la indiferencia y la apatía a la lucha y la organización.

*++