lunes, 11 de noviembre de 2013

PARA PODER DETERMINAR LA CALIDAD DEL PIENSO IDEOLÓGICO QUE NOS ECHAN TODOS LOS DÍAS DESDE LA RADIO, LA PRENSA Y LA TELEVISIÓN



Entrevista a la politóloga Ángeles Diez

“El efecto de la sobreinformación es la paralización y la impotencia” 

Enric Llopis
Rebelión
11-11-2013

En medio de la vorágine y el ruido mediático, se impone una pausa para la reflexión crítica. Considerar pautas generales que ayuden al análisis y a no perderse en la barahúnda. La profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, Ángeles Diez, aporta luz para orientarse en el caos. Además de su trabajo como docente, entre los años 2001 y 2004 Ángeles Diez codirigió el curso “Medios de comunicación y manipulación” de la UNED. También ha participado en documentales y escrito múltiples artículos sobre la manipulación mediática en las guerras y para los casos de Cuba y Venezuela. Algunas de sus publicaciones son “La percepción social de la calidad educativa en España”; “Manipulación y medios en la sociedad de la información” y “Nuevas tecnologías, educación y sociedad. Perspectivas críticas”. Es asimismo miembro de la Asociación de educomunicadores Aire y de la asociación de documentalistas DOCMA.

Proliferan las tertulias en las radios y televisiones. ¿Consideras que son un fenómeno que contribuye a configurar la opinión pública? Si es así, ¿en qué medida? 

 -Las llamadas tertulias que inundan los medios de comunicación, especialmente las de televisión, no están concebidas para ayudar a que el público se forme una opinión sobre temas que le puedan interesar. Están pensadas y diseñadas como dispositivos de propaganda para consolidar, reforzar o implantar determinadas ideas y lugares comunes, en ningún caso para trasmitir o fomentar la reflexión, el análisis o el diálogo entre las personas que intervienen.

Por un lado están las características del propio medio, ya sea la radio o la televisión, las reglas que impone el canal que trasmite los mensajes impiden que se generen o desarrollen ideas. El tiempo de intervención y la forma en que se interviene están siempre al servicio de la “captación de la atención” del público. Como mejor se capta la atención es utilizando los recursos discursivos de la demagogia, o los que tienen que ver con el espectáculo. Por eso no hay tertulia en la que no se interrumpan unos a otros, se griten, se falten al respeto, etc. La mayoría de las llamadas tertulias reproducen las mismas pautas que los “reality shows” porque lo importante es atrapar a la audiencia no que ésta pueda formarse una opinión a partir de lo que los tertulianos digan.

Además en este tipo de espacios sólo participan “fast tinking”, gente (académicos, periodistas, intelectuales o famosos) capaces de trasmitir ideas en muy pocos segundos, es decir, son buenos simplificadores –que es muy diferente a ser buenos comunicadores-. Dado que estos medios y el formato de tertulia no permite la elaboración de pensamientos complejos lo único que se consigue es reforzar o asentar las ideas previas que tienen las audiencias, es decir, hacer propaganda. Otro tema importante es que la mayor parte de los tertulianos, o más bien todos, son gente contratada para opinar, se les asigna una función dentro del espacio (a favor o en contra de un tema), es decir, están trabajando para la empresa que les contrata. Si estos “productos” mediáticos estuvieran ayudando a crear una opinión pública que fuera contra los intereses de las cadenas o contra su línea ideológica, dejarían de hacer esos programas o les cambiarían el formato para que esto no ocurriera.

Finalmente, no es la gente la que decide los temas de los que se habla en las llamadas tertulias, es al revés, la agenda de lo que se tiene que hablar está previamente determinada por los mismos medios e intereses que construyen el resto de los espacios mediáticos, por ejemplo los informativos. ++ Así, si los temas de los que se tiene que hablar están ya predefinidos, los tertulianos no argumentan sino que simplifican y banalizan (no podrían hacer otra cosa aunque quisieran) y, en general, los ciudadanos ya tienen una idea preformada sobre los temas de las tertulias, entonces, podemos decir que la función de las tertulias no es contribuir a formar la opinión pública sino contribuir a que la ideología dominante siga siendo la dominante.

El denominado TDT Party (Intereconomía y 13 TV), ¿consideras que incorpora formatos y modos de opinar procedentes de Estados Unidos, por ejemplo, de la Fox? ¿Es mayor su influencia en la derecha española de lo que reflejan sus audiencias? 

 -Hoy en día todas las cadenas de televisión incorporan formatos y contenidos desarrollados por las corporaciones mediáticas estadounidenses. Más allá de la sintonía e influencia ideológica mayor que puedan tener Intereconomía y 13 TV, la realidad es que sus productos responden a una doble lógica: el aumento de beneficios a través del aumento de audiencias y la hegemonía ideológica. 

El primer aspecto hace coincidir las cadenas que aparentemente tienen distinto signo político ya que obliga a primar la espectacularidad, la simplificación y el impacto sobre cualquier otro contenido. Los formatos se adaptan a estos productos y tratan de conseguir la mayor eficacia en su distribución y consumo. Las corporaciones estadounidenses llevan mucha ventaja en el manejo de estos recursos, así que el resto tienden a imitarlas. No es tanto una cuestión ideológica como de mercado.

La influencia de ese TDT Party español es importante pero no sólo en la derecha española, lamentablemente estas cadenas tienen audiencias de izquierdas que se justifican a sí mismas con el absurdo argumento de conocer lo que dice la derecha o por divertirse con las barbaridades de sus reportajes o tertulias. Desde luego tienen un plus de publicidad que sobrepasa sus audiencias.

 Los medios nacionales dedican horas de programación e ingentes cantidades de papel al conflicto “nacional” en Cataluña. ¿Piensas que hay una guerra entre discursos maniqueos? ¿Le queda espacio a la izquierda para una posición autónoma?

-El tiempo que se dedica en los medios de comunicación no es al conflicto “nacional” en Cataluña. Se dedica tiempo a desviar la atención del ciudadano respecto a los temas de fondo implícitos en los conflictos nacionales. Detrás del llamado conflicto nacionalista están los problemas que no resolvieron los pactos de la transición ni la Constitución: la jefatura del Estado, la unidad territorial, el desarrollo desigual y dependiente del territorio, la acumulación de poder de las burguesías nacionalistas, etc.

Cuando uno ve que los principales promotores de determinados discursos nacionalistas o antinacionalistas provienen de las élites políticas o económicas, es necesario pararse a pensar qué es lo que está en juego. Probablemente en ninguno de los casos se esté pensando en opciones de gobierno que favorezcan a los ciudadanos en relación a sus condiciones de vida. Estos discursos son en realidad chantajes en una y otra dirección.

A los ciudadanos catalanes se les enseña el señuelo de la independencia para concentrar su atención en el tema de la identidad colectiva o los derechos de autodeterminación al mismo tiempo que se les recortan otros derechos como la salud, la educación, se les echa de las casas, se les recorta el salario, aumenta la represión etc. Se les induce a pensar que la fuente de todos los males está en no poder ejercer su derecho de autodeterminación –entiéndase que mi posición sobre este tema es el reconocimiento de este derecho para todos los pueblos-. Se actúa como los prestidigitadores, mientras centramos nuestra atención en sus palabras o en sus manos el truco se hace por detrás.

Con la población del resto del territorio ocurre algo parecido, mientras nos ocupamos de si son o no son manipulados los catalanes, de si tienen o no tienen derecho a reclamar la independencia, pocos nos ocupamos de analizar cómo y por qué el sentimiento nacionalista se transforma en un conflicto político.

Ningún conflicto político de carácter nacionalista puede ser entendido fuera del contexto histórico. En estos momentos no se puede entender lo que ocurre en Cataluña con los reclamos nacionalistas sin entender el pacto de las élites nacionalistas en la transición y la coyuntura de la crisis económica actual. Al fin y al cabo los Estados nacionales son el resultado de la historia, no son realidades universalizables. 

Una posición de izquierdas debería centrarse en el tema de la soberanía de los pueblos, en la apuesta por sistemas de gobierno en los que la participación real de los ciudadanos les permitiera establecer las reglas de juego de la convivencia, entre sí y con otros pueblos con los que se comparten tradiciones, cultura o territorio. El internacionalismo es el principio que debe guiar cualquier pensamiento de izquierdas y éste es un sentimiento de solidaridad perfectamente compatible con el nacionalismo.

Por otra parte, vivimos una época de ensordecedor ruido y sobresaturación informativa que a veces linda con la histeria. ¿Podría hablarse de una adicción o dependencia de las noticias? (No es infrecuente el militante de izquierdas “enganchado” a las redes sociales, que también lee diariamente medios convencionales y/o alternativos, y consume habitualmente tertulias).

-Es muy interesante ver el problema de la sobreinformación como una adicción pero yo creo que el consumo desesperado de noticias por parte de la gente con mayor conciencia social tiene que ver, por un lado con la pérdida de referentes ideológicos, y por otro con la necesidad que nos crean de tener que opinar de todo.

Otro problema es el de las redes sociales. La búsqueda de información sobre temas políticos y sociales en la red refleja una necesidad de reconstruir lazos comunitarios, es decir, encontrar a gente que piense como nosotros, que nos escuche, con la que poder intercambiar ideas y formarnos. La fragmentación social, el aislamiento, una forma de vida muy poco satisfactoria desde el punto de vista de las relaciones sociales nos lleva a buscar sucedáneos en la red.

A este factor sicosociológico se une la convicción de que cuanta más información tengamos más nos aproximamos a la verdad de los hechos, o cuanto más plurales seamos al buscar en todo tipo de medios, tanto los masivos como los alternativos, más y mejor informados estaremos. Pero ambos supuestos son falsos. El efecto de la sobreinformación suele ser la paralización y la impotencia, la incapacidad para discriminar lo importante de lo secundario nos inmuniza y nos convierte a menudo en espectadores del mundo.

Tampoco es verdad que consultando todo tipo de fuentes estemos accediendo a una información plural y por tanto más veraz. Los medios alternativos pocas veces hacen verdadera contrainformación. Sus agendas vienen marcadas por los medios que tienen más recursos y también ellos se encuentran atrapados en la lógica de la inmediatez sin tiempo para contrastar las noticias.

Vivimos en un mundo de monopolio informativo. Si el 90% de la información está controlada por las grandes corporaciones estadounidenses y europeas es difícil pensar que podemos estar mejor informados por consultar más medios de comunicación.

 Sin embargo, es cierto que el ruido coexiste con un mundo cada vez más complejo y con una realidad que cambia a un ritmo de vértigo. Infinitos medios y fuentes (también alternativos) que buscan su hueco en un espacio limitado. Ante este panorama, ¿Cómo puede la gente común acceder a un nivel adecuado de información? 

-Estar “informado” se ha convertido en un valor social, da prestigio y autoridad en nuestro entorno, pero se confunde esto con consumir o almacenar información. Lo importante debería ser tener criterio para poder situarnos políticamente ante las informaciones que nos llegan. Como señala Ignacio Ramonet “informarse cuesta”, requiere un esfuerzo que pocos están dispuestos a hacer y un tiempo del que no se dispone.

No existe un nivel adecuado de información en abstracto. La información que necesitamos saber sobre un tema es aquella que nos coloca en un punto de partida adecuado, la que nos permite tener un criterio de búsqueda que nos permita discriminar entre lo importante y lo anecdótico. Y, en general, se trata de información que conteste a preguntas básicas como por ejemplo, qué intereses hay detrás de un hecho, qué credibilidad nos merece la fuente, a quién beneficia la noticia y por qué…

Hoy en día sería fundamental que nos formáramos para leer los medios. Creo que lo que decía Chomsky de “poner a los medios bajo sospecha” no es suficiente. Hay que formarse y entrenarse para poder defendernos de los medios. 

Suele afirmar Pascual Serrano que los medios alternativos andan escasos de rigor, contextualización adecuada y contraste de fuentes. Que incurren, al igual que los medios oficiales, en la “jibarización”. Pablo Iglesias afirma que a la comunicación “de izquierdas” le sobra academicismo y le faltan mensajes sencillos que conecten con las mayorías. ¿Hablan de modelos diferentes? ¿Cuál es tu opinión?

 -No hablan de lo mismo ni parten de las mismas premisas. Pascual Serrano es un gran analista de los medios de comunicación y fue el fundador de un medio alternativo de gran influencia, sabe de lo que habla. No es una opinión sino una argumentación que fundamenta en sus escritos. Su trabajo ha sido siempre la investigación y la denuncia del cómo y el por qué de los medios masivos. Nos ofrece instrumentos de desvelamiento, herramientas útiles para defendernos de la manipulación mediática. Al mismo tiempo es didáctico y riguroso. Su trabajo en medios llamados alternativos le ha permitido constatar esa falta de rigor y contextualización, pero en general porque los medios alternativos han tratado de competir con los medios masivos. 

En el caso de Pablo Iglesias su afirmación, desde mi punto de vista, es una opinión que trata de justificar su propia práctica profesional apareciendo en tertulias simplificadoras y banalizadoras; y en cadenas de televisión como Intereconomía abiertamente reaccionarias. Aparecer en estos medios, cobrar por ello, y seguir siendo considerado una persona “de izquierdas” le obliga a tener que buscar justificaciones de todo tipo. Hay mejores o peores comunicadores de mensajes reaccionarios o de mensajes revolucionarios. Y la clave no es la “sencillez”, no está en ella la clave de conectar o no con las mayorías.

 En relación con la pregunta anterior, ¿lo fundamental para los medios alternativos debería ser “mancharse” en la batalla de las ideas y de la propaganda, o proporcionar datos, contextos y antecedentes para que el ciudadano crítico pueda formarse una opinión sobre los hechos?

-Los medios de comunicación alternativos deberían romper la lógica de la producción de noticias como si fueran mercancías (rápidas, a bajo coste y desechables). Deben ser capaces de suministrar información al tiempo que ofrecen al público los instrumentos para interpretar esa información, es decir, antecedentes, fuentes, posición ideológica, etc. No deben tratar de competir con los medios masivos. Esa es una batalla perdida en el contexto capitalista. En una situación de desigualdad de recursos tan inmensa no tiene futuro el enfrentamiento directo. La guerra de guerrillas es más eficaz en estos casos.

Los medios alternativos no pueden caer en la trampa ideológica de la pluralidad y la libertad de expresión. En un contexto tan desequilibrado, desde las filas de izquierda, no se puede dar cabida a las voces e ideas que inundan los medios masivos. Su papel es el de hacer contrainformación no el de contribuir al discurso hegemónico. Es cierto que hacer contrainformación no es decir lo contrario pero también tiene algo de eso.

¿Piensas que a los medios alternativos les falta una agenda propia, es decir, tienden con demasiada frecuencia a seguir los “item” informativos (y también los ritmos y lenguajes) que los medios convencionales señalan como relevantes?

-Decía Gramsci que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Se nos impone en forma de deseos y aspiraciones que se fraguan en las filas de las élites. Esto se aplica también al caso de los mensajes de los medios alternativos. Es muy difícil escaparse de la lógica que domina una profesión como la de periodista y tener muy claro el papel de antagonista. No es fácil nadar a contracorriente, menos aún cuando se plantean disputar audiencias en vez de servir a los grupos y organizaciones que luchan contra el capitalismo.

 Si de lo que se trata es de llegar a cuanta más gente mejor, se cae en la trampa de tener que adaptar la agenda a la que dictan los poderosos e incluso a utilizar el mismo lenguaje “para que se nos entienda”. Pongamos el ejemplo de la agenda internacional. Cuando el tema de Libia desapareció de los medios masivos también lo hizo de los alternativos. O en el caso de la guerra contra Siria es habitual encontrar artículos e informaciones en los medios alternativos que utilizan el mismo lenguaje que los medios masivos. Es difícil creer que utilizando el lenguaje del imperio estemos diciendo cosas distintas.

¿Puede que una excesiva profundización en los contenidos y una especialización cada vez mayor contribuyan también a generar desinformación? 

 -Creo que no. Las audiencias, como la opinión pública, son construidas. No se construyen sólo desde los medios de comunicación, también se forman en los bares, en el centro de trabajo, en el barrio, en las escuelas, las universidades. Lo que ocurre es que cada vez más el papel de construcción de la opinión pública se ha dejado en manos de los medios de comunicación masiva y éstos funcionan como grandes simplificadores de la realidad. Luchan por cuotas de mercado (audiencias) y ganan terreno a medida que homogenizan y simplifican. No se especializan y profundizan. Todo lo contrario. Simplemente cambian vertiginosamente de temas y someten a las audiencias a una presión increíble.

Los medios masivos moldean a sus audiencias para que demanden los productos que ellos ofrecen a muy bajo costo. Son como las grandes empresas de hamburguesas: trituran, aplastan y condimentan la información para que sepa bien y se engulla sin esfuerzo. Al final, las audiencias acaban demandando hamburguesas.

Lo cierto es que la gente quiere saber y le interesa entender. Por eso discute sobre los temas que aparecen en los medios en los bares o en el trabajo, pero si los temas no duran más que unos días o unas horas no les merece la pena saber más y se conforman con las píldoras que se les ofrece.

Por otro lado, ¿consideras que los medios alternativos han de implicarse en los movimientos sociales (o incluso ser parte de los mismos, compartiendo su discurso) o conservar su autonomía?

-Como te decía antes, no creo que un medio alternativo tenga sentido al margen de los movimientos transformadores. Todos los medios sin excepción responden a unos intereses y cumplen una función. Si detrás de un medio no hay grandes recursos económicos, entonces, tiene que haber recursos humanos capaces de sacarlo adelante.

No hay ningún medio autónomo. Los medios alternativos tributan al grupo o al movimiento que los sostienen, económica o ideológicamente, de lo contrario se corre el riesgo de ser un mero “chiringuito” de amigos que dura lo que dura esta amistad. 

¿Qué capacidad le atribuyes a Internet y a las redes sociales para romper la hegemonía de los medios oficiales?

-La capacidad de Internet depende de la gente que tenga detrás. Las redes sociales tienen una gran potencialidad para difundir y comunicar, además de capacidad de convocatoria. Sin embargo, todavía la Encuesta General de Medios, señala que el medio con más audiencia es la televisión (incluso la televisión a través de Internet). Además de la brecha generacional que deja fuera a una gran cantidad de población, las redes sociales generan a menudo mayor fragmentación y dispersión.

Por último, has escrito numerosos artículos sobre las estrategias comunicativas y los discursos del poder respecto a América Latina. Por ejemplo, respecto a Cuba y Venezuela, ¿podrías señalar las fuentes primarias de las que procede la información que finalmente (a través de prensa, radio o televisión) le llega a la audiencia española?

 -La información que llega a la población sobre Cuba y Venezuela está sometida a varios filtros. El primero de ellos es el de la propiedad de las corporaciones mediáticas que transmiten las noticias, los reportajes o información. Si la emisora, cadena o periódico tiene conexión con o forma parte del capital estadounidense esa información estará sesgada en esa dirección. Uno de los ejemplos más claros es el diario El País, perteneciente a la corporación Prisa, adquirida mayoritariamente por capital estadounidense (Liberty Acquisitions LLC) e italiano (Gestión Tele 5 S.A.) La guerra que el gobierno de Estados Unidos ha emprendido contra los gobiernos que no se doblegan a sus intereses o que defienden su dignidad y soberanía, se traduce en el control de la información sobre estos países así como la utilización de los medios de comunicación para distribuir propaganda contra ellos.

Un mecanismo muy habitual, sobre todo en el caso de Cuba, es el de “construir la disidencia”, financiar a cubanos para hablar mal de Cuba, para mentir, tergiversar y denunciar al gobierno. Se convierte a estos personajes en únicas “fuentes” o informadores y su credibilidad viene únicamente de ser cubanos. Al público sólo le llegan estos mensajes de cubanos contra su gobierno. Los medios están cerrados a cualquier otra fuente ya sea del gobierno cubano o de cubanos que tengan un discurso diferente al que se trata de imponer.

En el caso de Venezuela, dado que sí hay una oposición interna, los medios actúan con otra estrategia. Ridiculizan y tergiversan todo lo que proviene de fuentes oficiales o bolivarianas, y suavizan y magnifican los discursos de la oposición para presentarla como moderada, pacífica y reprimida, es decir, le dan la vuelta a la realidad para que se ajuste a la propaganda contra Venezuela.

Otro de los filtros (utilizamos este término tal y como teorizaron Chomsky y Herman en los años 70) es el de los propios profesionales de los medios. Estos subordinan la veracidad, el contraste de la información, la pluralidad de fuentes etc. al criterio de quien les paga.

Se podrían escribir volúmenes enteros sobre las técnicas de manipulación que se han empleado y se emplean en la guerra contra Cuba y Venezuela. 

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EL MUNDO SE LIBERA DE EEUU



Noam Chomsky
La Jornada
REBELIÓN
11-11-2013

Durante el más reciente episodio de la farsa de Washington que ha dejado atónito al mundo, un comentarista chino escribió que si Estados Unidos no puede ser un miembro responsable del sistema mundial, tal vez el mundo deba separarse del Estado rufián que es la potencia militar reinante, pero que pierde credibilidad en otros terrenos.

La fuente inmediata de la debacle de Washington fue el brusco viraje a la derecha que ha dado la clase política. En el pasado se ha descrito a Estados Unidos con cierto sarcasmo, pero no sin exactitud, como un Estado de un solo partido: el partido empresarial, con dos facciones llamadas republicanos y demócratas.

Ya no es así. Sigue siendo un Estado de un solo partido, pero ahora tiene una sola facción, los republicanos moderados, ahora llamados nuevos demócratas (como la coalición en el Congreso ha dado en designarse): existe una organización republicana, pero hace mucho tiempo que abandonó cualquier pretensión de ser un partido parlamentario normal. El comentarista conservador Norman Ornstein, del Instituto Estadunidense de Empresa, describe a los republicanos actuales como una insurgencia radical, ideológicamente extremista, que se burla de los hechos y de los acuerdos, y desprecia la legitimidad de su oposición política: un grave peligro para la sociedad.

El partido está en servicio permanente para los muy ricos y el sector corporativo. Como no se pueden obtener votos con esa plataforma, se ha visto obligado a movilizar sectores de la sociedad que son extremistas, según las normas mundiales. La locura es la nueva norma entre los miembros del Tea Party y un montón de otras agrupaciones informales.

El establishment republicano y sus patrocinadores empresariales habían esperado usar esos grupos como ariete en el asalto neoliberal contra la población, para privatizar, desregular y poner límites al gobierno, reteniendo a la vez aquellas partes que sirven a la riqueza, como las fuerzas armadas.

Ha tenido cierto éxito, pero ahora descubre con horror que ya no puede controlar a sus bases. De este modo, el impacto en la sociedad del país se vuelve mucho más severo. Ejemplo de ello es la reacción violenta contra la Ley de Atención Médica Accesible y el cierre virtual del gobierno.

La observación del comentarista chino no es del todo novedosa. En 1999, el analista político Samuel P. Huntington advirtió que para gran parte del mundo Estados Unidos se convertía en la superpotencia rufiana, y se le veía como la principal amenaza externa a las sociedades.

En los primeros meses del periodo presidencial de George Bush, Robert Jervis, presidente de la Asociación Estadunidense de Ciencia Política, advirtió que a los ojos de gran parte del mundo el primer Estado rufián hoy día es Estados Unidos. Tanto Huntington como Jervis advirtieron que tal curso es imprudente. Las consecuencias para Estados Unidos pueden ser dañinas.

En el número más reciente de Foreign Affairs, la revista líder del establishment, David Kaye examina un aspecto de la forma en que Washington se aparta del mundo: el rechazo de los tratados multilaterales como si fuera un deporte. Explica que algunos tratados son rechazados de plano, como cuando el Senado votó contra la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidades en 2012 y el Tratado Integral de Prohibición de Ensayos Nucleares en 1999.

Otros son desechados por inacción, entre ellos los referentes a temas como derechos laborales, económicos o culturales, especies en peligro, contaminación, conflictos armados, conservación de la paz, armas nucleares, derecho del mar y discriminación contra las mujeres.

El rechazo a las obligaciones internacionales, escribe Kaye, se ha vuelto tan arraigado que los gobiernos extranjeros ya no esperan la ratificación de Washington o su plena participación en las instituciones creadas por los tratados. El mundo sigue adelante, las leyes se hacen en otras partes, con participación limitada (si acaso) de Estados Unidos.

Aunque no es nueva, la práctica se ha vuelto más acentuada en años recientes, junto con la silenciosa aceptación dentro del país de la doctrina de que Estados Unidos tiene todo el derecho de actuar como Estado rufián.

Por poner un ejemplo típico, hace unas semanas fuerzas especiales de Estados Unidos raptaron a un sospechoso, Abú Anas Libi, de las calles de Trípoli, capital de Libia, y lo llevaron a un barco para interrogarlo sin permitirle tener un abogado ni respetar sus derechos. El secretario de Estado John Kerry informó a la prensa que esa acción era legal porque cumplía con las leyes estadunidenses, sin que se produjeran comentarios.

Los principios solo son valiosos si son universales. Las reacciones serían un tanto diferentes, inútil es decirlo, si fuerzas especiales cubanas secuestraran al prominente terrorista Luis Posada Carriles en Miami y lo llevaran a la isla para interrogarlo y juzgarlo conforme a las leyes cubanas.

Sólo los estados rufianes pueden cometer tales actos. Con más exactitud, el único Estado rufián que tiene el poder suficiente para actuar con impunidad, en años recientes, para realizar agresiones a su arbitrio, para sembrar el terror en grandes regiones del mundo con ataques de drones y mucho más. Y para desafiar al mundo en otras formas, por ejemplo con el persistente embargo contra Cuba pese a la oposición del mundo entero, fuera de Israel, que votó junto con su protector cuando Naciones Unidas condenó el bloqueo (188-2) en octubre pasado.

Piense el mundo lo que piense, las acciones estadunidenses son legítimas porque así lo decimos nosotros. El principio fue enunciado por el eminente estadista Dean Acheson en 1962, cuando instruyó a la Sociedad Estadunidense de Derecho Internacional de que no existe ningún impedimento legal cuando Estados Unidos responde a un desafío a su poder, posición y prestigio.

Cuba cometió un crimen cuando respondió a una invasión estadunidense y luego tuvo la audacia de sobrevivir a un asalto orquestado para llevar los terrores de la Tierra a la isla, en palabras de Arthur Schlesinger, asesor de Kennedy e historiador.

Cuando Estados Unidos logró su independencia, buscó unirse a la comunidad internacional de su tiempo. Por eso la Declaración de Independencia empieza expresando preocupación por el respeto decente por las opiniones de la humanidad.

Un elemento crucial fue la evolución de una confederación desordenada en una nación unificada, digna de celebrar tratados, según la frase de la historiadora diplomática Eliga H. Gould, que observaba las convenciones del orden europeo. Al obtener ese estatus, la nueva nación también ganó el derecho de actuar como lo deseaba en el ámbito interno. Por eso pudo proceder a librarse de su población indígena y expandir la esclavitud, institución tan odiosa que no podía ser tolerada en Inglaterra, como decretó el distinguido jurista William Murray en 1772. La avanzada ley inglesa fue un factor que impulsó a la sociedad propietaria de esclavos a ponerse fuera de su alcance.

Ser una nación digna de celebrar tratados confería, pues, múltiples ventajas: reconocimiento extranjero y la libertad de actuar sin interferencia dentro de su territorio. Y el poder hegemónico ofrece la oportunidad de volverse un Estado rufián, que desafía libremente el derecho internacional mientras enfrenta creciente resistencia en el exterior y contribuye a su propia decadencia por las heridas que se inflige a sí mismo.

Noam Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge, Mass., EEUU. Su libro más reciente es Power Systems: Conversations on Global Democratic Uprisings and the New Challenges to U.S. Empire. Interviews with David Barsamian (Conversaciones sobre levantamientos democráticos en el mundo y los nuevos desafíos al imperio de Estados Unidos).

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/11/10/index.php?section=opinion&article=018a1mun

 Traducción: Jorge Anaya 

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CONSECUENCIAS DE LA DECADENCIA ESTADUNIDIENSE



Immanuel Wallerstein 
La Jornada
REBELIÓN
11-11-2013

Hace tiempo que argumento que la decadencia estadunidense en tanto potencia hegemónica comenzó circa 1970 y que el lento declive se tornó precipitado durante la presidencia de George W. Bush. Comencé a escribir del asunto en 1980 o algo así. En ese entonces la reacción a este argumento, desde todos los campos políticos, fue rechazarlo como absurdo. En los 90, muy por el contrario (de nuevo desde todos los lados del espectro político), fue amplia la creencia de que Estados Unidos había llegado al clímax de la dominación unipolar.

Sin embargo, después del estallido de la burbuja de 2008 la opinión de políticos, expertos y público en general comenzó a cambiar. Hoy, un gran porcentaje de personas (si bien no todo el mundo) acepta la realidad de que al menos está ocurriendo una relativa decadencia del poderío, el prestigio e influencia de Estados Unidos. Al interior de ese país eso se va aceptando con bastante renuencia. Políticos y expertos rivalizan unos contra otros en recomendar formas de cómo, todavía, podría revertirse esta decadencia. Yo creo que es irreversible.

La cuestión real es cuáles son las consecuencias de esta decadencia. La primera es la reducción manifiesta de la capacidad de control estadunidense sobre la situación mundial y, en particular, la pérdida de confianza de los que alguna vez fueran los aliados más cercanos de Estados Unidos respecto de su comportamiento. Durante el último mes, debido a la evidencia mostrada por Edward Snowden, se hizo del conocimiento público que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) ha estado espiando directamente a los líderes más importantes de Alemania, Francia, México y Brasil, entre otros (por supuesto, a incontables ciudadanos de estos países). 

Estoy seguro que Estados Unidos se involucró en actividades similares en 1950. Pero en ese año ninguno de estos países se habría atrevido a hacer un escándalo público de su ira ni a exigir que Estados Unidos dejara de hacer esto. Si lo hacen hoy es porque Estados Unidos los necesita más a ellos que ellos a éste. Los líderes actuales saben que Washington no tiene opción, sino prometer, como el presidente Obama acaba de hacerlo, que cesará estas prácticas (aunque no lo diga en serio). Y los líderes de esos cuatro países todos saben que su posición interna se verá fortalecida, no debilitada, por torcerle la nariz en público a Estados Unidos.

Y en tanto los medios discuten la decadencia estadunidense, la mayor atención se le presta a China como potencial sucesor hegemónico. Esto tampoco es certero. No hay duda de que China es un país que crece en fuerza geopolítica. Pero acceder al rol de poder hegemónico es un proceso arduo y prolongado. Normalmente le tomaría por lo menos otro medio siglo a algún país para que alcanzara la posición donde pudiera ejercer un poder hegemónico. Y esto significa un tiempo largo en el que cualquier cosa puede pasar.

Inicialmente, no hay un sucesor inmediato en el papel. Más bien, lo que ocurre cuando se hace evidente el disminuido poderío de una potencia anteriormente hegemónica es que el relativo orden del sistema-mundo es remplazado por una lucha caótica entre los múltiples polos del poder, ninguno de los cuales controla la situación. Estados Unidos sigue siendo un gigante, pero un gigante con pies de barro. Continúa por el momento siendo la fuerza militar más fuerte, pero se encuentra incapaz de hacer buen uso de ésta. Estados Unidos ha intentado minimizar sus riesgos concentrándose en una guerra de drones –los aviones no tripulados. El anterior secretario de Defensa, Robert Gates, ha denunciado esta visión como poco realista en lo militar. Nos recuerda que las guerras se ganan con la guerra en tierra, y el presidente estadunidense está con una enorme presión encima, tanto de políticos como del sentimiento popular, de que no debe utilizar fuerzas terrestres.

El problema para todos en una situación de caos geopolítico es el alto nivel de ansiedad que alimenta y las oportunidades que ofrece para que prevalezca la locura destructiva. Por ejemplo, Estados Unidos podría dejar de ganar guerras, pero puede aún desatar daños enormes a sí mismo y a otros debido a acciones imprudentes. Cualquier cosa que intente Estados Unidos en Medio Oriente hoy, perderá. Al momento, ninguno de los actores fuertes en Medio Oriente (y realmente pienso que ninguno) sigue ya la línea de Estados Unidos. Esto incluye a Egipto, Israel, Turquía, Siria, Arabia Saudita, Irak, Irán y Pakistán (por no mencionar a Rusia o China). Los dilemas de política que esto implica para Estados Unidos han sido registrados con gran detalle por el New York Times. La conclusión del debate interno en el gobierno de Obama ha sido un compromiso súper ambiguo, en el cual el presidente Obama parece vacilante, más que fuerte.

Finalmente, hay dos consecuencias reales de las cuales podemos estar bastante seguros en la década por venir. La primera es el fin del dólar estadunidense como divisa de último recurso. Cuando esto ocurra, Estados Unidos perderá una protección importante para su presupuesto nacional y para el costo de sus operaciones económicas. La segunda es una caída, probablemente seria, en los estándares relativos de vida de los ciudadanos y residentes en esa nación. Las consecuencias políticas de este último suceso son difíciles de predecir en detalle, pero no serán insustanciales.

Traducción: Ramón Vera Herrera

 © Immanuel Wallerstein 

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/11/09/opinion/018a1mun 

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LECCIONES DE CORRUPCIÓN ELEMENTAL, PRIMER CICLO, EN EL REINO DEL REY, VÍA MUNICIPAL, CURSO 2013 - 2014


LXXII


Alcalde: Manuel Vilanova Municipio: Vila-real Partido: PP Imputación: Condenado en 2006 a un año y seis meses de prisión, así como a ocho años de inhabilitación especial para empleo o cargo público por un delito de prevaricación.

¿Dimitió? Sí, tras la condena, en enero de 2007.

 Ver más en:

http://www.20minutos.es/noticia/1603039/0/alcaldes/corrupcion/imputados/#xtor=AD-15&xts=467263

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