lunes, 1 de febrero de 2021

Coronavirus. Cosa que no ha hecho ningún partido político de Izquierdas en España mismamente en relación con el Covid-19, van y la hace en un Barrio de Bilbao que cae por la parte de Asia occidental y del sur

 

Declaración de las organizaciones obreras de Asia occidental y del sur 



DIARIO OCTUBRE / 31.01.2021

Nosotros, los miembros la Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones Marxistas-Leninistas (CIPOML) de la región de Asia occidental y del sur que suscribimos este documento, nos reunimos bajo las condiciones actuales de la pandemia del COVID-19 para evaluar la situación actual en el mundo y en el Sur y Asia Occidental, revisar el trabajo de nuestros partidos y organizaciones en el período inicial de la pandemia y discutir los detalles del trabajo que estamos realizando bajo las condiciones de la “segunda ola” de la pandemia.

Le reunión inició con un momento de silencio en memoria del camarada Raúl Marco, cuya contribución a la formación de la CIPOML ha sido muy significativa.

La conferencia discutió el impacto de la pandemia del COVID-19 y la conducta de los respectivos gobiernos hacia los trabajadores y el movimiento obrero, y adoptó la siguiente declaración.

La gente trabajadora del mundo se ha visto profundamente afectada por la pandemia del COVID-19, que ha exacerbado las contradicciones fundamentales preexistentes del orden capitalista. Los trabajadores se enfrentan a despidos masivos, recortes de salarios y aumento de las horas de trabajo  con graves peligros para la salud. La crisis es endémica del capitalismo. Los años anteriores a 2020 fueron testigos de un estrés económico creciente con desaceleración del crecimiento, aumento del desempleo y una creciente desigualdad. El año 2020 estuvo marcado por la pandemia y el estallido de una nueva crisis económica del capitalismo de carácter global, crisis que se ha agravado por la pandemia y se ha desarrollado con ella.

La burguesía ha utilizado la pandemia como un medio para superar algunas de sus dificultades económicas, para suprimir los derechos laborales e ignorar sus demandas. El capitalismo utilizó la pandemia del COVID-19 para limitar y erosionar la democracia y las organizaciones del pueblo trabajador. Las políticas adoptadas por los gobiernos burgueses con respecto a la pandemia y al tratamiento médico tienen un sesgo de clase y ha habido un completo desprecio por las preocupaciones y exigencias de las masas trabajadoras.

En la mayoría de los países, mientras que los capitalistas cuentan con apoyo económico y financiero, la clase obrera, el campesinado trabajador, los estratos más bajos, incluidas las castas oprimidas y los pueblos tribales, han quedado sin apoyo. Continuó el trabajo a plena capacidad en las fábricas y lugares de trabajo sin tener en cuenta la salud de los trabajadores. La pandemia fue abordada con una actitud de clase por parte de los gobernantes que se ocuparon de las necesidades de los ricos y poderosos e ignoraron las necesidades de salud de los trabajadores. Muchos de nuestros países no cuentan con sistemas de salud pública adecuados. Los hospitales existentes en general no brindan servicios gratuitos.

La pandemia fue completamente ignorada en países como Irán y se negó su existencia. Incluso después de que el virus afectó a grandes masas de personas y el gobierno iraní se vio obligado a admitir su existencia, adoptó la política de la denominada “inmunidad colectiva”. El gobierno calificó el llamado a poner en cuarentena las áreas y lugares de trabajo infectados como la voz de la “contrarrevolución”. La producción capitalista no se interrumpió ni siquiera durante los períodos más difíciles de la pandemia en Turquía. En India, en condiciones de encierro mal concebido, los trabajadores migrantes se vieron obligados a caminar cientos de kilómetros con sus familias desde las ciudades hasta sus aldeas. En Bangladesh, los trabajadores pobres se vieron abandonados a la muerte.

Como consecuencia de la pandemia, las clases dominantes están intentando presentar la pandemia como la causa de la crisis capitalista, blanqueando así sus políticas neoliberales que en realidad agravaron la crisis. También se han propuesto utilizar la pandemia para tomar nuevas medidas contra los trabajadores. Las leyes relativas a la protección del trabajo y las condiciones dignas de trabajo que se aplicaron mal incluso en épocas normales fueron en gran parte archivadas con la excusa de la pandemia. En lugar de proteger a los trabajadores y al pueblo, la burguesía gobernante ha cargado todo el peso de la crisis y la pandemia sobre los hombros de las masas trabajadoras, y planea seguirlo haciendo. Ha habido una pérdida masiva de puestos de trabajo, recortes salariales, condiciones laborales inseguras y despidos forzosos que han causado una gran angustia a los trabajadores. No podemos aceptar tal transferencia de la carga de la pandemia y la crisis sobre los hombros de los trabajadores. Toda la culpa la tienen los capitalistas y sus gobiernos, y los capitalistas y sus gobiernos deben asumir la carga.

La pandemia no solo ha provocado una profundización de las contradicciones de clase, sino que también ha agravado las contradicciones interimperialistas. En Asia, asistimos a la intensificación de la rivalidad interimperialista, especialmente entre Estados Unidos y China, y su lucha por las esferas de influencia ha atraído a nuestros países dentro de ella.

Es imposible superar las epidemias de manera humana en el sistema capitalista en el que la propiedad privada de los medios de producción y la ganancia determina la política pública. Pandemias como COVID-19, que es probable que ocurran en el futuro, solo pueden manejarse de manera efectiva en un sistema socialista en el que todos los recursos productivos se mantienen públicamente y los intereses de los trabajadores determinan las políticas. Es indiscutible que la lucha contra la pandemia no puede separarse de la lucha contra el imperialismo, el capitalismo y otras formas de opresión. Las condiciones por las que atravesamos nos han enseñado a luchar juntos contra la pandemia de COVID-19 y el capitalismo.

En la situación actual, por lo tanto, hacemos un llamado a la clase obrera y a todo el pueblo trabajador, a las fuerzas democráticas y progresistas de las regiones para exigir a sus gobiernos que adopten la política de cuarentena mientras brinden apoyo a las masas necesitadas. Debemos luchar contra las leyes y actividades de la burguesía nacional que amenazan y restringen los derechos del pueblo, y velar por que no se vulneren los derechos democráticos y que no se instaure el fascismo.

Nosotros demandamos:

* ¡Los gobiernos deben abandonar la política de “inmunidad colectiva” que ha causado innumerables muertes y tomar en serio la responsabilidad de salvaguardar el bienestar de las masas!

* La salud es un derecho público; deben proporcionar servicios de salud pública iguales y gratuitos para todos.

* Los lugares de trabajo con infección por coronavirus deben cerrarse y los estados deben garantizar el pago de los trabajadores.

* Prohibir los despidos y garantizar el derecho a la licencia remunerada para los trabajadores durante la cuarentena.

* Garantizar la seguridad de los trabajadores en los lugares de trabajo. ¡Si no hay condiciones de trabajo seguras, no hay producción!

* Proporcionar alimentación adecuada y apoyo monetario a las familias de la clase trabajadora,  desempleados, sector informal, trabajadores migrantes y personas desplazadas sin condiciones previas.

* ¡Las cárceles donde se haya propagado la infección deben ser evacuadas! ¡Los presos políticos deben ser liberados!

* Se debe apoyar a los médicos y al personal sanitario que están a la vanguardia de la lucha contra la pandemia. ¡Reducir las horas de trabajo diarias de los profesionales médicos y sanitarios!

* Desalentar las grandes reuniones, religiosas o de otro tipo, que aumentan la posibilidad de contaminación sin comprometer los derechos democráticos de las personas.

* No se pueden prohibir las huelgas y manifestaciones; No es aceptable restringir el derecho de huelga, protesta, asociación política y sindical, libertad de prensa con la excusa de la pandemia. ¡No a la represión estatal y la violencia policial!

* ¡No a la discriminación étnica, nacional, religiosa y a la xenofobia! Igualdad de derechos y oportunidades para todos, incluidas las castas oprimidas y los pueblos tribales.

* Brindar protección especial a los segmentos de la población en riesgo, aquellos para quienes la contaminación causa un mayor riesgo de muerte.

* ¡Poner en cuarentena las provincias y ciudades en las que la contaminación por COVID-19 va en aumento!

* ¡Vacunar a la población gratuitamente cuando se disponga de una vacuna eficaz y fiable!

* La educación debe continuar con las medidas de higiene necesarias en su lugar; Los cursos infectadas con el virus deben cerrarse temporalmente y la educación en línea debe contar con el equipo necesario y sin costo para los estudiantes. Reducir la “brecha digital” antes de recurrir a la educación en línea.

* Poner fin a las guerras imperialistas y las bases militares en todo el mundo.

* Reducir los gastos de guerra; los presupuestos para armamentos deberían destinarse a la salud y la educación.

Hacemos un llamado a los pueblos trabajadores de todas las nacionalidades del sur y oeste de Asia a luchar, con estas demandas, contra los gobiernos que no consideran la pandemia del COVID-19 como un problema de salud pública y contra los gobiernos burgueses que no llevan a cabo esta lucha por priorizar la salud pública.

Hacemos un llamado a los trabajadores para que combinen la lucha contra la pandemia con la lucha para acabar con el capitalismo, el imperialismo, todas las formas de explotación y opresión para crear una nueva Sociedad Socialista donde tales pandemias no conduzcan al desempleo masivo, el hambre y las privaciones.

Nosotros, los comunistas marxista-leninistas de Asia occidental y del sur (Turquía, Irán, Pakistán, India y Bangladesh) estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance para unir a la fuerza laboral contra el capital y por el avance de la lucha, y continuaremos haciéndolo.

Podemos evitar los efectos de la pandemia como el desempleo, la miseria y la incertidumbre futura solo a través de la lucha implacable de la clase obrera y del pueblo trabajador. Nosotros, la clase obrera, el campesinado trabajador, los trabajadores, los jóvenes y las mujeres podemos superar tanto la pandemia como el capitalismo con sus crisis destructivas. Solo nosotros podemos lograrlo.

¡Unámonos para emanciparnos del dominio del capital que nos ha traído crisis tras crisis!

¡Viva la lucha por la democracia!

¡Solo el socialismo puede acabar con la pobreza, la miseria, las crisis de salud y la injusticia social!

Firman
– Partido Comunista de Bangladés (ML)
– Partido del Trabajo, Turquía
– Organización “Democracia Revolucionaria”, India
– Pakistan Mazdoor Mahaz
– Partido del Trabajo ( Toufan), Irán

16 de enero de 2021

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Guardia Civil. Que la historia no la hago yo. La historia la hacen sus protagonistas directos, lo que pasa es que luego la historia la escribe quien la escribe y después la entiende quien la entiende, y nada más, que tampoco tiene tanto misterio

 

Manuel Linde y el SUGC, la Otra Guardia Civil

  • El Sindicato Unificado de Guardias Civiles (SUGC) fue una organización sindical clandestina que hizo del sindicalismo y de la desmilitarización de este cuerpo de seguridad sus banderas y fue reprimido por el gobierno del PSOE que lo desmanteló en la denominada Operación Columna.
  • En esta primera parte, Manuel Cañada Porras nos presenta a la figura de Manuel Linde, y los primeros intentos de sindicación en la Guardia Civil desde su conformación a mediados del siglo XIX hasta el comienzo de la Transición con el final de la dictadura franquista.

Afiche del SUGC reivindicando la democratización del cuerpo / MCP

TERCERA INFORMACION / 30.01.2012

Manuel Linde es un silencio, una silueta incómoda, un eco inoportuno. En las factorías de la Historia se fabrican los relatos que embellecen al poder, los cuéntame que sedan la mala conciencia y la impotencia colectivas, la dulce rosquilla de los cuentos que angustiaba al poeta León Felipe. Allí, en los telares autorizados del recuerdo, también se fraguan los silencios.

“Cualquier narración histórica es un montón de silencios”, afirma el historiador haitiano Michel-Rolph Trouillot. Manuel Linde y el Sindicato Unificado de Guardias Civiles (SUGC) son algunos de nuestros más recientes y clamorosos silencios. Silencios que remuerden y que señalan. Y, al tiempo, silencios que iluminan con fuerza las sombras del presente, la pulsión golpista de los recientes chats y manifiestos militares, la sincronía habitual entre el ruido de sables y el interés de los mercados.

Conocí a Manolo Linde en 1990. La noche anterior a su detención, el 15 de marzo de ese año, se quedó en mi casa, en la barriada del Gurugú en Badajoz. “Que se vaya contigo, a ti no te conocen y estará más seguro”. Manuel Parejo, entonces secretario del Partido Comunista de Extremadura, me encargó que diera cobijo a Linde aquella noche y que al día siguiente lo llevásemos a Mérida, donde iba a presentarse la plataforma extremeña por la desmilitarización de la Guardia Civil.

Linde era muy consciente del peligro. Sabía que el Servicio de Información de la Guardia Civil le pisaba los talones y que la convocatoria del día siguiente suponía un salto cualitativo. Hasta el momento el SUGC siempre había comparecido ante la prensa ocultando los rostros de sus portavoces. La aparición de guardias civiles uniformados y con tricornio, obligados a preservar su identidad tras una capucha, exasperaba a los mandos de la Benemérita y al gobierno. La imagen simbolizaba con contundencia la ausencia de democracia en la Guardia Civil y le sacaba los colores al relato canónico sobre la inmaculada Transición.

El pasado día 14 de marzo el citado guardia civil se dio de baja para el servicio por padecer taquicardia y solicitó poder trasladarse a Badajoz para consultar un médico. El día 15 participó en una rueda de prensa, en la que defendió la sindicación de la Guardia Civil, presentándose en el puesto de Alconera, su destino, a las 16 horas del mismo día”. José Luis Corcuera, el ministro de Interior de infame recuerdo, el paladín de la patada en la puerta, relatará así, con tono insidioso, en el Congreso, lo ocurrido durante esos días.

El sindicato clandestino de los guardias civiles sale a la luz. Durante cuatro años ha ido arraigando y extendiéndose en las casas-cuartel, compañías y comandancias, burlando la vigilancia de los mandos, esquivando el cerco de los servicios de información.  Manolo Linde ha sido uno de los fundadores del sindicato, uña y carne del cabo Rosa, una tenaz hormiguita, el encargado del trabajo duro de organización, una de las almas de aquella fértil anomalía, de aquel brote democrático que ha surgido donde menos se esperaba, en el interior de la institución más autoritaria y emblemática del franquismo.

En los últimos meses el SUGC ha dado pasos de gigante. Ha logrado el apoyo de un gran número de organizaciones sociales y políticas. Sindicatos policiales como el SUP o el Sindicato Democrático de la Policía, partidos como el CDS, IU o el PTE, y el respaldo de los sindicatos CCOO y UGT. Para el 12 de marzo se anuncia que Antonio Gutiérrez y Nicolás Redondo visitarán al cabo Manuel Rosa en la comandancia de Montequinto (Sevilla), donde se encuentra recluido. Sorpresivamente, es trasladado el día anterior a la prisión militar de Alcalá de Henares. Los generales de la Guardia Civil y el gobierno no albergan dudas, quieren cortar de raíz la estrategia de visibilización que ha trazado la dirección del SUGC.

Al sindicato clandestino le toca mover ficha. Tres días después, en la mañana del 15 de marzo, Manuel Linde comparece a cara descubierta en Mérida. En su intervención alerta sobre las posibles represalias: “Habrá que ver mañana el resultado de esta rueda de prensa, lo que me pueda ocurrir”, “Somos presos políticos, no hay razón de que se nos encarcele por defender nuestras ideas”. Esa misma tarde, en el cuartel de Alconera, Linde será detenido violentamente. El sargento de puesto, José Dorado Chávez, le comunica que se encuentra arrestado y le ordena esperar hasta que llegue el capitán y el comandante jefe de la segunda compañía para proceder al interrogatorio. La suerte está echada.

La meticulosa ciencia del verdugo

Punta, charol, capa y bota,
A poquito a poco asoman
Igual que dos grajos verdes
Recortaos en la loma.

(José Menese y Francisco Moreno Galván)

Pocas instituciones han sido tan temidas y odiadas por la gente humilde y trabajadora en España. Poemarios como el Romancero gitano, de Federico García Lorca, o películas como El crimen de Cuenca, plasmaron el pánico de generaciones enteras a la Guardia Civil, “el pozo oscuro del miedo popular”, del que hablara Arturo Barea.

Sin embargo, lejos de la autocrítica o de la más elemental pulcritud histórica, el discurso oficial continúa instalado en el panegírico y la mixtificación. “La Guardia Civil ha llegado hasta nuestros días con una sólida neutralidad y una probada lealtad”, afirmaba el ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, hace poco más de un año con motivo del 175 aniversario de la institución. Y el director general de la Benemérita en ese momento, Félix Azón, ensalzaba por su parte “la dinámica evolución al compás de los tiempos” y recordaba que el cuerpo se creó cuando “los caminos estaban a merced de las partidas de malhechores». Lealtad y persecución de los malhechores, ese parece ser el resumen de la narración construida desde el poder sobre la historia de la Guardia Civil.

Desgraciadamente, a esa epopeya le faltan algunos nombres, crímenes y desmanes. Le faltan Pavía, Sanjurjo o Tejero: el atropello contra todos los intentos de democracia en nuestro país. Le faltan el capitán Marzal, el teniente coronel Gómez Cantos o el general Galindo: la podredumbre del sadismo, los especialistas en “la meticulosa ciencia del verdugo” (Crespo Massieu). O le falta el mínimo rigor histórico capaz de relacionar la fundación de la Guardia Civil con el proceso de desamortizaciones y la defensa de la estructura terrateniente de la propiedad que surgió de la Reforma Agraria Liberal en el siglo XIX.

Servicios Iniciales del Tercio Noveno de la Guardia Civil, 2 de diciembre de 1844. Cabo Juan Miguel y 8 guardias más: Detención de 13 paisanos con igual número de caballerías cargadas de bellotas robadas en la dehesa La Carbonera”. Este es uno de los primeros testimonios sobre los servicios del Cuerpo en Extremadura, del que da cuenta el historiador Francisco Javier García Carrero en una de sus sólidas investigaciones. La persecución del rebusco, del “hurto famélico” al que se ven abocados los campesinos a quienes se han arrebatado los terrenos comunales, será una constante que llegará hasta los años setenta del siglo XX. Las palizas a los jornaleros que entran a las fincas a por aceitunas caídas al suelo, a por cardillos, tagarninas, espárragos o leña, son incontables y perviven como una humillación indeleble en la memoria de miles de familias. “En La Puebla de Cazalla al Chato de la Patricia le pillaron los guardias rebuscando las aceitunas, le obligaron a comerse las que había recogido, lo apalearon… y murió. Nadie pagó por el crimen”. Lo contaba el valiente Alfredo Grimaldos y lo cantó con desgarro José Menese:

Mañanita de rebusco
topé de cara a la guardia:
dos lagrimitas de sangre
a cá palito que daban.

La Guardia Civil fue concebida como una fuerza de “ocupación militar del territorio” (O’Donnell) que, como explicaba Diego López Garrido, “se constituyó en el eje del sistema de orden público del liberalismo conservador, ocupando un espacio significativo en el interior del Estado”. Y que, salvo en contadas excepciones, se decantó explícitamente en las “tres dialécticas esenciales en el siglo XIX y XX: progreso/conservadurismo, federalismo/centralismo y poder civil/poder militar”.

En febrero de 1926, Lorca escribe a su hermano: “Hice una espléndida excursión a las Alpujarras llegando hasta el riñón. El país está gobernado por La Guardia Civil. Un cabo de Carataúnas a quien molestaban los gitanos, para hacer que se fueran los llamó al cuartel y con las tenazas de la lumbre les arrancó un diente a cada uno diciéndoles: “Si mañana están aquí caerá otro”. Naturalmente, los pobres gitanos mellados tuvieron que emigrar a otro sitio”.

Durante décadas, el benemérito cuerpo será sinónimo de espanto para las clases populares. Las grandes luchas del campesinado durante la Segunda República serán reprimidas con saña. “Un número importante de jornaleros extremeños perdieron su vida durante estos años, independientemente de la etapa política de Gobierno en Madrid (Hornachos, Fuente del Maestre, Barcarrota, Zarza de Granadilla, Miajadas, Arroyo de San Serván, Alconchel…)”, nos recuerda García Carrero. Y Rafael Alberti lo señalará con rabia:

Aquí tengo Casas Viejas
con campesinos quemados.
Tengo Castilblanco, Arnedo
y un millón de parados.
También tengo un redil
lleno de parlamentarios,
que sólo a los proletarios
dio hambre y Guardia Civil.

Sin embargo, ante la sublevación militar en julio de 1936 no habrá un posicionamiento monolítico en la Benemérita. 108 comandancias respetan al gobierno republicano y 109 se suman al golpe fascista. Pero, como indica Rodrigo Rico, aunque “en algunos casos aquellas lealtades al gobierno eran laxas y volubles” es muy significativo que la mitad de sus integrantes se mantuvieran fieles a la República, especialmente en ciudades como Madrid o Barcelona. Son los otros guardias civiles, los leales. Muchos de ellos, como los comandantes Vega Cornejo, Escobar o Aranguren lo pagarán con su vida. «Que lo fusilen aunque sea en una camilla», dirá Franco refiriéndose a Aranguren, al saber que ya no puede andar. El 21 de abril de 1939, apenas tres semanas después de terminada la guerra, será ejecutado sentado en una silla.

Tras la contienda y previa depuración, la Guardia Civil se convierte en un cuerpo del Ejército dirigido férreamente por militares profesionales. El tricornio y la capa constituirán la representación genuina de la dictadura. Junto a la Falange y a la Iglesia se encargará del control social en cada pueblo. Cada soldado que cumpla el servicio militar tendrá una ficha rutinaria en la que conste su condición de «adicto, indiferente o desafecto” al régimen. Para poder ser colono en el Plan Badajoz habrá que contar con el informe favorable del párroco y de la Benemérita. Son solo dos ejemplos del panóptico cotidiano organizado por la Dictadura y del papel central encomendado en él al Cuerpo.

A mediados de los años setenta el franquismo da sus últimas boqueadas. La muerte del dictador, la Revolución de los Claveles en Portugal y, sobre todo, el pujante movimiento obrero y popular abren las puertas a la democratización del país. Los aires de libertad llegan también, para sorpresa de muchos, a la Policía, al Ejército y a la Guardia Civil. El 1 de septiembre de 1974 nace en la clandestinidad la Unión Militar Democrática (UMD), abogando por la ruptura con las instituciones de la dictadura. Y algunos oficiales, como el teniente Luis Alonso Vallés, se suman al movimiento y tratan de extenderlo. Años más tarde, lo evocará así: “La posibilidad de captación era muy limitada. Más fácil en el Ejército al encontrarse todos los oficiales reunidos en un acuartelamiento, pero muy difícil en la Guardia Civil, no solo por la dispersión, sino por la mentalidad que Franco, a través de Camilo Alonso Vega, se esforzó en dar a la Guardia Civil que había sido la culpable de que en media España no triunfara el levantamiento militar. El régimen de terror que implantó fue total, y ello llevó a una total sumisión de la oficialidad” (tesis doctoral de Fidel Rosa).

La brecha en el baluarte del franquismo está abierta. Las contradicciones llegan al núcleo del Estado, a su aparato coercitivo. Pero el régimen está dispuesto a morir matando. En el verano de 1976, la UMD distribuye una carta dirigida a los oficiales de la Guardia Civil en la que denuncia la represión contra el pueblo: “Los casos Téllez y Amparo Arangoa son la culminación de un periodo degenerante. Supone una cierta generalización y sobre todo la institucionalización de la tortura, al ser practicadas por oficiales y subordinados (…) Nosotros, jefes y oficiales de la Guardia Civil, pertenecientes a la Unión Militar Democrática, exigimos el esclarecimiento de hechos que, como los de Badalona, Tolosa, Vitoria, Montejurra, Carmona, etc…, denigran al Cuerpo y a nosotros mismos. Piensa en todo esto y decide cuál es tu postura, si la de un mercenario defendiendo una situación injusta o la de un auténtico guardia civil”.

La ola democrática avanza. El 17 de diciembre de 1976 se produce la llamada manifestación de la Seguridad Social. Alrededor de 400 miembros de la Policía Armada y de la Guardia Civil se echan a la calle en Madrid, en una convocatoria que ha sido prohibida. “Gracias a locos como aquellos nos metieron en la Seguridad Social y mi hija pudo nacer en un hospital. Estos locos consiguieron que pudiéramos parir en un hospital y no al lado de un sargento al que han operado de apendicitis, recintos en los que te separaban con una cortina. Estos locos consiguieron que la Guardia Civil tuviera Seguridad Social”. Es Candi Alzás, esposa de un guardia civil y portavoz durante años de la AUGC de Badajoz, quien recuerda ahora aquellas primeras luchas y logros.

El castigo no se hace esperar. Doscientos guardias son detenidos, expedientados y encerrados en los sótanos de la Dirección General del Cuerpo. Y como los calabozos no pueden albergar a todos, a muchos se les traslada a Aranjuez y a la Academia de Valdemoro. Como relatarán Ballesteros y López Hidalgo en el libro pionero sobre el sindicalismo en la Benemérita, cincuenta guardias serán expulsados de la institución. Aunque reprimidas, las primeras semillas de democracia  en la Guardia Civil empiezan a germinar.

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