martes, 27 de octubre de 2020

Bolivia, punto de referencia. Ganarle las elecciones al capital (el mandante de la derecha política, pero también el mandante de la que se denomina izquierda que en la práctica realiza las mismas políticas que la derecha) es algo a celebrar desde el punto de vista de la izquierda. Pero celebrar no es tocar las campanas, en todo caso, pero nada más, es para engrasar los goznes y el badajo de la campana para que cuando se empiecen a tocar suene bien. Disponer del gobierno es sin duda importante, pero eso es únicamente y como mucho, disponer del poder político, pero junto a lo “político” está lo “económico”, y eso no se gana en unas elecciones, y también ésta el poder “ideológico” que tampoco se puede ganar e unas elecciones. Quien ingenuamente espere que los problemas de los trabajadores se pueden resolver tan solo por ganar las elecciones y disponer del gobierno no obtendrá más que una frustración personal y política porque no le podrá llegar el resultado esperado. Es el caso del gobierno del PSOE y Unidas Podemos en España, en el que muchos vieron de buena fe la solución a los problemas de los trabajadores y no obtendrán más que una frustración personal y política, porque tanto lo económico y lo ideológico permanece en manos del capital. Disponer del gobierno, de lo político, en manos de los representantes de las clases trabajadoras representa inicialmente partir de una relativa ventaja en la lucha política contra el capital, pero este sigue disponiendo de lo económico y de lo ideológico, elementos básicos e imprescindibles para poder realizar unas políticas a favor de la inmensa mayoría de la sociedad que es en la que se encuadran los trabajadores o para no realizarlas. La lucha ideológica se tiene que dar en el terreno ideológico. La ideología no es otra cosa que una determinada forma de representación de la realidad, de modo que un hecho idéntico (objetivamente invariable) puede ser visto de forma diametralmente opuesta, y a la vez las dos formas opuestas de ver e interpretar el mismo hecho pueden resultar igualmente verdaderas, ¿y por qué?, pues porque se interpretan desde puntos de vista diametralmente opuestos. Por ejemplo, el salario. Para quien paga el salario constituye desde su punto de vista un gasto, y por tanto, de forma natural y desde el punto de vista de sus intereses tenderá a reducir ese gasto cuanto le sea posible, y el salario lo paga el capitalista, en consecuencia, tenderá a reducirlo todo lo que le sea posible puesto que para él representa un gasto. El mismo salario para quien lo recibe, el asalariado, constituye un ingreso y no solo un ingreso, sino el único ingreso del que depende la subsistencia propia y la de los suyos, por tanto, intentará incrementarlo cuanto pueda porque para él representa un ingreso, lo contrario que para el capitalista. De manera que el mismo hecho, el salario, es interpretado de manera absolutamente opuesta entre el capitalista y el asalariado y sin ninguna posibilidad real de poder resolver esta contradicción entre ambos. En un mundo idealizado, inexistente, quimérico, podría resolverse esa contradicción estableciendo la dulzaina intelectual de que el capitalista tiene que portarse bien, no ser avaricioso, no quererlo todo para él, poner buena voluntad de su parte y acceder de buen grado a darle al trabajador un salario digno, cuyo asalariado también tiene que portarse bien, no ser egoísta y conformarse con el salario que le da el capitalista. Pero esto solo puede pasar en la ficción idealizada de la realidad y en ningún sitio más, porque el capitalismo tiene una dinámica interna propia de funcionamiento que no puede abandonar, salvo que decida auto extinguir si la abandona, con independencia de la bondad o malevolencia del capitalista que obliga este a tener que acrecentar sus capitales permanentemente para poder supervivir frente a la competencia que le presentan otros capitalistas. Esta cuestión ideológica (el punto de vista de clase) se le tiene que explicar al trabajador (casos concretos del PSOE, Podemos, Izquierda Unida, en las Asambleas locales; Círculos y Asambleas locales respectivamente) para que una vez entendida se traslade al terreno político que es donde se establecerá el importe del salario (ni justo ni injusto) en función de la fuerza política que entren en liza en cada momento entre los capitalistas y los trabajadores. El salario quedará fijado por el contendiente que en la lucha política tenga más fuerza (el acuerdo, el consenso, la responsabilidad, la justicia social, etc., para fijar los salarios son cuentos de hadas que para lo tebeos de hadas está bien, pero no para la realidad en la que las hadas no existen), de ahí la imperiosa necesidad de la organización social y política de los trabajadores. Respecto del poder económico también tiene que serle explicado previamente a los trabajadores para que obtengan un conocimiento claro y objetivo del papel que desempeñan en la producción y no limitarse a la exclusiva subida de salarios (a la que no se puede renunciar nunca mientras exista el capitalismo, pero no como único y exclusivo objeto), sino en base a la cuestión que plantea la siguiente pregunta: ¿Cómo es esto de que siendo los trabajadores los únicos productores de la riqueza no disfrutamos de ella porque de la misma se la apropia el capital que es precisamente quien no la produce? La respuesta de esta pregunta que pasa por lo “ideológico” vuelve al campo “político” en el que se elabora y acuerda una actuación concreta que tiene como finalidad nuevamente lo “económico”. Y, con lo dicho que ni siquiera se podría considerar el a, b, c de lo que se podría decir y debe decirse acerca de la cuestión planteada se ha pretendido demostrar razonada y lógicamente la conexión indefectible que existe entre lo político, lo económico y lo ideológico, que son los tres poderes que tienen que ser dominados por los trabajadores para resolver efectivamente sus problemas, al tiempo que también se ha pretendido justificar el por qué el solo hecho de ganar las elecciones (un solo poder) no es motivo suficiente (es condición necesaria pero en ningún caso suficiente) para echar a repicar las campanas. Con engrasarlas y siendo consciente de que se están engrasando para que cuando suenen lo hagan de acuerdo a la partitura escrita por los trabajadores ya vamos bien.

 

Todo el poder al pueblo


 Por Claudia Korol / Bolivia

Rebelión

20/10/2020 

Fuentes: Jacobin [Foto: Gastón Brito Miserocchi / Getty Images]

El triunfo del pueblo boliviano contra los golpistas y la derecha en las elecciones, la contundencia del resultado y la posibilidad de avanzar hacia la profundización de un proceso de cambios marcado por la descolonización del Estado Plurinacional constituyen hoy un gran aliento para los pueblos de todo el continente.

Todavía no es posible distraernos en festejos, aunque nuestros corazones laten a ritmo frenético. Porque, a pesar de que el resultado reconocido permite que la fórmula encabezada por Luis Arce y David Choquehuanca llegue a la presidencia y vicepresidencia en la primera vuelta, este resultado tendrá que ser defendido de las acciones mafiosas de la derecha, que buscará caminos para desestabilizar e impedir que se desmonte la retórica del fraude con la que se buscó legitimar el golpe de Estado un año atrás.

Tampoco podemos distraernos: sabemos que la derecha fascista, civil, militar y paramilitar, y sus custodios –la embajada yanqui, la OEA, las corporaciones transnacionales que ganaron mucho poder económico y control político con el beneficio del Gobierno golpista– ya están preparando su respuesta criminal.

La fórmula del Movimiento al Socialismo (MAS) fue el camino que el pueblo boliviano eligió para derrotar al golpe de Estado. A pesar de todas las maniobras tendientes a restar votos a los candidatos del pueblo, impidiendo el voto en el exterior, generando miedo con la saturación militar y policial en las calles, intentando manipular el escrutinio eliminando horas antes del mismo la difusión de resultados preliminares, el pueblo impuso su voluntad. La fórmula encabezada por Arce y Choquehuanca obtuvo más del 53,4% de los votos, 22 puntos más que su seguidor, el derechista Carlos Mesa, que logró el 31,5%, y casi 40 puntos más que el golpista fascista Fernando Camacho, que quedó con 14,1%.

En un lugar absurdo quedan la OEA y su portavoz, Luis Almagro, que un año atrás legitimaron la idea de fraude que permitió la destitución de Evo Morales. En un lugar absurdo quedan quienes, desde discursos izquierdistas o feministas, responsabilizaron del golpe de Estado a las víctimas del mismo y no al poder hegemónico del país y del mundo que conspiró para interrumpir el proceso de cambio no por sus debilidades, no por sus extravíos, sino por lo que contenía de amenaza para sus intereses (capitalistas).

Los errores cometidos por el gobierno de Evo serán analizados y balanceados por su pueblo y por las organizaciones que, un año después, regresan al Gobierno. Pero nada justifica el golpe de Estado, la dictadura cívico militar paramilitar y religiosa, las masacres, los crímenes de lesa humanidad, la proscripción política, la persecución y prisión de líderes políticos/as y sociales (especialmente indígenas), el exilio, el cierre de los medios de comunicación comunitarios, la persecución al periodismo que cuestionaba al golpe, la violencia patriarcal y racista contra las mujeres de pollera, la falta de respeto a la wiphala y a los símbolos del Estado Plurinacional.

Ese mismo pueblo será el que ahora construya los caminos para que haya justicia y para que haya memoria. Para que sean juzgados los criminales que produjeron las masacres de Senkata y Sacaba, los responsables de la muerte de Sebastián Moro, periodista argentino asesinado por los fascistas.

Seremos los pueblos quienes seguiremos exigiendo la libertad de Facundo Molares, periodista argentino rehén de la dictadura boliviana en la cárcel de Chonchocoro, y por la libertad de todos los presos y presas políticas. El triunfo del MAS tendrá que ser confirmado con acciones cotidianas que pacifiquen al país a partir de la justicia y no de la impunidad o la desmemoria.

Este resultado alegra, estimula la lucha de todos los pueblos, y también obliga a mirar críticamente el camino de modo que en este nuevo momento, con la fuerza y legitimidad que da el resultado electoral, se pueda profundizar el proceso de cambio, para que no quede atrapado en las lógicas institucionales de las democracias condicionadas por el lobby mundial transnacional y sus gobiernos títeres.

Desmontar la militarización, las fuerzas represivas entrenadas en el fascismo y el racismo, la cultura del miedo internalizada a sangre y fuego, es parte inalienable de la posibilidad de recuperación de una democracia del pueblo y para el pueblo.

El poder popular, feminista, anticolonial, ganó una segunda oportunidad que no puede desperdiciar. El pueblo que resistió en las calles la dictadura, que salió a cortar rutas a pesar de la pandemia frente al aplazamiento de las elecciones, que controló voto a voto cuando se decidió que esa fuera la estrategia de lucha, merece ahora ser la fuente de todo el poder.

La dignidad de los rostros que hoy celebran la derrota política de la dictadura quedará grabada en nuestra historia colectiva. ¡Jallalla las mujeres de pollera! ¡Jallalla el pueblo boliviano! ¡La wiphala se respeta, carajo!!

Claudia Korol. Comunicadora, feminista e integrante del equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía.

Fuente: https://jacobinlat.com/2020/10/19/todo-el-poder-al-pueblo/

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