Tras los primeros días de la invasión la confrontación recién comienza.
El gran interrogante es el propósito inmediato de Moscú. ¿Busca ocupar el país?
¿Intenta forzar la caída del gobierno? ¿Pretende imponer sus demandas a un
presidente sustituto?
Dos confrontaciones en Ucrania
El Viejo Topo
5 marzo, 2022
En los primeros
días de la operación militar el avance del ejército ruso ha sido fulminante.
Destruyó los blancos preestablecidos e inutilizó la infraestructura de un rival
infinitamente más frágil. No hay punto de comparación entre ambos bandos y si
el resultado final dependiera del desenlace bélico, el triunfo de Rusia estaría
asegurado.
Pero la
confrontación recién comienza y el gran interrogante es el propósito inmediato
de Moscú. ¿Busca ocupar el país? ¿Intenta forzar la caída del gobierno? ¿Pretende
imponer sus demandas a un presidente sustituto? Con los tanques rodeando a
Kiev, el paso del tiempo juega en contra del operativo.
SORPRESAS, REACCIONES E IMPREVISTOS
La impotencia
de Occidente ha sido el dato más llamativo del escenario creado por la ofensiva
moscovita. La decisión de Putin paralizó a sus rivales, que no optaron por
ningún curso de acción para socorrer a su protegido. El presidente Zelensky
verbalizó abiertamente ese abandono de sus guardianes (“nos dejaron solos”).
La desorientación
de Biden es patética. Conocía el plan ruso que sus voceros publicitaron con
gran anticipación, pero no programó ninguna respuesta. Desechó la escalada
militar y también las propuestas negociadoras de Putin, sin considerar otras
alternativas.
Ese
desconcierto confirma que los reflejos de Washington siguen afectados por la
reciente derrota de Afganistán. El Departamento de Estado enfrenta serios
límites para involucrar a los marines en nuevos operativos y
la misma resistencia a comprometer tropas se verifica en Europa. Por eso la
OTAN se ha limitado a emitir vagos pronunciamientos.
Es evidente que
las sanciones económicas serán irrelevantes si Rusia logra un éxito
político-militar. Cualquier bloqueo financiero o comercial quedaría deshecho en
la práctica por esa victoria. Moscú se ha preparado para resistir las
penalidades. Acumuló grandes reservas de divisas y multiplicó los convenios de
intercambio para afrontar el aislamiento. Pero esas prevenciones sólo servirán
si consigue una victoria en el corto plazo.
Rusia ha
perfeccionando la política de sustitución de importaciones para lidiar con las
sanciones y es muy incierto el impacto de su eliminación del sistema
internacional de gestión bancaria (Swift). Si Putin negoció con Xi Jin
Ping una compra- venta masiva de productos podría contrarrestar el boicot de
Occidente. Pero nadie conoce cuál es la convergencia efectiva de los dos
gigantes que desafían a Estados Unidos.
Las sanciones
son un arma de doble filo y podrían transformarse en un boomerang para
Occidente, si afectan a las propias empresas transatlánticas. Las penalidades
dispuestas en Londres contra los oligarcas rusos, ya generan por ejemplo ruido
en otras operaciones del paraíso financiero inglés.
La belicosidad
comercial contra Moscú acrecienta, además, el encarecimiento de los
combustibles y los alimentos y erosiona también la recuperación económica pos
pandemia. Rusia provee gran parte del trigo comercializado en el mundo, suministra
un tercio del gas utilizado por Europa y aporta la mitad del consumido por
Alemania. Si Berlín prescinde de su principal proveedor energético: ¿Quién
resultará más afectado? ¿El vendedor ruso o el adquiriente germano?
Algunos
analistas estiman que Putin cayó en una trampa concebida por Biden, para
empujar a Rusia al mismo pantano que agotó a la URSS en Afganistán[1].
Pero Washington no maneja los hilos del operativo y es muy improbable que su
balbuceante mandatario haya programado esa emboscada. Si la invasión igualmente
se estanca, Moscú podría repetir en Kiev la tumba que se cavó en Kabul.
Faltan muchas
secuencias para imaginar cuál será el desenlace del drama que vive Ucrania.
Pero en cualquier caso los diagnósticos son secundarios frente a la
caracterización del conflicto.
EL PRINCIPAL RESPONSABLE
Hay abrumadoras
pruebas de la responsabilidad primaria del imperialismo norteamericano en la
tragedia de Ucrania. En incontables ocasiones el Pentágono intentó sumar a
Kiev, a la red de misiles montada por los nuevos socios de la OTAN en el Este
de Europa. En 30 años la Alianza Atlántica se amplió de 16 a 30 miembros.
El cerco a
Rusia fue iniciado por Clinton, violando todos los compromisos que restringían
la presencia militar estadounidense a la frontera de Alemania. Ese límite fue
corrido una y otra vez para reforzar una estrategia expansiva, que Bush alentó
con la fracasada incursión bélica de Georgia (2008). Sus sucesores trabajaron
para convertir a Ucrania en otro peón del dispositivo atlántico.
Washington
ensayó múltiples vías para incorporar a Kiev a la OTAN y estuvo a punto de
inducir un referéndum para forzar esa adhesión. De la revuelta de Maidán (2013)
surgieron gobiernos enemistado con Rusia y el actual presidente Zelensky
convirtió a Ucrania en un “socio de oportunidades mejoradas” de la OTAN (2020).
Putin señaló
una y otra vez que la presencia de ese organismo en Ucrania representa una
amenaza para la seguridad de Rusia. Ese país limita con sus principales socios
europeos y comparte fronteras costeras con Turquía y los estados
caucásicos. Mientras que los misiles emplazados en Polonia o Rumania
pueden alcanzar a Moscú en 15 minutos, sus equivalentes en Ucrania lo harían en
tan sólo 5 minutos. Rusia carece de cualquier instrumento equivalente en las
cercanías del territorio estadounidense.
En los últimos
años Ucrania recibió grandes suministros bélicos y el generalato reformó los
rangos militares en línea con los estándares de la OTAN[2].
El país quedó ubicado en el tercer lugar de la “ayuda” económico-militar de
Washington y recientemente adquirió misiles antiaéreos, diseñados para
transformar el Mar Negro en una jurisdicción del comando occidental.
El Kremlin
cuestionó durante años esa belicosidad y en las últimas seis semanas Putin
propició un freno explicito a la conversión de Ucrania en una catapulta contra
Rusia. Intentó negociar un nuevo status quo para proteger a su
país del belicismo norteamericano, pero no obtuvo ninguna respuesta de la OTAN.
Las propuestas
de Moscú contemplaban la exclusión de Kiev de ese organismo y el veto a la
instalación de misiles. Promovía, además, un status de neutralidad para el
país, semejante al que mantuvieron Finlandia y Austria durante la guerra fría.
Putin convocó
también a consensuar otras medidas de distención global. Invitó a Washington a
retomar un tratado anulado por Trump, que regula la desactivación de ciertos
dispositivos atómicos (INF). El Departamento de Estado respondió con
indiferencia, evasivas o insultos a esas ofrendas de paz. Rechazó especialmente
la neutralidad de Ucrania, para evitar un precedente en el desmantelamiento de
las baterías construidas por el Pentágono en Europa. Esa negativa intensificó
el conflicto provocado por la agresiva expansión de la OTAN.
SOMETER A EUROPA
Washington
alienta el belicismo en Ucrania para reforzar el sometimiento de Europa a su
agenda. Repite su vieja receta de militarización para subordinar al Viejo
Continente. Una funcionaria neo-conservadora del Departamento de Estado
(Victoria Nuland) comanda esa estrategia desde el 2014[3].
El acecho a
Rusia ya disciplinó a Bruselas y en pocas semanas el Pentágono impuso la
movilización de tropas de España, Dinamarca, Italia y Francia. La crisis
ucraniana ha servido para reforzar también el alineamiento pro-yanqui del Reino
Unido pos-Brexit. Johnson difunde antes que Biden las sanciones económicas
contra Moscú y fija el camino a seguir por sus ex socios del continente.
Francia perdió
autoridad por la fracasada negociación que intentó Macron. Buscó crear un marco
de tratativas distante del veto norteamericano, pero no consideró las
propuestas de pacificación del Kremlin. En los principales temas -neutralidad
de Ucrania y divorcio de la OTAN- mantuvo su total fidelidad a la Casa Blanca.
Alemania ha
sido un premeditado blanco del belicismo norteamericano. El Departamento de
Estado trató de bloquear la inauguración del gasoducto Nord Stream 2,
que abastecería el combustible ruso por el mar Báltico, soslayando el actual
tránsito por Ucrania. Washington enrareció el clima de toda la región, para
impedir esa recepción germana de la energía provista por Moscú[4].
Estados Unidos
toma en cuenta, también, la multiplicación por cinco del precio del gas natural
en el último año. Busca desplazar a Rusia del mercado europeo para descargar
sus excedentes de gas licuado, que ofrece a cotizaciones más elevadas que el
competidor moscovita. Negocia incluso la construcción de un puerto en el Viejo
Continente para recibir los delicados envíos de ese combustible. Su proyecto
rivaliza abiertamente con el gasoducto ruso[5].
La maquinaria
industrial germana necesita el abastecimiento energético externo y por esa
razón Berlín intentó bajar el tono de la presión bélica estadounidense. Eludió
la movilización de efectivos y sugirió que vetaría el uso de su espacio aéreo.
Pero en ningún momento atenuó su enceguecido alineamiento con Washington y
finalmente suspendió la inauguración del gasoducto. El efecto inmediato de la
incursión de Putin ha sido la consolidación del bloque Atlántico bajo las
órdenes de Washington.
LA ESCALADA DESDE KIEV
Europa ha
jugado un papel complementario de Estados Unidos en el proyecto de convertir a
Ucrania en un bastión de la OTAN. Tanto Washington como Bruselas propiciaron
esa dinámica belicista desde la revuelta del Maidán (2013) y el posterior golpe
contra el presidente Yanukovych.
Ese mandatario
negociaba a dos puntas un auxilio financiero externo para paliar el quebranto
fiscal del país. Su elección final del rescatista ruso en desmedro del salvador
europeo desató la reacción de los manifestantes pro-occidentales, que
precipitaron en las calles la caída del mandatario y la llegada de un
presidente empeñados en acelerar el giro hacia a OTAN (Porochekno).
El Departamento
de Estado motorizó ese viraje subiendo el tono de las tensiones con Rusia y
fomentando en la población el apego liberal al sueño americano. Bruselas lucró,
por su parte, con la ilusoria expectativa de transformar a Ucrania en una
economía desarrollada por la mera adhesión a la Unión Europea. Alentó esa
creencia para blanquear el brutal ajuste que en ese momento imponía a Grecia.
Aprovechó el entusiasmo en Kiev con las banderas enarboladas de la UE (cuando
eran detestadas en Atenas).
La euforia
occidentalista que propagó el gobierno ucraniano repitió la norma de todos los
procesos políticos recientes de Europa del Este. Pero añadió a ese patrón, una
campaña anti-rusa y un nacionalismo exacerbado, que desembocó en provocaciones
armadas contra la población ruso-parlante. Kiev estableció el ucraniano como
único idioma oficial, afectando a todos los pobladores que no utilizan esa
lengua. Inició, además, una andanada de acciones militares contra el sector
afín a Rusia afincado en el Este.
Se suele
computar que la mini-guerra interna de Ucrania ha generado 14.000 muertos y un
millón y medio de desplazados en los últimos ocho años[6].
Pero el principal escenario de esas confrontaciones ha sido la región
ruso-parlante del Donbass, como consecuencias de los atropellos perpetrados por
los enviados de Kiev.
Esas agresiones
son encabezadas por las corrientes ultra-derechistas que emergieron de la
revuelta del Maidán. Todavía se discute si esa impronta reaccionaria estuvo
presente desde el inicio del movimiento o emergió de su evolución posterior.
Pero en cualquiera de las dos variantes el desemboque ultra-regresivo de ese
proceso ha sido indudable.
Ucrania
arrastra una dramática crisis económica por los adversos resultados de la
restauración capitalista. Esa transformación fue completada con la misma
intensidad que en Rusia y con el mismo modelo de apropiadores oligarcas
provenientes de la vieja cúpula gobernante.
Pero las dos
economías han seguido trayectorias muy diferentes. Mientras que las riquezas
naturales de Rusia permitieron combinar los compromisos entre las elites con
cierta estabilidad político-social, la declinación productiva de Ucrania agravó
las desinteligencias por arriba y la insatisfacción por abajo. En un marco de
estancamiento, retracción del consumo, endeudamiento público y deterioro
fiscal, el PIB per cápita se asemeja a los años 90 y la gestión económica de
Kiev está sometida a un estricto monitoreo del FMI[7].
Esa crisis
profundizó la división previa de las clases dominantes del país entre sectores
pro-occidentales del Oeste y pro-rusos del Este. El primer grupo ha buscado sumar
al país a la Unión Europea ofreciendo mano de obra barata, primarización e
irrestricta apertura comercial. Asumieron préstamos impagables y se
comprometieron con ajustes irrealizables. La creciente integración a Europa
(sin ingresar en la UE) acrecentó la dependencia de las finanzas de Bruselas y
la atadura a las remesas que envían los emigrantes.
En el Este es
escenario es distinto. Allí prevaleció el mantenimiento de la producción fabril
junto al estrechamiento de los vínculos con Moscú. Los sectores gobernantes
resistieron la demolición que auguraba el ingreso a la Unión Europea.
Comprendieron que las fábricas de la región nunca podrían digerir los
estándares de producción, tecnología y precios que exige Bruselas. Saben,
además, que el acero ucraniano no podría sobrevivir sin la provisión del
petróleo ruso.
Ucrania no pudo
procesar esas tensiones regionales, conservado su unidad y la cohabitación de
las dos zonas. El nacionalismo reaccionario anti-ruso alentado por el Pentágono
destruyó esa coexistencia.
LA REACCIÓN DE MOSCÚ
La invasión a
Ucrania ha sido la respuesta de Putin, a las incontables negativas que recibió
su propuesta de negociar la neutralidad de ese país. Algunos pensadores
consideran que se anticipó con una acción preventiva, al ingreso de su vecino a
la OTAN[8].
Rusia acumula una terrible historia de sufrimientos por invasiones extranjeras
y su población es muy sensible a cualquier amenaza. Después de lo ocurrido con
Hitler la seguridad de las fronteras no es un tema menor.
Es evidente,
además, que el imperialismo norteamericano sólo entiende el lenguaje de la
fuerza. Basta observar el contraste reciente entre Afganistán, Irak o Libia con
Corea del Norte, para confirmar ese predominio de códigos bélicos en las
relaciones con Washington.
Después de
amenazar una y otra vez a Pyongyang, ningún mandatario yanqui pasó a los hechos
por el obvio temor que suscita una respuesta atómica. Rusia conoce esa dinámica
y por esa razón algunos analistas sugirieron que Putin respondería al
estancamiento de las negociaciones, con la instalación de misiles nucleares
tácticos en Bielorrusia[9].
Pero el jefe de
Kremlin optó por una invasión, que primero presentó como un operativo de
protección de la población ruso-parlante. El Donabass volvió a recalentarse en
los últimos meses, con nuevas oleadas de atentados derechistas que erosionaron
el alto el fuego y forzaron la evacuación de la población civil.
Putin exagera
cuando denuncia la existencia de un “genocidio” en esa región, pero alude a la
comprobada violencia de las milicias reaccionarias. Se refiere a esos sectores
cuando exige la “desnazificación” de Ucrania. Esa denominación no es una figura
retórica vacía. Desde el 2014 las bandas ultraderechistas han impuesto una
norma de violencia a todos los gobiernos de Kiev.
Esos grupos
impusieron la prohibición del Partido Comunista, la erradicación del idioma
ruso de la esfera pública y la purga de todos los vestigios de la era soviética
(“descomunización”). Los derechistas desenvuelven una intensa actividad
callejera y han creado unidades armadas con centros de entrenamiento, muy
semejantes al modelo paramilitar fascista de los años 30[10].
En la primera
línea de esas fuerzas se ubica el batallón neonazi Azov, que
utiliza insignias calcadas de las SS del Tercer Reich. Reivindican las
formaciones locales que colaboraban con Hitler contra a los soviéticos
(OUN-UPA) esperando la concesión de una republica propia[11].
Estas
vertientes fascistas han bloqueado todos los intentos de alcanzar una solución
negociada, a partir del formato introducido en el 2015 con las tratativas de
Minsk. Rechazan la reintegración del Este como región autónoma, con derechos
reconocidos a la población rusoparlante. Como su principal bandera es la
identidad nacional, objetan cualquier acuerdo que incluya el federalismo del
Donbass.
Los derechistas
observan esa solución como una capitulación inaceptable. Por eso sabotearon
todos los armisticios para concertar amnistías mutuas y facilitar el libre
tránsito de civiles. En sintonía con esa belicosidad, Zelensky cerró tres
canales de televisión pro-rusos y aprobó una gran base de entrenamiento de los
fascistas.
Pero la gran
novedad del nuevo escenario es la decisión del propio Putin de enterrar los
acuerdos de Minsk, que previamente alentaba como el marco más apto para avanzar
hacia la neutralidad de Ucrania. En lugar de preservar ese contexto para
reunificar al país, reconoció a las dos repúblicas autónomas del Este (Donestk
y Lugansk).
Nadie sabe si
esa solución es la preferida por ambas poblaciones, puesto que la consulta
sobre su opción nacional sigue pendiente. Al igual que en Crimea, Putin define
primero el status de una región, para complementar luego esa condición con
algún procedimiento electoral.
Pero en este
caso, el líder moscovita no se limitó a disponer el acotado ingreso de tropas
para proteger a la población ruso-hablante. Una acción de ese tipo era compatible
con la continuidad de las negociaciones de Minsk. Sólo reforzaba esas
tratativas con garantías a la seguridad del sector más vulnerable. Optó por un
curso totalmente distinto de invasión general al territorio ucraniano,
asignando al Kremlin el derecho a derrocar un gobierno adverso. Esa decisión es
injustificable y funcional al imperialismo occidental.
EL DESPRECIO AL PUEBLO
Estados Unidos
comanda el bando agresor y Rusia el campo afectado por el cerco de misiles.
Pero esa asimetría no justifica cualquier respuesta de los agredidos, ni
determina el carácter invariablemente defensivo de las reacciones de Moscú. En
el terreno militar, la validez de cada medida depende de su proporción. Ese
parámetro es esencial para evaluar los conflictos bélicos.
Rusia tiene
derecho a defender su territorio del hostigamiento del Pentágono, pero no puede
ejercer ese atributo de cualquier manera. La lógica de los choques militares
incluye ciertas pautas. No es admisible, por ejemplo, exterminar a un batallón
rival por alguna violación menor a la tregua entre las partes.
Es cierto que
la provisión de armas a Kiev por parte del Pentágono se incrementó en el último
período, junto a peligrosas tratativas para sumar al país a la OTAN. Pero
Ucrania no dio ese paso, ni instaló los misiles que atemorizan a Moscú. Las
milicias fascistas mantuvieron su escalada, pero sin protagonizar agresiones de
mayor alcance. La decisión de invadir Ucrania, rodear sus principales ciudades,
destruir su ejército y cambiar su gobierno, no tiene ninguna justificación como
acción defensiva de Rusia.
Putin ha
exhibido un desprecio mayúsculo por todos los habitantes del Oeste ucraniano.
Ni siquiera registra cuáles son los deseos de esa población. Incluso si
Zelensky comandara el “gobierno de drogadictos” que ha denunciado,
correspondería a sus representados decidir quién lo debe sustituir. Esa
decisión no es una facultad del Kremlin.
Ninguna
población del Oeste ucraniano simpatiza con los gendarmes que despachó Moscú.
La hostilidad hacia esas tropas es tan evidente, que Putin ni siquiera intentó
la habitual pantomima de presentar su incursión, como un acto solicitado por
los ciudadanos del país invadido. Su ataque ha suscitado pánico y odio hacia el
ocupante.
Ese mismo
rechazo a la incursión rusa se verifica en todo el mundo. En incontables
capitales se han realizado manifestaciones de repudio, mientras que en ningún
lugar aparecen actos contrapuestos de apoyo al ejército moscovita.
Putin ha
ignorado la principal aspiración de todos los involucrados en el conflicto que
es el logro de una solución pacífica. Antes de la invasión el propio gobierno
de Kiev afrontaba un gran rechazo interno a su escalada bélica. Hubo incluso
indicios de gran oposición a la adhesión a la OTAN y a la consiguiente
redefinición de la Declaración de Soberanía (1990) y la Constitución (1996) del
país[12].
Esas metas pacifistas deben competir ahora con la derecha belicista, que
convoca a la resistencia activa contra la invasión rusa.
Durante muchos
años Washington, Bruselas y Kiev sabotearon la salida negociada, que
actualmente atropella también Moscú. Putin se ha subido al carro belicista
porque ignora los deseos de los pueblos involucrados en el conflicto. Guía su
acción por los consejos de la alta burocracia, que gobierna en una conflictiva
relación con los millonarios de Rusia.
Su invasión
también apunta a regimentar a la población del Este ucraniano. Demoró ocho años
el reconocimiento de esa autonomía, en contraste con la fulminante anexión de
Crimea. Eludió la repetición de ese precedente por el protagonismo inicial del
movimiento radicalizado de milicianos locales que derrotó a los derechistas[13]. Esos
combatientes propiciaron la creación de una “república social” y actuaron muy
brevemente bajo el mando de un líder apodado el Che Guevara de
Lugansk. Enarbolaron estandartes de izquierda, reivindicaron al mundo
soviético y retomaron la tradición bolchevique con recitados de la Internacional[14].
Para neutralizar esa radicalidad, Putin forzó desalojos de edificios y
abandonos de barricadas, mientras monitoreaba el desarme de las milicias y la
purga de sus dirigentes[15].
Cuando logró
imponer su autoridad, congeló el status de las dos republicas (que mantuvieron
la simbólica denominación de “populares”), a la espera de un resultado
favorable de las tratativas de Minsk. Repitió la conducta de sus antecesores,
que siempre negociaron en las cúspides desarticulando a los movimientos
radicales. Después de varios años ha optado ahora por un nuevo curso de
acción, tan inconsulto como el precedente. Con la invasión a Ucrania, el
Kremlin favorece todos los mitos de la democracia occidental, que habían caído
en desgracia por los fracasos que acumula el Pentágono. Putin le aportó a
Washington lo que necesitaba, para reconstruir las falacias ideológicas
deterioradas por lo devastación de Afganistán o Irak. Su aventura permite
reavivar la contraposición entre la democracia occidental y la autocracia rusa.
El Kremlin es nuevamente denostado con idílicas exaltaciones del capitalismo.
El resurgimiento de esa ficción es una resultado directo de la incursión rusa.
Esa invasión ha
brindado también un impensado impulso externo al nacionalismo ucraniano. Putin
alimenta ese sentimiento, en una nación históricamente traumatizada por la
presencia opresiva de los zares y las disputas con fuerzas austrohúngaras y
polacas. Cualquiera sea el resultado geopolítico final de la invasión, su
impacto sobre las luchas y la conciencia popular es terriblemente negativo. Y
ese parámetro es la principal referencia que adoptan los socialistas para
juzgar los acontecimientos políticos.
LA DENUNCIA DE LA OTAN
La incursión de
Putin ha suscitado condenas que omiten la denuncia complementaria de la OTAN. Ambos
planteos están presentes en muchos pronunciamientos de la izquierda, pero son
posturas minoritarias frente al unilateral rechazo a la acción del ejército
ruso.
Basta observar
las consignas prevalecientes en las manifestaciones callejeras para corroborar
ese clima. Los medios de comunicación son los principales artífices del
blanqueo del imperialismo norteamericano. Subrayar esa culpabilidad es una
prioridad del momento.
Los discursos
en boga descargan toda la artillería contra “el expansionismo ruso”, ocultando
la dominación imperial de los capitalistas. Se enaltece la democracia, la
civilización y el humanitarismo de Estados Unidos, omitiendo que sus tropas
pulverizaron a Irak y Afganistán.
Basta comprar
el reducido número de bajas que prevalece hasta ahora en Ucrania, con las
masacres inmediatas que consumaron los bombardeos del Pentágono en esos países,
para mensurar el grado de salvajismo que acompaña a las acciones de la OTAN.
Ese organismo demolió también a Yugoslavia hasta transformarla en siete repúblicas
balcanizadas.
Francia no
puede exhibir credenciales mejores, luego de la sangría que perpetró en
Argelia. Y al cabo de su largo historial de matanzas en Asia y África,
Inglaterra tiene poca autoridad para levantar el dedo.
La guerra de
Ucrania ya convulsiona nuevamente Europa en un traumático escenario de
refugiados. Para frenar esa tragedia se impone retomar un camino de paz, basado
en la desarticulación de la principal maquinaria bélica del continente.
Ninguna
distensión será perdurable, mientras la OTAN continúe moldeando a Europa, como
una gran fortaleza de bases militares. Estados Unidos define acciones, perpetra
operaciones secretas y maneja dispositivos bélicos, como si el Viejo Continente
formara parte de su propio territorio. El fin de esa injerencia, el retiro de
los marines y la disolución de la OTAN son demandas
insoslayables para todos los defensores de la paz.
Los servidores
del imperialismo norteamericano acallan esas exigencias y utilizan el rechazo a
la invasión de Ucrania, para intensificar su campaña contra los “conquistadores
rusos”. En América Latina denuncian la “infiltración” de Moscú, con un libreto
extraído de la guerra fría. La derecha ya motoriza en Washington una
nueva ley de “seguridad hemisférica”, para aumentar la presencia del
Pentágono al sur del Rio Grande. Proponen afianzar el status de Colombia como
principal aliado extra-OTAN.
Todas las
fantasías que difunde la Casa Blanca sobre la arrolladora influencia de Rusia
carecen de asidero. La presencia económica de Moscú en América Latina es
irrelevante, en comparación al dominador estadounidense y al pujante rival
chino.
Las contadas
misiones militares de esa potencia fueron intranscendentes frente a los
habituales ejercicios de los marines con los ejércitos de la
zona. Ni siquiera las ventas de armas rusas han alcanzado en América Latina la
gravitación que tienen en otras periferias del planeta. La incidencia de los
comunicadores afines a Moscú es también irrisoria frente al colosal predomino
informativo de Washington.
Pero el
Departamento de Estado pretende aprovechar la conmoción creada por la invasión
a Ucrania, para relanzar su ofensiva contra los gobiernos que incumplen sus
órdenes. Aspira a recomponer el Grupo Lima, resucitar la OEA, neutralizar la
CELAC, revertir las derrotas electorales de la derecha, contrarrestar el
desprestigio de Estados Unidos durante la pandemia y retomar las conspiraciones
contra Venezuela y Cuba.
En lo
inmediato, Washington alienta las denuncias de la incursión rusa sin ninguna
mención de la OTAN. Sus diplomáticos trabajan para lograr esos pronunciamientos
de las cancillerías latinoamericanas. Cuentan con el caluroso sostén de los
gobiernos derechistas (empezando por Colombia, Uruguay y Ecuador), pero buscan
también la adhesión de los progresistas más sensibles a su presión. Las
primeras declaraciones de Boric se encarrilan en la dirección propiciada por la
Casa Blanca y contrastan con la neutralidad sugerida por Lula y López Obrador.
Argentina es un
caso aparte. Alberto Fernández despotricó contra Estados Unidos en su
entrevista con Putin, luego adoptó una postura equidistante y finalmente se
sumó a la condena de Rusia sin ninguna mención de la OTAN. En muy pocos días
adoptó todas las posturas imaginables, confirmando que carece de brújula y amolda
su política exterior a las tratativas con el FMI. Por ese sometimiento al Fondo
es una presa fácil de Washington.
LAS CONDICIONES DE LA AUTODETERMINACIÓN
La crítica al
operativo de Putin es insoslayable en cualquier pronunciamiento de la
izquierda. Pero ese posicionamiento debe ser antecedido por una contundente
denuncia del imperialismo norteamericano, como principal responsable de la
escalada bélica. Esa agresión no justifica la respuesta militar del Kremlin,
que es muy contraproducente para todos los proyectos de emancipación. El apoyo
a ese operativo es auto-destructivo y conspira contra la batalla por la
democracia, la igualdad y la soberanía de las naciones.
Putin no se
limitó a justificar su incursión como una acción defensiva frente a la OTAN. Ese
argumento es insuficiente para explicar la desproporcionada respuesta de la
invasión, pero cuenta con un algún basamento válido. El jefe del Kremlin fue
más allá de esa evaluación y señaló que Ucrania no tiene derecho a existir como
nación. Esa caracterización sitúa su operativo en otro plano más inaceptable de
impugnación del derecho de un pueblo a decidir su destino.
El mandatario
moscovita considera que Ucrania nunca conformó una real nación separada de la
matriz rusa. Afirma que asumió ese artificial carácter por obra de los
bolcheviques, que en 1917 concedieron un maligno derecho de separación. Ese
atributo adoptó posteriormente un formato constitucional de unión voluntaria de
repúblicas soviéticas. Putin culpabiliza a Lenin por ese quebranto del
territorio ruso y considera que Stalin convalidó el mismo desacierto, al
preservar una norma que toleraba la autonomía federativa de Ucrania[16].
Esta mirada de
Putin contiene una implícita reivindicación del modelo opresivo previo del
zarismo. Ese esquema se asentaba en la dominación ejercida por los gran- rusos
sobre una vasta configuración de naciones. Lenin combatió esa “cárcel de los
pueblos” que impedía a numerosos minorías manejar sus recursos, desarrollar su
cultura, utilizar su idioma y desenvolver su senda nacional.
La resistencia
contra esa opresión alimentó la gran batalla que desembocó en el surgimiento de
la Unión Soviética. El derecho de las naciones oprimidas a su propia
autodeterminación fue una exigencia confluyente, con los reclamos de paz, pan y
tierra que desencadenaron la revolución de 1917. La Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas fue proclamada como una convergencia libre y soberana de
esas naciones.
Ahora Putin
rechaza esa tradición y desconoce la identidad de Ucrania, que se ubica en las
antípodas del artificio objetado por el jefe del Kremlin. Ese país arrastra una
larga y dramática trayectoria nacional, alimentada por las tragedias vividas en
las guerras mundiales y en la colectivización forzosa.
Al igual que en
otras zonas del mundo, la autodeterminación nacional discutida en Ucrania no es
una aspiración sagrada, suprema, ni de mayor validez que las demandas sociales
y populares. Es claramente utilizada por la derecha para potenciar el
nacionalismo y los enfrentamientos entre pueblos. Pero Putin no objeta esa
manipulación reaccionaria, sino el propio derecho a la existencia de un país.
Esa postura
retrata la faceta más regresiva de su operativo militar. Pone de relieve que su
incursión no está sólo determinada por la pulseada con la OTAN, ni obedece únicamente
a motivaciones defensivas o geopolíticas. También deriva de un atributo
despótico, que Moscú se auto-asigna alegando la pertenencia de Ucrania a su
radio territorial.
Los ucranianos
del Oeste y del Este tiene el mismo derecho que cualquier otro pueblo a decidir
su futuro nacional. Pero la autodeterminación será un enunciado meramente
declamatorio, mientras fuerzas las asociadas con la OTAN y las tropas rusas
mantengan su presencia en el país.
La primera
condición para avanzar hacia la soberanía real de Ucrania es la restauración de
las negociaciones de paz, para acordar la salida de los gendarmes extranjeros
de ambas partes y la posterior desmilitarización del país, con un status
internacional de neutralidad. La izquierda de muchas vertientes y países se ha
comprometido en esa doble batalla contra la OTAN y la incursión rusa.
Notas
[1] Marcetic, Branko. Basta ya de juegos peligrosos
con Rusia, 31-12- 2021 https://vientosur.info/basta-ya-de-juegos-peligrosos-con-rusia/
[2] Tooze, Adam. El desafío de Putin a la hegemonía
occidental 29/01/2022, https://www.sinpermiso.info/textos/el-desafio-de-putin-a-la-hegemonia-occidental
[3] Rodríguez Olga ¿Fuck the European Union?
03/02/2022 https://www.eldiarioar.com/mundo/fuck-the-european-union-diez-anos-politicas-coherentes-eeuu-ucrania_129_8709451.html
[4] Hudson, Michael. Ucrania los Estados Unidos
quiere evitar que Europa comercie con China y Rusia 12/02/2022 https://rebelion.org/con-el-pretexto-de-la-guerra-en-ucrania-los-estados-unidos-quiere-evitar-que-europa-comercie-con-china-y-rusia/
[5] Reed Stanley. Crisis con Ucrania: ¿qué pasa si
Rusia le corta el gas natural a Europa? 01/02/2022 https://www.clarin.com/mundo/crisis-ucrania-pasa-rusia-corta-gas-natural-europa-_0_4xZCm7RUll.html
[6] Montag, Santiago. Ucrania en el tablero mundial,
2-1-2022, https://www.laizquierdadiario.com/Ucrania-en-el-tablero-mundial
[7] Kagarlitsky, Boris on Ukraine interviewed by
Antoine Dolcerocca & Gokhan Terzioglu http://democracyandclasstruggle.blogspot.com/2015/05/boris-kagarlitsky-on-ukraine.html May
24, 2015
[8] San Vicente, Iñaki Gil «Es el primer golpe de
una política defensiva rusa», 24-2-2022 https://www.resumenlatinoamericano.org/2022/02/24/ucrania-inaki-gil-de-san-vicente-es-el-primer-golpe-de-una-politica-defensiva-rusa/
[9] Poch de Feliu. Rafael. La invasión de Ucrania
22/01/2022 https://rebelion.org/la-invasion-de-ucrania/
[10] Ishchenko, Volodymyr, Ucrania se enfrenta a una
crisis, pero la guerra no es inevitable». 13/02/2022. https://www.jacobinmag.com/2022/02/us-russia-nato-donbass-maidan-minsk-war
[11] Burgos, Tino. Tambores de guerra
08/02/2022 https://vientosur.info/tambores-de-guerra-se-oyen-por- el-este/
[12] Ishchenko, Volodymyr Ukrainians Are Far From
Unified on NATO: Let Them Decide for Themselves, 1 ene 2022, https://lefteast.org/ukrainians-far-from-unified-on-nato/
[13] Kagarlitsky, Boris. (2016) Ukraine and Russia:
Two States, One Crisis, International Critical Thought, 6:4, 513-533.
[14] Williams, Sam. Is Russia Imperialist? jun.
2014 https://critiqueofcrisistheory.wordpress.com/is-russia-imperialist/
[15] Kagarlitsky, Boris. New Cold War.Ukraine and
beyonde, April 13, 2014 newcoldwar.org/category/articles…/boris-kagarlitsky
[16] Putin. Vladimir. https://www.sdpnoticias.com/opinion/el-discurso-completo-de-vladimir-putin-contra-ucrania-culpa-a-lenin/ 23-2-2022
Fuente: Blog de Claudio Katz.
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