Entrevista a la politóloga Ángeles Diez
“El efecto de la sobreinformación es la paralización y la impotencia”
Enric Llopis
Rebelión
11-11-2013
En medio de la vorágine y el ruido mediático, se impone una pausa para la reflexión crítica. Considerar pautas generales que ayuden al análisis y a no perderse en la barahúnda. La profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, Ángeles Diez, aporta luz para orientarse en el caos. Además de su trabajo como docente, entre los años 2001 y 2004 Ángeles Diez codirigió el curso “Medios de comunicación y manipulación” de la UNED. También ha participado en documentales y escrito múltiples artículos sobre la manipulación mediática en las guerras y para los casos de Cuba y Venezuela. Algunas de sus publicaciones son “La percepción social de la calidad educativa en España”; “Manipulación y medios en la sociedad de la información” y “Nuevas tecnologías, educación y sociedad. Perspectivas críticas”. Es asimismo miembro de la Asociación de educomunicadores Aire y de la asociación de documentalistas DOCMA.
Proliferan las tertulias en las radios y televisiones. ¿Consideras que son un fenómeno que contribuye a configurar la opinión pública? Si es así, ¿en qué medida?
-Las llamadas tertulias que inundan los medios de comunicación, especialmente las de televisión, no están concebidas para ayudar a que el público se forme una opinión sobre temas que le puedan interesar. Están pensadas y diseñadas como dispositivos de propaganda para consolidar, reforzar o implantar determinadas ideas y lugares comunes, en ningún caso para trasmitir o fomentar la reflexión, el análisis o el diálogo entre las personas que intervienen.
Por un lado están las características del propio medio, ya sea la radio o la televisión, las reglas que impone el canal que trasmite los mensajes impiden que se generen o desarrollen ideas. El tiempo de intervención y la forma en que se interviene están siempre al servicio de la “captación de la atención” del público. Como mejor se capta la atención es utilizando los recursos discursivos de la demagogia, o los que tienen que ver con el espectáculo. Por eso no hay tertulia en la que no se interrumpan unos a otros, se griten, se falten al respeto, etc. La mayoría de las llamadas tertulias reproducen las mismas pautas que los “reality shows” porque lo importante es atrapar a la audiencia no que ésta pueda formarse una opinión a partir de lo que los tertulianos digan.
Además en este tipo de espacios sólo participan “fast tinking”, gente (académicos, periodistas, intelectuales o famosos) capaces de trasmitir ideas en muy pocos segundos, es decir, son buenos simplificadores –que es muy diferente a ser buenos comunicadores-. Dado que estos medios y el formato de tertulia no permite la elaboración de pensamientos complejos lo único que se consigue es reforzar o asentar las ideas previas que tienen las audiencias, es decir, hacer propaganda. Otro tema importante es que la mayor parte de los tertulianos, o más bien todos, son gente contratada para opinar, se les asigna una función dentro del espacio (a favor o en contra de un tema), es decir, están trabajando para la empresa que les contrata. Si estos “productos” mediáticos estuvieran ayudando a crear una opinión pública que fuera contra los intereses de las cadenas o contra su línea ideológica, dejarían de hacer esos programas o les cambiarían el formato para que esto no ocurriera.
Finalmente, no es la gente la que decide los temas de los que se habla en las llamadas tertulias, es al revés, la agenda de lo que se tiene que hablar está previamente determinada por los mismos medios e intereses que construyen el resto de los espacios mediáticos, por ejemplo los informativos.
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Así, si los temas de los que se tiene que hablar están ya predefinidos, los tertulianos no argumentan sino que simplifican y banalizan (no podrían hacer otra cosa aunque quisieran) y, en general, los ciudadanos ya tienen una idea preformada sobre los temas de las tertulias, entonces, podemos decir que la función de las tertulias no es contribuir a formar la opinión pública sino contribuir a que la ideología dominante siga siendo la dominante.
El denominado TDT Party (Intereconomía y 13 TV), ¿consideras que incorpora formatos y modos de opinar procedentes de Estados Unidos, por ejemplo, de la Fox? ¿Es mayor su influencia en la derecha española de lo que reflejan sus audiencias?
-Hoy en día todas las cadenas de televisión incorporan formatos y contenidos desarrollados por las corporaciones mediáticas estadounidenses. Más allá de la sintonía e influencia ideológica mayor que puedan tener Intereconomía y 13 TV, la realidad es que sus productos responden a una doble lógica: el aumento de beneficios a través del aumento de audiencias y la hegemonía ideológica.
El primer aspecto hace coincidir las cadenas que aparentemente tienen distinto signo político ya que obliga a primar la espectacularidad, la simplificación y el impacto sobre cualquier otro contenido. Los formatos se adaptan a estos productos y tratan de conseguir la mayor eficacia en su distribución y consumo. Las corporaciones estadounidenses llevan mucha ventaja en el manejo de estos recursos, así que el resto tienden a imitarlas. No es tanto una cuestión ideológica como de mercado.
La influencia de ese TDT Party español es importante pero no sólo en la derecha española, lamentablemente estas cadenas tienen audiencias de izquierdas que se justifican a sí mismas con el absurdo argumento de conocer lo que dice la derecha o por divertirse con las barbaridades de sus reportajes o tertulias. Desde luego tienen un plus de publicidad que sobrepasa sus audiencias.
Los medios nacionales dedican horas de programación e ingentes cantidades de papel al conflicto “nacional” en Cataluña. ¿Piensas que hay una guerra entre discursos maniqueos? ¿Le queda espacio a la izquierda para una posición autónoma?
-El tiempo que se dedica en los medios de comunicación no es al conflicto “nacional” en Cataluña. Se dedica tiempo a desviar la atención del ciudadano respecto a los temas de fondo implícitos en los conflictos nacionales. Detrás del llamado conflicto nacionalista están los problemas que no resolvieron los pactos de la transición ni la Constitución: la jefatura del Estado, la unidad territorial, el desarrollo desigual y dependiente del territorio, la acumulación de poder de las burguesías nacionalistas, etc.
Cuando uno ve que los principales promotores de determinados discursos nacionalistas o antinacionalistas provienen de las élites políticas o económicas, es necesario pararse a pensar qué es lo que está en juego. Probablemente en ninguno de los casos se esté pensando en opciones de gobierno que favorezcan a los ciudadanos en relación a sus condiciones de vida. Estos discursos son en realidad chantajes en una y otra dirección.
A los ciudadanos catalanes se les enseña el señuelo de la independencia para concentrar su atención en el tema de la identidad colectiva o los derechos de autodeterminación al mismo tiempo que se les recortan otros derechos como la salud, la educación, se les echa de las casas, se les recorta el salario, aumenta la represión etc. Se les induce a pensar que la fuente de todos los males está en no poder ejercer su derecho de autodeterminación –entiéndase que mi posición sobre este tema es el reconocimiento de este derecho para todos los pueblos-. Se actúa como los prestidigitadores, mientras centramos nuestra atención en sus palabras o en sus manos el truco se hace por detrás.
Con la población del resto del territorio ocurre algo parecido, mientras nos ocupamos de si son o no son manipulados los catalanes, de si tienen o no tienen derecho a reclamar la independencia, pocos nos ocupamos de analizar cómo y por qué el sentimiento nacionalista se transforma en un conflicto político.
Ningún conflicto político de carácter nacionalista puede ser entendido fuera del contexto histórico. En estos momentos no se puede entender lo que ocurre en Cataluña con los reclamos nacionalistas sin entender el pacto de las élites nacionalistas en la transición y la coyuntura de la crisis económica actual. Al fin y al cabo los Estados nacionales son el resultado de la historia, no son realidades universalizables.
Una posición de izquierdas debería centrarse en el tema de la soberanía de los pueblos, en la apuesta por sistemas de gobierno en los que la participación real de los ciudadanos les permitiera establecer las reglas de juego de la convivencia, entre sí y con otros pueblos con los que se comparten tradiciones, cultura o territorio. El internacionalismo es el principio que debe guiar cualquier pensamiento de izquierdas y éste es un sentimiento de solidaridad perfectamente compatible con el nacionalismo.
Por otra parte, vivimos una época de ensordecedor ruido y sobresaturación informativa que a veces linda con la histeria. ¿Podría hablarse de una adicción o dependencia de las noticias? (No es infrecuente el militante de izquierdas “enganchado” a las redes sociales, que también lee diariamente medios convencionales y/o alternativos, y consume habitualmente tertulias).
-Es muy interesante ver el problema de la sobreinformación como una adicción pero yo creo que el consumo desesperado de noticias por parte de la gente con mayor conciencia social tiene que ver, por un lado con la pérdida de referentes ideológicos, y por otro con la necesidad que nos crean de tener que opinar de todo.
Otro problema es el de las redes sociales. La búsqueda de información sobre temas políticos y sociales en la red refleja una necesidad de reconstruir lazos comunitarios, es decir, encontrar a gente que piense como nosotros, que nos escuche, con la que poder intercambiar ideas y formarnos. La fragmentación social, el aislamiento, una forma de vida muy poco satisfactoria desde el punto de vista de las relaciones sociales nos lleva a buscar sucedáneos en la red.
A este factor sicosociológico se une la convicción de que cuanta más información tengamos más nos aproximamos a la verdad de los hechos, o cuanto más plurales seamos al buscar en todo tipo de medios, tanto los masivos como los alternativos, más y mejor informados estaremos. Pero ambos supuestos son falsos. El efecto de la sobreinformación suele ser la paralización y la impotencia, la incapacidad para discriminar lo importante de lo secundario nos inmuniza y nos convierte a menudo en espectadores del mundo.
Tampoco es verdad que consultando todo tipo de fuentes estemos accediendo a una información plural y por tanto más veraz. Los medios alternativos pocas veces hacen verdadera contrainformación. Sus agendas vienen marcadas por los medios que tienen más recursos y también ellos se encuentran atrapados en la lógica de la inmediatez sin tiempo para contrastar las noticias.
Vivimos en un mundo de monopolio informativo. Si el 90% de la información está controlada por las grandes corporaciones estadounidenses y europeas es difícil pensar que podemos estar mejor informados por consultar más medios de comunicación.
Sin embargo, es cierto que el ruido coexiste con un mundo cada vez más complejo y con una realidad que cambia a un ritmo de vértigo. Infinitos medios y fuentes (también alternativos) que buscan su hueco en un espacio limitado. Ante este panorama, ¿Cómo puede la gente común acceder a un nivel adecuado de información?
-Estar “informado” se ha convertido en un valor social, da prestigio y autoridad en nuestro entorno, pero se confunde esto con consumir o almacenar información. Lo importante debería ser tener criterio para poder situarnos políticamente ante las informaciones que nos llegan. Como señala Ignacio Ramonet “informarse cuesta”, requiere un esfuerzo que pocos están dispuestos a hacer y un tiempo del que no se dispone.
No existe un nivel adecuado de información en abstracto. La información que necesitamos saber sobre un tema es aquella que nos coloca en un punto de partida adecuado, la que nos permite tener un criterio de búsqueda que nos permita discriminar entre lo importante y lo anecdótico. Y, en general, se trata de información que conteste a preguntas básicas como por ejemplo, qué intereses hay detrás de un hecho, qué credibilidad nos merece la fuente, a quién beneficia la noticia y por qué…
Hoy en día sería fundamental que nos formáramos para leer los medios. Creo que lo que decía Chomsky de “poner a los medios bajo sospecha” no es suficiente. Hay que formarse y entrenarse para poder defendernos de los medios.
Suele afirmar Pascual Serrano que los medios alternativos andan escasos de rigor, contextualización adecuada y contraste de fuentes. Que incurren, al igual que los medios oficiales, en la “jibarización”. Pablo Iglesias afirma que a la comunicación “de izquierdas” le sobra academicismo y le faltan mensajes sencillos que conecten con las mayorías. ¿Hablan de modelos diferentes? ¿Cuál es tu opinión?
-No hablan de lo mismo ni parten de las mismas premisas. Pascual Serrano es un gran analista de los medios de comunicación y fue el fundador de un medio alternativo de gran influencia, sabe de lo que habla. No es una opinión sino una argumentación que fundamenta en sus escritos. Su trabajo ha sido siempre la investigación y la denuncia del cómo y el por qué de los medios masivos. Nos ofrece instrumentos de desvelamiento, herramientas útiles para defendernos de la manipulación mediática. Al mismo tiempo es didáctico y riguroso. Su trabajo en medios llamados alternativos le ha permitido constatar esa falta de rigor y contextualización, pero en general porque los medios alternativos han tratado de competir con los medios masivos.
En el caso de Pablo Iglesias su afirmación, desde mi punto de vista, es una opinión que trata de justificar su propia práctica profesional apareciendo en tertulias simplificadoras y banalizadoras; y en cadenas de televisión como Intereconomía abiertamente reaccionarias. Aparecer en estos medios, cobrar por ello, y seguir siendo considerado una persona “de izquierdas” le obliga a tener que buscar justificaciones de todo tipo. Hay mejores o peores comunicadores de mensajes reaccionarios o de mensajes revolucionarios. Y la clave no es la “sencillez”, no está en ella la clave de conectar o no con las mayorías.
En relación con la pregunta anterior, ¿lo fundamental para los medios alternativos debería ser “mancharse” en la batalla de las ideas y de la propaganda, o proporcionar datos, contextos y antecedentes para que el ciudadano crítico pueda formarse una opinión sobre los hechos?
-Los medios de comunicación alternativos deberían romper la lógica de la producción de noticias como si fueran mercancías (rápidas, a bajo coste y desechables). Deben ser capaces de suministrar información al tiempo que ofrecen al público los instrumentos para interpretar esa información, es decir, antecedentes, fuentes, posición ideológica, etc. No deben tratar de competir con los medios masivos. Esa es una batalla perdida en el contexto capitalista. En una situación de desigualdad de recursos tan inmensa no tiene futuro el enfrentamiento directo. La guerra de guerrillas es más eficaz en estos casos.
Los medios alternativos no pueden caer en la trampa ideológica de la pluralidad y la libertad de expresión. En un contexto tan desequilibrado, desde las filas de izquierda, no se puede dar cabida a las voces e ideas que inundan los medios masivos. Su papel es el de hacer contrainformación no el de contribuir al discurso hegemónico. Es cierto que hacer contrainformación no es decir lo contrario pero también tiene algo de eso.
¿Piensas que a los medios alternativos les falta una agenda propia, es decir, tienden con demasiada frecuencia a seguir los “item” informativos (y también los ritmos y lenguajes) que los medios convencionales señalan como relevantes?
-Decía Gramsci que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Se nos impone en forma de deseos y aspiraciones que se fraguan en las filas de las élites. Esto se aplica también al caso de los mensajes de los medios alternativos. Es muy difícil escaparse de la lógica que domina una profesión como la de periodista y tener muy claro el papel de antagonista. No es fácil nadar a contracorriente, menos aún cuando se plantean disputar audiencias en vez de servir a los grupos y organizaciones que luchan contra el capitalismo.
Si de lo que se trata es de llegar a cuanta más gente mejor, se cae en la trampa de tener que adaptar la agenda a la que dictan los poderosos e incluso a utilizar el mismo lenguaje “para que se nos entienda”. Pongamos el ejemplo de la agenda internacional. Cuando el tema de Libia desapareció de los medios masivos también lo hizo de los alternativos. O en el caso de la guerra contra Siria es habitual encontrar artículos e informaciones en los medios alternativos que utilizan el mismo lenguaje que los medios masivos. Es difícil creer que utilizando el lenguaje del imperio estemos diciendo cosas distintas.
¿Puede que una excesiva profundización en los contenidos y una especialización cada vez mayor contribuyan también a generar desinformación?
-Creo que no. Las audiencias, como la opinión pública, son construidas. No se construyen sólo desde los medios de comunicación, también se forman en los bares, en el centro de trabajo, en el barrio, en las escuelas, las universidades. Lo que ocurre es que cada vez más el papel de construcción de la opinión pública se ha dejado en manos de los medios de comunicación masiva y éstos funcionan como grandes simplificadores de la realidad. Luchan por cuotas de mercado (audiencias) y ganan terreno a medida que homogenizan y simplifican. No se especializan y profundizan. Todo lo contrario. Simplemente cambian vertiginosamente de temas y someten a las audiencias a una presión increíble.
Los medios masivos moldean a sus audiencias para que demanden los productos que ellos ofrecen a muy bajo costo. Son como las grandes empresas de hamburguesas: trituran, aplastan y condimentan la información para que sepa bien y se engulla sin esfuerzo. Al final, las audiencias acaban demandando hamburguesas.
Lo cierto es que la gente quiere saber y le interesa entender. Por eso discute sobre los temas que aparecen en los medios en los bares o en el trabajo, pero si los temas no duran más que unos días o unas horas no les merece la pena saber más y se conforman con las píldoras que se les ofrece.
Por otro lado, ¿consideras que los medios alternativos han de implicarse en los movimientos sociales (o incluso ser parte de los mismos, compartiendo su discurso) o conservar su autonomía?
-Como te decía antes, no creo que un medio alternativo tenga sentido al margen de los movimientos transformadores. Todos los medios sin excepción responden a unos intereses y cumplen una función. Si detrás de un medio no hay grandes recursos económicos, entonces, tiene que haber recursos humanos capaces de sacarlo adelante.
No hay ningún medio autónomo. Los medios alternativos tributan al grupo o al movimiento que los sostienen, económica o ideológicamente, de lo contrario se corre el riesgo de ser un mero “chiringuito” de amigos que dura lo que dura esta amistad.
¿Qué capacidad le atribuyes a Internet y a las redes sociales para romper la hegemonía de los medios oficiales?
-La capacidad de Internet depende de la gente que tenga detrás. Las redes sociales tienen una gran potencialidad para difundir y comunicar, además de capacidad de convocatoria. Sin embargo, todavía la Encuesta General de Medios, señala que el medio con más audiencia es la televisión (incluso la televisión a través de Internet). Además de la brecha generacional que deja fuera a una gran cantidad de población, las redes sociales generan a menudo mayor fragmentación y dispersión.
Por último, has escrito numerosos artículos sobre las estrategias comunicativas y los discursos del poder respecto a América Latina. Por ejemplo, respecto a Cuba y Venezuela, ¿podrías señalar las fuentes primarias de las que procede la información que finalmente (a través de prensa, radio o televisión) le llega a la audiencia española?
-La información que llega a la población sobre Cuba y Venezuela está sometida a varios filtros. El primero de ellos es el de la propiedad de las corporaciones mediáticas que transmiten las noticias, los reportajes o información. Si la emisora, cadena o periódico tiene conexión con o forma parte del capital estadounidense esa información estará sesgada en esa dirección. Uno de los ejemplos más claros es el diario El País, perteneciente a la corporación Prisa, adquirida mayoritariamente por capital estadounidense (Liberty Acquisitions LLC) e italiano (Gestión Tele 5 S.A.) La guerra que el gobierno de Estados Unidos ha emprendido contra los gobiernos que no se doblegan a sus intereses o que defienden su dignidad y soberanía, se traduce en el control de la información sobre estos países así como la utilización de los medios de comunicación para distribuir propaganda contra ellos.
Un mecanismo muy habitual, sobre todo en el caso de Cuba, es el de “construir la disidencia”, financiar a cubanos para hablar mal de Cuba, para mentir, tergiversar y denunciar al gobierno. Se convierte a estos personajes en únicas “fuentes” o informadores y su credibilidad viene únicamente de ser cubanos. Al público sólo le llegan estos mensajes de cubanos contra su gobierno. Los medios están cerrados a cualquier otra fuente ya sea del gobierno cubano o de cubanos que tengan un discurso diferente al que se trata de imponer.
En el caso de Venezuela, dado que sí hay una oposición interna, los medios actúan con otra estrategia. Ridiculizan y tergiversan todo lo que proviene de fuentes oficiales o bolivarianas, y suavizan y magnifican los discursos de la oposición para presentarla como moderada, pacífica y reprimida, es decir, le dan la vuelta a la realidad para que se ajuste a la propaganda contra Venezuela.
Otro de los filtros (utilizamos este término tal y como teorizaron Chomsky y Herman en los años 70) es el de los propios profesionales de los medios. Estos subordinan la veracidad, el contraste de la información, la pluralidad de fuentes etc. al criterio de quien les paga.
Se podrían escribir volúmenes enteros sobre las técnicas de manipulación que se han empleado y se emplean en la guerra contra Cuba y Venezuela.
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