martes, 16 de junio de 2015

EE.UU, ESTÁ LLEGANDO EL DÍA DE SAN MARTÍN

Washington versus China en el siglo XXI

La geopolítica del declive mundial de Estados Unidos

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Rebelión
TomDispatch
13.06.2015

Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza


Incluso para los más grandes imperios la geografía es a menudo destino. Sin embargo, esto no se lo enseñarán en Washington. Las elites políticas, de seguridad nacional y de política exterior estadounidenses siguen ignorando los fundamentos de la geopolítica que han conformado el destino de los imperios mundiales en los últimos 500 años. En consecuencia, no han entendido el sentido y la importancia de los rápidos cambios globales que se han producido en Eurasia y que están socavando la ambiciosa estrategia de Washington para dominar el mundo de las últimas siete décadas.
Una mirada superficial a lo que actualmente se entiende por "sabiduría" interna en Washington revela una concepción del mundo sorprendentemente insular. Fíjense por ejemplo en el científico político de Harvard Joseph Nye Jr., conocido por haber creado el concepto de "poder blando". Proporcionando una simple lista de las maneras en que él cree que el poder militar, económico y cultural de Estados Unidos sigue siendo único y superior, recientemente sostenía que no existe ninguna fuerza, interna o global, capaz de eclipsar el futuro de Estados Unidos como principal potencia mundial.
A quienes señalan la emergente economía de Beijing y proclaman este "el siglo chino", Nye les ofreció un listado de inconvenientes: la renta per cápita de China "tardará décadas (si es que lo logra) en alcanzar" la de Estados Unidos; de manera miope, ha "enfocado sus políticas principalmente en su región"; no ha "desarrollado ninguna capacidad significativa para la proyección de la fuerza global". Sobre todo, declaró Nye, China sufre "desventajas geopolíticas en el equilibrio de poder dentro de Asia, si se compara con Estados Unidos".
O dicho de otro modo (y en esto Nye es representativo de todo un mundo de pensamiento en Washington): con más aliados, barcos, combatientes, misiles, dinero, patentes y películas taquilleras que ninguna otra potencia, Washington gana definitivamente.
Si el profesor Nye dibuja el poder con números, el último mamotreto del ex secretario de Estado Henry Kissinger, modestamente titulado World Order[Orden mundial] y aclamado en las reseñas como nada menos que una revelación, adopta una perspectiva nietzscheana. El eterno Kissinger presenta la política mundial como si fuera plástico, es decir, sumamente susceptible de ser modelada por grandes líderes con deseos de poder. Según este criterio, siguiendo la tradición de los grandes diplomáticos europeos Charles de Talleyrand y el príncipe [Klemens von] Metternich, el presidente Theodore Roosevelt fue un intrépido visionario que impulsó "el papel estadounidense en la gestión del equilibrio Asia-Pacífico". Por otro lado, el sueño idealista de Woodrow Wilson de la autodeterminación nacional le volvió un inepto en geopolítica, mientras que Franklin Roosevelt estuvo ciego ante la inflexible "estrategia global" del dictador soviético Joseph Stalin. Harry Truman, por el contrario, superó la ambivalencia nacional para comprometer a "Estados Unidos en la conformación de un nuevo orden internacional", una política sabiamente seguida por los siguientes 12 presidentes.
Entre los más "valientes", insiste Kissinger, estuvo el líder del "coraje, la dignidad y la convicción", George W. Bush, cuya apuesta firme por la "transformación de Iraq de uno de los estados más represivos de Oriente Medio en una democracia multipartidista" habría tenido éxito de no ser por el "implacable" empeño de Siria e Irán en subvertir su trabajo. Desde esa perspectiva, no hay lugar para la geopolítica; lo único que realmente importa es la visión audaz de los "hombres de Estado" y los reyes.
Y quizá esa sea una perspectiva reconfortante en Washington en un momento en el que la hegemonía de Estados Unidos está desmoronándose en medio de un desplazamiento tectónico del poder mundial.
Con unos consagrados visionarios en Washington tan sorprendentemente obtusos en cuestiones de geopolítica, quizá haya llegado el momento de volver a los principios básicos. Eso significa regresar al texto fundacional de la geopolítica moderna, el cual sigue siendo una guía indispensable pese a haber sido publicado en una oscura revista de geografía británica hace más de un siglo.
Sir Halford inventa la geopolítica
En una fría tarde londinense de enero de 1904, Sir Halford Mackinder, el director de la London School of Economics, "cautivó" a las personas reunidas en el auditorio de la Real Sociedad Geográfica (Londres) en [el número 1 de] Savile Row, mientras pronunciaba una conferencia con el atrevido título "The Geographical Pivot of History" ["El pivote geográfico de la historia"] [1]. Esta conferencia evidenció, a decir del presidente de la institución, "una brillantez descriptiva [...] rara vez igualada en esta sala".
Mackinder sostuvo que el futuro del poder mundial no radicaba, como imaginaba la mayoría de los británicos, en controlar las vías marítimas mundiales sino una vasta masa de tierra que él denominó "Euro-Asia". Apartando la atención de Estados Unidos para colocar a Asia Central en el epicentro del globo, e inclinando a continuación el eje de la Tierra un poquito más hacia el norte de lo que lo hace la proyección de Mercator, Mackinder redibujó y, por lo tanto, reconceptualizó la cartografía mundial.
Su nuevo mapa mostraba África, Asia y Europa no como tres continentes separados, sino como una masa de tierra unitaria, una auténtica "isla mundial". El ancho y profundo "heartland" ("corazón continental") –6.437 km desde el golfo Pérsico hasta el mar de Siberia Oriental– era tan enorme que solo podría ser controlado desde sus "rimlands" ("márgenes continentales" [2]) en Europa Oriental o lo que él denominó "marginal" marítimo en los mares circundantes.
El "descubrimiento de la ruta que, pasando por el Cabo de Buena Esperanza, conducía hasta la India" en el siglo XVI, escribió Mackinder, "dotó a la cristiandad de la movilidad de poder más amplia que se conoce [...] envolviendo con su influencia al poder terrestre euroasiático que hasta entonces había amenazado su propia existencia". Esta enorme movilidad, explicó más adelante, dio a los navegantes europeos "superioridad durante aproximadamente cuatro siglos sobre la gente de tierra de África y Asia".
Sin embargo, el "heartland" de esta vasta masa de tierra, una "región pivote" que se extiende desde el golfo Pérsico hasta el río Yantzé en China, sigue siendo nada menos que el punto arquimédico del poder mundial futuro. "Quien gobierne el Corazón Continental dominará la Isla Mundial", resumió más adelante Mackinder. "Quien gobierne la Isla Mundial dominará el mundo" [3]. Más allá de la vasta masa de esa isla mundial, que conforma el 60% de la superficie terrestre del planeta, se encontraba un hemisferio de menor importancia cubierto de grandes océanos y unas pocas "islas más pequeñas" lejanas. Se refería, por supuesto, a Australia y las Américas.
Para la generación anterior, la apertura del Canal de Suez y el transporte marítimo a vapor habían "incrementado la movilidad del poder marítimo [con relación] al poder terrestre". Pero los futuros ferrocarriles podían tener "un papel muy destacado en la estepa", afirmaba Mackinder, disminuyendo los costes del transporte marítimo y desplazando el centro neurálgico del poder geopolítico tierra adentro. Con el tiempo, el "Estado pivote" de Rusia podría, aliado con otra potencia como Alemania, expandirse "por las tierras marginales de Eurasia", permitiendo "el uso de amplios recursos continentales para la construcción de una flota, y un imperio de alcance mundial estaría a la vista".
Durante las dos horas siguientes, según iba leyendo un texto denso con la sintaxis enrevesada y las referencias clásicas esperadas de un antiguo catedrático de Oxford, su audiencia supo que estaba teniendo conocimiento de algo extraordinario. Varias personas se quedaron después para realizar extensos comentarios. Por ejemplo, el reconocido analista militar Spenser Wilkinson, el primero en ocupar una cátedra de historia militar en Oxford, se declaró poco convencido de la "moderna expansión de Rusia", insistiendo en que el poder naval británico y japonés continuaría la histórica función de mantener "el equilibrio entre las fuerzas dividas [...] en la región continental".
Ante la presión de su entendida audiencia para que tuviera en cuenta otros hechos y factores, incluyendo el "aire como medio de locomoción", Mackinder respondió: "Mi objetivo no es predecir un gran futuro para este o aquel país, sino establecer una fórmula geográfica que usted pueda aplicar a cualquier equilibrio político". En lugar de explicar hechos específicos, Mackinder estaba elaborando una teoría general sobre la relación causal entre geografía y poder mundial. "El futuro del mundo", repetía, "depende del mantenimiento de [un] equilibrio de poder" entre las potencias marítimas como Gran Bretaña y Japón situados en el marginal marítimo y "las fuerzas internas expansivas" dentro del heartland euro-asiático que pretendían contener.
Mackinder no solo expresó una visión del mundo que influiría en la política exterior británica durante varias décadas, sino que en aquel momento acababa de crear la ciencia moderna de la "geopolítica": el estudio de cómo la geografía, bajo determinadas circunstancias, puede conformar el destino de pueblos, naciones e imperios enteros.
Aquella noche en Londres fue, por supuesto, hace muchísimo tiempo. Era otra época. Inglaterra todavía estaba de duelo por la muerte de la reina Victoria. Teddy Roosevelt era presidente. Henry Ford acababa de abrir una pequeña fábrica de automóviles en Detroit para fabricar su Modelo A, que tenía una velocidad punta de 45,06 km/h. Solo un mes antes, el "Flyer" de los hermanos Wright realizó su primer vuelo, alcanzando una altura de 36,57 m, para ser exactos.
Y aún así, durante los siguientes 110 años las palabras de Sir Halford Mackinder ofrecerían un prisma de excepcional precisión para entender la a menudo oscura geopolítica detrás de los conflictos mundiales más importantes: dos guerras mundiales, una Guerra Fría, las guerras de Estados Unidos en Asia (Corea y Vietnam), dos guerras en el golfo Pérsico e incluso la interminable pacificación de Afganistán. La pregunta hoy es: ¿Cómo puede ayudar Sir Halford a entender no solo los siglos pasados, sino el próximo medio siglo?

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ORIENTE PRÓXIMO



Informar sobre Oriente Próximo

La necesidad de un periodismo honesto

Rebelión
Middle East Eye
12.06.2015

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.


Escribir e informar sobre Oriente Próximo no es tarea fácil, especialmente en estos tiempos de confusión y agitación. Pero no recuerdo otro momento en la historia reciente en el que hayamos estado más necesitados de periodistas brillantes que encaren los juicios preconcebidos, que piensen en términos de contextos, causas, alianzas y no en intereses ideológicos, políticos o financieros. 

Como cuestión preliminar al tratar la cuestión de Oriente Próximo cabe decir que la propia designación de “Oriente Próximo” es en sí misma muy cuestionable. Es arbitraria y sólo puede entenderse en los contornos de otra entidad, Europa, cuya empresa colonial impuso tal designación al resto del mundo. La Europa colonialista era el centro del globo y todo lo demás se medía desde la distancia física y política del continente dominante. 

Los intereses occidentales en la región nunca han remitido. De hecho, tras las guerras dirigidas por Estados Unidos contra Iraq (1990-1991), después de una década de embargo y una nueva guerra e invasión implacables (2003), “Oriente Próximo” vuelve a situarse en el epicentro de las ambiciones neo-coloniales, de los colosales intereses económicos occidentales, y de sus maniobras estratégicas y políticas. 

Cuestionar la designación de “Oriente Medio” supone tomar conciencia de la historia colonial y de su sostenida y feroz competencia económica y política perceptible en cualquier ámbito de la vida en la región. 

Arundhati Roy afirma: “Lo cierto es que no existe eso de los sin voz”. Existe solo lo que se silencia deliberadamente o lo que se prefiere no escuchar”. Durante décadas e incluso siglos, la región de Oriente Próximo ha sido una de las peor interpretadas del mundo. Las interpretaciones equívocas y sus consecuentes estereotipos reforzaron los diseños coloniales del pasado y refuerzan los proyectos neo-coloniales en la zona para despojarla de su legado, de su dignidad y de sus recursos. El inicio de la primavera árabe anticipó un oleaje esperanzado en que las mareas podrían virar y en que por fin había llegado el turno de expresarse a quienes habían sido silenciados tanto a escala regional como internacional. 

Sin embargo, la narrativa de la primavera árabe se ha transformado por completo en otra de nuevo cuño que es sectaria hasta la médula. Esto ha producido la polarización de gran parte de los medios de comunicación de Oriente Próximo y de buena parte de quienes escriben sobre la región. Lo habitual es reducirlo todo a una cuestión tan simplista como estar del lado que dirigen los saudíes o del que dirigen los iraníes. Los y las periodistas que intentan presentar los acontecimientos en su verdadera complejidad al margen del discurso simplista de la polarización no encuentran margen para hacerlo. 

Esta es una época triste en la que muchos periodistas se han vendido dispuestos a prestar sus plumas al mejor postor. A veces, las informaciones que ofrecen al mundo no tienen nada que ver con la realidad sobre el terreno; no son más que un mosaico de estereotipos, rumores, y farfullos de funcionarios privilegiados que ignoran la dramática situación que atraviesan sus pueblos, ya sea en Egipto, en Palestina, en Yemen o en cualquier otro lugar. 
Pero no tiene por que ser así; hay ciertas pautas en el periodismo que pueden contribuir a sortear la trampa de este fraude periodístico. Lo mejor que un periodista puede hacer para evitar la producción de basura literaria es empezar desde abajo. Hallar a los afectados por el acontecimiento sobre el que uno informa: las víctimas, sus familias, los testigos y la comunidad en su conjunto. Son esas voces tantas veces ignoradas o utilizadas como relleno de contenido, en las que debe centrarse cualquier información rigurosa sobre lo que ocurre en la región, especialmente en las zonas devastadas por la guerra y el conflicto. 

Es cierto que un mismo acontecimiento puede ofrecer dos caras distintas pero eso no debe ser el hilo conductor al presentar la información. Y si se requiere un sesgo, que sea por un buen motivo. Los derechos humanos, la resolución del conflicto, la paz. Que sea la comprensión del coste del conflicto lo que guíe la explicación de asuntos mayores y multifacéticos sin abogar por una causa u otra. La defensa de los derechos humanos, cuando obedece a razones correctas, es una misión noble y relevante pero por sí sola no es periodismo. 

Escribo esto desde la profunda comprensión de quien ha formado parte de los sin voz y ha pasado la mayor parte de su vida bajo el yugo de un ocupante brutal. Si algo necesita este mundo es una estirpe de periodistas honestos que no tomen más partido que el de los oprimidos. No podremos hallar resolución a los trágicos acontecimientos que se desarrollan a nuestro alrededor hasta que entendamos la verdad de cómo hemos llegado a esta sombría realidad en la que nos encontramos. Decir la verdad es un buen punto de partida. 


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