La implantación de la IA
nos asusta, no solo por las escandalosas manipulaciones que permite. Tememos
una importante pérdida de puestos de trabajo por su causa. Pero, ¿es eso
verdaderamente cierto?
Inteligencia Artificial: ganancia vs. libertad
El Viejo Topo
16 octubre, 2023
La Inteligencia Artificial (IA) es una oportunidad de beneficio para los capitalistas, pero plantea una elección crucial para la clase trabajadora. Dado que la clase trabajadora es la mayoría, esa elección crucial enfrenta a la sociedad en su conjunto. Es la misma oportunidad de beneficio/elección social que se presentó con la introducción de la robótica, los ordenadores y, de hecho, con la mayoría de los avances tecnológicos a lo largo de la historia del capitalismo. En el capitalismo, los empresarios deciden cuándo, dónde y cómo instalar nuevas tecnologías; los trabajadores, no. Las decisiones de los empresarios se basan principalmente en si las nuevas tecnologías afectan a sus beneficios y cómo lo hacen.
Si las nuevas
tecnologías permiten a los empresarios sustituir de forma rentable a los
trabajadores asalariados por máquinas, aplicarán el cambio. Los empresarios
tienen poca o ninguna responsabilidad ante los trabajadores desplazados, sus
familias, barrios, comunidades o gobiernos por las numerosas consecuencias de
la pérdida de puestos de trabajo. Si el coste del desempleo para la sociedad es
de 100, mientras que el beneficio para los empresarios es de 50, la nueva
tecnología se implanta. Dado que la ganancia de los empresarios rige la
decisión, se introduce la nueva tecnología, sin importar lo pequeña que sea esa
ganancia en relación con la pérdida de la sociedad. Así es como ha funcionado
siempre el capitalismo.
Un simple
ejemplo aritmético puede ilustrar el punto clave. Supongamos que la IA duplica
la productividad de algunos empleados. Durante el mismo tiempo de trabajo,
producen el doble que antes del uso de la IA. Los empresarios que utilicen la
IA despedirán entonces a la mitad de sus empleados. Estos empresarios obtendrán
la misma producción del 50% restante de sus empleados que antes de la
introducción de la IA. Para simplificar el ejemplo, supongamos que esos
empresarios venden esa misma producción al mismo precio que antes. Los ingresos
resultantes también serán los mismos. El uso de la inteligencia artificial
ahorrará a los empresarios el 50% de sus costes salariales totales anteriores
(menos el coste de implantación de la inteligencia artificial) y los
empresarios se quedarán con ese ahorro como beneficio añadido. Ese beneficio
añadido fue un incentivo eficaz para que el empresario implantara la IA.
Si imaginamos
por un momento que los asalariados tuvieran el poder que el capitalismo
confiere exclusivamente a los empresarios, optarían por utilizar la IA de una
forma totalmente distinta. Utilizarían la IA, no despedirían a nadie, sino que
reducirían las jornadas laborales de todos los empleados en un 50% manteniendo
sus salarios. Manteniendo de nuevo la sencillez de nuestro ejemplo, el
resultado sería la misma producción que antes de utilizar la IA, con el mismo
precio de los bienes o servicios y la misma entrada de ingresos. El margen de
beneficios seguiría siendo el mismo después del uso de la IA que antes (menos
el coste de implantación de la tecnología). El 50% de los días de trabajo
anteriores de los empleados que ahora están disponibles para su ocio sería el
beneficio que obtendrían. Ese ocio –libertad de trabajo– es su incentivo para
utilizar la IA de forma diferente a como lo hacían los empresarios.
Una forma de
utilizar la IA produce beneficios adicionales para unos pocos, mientras que la
otra forma produce más ocio/libertad para muchos. El capitalismo recompensa y,
por tanto, fomenta el modo de los empresarios. La democracia apunta en otra
dirección. La propia tecnología es ambivalente. Se puede utilizar en ambos
sentidos.
Por lo tanto,
es simplemente falso escribir o decir –como hacen tantos hoy en día– que la IA
amenaza millones de puestos de trabajo o de trabajadores. La tecnología no hace
eso. Más bien, el sistema capitalista organiza las empresas en empleadores
frente a empleados y, por lo tanto, utiliza el progreso tecnológico para
aumentar los beneficios, no el tiempo libre de los empleados.
A lo largo de
la historia, los entusiastas celebraron la mayoría de los grandes avances
tecnológicos por sus cualidades de “ahorro de trabajo”. La introducción de
nuevas tecnologías supondría menos trabajo, menos penoso y menos degradante. La
implicación era que “nosotros” –todas las personas– nos beneficiaríamos. Por
supuesto, los beneficios añadidos de los capitalistas gracias a los avances
técnicos sin duda les proporcionaron más ocio. Sin embargo, el ocio añadido que
las nuevas tecnologías hicieron posible para la mayoría de los trabajadores les
fue negado en su mayor parte. El capitalismo –el sistema basado en el
beneficio– provocó esa negación.
Hoy nos
enfrentamos a la misma vieja historia capitalista. El uso de la IA puede
garantizar mucho más ocio a la clase trabajadora, pero el capitalismo subordina
la IA al lucro. Los políticos derraman lágrimas de cocodrilo ante el aterrador
panorama de los puestos de trabajo perdidos por la IA. Los expertos
intercambian estimaciones sobre cuántos millones de puestos de trabajo se
perderán si se adopta la IA. Los liberales crédulos inventan nuevos programas
gubernamentales destinados a reducir o suavizar el impacto de la IA en el
empleo. Una vez más, el acuerdo tácito es no cuestionar si el problema es el
capitalismo y cómo, ni buscar la posibilidad de un cambio de sistema como
solución a ese problema.
En una economía
basada en cooperativas de trabajadores, los empleados serían colectivamente sus
propios empleadores. La estructura central de las empresas del capitalismo –el
sistema de empleador contra empleado– ya no prevalecería. La aplicación de la
tecnología sería entonces una decisión colectiva tomada democráticamente. Con
la ausencia de la división del capitalismo entre empleador y empleado, la
decisión sobre cuándo, dónde y cómo utilizar la IA, por ejemplo, pasaría a ser
tarea y responsabilidad de los empleados como un todo colectivo. Podrían
considerar la rentabilidad de la empresa entre sus objetivos para utilizar la
IA, pero sin duda también tendrían en cuenta la ganancia en ocio que esto hace
posible. Las cooperativas de trabajo asociado toman decisiones que difieren de
las de las empresas capitalistas. Los distintos sistemas económicos afectan y
conforman de manera diferente a las sociedades en las que operan.
A lo largo de
la historia del capitalismo, los empresarios y sus ideólogos aprendieron a
defender mejor los cambios tecnológicos que podían aumentar los beneficios.
Celebraron esos cambios como avances del ingenio humano que merecían el apoyo
de todos. Las personas que sufrían debido a estos avances tecnológicos eran
desestimadas como “el precio a pagar por el progreso social”. Si los que
sufrían se defendían, eran denunciados por lo que se consideraba un
comportamiento antisocial y a menudo eran criminalizados.
Al igual que
con anteriores avances tecnológicos, la IA sitúa en la agenda de la sociedad
tanto nuevas cuestiones como viejas polémicas. La importancia de la IA NO se
limita a los aumentos de productividad que consigue y a las pérdidas de empleo
que amenaza. La IA también desafía –una vez más– la decisión social de preservar
la división empleador-empleado como organización básica de las empresas. En el
pasado del capitalismo, sólo los empresarios tomaban las decisiones con cuyos
resultados tenían que vivir y aceptar los empleados. Tal vez con la IA, los
empleados exijan tomar esas decisiones a través de un cambio de sistema que
vaya más allá del capitalismo hacia una alternativa basada en cooperativas de
trabajadores.
Este artículo
fue producido para Globetrotter.