Zelenski, de actor
cómico a protagonista principal de la tragedia ucraniana
Vientosur
3 MARZO 2022
BYRON MAHER
“Make Russia Great Again” es la obsesión
de Putin, reconstruir la Gran Rusia de antaño, y EE UU, la OTAN y la UE con su
agresiva e irresponsable política expansionista le ha ayudado a justificar una
invasión que cambiará el escenario geopolítico mundial.
En la ficción, Volodimir Zelenski
enfrentaba hace pocos años como “presidente” de Ucrania constantes problemas de
todo tipo, pero siempre lograba salir airoso de ellos. Llevaba adelante una
gran cruzada contra la endémica corrupción política de su país y hasta se
enfrentaba con metralleta en mano un ataque al Parlamento.
Ahora, como presidente real, debe
enfrentarse a una muy real invasión territorial de su país de miles de
soldados, tanques, aviones y barcos de guerra de una de las fuerzas armadas más
poderosas del mundo, la rusa y como comandante en jefe dirige una tenaz
resistencia armada a pesar de la gran desigualdad militar.
Tras años
como guionista, productor y actor de cine, Zelenski, rusoparlante, nacido en el
sureste de Ucrania, fue de 2015 a 2019 el guionista y protagonista principal de
la exitosa serie de televisión Servidor del Pueblo.
Esta comenzó precisamente poco después
de la caída y huida del presidente Viktor Yanukovich, también originario del Este
del país, que terminó exiliándose en Rusia.
Miembro del PCUS (Partido Comunista de
la Unión Soviética) durante la última década de la URSS y devenido oligarca
tras su atomización y la independencia de Ucrania, Yanukovich se desdijo en
2013 de su acuerdo para iniciar el proceso de asociación de su país a la Unión
Europea.
Yanukovich optó por anular ese
compromiso, optando en cambio por una relación más estrecha con Rusia, lo que
dio lugar a protestas callejeras inicialmente espontáneas de jóvenes europeístas,
inmediatamente después alentadas irresponsablemente por la UE y EE UU, y que
terminaron siendo copadas por fuerzas políticas y milicias ultraderechistas
cada vez más violentas.
Algunas de esas milicias neonazis
compuestas no solo por ucranianos sino también por croatas y ultraderechistas
de otros países, como Svoboda, Pravy Sector y otras, terminaron integrándose
posteriormente en las fuerzas de seguridad regulares ucranianas. Hoy son parte
del Regimiento Azov de Operaciones Especiales de la Guardia Nacional ucraniana,
dependiente del Ministerio de Asuntos Internos de Ucrania.
A estas fuerzas hace alusión Putin
cuando dice que su propósito es desnazificar Ucrania, aunque no tengan en
realidad presencia real entre los altos mandos de las fuerzas armadas ni en el
Gobierno.
Al utilizar el fantasma del nazismo en
el país vecino Putin sabe que logra provocar el odio y el miedo en la población
rusa que sufrió más que ningún otro país el horror nazi. Veinticinco millones
de soviéticos murieron por el nazismo.
Putin recurre torticeramente a la
memoria histórica para presentar al actual Gobierno de Zelenski —hijo de padres
judíos y nieto de un miembro del Ejército Rojo— como un heredero de aquella
parte de ucranianos que colaboró activamente en los años 40 con la ocupación
hitleriana.
Olvida recordar la otra cara de esa
ocupación, que de 1941 a 1944 murieron también cinco millones de ucranianos,
casi un tercio de ellos judíos. Se olvida también que tras ese periodo la
república de Ucrania siguió formando parte de la URSS —como lo era desde 1922—
hasta la desintegración de esta en 1991.
Hasta 2018 Zelenski solo actuaba en ruso
tanto en su país como en varias ex repúblicas soviéticas, pero los nuevos
tiempos, con la rusofobia que se expandió por la Ucrania occidental con la
guerra desatada contra las regiones separatistas orientales prorrusas de
Donetsk y Luhansk, comenzó a actuar en ucraniano.
Con
miembros de su productora, Kvartal 95, decidió transformar su serie de
humor Servidor del Pueblo en un partido político y presentarse
él mismo como candidato presidencial para las elecciones de 2019.
El anuncio asombró a la clase política y
concitó grandes expectativas en buena parte de la opinión pública, descontenta
con el Gobierno de Petro Poroshenko, el oligarca pro occidental —tan corrupto
como Yanukovich—, que había triunfado en esas irregulares elecciones del
convulso 2014 tras la huida de este.
Zelenski trasladó a su personaje de
televisión a la vida real; el principal punto de su programa electoral era
también la lucha contra la corrupción, como en la pantalla chica. Prometió
luchar por la paz y la unidad en Ucrania e hizo guiños también a los poderosos
oligarcas sin cuya luz verde pareciera imposible llegar al poder en ese país.
En las elecciones de 2019, Zelenski arrasó;
en la segunda vuelta obtuvo el 73% de los votos, no pocos de ellos provenientes
del Donbás, la región oriental fronteriza con Rusia, dentro de la cual se
encuentran las rebeldes Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, con dos
millones y un millón y medio de habitantes respectivamente.
El actor-presidente mantuvo un discurso
moderado ante Moscú: “Somos diferentes, pero eso no es motivo para ser
enemigos”.
Zelenski dijo que no quería que su país
fuera ni “el socio pequeño de Rusia” ni el “socio corrupto de Occidente”, pero
también manifestó públicamente su voluntad de preparar a Ucrania para que en
2024 ya hubiera cumplido todas las condiciones que se le exigen a cualquier
país para poder pedir tanto el ingreso en la UE como en la OTAN. En estos días
pidió a la Comisión Europea que acelerara el proceso de admisión de su país a
la UE.
Esa confirmación sobre sus objetivos
estratégicos hizo que los separatistas del Este del país apoyados económica,
política y militarmente por Putin abandonaran cualquier expectativa con
respecto a una salida negociada del conflicto abierto.
Las provocaciones de un lado y otro de
la línea de frente han sido constantes, un goteo interminable de muertos que se
suman a los 14.000 que se produjeron en los dos primeros años de la guerra,
entre 2014 y 2015.
El alto el fuego se rompió una y mil
veces. Putin sólo ve los ataques militares que reciben las repúblicas populares
y los califica de “genocidio”, justificando con ello su “operación especial”
para impedirlo.
Una y otra parte, Ucrania, la UE, la
OTAN y EE UU por un lado, y los separatistas de Donetsk y Lugansk y Rusia por
el otro, se vienen acusando mutuamente de no haber respetado los Acuerdos de
Minsk (Bielorrusia), pero cada bloque cuenta nada más que los compromisos que
había asumido el otro, no los suyos propios.
Ucrania no cumplió con el compromiso de
convocar elecciones locales y aceptar un estatus especial de autonomía real a
las zonas orientales rebeldes, y desmilitarizar esas regiones.
Por su parte, las repúblicas rebeldes y
Rusia no cumplieron con el compromiso de retirar el armamento pesado y respetar
que sea el Gobierno ucraniano el que controle esas fronteras exteriores fronterizas
con Rusia y sean monitorizadas por la OSCE (Organización de Seguridad y
Cooperación en Europa).
Ni uno ni otro tampoco respetó la
condición de mantener una franja desmilitarizada de 15 kilómetros de cada lado,
ni la condición de retirada inmediata de sus respectivas fuerzas mercenarias,
con presencia de miles de efectivos tanto de un bando como del otro.
Las negociaciones de Minsk las llevó a
cabo el Grupo de Contacto Trilateral sobre Ucrania, del que participaban tanto
representantes de Ucrania, de Rusia como de la OSCE y una representación de la
República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk.
Ni la UE, ni la OTAN ni EE UU
participaron oficialmente en esas negociaciones, pero sin embargo estuvieron
siempre omnipresentes.
Aunque para estas repúblicas rebeldes el
objetivo fundamental de su lucha era y sigue siendo obtener la independencia de
Ucrania y lograr una eventual asociación o integración a la Federación de
Rusia, lo que está en juego desde hace años en Ucrania es algo que trasciende
en mucho este conflicto y que unos y otros instrumentalizan.
EE UU, la UE y la OTAN instrumentalizan
a Ucrania para conseguir cerrar aún más el cerco a la Federación de Rusia, un
cerco que comenzó desde el mismo momento en que la Unión Soviética estalló por
los aires y se desmembró en numerosos pedazos.
Europa ya había desechado años antes la
idea de Casa Común Europea que venía proponiendo Mijail Gorbachov desde 1985
para intentar crear un espacio de seguridad común exclusivamente europeo, sin
armas de destrucción masiva y con una coordinación euroasiática entre la
entonces Comunidad Económica Europea (CEE) y su homólogo de Europa oriental, el
Consejo de Ayuda Mutua (COMECON) de la URSS y los países del Este bajo su
órbita.
Europa, todo el continente europeo,
perdió así una oportunidad para ensayar otra vía, para adelantar años y de
forma menos traumática el fin de la Guerra Fría.
Nunca sabremos si aceptar en ese momento
el desafío hubiera permitido o no el inicio de un verdadero Nuevo Orden Mundial,
con una Europa no dependiente de EE UU, y que hubiera permitido evitar las
guerras de los Balcanes, de Georgia, Moldavia y la actual de Ucrania.
Analizarlo ahora es hacer ciencia
ficción.
El COMECON desapareció tras la
desintegración de la URSS al igual que se desarticuló el Pacto de Varsovia, la
alianza militar de la URSS con los países de la Europa del Este, pero la OTAN
no se disolvió a pesar de que su principal objetivo inicial declarado era
servir de contención a un eventual plan hostil y expansionista soviético.
Fue durante la Administración de Bill
Clinton cuando se decidió no solo mantener en pie la OTAN sino también cómo y
cuándo ampliarla, pero al mismo tiempo el secretario de Estado estadounidense,
Warren Christopher, advertía en 1993: “El Gobierno ruso debe evitar la
tentación de reconstituir la URSS”.
No se aprovechaba aquel momento
histórico de fin de la Guerra Fría y desaparición de una de las dos
superpotencias mundiales para crear un Nuevo Orden Mundial consensuado sino
todo lo contrario. Se utilizaba la debilidad económica, política y militar de
la Federación de Rusia tras la disolución de la URSS.
A pesar de los debates en el seno de la
OTAN sobre su futuro —que hasta incluyó la posibilidad de proponer a Rusia ser
miembro— Estados Unidos logró imponer su criterio: la OTAN debía ampliarse y
reforzarse.
A pesar de las protestas de Rusia, en
pocos años y en distintas tandas se fue invitando a varios países a integrarse,
fundamentalmente a los que antes integraban el Pacto de Varsovia.
Y fue así que en 1999 se incorporaron
Polonia, la República Checa y Hungría, a las que en 2004 se sumaron Estonia,
Lituania, Estonia, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia y Rumanía; en 2009 Albania y
Croacia, permaneciendo aún como candidatas Bosnia-Herzegovina, Georgia y
Macedonia del Norte.
Serbia, Finlandia y Suecia siguen
debatiendo internamente si integrarse o no. Putin ha advertido a Suecia y
Finlandia estos días de las “duras consecuencias” que les supondría su adhesión
a la OTAN.
La OTAN ha pasado de sus 12 miembros
iniciales de 1949 a los 30 miembros de la actualidad, más Colombia, el único
país latinoamericano que desde 2017 fue aceptado como “socio extracontinental”.
La expansión y agresividad de esas
sucesivas ampliaciones de la OTAN han provocado cada vez más alarma por parte
de Rusia.
En los últimos 20 años, coincidiendo con
los años que Putin lleva en el poder, la OTAN ha desplegado parte de su escudo
de misiles antimisiles e importante armamento pesado en bases de esos países
fronterizos con Rusia y miembros de la Alianza.
Rusia, por su parte, aunque no es hoy
una potencia significativa a nivel económico sí lo es a nivel militar. Putin se
ha ocupado en la última década de hacer una fuerte inversión en tecnología
militar —más de 60.000 millones de euros solo en 2021— dotando a las fuerzas
armadas de un poderoso arsenal que compite en varias áreas con el material más
avanzado de la OTAN.
Y Putin no solo ha reaccionado de
inmediato ante cualquier intento de revoluciones de colores pro occidentales en
los países que considera su “patio trasero” sino que también ha mostrado
músculo militar en Siria y otros países.
Moscú, siendo un país que ha reprimido
siempre brutalmente los movimientos autonomistas e independentistas en su
propio territorio, se presenta ante el mundo como el defensor de la minoría
rusoparlante de Ucrania y de otros países.
Rusia, que reprime duramente todo tipo
de oposición política y mediática en su país —ha llegado a prohibir ahora a los
medios utilizar el término “guerra” o “invasión”— y persigue a minorías como a
la comunidad LGTBI, se erige también en el defensor de las libertades
democráticas de otros países.
La invasión de Ucrania solo puede ser
justificada por aquellos que mantienen una visión campista, aquellos que siguen
la máxima de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Son los que ensalzan el nacionalismo
autoritario neoliberal de Putin y su cohorte de oligarcas rusos presentándolos
como heroicos antiimperialistas mundiales herederos de la Revolución Rusa y los
bolcheviques de un siglo atrás.
La política agresiva e imperialista de
EE UU y la OTAN y la sumisa UE no puede legitimar en ningún caso otra acción de
carácter expansionista e imperialista, la invasión con una fuerza militar
apabullante de un país vecino.
Putin planificó mucho su acción.
+ Sabía que haciendo un ultimátum a EE
UU y la OTAN para que se comprometieran por escrito a que nunca aceptarían la
integración de Ucrania en la Alianza pedía un imposible. El propio tratado
fundacional de la OTAN como el de cualquier órgano internacional impide aceptar
semejante chantaje.
+ Sabía también que ni la OTAN ni
ninguno de sus países miembros individualmente se atrevería a enviar tropas o
bombarderos a Ucrania porque eso supondría enfrentarse a las fuerzas rusas y
esto equivaldría a una declaración de guerra a un país con potencia nuclear
como Rusia. Amenazó incluso con “gravísimas consecuencias” a quien se atreviera
a acudir en auxilio de Ucrania. Anunció igualmente que ponía en estado de
alerta a las Fuerzas de Disuasión de sus fuerzas armadas, las encargadas de
controlar y operar las armas nucleares, no descartando utilizarlas de sentir a
su país atacado.
+ Sabía también Putin que por más
armamento que a última hora intentara la OTAN enviar a Ucrania sería imposible
a las fuerzas armadas ucranianas frenar una ofensiva de 200.000 soldados rusos,
con los mejores tanques, aviones, artillería y buques de guerra atacando por
distintos flancos, ayudados para más inri por la vecina Bielorrusia. A pesar de
ello las fuerzas de seguridad ucranianas y numerosos civiles están haciendo
frente a las tropas rusas con más tenacidad de la esperada, lo que está
ralentizando el avance sobre Kiev.
+ Sabía igualmente Putin que EE UU y la
UE solo podrían aplicarle sanciones económicas duras, que le afectarán
enormemente las transacciones comerciales y financieras, pero limitadas. Tras
varios días de guerra las sanciones ni siquiera incluyen la paralización del
flujo de gas y petróleo a Europa. Rusia cuenta con grandes reservas de oro, y
cuenta con el reciente compromiso comercial, financiero y político de China con
lo que puede compensar en gran medida las pérdidas que sufra.
Putin planificó mucho todo esto y ha
logrado atar las manos a EE UU y la UE.
Es verdad que cuando acabe esta guerra,
si acaba pronto y sin traspasar las fronteras de Ucrania, algo que aún es
pronto para afirmar, todo el escenario geopolítico habrá cambiado.
A partir de ahora los países miembros de
la OTAN probablemente acepten cada vez más la idea de aumentar sus presupuestos
de Defensa —ya lo anunció Alemania— y su aportación a la Alianza como le viene
reclamando EE UU desde hace años.
Es previsible también que los países
fronterizos con Rusia acepten albergar más bases militares de la OTAN;
plataformas de misiles de corto y medio alcance y artillería pesada para
prevenir eventuales nuevas acciones hostiles rusas.
La OTAN podría reforzar ante esta nueva
situación su unidad interna, y los debates en el seno de la UE sobre la
necesidad de dotarse de un sistema europeo de defensa propio, con menos
dependencia de EE UU, podrían quedar a un lado ante la actualización del
peligro ruso y ver como más necesario que nunca el reforzamiento de la alianza
con EE UU para poder frenar a una potencia nuclear como Rusia.
Todos estos cambios que hipotéticamente
mostrarían que Rusia se convertiría en un paria mundial tras su invasión de
Ucrania tienen sin embargo también otra cara.
Si Putin termina doblegando a Ucrania, y
Zelenski —o el Parlamento si este es finalmente derrocado— acepta firmar alguna
suerte de tratado comprometiendo que nunca solicitará el ingreso en la OTAN,
habrá conseguido una gran victoria.
Habrá encontrado la vía para lograr lo
que se propuso desde el principio y que exigió a EE UU y la OTAN y no
consiguió.
Si además con esta guerra consigue
consolidar la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y
anexionarlas posteriormente a Rusia o al menos logra formar un corredor que las
vincule a la Península de Crimea, la victoria sería aún más amplia y le
redituaría además un apoyo en la propia población de Rusia como consiguió al
anexionar a Crimea.
Putin habría logrado con esta peligrosa
aventura militar, a costa de esta tragedia, de este horror que viven millones
de ucranianos, el reconocimiento de Rusia como actor de primer orden en la
escena mundial, a quien ya no se podrá ni ignorar ni acorralar.
Satisfaría así su sueño de la Gran
Rusia. Putin, como Trump, no oculta que también quiere hacer “Rusia grande otra
vez”.
Roberto
Montoya
28/02/2022
*++
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