martes, 2 de marzo de 2021

Lo Ecológico. Y es que pasa eso, que cuando te pones a descubrir lo descubierto, pues nada, que te topas con el marxismo. Ese marxismo que dicen que ha muerto (a la ignorancia ahora le dicen: el marxismo ha muerto). Si ya me pasó a mí una vez que se me calentaron los sesos, se me enciende la bombilla, me viene la inspiración en forma de idea longitudinal al cuadrado, y voy y me digo: coño, esto lo invento yo. Y me lío con rumbo a la ciencia: tina, tana, tina, tana, a descubrir la fórmula del barro, y joder, cuando la descubro: tierra monda y lironda + agua corriente, de esa que no mata a la gente, resultó que eso ya lo había inventado Dios seis días después, creo, de haber inventado la Tierra, o sea, que me ganó por la mano, porque estas cosas del invento tienen eso: que no te puedes fiar ni de Dios, que en cuanto te descuides: ¡ñaca!, el primero que te la clava para desgraciarte el invento. Pues ya van a ver ustedes el día que incluso los marxistas nos pongamos a leer a Marx y, a entenderlo, porque claro, si no se entiende hacemos un pan como una hostia, la cara que se nos va a quedar cuando nos enteremos de que el marxismo es una ciencia (el materialismo histórico) de aplicación universal, que incluso la aplica el señor antimarxista de toda la vida o el propio caballo de Santiago Abascal, trote o no trote.

 

El marxismo y los orígenes de la crítica ecológica

Fuentes: La izquierda diario

El libro El retorno de la naturaleza, de John Bellamy Foster, muestra el rol jugado por biólogos y científicos de otras disciplinas con una mirada materialista no mecánica, junto a varios marxistas, en la puesta en pie de las bases de la ecología, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX.



El libro El retorno de la naturaleza. Socialismo y ecología [1], de John Bellamy Foster (en adelante JBF), retoma el hilo histórico donde el autor lo había dejado hace 20 años en La ecología de Marx, que, como indica su nombre abordaba los aspectos en los que la crítica de la economía política de este último ponía de relieve las consecuencias del desarrollo del capitalismo en el metabolismo natural. En su nuevo trabajo, JBF muestra cómo continuó elaborándose, después de Marx, el estudio de la naturaleza desde una mirada materialista, no mecanicista, entendiéndola como una totalidad jerarquizada, que no es estática sino que está en permanente transformación.

Entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, período en el que se concentra el libro, esta ambiciosa empresa fue nutrida por aportes de numerosos científicos y otros intelectuales, que al mismo tiempo que jugaron roles claves en el desarrollo de la biología y otras ciencias, discutieron sobre los modos de hacer ciencia, criticando al mismo tiempo a los defensores de miradas idealistas, como a quienes tenían un punto de vista materialista mecanicista. Como cuenta el autor en la introducción del libro, la amplitud de la elaboración de la que era necesario dar cuenta obligó a reformular completamente el plan inicial de trabajo, para dar voz a más de una decena de protagonistas –y a una multitud de “actores de reparto” cuya vida y obra también se cuenta escuetamente– a través de los cuáles se construye la narrativa. Como advierte, los pensadores

que constituyen el punto focal de este libro son bastante variados, desde el darwinista de izquierda E. Ray Lankester y el romántico-marxista Morris en la primera parte, hasta el materialista histórico clásico Friederich Engels en la segunda parte, y el socialista de estilo Fabiano y ecologista Arthur Tansley, los científicos rojos JD Bernal, JBS Haldane, Joseph Needham, Hyman Levy y Lancelot Hogben, y el materialista cultural Christopher Caudwell en la tercera parte (p. 4).

Tenemos científicos, pero también artistas y escritores como Morris y Caudwell, y al dirigente revolucionario Engels. Más allá de las amplias diferencias entre ellos, JBF considera que “todos entraban en la categoría de socialistas materialistas preocupados por la interpenetración dialéctica de la naturaleza y la sociedad, y las complejas relaciones de evolución y emergencia” (p. 4).

El retorno de la naturaleza tiene un foco geográfico bien delimitado, que es Gran Bretaña. Por varios motivos que expone al comienzo del libro, JBF elige ceñirse a este recorte espacial. Entre ellos destacan: que en ese país se podía ver como en ningún otro “el desarrollo de una herencia intelectual basada directamente tanto en Marx como en Darwin” (p. 9); los vínculos entre el movimiento romántico, el marxismo y la ecología eran allí particularmente fuertes, lo que se plasmó especialmente en la obra de William Morris; y, finalmente, que entre los marxistas británicos, en particular, había una fuerte corriente de “marxismo emergentista”, cuyas raíces “se remontan al antiguo materialismo epicúreo, inspirado en parte por el conocimiento de los propios estudios de Marx sobre el epicureísmo” (p. 9). Solo la intempestiva llegada, en 1931, de una destacada delegación rusa para participar del Segundo Congreso Internacional de Historia de la Ciencia y la Tecnología, amplía este espectro y lleva a JBF a dirigir su mirada a los notables desarrollos que estaban teniendo lugar en la URSS. Estos serían abruptamente interrumpidos en los años que siguieron a ese Congreso: los juicios de Moscú llevaron al fusilamiento del más prominente miembro de la delegación, Nikolai Bujarin. El resto de los participantes terminaron desplazados como resultado de la consolidación de Trofim Denisovich Lysenko, quien con el apoyo de Stalin impondría una línea oficial en la ciencia basada en el esquematismo. Las reflexiones sobre el método científico que produjeron alto impacto en los británicos presentes en el Congreso de 1931, serían cortadas de cuajo en la URSS.

Como irá revelando JBF a lo largo de más de 700 páginas, cada uno de los pensadores abordados contribuyó a enriquecer el pensamiento ecológico desde perspectivas críticas del capitalismo, sentando las primeras bases para la crítica ecológica, en una época en la cual los problemas ambientales no eran considerados con la urgencia y jerarquía que hoy tienen. Desde el espectro socialista hubo acá una labor pionera, que en las narrativas contemporáneas de las disciplinas que abordan las cuestiones ambientales suele quedar desdibujada.

Si a menudo se ha considerado que la ecología surgió en un universo liberal, divorciada del socialismo, nuestro análisis muestra que esta ideología recibida está lejos de la verdad, y que la ecología estaba en sus inicios profundamente entrelazada con las luchas por la igualdad humana y la revuelta contra la sociedad capitalista (p. 25).

Ya solo por mostrar esto de manera contundente, el libro de JBF sería una gran contribución. Pero la recuperación de esta rica empresa teórica de numerosos investigadores que buscaron profundizar la comprensión de la naturaleza en su complejidad y evolución, su interacción con el metabolismo social y que apostaron también a la transformación de la sociedad –capitalista– de su tiempo en un sentido progresivo, más allá de los diversos caminos que se dieron para ello, es un gran aporte para abordar hoy la cuestión de la relación entre el metabolismo social y el metabolismo natural, que está al borde de un desequilibrio catastrófico como resultado de la dinámica desquiciada que impone el capitalismo.

La naturaleza, compleja y dinámica

Los protagonistas de la historia que relata El retorno... contribuyeron a enriquecer y desarrollar la concepción sobre naturaleza como una realidad compleja, en constante cambio e interacción con las sociedades humanas. Aportaron a este bagaje ya fuera a través de su producción teórica en ámbitos científicos específicos, o a través de reflexiones más generales sobre el lugar de la ciencia y los efectos de la acción de la humanidad sobre la naturaleza, de la cual es parte.

Es bueno detenerse en lo que decía Friedrich Engels, quien está literalmente en el centro del libro de JBF por el impacto que produjo su elaboración en buena parte de quienes son allí nombrados, y cuya obra destaca por la importancia fundamental que otorgó siempre a la crítica a los efectos que produce el capitalismo sobre el ambiente –urbano y rural– y por su profundo conocimiento de la ciencia de su época sobre la cual debatió en varias ocasiones, para darse una idea del alcance del cambio de enfoque sobre la naturaleza que se produjo entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

En sus apuntes publicados póstumamente como Dialéctica de la naturaleza, obra fragmentaria e incompleta compuesta de diferentes borradores y partes del Anti-Dühring, Engels sintetiza en algunas páginas los formidables avances alcanzados por la “moderna investigación de la naturaleza”, iniciada en la segunda mitad del siglo XV, que “es la única”, en su opinión “que ha logrado un desarrollo científico, sistemático, en todos y cada uno de sus aspectos”. Esto la distingue principalmente de “las geniales intuiciones de los antiguos en torno a la filosofía de la naturaleza” [2]. Al mismo tiempo que se producen avances revolucionarios en numerosos ámbitos, observa Engels, el período que transcurre hasta finales del siglo XVIII se caracteriza por

haber llegado a desentrañar una peculiar concepción de conjunto, cuyo punto central es la idea de la absoluta inmutabilidad de la naturaleza. Cualquiera que fuese el modo como había surgido, la naturaleza, una vez formada, permanecía durante todo el tiempo de su existencia tal y como era […] Por oposición a la historia de la humanidad, que se desarrollaba en el tiempo, a la historia de la naturaleza se le asignaba solamente un desarrollo en el espacio. Se negaba en la naturaleza todo lo que fuese cambio y desarrollo [3].

Por eso, si las ciencias naturales de la primera mitad del siglo XVIII estaban por encima de la antigüedad griega en punto al conocimiento e incluso a la clasificación de la materia”, se hallaban “por debajo de ella en cuanto al modo de dominarla idealmente, en cuanto a la concepción general de la naturaleza” [4].

Engels celebra, en Dialéctica de la naturaleza, los nuevos descubrimientos y elaboración teórica que desde la segunda mitad del siglo XVIII estaban volviendo insostenible esta mirada estática. En la física y la astronomía, en la naciente geología, en la biología con la teoría de la evolución de Darwin y algunas contribuciones que la precedieron, surgía otra percepción completamente distinta, más rica, compleja y dinámica.

La nueva concepción de la naturaleza había quedado delineada en sus rasgos fundamentales: todo lo que había en ella de rígido se aflojaba, cuanto había de plasmado en ella se esfumaba, lo que se consideraba eterno pasaba a ser perecedero y la naturaleza toda se revelaba como algo que se movía en perenne flujo y eterno ciclo [5].

El hilo de El retorno…, o, para ser más precisos, uno de ellos, muestra cómo los biólogos, genetistas y científicos de otras disciplinas, que iniciaron su labor influenciados por esta nueva concepción, continuaron nutriéndola con nuevos descubrimientos que hicieron avanzar sus respectivas áreas, al tiempo que abrían además la puerta a nuevos problemas, entre ellos, el de la ecología. Vamos a detenernos en algunos de ellos.

E. Ray Lankester, de cuya labor da cuenta JBF en el primer capítulo del libro, continuó los estudios sobre la evolución. Uno de sus trabajos más importantes, titulado Degeneration: A Chapter in Darwinism, muestra que la evolución “no es un proceso unilineal de progreso de formas más simples a otras más complejas” (p. 40). Lankester afirmaba que existen tres posibilidades en la evolución de las especies: equilibrio, elaboración o degeneración. Esta última era definida como “un cambio gradual en la estructura en el que el organismo se adapta a condiciones menos variadas y menos complejas de vida” [6]. En opinión de JBF, este rechazo a una visión lineal “es el punto de partida necesario para cualquier crítica ecológica” (p. 40).

El concepto de ecosistema fue por primera ver formulado por el botanista Arthur Tansley, en un artículo en el que polemizaba con John Philips, que defendía una postura holista (cuyo punto de partida es la totalidad, que es más que la suma de las partes) e idealista, inspirada en Jan Smuts. Para el holismo, los sistemas, que son el punto de partida del análisis, tienden a convertirse en abstracciones, y se les otorga un sentido predeterminado que produce siempre una evolución progresiva. Una de las principales consecuencias que tenía este enfoque en el terreno de la botánica, en el que Tansley y Philips debatían, era el de descartar cualquier línea de evolución regresiva, ya fuera “sucesión retrógrada” o “disrupciones externas”. Estos últimos conceptos, tratados por varios biólogos materialistas continuando la línea abierta por Lankester y otros autores, abrían la posibilidad de distintos resultados evolutivos. Es en contraposición al planteo de Philips que Tansley introduce por primera vez el concepto de ecosistema, “como una forma –sostiene JBF– de avanzar en el análisis ecológico sin ceder paso al idealismo, al misticismo y a la teolología” (p. 523). De acuerdo a Tansley, el objetivo del análisis botánico debe ser

todo el sistema (en el sentido de la física), que incluye no solo el complejo del organismo, sino también todo el complejo de factores físicos que forman lo que llamamos el entorno del bioma: los factores del hábitat en el sentido más amplio. Aunque los organismos puedan reclamar nuestro interés principal, cuando intentamos pensar fundamentalmente no podemos separarlos de su entorno especial, con el que forman un sistema físico […] Estos ecosistemas, como podemos llamarlos, son de los más diversos tipos y tamaños. Forman una categoría de los numerosos sistemas físicos del universo, que van desde el universo como un todo hasta el átomo [7].

Además del cuestionamiento a cualquier postura teleológica, Tansley presenta acá la noción de la naturaleza como una totalidad estructurada por sistemas de distinto alcance o jerarquía, cada uno de los cuales tiene propiedades específicas, que ya había trabajado en oportunidades anteriores. Existe entre los niveles relaciones de mutua determinación, aunque en diversos grados. Como observa JBF, un “aspecto importante, dialéctico, del enfoque de Tansley era la acción recíproca de los diferentes componentes” (p. 524). Esto lo observamos cuando Tansley señala que

el complejo climático tiene más efecto sobre los organismos y sobre el suelo de un ecosistema que estos sobre el complejo climático, pero la acción recíproca no está del todo ausente […] Con lo que tenemos que lidiar es con un sistema, del cual las plantas y los animales son componentes, aunque no los únicos componentes. El bioma está determinado por el clima y el suelo y a su vez reacciona, a veces y en cierta medida sobre el clima, siempre sobre el suelo [8].

Tan importantes como las elaboraciones mencionadas acá, son las de John Desmond Bernal, John Needham, John B. S. Haldane, y varios otros.

El discurso del método

Una cuestión central que une las reflexiones de muchos de los autores citados a lo largo del libro de JBF es la cuestión del “emergentismo”. Esta noción, ya presente en Engels, implica, como sostiene Zbigniew A. Jordan, que

la realidad material tiene una estructura multinivel; cada uno de estos niveles se caracteriza por un conjunto de propiedades distintivas y leyes irreductibles; y cada nivel ha surgido de niveles temporalmente anteriores de acuerdo con leyes que son absolutamente impredecibles con respecto a las que operan en los niveles inferiores [9].

Esta manera de entender la realidad material, con las conclusiones que se desprenden de ello al momento de estudiarla, es un punto sobre el que hacen hincapié varios de los pensadores en las citas que recupera JBF. El ya mencionado Tansley, se apoya en la teoría de Hymen Levy que caracteriza la naturaleza como un conjunto de sistemas jerarquizados e interdependientes. Partiendo de allí, sostiene que el método de la ciencia “es aislar los sistemas mentalmente con fines de estudio, de modo que la serie de aislamientos que hacemos se convierta en el objeto real de nuestro estudio”. El sistema aislado, siempre es necesario tenerlo presente, es parte de una realidad mayor con la cual está relacionada e interactúa: “los sistemas que aislamos mentalmente no solo se incluyen como partes de otros más grandes, sino que también se superponen, se entrelazan e interactúan entre sí. El aislamiento es en parte artificial, pero es la única forma posible de proceder” [10].

JBF retoma lo planteado por Levy y Tansley para concluir:

El método científico-materialista utiliza la abstracción como un método para determinar las leyes científicas mediante las cuales los complejos de la naturaleza pueden aislarse para su análisis e investigación. Además, si existe algún enfoque significativo para examinar la naturaleza, radica en reconocer que el mundo está en un estado de cambio constante, de modo que el conocimiento sobre él, en el mejor de los casos, se refiere a procesos y leyes que solo se mantienen en determinados niveles de abstracción (p. 517).

Encontramos, en las discusiones reseñadas en El retorno…, numerosos aspectos que se vinculan al método científico que Marx plantea en la Introducción de los manuscritos económicos de 1857-1858, publicados póstumamente con el título de Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858. Allí Marx plantea que la realidad material concreta es una totalidad jerarquizada, y que para comprenderla –es decir, reproducir ese concreto real como un concreto pensado, que es como la ciencia logra apropiarse de la realidad– es necesario proceder a través de abstracciones, es decir, primero descomponer ese concreto en sus determinaciones más simples, para luego reconstruir las relaciones entre esas determinaciones, una vez comprendidas aisladamente, para reconstruir –en el pensamiento– las relaciones que constituyen esa totalidad compleja.

Dialéctica de la naturaleza

La cuestión de la dialéctica de la naturaleza atraviesa El retorno… de principio a fin. De las tres partes del libro, una entera está dedicada a los aportes de Engels, y un capítulo entero a la mirada de Engels sobre la dialéctica de la naturaleza.

Como es ampliamente conocido, desde la década de 1920 la noción de una dialéctica de la naturaleza se transformó en una divisoria de aguas entre los teóricos marxistas. Como observa JBF

Para aquellos versados en los debates filosóficos en torno al marxismo, ninguna cuestión ha sido más polémica que la dialéctica de la naturaleza, cuyo rechazo inflexible ha separado la tradición filosófica conocida como “Marxismo Occidental” del marxismo de la Segunda y Tercera Internacional, mientras que también abrió una brecha entre Marx y Engels.

Con esto último se refiere JBF a la interpretación, que se volvió común desde entonces, según la que habría sido Engels el responsable de extender la dialéctica a los terrenos de la naturaleza, camino que Marx no habría suscrito.

El rechazo a la dialéctica de la naturaleza “tuvo como resultado un abandono casi total de cualquier conexión con las ciencias naturales (visto como intrínsecamente positivista) dentro del Marxismo Occidental”.

JBF argumenta que las corrientes marxistas que rechazaron la dialéctica de la naturaleza introducían un dualismo neokantiano “que separaba los fenómenos que pueden ser experimentados del noúmeno, o cosa-en-sí”.

Esto se traspuso luego en el marxismo occidental a la noción de que las ciencias sociales / históricas eran reflexivas, con un sujeto-objeto idéntico [...], mientras que las ciencias naturales se basaban en un positivismo ingenuo, incapaces de reconocer las limitaciones inherentes de nuestro conocimiento del mundo físico, y la imposibilidad de un razonamiento dialéctico donde la reflexividad no aplicaba.

Georg Lukács, en una nota al pie de Historia y conciencia de clases (1921), fue uno de los primeros en objetar la dialéctica de la naturaleza y dio así el puntapié inicial a las críticas a Engels. Se trata de un caso paradojal, entre otras cosas por la inspiración hegeliana de ese texto, es decir, opuesta en principio al neokantismo. Varias décadas después Lukács corregirá su postura en este punto. En La ontología del ser social cuestionaría la interpretación a la cual su comentario en Historia y conciencia de clases había dado pie, manifestando que su crítica a Engels en ese texto no implicaba un rechazo total a la noción de la existencia de una “dialéctica objetiva”. Entonces Lukács se referirá a una “tipología” de formas dialécticas entre las que se incluye la dialéctica objetiva de la naturaleza. De acuerdo con JBF, esta tipología de Lukács “podría verse en términos de una jerarquía estructurada [...] que incluye tanto la dialéctica objetiva de la naturaleza como la dialéctica de la historia humana”. A la pregunta de cómo puede conocerse esta dialéctica objetiva, Lukács respondía que esto ocurría principalmente de dos formas. En primer lugar,

dado que la vida humana [el trabajo] se basa en un metabolismo con la naturaleza, no hace falta decir que ciertas verdades que adquirimos en el proceso de llevar a cabo este metabolismo tienen una validez general, por ejemplo, las verdades de las matemáticas, la geometría, la física, etc. [11].

En segundo lugar, en lo referente a la experimentación científica,

Lukács argumentó, en línea con Engels, que la experimentación científica, que implica la interacción con la naturaleza en condiciones controladas, puede proporcionar información sobre la dialéctica objetiva de la propia naturaleza y sus leyes siempre cambiantes, aunque el conocimiento derivado de tales experimentos y de la práctica industrial tenía que ser críticamente evaluado como mediado ideológicamente (p. 21).

Para el Lukács tardío “el metabolismo entre la humanidad y la naturaleza estaba condicionado por la dialéctica de la naturaleza y, al mismo tiempo, era la fuente de la comprensión humana de esa ‘dialéctica objetiva’” (p. 22).

Esta dialéctica de la naturaleza nunca estuvo en discusión para la mayor parte de los pensadores cuya trayectoria recorre el libro de JBF. Veamos lo que decían algunos de ellos sobre la cuestión. Needham afirmaba respecto del proceso dialéctico que

Marx y Engels fueron lo suficientemente audaces para afirmar que ocurre realmente en la propia naturaleza en evolución, y que el hecho indudable de que ocurre en nuestro pensamiento sobre la naturaleza se debe a que nosotros y nuestro pensamiento somos parte de la naturaleza. No podemos considerar la naturaleza de otra manera que como una serie de niveles de organización, una serie de síntesis dialécticas. De la última partícula física al átomo, del átomo a la molécula, de la molécula al agregado coloidal, del agregado a la célula viva, de la célula al órgano, del órgano al cuerpo, del cuerpo animal a la asociación social, la serie de niveles organizativos es completa. Nada más que la energía (como ahora llamamos a la materia y al movimiento) y los niveles de organización (o las síntesis dialécticas estabilizadas) en diferentes niveles han sido necesarios para la construcción de nuestro mundo [12].

Bernal daba cuenta de un aspecto de la dialéctica de la naturaleza al explicar los efectos acumulativos que pueden tener los residuos que deja todo proceso natural, generando en ocasiones tendencias que se oponen a dicho proceso:

Dado cualquier sistema, no un sistema estático, porque […] los sistemas estáticos son meras abstracciones, dado cualquier sistema, entonces, además de la actividad principal del sistema, siempre quedarán ciertos efectos acumulativos residuales. Ahora bien, estos efectos residuales se pueden dividir en los que contribuyen a la actividad principal y los que se oponen a ella. El primero puede considerarse simplemente parte de la actividad principal; pero estos últimos están destinados, con tiempo suficiente y en ausencia de perturbaciones externas, a acumularse hasta tal punto que toda la naturaleza del sistema y su actividad se transforman. En el caso más simple posible, esto es simplemente una explicación de los cambios oscilatorios que se repiten universalmente. Cualquier proceso, una vez puesto en marcha por un impulso inicial, continúa en ausencia de fuerzas externas hasta que, superando su posición de equilibrio como resultado de su propio impulso, se detiene y se invierte. Pero en casos más complicados, en lugar de un mero movimiento oscilatorio de ida y vuelta como el tipo de cambio cíclico que ocurre en todas partes, obtenemos, como resultado de la oposición y la detención de la actividad primaria, una nueva y cualitativamente diferente [13].

La cuestión de la dialéctica de la naturaleza, como ya señalamos, atraviesa todo el libro. No todos los pensadores mencionados abrazan abiertamente la idea. Pero aun los más reacios a adoptarla como una formulación general, muestran en sus investigaciones nociones que se aproximan a la visión dinámica, compleja, estructurada, y en interacción con el metabolismo social de la que buscaba dar cuenta Engels. Y todos, sin excepción, aportaron a enriquecer el enfoque materialista no mecánico, opuesto tanto al idealismo como al empirismo.

Auge y ocaso de la “ciencia para el pueblo”

Los años de la Segunda Guerra Mundial serían el momento en el cual la izquierda científica en Gran Bretaña, que era mayormente parte del Partido Comunista (PCGB), alcanzó mayor influencia, que enfrentó desde el primer momento la oposición decidida de liberales y conservadores [14]. Autores como Bernal, Needham, Hogben y otros, eran parte de una corriente extendida que jugaba un rol destacado en la investigación en las más diversas áreas al mismo tiempo que levantaban la perspectiva de una transformación social y de poner los conocimientos al servicio de la sociedad. Enfocados en los debates sobre la ciencia y sin poner en cuestión los marcos estratégicos del PCGB, pusieron sobre el tapete el rol social que tenían los científicos y su producción. En su libro El rol social de la ciencia , Bernal afirma la perspectiva de una “ciencia para el pueblo”, que está indisociada de una transformación de raíz de la propia sociedad. Si bien Bernal reconocía la importancia de la libertad en la ciencia, objetaba la pretensión de la “ciencia pura” a las que se apelaba para impugnar cualquier discusión sobre el rol de la ciencia. Estas pretensiones de una ciencia pura en las condiciones del capitalismo imperialista, no eran más que una forma de desentenderse del hecho de que lo que caracterizaba el período era “la tendencia creciente al monopolio nacional de la ciencia en interés del poder estatal, económico y militar”. Bernal concluía que así como la revolución burguesa había sido esencial para el desarrollo de la ciencia, “dándole, por primera vez, un valor práctico, la importancia humana de la ciencia trasciende en todos los sentidos a la del capitalismo [...] el pleno desarrollo de la ciencia al servicio de la humanidad es incompatible con la continuidad del capitalismo” [15].

El ascendiente de este grupo de científicos, sufrió duros reveses en los años de la Guerra Fría, hostigados por el Estado y enfrentados a los científicos conservadores y liberales, los cuáles contaron incluso con amplio financiamiento de organizaciones vinculadas a la CIA estadounidense (p. 695). Pero su pérdida de influencia también tendría lugar, en las décadas siguientes, en los ámbitos de la izquierda. La denuncia de los crímenes de Stalin realizada por Nikita Kruschev en su discurso de 1956, y la ocupación de Hungría por parte de la URSS ese mismo año, llevarían en todo el mundo a la ruptura de amplios sectores con los Partidos Comunistas. En Gran Bretaña, un quinto de la militancia del PCGB lo abandonó de forma inmediata. Muchos intelectuales que dejaron el partido dieron vida a la Nueva Izquierda, que fundaría la icónica revista New Left Review. La segunda generación de la New Left, que surgirá en los años 1960 ya sin ningún lazo de militancia en el PCGB, emergió “principalmente en filosofía, historia y estudios culturales, dentro de lo que se entendía como ‘marxismo occidental’, definido en gran medida por su rechazo a la dialéctica de la naturaleza y, por tanto, al materialismo dialéctico” (p. 719). Buena parte del bagaje producido por estos científicos de inclinación socialista durante la primera mitad del siglo XX entró parcialmente en el olvido.

El (necesario) retorno de la naturaleza

En los años 1960 y 1970, durante los cuáles los procesos revolucionarios atravesaron todo el planeta, la crítica ecológica empieza a tener un vigoroso desarrollo. La amenaza nuclear es uno de sus principales disparadores, dando lugar a un movimiento por la paz y el desarme que tuvo a Bernal entre sus destacados impulsores.

Al calor de la radicalización política, hace su aparición, toda una nueva camada de científicos de orientación anticapitalista y socialista que retomará críticamente las elaboraciones de quienes los precedieron. En el epílogo JBF da cuenta de algunos de sus principales exponentes que realizarían desde entonces hasta hoy numerosas contribuciones destacadas: Rachel Carson, Jack Lindsay, Stephen Jay Gould, Rita Arditti, Anne Fausto-Sterling, Ruth Hubbard, Richard Levins, Richard Lewontin [16], Hilary Rose y Steven Rose [17]. Con pocos años de diferencia, el lema “Ciencia para el pueblo” fue recuperado en EE. UU. y en Gran Bretaña para dar vida a un extendido movimiento que impugnaba “la militarización de la ciencia” y su dominio por el capital. Pero a finales de la década de 1970, con la derrota y desvío de los procesos revolucionarios, el clima político se volvería adverso para el desarrollo de estas corrientes (así como para el marxismo y el pensamiento crítico de izquierda que conocerían un marcado retroceso en las dos décadas siguientes). Particularmente en la cuestión ambiental, señala JBF que

las reformas ambientales liberales en la década de 1970, seguidas por la reacción de Reagan y las terribles revelaciones sobre la gestión soviética del medio ambiente, debilitarían la influencia de la ecología radical y anticapitalista, que solo recuperaría el terreno perdido una generación después, como resultado de las catástrofes globales acumulativas desatadas por el sistema capitalista (p. 773). <

Efectivamente, ante la perspectiva de catástrofes ecológicas que el capitalismo muestra como cada vez más inescapable, la crítica ecológica desde una mirada marxista ha ganado autoridad. Lo ha hecho ante la evidente urgencia y necesidad de discutir estrategias de salida de este modo de producción, que subordina todo –incluyendo la sostenibilidad de la relación entre el metabolismo social y el metabolismo natural– al afán de lucro. Eso vuelve, para JBF, más urgente “recurrir al pasado”, no simplemente “en un sentido histórico, sino porque los resultados que se obtuvieron pero ahora olvidados son cruciales para nuestras luchas en el presente” (p. 25). El retorno de la naturaleza al que se refiere el título del libro apunta al “redescubrimiento de las raíces ecológicas de la sociedad humana” (p. 25). Este trabajo de JBF es un gran aporte para recuperar –con el necesario beneficio de inventario– las elaboraciones que abordaron desde posiciones marxistas o influenciadas por ellas, la compleja interacción entre sociedad y naturaleza. Y así, poder afilar las armas de nuestra crítica al capitalismo contemporáneo.

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[
1The Return of Nature: Socialism and Ecology, Nueva York, Monthly Review Press, 2020. La referencia de página de las citas de este libro serán indicadas entre paréntesis en el cuerpo del texto.


[2] Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, Marxists.org, consultada el 18/02/2021 en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dianatura/index.htm.


[3] Ídem.


[4] Ídem.


[
5] Ídem.


[
6Degeneration: A Chapter in Darwinism, citado por JBF, pp. 40-41.


[
7] “The Use and Abuse of Vegetational Concepts and Terms”, Ecology 16/3, julio 1935. Citado por JBF, pp. 523-524.


[
8] Ídem. Citado por JBF, pp. 524-525.


[
9] Zbigniew A. Jordan, The Evolution of Dialectical Materialism: A Philosophical and Sociological Analysis, Londres, Macmillan, 1967, p. 167.


[
10] “The use...”, ob. cit., citado por JBF, p. 524 .


[
11] Georg Lukács, Conversations with Lukács, citado por JBF, p. 20.


[
12] Joseph Needham, Time: The Refreshing River, citado por JBF, p. 23.


[13] Bernal, “Dialectical Materialism”, citado por JBF, p. 561.


[14] Entre los que combatieron la influencia de los llamados “científicos rojos”, se encontraron incluso investigadores que tuvieron influencia en muchos de ellos, como el mencionado Arthur Tansley. Este último, aunque se reconocía como socialista de inclinación fabiana (una corriente reformista desarrollada en Gran Bretaña), era hostil a los planteos identificados con la Rusia soviética.


[
15] Bernal, The Social Function of Science, citado por JBF, p. 692.


[16] Está próximo a aparecer el libro de Levins y Lewontin, La biología en cuestión, publicado por Ediciones IPS como parte de la colección Ciencia y Marxismo.


[17] El libro Genes, células y cerebros, de Hilary y Steven Rose, fue publicado en 2019 por Ediciones IPS.

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