sábado, 5 de marzo de 2022
Dos confrontaciones en Ucrania. [Las cuentas en Ucrania, en San Ucrania o en Ucrania sí Ucrania no, a los trabajadores (0iga, que los trabajadores constituimos la inmensa mayoría de la población en cualquier parte del Planeta) no nos van a salir hasta que el análisis (oiga, que se dice análisis no chinchorretada) de la realidad, de la que Ucrania es una parte, no parta del conocimiento del funcionamiento dl capitalismo, de donde se podrá deducir que la guerra, la guerra moderna, no la que hacia el ser humano primitivo, es el último recurso en manos del capital (del capital, americano, español, ruso, francés, alemán o de Villabolsadeltresporcien en caja B) para lograr que sus capitales sigan creciendo: único y último fin del capitalismo. Conociendo el funcionamiento del capitalismo (que digo su funcionamiento no algunos de los efectos que produce) se puede demostrar que a partir de al crisis de 2008 al capitalismo no lo puede salvar ni María Santísima en Santa comunión, y todos a una, con el Misterio de la Trinidad, y en consecuencia, y hasta que desaparezca, los recortes sociales, el saqueo directo de los bienes públicos y, la guerra, guerra, guerrita, son los únicos recursos que le quedan para poder seguir creciendo. En fin, que a los trabajadores nos hace falta como el comer, beber y dormir, un partido de izquierdas que, lógicamente, primeo sepan sus dirigentes como funciona el capitalismo para que después no los puedan explicar a los demás para que podamos intervenir en política (que digo intervenir en política y no solo votar una vez cada cuatro años) sabiendo qué es lo que hacemos y para qué lo hacemos. Ahora ya podemos empezar a cantar la canción de Putin sí Putin sí, Putin no Putin no, o esta otra canción que es también muy guay: OTAN sí OTAN sí, OTAN no OTAN no; la de Paquito el chocolatero tampoco es moco de pavo que viene como anillo al dedo para la ocasión. Cantemos, pues. Todos al canto mientras los trabajadores se matan unos a otros en Ucrania, pero no solo en Ucrania, que hay decenas más de guerras organizadas por los mismos capitales]
Tras los primeros días de la invasión la confrontación recién comienza.
El gran interrogante es el propósito inmediato de Moscú. ¿Busca ocupar el país?
¿Intenta forzar la caída del gobierno? ¿Pretende imponer sus demandas a un
presidente sustituto?
Dos confrontaciones en Ucrania
El Viejo Topo
5 marzo, 2022
En los primeros
días de la operación militar el avance del ejército ruso ha sido fulminante.
Destruyó los blancos preestablecidos e inutilizó la infraestructura de un rival
infinitamente más frágil. No hay punto de comparación entre ambos bandos y si
el resultado final dependiera del desenlace bélico, el triunfo de Rusia estaría
asegurado.
Pero la
confrontación recién comienza y el gran interrogante es el propósito inmediato
de Moscú. ¿Busca ocupar el país? ¿Intenta forzar la caída del gobierno? ¿Pretende
imponer sus demandas a un presidente sustituto? Con los tanques rodeando a
Kiev, el paso del tiempo juega en contra del operativo.
SORPRESAS, REACCIONES E IMPREVISTOS
La impotencia
de Occidente ha sido el dato más llamativo del escenario creado por la ofensiva
moscovita. La decisión de Putin paralizó a sus rivales, que no optaron por
ningún curso de acción para socorrer a su protegido. El presidente Zelensky
verbalizó abiertamente ese abandono de sus guardianes (“nos dejaron solos”).
La desorientación
de Biden es patética. Conocía el plan ruso que sus voceros publicitaron con
gran anticipación, pero no programó ninguna respuesta. Desechó la escalada
militar y también las propuestas negociadoras de Putin, sin considerar otras
alternativas.
Ese
desconcierto confirma que los reflejos de Washington siguen afectados por la
reciente derrota de Afganistán. El Departamento de Estado enfrenta serios
límites para involucrar a los marines en nuevos operativos y
la misma resistencia a comprometer tropas se verifica en Europa. Por eso la
OTAN se ha limitado a emitir vagos pronunciamientos.
Es evidente que
las sanciones económicas serán irrelevantes si Rusia logra un éxito
político-militar. Cualquier bloqueo financiero o comercial quedaría deshecho en
la práctica por esa victoria. Moscú se ha preparado para resistir las
penalidades. Acumuló grandes reservas de divisas y multiplicó los convenios de
intercambio para afrontar el aislamiento. Pero esas prevenciones sólo servirán
si consigue una victoria en el corto plazo.
Rusia ha
perfeccionando la política de sustitución de importaciones para lidiar con las
sanciones y es muy incierto el impacto de su eliminación del sistema
internacional de gestión bancaria (Swift). Si Putin negoció con Xi Jin
Ping una compra- venta masiva de productos podría contrarrestar el boicot de
Occidente. Pero nadie conoce cuál es la convergencia efectiva de los dos
gigantes que desafían a Estados Unidos.
Las sanciones
son un arma de doble filo y podrían transformarse en un boomerang para
Occidente, si afectan a las propias empresas transatlánticas. Las penalidades
dispuestas en Londres contra los oligarcas rusos, ya generan por ejemplo ruido
en otras operaciones del paraíso financiero inglés.
La belicosidad
comercial contra Moscú acrecienta, además, el encarecimiento de los
combustibles y los alimentos y erosiona también la recuperación económica pos
pandemia. Rusia provee gran parte del trigo comercializado en el mundo, suministra
un tercio del gas utilizado por Europa y aporta la mitad del consumido por
Alemania. Si Berlín prescinde de su principal proveedor energético: ¿Quién
resultará más afectado? ¿El vendedor ruso o el adquiriente germano?
Algunos
analistas estiman que Putin cayó en una trampa concebida por Biden, para
empujar a Rusia al mismo pantano que agotó a la URSS en Afganistán[1].
Pero Washington no maneja los hilos del operativo y es muy improbable que su
balbuceante mandatario haya programado esa emboscada. Si la invasión igualmente
se estanca, Moscú podría repetir en Kiev la tumba que se cavó en Kabul.
Faltan muchas
secuencias para imaginar cuál será el desenlace del drama que vive Ucrania.
Pero en cualquier caso los diagnósticos son secundarios frente a la
caracterización del conflicto.
EL PRINCIPAL RESPONSABLE
Hay abrumadoras
pruebas de la responsabilidad primaria del imperialismo norteamericano en la
tragedia de Ucrania. En incontables ocasiones el Pentágono intentó sumar a
Kiev, a la red de misiles montada por los nuevos socios de la OTAN en el Este
de Europa. En 30 años la Alianza Atlántica se amplió de 16 a 30 miembros.
El cerco a
Rusia fue iniciado por Clinton, violando todos los compromisos que restringían
la presencia militar estadounidense a la frontera de Alemania. Ese límite fue
corrido una y otra vez para reforzar una estrategia expansiva, que Bush alentó
con la fracasada incursión bélica de Georgia (2008). Sus sucesores trabajaron
para convertir a Ucrania en otro peón del dispositivo atlántico.
Washington
ensayó múltiples vías para incorporar a Kiev a la OTAN y estuvo a punto de
inducir un referéndum para forzar esa adhesión. De la revuelta de Maidán (2013)
surgieron gobiernos enemistado con Rusia y el actual presidente Zelensky
convirtió a Ucrania en un “socio de oportunidades mejoradas” de la OTAN (2020).
Putin señaló
una y otra vez que la presencia de ese organismo en Ucrania representa una
amenaza para la seguridad de Rusia. Ese país limita con sus principales socios
europeos y comparte fronteras costeras con Turquía y los estados
caucásicos. Mientras que los misiles emplazados en Polonia o Rumania
pueden alcanzar a Moscú en 15 minutos, sus equivalentes en Ucrania lo harían en
tan sólo 5 minutos. Rusia carece de cualquier instrumento equivalente en las
cercanías del territorio estadounidense.
En los últimos
años Ucrania recibió grandes suministros bélicos y el generalato reformó los
rangos militares en línea con los estándares de la OTAN[2].
El país quedó ubicado en el tercer lugar de la “ayuda” económico-militar de
Washington y recientemente adquirió misiles antiaéreos, diseñados para
transformar el Mar Negro en una jurisdicción del comando occidental.
El Kremlin
cuestionó durante años esa belicosidad y en las últimas seis semanas Putin
propició un freno explicito a la conversión de Ucrania en una catapulta contra
Rusia. Intentó negociar un nuevo status quo para proteger a su
país del belicismo norteamericano, pero no obtuvo ninguna respuesta de la OTAN.
Las propuestas
de Moscú contemplaban la exclusión de Kiev de ese organismo y el veto a la
instalación de misiles. Promovía, además, un status de neutralidad para el
país, semejante al que mantuvieron Finlandia y Austria durante la guerra fría.
Putin convocó
también a consensuar otras medidas de distención global. Invitó a Washington a
retomar un tratado anulado por Trump, que regula la desactivación de ciertos
dispositivos atómicos (INF). El Departamento de Estado respondió con
indiferencia, evasivas o insultos a esas ofrendas de paz. Rechazó especialmente
la neutralidad de Ucrania, para evitar un precedente en el desmantelamiento de
las baterías construidas por el Pentágono en Europa. Esa negativa intensificó
el conflicto provocado por la agresiva expansión de la OTAN.
SOMETER A EUROPA
Washington
alienta el belicismo en Ucrania para reforzar el sometimiento de Europa a su
agenda. Repite su vieja receta de militarización para subordinar al Viejo
Continente. Una funcionaria neo-conservadora del Departamento de Estado
(Victoria Nuland) comanda esa estrategia desde el 2014[3].
El acecho a
Rusia ya disciplinó a Bruselas y en pocas semanas el Pentágono impuso la
movilización de tropas de España, Dinamarca, Italia y Francia. La crisis
ucraniana ha servido para reforzar también el alineamiento pro-yanqui del Reino
Unido pos-Brexit. Johnson difunde antes que Biden las sanciones económicas
contra Moscú y fija el camino a seguir por sus ex socios del continente.
Francia perdió
autoridad por la fracasada negociación que intentó Macron. Buscó crear un marco
de tratativas distante del veto norteamericano, pero no consideró las
propuestas de pacificación del Kremlin. En los principales temas -neutralidad
de Ucrania y divorcio de la OTAN- mantuvo su total fidelidad a la Casa Blanca.
Alemania ha
sido un premeditado blanco del belicismo norteamericano. El Departamento de
Estado trató de bloquear la inauguración del gasoducto Nord Stream 2,
que abastecería el combustible ruso por el mar Báltico, soslayando el actual
tránsito por Ucrania. Washington enrareció el clima de toda la región, para
impedir esa recepción germana de la energía provista por Moscú[4].
Estados Unidos
toma en cuenta, también, la multiplicación por cinco del precio del gas natural
en el último año. Busca desplazar a Rusia del mercado europeo para descargar
sus excedentes de gas licuado, que ofrece a cotizaciones más elevadas que el
competidor moscovita. Negocia incluso la construcción de un puerto en el Viejo
Continente para recibir los delicados envíos de ese combustible. Su proyecto
rivaliza abiertamente con el gasoducto ruso[5].
La maquinaria
industrial germana necesita el abastecimiento energético externo y por esa
razón Berlín intentó bajar el tono de la presión bélica estadounidense. Eludió
la movilización de efectivos y sugirió que vetaría el uso de su espacio aéreo.
Pero en ningún momento atenuó su enceguecido alineamiento con Washington y
finalmente suspendió la inauguración del gasoducto. El efecto inmediato de la
incursión de Putin ha sido la consolidación del bloque Atlántico bajo las
órdenes de Washington.
LA ESCALADA DESDE KIEV
Europa ha
jugado un papel complementario de Estados Unidos en el proyecto de convertir a
Ucrania en un bastión de la OTAN. Tanto Washington como Bruselas propiciaron
esa dinámica belicista desde la revuelta del Maidán (2013) y el posterior golpe
contra el presidente Yanukovych.
Ese mandatario
negociaba a dos puntas un auxilio financiero externo para paliar el quebranto
fiscal del país. Su elección final del rescatista ruso en desmedro del salvador
europeo desató la reacción de los manifestantes pro-occidentales, que
precipitaron en las calles la caída del mandatario y la llegada de un
presidente empeñados en acelerar el giro hacia a OTAN (Porochekno).
El Departamento
de Estado motorizó ese viraje subiendo el tono de las tensiones con Rusia y
fomentando en la población el apego liberal al sueño americano. Bruselas lucró,
por su parte, con la ilusoria expectativa de transformar a Ucrania en una
economía desarrollada por la mera adhesión a la Unión Europea. Alentó esa
creencia para blanquear el brutal ajuste que en ese momento imponía a Grecia.
Aprovechó el entusiasmo en Kiev con las banderas enarboladas de la UE (cuando
eran detestadas en Atenas).
La euforia
occidentalista que propagó el gobierno ucraniano repitió la norma de todos los
procesos políticos recientes de Europa del Este. Pero añadió a ese patrón, una
campaña anti-rusa y un nacionalismo exacerbado, que desembocó en provocaciones
armadas contra la población ruso-parlante. Kiev estableció el ucraniano como
único idioma oficial, afectando a todos los pobladores que no utilizan esa
lengua. Inició, además, una andanada de acciones militares contra el sector
afín a Rusia afincado en el Este.
Se suele
computar que la mini-guerra interna de Ucrania ha generado 14.000 muertos y un
millón y medio de desplazados en los últimos ocho años[6].
Pero el principal escenario de esas confrontaciones ha sido la región
ruso-parlante del Donbass, como consecuencias de los atropellos perpetrados por
los enviados de Kiev.
Esas agresiones
son encabezadas por las corrientes ultra-derechistas que emergieron de la
revuelta del Maidán. Todavía se discute si esa impronta reaccionaria estuvo
presente desde el inicio del movimiento o emergió de su evolución posterior.
Pero en cualquiera de las dos variantes el desemboque ultra-regresivo de ese
proceso ha sido indudable.
Ucrania
arrastra una dramática crisis económica por los adversos resultados de la
restauración capitalista. Esa transformación fue completada con la misma
intensidad que en Rusia y con el mismo modelo de apropiadores oligarcas
provenientes de la vieja cúpula gobernante.
Pero las dos
economías han seguido trayectorias muy diferentes. Mientras que las riquezas
naturales de Rusia permitieron combinar los compromisos entre las elites con
cierta estabilidad político-social, la declinación productiva de Ucrania agravó
las desinteligencias por arriba y la insatisfacción por abajo. En un marco de
estancamiento, retracción del consumo, endeudamiento público y deterioro
fiscal, el PIB per cápita se asemeja a los años 90 y la gestión económica de
Kiev está sometida a un estricto monitoreo del FMI[7].
Esa crisis
profundizó la división previa de las clases dominantes del país entre sectores
pro-occidentales del Oeste y pro-rusos del Este. El primer grupo ha buscado sumar
al país a la Unión Europea ofreciendo mano de obra barata, primarización e
irrestricta apertura comercial. Asumieron préstamos impagables y se
comprometieron con ajustes irrealizables. La creciente integración a Europa
(sin ingresar en la UE) acrecentó la dependencia de las finanzas de Bruselas y
la atadura a las remesas que envían los emigrantes.
En el Este es
escenario es distinto. Allí prevaleció el mantenimiento de la producción fabril
junto al estrechamiento de los vínculos con Moscú. Los sectores gobernantes
resistieron la demolición que auguraba el ingreso a la Unión Europea.
Comprendieron que las fábricas de la región nunca podrían digerir los
estándares de producción, tecnología y precios que exige Bruselas. Saben,
además, que el acero ucraniano no podría sobrevivir sin la provisión del
petróleo ruso.
Ucrania no pudo
procesar esas tensiones regionales, conservado su unidad y la cohabitación de
las dos zonas. El nacionalismo reaccionario anti-ruso alentado por el Pentágono
destruyó esa coexistencia.
LA REACCIÓN DE MOSCÚ
La invasión a
Ucrania ha sido la respuesta de Putin, a las incontables negativas que recibió
su propuesta de negociar la neutralidad de ese país. Algunos pensadores
consideran que se anticipó con una acción preventiva, al ingreso de su vecino a
la OTAN[8].
Rusia acumula una terrible historia de sufrimientos por invasiones extranjeras
y su población es muy sensible a cualquier amenaza. Después de lo ocurrido con
Hitler la seguridad de las fronteras no es un tema menor.
Es evidente,
además, que el imperialismo norteamericano sólo entiende el lenguaje de la
fuerza. Basta observar el contraste reciente entre Afganistán, Irak o Libia con
Corea del Norte, para confirmar ese predominio de códigos bélicos en las
relaciones con Washington.
Después de
amenazar una y otra vez a Pyongyang, ningún mandatario yanqui pasó a los hechos
por el obvio temor que suscita una respuesta atómica. Rusia conoce esa dinámica
y por esa razón algunos analistas sugirieron que Putin respondería al
estancamiento de las negociaciones, con la instalación de misiles nucleares
tácticos en Bielorrusia[9].
Pero el jefe de
Kremlin optó por una invasión, que primero presentó como un operativo de
protección de la población ruso-parlante. El Donabass volvió a recalentarse en
los últimos meses, con nuevas oleadas de atentados derechistas que erosionaron
el alto el fuego y forzaron la evacuación de la población civil.
Putin exagera
cuando denuncia la existencia de un “genocidio” en esa región, pero alude a la
comprobada violencia de las milicias reaccionarias. Se refiere a esos sectores
cuando exige la “desnazificación” de Ucrania. Esa denominación no es una figura
retórica vacía. Desde el 2014 las bandas ultraderechistas han impuesto una
norma de violencia a todos los gobiernos de Kiev.
Esos grupos
impusieron la prohibición del Partido Comunista, la erradicación del idioma
ruso de la esfera pública y la purga de todos los vestigios de la era soviética
(“descomunización”). Los derechistas desenvuelven una intensa actividad
callejera y han creado unidades armadas con centros de entrenamiento, muy
semejantes al modelo paramilitar fascista de los años 30[10].
En la primera
línea de esas fuerzas se ubica el batallón neonazi Azov, que
utiliza insignias calcadas de las SS del Tercer Reich. Reivindican las
formaciones locales que colaboraban con Hitler contra a los soviéticos
(OUN-UPA) esperando la concesión de una republica propia[11].
Estas
vertientes fascistas han bloqueado todos los intentos de alcanzar una solución
negociada, a partir del formato introducido en el 2015 con las tratativas de
Minsk. Rechazan la reintegración del Este como región autónoma, con derechos
reconocidos a la población rusoparlante. Como su principal bandera es la
identidad nacional, objetan cualquier acuerdo que incluya el federalismo del
Donbass.
Los derechistas
observan esa solución como una capitulación inaceptable. Por eso sabotearon
todos los armisticios para concertar amnistías mutuas y facilitar el libre
tránsito de civiles. En sintonía con esa belicosidad, Zelensky cerró tres
canales de televisión pro-rusos y aprobó una gran base de entrenamiento de los
fascistas.
Pero la gran
novedad del nuevo escenario es la decisión del propio Putin de enterrar los
acuerdos de Minsk, que previamente alentaba como el marco más apto para avanzar
hacia la neutralidad de Ucrania. En lugar de preservar ese contexto para
reunificar al país, reconoció a las dos repúblicas autónomas del Este (Donestk
y Lugansk).
Nadie sabe si
esa solución es la preferida por ambas poblaciones, puesto que la consulta
sobre su opción nacional sigue pendiente. Al igual que en Crimea, Putin define
primero el status de una región, para complementar luego esa condición con
algún procedimiento electoral.
Pero en este
caso, el líder moscovita no se limitó a disponer el acotado ingreso de tropas
para proteger a la población ruso-hablante. Una acción de ese tipo era compatible
con la continuidad de las negociaciones de Minsk. Sólo reforzaba esas
tratativas con garantías a la seguridad del sector más vulnerable. Optó por un
curso totalmente distinto de invasión general al territorio ucraniano,
asignando al Kremlin el derecho a derrocar un gobierno adverso. Esa decisión es
injustificable y funcional al imperialismo occidental.
EL DESPRECIO AL PUEBLO
Estados Unidos
comanda el bando agresor y Rusia el campo afectado por el cerco de misiles.
Pero esa asimetría no justifica cualquier respuesta de los agredidos, ni
determina el carácter invariablemente defensivo de las reacciones de Moscú. En
el terreno militar, la validez de cada medida depende de su proporción. Ese
parámetro es esencial para evaluar los conflictos bélicos.
Rusia tiene
derecho a defender su territorio del hostigamiento del Pentágono, pero no puede
ejercer ese atributo de cualquier manera. La lógica de los choques militares
incluye ciertas pautas. No es admisible, por ejemplo, exterminar a un batallón
rival por alguna violación menor a la tregua entre las partes.
Es cierto que
la provisión de armas a Kiev por parte del Pentágono se incrementó en el último
período, junto a peligrosas tratativas para sumar al país a la OTAN. Pero
Ucrania no dio ese paso, ni instaló los misiles que atemorizan a Moscú. Las
milicias fascistas mantuvieron su escalada, pero sin protagonizar agresiones de
mayor alcance. La decisión de invadir Ucrania, rodear sus principales ciudades,
destruir su ejército y cambiar su gobierno, no tiene ninguna justificación como
acción defensiva de Rusia.
Putin ha
exhibido un desprecio mayúsculo por todos los habitantes del Oeste ucraniano.
Ni siquiera registra cuáles son los deseos de esa población. Incluso si
Zelensky comandara el “gobierno de drogadictos” que ha denunciado,
correspondería a sus representados decidir quién lo debe sustituir. Esa
decisión no es una facultad del Kremlin.
Ninguna
población del Oeste ucraniano simpatiza con los gendarmes que despachó Moscú.
La hostilidad hacia esas tropas es tan evidente, que Putin ni siquiera intentó
la habitual pantomima de presentar su incursión, como un acto solicitado por
los ciudadanos del país invadido. Su ataque ha suscitado pánico y odio hacia el
ocupante.
Ese mismo
rechazo a la incursión rusa se verifica en todo el mundo. En incontables
capitales se han realizado manifestaciones de repudio, mientras que en ningún
lugar aparecen actos contrapuestos de apoyo al ejército moscovita.
Putin ha
ignorado la principal aspiración de todos los involucrados en el conflicto que
es el logro de una solución pacífica. Antes de la invasión el propio gobierno
de Kiev afrontaba un gran rechazo interno a su escalada bélica. Hubo incluso
indicios de gran oposición a la adhesión a la OTAN y a la consiguiente
redefinición de la Declaración de Soberanía (1990) y la Constitución (1996) del
país[12].
Esas metas pacifistas deben competir ahora con la derecha belicista, que
convoca a la resistencia activa contra la invasión rusa.
Durante muchos
años Washington, Bruselas y Kiev sabotearon la salida negociada, que
actualmente atropella también Moscú. Putin se ha subido al carro belicista
porque ignora los deseos de los pueblos involucrados en el conflicto. Guía su
acción por los consejos de la alta burocracia, que gobierna en una conflictiva
relación con los millonarios de Rusia.
Su invasión
también apunta a regimentar a la población del Este ucraniano. Demoró ocho años
el reconocimiento de esa autonomía, en contraste con la fulminante anexión de
Crimea. Eludió la repetición de ese precedente por el protagonismo inicial del
movimiento radicalizado de milicianos locales que derrotó a los derechistas[13]. Esos
combatientes propiciaron la creación de una “república social” y actuaron muy
brevemente bajo el mando de un líder apodado el Che Guevara de
Lugansk. Enarbolaron estandartes de izquierda, reivindicaron al mundo
soviético y retomaron la tradición bolchevique con recitados de la Internacional[14].
Para neutralizar esa radicalidad, Putin forzó desalojos de edificios y
abandonos de barricadas, mientras monitoreaba el desarme de las milicias y la
purga de sus dirigentes[15].
Cuando logró
imponer su autoridad, congeló el status de las dos republicas (que mantuvieron
la simbólica denominación de “populares”), a la espera de un resultado
favorable de las tratativas de Minsk. Repitió la conducta de sus antecesores,
que siempre negociaron en las cúspides desarticulando a los movimientos
radicales. Después de varios años ha optado ahora por un nuevo curso de
acción, tan inconsulto como el precedente. Con la invasión a Ucrania, el
Kremlin favorece todos los mitos de la democracia occidental, que habían caído
en desgracia por los fracasos que acumula el Pentágono. Putin le aportó a
Washington lo que necesitaba, para reconstruir las falacias ideológicas
deterioradas por lo devastación de Afganistán o Irak. Su aventura permite
reavivar la contraposición entre la democracia occidental y la autocracia rusa.
El Kremlin es nuevamente denostado con idílicas exaltaciones del capitalismo.
El resurgimiento de esa ficción es una resultado directo de la incursión rusa.
Esa invasión ha
brindado también un impensado impulso externo al nacionalismo ucraniano. Putin
alimenta ese sentimiento, en una nación históricamente traumatizada por la
presencia opresiva de los zares y las disputas con fuerzas austrohúngaras y
polacas. Cualquiera sea el resultado geopolítico final de la invasión, su
impacto sobre las luchas y la conciencia popular es terriblemente negativo. Y
ese parámetro es la principal referencia que adoptan los socialistas para
juzgar los acontecimientos políticos.
LA DENUNCIA DE LA OTAN
La incursión de
Putin ha suscitado condenas que omiten la denuncia complementaria de la OTAN. Ambos
planteos están presentes en muchos pronunciamientos de la izquierda, pero son
posturas minoritarias frente al unilateral rechazo a la acción del ejército
ruso.
Basta observar
las consignas prevalecientes en las manifestaciones callejeras para corroborar
ese clima. Los medios de comunicación son los principales artífices del
blanqueo del imperialismo norteamericano. Subrayar esa culpabilidad es una
prioridad del momento.
Los discursos
en boga descargan toda la artillería contra “el expansionismo ruso”, ocultando
la dominación imperial de los capitalistas. Se enaltece la democracia, la
civilización y el humanitarismo de Estados Unidos, omitiendo que sus tropas
pulverizaron a Irak y Afganistán.
Basta comprar
el reducido número de bajas que prevalece hasta ahora en Ucrania, con las
masacres inmediatas que consumaron los bombardeos del Pentágono en esos países,
para mensurar el grado de salvajismo que acompaña a las acciones de la OTAN.
Ese organismo demolió también a Yugoslavia hasta transformarla en siete repúblicas
balcanizadas.
Francia no
puede exhibir credenciales mejores, luego de la sangría que perpetró en
Argelia. Y al cabo de su largo historial de matanzas en Asia y África,
Inglaterra tiene poca autoridad para levantar el dedo.
La guerra de
Ucrania ya convulsiona nuevamente Europa en un traumático escenario de
refugiados. Para frenar esa tragedia se impone retomar un camino de paz, basado
en la desarticulación de la principal maquinaria bélica del continente.
Ninguna
distensión será perdurable, mientras la OTAN continúe moldeando a Europa, como
una gran fortaleza de bases militares. Estados Unidos define acciones, perpetra
operaciones secretas y maneja dispositivos bélicos, como si el Viejo Continente
formara parte de su propio territorio. El fin de esa injerencia, el retiro de
los marines y la disolución de la OTAN son demandas
insoslayables para todos los defensores de la paz.
Los servidores
del imperialismo norteamericano acallan esas exigencias y utilizan el rechazo a
la invasión de Ucrania, para intensificar su campaña contra los “conquistadores
rusos”. En América Latina denuncian la “infiltración” de Moscú, con un libreto
extraído de la guerra fría. La derecha ya motoriza en Washington una
nueva ley de “seguridad hemisférica”, para aumentar la presencia del
Pentágono al sur del Rio Grande. Proponen afianzar el status de Colombia como
principal aliado extra-OTAN.
Todas las
fantasías que difunde la Casa Blanca sobre la arrolladora influencia de Rusia
carecen de asidero. La presencia económica de Moscú en América Latina es
irrelevante, en comparación al dominador estadounidense y al pujante rival
chino.
Las contadas
misiones militares de esa potencia fueron intranscendentes frente a los
habituales ejercicios de los marines con los ejércitos de la
zona. Ni siquiera las ventas de armas rusas han alcanzado en América Latina la
gravitación que tienen en otras periferias del planeta. La incidencia de los
comunicadores afines a Moscú es también irrisoria frente al colosal predomino
informativo de Washington.
Pero el
Departamento de Estado pretende aprovechar la conmoción creada por la invasión
a Ucrania, para relanzar su ofensiva contra los gobiernos que incumplen sus
órdenes. Aspira a recomponer el Grupo Lima, resucitar la OEA, neutralizar la
CELAC, revertir las derrotas electorales de la derecha, contrarrestar el
desprestigio de Estados Unidos durante la pandemia y retomar las conspiraciones
contra Venezuela y Cuba.
En lo
inmediato, Washington alienta las denuncias de la incursión rusa sin ninguna
mención de la OTAN. Sus diplomáticos trabajan para lograr esos pronunciamientos
de las cancillerías latinoamericanas. Cuentan con el caluroso sostén de los
gobiernos derechistas (empezando por Colombia, Uruguay y Ecuador), pero buscan
también la adhesión de los progresistas más sensibles a su presión. Las
primeras declaraciones de Boric se encarrilan en la dirección propiciada por la
Casa Blanca y contrastan con la neutralidad sugerida por Lula y López Obrador.
Argentina es un
caso aparte. Alberto Fernández despotricó contra Estados Unidos en su
entrevista con Putin, luego adoptó una postura equidistante y finalmente se
sumó a la condena de Rusia sin ninguna mención de la OTAN. En muy pocos días
adoptó todas las posturas imaginables, confirmando que carece de brújula y amolda
su política exterior a las tratativas con el FMI. Por ese sometimiento al Fondo
es una presa fácil de Washington.
LAS CONDICIONES DE LA AUTODETERMINACIÓN
La crítica al
operativo de Putin es insoslayable en cualquier pronunciamiento de la
izquierda. Pero ese posicionamiento debe ser antecedido por una contundente
denuncia del imperialismo norteamericano, como principal responsable de la
escalada bélica. Esa agresión no justifica la respuesta militar del Kremlin,
que es muy contraproducente para todos los proyectos de emancipación. El apoyo
a ese operativo es auto-destructivo y conspira contra la batalla por la
democracia, la igualdad y la soberanía de las naciones.
Putin no se
limitó a justificar su incursión como una acción defensiva frente a la OTAN. Ese
argumento es insuficiente para explicar la desproporcionada respuesta de la
invasión, pero cuenta con un algún basamento válido. El jefe del Kremlin fue
más allá de esa evaluación y señaló que Ucrania no tiene derecho a existir como
nación. Esa caracterización sitúa su operativo en otro plano más inaceptable de
impugnación del derecho de un pueblo a decidir su destino.
El mandatario
moscovita considera que Ucrania nunca conformó una real nación separada de la
matriz rusa. Afirma que asumió ese artificial carácter por obra de los
bolcheviques, que en 1917 concedieron un maligno derecho de separación. Ese
atributo adoptó posteriormente un formato constitucional de unión voluntaria de
repúblicas soviéticas. Putin culpabiliza a Lenin por ese quebranto del
territorio ruso y considera que Stalin convalidó el mismo desacierto, al
preservar una norma que toleraba la autonomía federativa de Ucrania[16].
Esta mirada de
Putin contiene una implícita reivindicación del modelo opresivo previo del
zarismo. Ese esquema se asentaba en la dominación ejercida por los gran- rusos
sobre una vasta configuración de naciones. Lenin combatió esa “cárcel de los
pueblos” que impedía a numerosos minorías manejar sus recursos, desarrollar su
cultura, utilizar su idioma y desenvolver su senda nacional.
La resistencia
contra esa opresión alimentó la gran batalla que desembocó en el surgimiento de
la Unión Soviética. El derecho de las naciones oprimidas a su propia
autodeterminación fue una exigencia confluyente, con los reclamos de paz, pan y
tierra que desencadenaron la revolución de 1917. La Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas fue proclamada como una convergencia libre y soberana de
esas naciones.
Ahora Putin
rechaza esa tradición y desconoce la identidad de Ucrania, que se ubica en las
antípodas del artificio objetado por el jefe del Kremlin. Ese país arrastra una
larga y dramática trayectoria nacional, alimentada por las tragedias vividas en
las guerras mundiales y en la colectivización forzosa.
Al igual que en
otras zonas del mundo, la autodeterminación nacional discutida en Ucrania no es
una aspiración sagrada, suprema, ni de mayor validez que las demandas sociales
y populares. Es claramente utilizada por la derecha para potenciar el
nacionalismo y los enfrentamientos entre pueblos. Pero Putin no objeta esa
manipulación reaccionaria, sino el propio derecho a la existencia de un país.
Esa postura
retrata la faceta más regresiva de su operativo militar. Pone de relieve que su
incursión no está sólo determinada por la pulseada con la OTAN, ni obedece únicamente
a motivaciones defensivas o geopolíticas. También deriva de un atributo
despótico, que Moscú se auto-asigna alegando la pertenencia de Ucrania a su
radio territorial.
Los ucranianos
del Oeste y del Este tiene el mismo derecho que cualquier otro pueblo a decidir
su futuro nacional. Pero la autodeterminación será un enunciado meramente
declamatorio, mientras fuerzas las asociadas con la OTAN y las tropas rusas
mantengan su presencia en el país.
La primera
condición para avanzar hacia la soberanía real de Ucrania es la restauración de
las negociaciones de paz, para acordar la salida de los gendarmes extranjeros
de ambas partes y la posterior desmilitarización del país, con un status
internacional de neutralidad. La izquierda de muchas vertientes y países se ha
comprometido en esa doble batalla contra la OTAN y la incursión rusa.
Notas
[1] Marcetic, Branko. Basta ya de juegos peligrosos
con Rusia, 31-12- 2021 https://vientosur.info/basta-ya-de-juegos-peligrosos-con-rusia/
[2] Tooze, Adam. El desafío de Putin a la hegemonía
occidental 29/01/2022, https://www.sinpermiso.info/textos/el-desafio-de-putin-a-la-hegemonia-occidental
[3] Rodríguez Olga ¿Fuck the European Union?
03/02/2022 https://www.eldiarioar.com/mundo/fuck-the-european-union-diez-anos-politicas-coherentes-eeuu-ucrania_129_8709451.html
[4] Hudson, Michael. Ucrania los Estados Unidos
quiere evitar que Europa comercie con China y Rusia 12/02/2022 https://rebelion.org/con-el-pretexto-de-la-guerra-en-ucrania-los-estados-unidos-quiere-evitar-que-europa-comercie-con-china-y-rusia/
[5] Reed Stanley. Crisis con Ucrania: ¿qué pasa si
Rusia le corta el gas natural a Europa? 01/02/2022 https://www.clarin.com/mundo/crisis-ucrania-pasa-rusia-corta-gas-natural-europa-_0_4xZCm7RUll.html
[6] Montag, Santiago. Ucrania en el tablero mundial,
2-1-2022, https://www.laizquierdadiario.com/Ucrania-en-el-tablero-mundial
[7] Kagarlitsky, Boris on Ukraine interviewed by
Antoine Dolcerocca & Gokhan Terzioglu http://democracyandclasstruggle.blogspot.com/2015/05/boris-kagarlitsky-on-ukraine.html May
24, 2015
[8] San Vicente, Iñaki Gil «Es el primer golpe de
una política defensiva rusa», 24-2-2022 https://www.resumenlatinoamericano.org/2022/02/24/ucrania-inaki-gil-de-san-vicente-es-el-primer-golpe-de-una-politica-defensiva-rusa/
[9] Poch de Feliu. Rafael. La invasión de Ucrania
22/01/2022 https://rebelion.org/la-invasion-de-ucrania/
[10] Ishchenko, Volodymyr, Ucrania se enfrenta a una
crisis, pero la guerra no es inevitable». 13/02/2022. https://www.jacobinmag.com/2022/02/us-russia-nato-donbass-maidan-minsk-war
[11] Burgos, Tino. Tambores de guerra
08/02/2022 https://vientosur.info/tambores-de-guerra-se-oyen-por- el-este/
[12] Ishchenko, Volodymyr Ukrainians Are Far From
Unified on NATO: Let Them Decide for Themselves, 1 ene 2022, https://lefteast.org/ukrainians-far-from-unified-on-nato/
[13] Kagarlitsky, Boris. (2016) Ukraine and Russia:
Two States, One Crisis, International Critical Thought, 6:4, 513-533.
[14] Williams, Sam. Is Russia Imperialist? jun.
2014 https://critiqueofcrisistheory.wordpress.com/is-russia-imperialist/
[15] Kagarlitsky, Boris. New Cold War.Ukraine and
beyonde, April 13, 2014 newcoldwar.org/category/articles…/boris-kagarlitsky
[16] Putin. Vladimir. https://www.sdpnoticias.com/opinion/el-discurso-completo-de-vladimir-putin-contra-ucrania-culpa-a-lenin/ 23-2-2022
Fuente: Blog de Claudio Katz.
Ucrania. Zelenski, de actor cómico a protagonista principal de la tragedia ucraniana.
Zelenski, de actor
cómico a protagonista principal de la tragedia ucraniana
Vientosur
3 MARZO 2022
BYRON MAHER
“Make Russia Great Again” es la obsesión
de Putin, reconstruir la Gran Rusia de antaño, y EE UU, la OTAN y la UE con su
agresiva e irresponsable política expansionista le ha ayudado a justificar una
invasión que cambiará el escenario geopolítico mundial.
En la ficción, Volodimir Zelenski
enfrentaba hace pocos años como “presidente” de Ucrania constantes problemas de
todo tipo, pero siempre lograba salir airoso de ellos. Llevaba adelante una
gran cruzada contra la endémica corrupción política de su país y hasta se
enfrentaba con metralleta en mano un ataque al Parlamento.
Ahora, como presidente real, debe
enfrentarse a una muy real invasión territorial de su país de miles de
soldados, tanques, aviones y barcos de guerra de una de las fuerzas armadas más
poderosas del mundo, la rusa y como comandante en jefe dirige una tenaz
resistencia armada a pesar de la gran desigualdad militar.
Tras años
como guionista, productor y actor de cine, Zelenski, rusoparlante, nacido en el
sureste de Ucrania, fue de 2015 a 2019 el guionista y protagonista principal de
la exitosa serie de televisión Servidor del Pueblo.
Esta comenzó precisamente poco después
de la caída y huida del presidente Viktor Yanukovich, también originario del Este
del país, que terminó exiliándose en Rusia.
Miembro del PCUS (Partido Comunista de
la Unión Soviética) durante la última década de la URSS y devenido oligarca
tras su atomización y la independencia de Ucrania, Yanukovich se desdijo en
2013 de su acuerdo para iniciar el proceso de asociación de su país a la Unión
Europea.
Yanukovich optó por anular ese
compromiso, optando en cambio por una relación más estrecha con Rusia, lo que
dio lugar a protestas callejeras inicialmente espontáneas de jóvenes europeístas,
inmediatamente después alentadas irresponsablemente por la UE y EE UU, y que
terminaron siendo copadas por fuerzas políticas y milicias ultraderechistas
cada vez más violentas.
Algunas de esas milicias neonazis
compuestas no solo por ucranianos sino también por croatas y ultraderechistas
de otros países, como Svoboda, Pravy Sector y otras, terminaron integrándose
posteriormente en las fuerzas de seguridad regulares ucranianas. Hoy son parte
del Regimiento Azov de Operaciones Especiales de la Guardia Nacional ucraniana,
dependiente del Ministerio de Asuntos Internos de Ucrania.
A estas fuerzas hace alusión Putin
cuando dice que su propósito es desnazificar Ucrania, aunque no tengan en
realidad presencia real entre los altos mandos de las fuerzas armadas ni en el
Gobierno.
Al utilizar el fantasma del nazismo en
el país vecino Putin sabe que logra provocar el odio y el miedo en la población
rusa que sufrió más que ningún otro país el horror nazi. Veinticinco millones
de soviéticos murieron por el nazismo.
Putin recurre torticeramente a la
memoria histórica para presentar al actual Gobierno de Zelenski —hijo de padres
judíos y nieto de un miembro del Ejército Rojo— como un heredero de aquella
parte de ucranianos que colaboró activamente en los años 40 con la ocupación
hitleriana.
Olvida recordar la otra cara de esa
ocupación, que de 1941 a 1944 murieron también cinco millones de ucranianos,
casi un tercio de ellos judíos. Se olvida también que tras ese periodo la
república de Ucrania siguió formando parte de la URSS —como lo era desde 1922—
hasta la desintegración de esta en 1991.
Hasta 2018 Zelenski solo actuaba en ruso
tanto en su país como en varias ex repúblicas soviéticas, pero los nuevos
tiempos, con la rusofobia que se expandió por la Ucrania occidental con la
guerra desatada contra las regiones separatistas orientales prorrusas de
Donetsk y Luhansk, comenzó a actuar en ucraniano.
Con
miembros de su productora, Kvartal 95, decidió transformar su serie de
humor Servidor del Pueblo en un partido político y presentarse
él mismo como candidato presidencial para las elecciones de 2019.
El anuncio asombró a la clase política y
concitó grandes expectativas en buena parte de la opinión pública, descontenta
con el Gobierno de Petro Poroshenko, el oligarca pro occidental —tan corrupto
como Yanukovich—, que había triunfado en esas irregulares elecciones del
convulso 2014 tras la huida de este.
Zelenski trasladó a su personaje de
televisión a la vida real; el principal punto de su programa electoral era
también la lucha contra la corrupción, como en la pantalla chica. Prometió
luchar por la paz y la unidad en Ucrania e hizo guiños también a los poderosos
oligarcas sin cuya luz verde pareciera imposible llegar al poder en ese país.
En las elecciones de 2019, Zelenski arrasó;
en la segunda vuelta obtuvo el 73% de los votos, no pocos de ellos provenientes
del Donbás, la región oriental fronteriza con Rusia, dentro de la cual se
encuentran las rebeldes Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, con dos
millones y un millón y medio de habitantes respectivamente.
El actor-presidente mantuvo un discurso
moderado ante Moscú: “Somos diferentes, pero eso no es motivo para ser
enemigos”.
Zelenski dijo que no quería que su país
fuera ni “el socio pequeño de Rusia” ni el “socio corrupto de Occidente”, pero
también manifestó públicamente su voluntad de preparar a Ucrania para que en
2024 ya hubiera cumplido todas las condiciones que se le exigen a cualquier
país para poder pedir tanto el ingreso en la UE como en la OTAN. En estos días
pidió a la Comisión Europea que acelerara el proceso de admisión de su país a
la UE.
Esa confirmación sobre sus objetivos
estratégicos hizo que los separatistas del Este del país apoyados económica,
política y militarmente por Putin abandonaran cualquier expectativa con
respecto a una salida negociada del conflicto abierto.
Las provocaciones de un lado y otro de
la línea de frente han sido constantes, un goteo interminable de muertos que se
suman a los 14.000 que se produjeron en los dos primeros años de la guerra,
entre 2014 y 2015.
El alto el fuego se rompió una y mil
veces. Putin sólo ve los ataques militares que reciben las repúblicas populares
y los califica de “genocidio”, justificando con ello su “operación especial”
para impedirlo.
Una y otra parte, Ucrania, la UE, la
OTAN y EE UU por un lado, y los separatistas de Donetsk y Lugansk y Rusia por
el otro, se vienen acusando mutuamente de no haber respetado los Acuerdos de
Minsk (Bielorrusia), pero cada bloque cuenta nada más que los compromisos que
había asumido el otro, no los suyos propios.
Ucrania no cumplió con el compromiso de
convocar elecciones locales y aceptar un estatus especial de autonomía real a
las zonas orientales rebeldes, y desmilitarizar esas regiones.
Por su parte, las repúblicas rebeldes y
Rusia no cumplieron con el compromiso de retirar el armamento pesado y respetar
que sea el Gobierno ucraniano el que controle esas fronteras exteriores fronterizas
con Rusia y sean monitorizadas por la OSCE (Organización de Seguridad y
Cooperación en Europa).
Ni uno ni otro tampoco respetó la
condición de mantener una franja desmilitarizada de 15 kilómetros de cada lado,
ni la condición de retirada inmediata de sus respectivas fuerzas mercenarias,
con presencia de miles de efectivos tanto de un bando como del otro.
Las negociaciones de Minsk las llevó a
cabo el Grupo de Contacto Trilateral sobre Ucrania, del que participaban tanto
representantes de Ucrania, de Rusia como de la OSCE y una representación de la
República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk.
Ni la UE, ni la OTAN ni EE UU
participaron oficialmente en esas negociaciones, pero sin embargo estuvieron
siempre omnipresentes.
Aunque para estas repúblicas rebeldes el
objetivo fundamental de su lucha era y sigue siendo obtener la independencia de
Ucrania y lograr una eventual asociación o integración a la Federación de
Rusia, lo que está en juego desde hace años en Ucrania es algo que trasciende
en mucho este conflicto y que unos y otros instrumentalizan.
EE UU, la UE y la OTAN instrumentalizan
a Ucrania para conseguir cerrar aún más el cerco a la Federación de Rusia, un
cerco que comenzó desde el mismo momento en que la Unión Soviética estalló por
los aires y se desmembró en numerosos pedazos.
Europa ya había desechado años antes la
idea de Casa Común Europea que venía proponiendo Mijail Gorbachov desde 1985
para intentar crear un espacio de seguridad común exclusivamente europeo, sin
armas de destrucción masiva y con una coordinación euroasiática entre la
entonces Comunidad Económica Europea (CEE) y su homólogo de Europa oriental, el
Consejo de Ayuda Mutua (COMECON) de la URSS y los países del Este bajo su
órbita.
Europa, todo el continente europeo,
perdió así una oportunidad para ensayar otra vía, para adelantar años y de
forma menos traumática el fin de la Guerra Fría.
Nunca sabremos si aceptar en ese momento
el desafío hubiera permitido o no el inicio de un verdadero Nuevo Orden Mundial,
con una Europa no dependiente de EE UU, y que hubiera permitido evitar las
guerras de los Balcanes, de Georgia, Moldavia y la actual de Ucrania.
Analizarlo ahora es hacer ciencia
ficción.
El COMECON desapareció tras la
desintegración de la URSS al igual que se desarticuló el Pacto de Varsovia, la
alianza militar de la URSS con los países de la Europa del Este, pero la OTAN
no se disolvió a pesar de que su principal objetivo inicial declarado era
servir de contención a un eventual plan hostil y expansionista soviético.
Fue durante la Administración de Bill
Clinton cuando se decidió no solo mantener en pie la OTAN sino también cómo y
cuándo ampliarla, pero al mismo tiempo el secretario de Estado estadounidense,
Warren Christopher, advertía en 1993: “El Gobierno ruso debe evitar la
tentación de reconstituir la URSS”.
No se aprovechaba aquel momento
histórico de fin de la Guerra Fría y desaparición de una de las dos
superpotencias mundiales para crear un Nuevo Orden Mundial consensuado sino
todo lo contrario. Se utilizaba la debilidad económica, política y militar de
la Federación de Rusia tras la disolución de la URSS.
A pesar de los debates en el seno de la
OTAN sobre su futuro —que hasta incluyó la posibilidad de proponer a Rusia ser
miembro— Estados Unidos logró imponer su criterio: la OTAN debía ampliarse y
reforzarse.
A pesar de las protestas de Rusia, en
pocos años y en distintas tandas se fue invitando a varios países a integrarse,
fundamentalmente a los que antes integraban el Pacto de Varsovia.
Y fue así que en 1999 se incorporaron
Polonia, la República Checa y Hungría, a las que en 2004 se sumaron Estonia,
Lituania, Estonia, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia y Rumanía; en 2009 Albania y
Croacia, permaneciendo aún como candidatas Bosnia-Herzegovina, Georgia y
Macedonia del Norte.
Serbia, Finlandia y Suecia siguen
debatiendo internamente si integrarse o no. Putin ha advertido a Suecia y
Finlandia estos días de las “duras consecuencias” que les supondría su adhesión
a la OTAN.
La OTAN ha pasado de sus 12 miembros
iniciales de 1949 a los 30 miembros de la actualidad, más Colombia, el único
país latinoamericano que desde 2017 fue aceptado como “socio extracontinental”.
La expansión y agresividad de esas
sucesivas ampliaciones de la OTAN han provocado cada vez más alarma por parte
de Rusia.
En los últimos 20 años, coincidiendo con
los años que Putin lleva en el poder, la OTAN ha desplegado parte de su escudo
de misiles antimisiles e importante armamento pesado en bases de esos países
fronterizos con Rusia y miembros de la Alianza.
Rusia, por su parte, aunque no es hoy
una potencia significativa a nivel económico sí lo es a nivel militar. Putin se
ha ocupado en la última década de hacer una fuerte inversión en tecnología
militar —más de 60.000 millones de euros solo en 2021— dotando a las fuerzas
armadas de un poderoso arsenal que compite en varias áreas con el material más
avanzado de la OTAN.
Y Putin no solo ha reaccionado de
inmediato ante cualquier intento de revoluciones de colores pro occidentales en
los países que considera su “patio trasero” sino que también ha mostrado
músculo militar en Siria y otros países.
Moscú, siendo un país que ha reprimido
siempre brutalmente los movimientos autonomistas e independentistas en su
propio territorio, se presenta ante el mundo como el defensor de la minoría
rusoparlante de Ucrania y de otros países.
Rusia, que reprime duramente todo tipo
de oposición política y mediática en su país —ha llegado a prohibir ahora a los
medios utilizar el término “guerra” o “invasión”— y persigue a minorías como a
la comunidad LGTBI, se erige también en el defensor de las libertades
democráticas de otros países.
La invasión de Ucrania solo puede ser
justificada por aquellos que mantienen una visión campista, aquellos que siguen
la máxima de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Son los que ensalzan el nacionalismo
autoritario neoliberal de Putin y su cohorte de oligarcas rusos presentándolos
como heroicos antiimperialistas mundiales herederos de la Revolución Rusa y los
bolcheviques de un siglo atrás.
La política agresiva e imperialista de
EE UU y la OTAN y la sumisa UE no puede legitimar en ningún caso otra acción de
carácter expansionista e imperialista, la invasión con una fuerza militar
apabullante de un país vecino.
Putin planificó mucho su acción.
+ Sabía que haciendo un ultimátum a EE
UU y la OTAN para que se comprometieran por escrito a que nunca aceptarían la
integración de Ucrania en la Alianza pedía un imposible. El propio tratado
fundacional de la OTAN como el de cualquier órgano internacional impide aceptar
semejante chantaje.
+ Sabía también que ni la OTAN ni
ninguno de sus países miembros individualmente se atrevería a enviar tropas o
bombarderos a Ucrania porque eso supondría enfrentarse a las fuerzas rusas y
esto equivaldría a una declaración de guerra a un país con potencia nuclear
como Rusia. Amenazó incluso con “gravísimas consecuencias” a quien se atreviera
a acudir en auxilio de Ucrania. Anunció igualmente que ponía en estado de
alerta a las Fuerzas de Disuasión de sus fuerzas armadas, las encargadas de
controlar y operar las armas nucleares, no descartando utilizarlas de sentir a
su país atacado.
+ Sabía también Putin que por más
armamento que a última hora intentara la OTAN enviar a Ucrania sería imposible
a las fuerzas armadas ucranianas frenar una ofensiva de 200.000 soldados rusos,
con los mejores tanques, aviones, artillería y buques de guerra atacando por
distintos flancos, ayudados para más inri por la vecina Bielorrusia. A pesar de
ello las fuerzas de seguridad ucranianas y numerosos civiles están haciendo
frente a las tropas rusas con más tenacidad de la esperada, lo que está
ralentizando el avance sobre Kiev.
+ Sabía igualmente Putin que EE UU y la
UE solo podrían aplicarle sanciones económicas duras, que le afectarán
enormemente las transacciones comerciales y financieras, pero limitadas. Tras
varios días de guerra las sanciones ni siquiera incluyen la paralización del
flujo de gas y petróleo a Europa. Rusia cuenta con grandes reservas de oro, y
cuenta con el reciente compromiso comercial, financiero y político de China con
lo que puede compensar en gran medida las pérdidas que sufra.
Putin planificó mucho todo esto y ha
logrado atar las manos a EE UU y la UE.
Es verdad que cuando acabe esta guerra,
si acaba pronto y sin traspasar las fronteras de Ucrania, algo que aún es
pronto para afirmar, todo el escenario geopolítico habrá cambiado.
A partir de ahora los países miembros de
la OTAN probablemente acepten cada vez más la idea de aumentar sus presupuestos
de Defensa —ya lo anunció Alemania— y su aportación a la Alianza como le viene
reclamando EE UU desde hace años.
Es previsible también que los países
fronterizos con Rusia acepten albergar más bases militares de la OTAN;
plataformas de misiles de corto y medio alcance y artillería pesada para
prevenir eventuales nuevas acciones hostiles rusas.
La OTAN podría reforzar ante esta nueva
situación su unidad interna, y los debates en el seno de la UE sobre la
necesidad de dotarse de un sistema europeo de defensa propio, con menos
dependencia de EE UU, podrían quedar a un lado ante la actualización del
peligro ruso y ver como más necesario que nunca el reforzamiento de la alianza
con EE UU para poder frenar a una potencia nuclear como Rusia.
Todos estos cambios que hipotéticamente
mostrarían que Rusia se convertiría en un paria mundial tras su invasión de
Ucrania tienen sin embargo también otra cara.
Si Putin termina doblegando a Ucrania, y
Zelenski —o el Parlamento si este es finalmente derrocado— acepta firmar alguna
suerte de tratado comprometiendo que nunca solicitará el ingreso en la OTAN,
habrá conseguido una gran victoria.
Habrá encontrado la vía para lograr lo
que se propuso desde el principio y que exigió a EE UU y la OTAN y no
consiguió.
Si además con esta guerra consigue
consolidar la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y
anexionarlas posteriormente a Rusia o al menos logra formar un corredor que las
vincule a la Península de Crimea, la victoria sería aún más amplia y le
redituaría además un apoyo en la propia población de Rusia como consiguió al
anexionar a Crimea.
Putin habría logrado con esta peligrosa
aventura militar, a costa de esta tragedia, de este horror que viven millones
de ucranianos, el reconocimiento de Rusia como actor de primer orden en la
escena mundial, a quien ya no se podrá ni ignorar ni acorralar.
Satisfaría así su sueño de la Gran
Rusia. Putin, como Trump, no oculta que también quiere hacer “Rusia grande otra
vez”.
Roberto
Montoya
28/02/2022
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