Europa padece
ahora una nueva guerra en su territorio. Una lección amarga. Debiéramos
prepararnos desde ya para evitar que esta crisis tenga un “segundo tiempo” en
Asia, quizá en un lustro, dicen los jefes militares del Pentágono.
Líneas rojas: ¿De Ucrania a Taiwán?
El Viejo Topo
3 abril, 2022
En las semanas
previas a la invasión rusa de Ucrania, se especuló mucho sobre la concatenación
de esta crisis con la existente en el Estrecho de Taiwán. Los paralelismos no
han pasado desapercibidos. En Asia, las tensiones entre Beijing y Taipéi han
estado escalando desde 2016 con muestras crecientes de exhibición de músculo
castrense, con implicaciones no solo de China sino también de EEUU. No pocos se
han apresurado a dar la alarma de que Taiwán “podría ser el siguiente”. Sin
embargo, a día de hoy, no hay caso. China, que enaltece la estabilidad sobre
cualquier otra variable, no imitará a Rusia. En primer lugar, por un doble
sentido de oportunidad y capacidad: no está preparada para una acción de
similar envergadura; segundo, porque la apuesta por la reunificación pacífica
aun prima sobre la opción de la fuerza, ciertamente nunca descartada.
Tras la
invasión, el escenario es otro. China rechaza la violación de la integridad
territorial de un país soberano como Ucrania, aunque “comprende” la reacción
rusa ante el desafío del expansionismo militar de la OTAN. En consecuencia, China,
como ocurrió en 2014 con Crimea, no se avendrá a reconocer los nuevos
territorios segregados de Ucrania porque ello podría, en caso de crisis, abrir
la espita en cascada del reconocimiento de la “independencia” de Taiwán. En
Taipéi se condenó sin paliativos la violación de la soberanía ucraniana,
calificándola de cambio del statu quo y se sumará a las sanciones, incluyendo
el cese de la exportación de microchips.
La empatía
china con el Kremlin viene suscitada por la interiorización de un compartido sentimiento
de acoso, es decir, la convicción de que Occidente está dispuesto a todo para
preservar una hegemonía sobre la que planea el reto emergente chino, con
el sorpasso económico al alcance de la mano. A Beijing no se
le escapa que Rusia no es rival para Washington y que la hipotética gran
batalla está por librarse. Pero de igual forma que la OTAN no renuncia a
expandirse más y más en el escenario europeo, la opción de reflotar el QUAD
(Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) o
de construir el AUKUS (Australia, Estados Unidos y Reino Unido) responden a la
misma idea, la de contener a China combinando diversas opciones (económica,
comercial, tecnológica, militar…).
China es
consciente de que una guerra en Europa es una pésima noticia. En modo alguno
compensa que EEUU pueda distraerse con esta crisis porque el peso,
abrumadoramente, recaerá sobre un continente ahora atado más en corto a
Washington y más dependiente de la Alianza Atlántica, una realidad que quisiera
ablandar para que pueda afianzarse como contrapeso. Ante los hechos consumados,
Beijing calibra el alcance de las sanciones anunciadas y probablemente mitigará
cuando pueda sus efectos en relación a Moscú. De hecho, sus aduanas ya se han
abierto sin restricciones para las importaciones de trigo ruso. Si ante la
hipótesis de la exclusión del sistema de pago Swift llevan tiempo trabajando
codo con codo en el diseño de mecanismos alternativos, también al dólar en sus
transacciones a fin de reducir vulnerabilidades, el grueso del comercio
bilateral, poco diversificado, seguirá girando en torno a la energía. China,
por tanto, nadará y guardará la ropa echando mano de los malabarismos
necesarios.
Pero el “modelo
Ucrania” y su supeditación al “contexto histórico” en detrimento de la
soberanía democrática puede reproducirse en Taiwán en pocos años. China ha
dicho que la reunificación es una línea roja, es decir, un “interés central”. Y
los vientos no soplan a su favor. No es solo el poder político en Taipéi el
beligerante con su proyecto, muy desacreditado tras la crisis de Hong Kong en
2019; es la sociedad taiwanesa la que se aleja más y más. Washington, por su
parte, agujerea un día sí y otro también la política de una sola China que
rubricó en el Comunicado de Shanghái hace ahora 50 años. Por tanto, en poco
tiempo podemos hallarnos ante una tesitura de gravedad similar.
Europa padece
ahora una nueva guerra en su territorio. Una lección amarga. Debiéramos
prepararnos desde ya para evitar que esta crisis tenga un “segundo tiempo” en Asia,
quizá en un lustro, dicen los jefes militares del Pentágono. Putin ha dado un
primer paso. Los internautas chinos también advierten que, al igual que
Ucrania, Taiwán será abandonado por Estados Unidos y Occidente cuando
China pueda destruir fácilmente la infraestructura defensiva de Taipéi.
Cuestión de horas ya, según algunos expertos, también taiwaneses.
Pero Xi
Jinping, a la espera de ser renovado en el XX Congreso del PCCh de otoño
próximo, también prioriza la estabilidad, lo cual sugiere la posibilidad de un
cierto ajuste estratégico que apueste por el apaciguamiento de las tensiones.
Europa debe
tender puentes y capitalizar esa indispensable misión reguladora esencial en la
definición de ese orden internacional del siglo XXI que está al acecho. Urge
asegurar que los temores en el Pacífico se resuelvan apelando a la disposición
preferente de medidas de confianza estratégica. Ucrania representa un test para
todos. No dejemos a China más opción que profundizar su “comprensión” con
Moscú.
Publicado en el Observatorio de la Política
China.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario