¿China se lo piensa mejor?
Por Xulio Ríos
Rebelion
02/04/2022
Fuentes: Ctxt
La polémica en torno a la estrategia a seguir en la guerra ruso-ucraniana
revela que no todo es monocorde en la cúpula del Gobierno
Esta semana,
los ministros de Exteriores chino y ruso, Wang Yi y Serguei Lavrov
respectivamente, se reunieron en suelo chino por segunda vez en lo que va de
año. En la ocasión, Wang reiteró que “no hay techo para oponerse a la
hegemonía”, si bien su relación bilateral se basa en la “no alianza, no
confrontación y no atacar a ningún tercero”. Wang también abogó por impulsar la
relación “a un nivel superior”, en línea con el consenso forjado por los dos
jefes de Estado respectivos, Vladímir Putin y Xi Jinping. En las relaciones
Beijing-Moscú, hay una impronta personal muy destacada de ambos y, en lo que
viene al caso, de Xi.
Semanas atrás,
en la clausura de las sesiones parlamentarias anuales, el primer ministro Li
Keqiang daba curso a un mensaje mucho más modulado, instando a la cooperación y
a evitar un enfrentamiento con EEUU, enfatizando que las diferencias “pueden y
deben superarse”. Para Li, la principal prioridad de la política exterior china
debiera ser recomponer la relación con EEUU. Y eso, a día de hoy, también pasa
por Ucrania.
La melodía
conciliadora de Li daría a entender que la “alianza sin límites” con Rusia
nunca debe ser impedimento para la concreción de alguna forma de coexistencia
con EEUU. Con seguridad, Li tiene en mente ciertos datos. Por ejemplo, que para
Beijing, las relaciones económicas con Estados Unidos y Europa son más
importantes que las de Rusia. La preferencia contable, que es también una
exigencia estratégica ineludible, resulta contundente a pesar de los
importantes contratos de gas y petróleo (el nuevo gasoducto Rusia-China a
través de Mongolia, concluido a principios de marzo, tiene una capacidad anual
de 50.000 millones de metros cúbicos, equivalente al North-Stream 25) o de las
compras de cereales a Moscú.
Otras cifras
confirmarían dicho aserto. Entre 2015 y 2020, la inversión china en Rusia al
margen de los hidrocarburos cayó de casi 3.000 millones de dólares a solo 500
millones. Al mismo tiempo, y a pesar de un grave descenso debido a la reiterada
aprobación de leyes destinadas a frenarlas, en Europa siguen acercándose a los
10.000 millones de euros, es decir, 20 veces más.
Con Estados
Unidos, donde las empresas chinas invirtieron 38.000 millones de dólares en
2020, la diferencia es aún más sustancial. Si nos fijamos en el comercio, punto
fuerte indiscutible de China, las diferencias muestran, más allá de las
apariencias, una irresistible atracción por el mercado estadounidense. En 2021,
el comercio entre Estados Unidos y China ascendió a casi 700.000 millones de
dólares, mientras que el comercio con Rusia, a pesar de un rápido aumento desde
2020, se limita a 140.000 millones de dólares anuales, la mayor parte de los
cuales consiste en las citadas importaciones chinas de gas y petróleo. El
déficit para la Casa Blanca, por cierto, asciende a 350.000 millones de dólares
a pesar de varios años ya de guerra comercial, impuesta, dicen, para
recortarlo.
La posición
habitualmente expresada por Wang Yi o también por su inmediato superior, Yang
Jiechi, es de clara y abierta oposición a EEUU y de rechazo de la influencia
occidental, muy en línea con el presidente Xi. Por el contrario, la de Li
Keqiang sugiere evitar el cara a cara con EEUU para así reducir el riesgo de
represalias que puedan poner en peligro la consecución de los objetivos de
desarrollo, de los que debe responder en primera instancia como principal
responsable. De ahí, quizá, la obsesión por evitar un escenario que pueda
desembocar en una grave ruptura con Occidente.
En esa misma
línea cabe destacar el pronunciamiento del actual embajador en Washington, Qing
Gang, apelando a la prudencia y a guardar cierta distancia, sugiriendo alejarse
rotundamente de cualquier esquema que conduzca a una confrontación directa con
la OTAN o la UE. Todo ello, entiéndase bien, sin alterar el discurso formal de
amistad con Rusia. En el centro de las preocupaciones, evitar que las
relaciones con Occidente se deterioren aún más a causa de su posición ante la
invasión rusa de Ucrania. El portavoz de la embajada china en Washington, Liu
Pengyu, asegura, por ejemplo, que China y EEUU “pueden y necesitan cooperar
para poner fin al conflicto entre Rusia y Ucrania a pesar de sus diferentes
enfoques”.
¿Solo matices o discrepancias?
A medida que la
guerra perdure en el tiempo y que las sanciones occidentales puedan hacer mella
sustancial en el entramado económico ruso, el ejercicio de ponderación sobre la
fidelidad a la “relación de nuevo tipo” con Moscú y el cálculo sobre el impacto
en sus relaciones con EEUU, puede acentuarse en Zhonnanghai, la sede del poder
chino.
A la cumbre de
Roma entre el consejero de Seguridad de la Casa Blanca, Jack Sullivan, y el
exministro de Exteriores chino Yang Jiechi, y el posterior encuentro virtual de
Xi con Biden se suma ahora la cumbre China-UE del 1 de abril. Beijing dispondrá
entonces de un mejor y completo retrato de una situación marcada por la
proliferación de amenazantes advertencias sobre una hipotética ayuda china para
que Moscú pueda sortear las sanciones occidentales.
De entrada, los
tres gigantes energéticos chinos –Sinopec, China National Petroleum Corp y
China National Offshore Oil Corp–, tras evaluar el coste de las posibles
sanciones occidentales sobre sus multimillonarias inversiones, han decidido
esperar a mejor ocasión para tomar decisiones sobre nuevas inversiones. Así se
lo reclamaron desde el ministerio correspondiente, a recaudo de Li Keqiang.
A dicho síntoma
se ha sumado cierto debate interno que ha trascendido. Hu Wei, profesor del
Instituto de Estudios Marxistas de la Escuela del Partido Comunista de
Shanghái, presidente de la Asociación de Investigación de Políticas Públicas de
Shanghái pero, sobre todo, vicepresidente del Centro de Investigación de
Políticas Públicas del Consejo de Estado (del entorno del primer ministro Li),
en un artículo publicado en inglés el 5 de marzo por el US-China Perception Monitor revela que las operaciones contra Ucrania han generado una gran
controversia en China, con partidarios y opositores (de la guerra) divididos en
dos campos diametralmente opuestos”.
Para Hu Wei,
“esta operación militar es un error irreversible”, enfatizando que “China no
puede estar atada a Putin y debe cortar sus lazos cuanto antes” porque “hay
pocas esperanzas de victoria y las sanciones occidentales han alcanzado un
nivel sin precedentes”. En consecuencia, Beijing debería desprenderse de esta
carga lo antes posible y acercarse a las posiciones occidentales. Tales
afirmaciones suponen un claro desentendimiento de la política seguida hasta
ahora, conducida por el Ministerio de Relaciones Exteriores en línea con las
instrucciones del propio presidente chino. Hu Wei cree que China debe evitar
quedar aislada pues en ese caso, más temprano que tarde, deberá enfrentarse a
las sanciones que le impondrían Estados Unidos, pero también la Unión Europea,
Japón, Australia y otros países.
Persistir en la
vía actual solo añadiría justificaciones para la política occidental de cerco y
contención de China, algo en curso ya desde hace años, no solo a consecuencia
de la guerra en Ucrania. Por el contrario, un giro en esta cuestión podría
desarmar el objetivo de EEUU de sancionar a China y enfrentarse a ella de forma
coordinada con sus aliados en la región y en el mundo. Asimismo, de
posicionarse más claramente, ganaría el aplauso de buena parte de la comunidad
internacional y le permitiría mejorar la relación con Occidente, cuestión de importancia
vital para moderar las tensiones.
En el contexto
del XX Congreso del PCCh, previsto para otoño, este debate abre una profunda
discusión que puede afectar no solo a la estrategia china a propósito de Rusia
en la guerra y más allá, sino a la propia posición general de Xi, que
internamente podría ser cuestionado en su infalibilidad de lograr estas
divergencias cierto apoyo en el aparato del Partido.
¿Dos caras de
la misma moneda o discrepancias sustanciales? Sabido es que Xi Jinping y Li
Keqiang, si bien comparten aspectos sustanciales como la preservación de la
hegemonía sistémica del PCCh, divergen en otros aspectos, especialmente en
materia de modelo económico. Li, próximo a Hu Jintao y su vivero de la Liga de
la Juventud, fue el principal promotor durante su mandato como viceprimer
ministro (2008-2012) del documento “China 2030”, elaborado en colaboración con
el Banco Mundial. Su esencia era la apuesta por promover una nueva ola de
reformas liberales con especial afectación a las empresas estatales, al papel
del mercado y del sector privado, etc. La política seguida por el gobierno
chino a partir de 2012 no ha sido esa, sino más bien la contraria, en línea con
la reafirmación de los postulados marxistas de preferencia de Xi en el contexto
de un rechazo más amplio de las influencias liberales occidentales.
Hace unas
semanas, Li dejó entrever que el año próximo abandonará el cargo. Se ignora si
dejará también el Comité Permanente del Buró Político, órgano clave donde, al
no haber cumplido aún los 68 años de rigor, podría seguir de generalizarse la
supresión del límite de los dos mandatos consecutivos. Si bien Xi Jinping opta
a un tercer mandato presidencial a pesar de haber superado los 69 años, la
polémica en torno a la estrategia a seguir en la guerra ruso-ucraniana (que
revela también que no todo es tan monocorde internamente) puede acabar
afectando al retrato final de la cúpula del poder chino a partir del próximo
congreso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario