El marxismo y los orígenes de la crítica ecológica
El libro El retorno de la naturaleza, de John Bellamy Foster, muestra el rol jugado por biólogos y científicos de otras disciplinas con una mirada materialista no mecánica, junto a varios marxistas, en la puesta en pie de las bases de la ecología, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX.
El libro El retorno de la naturaleza. Socialismo y ecología [1], de John Bellamy Foster (en adelante JBF), retoma el hilo histórico donde el autor lo había dejado hace 20 años en La ecología de Marx, que, como indica su nombre abordaba los aspectos en los que la crítica de la economía política de este último ponía de relieve las consecuencias del desarrollo del capitalismo en el metabolismo natural. En su nuevo trabajo, JBF muestra cómo continuó elaborándose, después de Marx, el estudio de la naturaleza desde una mirada materialista, no mecanicista, entendiéndola como una totalidad jerarquizada, que no es estática sino que está en permanente transformación.
Entre finales del siglo XIX y la primera mitad del
siglo XX, período en el que se concentra el libro, esta ambiciosa empresa fue
nutrida por aportes de numerosos científicos y otros intelectuales, que al
mismo tiempo que jugaron roles claves en el desarrollo de la biología y otras
ciencias, discutieron sobre los modos de hacer ciencia, criticando al mismo
tiempo a los defensores de miradas idealistas, como a quienes tenían un punto
de vista materialista mecanicista. Como cuenta el autor en la introducción del
libro, la amplitud de la elaboración de la que era necesario dar cuenta obligó
a reformular completamente el plan inicial de trabajo, para dar voz a más de una
decena de protagonistas –y a una multitud de “actores de reparto” cuya vida y
obra también se cuenta escuetamente– a través de los cuáles se construye la
narrativa. Como advierte, los pensadores
que constituyen el punto focal de este libro son
bastante variados, desde el darwinista de izquierda E. Ray Lankester y el
romántico-marxista Morris en la primera parte, hasta el materialista histórico
clásico Friederich Engels en la segunda parte, y el socialista de estilo
Fabiano y ecologista Arthur Tansley, los científicos rojos JD Bernal, JBS
Haldane, Joseph Needham, Hyman Levy y Lancelot Hogben, y el materialista
cultural Christopher Caudwell en la tercera parte (p. 4).
Tenemos científicos, pero también artistas y
escritores como Morris y Caudwell, y al dirigente revolucionario Engels. Más
allá de las amplias diferencias entre ellos, JBF considera que “todos entraban
en la categoría de socialistas materialistas preocupados por la
interpenetración dialéctica de la naturaleza y la sociedad, y las complejas
relaciones de evolución y emergencia” (p. 4).
El retorno de la naturaleza tiene
un foco geográfico bien delimitado, que es Gran Bretaña. Por varios motivos que
expone al comienzo del libro, JBF elige ceñirse a este recorte espacial. Entre
ellos destacan: que en ese país se podía ver como en ningún otro “el desarrollo
de una herencia intelectual basada directamente tanto en Marx como en Darwin”
(p. 9); los vínculos entre el movimiento romántico, el marxismo y la ecología
eran allí particularmente fuertes, lo que se plasmó especialmente en la obra de
William Morris; y, finalmente, que entre los marxistas británicos, en
particular, había una fuerte corriente de “marxismo emergentista”, cuyas raíces
“se remontan al antiguo materialismo epicúreo, inspirado en parte por el
conocimiento de los propios estudios de Marx sobre el epicureísmo” (p. 9). Solo
la intempestiva llegada, en 1931, de una destacada delegación rusa para
participar del Segundo Congreso Internacional de Historia de la Ciencia y la
Tecnología, amplía este espectro y lleva a JBF a dirigir su mirada a los
notables desarrollos que estaban teniendo lugar en la URSS. Estos serían
abruptamente interrumpidos en los años que siguieron a ese Congreso: los
juicios de Moscú llevaron al fusilamiento del más prominente miembro de la
delegación, Nikolai Bujarin. El resto de los participantes terminaron
desplazados como resultado de la consolidación de Trofim Denisovich Lysenko,
quien con el apoyo de Stalin impondría una línea oficial en la ciencia basada
en el esquematismo. Las reflexiones sobre el método científico que produjeron
alto impacto en los británicos presentes en el Congreso de 1931, serían
cortadas de cuajo en la URSS.
Como irá revelando JBF a lo largo de más de 700
páginas, cada uno de los pensadores abordados contribuyó a enriquecer el
pensamiento ecológico desde perspectivas críticas del capitalismo, sentando las
primeras bases para la crítica ecológica, en una época en la cual los problemas
ambientales no eran considerados con la urgencia y jerarquía que hoy tienen.
Desde el espectro socialista hubo acá una labor pionera, que en las narrativas
contemporáneas de las disciplinas que abordan las cuestiones ambientales suele
quedar desdibujada.
Si a menudo se ha considerado que la ecología surgió
en un universo liberal, divorciada del socialismo, nuestro análisis muestra que
esta ideología recibida está lejos de la verdad, y que la ecología estaba en
sus inicios profundamente entrelazada con las luchas por la igualdad humana y
la revuelta contra la sociedad capitalista (p. 25).
Ya solo por mostrar esto de manera contundente, el
libro de JBF sería una gran contribución. Pero la recuperación de esta rica
empresa teórica de numerosos investigadores que buscaron profundizar la
comprensión de la naturaleza en su complejidad y evolución, su interacción con
el metabolismo social y que apostaron también a la transformación de la
sociedad –capitalista– de su tiempo en un sentido progresivo, más allá de los
diversos caminos que se dieron para ello, es un gran aporte para abordar hoy la
cuestión de la relación entre el metabolismo social y el metabolismo natural,
que está al borde de un desequilibrio catastrófico como resultado de la
dinámica desquiciada que impone el capitalismo.
La naturaleza, compleja y dinámica
Los protagonistas de la
historia que relata El retorno... contribuyeron
a enriquecer y desarrollar la concepción sobre naturaleza como una realidad
compleja, en constante cambio e interacción con las sociedades humanas.
Aportaron a este bagaje ya fuera a través de su producción teórica en ámbitos
científicos específicos, o a través de reflexiones más generales sobre el lugar
de la ciencia y los efectos de la acción de la humanidad sobre la naturaleza,
de la cual es parte.
Es bueno detenerse en lo que decía Friedrich Engels,
quien está literalmente en el centro del libro de JBF por el impacto que
produjo su elaboración en buena parte de quienes son allí nombrados, y cuya
obra destaca por la importancia fundamental que otorgó siempre a la crítica a
los efectos que produce el capitalismo sobre el ambiente –urbano y rural– y por
su profundo conocimiento de la ciencia de su época sobre la cual debatió en
varias ocasiones, para darse una idea del alcance del cambio de enfoque sobre
la naturaleza que se produjo entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
En sus apuntes publicados
póstumamente como Dialéctica de la naturaleza, obra
fragmentaria e incompleta compuesta de diferentes borradores y partes del Anti-Dühring, Engels sintetiza en algunas páginas los
formidables avances alcanzados por la “moderna investigación de la naturaleza”,
iniciada en la segunda mitad del siglo XV, que “es la única”, en su opinión
“que ha logrado un desarrollo científico, sistemático, en todos y cada uno de
sus aspectos”. Esto la distingue principalmente de “las geniales intuiciones de
los antiguos en torno a la filosofía de la naturaleza” [2]. Al mismo tiempo que se producen
avances revolucionarios en numerosos ámbitos, observa Engels, el período que
transcurre hasta finales del siglo XVIII se caracteriza por
haber llegado a desentrañar una peculiar concepción de
conjunto, cuyo punto central es la idea de la absoluta inmutabilidad de la
naturaleza. Cualquiera que fuese el modo como había surgido, la naturaleza, una
vez formada, permanecía durante todo el tiempo de su existencia tal y como era
[…] Por oposición a la historia de la humanidad, que se desarrollaba en el
tiempo, a la historia de la naturaleza se le asignaba solamente un desarrollo
en el espacio. Se negaba en la naturaleza todo lo que fuese cambio y desarrollo [3].
Por eso, si las ciencias
naturales de la primera mitad del siglo XVIII estaban por encima de la
antigüedad griega en punto al conocimiento e incluso a la clasificación de la
materia”, se hallaban “por debajo de ella en cuanto al modo de dominarla
idealmente, en cuanto a la concepción general de la naturaleza” [4].
Engels celebra, en Dialéctica de la naturaleza, los nuevos descubrimientos
y elaboración teórica que desde la segunda mitad del siglo XVIII estaban
volviendo insostenible esta mirada estática. En la física y la astronomía, en
la naciente geología, en la biología con la teoría de la evolución de Darwin y
algunas contribuciones que la precedieron, surgía otra percepción completamente
distinta, más rica, compleja y dinámica.
La nueva concepción de la naturaleza había quedado
delineada en sus rasgos fundamentales: todo lo que había en ella de rígido se
aflojaba, cuanto había de plasmado en ella se esfumaba, lo que se consideraba
eterno pasaba a ser perecedero y la naturaleza toda se revelaba como algo que
se movía en perenne flujo y eterno ciclo [5].
El hilo de El retorno…, o, para ser más precisos, uno de ellos,
muestra cómo los biólogos, genetistas y científicos de otras disciplinas, que
iniciaron su labor influenciados por esta nueva concepción, continuaron
nutriéndola con nuevos descubrimientos que hicieron avanzar sus respectivas
áreas, al tiempo que abrían además la puerta a nuevos problemas, entre ellos,
el de la ecología. Vamos a detenernos en algunos de ellos.
E. Ray Lankester, de cuya
labor da cuenta JBF en el primer capítulo del libro, continuó los estudios
sobre la evolución. Uno de sus trabajos más importantes, titulado Degeneration: A Chapter in Darwinism, muestra que la
evolución “no es un proceso unilineal de progreso de formas más simples a otras
más complejas” (p. 40). Lankester afirmaba que existen tres posibilidades en la
evolución de las especies: equilibrio, elaboración o degeneración. Esta última
era definida como “un cambio gradual en la estructura en el que el organismo se
adapta a condiciones menos variadas
y menos complejas de vida” [6]. En opinión de JBF, este rechazo a
una visión lineal “es el punto de partida necesario para cualquier crítica
ecológica” (p. 40).
El concepto de ecosistema fue por primera ver
formulado por el botanista Arthur Tansley, en un artículo en el que polemizaba
con John Philips, que defendía una postura holista (cuyo punto de partida es la
totalidad, que es más que la suma de las partes) e idealista, inspirada en Jan
Smuts. Para el holismo, los sistemas, que son el punto de partida del análisis,
tienden a convertirse en abstracciones, y se les otorga un sentido
predeterminado que produce siempre una evolución progresiva. Una de las
principales consecuencias que tenía este enfoque en el terreno de la botánica,
en el que Tansley y Philips debatían, era el de descartar cualquier línea de
evolución regresiva, ya fuera “sucesión retrógrada” o “disrupciones externas”.
Estos últimos conceptos, tratados por varios biólogos materialistas continuando
la línea abierta por Lankester y otros autores, abrían la posibilidad de distintos
resultados evolutivos. Es en contraposición al planteo de Philips que Tansley
introduce por primera vez el concepto de ecosistema, “como una forma –sostiene
JBF– de avanzar en el análisis ecológico sin ceder paso al idealismo, al
misticismo y a la teolología” (p. 523). De acuerdo a Tansley, el objetivo del
análisis botánico debe ser
todo el sistema (en el sentido de la física), que
incluye no solo el complejo del organismo, sino también todo el complejo de
factores físicos que forman lo que llamamos el entorno del bioma: los factores
del hábitat en el sentido más amplio. Aunque los organismos puedan reclamar
nuestro interés principal, cuando intentamos pensar fundamentalmente no podemos
separarlos de su entorno especial, con el que forman un sistema físico […]
Estos ecosistemas, como podemos llamarlos, son de los más diversos tipos y
tamaños. Forman una categoría de los numerosos sistemas físicos del universo,
que van desde el universo como un todo hasta el átomo [7].
Además del cuestionamiento a cualquier postura
teleológica, Tansley presenta acá la noción de la naturaleza como una totalidad
estructurada por sistemas de distinto alcance o jerarquía, cada uno de los
cuales tiene propiedades específicas, que ya había trabajado en oportunidades
anteriores. Existe entre los niveles relaciones de mutua determinación, aunque
en diversos grados. Como observa JBF, un “aspecto importante, dialéctico, del
enfoque de Tansley era la acción recíproca de los diferentes componentes” (p.
524). Esto lo observamos cuando Tansley señala que
el complejo climático tiene más efecto sobre los
organismos y sobre el suelo de un ecosistema que estos sobre el complejo
climático, pero la acción recíproca no está del todo ausente […] Con lo que
tenemos que lidiar es con un sistema, del cual
las plantas y los animales son componentes, aunque no los únicos componentes.
El bioma está determinado por el clima y el suelo y a su vez reacciona, a veces
y en cierta medida sobre el clima, siempre sobre el suelo [8].
Tan importantes como las elaboraciones mencionadas
acá, son las de John Desmond Bernal, John Needham, John B. S. Haldane, y varios
otros.
El discurso del método
Una cuestión central que une las reflexiones de muchos
de los autores citados a lo largo del libro de JBF es la cuestión del
“emergentismo”. Esta noción, ya presente en Engels, implica, como sostiene
Zbigniew A. Jordan, que
la realidad material tiene una estructura multinivel;
cada uno de estos niveles se caracteriza por un conjunto de propiedades
distintivas y leyes irreductibles; y cada nivel ha surgido de niveles
temporalmente anteriores de acuerdo con leyes que son absolutamente
impredecibles con respecto a las que operan en los niveles inferiores [9].
Esta manera de entender la
realidad material, con las conclusiones que se desprenden de ello al momento de
estudiarla, es un punto sobre el que hacen hincapié varios de los pensadores en
las citas que recupera JBF. El ya mencionado Tansley, se apoya en la teoría de
Hymen Levy que caracteriza la naturaleza como un conjunto de sistemas
jerarquizados e interdependientes. Partiendo de allí, sostiene que el método de
la ciencia “es aislar los sistemas mentalmente con fines de estudio, de modo
que la serie de aislamientos que hacemos se convierta en el objeto real de
nuestro estudio”. El sistema aislado, siempre es necesario tenerlo presente, es
parte de una realidad mayor con la cual está relacionada e interactúa: “los
sistemas que aislamos mentalmente no solo se incluyen como partes de otros más
grandes, sino que también se superponen, se entrelazan e interactúan entre sí.
El aislamiento es en parte artificial, pero es la única forma posible de
proceder” [10].
JBF retoma lo planteado por Levy y Tansley para
concluir:
El método científico-materialista utiliza la
abstracción como un método para determinar las leyes científicas mediante las
cuales los complejos de la naturaleza pueden aislarse para su análisis e
investigación. Además, si existe algún enfoque significativo para examinar la
naturaleza, radica en reconocer que el mundo está en un estado de cambio
constante, de modo que el conocimiento sobre él, en el mejor de los casos, se
refiere a procesos y leyes que solo se mantienen en determinados niveles de
abstracción (p. 517).
Encontramos, en las
discusiones reseñadas en El retorno…,
numerosos aspectos que se vinculan al método científico que Marx plantea en la
Introducción de los manuscritos económicos de 1857-1858, publicados
póstumamente con el título de Elementos fundamentales para la
crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858. Allí Marx
plantea que la realidad material concreta es una totalidad jerarquizada, y que
para comprenderla –es decir, reproducir ese concreto real como un concreto
pensado, que es como la ciencia logra apropiarse de la realidad– es necesario
proceder a través de abstracciones, es decir, primero descomponer ese concreto
en sus determinaciones más simples, para luego reconstruir las relaciones entre
esas determinaciones, una vez comprendidas aisladamente, para reconstruir –en
el pensamiento– las relaciones que constituyen esa totalidad compleja.
Dialéctica de la naturaleza
La cuestión de la
dialéctica de la naturaleza atraviesa El retorno… de
principio a fin. De las tres partes del libro, una entera está dedicada a los
aportes de Engels, y un capítulo entero a la mirada de Engels sobre la
dialéctica de la naturaleza.
Como es ampliamente conocido, desde la década de 1920
la noción de una dialéctica de la naturaleza se transformó en una divisoria de
aguas entre los teóricos marxistas. Como observa JBF
Para aquellos versados en los debates filosóficos en
torno al marxismo, ninguna cuestión ha sido más polémica que la dialéctica de
la naturaleza, cuyo rechazo inflexible ha separado la tradición filosófica
conocida como “Marxismo Occidental” del marxismo de la Segunda y Tercera
Internacional, mientras que también abrió una brecha entre Marx y Engels.
Con esto último se refiere JBF a la interpretación,
que se volvió común desde entonces, según la que habría sido Engels el
responsable de extender la dialéctica a los terrenos de la naturaleza, camino
que Marx no habría suscrito.
El rechazo a la dialéctica de la naturaleza “tuvo como
resultado un abandono casi total de cualquier conexión con las ciencias
naturales (visto como intrínsecamente positivista) dentro del Marxismo
Occidental”.
JBF argumenta que las
corrientes marxistas que rechazaron la dialéctica de la naturaleza introducían
un dualismo neokantiano “que separaba los fenómenos que
pueden ser experimentados del noúmeno, o
cosa-en-sí”.
Esto se traspuso luego en el marxismo occidental a la
noción de que las ciencias sociales / históricas eran reflexivas, con un
sujeto-objeto idéntico [...], mientras que las ciencias naturales se basaban en
un positivismo ingenuo, incapaces de reconocer las limitaciones inherentes de
nuestro conocimiento del mundo físico, y la imposibilidad de un razonamiento
dialéctico donde la reflexividad no aplicaba.
Georg Lukács, en una nota
al pie de Historia y conciencia de clases (1921),
fue uno de los primeros en objetar la dialéctica de la naturaleza y dio así el
puntapié inicial a las críticas a Engels. Se trata de un caso paradojal, entre
otras cosas por la inspiración hegeliana de ese texto, es decir, opuesta en principio
al neokantismo. Varias décadas después Lukács corregirá su postura en este
punto. En La ontología del ser social cuestionaría
la interpretación a la cual su comentario en Historia y conciencia de clases había
dado pie, manifestando que su crítica a Engels en ese texto no implicaba un
rechazo total a la noción de la existencia de una “dialéctica objetiva”.
Entonces Lukács se referirá a una “tipología” de formas dialécticas entre las
que se incluye la dialéctica objetiva de la naturaleza. De acuerdo con JBF,
esta tipología de Lukács “podría verse en términos de una jerarquía
estructurada [...] que incluye tanto la dialéctica objetiva de la naturaleza
como la dialéctica de la historia humana”. A la pregunta de cómo puede
conocerse esta dialéctica objetiva, Lukács respondía que esto ocurría
principalmente de dos formas. En primer lugar,
dado que la vida humana [el trabajo] se basa en un
metabolismo con la naturaleza, no hace falta decir que ciertas verdades que
adquirimos en el proceso de llevar a cabo este metabolismo tienen una validez
general, por ejemplo, las verdades de las matemáticas, la geometría, la física,
etc. [11].
En segundo lugar, en lo referente a la experimentación
científica,
Lukács argumentó, en línea con Engels, que la
experimentación científica, que implica la interacción con la naturaleza en
condiciones controladas, puede proporcionar información sobre la dialéctica
objetiva de la propia naturaleza y sus leyes siempre cambiantes, aunque el
conocimiento derivado de tales experimentos y de la práctica industrial tenía
que ser críticamente evaluado como mediado ideológicamente (p. 21).
Para el Lukács tardío “el metabolismo entre la
humanidad y la naturaleza estaba condicionado por la dialéctica de la
naturaleza y, al mismo tiempo, era la fuente de la comprensión humana de esa
‘dialéctica objetiva’” (p. 22).
Esta dialéctica de la naturaleza nunca estuvo en
discusión para la mayor parte de los pensadores cuya trayectoria recorre el
libro de JBF. Veamos lo que decían algunos de ellos sobre la cuestión. Needham
afirmaba respecto del proceso dialéctico que
Marx y Engels fueron lo suficientemente audaces para
afirmar que ocurre realmente en la propia naturaleza en evolución, y que el
hecho indudable de que ocurre en nuestro pensamiento sobre la naturaleza se
debe a que nosotros y nuestro pensamiento somos parte de la naturaleza. No
podemos considerar la naturaleza de otra manera que como una serie de niveles
de organización, una serie de síntesis dialécticas. De la última partícula
física al átomo, del átomo a la molécula, de la molécula al agregado coloidal,
del agregado a la célula viva, de la célula al órgano, del órgano al cuerpo,
del cuerpo animal a la asociación social, la serie de niveles organizativos es
completa. Nada más que la energía (como ahora llamamos a la materia y al
movimiento) y los niveles de organización (o las síntesis dialécticas
estabilizadas) en diferentes niveles han sido necesarios para la construcción
de nuestro mundo [12].
Bernal daba cuenta de un aspecto de la dialéctica de
la naturaleza al explicar los efectos acumulativos que pueden tener los
residuos que deja todo proceso natural, generando en ocasiones tendencias que
se oponen a dicho proceso:
Dado cualquier sistema, no un sistema estático, porque
[…] los sistemas estáticos son meras abstracciones, dado cualquier sistema,
entonces, además de la actividad principal del sistema, siempre quedarán
ciertos efectos acumulativos residuales. Ahora bien, estos efectos residuales se
pueden dividir en los que contribuyen a la actividad principal y los que se
oponen a ella. El primero puede considerarse simplemente parte de la actividad
principal; pero estos últimos están destinados, con tiempo suficiente y en
ausencia de perturbaciones externas, a acumularse hasta tal punto que toda la
naturaleza del sistema y su actividad se transforman. En el caso más simple
posible, esto es simplemente una explicación de los cambios oscilatorios que se
repiten universalmente. Cualquier proceso, una vez puesto en marcha por un
impulso inicial, continúa en ausencia de fuerzas externas hasta que, superando
su posición de equilibrio como resultado de su propio impulso, se detiene y se
invierte. Pero en casos más complicados, en lugar de un mero movimiento
oscilatorio de ida y vuelta como el tipo de cambio cíclico que ocurre en todas
partes, obtenemos, como resultado de la oposición y la detención de la
actividad primaria, una nueva y cualitativamente diferente [13].
La cuestión de la dialéctica de la naturaleza, como ya
señalamos, atraviesa todo el libro. No todos los pensadores mencionados abrazan
abiertamente la idea. Pero aun los más reacios a adoptarla como una formulación
general, muestran en sus investigaciones nociones que se aproximan a la visión
dinámica, compleja, estructurada, y en interacción con el metabolismo social de
la que buscaba dar cuenta Engels. Y todos, sin excepción, aportaron a
enriquecer el enfoque materialista no mecánico, opuesto tanto al idealismo como
al empirismo.
Auge y ocaso de la “ciencia para el pueblo”
Los años de la Segunda
Guerra Mundial serían el momento en el cual la izquierda científica en Gran
Bretaña, que era mayormente parte del Partido Comunista (PCGB), alcanzó mayor
influencia, que enfrentó desde el primer momento la oposición decidida de liberales
y conservadores [14]. Autores como Bernal, Needham,
Hogben y otros, eran parte de una corriente extendida que jugaba un rol
destacado en la investigación en las más diversas áreas al mismo tiempo que
levantaban la perspectiva de una transformación social y de poner los
conocimientos al servicio de la sociedad. Enfocados en los debates sobre la
ciencia y sin poner en cuestión los marcos estratégicos del PCGB, pusieron
sobre el tapete el rol social que tenían los científicos y su producción. En su
libro El rol social de la ciencia , Bernal afirma la
perspectiva de una “ciencia para el pueblo”, que está indisociada de una
transformación de raíz de la propia sociedad. Si bien Bernal reconocía la
importancia de la libertad en la ciencia, objetaba la pretensión de la “ciencia
pura” a las que se apelaba para impugnar cualquier discusión sobre el rol de la
ciencia. Estas pretensiones de una ciencia pura en las condiciones del
capitalismo imperialista, no eran más que una forma de desentenderse del hecho
de que lo que caracterizaba el período era “la tendencia creciente al monopolio
nacional de la ciencia en interés del poder estatal, económico y militar”.
Bernal concluía que así como la revolución burguesa había sido esencial para el
desarrollo de la ciencia, “dándole, por primera vez, un valor práctico, la
importancia humana de la ciencia trasciende en todos los sentidos a la del
capitalismo [...] el pleno desarrollo de la ciencia al servicio de la humanidad
es incompatible con la continuidad del capitalismo” [15].
El ascendiente de este
grupo de científicos, sufrió duros reveses en los años de la Guerra Fría, hostigados
por el Estado y enfrentados a los científicos conservadores y liberales, los
cuáles contaron incluso con amplio financiamiento de organizaciones vinculadas
a la CIA estadounidense (p. 695). Pero su pérdida de influencia también tendría
lugar, en las décadas siguientes, en los ámbitos de la izquierda. La denuncia
de los crímenes de Stalin realizada por Nikita Kruschev en su discurso de 1956,
y la ocupación de Hungría por parte de la URSS ese mismo año, llevarían en todo
el mundo a la ruptura de amplios sectores con los Partidos Comunistas. En Gran
Bretaña, un quinto de la militancia del PCGB lo abandonó de forma inmediata.
Muchos intelectuales que dejaron el partido dieron vida a la Nueva Izquierda,
que fundaría la icónica revista New Left Review. La
segunda generación de la New Left, que
surgirá en los años 1960 ya sin ningún lazo de militancia en el PCGB, emergió
“principalmente en filosofía, historia y estudios culturales, dentro de lo que
se entendía como ‘marxismo occidental’, definido en gran medida por su rechazo
a la dialéctica de la naturaleza y, por tanto, al materialismo dialéctico” (p.
719). Buena parte del bagaje producido por estos científicos de inclinación
socialista durante la primera mitad del siglo XX entró parcialmente en el
olvido.
El (necesario) retorno de la naturaleza
En los años 1960 y 1970, durante los cuáles los
procesos revolucionarios atravesaron todo el planeta, la crítica ecológica
empieza a tener un vigoroso desarrollo. La amenaza nuclear es uno de sus
principales disparadores, dando lugar a un movimiento por la paz y el desarme
que tuvo a Bernal entre sus destacados impulsores.
Al calor de la
radicalización política, hace su aparición, toda una nueva camada de
científicos de orientación anticapitalista y socialista que retomará
críticamente las elaboraciones de quienes los precedieron. En el epílogo JBF da
cuenta de algunos de sus principales exponentes que realizarían desde entonces
hasta hoy numerosas contribuciones destacadas: Rachel Carson, Jack Lindsay,
Stephen Jay Gould, Rita Arditti, Anne Fausto-Sterling, Ruth Hubbard, Richard
Levins, Richard Lewontin [16], Hilary Rose y Steven Rose [17]. Con pocos años de diferencia, el
lema “Ciencia para el pueblo” fue recuperado en EE. UU. y en Gran Bretaña para
dar vida a un extendido movimiento que impugnaba “la militarización de la
ciencia” y su dominio por el capital. Pero a finales de la década de 1970, con
la derrota y desvío de los procesos revolucionarios, el clima político se
volvería adverso para el desarrollo de estas corrientes (así como para el
marxismo y el pensamiento crítico de izquierda que conocerían un marcado
retroceso en las dos décadas siguientes). Particularmente en la cuestión
ambiental, señala JBF que
las reformas ambientales liberales en la década de
1970, seguidas por la reacción de Reagan y las terribles revelaciones sobre la
gestión soviética del medio ambiente, debilitarían la influencia de la ecología
radical y anticapitalista, que solo recuperaría el terreno perdido una
generación después, como resultado de las catástrofes globales acumulativas
desatadas por el sistema capitalista (p. 773). <
Efectivamente, ante la perspectiva de catástrofes
ecológicas que el capitalismo muestra como cada vez más inescapable, la crítica
ecológica desde una mirada marxista ha ganado autoridad. Lo ha hecho ante la
evidente urgencia y necesidad de discutir estrategias de salida de este modo de
producción, que subordina todo –incluyendo la sostenibilidad de la relación
entre el metabolismo social y el metabolismo natural– al afán de lucro. Eso
vuelve, para JBF, más urgente “recurrir al pasado”, no simplemente “en un
sentido histórico, sino porque los resultados que se obtuvieron pero ahora
olvidados son cruciales para nuestras luchas en el presente” (p. 25). El
retorno de la naturaleza al que se refiere el título del libro apunta al
“redescubrimiento de las raíces ecológicas de la sociedad humana” (p. 25). Este
trabajo de JBF es un gran aporte para recuperar –con el necesario beneficio de
inventario– las elaboraciones que abordaron desde posiciones marxistas o
influenciadas por ellas, la compleja interacción entre sociedad y naturaleza. Y
así, poder afilar las armas de nuestra crítica al capitalismo contemporáneo.
VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓNNOTAS AL PIE
[1] The Return of Nature: Socialism and Ecology, Nueva
York, Monthly Review Press, 2020. La referencia de página de
las citas de este libro serán indicadas entre paréntesis en el cuerpo del
texto.
[2] Friedrich
Engels, Dialéctica de la naturaleza, Marxists.org, consultada
el 18/02/2021 en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dianatura/index.htm.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Degeneration: A Chapter in Darwinism, citado por JBF,
pp. 40-41.
[7] “The
Use and Abuse of Vegetational Concepts and Terms”, Ecology 16/3, julio 1935. Citado por JBF, pp.
523-524.
[8] Ídem.
Citado por JBF, pp. 524-525.
[9] Zbigniew
A. Jordan, The Evolution of Dialectical Materialism: A
Philosophical and Sociological Analysis, Londres, Macmillan, 1967,
p. 167.
[10] “The
use...”, ob. cit., citado por JBF, p. 524 .
[11] Georg
Lukács, Conversations with Lukács, citado por JBF, p. 20.
[12] Joseph
Needham, Time: The Refreshing River, citado por JBF, p. 23.
[13] Bernal,
“Dialectical Materialism”, citado por JBF, p. 561.
[14] Entre
los que combatieron la influencia de los llamados “científicos rojos”, se
encontraron incluso investigadores que tuvieron influencia en muchos de ellos,
como el mencionado Arthur Tansley. Este último, aunque se reconocía como
socialista de inclinación fabiana (una corriente reformista desarrollada en
Gran Bretaña), era hostil a los planteos identificados con la Rusia soviética.
[15] Bernal, The Social Function of Science, citado por JBF, p. 692.
[16] Está
próximo a aparecer el libro de Levins y Lewontin, La biología en cuestión, publicado por Ediciones IPS
como parte de la colección Ciencia y Marxismo.
[17] El
libro Genes, células y cerebros, de Hilary y Steven Rose, fue
publicado en 2019 por Ediciones IPS.
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