Antes de entrar en el tema, señalo que esta nota se 
ha beneficiado de las observaciones y sugerencias que me ha enviado 
Michael (por supuesto, los errores y problemas que pueda contener son de
 mi entera responsabilidad). Por otra parte, y a fin de que se puedan 
considerar los argumentos de conjunto, no he dividido la nota en partes,
 a pesar de que excede el tamaño habitual de las entradas que subo al 
blog.
Roberts sobre la macro poskeynesiana
Roberts presenta el modelo macro de la TMM, tal como lo describe Scott Fullwiler.
Fullwiler parte de la igualdad Ingreso Nacional = 
Gasto Nacional. El cual se puede descomponer en salarios + beneficios = 
inversión + consumo. Suponiendo que todos los salarios se gastan y todos
 los beneficios se ahorran, queda que ganancias = inversión. Fullwiler, 
sin embargo, escribe inversión = ganancias, dado que, según la teoría 
poskeynesiana, es la inversión la que lleva a los beneficios, y no al 
revés.
Luego sostiene que existen salarios que se ahorran, y
 se agregan a los beneficios para conformar el ahorro privado, S. 
Además, agrega el ahorro público: impuestos (T) – gasto público (G); y 
el sector externo, exportaciones (X) – importaciones (M). En términos de
 los cursos habituales de macro, se trata del tradicional modelo se 
saldos sectoriales: (S – I) + (T – G) = (X – M) (*)
Se trata de la presentación habitual de la identidad 
de la renta nacional en términos de saldos sectoriales (véase, por 
ejemplo, Dornbusch, 1993, cap. 2). La diferencia que contiene el modelo 
de Fullwiler es que todas las ganancias van al ahorro (en las 
presentaciones de manual de macro usual las ganancias –por caso, 
dividendos- que reciben los hogares se dividen en ahorro y consumo). 
Obsérvese también que el sector externo está representado por la balanza
 comercial. Si se incorporan las transferencias internacionales netas, 
R, habrá que sumarlas tanto del lado del ingreso, como del sector 
externo. Así, el S sería Y + R – T – C; y el sector externo, la cuenta 
corriente, (X + R – M). De manera que los saldos sectoriales quedarían 
(S – I) + (T – G) = (X + R – M) (véase Dornbusch, citado). Lo importante
 sobre esta última cuestión es que el saldo de cuenta corriente nos 
estaría indicando la tasa a la cual están variando los activos 
exteriores netos. Por ejemplo, la variación del endeudamiento público 
con el exterior, o de las reservas internacionales. Variaciones que a su
 vez pueden ser potenciadas por los movimientos de capitales 
(registrados en la llamada cuenta financiera). Nada de esto, sin 
embargo, es considerado por Fullwiler. El neto externo está conformado 
por la balanza comercial.
En cualquier caso, una cuestión central que subraya 
Roberts es que estas identidades no muestran relaciones de causalidad: 
"las identidades no revelan la causalidad y la causalidad es lo que 
importa". Una afirmación que coincide con lo que plantea Dornbusch, 
cuando sostiene que no existen argumentos para sostener que uno de los saldos sectoriales,
 por ejemplo, el de la balanza corriente, esté determinado por los otros
 dos (véase p. 26). Es que las identidades de saldos, necesariamente, siempre se establecen simultáneamente por la simple determinación de los beneficios, salarios y precios × cantidades.
Sin embargo, Fullwiler sí introduce relaciones de 
causa y efecto: de (*) obtiene que (S – I) – (X –  M) = (G – T). Dado 
que (G – T) es el déficit público, y suponiendo que el sector externo no
 varía, afirma que el aumento del déficit público implica el 
aumento del ahorro neto privado (S – I). Pero si los saldos sectoriales 
de la macro se establecen simultáneamente, no hay forma de derivar de 
ellos implicaciones o relaciones causales.
A su vez, si, como hace Fullwiler, excluimos los 
salarios, los ahorros son iguales a los beneficios. O sea, los 
beneficios después de la inversión son iguales al déficit público 
(siempre considerando que el neto comercial no varía). A partir de esta 
identidad, los poskeynesianos sostienen entonces que la inversión genera el beneficio; y que el déficit público genera
 el ahorro privado. De nuevo debemos señalar que a partir de las 
identidades de saldos sectoriales los poskeynesianos están postulando 
relaciones de causa – efecto (a "genera" b), que no están justificadas.
Por otra parte, y como señala Roberts, la identidad 
de Fullwiler es, en esencia, la identidad básica de Kalecki: ganancia = 
inversión. Si se agrega la inversión pública, tendremos que ganancia = 
inversión capitalista (o privada) + inversión pública. De nuevo, lo 
importante aquí es la causalidad, que va de la inversión al 
beneficio. Por lo tanto, según el enfoque de la TMM, si la inversión 
pública aumenta (y podría aumentar todo lo que se quisiera, con el 
simple expediente de la creación del dinero por parte del Estado), 
aumentan los beneficios. Roberts subraya: para los keynesianos es la 
inversión la que causa los beneficios. O sea, es el gasto de los 
capitalistas en inversión y consumo el que genera las ganancias. 
Insistimos en que estamos ante una relación de implicación (de la 
inversión al beneficio) sacada de unas identidades contables macro que 
en absoluto la demuestran.
Por lo tanto, y en oposición al planteo keynesiano, 
Roberts sostiene que en el mundo real de la producción capitalista los 
beneficios conducen a la inversión. Es que la "demanda efectiva" 
(incluyendo los déficits públicos) no puede preceder a la producción.
 La razón es que la demanda solo puede ser satisfecha cuando los seres 
humanos trabajan para producir cosas y servicios a partir de la 
naturaleza. En otros términos, la producción precede a la demanda y el 
tiempo trabajado determina el valor de la producción. Los beneficios son
 el resultado de la explotación del trabajo, y son invertidos o 
consumidos por lo capitalistas (podemos agregar que también van a 
impuestos). Todas estas relaciones implican secuencias temporales que 
desaparecen en la determinación simultánea de los saldos sectoriales.
La crítica de Garzón a Roberts
En respuesta al escrito de Roberts, Garzón 
sostiene –en acuerdo con Wray, referente de la TMM- que la causalidad va
 del gasto a los ingresos; desde la inversión a los beneficios; y desde 
el déficit al superávit. Pero en lugar de partir de las identidades 
macro, Garzón aspira a dar un argumento teórico fundado en la naturaleza
 del mercado, y la relación mercancía – dinero. Para esto sostiene que 
en toda compraventa "lo que una parte gasta lo ingresa la otra, porque 
el dinero no desaparece ni su cantidad se altera en la transacción". 
Señalemos aquí que por "compraventa" Garzón entiende el acto único del 
cambio de dinero por mercancía (o mercancía por dinero). Esto es, no se 
trata de la metamorfosis "a lo Marx", mercancía – dinero – mercancía, 
propia de la circulación simple; ni de la secuencia dinero – mercancía –
 dinero, característica de la circulación del capital.
Garzón agrega enseguida que la parte que inicia la 
transacción de compraventa, y permite que esta tenga lugar, "es la que 
gasta, no la que ingresa [el dinero]". Esto porque esta última "no puede
 lograr por su cuenta ganar dinero con una venta porque necesita que 
alguien comience el proceso". Sin embargo, la parte que gasta "sí puede 
decidir  por su cuenta si va a gastar dinero o no con la compra". El 
endeudamiento, a su vez, será normalmente posible, a no ser el caso en 
que el deudor no goce de credibilidad. "Por lo tanto, si el comprador no
 quiere gastar, no lo hará; y si quiere gastar, lo hará…". Sin embargo, 
el vendedor "no puede decidir por su cuenta si va a ingresar dinero o 
no. En otras palabras, el que gasta es quien tiene la llave de la 
compraventa". De manera que el argumento clave de Garzón para la 
causalidad es que la compra tiene precedencia (es el punto de arranque, 
el factor activo) sobre la venta.
Garzón afirma luego que este razonamiento "se puede 
extrapolar al caso de los beneficios y la inversión". Esto porque "[s]i 
suponemos dos agentes económicos, el superávit de uno de ellos es igual 
al déficit del otro". Es que nadie "puede ahorrar si no hay al otro lado
 alguien que "desahorre". En cambio, para "desahorrar" no hace falta que
 haya alguien queriendo ahorrar, basta –en el peor de los casos– con 
endeudarse o crear dinero, lo cual es siempre posible en condiciones 
normales". Criterio que aplica a las identidades macro descritas más 
arriba, para concluir que, si bien el sector privado no puede 
"desahorrar" indefinidamente (no tiene el poder para crear moneda, o de 
imponer su utilización), el sector público "sí puede hacerlo porque 
emite la moneda que utiliza y además impone por la fuerza su uso".
¿Análisis de la "compraventa" o de la metamorfosis de la mercancía?
Las consideraciones de Garzón sobre la 
compraventa, y el rol que le asigna al comprador, pueden parecer 
triviales en una primera lectura, pero tienen un propósito evidente: 
responder a la afirmación de Roberts de que la "demanda efectiva" no 
puede preceder a la producción, ya que "solo puede ser satisfecha cuando
 los seres humanos trabajan para producir cosas y servicios a partir de 
la naturaleza". A ese fin, su argumento clave es que para llevar a cabo 
una transacción de compraventa la parte que la inicia y permite que la 
misma tenga lugar es la que compra (gasta), no la que vende (ingresa el 
dinero).
Garzón presenta el asunto como si fuera trivialmente 
"evidente", pero no lo es. Es que para que el comprador pueda "iniciar" 
la transacción, el producto tuvo que haber sido llevado al mercado.
 Y si esto es así, el inicio de la transacción no es el acto de comprar,
 sino el "poner a la venta". Para lo cual, antes de ser puesto a la 
venta tuvo que ser producido. Que es lo que dice Roberts, y Garzón no responde.
Pero además, para que el comprador pueda ofrecer el 
dinero para adquirir el bien tuvo que haber producido valor; o tuvo que 
haberse apropiado del valor generado por alguna otra persona; o debe 
tener la capacidad de endeudarse (o sea, debe tener crédito). En 
cualquiera de los casos, se pone en evidencia el error de Garzón de 
considerar el acto de compraventa de forma abstracta. Abstracto 
significa "separado", "aislado". Pero la explicación científica debe ser
 concreta, esto es, tomar el conjunto de las relaciones que intervienen 
en la determinación del acto singular de "compraventa". Típicamente, 
esto significa la necesidad de analizar ese acto en el marco de la concatenación de la circulación de las mercancías y del dinero.
 En su forma más sencilla, en un escenario de circulación simple de 
mercancías. En esta, la compraventa no es un acto aislado, sino un 
eslabón de una larga serie de metamorfosis por las cuales las mercancías
 se transforman en dinero, y el dinero en mercancías. Pero desde este 
enfoque, el acto "compraventa" se desdobla en los actos separados de 
venta y compra: M – D, por un lado, y D – M, por el otro, en la 
formulación de Marx.
Por supuesto, en cada una de esas operaciones existe 
la "compraventa" de la que habla Garzón (es una verdad trivial que si 
alguien compra es porque alguien al mismo tiempo vende). Pero así 
considerada, esa "compraventa" es una unidad abstracta, que no nos dice 
nada del verdadero proceso por el cual lo que en el trueque es 
identidad, se transforma, con la introducción del dinero, en los actos 
separados, para el productor, de venta y compra. Lo cual, a su vez, implica la concatenación con todo el resto de compras y ventas. Por eso Marx sostiene que las dos
 metamorfosis (venta y compra, en la circulación simple) "que configuran
 el ciclo de una mercancía constituyen a la vez las metamorfosis 
parciales e inversas de otras dos mercancías" (1999, t. 1, p. 136 
edición). Y por eso, inmediatamente agrega que "[l]a misma mercancía 
(lienzo) inaugura [énfasis nuestro] la serie de sus propias 
metamorfosis y clausura la metamorfosis total de otra mercancía (el 
trigo)". Lo cual concuerda con la realidad: es el productor-vendedor 
quien lleva el producto al mercado, iniciando el proceso de 
transformaciones en dinero y en mercancía. Es lo opuesto de lo que 
Garzón dice que sucede.
Naturalmente, la esencia del asunto no se modifica 
por el hecho de que el comprador del lienzo compre a crédito 
(entregando, por caso, una promesa de pago). En su debido momento deberá
 disponer del dinero para saldar su deuda; y para ello deberá realizar 
el valor contenido en la mercancía que ha producido (o apropiarse del 
valor generado por alguien).
Agreguemos que el razonamiento abstracto de Garzón 
sobre "la compraventa" se potencia por las consideraciones arbitrarias 
que realiza. Por ejemplo, cuando afirma que la parte que ingresa el 
dinero (o sea, que vende la mercancía) no puede por su cuenta generar 
dinero con una venta, porque necesita que alguien comience el proceso. 
Pues bien, con ese razonamiento también pudo haber escrito que la parte 
que gasta no puede por su cuenta iniciar el proceso ni ingresar la 
mercancía, ya que necesita que alguien la haya puesto en venta. En el 
mismo sentido, frente a la afirmación de Garzón de que la parte que 
gasta sí puede decidir por su cuenta si va a gastar el dinero o no con 
la compra, también se puede sostener que la otra parte puede decidir no 
producir para el mercado; o no vender si el bien es duradero, etcétera.
En definitiva, en todos los casos, y contra lo que 
pretende Garzón, permanece el argumento de Roberts (y de la teoría 
marxista). A fin de que se realice la venta, es necesario: a) que se 
haya producido el bien; b) que se lo lleve al mercado; c) que el 
comprador haya realizado valor en una operación anterior; o esté en 
capacidad de realizar el valor correspondiente en una operación 
posterior, si adquiere la mercancía a crédito.
Interludio: observación sobre dinero y crédito en Garzón
En una comunicación personal Roberts sugiere que 
de hecho Garzón iguala el dinero con el instrumento de crédito, y no 
hace distinción entre ambos. Acuerdo con su observación: Garzón sostiene
 que, aunque el comprador "no tenga suficiente dinero puede endeudarse 
(o crear dinero, que es un tipo de deuda) y luego comprar el producto". 
De manera que el crédito sería una forma de dinero tan asequible como el
 dinero propiamente dicho.
Se trata del mismo error que cometen los monetaristas, y que ya Marx, o la  banking school, criticaron a Ricardo y los partidarios de la currency.
 Para explicarlo en términos modernos, una tarjeta de crédito permite 
realizar una compra, y en ese sentido constituye lo que Marx llamaba un 
"crédito monetizado"; lo mismo ocurre con un pagaré, o un cheque 
posdatado, y similares. Se trata de instrumentos de crédito que permiten
 realizar una función del dinero, la de medio de cambio. Y esa 
función solo cierra en la medida en que la compra a crédito sea saldada 
en términos de dinero "contante y sonante", esto es, con dinero que encarne valor.
 Pero esto es lo que no ocurre con la tarjeta de crédito: por eso no 
puede ser medida de valor; ni reserva de valor o medio de atesoramiento;
 y tampoco medio de pago. Naturalmente, si se tienen en cuenta estas 
funciones inherentes a la naturaleza del dinero (medida de valor, medio 
de pago, medio de atesoramiento y reserva de valor), se derrumba 
enteramente la idea de que se pueda generar poder de compra mediante el 
simple recurso de generar instrumentos de deuda.
La "ley de Say al revés" y la crítica marxista
La afirmación de Garzón de que la demanda (o sea,
 el polo del "comprador") tiene la prioridad, o la iniciativa, en la 
transacción de compraventa, y el relegamiento de la producción a un 
segundo plano, enlaza con una suerte de "ley de Say al revés", una 
concepción que parece subyacer a buena parte de los razonamientos 
keynesianos.
Esto es, en tanto la ley de Say viene a decir que 
toda oferta genera, en un lapso relativamente corto de tiempo, su 
demanda correspondiente, la "ley de Say al revés" da a entender que toda
 demanda genera su correspondiente oferta. Por lo cual bastaría fomentar
 la demanda para que haya producción. Idea que es muy conveniente para 
la TMM: la demanda se podría sostener a los niveles deseados por el 
gobierno, ya que este siempre podría inyectar dinero creado ex nihilo
 por el Estado. La cadena causal es: a) el aumento de la demanda provoca
 el aumento de la producción (factor pasivo); b) la parte compradora, 
poseedora del dinero, da lugar a la demanda (factor activo); c) el 
Estado crea todo el dinero necesario para sostener la demanda.
La realidad, sin embargo, es que ni la ley de Say, ni su inversa, rigen en el modo de producción capitalista. En cuanto a la ley en sí, y como anota Marx (en el capítulo 3 de El Capital),
 la simple introducción del dinero en la circulación abre la posibilidad
 de que a las ventas no le sigan las correspondientes compras; lo cual 
lleva a una crisis de sobreproducción. Y las crisis capitalistas 
–sobreproducción generalizada- constituyen la mejor "negación práctica" 
de la validez de la ley de Say.
Pero el rechazar la ley de Say no significa que la oferta, y la producción,
 puedan pasar a un segundo plano. En primer lugar, y como también 
observa Marx, el gasto (o sea, la demanda) tiende a aumentar a medida 
que aumenta la producción. En segundo término, y vinculado a lo 
anterior, es una realidad (de nuevo, trivial, pero que a esta altura hay
 que recordar) que ninguna sociedad puede consumir permanentemente más 
de lo que produce (para que se entienda, el endeudamiento no puede 
crecer indefinidamente). Y en tercer lugar, porque la producción tiene 
primacía sobre el consumo, ya que proporciona a este no solo su 
material, su objeto, sino también crea al consumidor y sus necesidades 
(véase Marx, 1981, p. 292). Por ejemplo, la producción de teléfonos 
celulares y computadoras generó la necesidad de consumir teléfonos 
celulares y computadoras, y no al revés. En un plano histórico más 
amplio, Marx señala cómo el hambre del hombre moderno es un hambre 
moldeada socialmente por el desarrollo de las fuerzas productivas. "El 
hambre es hambre, pero el hambre que se satisface con carne guisada, 
comida con cuchillo y tenedor, es un hambre muy distinta de la que 
devora carne cruda con ayuda de manos, uñas y dientes. No es únicamente 
el objeto de consumo, sino también el modo de consumo, lo que la 
producción produce no solo objetiva, sino también subjetivamente" (ibid., pp. 291-2). Es la base para una comprensión materialista de la historia.
Un ejemplo ilustrativo en Argentina
A lo anterior agreguemos todavía un argumento: es
 un hecho que incluso cuando pueda existir una fuerte demanda por algún 
producto, la misma no será satisfecha por la correspondiente oferta en 
tanto no existan las debidas condiciones de rentabilidad para la 
producción capitalista. Hemos tenido este caso en Argentina: por 
ejemplo, durante la primera década de los 2000 el gobierno estimuló la 
demanda de electricidad (facilidades para la compra de aires 
acondicionados, fomento del uso de la electricidad para cocinar, 
etcétera).
Defendiendo esta política, toda una serie de 
economistas "heterodoxos" plantearon que esa demanda aseguraría las 
inversiones correspondientes en la producción de energía (gas, petróleo,
 producción y transmisión de electricidad), principio de aceleración 
mediante (discutí estas cuestiones 
aquí, aquí).
 Pero esas inversiones no se realizaron, y la economía terminó con un 
fuerte déficit energético. El argumento de los empresarios fue que no 
les aseguraban las condiciones de rentabilidad suficiente. Lo cual pone 
en evidencia, desde el punto de vista práctico, la prioridad de la 
rentabilidad sobre las inversiones. En otros términos, la tasa de 
ganancia es la variable central para explicar la dinámica de la 
acumulación (ampliamos más abajo). No hay forma en que los keynesianos, y
 la TMM en particular, puedan pasar por alto, con meras maniobras 
monetarias, esta constricción social-material, objetiva.
Sobre el rol del dinero en el desarrollo económico  
La idea de Garzón sobre que el dinero es el que 
"inicia y permite" la transacción de compraventa, se vincula también con
 la noción keynesiana de que la circulación monetaria fue, a lo largo de
 la historia, el factor decisivo para el incremento de la actividad. Por
 eso, Keynes sostuvo que "la grandeza de Atenas dependió de las minas de plata de Laurium"; que la dispersión de los tesoros acumulados por Alejandro Magno "fue responsable,
 en último término, del progreso económico de la cuenca Mediterránea" 
(Cartago primero, luego Roma); y que "el largo estancamiento de la Edad 
Media" habría sido provocado, principalmente, por "la escasa oferta de metales monetarios de Europa" (véase Keynes, 1996, p. 307).
Sin embargo, si bien el dinero puede estimular el comercio, su circulación no es la causa de la producción de mercancías, sino al revés, la producción para el mercado es la causa de que se necesite dinero para la circulación. Esto se debe a que la producción para el mercado está determinada por las relaciones sociales de producción, y las fuerzas productivas.
 Por eso Pierre Vilar, en crítica a la concepción de Keynes, observa que
 en un mundo sin división  del trabajo, en donde las comunicaciones eran
 difíciles, y donde el trabajo no era remunerado en moneda, como ocurría
 en la Edad Media, no se necesitaba la moneda (véase Vilar, p. 23). Sin 
embargo, sí es cierto que, dado el constante movimiento del dinero, 
parezca que es este el que mueve a las mercancías. Por eso es natural 
que un economista acostumbrado a navegar en la superficie de los 
problemas, termine atribuyendo al dinero la función de "primer motor" 
del proceso de intercambio. Pero se trata de una visión fetichista del 
dinero. Por eso, y sobre esta cuestión, Marx observa que "…aunque el 
movimiento del dinero no sea más que una expresión de la circulación de 
mercancías, esta se presenta, a la inversa, como mero resultado del 
movimiento dinerario" (1999, p. 141, t. 1). Y poco más abajo agrega que 
el movimiento del dinero, en cuanto medio de circulación, no es en realidad más que el movimiento formal de las mercancías.
 Es la razón más profunda de por qué, los problemas cruciales de la 
sociedad capitalista –expresión de sus contradicciones sociales- no 
pueden ser superados con meras reformas monetarias de superficie.
Las diferencias de enfoques entre Garzón y Roberts 
remiten, en buena medida, a esta cuestión central. Por eso, cuando 
Roberts sostiene que lo decisivo para el desarrollo, en el modo de 
producción capitalista, es la producción –esto es, el trabajo productivo
 y la generación de valor y plusvalor-, está diciendo también que los 
males fundamentales de la actual sociedad solo se suprimen con cambios 
radicales en las relaciones de producción.
Identidades macro y "desaparición" de la plusvalía (o beneficio bruto)
 Nos tomamos la licencia de recordar el 
argumento de Garzón con respecto al beneficio y la inversión: la 
primacía de la demanda con respecto a la producción y la venta "se puede
 extrapolar al caso de los beneficios y la inversión". Esto porque 
suponiendo dos agentes económicos, "el superávit de uno de ellos es 
igual al déficit del otro". Es que nadie, sigue su razonamiento, nadie 
"puede ahorrar si no hay al otro lado alguien que "desahorre".
Pues bien, a pesar de la importancia del asunto, 
Garzón no demuestra que exista alguna manera lógica de "extrapolar" su 
tesis sobre la primacía de la demanda (o la compra), a la relación entre
 beneficios e inversión. Y tampoco demuestra que haya conexión lógica 
entre los beneficios y la inversión, por un lado, y su afirmación de que
 "el superávit de un agente económico es igual al déficit de otro agente
 económico".
Tratamos en este apartado esta última cuestión. La 
única "demostración" que presenta Garzón de que  el superávit de un 
agente económico es igual al déficit de otro agente económico es la 
identidad macro (S – I) – (X – M) = (G – T). Según esta ecuación, si el 
sector externo está en equilibrio, el superávit en (S – I) se 
corresponde con el déficit (G – T).
Sin embargo, y como ya hemos señalado, aquí estamos ante saldos sectoriales, no de "agentes", obtenidos, además, simultáneamente por el equilibrio general entre sectores.
Razón por la cual no hay manera de aplicar esta 
identidad a la explicación de los beneficios y su relación con la 
inversión. Más precisamente, y como ha señalado Roberts, al utilizar los
 balances sectoriales macro las identidades de la TMM 
dejan en la oscuridad el excedente bruto del beneficio.
 Esto es, el concepto que significó una verdadera ruptura en la historia
 del pensamiento económico, por parte de los clásicos (sobre esta 
cuestión, 
aquí).
 Toda la compresión científica de la dinámica del sistema capitalista 
gira en torno a la relación entre la plusvalía (la forma social que toma
 el excedente en la sociedad capitalista) y el capital invertido. Pero 
esto es precisamente lo que queda borrado en el enfoque de la TMM (y 
también queda borrado en el enfoque neoclásico).
Para mostrarlo a través de un ejemplo práctico, es 
perfectamente posible que exista equilibrio entre S e I (o sea, el flujo
 de ahorro va enteramente a la inversión), y equilibrio entre G y T, sin que esos dos equilibrios anulen la existencia del beneficio capitalista. En otros términos, y contra lo que afirma Garzón, el beneficio capitalista no es sinónimo de "excedente de un agente y déficit del otro".
 Es que el capitalista que invierte en capital constante y variable, y 
obtiene plusvalía, no genera en algún otro lado un "déficit" equivalente
 a la plusvalía que obtiene. Esa plusvalía es trabajo no pagado, y por 
lo tanto no constituye transferencia alguna de valor creado en cualquier
 otro sector de la economía. El capitalista habrá abonado al trabajador 
el valor de su fuerza de trabajo; y lo mismo habrá hecho con los 
capitalistas a los que les compró los insumos (en términos más precisos,
 los habrá comprado a sus precios de producción). En consecuencia, el 
sistema puede reproducirse a escala ampliada sin que exista la necesidad de que aparezcan déficits o superávits en los saldos sectoriales que se consideran en la macro.
 Por caso, el capitalista que ha obtenido beneficios los invierte en 
ampliar la producción (aumenta I; en aras de simplificar tomamos la 
inversión como sinónimo de la acumulación "a lo Marx"); lo cual genera 
plusvalía (aumenta S); y también puede aumentar T, que a su vez financia
 mayor gasto estatal.
Dicho esto, agreguemos todavía una observación a las 
identidades macroeconómicas, que tiene relevancia para las discusiones 
sobre las propuestas de la TMM. Se refiere a que el sector externo se 
representa siempre como la diferencia entre X e M. O sea, ni siquiera se
 trata del balance de cuenta corriente (como ocurre cuando agregamos R; 
véase más arriba). Por supuesto, esto se puede admitir en aras de la 
simplificación. Sin embargo, si decimos que la monetización de los 
déficits fiscales lleva con frecuencia a la desvalorización de la moneda
 nacional. Si decimos también que esto provoca la fuga de capitales (o 
sea, que parte importante de S fugue al exterior mediante la compra de 
reservas internacionales). Si además señalamos que este es un hecho que 
ha ocurrido repetidas veces (por ejemplo, en Argentina, donde 
partidarios de la TMM han hecho experimentos). Y si afirmamos por último
 que estas experiencias ponen en serio cuestionamiento la receta 
"cubramos el déficit creando dinero, sin importar el activo del Banco 
Central", no parece que se pueda defender el enfoque de la TMM con una 
identidad contable tan simple como la conformada por (S – I) + (T – G) =
 (X – M)
Enfoques opuestos sobre el beneficio y la fuente de la demanda
Vayamos ahora a la relación entre beneficios y 
demanda, tal como la conciben los keynesianos, y su diferencia con el 
enfoque marxista. El tema lo discuto en el capítulo 3 de Keynes, poskeynesianos y keynesianos neoclásicos, y aquí presento el argumento de manera sintética.
En este punto la raíz de las diferencias radica en 
que el énfasis que puso Keynes en la demanda deriva de su concepción del
 valor. Cuestión que a su vez enlaza con las concepciones de Malthus, y 
su rechazo de la teoría del valor trabajo (a fin de no prolongar el 
texto, dejo de lado la influencia de Marshall en Keynes).
Para entender el problema, recordemos que, según la teoría del valor trabajo, al valor total generado en la producción le corresponde un poder de compra potencial equivalente, que está en manos de los terratenientes, los empresarios y los trabajadores. Esto significa que si
 los terratenientes, los empresarios y los trabajadores ejercen sus 
poderes de compra respectivos, la producción se venderá en su totalidad 
(de ahí que la explicación de las crisis por parte de Marx pasa por 
explicar por qué, en determinado momento, los capitalistas no ejercen su
 poder de compra, o sea, atesoran, y la economía se precipita en una 
crisis). Lo esencial es que, en esta concepción, la ganancia se genera en la producción (es trabajo no pagado). O sea, no surge en la venta; en esta solo se realiza.
En Malthus, en cambio, el beneficio surge cuando 
existe una demanda lo suficientemente elevada que hace que el precio de 
venta supere el costo de producción (en el cual, además de salarios e 
insumos, incluye un interés por el capital). Esto es, el beneficio surge
 por "recargo" sobre el costo. Y lo mismo sostiene Keynes: la ganancia 
surge de la diferencia entre el precio de venta y el costo. Así, en su 
esbozo biográfico sobre Malthus, lo reivindicó como el primer economista
 de Cambridge porque había elaborado la tesis de que "los precios y las 
utilidades están determinados por algo que describe, aunque no con 
demasiada claridad, como demanda efectiva" (Keynes, 1946, p. xxv). Y en 
la Teoría General (cap. 6) el beneficio surge simplemente de la 
diferencia entre el precio de venta de los productos finales y los 
costos ("costo de uso" + "costo de factores"; véase p)
Pero esto plantea el problema de cómo es posible que 
los beneficios de los capitalistas se originen por comprar barato y 
vender caro. En otros términos, la pregunta es de dónde surge un mayor 
poder de compra general, con relación al valor del producto ofertado. 
Marx plantea la cuestión en Teorías de la plusvalía, al analizar 
la teoría de Malthus. Luego de señalar que en Malthus el "aumento 
nominal del precio [en la venta] representa la ganancia", pregunta 
"¿cómo se realizará este precio? ¿Quién lo pagará? ¿Y de qué fondos se 
pagará?" (Marx, 1975, t. 3, p. 34). Algo similar anota Rubin: "¿De dónde
 viene ese exceso que forma el beneficio? Malthus no da respuesta a esta
 pregunta. … piensa que el beneficio es un recargo que el capitalista 
agrega al valor de la mercancía, a ser pagado por el consumidor…" (1989,
 p. 297). Lo mismo plantea Bleaney; cuando se dice que hay ganancia 
porque la demanda supera al producto, "parece como si la demanda 
efectiva debiera venir de algún lugar extraño al sistema" (Bleaney, 
1977, p. 67).
A pesar de los problemas, esta explicación de la 
ganancia por una suerte de "recargo" se repite una y otra vez en los 
manuales de Macro usuales. Los poskeynesianos también la han mantenido. 
Por caso, Chick (1983) considera que la ganancia está "dada" por la 
diferencia entre el precio de venta y el costo (p. 51). Y en una 
revisión abarcativa del enfoque poskeynesiano de los precios, Downward 
(2000) sostiene que en las teorías poskeynesianas los beneficios en el 
largo plazo surgen del procedimiento de agregar un mark-up sobre el promedio de los costos directos, en un contexto determinado organizativo (véase p. 216).
Es claro entonces que, en esta explicación de la 
ganancia, o bien se postula que hay algún poder de compra que surgió de 
la nada; o bien se recurre a la tesis "el superávit de uno es el déficit
 de otro". Pero esta última explicación remite, en última instancia, a 
la misma pregunta de antes: ¿cuál es ese sector que genera siempre un 
poder de compra renovado, de manera que la demanda efectiva sea lo 
suficientemente elevada como para que haya ganancia? De hecho, hasta 
ahora los poskeynesianos no tenían respuesta a esta pregunta. Por eso en
 los modelos tradicionales de Cambridge (caso típico, los modelos de 
crecimiento de Kaldor) la ganancia es un dato, cuya naturaleza y 
posibilidad nunca se explica. En este respecto, la TMM proporcionaría 
una respuesta: el poder de compra adicional lo generaría el Estado al 
crear dinero. Puede verse, además, la conexión entre la concepción 
keynesiana de la ganancia y la "extrapolación" que realiza Garzón desde 
el rol de la demanda en la transacción de compaventa, al beneficio.
La relación entre beneficio e inversión 
Lo anterior nos permite entender, además, por qué
 los keynesianos dan precedencia a la inversión sobre el beneficio. Es 
que, según Keynes, la inversión está determinada por la eficiencia 
marginal del capital (un proxi a la tasa de ganancia "a lo 
Marx"); la EMC, a su vez, está determinada por los ingresos esperados 
por parte de los empresarios (además de los costos); esos ingresos 
dependen de la demanda esperada; la cual depende del consumo y de la 
inversión. Como la demanda determina –dados los costos- los beneficios, 
se concluye que los empresarios obtienen beneficios en la medida en que 
deciden invertir (y consumir). Y deciden invertir porque esperan que los
 beneficios sean elevados. O, en palabras de Kalecki, los empresarios 
ganan lo que gastan. Desde este punto de vista se plantea entonces el 
problema de por qué, en determinado punto del ciclo, los empresarios 
interrumpen la inversión, precipitando el viraje a la crisis y la 
recesión (o depresión). Si los empresarios ganan lo que gastan, y 
durante el auge económico el gasto es elevado, ¿por qué entonces cae la 
inversión?
En este último respecto, el enfoque marxista 
proporciona una explicación más coherente. Esta coherencia se basa en 
una teoría del valor, concretamente la teoría del valor trabajo (a 
diferencia de los keynesianos; esta es la razón última de por qué no 
pueden explicar la naturaleza y origen del beneficio). Según entonces el
 enfoque de Marx, en determinado punto la acumulación de capital 
constante por obrero ejerce una presión bajista sobre la rentabilidad 
del capital, lo cual incide negativamente en la inversión. Por eso las 
crisis estallan en momentos en que el auge llega a su pico. Subrayamos, 
en el enfoque keynesiano cuesta encontrar una razón por la cual la 
inversión se contrae, en determinado punto de la fase expansiva del 
ciclo. Por otra parte, y desde el punto de vista empírico, Tapia (2017) y
 Roberts (2017) han demostrado que las ganancias preceden a la 
inversión; en particular, que la caída de las ganancias precede, en 
varios trimestres, a la caída de la inversión. Es muy difícil encajar 
este hecho con la relación que establecen los keynesianos entre 
inversión y beneficio.
A margen de esta cuestión, y según el enfoque de la 
TMM, dado que el gasto precede a los beneficios, si se debilita el gasto
 de los capitalistas privados el Estado puede intervenir manteniendo el 
gasto público mediante emisión monetaria, Esto es, las crisis serían 
imposibles, provisto que el gobierno emita dinero en la cantidad 
necesaria. Una nueva expresión de la idea básica que sustenta la TMM: 
que todos los males del capitalismo pueden evitarse con una adecuada 
dosis de emisión monetaria. En definitiva, y como he sostenido en notas 
anteriores, estamos ante una suerte de curanderismo social estilo 
Proudhon.
Señalo por último que las críticas 
presentadas en esta nota complementan las presentadas en anteriores 
entradas (que no veo que hayan sido respondidas al día de hoy). En 
especial, sigue pendiente que algún defensor de la TMM explique por qué 
la receta de la emisión monetaria "solución todo terreno" tuvo tan poco 
éxito en Argentina, país que habría aplicado la receta (bajo el gobierno
 kirchnerista). O por qué ha funcionado tan mal en Venezuela, a pesar de
 las ingentes cantidades de dinero que inyectaron los gobiernos 
chavistas.
Bibliografía citada:
Bleaney, M. (1977): Teorías de las crisis, México, Nuestro Tiempo.
Chick,
 V. (1983): Macroeconomics after Keynes. A Reconsideration of the 
‘General Theory’, University College, University of London.
Dornbusch, R. (1993): La macroeconomía de una economía abierta, Barcelona, Bosch.
Downward,
 P. (2000): "A realist appraisal of post-Keynesian pricing theory", 
Cambridge Journal of Economics, vol. 24, pp. 211-24.
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Malthus, Principios de la Economía Política, México, FCE.
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Marx, K. (1975): Teorías sobre la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
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Contribución a la crítica de la Economía Política, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Rubin, I. I. (1989): A History of Economic Thought, Londres, Pluto Press.
Tapia, J. A. (2017): Rentabilidad, inversión y crisis. Teorías económicas y datos empíricos, Madrid, Maia.
Vilar, P. (1982): Oro y moneda en la historia (1450-1920), Barcelona, Ariel.