sábado, 20 de mayo de 2017

AL PSOE: ¿A FALTA DE LIDER O DE CONTENIDO DE TEORÍA Y PRACTICA SOCIALISTAS?




La historia del PSOE son dos historias. Una socialista y la otra no socialista, por tanto nada tienen que ver la una con la otra. Una historia, la socialista, es la que va desde la fundación del PSOE hasta Felipe González y sus sucesores. La historia no socialista arranca con este último y continúa hasta la Gestora actual, si bien ambas historias se cobijan en las mismas siglas: PSOE.

 

Una visión del socialismo del PSOE y por tanto de su historia hasta Felipe González, podríamos verla en el fragmento de la carta (“Un socialista más”) de Don Miguel de Unamuno que dirigió al director de la Lucha de clases (publicada en “La Lucha de clases, Bilbao, 21 de octubre, 1894.)[i]: “Hace tiempo que, como todos los que hoy se cuidan de tomar la vida en serio  me venía preocupando lo que ha dado en llamarse la cuestión social. Observaba la marcha del socialismo, al cual apenas conocía más que por las exposiciones disparatadas y malévolas que de él hacen los que lo combaten a la desesperada. Aún a través de esas mentiras…, vislumbraba el único ideal potente y vigoroso que puede unir y vivificar a los pueblos. Me puse a estudiar la economía política del capitalismo y el socialismo científico a la vez, y ha acabado por penetrarme la convicción de que un socialismo limpio y puro, sin disfraz ni vacuna, el socialismo que inició Carlos Marx…, y al cual vienen a refluir corrientes de otras partes, es el único ideal hoy vivo de veras, es la religión de la humanidad […] La tarea de propagarlo en nuestra España es dura…, el capitalismo burgués se defiende a muerte, con proteccionismos, con monopolios, con paz armada y ejércitos dispendiosisimos, con amenazas y promesas y mentiras, con falsa benevolencia y hasta calumniando al socialismo unas veces y forjando otras una falsificación de él para engañar a incautos y engañarse así mismo. Esta última arma le da algún resultado…, no faltan quienes quieren presentar a tal o cual poderoso como mesías de la clase trabajadora […] Es preciso hacer ver que los socialismos burgueses son enemigos del verdadero socialismo o engañosos sofismas…, es preciso repetir una y mil veces que la lucha es entre los que trabajan para que todos coman y vivan y alimenten sus espíritus y los vagos, más o menos encubiertos, que viven del trabajo ajeno […] Hay que repetir que no se trata de comerse a los niños crudos […] Hay que hacer ver con empeño que el socialismo no es revolucionario por el gusto y afición a la jarana, pues sólo el vago es bullanguero […] La revolución social es un medio, probable y desgraciadamente inevitable, para el triunfo de la verdadera paz, no la de la paz armada que consume las fuerzas de Europa mucho más que lo hace una revolución […] Y luego hay que romper las telarañas que tienen en la cabeza los obreros intelectuales, que han servido hasta hoy de guardia civil al capitalismo burgués…, que aún se empeñan en hacer creer que sus intereses son los de los amos […] Le pido y espero me preste las columnas de su semanario de vez en cuando, para desde ellas hacer algo por la difusión de nuestro común ideal”.

 

 La historia no socialista del PSOE comienza precisamente con la traición a sus propios principios al abandonar el marxismo en 1978 mediante las maniobras políticas de Felipe González en nombre de la “modernidad”, a cuya traición hay que añadirle no poca hipocresía y cinismo, puesto que a pesar de las últimas aseveraciones, en la contratapa del carnet del partido, todavía puede leerse:

 

“DECLARACION DE PRINCIPIOS (contratapa del carnet de PSOE)

 

El Partido Socialista declara que tiene por aspiración:

 

1º la posesión del poder político por la clase trabajadora.

 

2º la transformación de la propiedad individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad colectiva, social o común.

 

Entendemos por instrumentos de trabajo la tierra, las minas, los transportes, las fábricas, máquinas, capital-moneda, etc., etc.”

 

3º La organización de la sociedad sobre la base de la federación económica, el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras, garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo, y la enseñanza general científica y especial de cada profesión a los individuos de uno y otro sexo.

 

4º la satisfacción por la sociedad de las necesidades de los impedidos por edad o por padecimiento.

 

En suma: el ideal del Partido Socialista Obrero es la completa emancipación de la clase trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales, honrados e inteligentes".



 



[i] Miguel de Unamuno. Obras completas, tomo IX, págs. 478-479. ESCELIER.

SOBRE VENEZUELA Y OTRAS VENEZUELAS

 


Los expertos en Venezuela

20.05.2017


Sobrevolar la realidad se ha convertido en el deporte preferido de muchos analistas. En esta nueva época de lo exprés, cada vez son más frecuentes los exámenes aéreos. Sorprende que cualquiera pueda escribir al mismo tiempo de Venezuela, Ecuador, Paraguay o Brasil como si conociera cada casuística en profundidad. Cada vez que asoma una coyuntura atractiva, surgen venezolanólogos, ecuatorianólogos, paraguayólogos, brasileñólogos... Con Google bajo el brazo, se atreven a pontificar y sentenciar sin leer la letra pequeña de cada caso.

Hoy en día vale todo. Se pasa de país a país solo con un simple salto de página. Tan sencillos como superficiales son los análisis low cost que comienzan a proliferar para dictar cátedra sobre cuestiones realmente delicadas. Así se crean matrices de opinión desde los medios hegemónicos conservadores. Un buen titular, una gran campaña de publicidad, una buena red de medios orquestados, y con todo ello, vale todo. Dictadura en Venezuela; fraude en Ecuador; corrupción del kirchnerismo. Así de fácil para construir eso que ahora llaman posverdad.

No obstante, este quehacer no debería extrañar a nadie. Los medios dominantes no necesitan apenas rigor para ratificar lo que su línea editorial previamente ha determinado. Sin embargo, lo verdaderamente sorprendente es la aparición, cada vez con más fuerza, de una suerte de neoprogresismo desencantado-resentido que se suma a la fiesta de lo aéreo. Miran desde afuera, con gran distancia, sin embarrarse lo más mínimo y con escaso conocimiento de lo que sucede puertas adentro. Aun así, su condición de intelectualidad les da licencia para autoconsiderarse como “los inspectores de las revoluciones ajenas” (tal como lo escribía Rodolfo Puiggrós).

Se animan a escribir cualquier cosa sobre cualquier país. No les importa ni el contexto ni la historia; ni la correlación de fuerzas políticas y económicas; ni los entresijos jurídicos de cada conflicto; ni siquiera les importan los intereses que persiguen esos medios concentrados por los cuales precisamente se informan. Boaventura de Sousa Santos consideró al epistemicidio como una fórmula de destrucción de conocimiento causada por el colonialismo europeo. Y bien podría extenderse este término a lo que hacen muchos analistas desde su contemplación aérea.

Seguramente, Venezuela es el país que más atrae la atención de propios y extraños. Es desorbitante el número de textos que cada día se vierte sobre lo que ocurre con la Revolución Bolivariana. Maduro se ha convertido en trending topic permanente. Los francotiradores de los grandes medios hacen su trabajo y centran el foco. Y la izquierda infantil cae rápidamente en la trampa, cautivada por la necesidad de dedicarle unas líneas para salvar a la humanidad y también a su propio ego.

Salvo en contadas excepciones, estoy convencido de que ninguno de ellos podría dibujar en forma aproximada el mapa del país caribeño. Si usted se siente aludido, inténtelo. Tampoco sabrían decir cuántos estados lo conforman ni los partidos políticos que están presentes a lo largo y ancho del territorio. No conocen ni a los CLAP ni al GMAS. Probablemente tampoco hayan leído la Constitución ni sus artículos 347, 348 y 349 que permiten al presidente convocar a una Asamblea Nacional Constituyente . Simplemente aprietan el gatillo fácil y caen en una retahíla de tópicos y lugares comunes que rozan el ridículo. Hablan del Tribunal Supremo de Justicia como si hubieran estudiado sus sentencias; censuran el abuso de poder sin distinguir cuántos poderes del Estado existen. Apenas dicen nada acerca de la violencia callejera fascista que hace insoportable diariamente gobernar cualquier país. No señalan lo más mínimo del elevado riesgo país que sufre a pesar de honrar todos los compromisos de la deuda a tiempo. Indudablemente no todo está perfecto, pero no todo puede ser catalogado con adjetivos que no tienen ninguna intención de contribuir a mejorar.

Las críticas son bienvenidas. El debate es clave y la opinión, libre. Pero eso no autoriza que cualquiera se presente como doctor en venezolanología sin apenas haber estudiado lo más mínimo. Venezuela es epicentro contrahegemónico en clave geopolítica y esto le hace ser más observado que cualquier otro país del mundo. Su proceso político de cambio huye de los esquemas tradicionales porque nació de una constituyente que puso en jaque al pasado y quiso recuperar la soberanía en tiempo récord. Porque además no hizo caso a recetas ni neoliberales ni socialdemócratas. Estas y muchas otras razones hacen que Venezuela sea apetitosa como laboratorio para analistas de cualquier origen ideológico. Sin embargo, se agradece que se escriba con algo de solidez y conocimiento de causa.

Alfredo Serrano Mancilla, @alfreserramanci, director CELAG.

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1917 LA REVOLUCIÓN FINLANDENSA (RUSA)


1917
 
La revolución finlandesa



Eric Blanc

Viento Sur

16.05.2017

 
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Polarización de clase

El derrumbe del gobierno de coalición finlandés comenzó en el verano. Para agosto, el avituallamiento del imperio había colapsado y la expectativa de la hambruna aterrorizaba a los obreros finlandeses. Las revueltas por la comida estallaron a principios de mes y la organización de Helsinki del SDP denunció el rechazo del gobierno a adoptar medidas tajantes para afrontar la crisis. “La hambrienta clase obrera pronto perdió toda la confianza en el gobierno de coalición” señalaba Otto Kuusinen, principal teórico de izquierda del SDP que fundaría el movimiento comunista finlandés al año siguiente.

La intransigencia socialista en la lucha por la liberación nacional aumentó aún más la polarización de clase. Los socialistas finlandeses lucharon con tenacidad para acabar con la continua injerencia del gobierno ruso en la vida nacional interna. Al lograr la independencia esperaban utilizar la mayoría parlamentaria —y su control de las milicias obreras— para impulsar un ambicioso programa de reformas políticas y sociales.

Un líder socialista explicaba en julio que “hasta ahora hemos sido obligados a luchar en dos frentes: contra nuestra propia burguesía y contra el gobierno ruso. Para que triunfe nuestra guerra de clase, para ser capaces de concentrar toda nuestra fuerza en un frente, contra nuestra propia burguesía, necesitamos independencia, para lo cual Finlandia está preparada” .

Los conservadores y liberales finlandeses también querían, por sus propias razones, fortalecer la autonomía de Finlandia. Pero no estaban dispuestos a usar métodos revolucionarios para alcanzar este objetivo, ni apoyaban por lo general los intentos del SDP de lograr una independencia completa.

El choque llegó finalmente en julio. En el parlamento finlandés, la mayoría socialista propuso el histórico proyecto de ley valtalaki [del poder] que proclamaba unilateralmente la completa soberanía finlandesa. Con la dura oposición de la minoría parlamentaria conservadora, la valtalaki fue aprobada el 18 de julio. Pero el gobierno provisional ruso, dirigido por Alexandr Kerensky, rechazó inmediatamente la validez de la valtalaki y amenazó con ocupar Finlandia si no se respetaba el veredicto.

Cuando los socialistas finlandeses se negaron a ceder o a renunciar a la valtalaki, los liberales y conservadores de Finlandia aprovecharon el momento. Esperando aislar al SDP y poner fin a su mayoría parlamentaria, apoyaron y legitimaron cínicamente la decisión de Kerensky de disolver el parlamento, democráticamente elegido, de Finlandia. Se convocaron nuevas elecciones parlamentarias, en las que los no-socialistas obtuvieron una estrecha mayoría.

La disolución del parlamento de Finlandia marcó un punto de viraje decisivo. Hasta ese momento, los obreros y sus representantes tenían muy altas expectativas en que el parlamento pudiera ser usado como vehículo de la emancipación social. Kuusinen explicaba que “nuestra burguesía carecía de ejército, ni siquiera podían contar con una fuerza policial. (…). Por eso, había muchas razones para mantenerse en el transitado camino de la legalidad parlamentaria, en el que, al parecer, la socialdemocracia podía obtener una victoria tras otra”.

Pero se hacía evidente para cada vez más obreros y líderes del partido que el parlamento había llegado al límite de su utilidad.

Los socialistas denunciaron el golpe antidemocrático y atacaron a la burguesía por conspirar con el Estado ruso contra los derechos nacionales de Finlandia y sus instituciones democráticas. Según el SDP, las elecciones al nuevo parlamento eran ilegales y se habían ganado por medio de un amplio fraude electoral. A mediados de agosto, el partido ordenó a todos sus miembros que dimitieran del gobierno. No menos importante, los socialistas finlandeses se aliaron cada vez más estrechamente con los bolcheviques, el único partido ruso que apoyó su intento de independencia. Todas las partes habían arrojado el guante y la hasta entonces pacífica Finlandia se precipitaba hacia la explosión revolucionaria.

La lucha por el poder

Para octubre, la crisis a lo largo de todo el imperio ruso había llegado a su punto de ebullición. Los obreros finlandeses en la ciudad y el campo exigían furiosamente que sus líderes tomaran el poder. Empezaron a estallar violentos choques a lo largo de Finlandia. Sin embargo, muchos en la dirección del SDP continuaban creyendo que el momento de la revolución podría ser postergado hasta que la clase obrera estuviera mejor organizada y armada. A otros les atemorizaba abandonar la esfera parlamentaria. En palabras del líder socialista Kullervo Manner a finales de octubre: “No podemos evitar la revolución por mucho tiempo (…). Se ha perdido la fe en el valor de la actividad pacífica y la clase obrera comienza a creer sólo en su propia fuerza (…). Si nos equivocamos respecto a la rápida llegada de la revolución, estaremos encantados”.

Después de que los bolcheviques conquistaran el poder a finales de octubre, parecía que Finlandia sería la siguiente en la lista. Sin el apoyo militar del gobierno provisional ruso, la élite de Finlandia quedó peligrosamente aislada. Los soldados rusos —estacionados en Finlandia por cientos de miles— apoyaban en general a los bolcheviques y sus llamamientos a la paz. “La ola del bolchevismo victorioso llevará agua al molino de los socialistas y son ciertamente capaces de hacerlo girar”, observaba un liberal finlandés.

Las bases del SDP y los bolcheviques en Petrogrado imploraron a los líderes socialistas que tomaran inmediatamente el poder. Pero la dirección del partido daba rodeos. Nadie tenía claro que el gobierno bolchevique pudiera mantenerse más allá de unos pocos días. Los socialistas moderados se agarraban a la esperanza de encontrar una solución parlamentaria pacífica. Algunos radicales planteaban que la toma del poder era posible y urgentemente necesaria. La mayoría de los líderes vacilaban entre estas dos opciones.

Kuusinen recordaba la indecisión del partido en este momento crítico: “Nosotros los socialdemócratas, ’unidos sobre la base de la guerra de clases’, oscilábamos a un lado y luego al otro, dirigiéndonos decididamente hacia la revolución para luego retirarnos de nuevo”.

Incapaz de llegar a un acuerdo sobre la insurrección armada, en vez de eso el partido llamó a una huelga general el 14 de noviembre en defensa de la democracia contra la burguesía, por las urgentes necesidades económicas de los obreros y por la soberanía finlandesa. La respuesta desde abajo fue abrumadora. De hecho, fue mucho más allá del cauto llamamiento a la huelga.

Finlandia quedó paralizada. En varias ciudades, las organizaciones locales del SDP y Guardias Rojas tomaron el poder, ocuparon edificios estratégicos y arrestaron a los políticos burgueses.

Parecía que este patrón revolucionario se repetiría pronto en Helsinki. El 16 de noviembre el Consejo de la huelga general en la capital votó a favor de la toma del poder. Pero cuando los líderes moderados sindicales y socialistas condenaron la decisión y dimitieron de la institución, el Consejo dio marcha atrás ese mismo día. Resolvió que “puesto que una minoría tan amplia disentía, el Consejo no puede, en esta ocasión, empezar a tomar el poder para los obreros, sino que continuará ejerciendo presión sobre la burguesía”. La huelga se desconvocó poco después.

El historiador finlandés Hannu Soikkanen ha enfatizado que la huelga de noviembre fue una gran oportunidad perdida: “Caben pocas dudas de que este fue el mejor momento para que las organizaciones obreras tomaran el poder. La presión desde abajo era enorme y la voluntad de lucha estaba al máximo (…). Sin embargo, la huelga general convenció a la burguesía, con pocas excepciones, del grave peligro que representaban los socialistas. Invirtieron el tiempo hasta que estalló la guerra civil para organizarse bajo una dirección firme”.

Fijándose en la indecisión del SPD para las acciones de masas, Anthony Upton ha dicho que “los revolucionarios finlandeses fueron en general los revolucionarios más miserables de la historia”. Tal afirmación podría sostenerse si nuestra historia terminara en noviembre, pero los siguientes sucesos mostraron que el espíritu revolucionario de la socialdemocracia finlandesa se mantuvo.

Tras la huelga general, los frustrados obreros, cada vez más, buscaron armas y se encaminaron hacia la acción directa. La burguesía se preparaba, de igual modo, para la guerra civil, formando a su “Guardia Blanca” y pidiendo al gobierno alemán ayuda militar.

A pesar de la acelerada ruptura de la cohesión social, muchos líderes socialistas continuaron dedicados a estériles negociaciones parlamentarias. Pero esta vez el ala izquierda del SDP se plantó y declaró que cualquier otro retraso en la acción revolucionaria sólo conduciría al desastre. Por medio de una larga serie de batallas internas, en diciembre y principios de enero, los radicales vencieron finalmente.

En enero, las palabras revolucionarias del SDP se tradujeron por fin en hechos. Para marcar el inicio de la insurrección, la tarde del 26 de enero los líderes del partido encendieron una lámpara roja en la torre del Sala Obrera de Helsinki. Los días sucesivos, los socialdemócratas y sus organizaciones obreras afiliadas tomaron fácilmente el poder en todas las grandes ciudades de Finlandia; el norte rural quedó, por el contrario, en manos de las clases dominantes.

Los insurgentes de Finlandia redactaron una proclamación histórica anunciando que la revolución era necesaria puesto que la burguesía finlandesa, unida al imperialismo extranjero, había dado un golpe contrarrevolucionario contra las conquistas obreras y la democracia: “El poder revolucionario en Finlandia pertenece desde este momento a la clase obrera y sus organizaciones. (…) La revolución proletaria es noble y severa (…) severa para los insolentes enemigos del pueblo, pero preparada para dar su apoyo a los oprimidos y marginados”.

Aunque el recién instaurado gobierno rojo trató al principio de seguir un cauto camino político, Finlandia descendió con rapidez en una sangrienta guerra civil. La clase obrera finlandesa pagó muy caro el retraso en la toma del poder, puesto que desde enero la mayoría de las tropas rusas habían regresado a sus hogares. La burguesía aprovechó los tres meses desde la huelga de noviembre para reclutar sus tropas en Finlandia y en Alemania. Al final, casi 27 000 finlandeses rojos perdieron sus vidas en la guerra. Y después de que la derecha aplastara la República Socialista de los Trabajadores de Finlandia en abril de 1918, otros 80 000 obreros y socialistas fueron recluidos en campos de concentración.

Los historiadores están divididos en torno a si la revolución finlandesa pudo haber triunfado de haberse iniciado antes y si hubiera tomado un enfoque político y militar más ofensivo. Algunos afirman que, en último extremo, el factor decisivo fue la intervención imperialista de Alemania en marzo y abril de 1918. Kuusinen hace un balance similar:

“El imperialismo alemán escuchó los lamentos de nuestra burguesía y pronto se dedicó a engullir nuestra recién conquistada independencia, que a petición de los socialdemócratas finlandeses fue reconocida por la República Soviética de Rusia. El sentimiento nacional de la burguesía no sufrió daño alguno por este asunto y el yugo de un imperialismo extranjero no le causó terror cuando parecía que la patria estaba a punto de convertirse en la patria de los obreros. Estaban dispuestos a sacrificar todo el pueblo al gran bandido alemán si éste les mantenía en el deshonroso puesto de conductores esclavizados”.

Lecciones aprendidas

¿Qué podemos pensar de la revolución finlandesa? Lo más obvio es que muestra que la revolución obrera no fue sólo un fenómeno de la Rusia central. Incluso en la pacífica y parlamentaria Finlandia, el pueblo trabajador se fue convenciendo de que sólo un gobierno socialista podía ofrecer una salida a la crisis social y a la opresión nacional.

Tampoco los bolcheviques fueron el único partido en el imperio capaz de dirigir a los obreros al poder. En muchos sentidos, la experiencia del SDP finlandés confirma la perspectiva tradicional de la revolución planteada por Karl Kautsky: por medio de una paciente organización y educación con conciencia de clase, los socialistas obtuvieron una mayoría parlamentaria, obligando a la derecha a disolver la institución lo que, a su vez, hizo estallar una revolución de orientación socialista.

La preferencia del partido por una estrategia parlamentaria defensiva no le evitó, al final, tener que derrocar al poder capitalista y dar pasos hacia el socialismo. En contraste, el burocratizado Partido Socialdemócrata de Alemania —que había abandonado hacía tiempo la estrategia de Kautsky— sostuvo activamente el poder capitalista en 1918-19 y aplastó violentamente los esfuerzos por derribarlo.

Pero Finlandia no sólo mostró la fuerza sino también los límites potenciales de la socialdemocracia revolucionaria: vacilación en abandonar la esfera parlamentaria, subestimación de la acción masas y una tendencia a inclinarse hacia los socialistas moderados para mantener la unidad del partido.


Eric Blanc es historiador del movimiento socialista.

15 de mayo de 2017

Traducción: viento sur


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