La agroecología es una ciencia
Por Walter
A. Pengue
Rebelion
| 17/04/2023 |
Fuentes: Tierra viva [Foto: Renama]
El proyecto de producción de alimentos en Chapadmalal, con un comodato de
tierras públicas a organizaciones sociales, provocó debates y hasta discursos
estigmatizantes. Con ese disparador, Walter Pengue reivindica la práctica
agroecológica y recuerda que se trata de una propuesta integral de producción
agrícola que busca transformar el sistema alimentario global.
Existe una
confusión acerca de lo que es la agroecología. Por un lado, están los intentos
de vilipendiar sus bondades y, por el otro, quienes pretenden solamente
utilizar su nombre sin la apropiada comprensión de su verdadero sentido y
utilidad para la transformación de una agricultura hoy criticada hasta por sus
adláteres más conspicuos.
La agricultura
industrial y el sistema alimentario actual están en crisis. Los argumentos no
provienen de grupos alternativos marginales o de un cuatro de copas sino de los
principales organismos internacionales que trabajan sobre la alimentación y la
producción como la FAO. La Cumbre sobre Sistemas Alimentarios de 2021 lo
dejó de manifiesto y encontró, entre otras, a las propuestas agroecológicas como un camino alternativo a
tales crisis.
El crecimiento,
en todo el mundo, de las prácticas y el conocimiento agroecológico se basan en
un acervo científico que le dio validez a muchas prácticas agrícolas, criticó
otras y propuso transformaciones trascendentes a través de procesos de
innovación social y tecnológica que se vienen desarrollando con claridad en los
últimos treinta años. América Latina cuenta con la Sociedad Científica
Latinoamericana de Agroecología (Socla) conformada por científicos de toda
la región. Estados Unidos y Europa tienen una sólida formación académica a
nivel de grado y de doctorado e intercambia con nuevas asociaciones como la
Sociedad Brasileña de Agroecología, la Sociedad Argentina de Agroecología, la
Sociedad Chilena de Agroecología. Todas realizan congresos científicos
recurrentes y de fuerte extensión territorial y académica.
Las universidades
nacionales respondieron a la demanda social y de las nuevas necesidades no
cubiertas por sus facultades de Agronomía y comenzaron a abrir sus espacios y
currículas a la formación en agroecología. Esto ocurrió no sólo en el posgrado,
que hace veinte años viene en ese proceso, sino en las trayectorias
profesionales de las nuevas camadas de ingenieros agrónomos e ingenieras
agrónomas. Tiempos de transformación, tiempos de cambio. La ciencia avanza y
justamente se adelanta a los nuevos desafíos del ambiente, la sociedad y la
explotación sostenible de los recursos. No basta ya sólo con producir a
cualquier precio.
Experiencias y conceptos que marcaron el camino
Más de treinta
años atrás, cuando llegó la siembra directa a la Argentina, cualquiera
recordará la opinión y el statu quo planteado frente a esos
“campos sucios”, mal trabajados a los ojos convencionales que representaban la
siembra directa. Se venía un cambio de paradigma y siempre cuesta
cambiar. La siembra directa dejaba el rastrojo en la superficie, lo cubría
y permitía una mejora en la calidad de los suelos. Esa siembra directa, de
manejo integral, sin utilizar agroquímicos, y hasta utilizando los “cultivos de
servicios”, es la práctica extendida en agroecología. A veces se confunde mucho
con la industrial, pero es útil con un buen manejo del recurso suelo.
Recuerdo los
primeros atisbos de críticas en la entrada a los años 80. Argentina se planteó
algo inédito a través del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA):
el juicio a nuestra agricultura. Desde ese organismo se animaron y
desarrollaron importantes documentos (hoy deben estar solamente en sus
bibliotecas), sobre la calidad y potencial natural de nuestra agricultura
frente a la fuertemente contaminante con agroquímicos y fertilizantes
sintéticos de la europea y hasta de la norteamericana. Aquí hacíamos bastantes
cosas buenas y algunas malas. La rotación agrícola ganadera era clave y útil al
desarrollo integrado del campo.
Una década o
poco más después escuché por primera vez —en el Teatro del Paseo la Plaza, en
Buenos Aires— dos importantes conceptos, planteados por el ingeniero agrónomo
Ernesto Viglizzo, la tecnología de procesos y la tecnología de insumos. Con la
primera, muchísimos agrónomos avanzamos en la búsqueda de comprender procesos
en lugar de convertirnos en meros visitadores médicos y vendedores de insumos.
Esta apasionante carrera tiene mucho de manejar sistemas vivos, con su
complejidad y desafíos. Ese concepto de Viglizzo fue muy útil en ese momento.
Luego
emergieron las ideas de Daniel Díaz y tantos otros, seguidas luego por Roberto
Cittadini desde el mismo INTA, para promover sistemas que no utilizaran
agroquímicos y generaran alimentos sanos, baratos y accesibles para segmentos
desfavorecidos de la sociedad. Así nació el patito feo del INTA: el ProHuerta.
Se aprendió mucho pero no fue suficiente. Y siempre, con pocos y restringidos
recursos. Ese programa hizo mucho, especialmente en momentos de dura crisis
alimentaria. La fallida Mesa del Hambre, esgrimida hace muy poco y sin saber lo
que es el hambre, se hubiera beneficiado mucho si hubiera tenido en cuenta esa
experiencia.
La agroecología en las aulas de la universidad
Hoy la
agroecología se puso de moda. Bueno y malo para ella misma: algunos argumentan
que, de no ser serios en el mensaje o de aprovecharlo mal, podríamos condenarla
a “morir de éxito”. La agroecología es una ciencia. Trabaja con
procesos, los analiza, los revisa, los comprende, acepta y rechaza a través de
la validación científica. Y eso es la que la hizo crecer con firmeza y
seriedad en la última década. Actualmente se habla de ella en todas las
plataformas científicas de mayor renombre mundial. Algunos ejemplos: la FAO,
el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC),
la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad
Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes),
el proyecto de la Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad (TEEB) y muchos otros grupos regionales,
nacionales, centros de investigación y de research en todo el mundo.
En Argentina
esta disciplina creció fuertemente en las universidades nacionales desde los
años noventa, con los pioneros trabajos en la Universidad Nacional de La Plata
y el involucramiento de investigadores como Guillermo Hang y Santiago Sarandón. Desde allí se impulsaron
relevantes grupos de investigación que llegan hasta nuestros días, con centros
de investigación como el LIRA y más de una veintena de doctores ingenieros
agrónomos trabajando en la búsqueda de sistemas alimentarios sostenibles.
También por
aquella época Jorge Morello y su equipo, a nivel de doctorado, formó a varios
grupos en el marco del Programa de Doctorado de la Universidad de Buenos Aires.
Esto se extendería luego con el Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente (Gepama) en
la UBA y crecería en forma recurrente y constante en las siguientes etapas
hasta llegar a nuestros días. Hoy contamos con unidades que trabajan el tema en
prácticamente todas las universidades nacionales.
La agroecología
como ciencia también llegaría al INTA, al Instituto Nacional de Tecnología
Industrial (INTI), al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (Conicet), a la Comisión de Investigaciones Científicas y
prácticamente a todos los estratos de ciencia y tecnología del país, que
reconocen en ella a una disciplina científica de futuro que promueve una mirada
integral hacia sistemas alimentarios sostenibles.
Para criticar hay que conocer
A la par de
este proceso temporal, la
agricultura industrial avanzó sobre los campos de la
Argentina con la promoción de una sistemática expansión del consumo de
agroquímicos y fertilizantes sintéticos. Esto facilitó, por un lado, un aumento
de la producción y, por el otro, una expansión de la frontera agropecuaria con
importantes costos ambientales y sociales para el país.
El emergente de
estas consecuencias, leídas como externalidades, produjo cuestionamientos en la
sociedad argentina, en particular en los pueblos fumigados afectados por la
expansión de la conocida monocultura sojera.
Una respuesta
integral fue promover la producción en la interfase urbano-rural de sistemas de
producción agroecológica. La iniciativa acerca a los productores rurales una
solución productiva, a los urbanitas una disminución de la carga agroquímica y
a los funcionarios vinculados a las decisiones de políticas públicas una
alternativa útil y sostenible para sus comunidades.
Con esa idea
nacieron los escudos verdes agroecológicos (EVAs), como alternativas posibles
de producción, comercialización y consumo para las interfases de pueblos y
ciudades del país. Estos espacios fueron promovidos como oportunidades tanto
para las tierras privadas como para las tierras públicas improductivas,
abandonadas o subutilizadas por los municipios que podían convertirse en
espacios de elaboración de alimentos.
Hoy vemos que
esos espacios comienzan a crecer en varios lugares del país. Y lo observamos no
solo en las interfases entre lo rural y lo urbano sino también en los
municipios que, apoyados en el conocimiento tecnológico, implementan las
prácticas de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la
Agroecología (Renama)
para impulsar esos procesos. La experiencia se replica en ciudades como
Gualeguaychú, o ahora mismo en Chapadmalal. A
ojos vista, son experiencias interesantes y de posible resolución del drama de
la falta de producción, de la falta de empleo y del hambre.
Si el objetivo de producción en estos espacios abiertos y abandonados
incumbe a la agroecología, que sigue los principios agroecológicos con su base
científica y técnica claramente asimilada, el resultado será un beneficio
explícito para los productores y para el entorno social y ambiental que les
acompaña.
Pero para ello,
es menester en primera instancia que se comprenda claramente que la
agroecología es una ciencia que tiene premisas explicitas de producción y
transformación de los alimentos, sin el uso de agroquímicos y fertilizantes
sintéticos, que aprovecha el conocimiento local y los recursos locales y busca
garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria con alimentos sanos, seguros
y a precios justos para productores y para consumidores.
No está bien
que se tome opinión sin los saberes necesarios o con intereses específicos.
Tampoco es correcto utilizar los preceptos de la agroecología sin cumplirlos o
con objetivos que estén por fuera de la producción sostenible de los alimentos.
La búsqueda de
confusión es clara. El peor enemigo de la ciencia, más allá de la siempre
bienvenida crítica científica y discusión entre pares, está en la ignorancia y
la brutalidad con la que se utilizan conceptos y la tergiversación intencional
de la realidad y del conocimiento científico que está detrás de lo dicho por la
disciplina. Eso termina afectando el genuino y sano interés de producir
alimentos donde antes se producía basura.
La agricultura
y los sistemas alimentarios globales están en un cruce de caminos, en una
revisión y críticas de su paradigma actual. Un nuevo paradigma se yergue con
bases sólidas en la tercer década de este siglo y la agroecología, entre otras
disciplinas hermanas que analizan la sustentabilidad de la agricultura, están
en su centro.
Sería muy bueno
para todos y todas, que quienes le critican, al menos antes incursionen en una
lectura dedicada y profunda de sus preceptos y objetivos. Hay suficiente
material producido en el más alto nivel, que valida y justifica este nuevo
camino productivo, de fuerte raigambre alimenticia, social y ambiental.
Walter A. Pengue es Ingeniero Agrónomo Fitotecnista (Genética Vegetal) por
la UBA. Es Magister en Políticas Ambientales y Territoriales (UBA). Es Doctor
en Agroecología por la Universidad de Córdoba (España). Ha realizado estancias
postdoctorales en estudios sobre Bioseguridad Agropecuaria en Noruega y Nueva
Zelanda. Es Miembro de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente y Miembro
Científico de varios Grupos de Investigación de las Naciones Unidas (Resource
Panel, TEEB, IPCC e IPBES, entre otros). También es Director del Gepama (Grupo
de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente) de la UBA y Profesor Titular
Ordinario de Ecología de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/la-agroecologia-es-una-ciencia/