Manuel
Linde y el SUGC, la Otra Guardia Civil
- El Sindicato Unificado
de Guardias Civiles (SUGC) fue una organización sindical clandestina que
hizo del sindicalismo y de la desmilitarización de este cuerpo de
seguridad sus banderas y fue reprimido por el gobierno del PSOE que lo
desmanteló en la denominada Operación Columna.
- En esta primera parte, Manuel Cañada Porras nos presenta a la figura de Manuel Linde, y los primeros intentos de sindicación en la Guardia Civil desde su conformación a mediados del siglo XIX hasta el comienzo de la Transición con el final de la dictadura franquista.
TERCERA INFORMACION / 30.01.2012
Manuel Linde es un silencio, una silueta
incómoda, un eco inoportuno. En las factorías de la Historia se fabrican los
relatos que embellecen al poder, los cuéntame que sedan la mala conciencia y la
impotencia colectivas, la dulce rosquilla de los cuentos que angustiaba al
poeta León Felipe. Allí, en los telares autorizados del recuerdo, también se
fraguan los silencios.
“Cualquier narración histórica es un montón de
silencios”, afirma el historiador haitiano Michel-Rolph Trouillot. Manuel Linde
y el Sindicato Unificado de Guardias Civiles (SUGC) son algunos de nuestros más
recientes y clamorosos silencios. Silencios que remuerden y que señalan. Y, al
tiempo, silencios que iluminan con fuerza las sombras del presente, la pulsión
golpista de los recientes chats y manifiestos militares, la sincronía habitual
entre el ruido de sables y el interés de los mercados.
Conocí a Manolo Linde en 1990. La noche anterior a su detención, el 15 de marzo de ese año, se quedó en mi casa, en la barriada del Gurugú en Badajoz. “Que se vaya contigo, a ti no te conocen y estará más seguro”. Manuel Parejo, entonces secretario del Partido Comunista de Extremadura, me encargó que diera cobijo a Linde aquella noche y que al día siguiente lo llevásemos a Mérida, donde iba a presentarse la plataforma extremeña por la desmilitarización de la Guardia Civil.
Linde era muy consciente del peligro. Sabía que
el Servicio de Información de la Guardia Civil le pisaba los talones y que la
convocatoria del día siguiente suponía un salto cualitativo. Hasta el momento
el SUGC siempre había comparecido ante la prensa ocultando los rostros de sus
portavoces. La aparición de guardias civiles uniformados y con tricornio,
obligados a preservar su identidad tras una capucha, exasperaba a los mandos de
la Benemérita y al gobierno. La imagen simbolizaba con contundencia la ausencia
de democracia en la Guardia Civil y le sacaba los colores al relato canónico
sobre la inmaculada Transición.
“El pasado día 14 de marzo el citado guardia
civil se dio de baja para el servicio por padecer taquicardia y solicitó poder
trasladarse a Badajoz para consultar un médico. El día 15 participó en una
rueda de prensa, en la que defendió la sindicación de la Guardia Civil,
presentándose en el puesto de Alconera, su destino, a las 16 horas del mismo
día”. José Luis Corcuera, el ministro de Interior de infame recuerdo, el
paladín de la patada en la puerta, relatará así, con tono insidioso, en el
Congreso, lo ocurrido durante esos días.
El sindicato clandestino de los guardias civiles
sale a la luz. Durante cuatro años ha ido arraigando y extendiéndose en las
casas-cuartel, compañías y comandancias, burlando la vigilancia de los mandos,
esquivando el cerco de los servicios de información. Manolo Linde ha sido
uno de los fundadores del sindicato, uña y carne del cabo Rosa, una tenaz
hormiguita, el encargado del trabajo duro de organización, una de las almas de
aquella fértil anomalía, de aquel brote democrático que ha surgido donde menos
se esperaba, en el interior de la institución más autoritaria y emblemática del
franquismo.
En los últimos meses el SUGC ha dado pasos de
gigante. Ha logrado el apoyo de un gran número de organizaciones sociales y
políticas. Sindicatos policiales como el SUP o el Sindicato Democrático de la
Policía, partidos como el CDS, IU o el PTE, y el respaldo de los sindicatos
CCOO y UGT. Para el 12 de marzo se anuncia que Antonio Gutiérrez y Nicolás
Redondo visitarán al cabo Manuel Rosa en la comandancia de Montequinto
(Sevilla), donde se encuentra recluido. Sorpresivamente, es trasladado el día
anterior a la prisión militar de Alcalá de Henares. Los generales de la Guardia
Civil y el gobierno no albergan dudas, quieren cortar de raíz la estrategia de
visibilización que ha trazado la dirección del SUGC.
Al sindicato clandestino le toca mover ficha.
Tres días después, en la mañana del 15 de marzo, Manuel Linde comparece a cara
descubierta en Mérida. En su intervención alerta sobre las posibles
represalias: “Habrá que ver mañana el resultado de esta rueda de prensa, lo que
me pueda ocurrir”, “Somos presos políticos, no hay razón de que se nos
encarcele por defender nuestras ideas”. Esa misma tarde, en el cuartel de
Alconera, Linde será detenido violentamente. El sargento de puesto, José Dorado
Chávez, le comunica que se encuentra arrestado y le ordena esperar hasta que
llegue el capitán y el comandante jefe de la segunda compañía para proceder al
interrogatorio. La suerte está echada.
La meticulosa ciencia del
verdugo
Punta, charol, capa y bota,
A poquito a poco asoman
Igual que dos grajos verdes
Recortaos en la loma.
(José Menese y Francisco
Moreno Galván)
Pocas instituciones han sido tan temidas y
odiadas por la gente humilde y trabajadora en España. Poemarios como el
Romancero gitano, de Federico García Lorca, o películas como El crimen de
Cuenca, plasmaron el pánico de generaciones enteras a la Guardia Civil, “el
pozo oscuro del miedo popular”, del que hablara Arturo Barea.
Sin embargo, lejos de la autocrítica o de la más
elemental pulcritud histórica, el discurso oficial continúa instalado en el
panegírico y la mixtificación. “La Guardia Civil ha llegado hasta nuestros
días con una sólida neutralidad y una probada lealtad”, afirmaba el
ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, hace poco más de un año con
motivo del 175 aniversario de la institución. Y el director general de la
Benemérita en ese momento, Félix Azón, ensalzaba por su parte “la dinámica
evolución al compás de los tiempos” y recordaba que el cuerpo se creó cuando
“los caminos estaban a merced de las partidas de malhechores». Lealtad y
persecución de los malhechores, ese parece ser el resumen de la narración
construida desde el poder sobre la historia de la Guardia Civil.
Desgraciadamente, a esa epopeya le faltan
algunos nombres, crímenes y desmanes. Le faltan Pavía, Sanjurjo o Tejero: el
atropello contra todos los intentos de democracia en nuestro país. Le faltan el
capitán Marzal, el teniente coronel Gómez Cantos o el general Galindo: la
podredumbre del sadismo, los especialistas en “la meticulosa ciencia del
verdugo” (Crespo Massieu). O le falta el mínimo rigor histórico capaz de
relacionar la fundación de la Guardia Civil con el proceso de desamortizaciones
y la defensa de la estructura terrateniente de la propiedad que surgió de la
Reforma Agraria Liberal en el siglo XIX.
“Servicios Iniciales del Tercio Noveno de la
Guardia Civil, 2 de diciembre de 1844. Cabo Juan Miguel y 8 guardias más:
Detención de 13 paisanos con igual número de caballerías cargadas de bellotas
robadas en la dehesa La Carbonera”. Este es uno de los primeros testimonios
sobre los servicios del Cuerpo en Extremadura, del que da cuenta el historiador
Francisco Javier García Carrero en una de sus sólidas investigaciones. La
persecución del rebusco, del “hurto famélico” al que se ven abocados los
campesinos a quienes se han arrebatado los terrenos comunales, será una
constante que llegará hasta los años setenta del siglo XX. Las palizas a los jornaleros
que entran a las fincas a por aceitunas caídas al suelo, a por cardillos,
tagarninas, espárragos o leña, son incontables y perviven como una humillación
indeleble en la memoria de miles de familias. “En La Puebla de Cazalla al
Chato de la Patricia le pillaron los guardias rebuscando las aceitunas, le
obligaron a comerse las que había recogido, lo apalearon… y murió. Nadie pagó
por el crimen”. Lo contaba el valiente Alfredo Grimaldos y lo cantó con
desgarro José Menese:
Mañanita de rebusco
topé de cara a la guardia:
dos lagrimitas de sangre
a cá palito que daban.
La Guardia Civil fue concebida como una fuerza
de “ocupación militar del territorio” (O’Donnell) que, como explicaba Diego
López Garrido, “se constituyó en el eje del sistema de orden público del
liberalismo conservador, ocupando un espacio significativo en el interior del
Estado”. Y que, salvo en contadas excepciones, se decantó explícitamente en
las “tres dialécticas esenciales en el siglo XIX y XX:
progreso/conservadurismo, federalismo/centralismo y poder civil/poder militar”.
En febrero de 1926, Lorca escribe a su hermano:
“Hice una espléndida excursión a las Alpujarras llegando hasta el riñón. El
país está gobernado por La Guardia Civil. Un cabo de Carataúnas a quien
molestaban los gitanos, para hacer que se fueran los llamó al cuartel y con las
tenazas de la lumbre les arrancó un diente a cada uno diciéndoles: “Si mañana
están aquí caerá otro”. Naturalmente, los pobres gitanos mellados tuvieron que
emigrar a otro sitio”.
Durante décadas, el benemérito cuerpo será
sinónimo de espanto para las clases populares. Las grandes luchas del
campesinado durante la Segunda República serán reprimidas con saña. “Un
número importante de jornaleros extremeños perdieron su vida durante estos
años, independientemente de la etapa política de Gobierno en Madrid (Hornachos,
Fuente del Maestre, Barcarrota, Zarza de Granadilla, Miajadas, Arroyo de San
Serván, Alconchel…)”, nos recuerda García Carrero. Y Rafael Alberti lo
señalará con rabia:
Aquí tengo Casas Viejas
con campesinos quemados.
Tengo Castilblanco, Arnedo
y un millón de parados.
También tengo un redil
lleno de parlamentarios,
que sólo a los proletarios
dio hambre y Guardia Civil.
Sin embargo, ante la sublevación militar en
julio de 1936 no habrá un posicionamiento monolítico en la Benemérita. 108
comandancias respetan al gobierno republicano y 109 se suman al golpe fascista.
Pero, como indica Rodrigo Rico, aunque “en algunos casos aquellas lealtades al
gobierno eran laxas y volubles” es muy significativo que la mitad de sus
integrantes se mantuvieran fieles a la República, especialmente en ciudades
como Madrid o Barcelona. Son los otros guardias civiles, los leales. Muchos de
ellos, como los comandantes Vega Cornejo, Escobar o Aranguren lo pagarán con su
vida. «Que lo fusilen aunque sea en una camilla», dirá Franco refiriéndose a
Aranguren, al saber que ya no puede andar. El 21 de abril de 1939, apenas tres
semanas después de terminada la guerra, será ejecutado sentado en una silla.
Tras la contienda y previa depuración, la
Guardia Civil se convierte en un cuerpo del Ejército dirigido férreamente por
militares profesionales. El tricornio y la capa constituirán la representación
genuina de la dictadura. Junto a la Falange y a la Iglesia se encargará del
control social en cada pueblo. Cada soldado que cumpla el servicio militar
tendrá una ficha rutinaria en la que conste su condición de «adicto,
indiferente o desafecto” al régimen. Para poder ser colono en el Plan Badajoz
habrá que contar con el informe favorable del párroco y de la Benemérita. Son
solo dos ejemplos del panóptico cotidiano organizado por la Dictadura y del
papel central encomendado en él al Cuerpo.
A mediados de los años setenta el franquismo da
sus últimas boqueadas. La muerte del dictador, la Revolución de los Claveles en
Portugal y, sobre todo, el pujante movimiento obrero y popular abren las
puertas a la democratización del país. Los aires de libertad llegan también,
para sorpresa de muchos, a la Policía, al Ejército y a la Guardia Civil. El 1
de septiembre de 1974 nace en la clandestinidad la Unión Militar Democrática
(UMD), abogando por la ruptura con las instituciones de la dictadura. Y algunos
oficiales, como el teniente Luis Alonso Vallés, se suman al movimiento y tratan
de extenderlo. Años más tarde, lo evocará así: “La posibilidad de captación
era muy limitada. Más fácil en el Ejército al encontrarse todos los oficiales
reunidos en un acuartelamiento, pero muy difícil en la Guardia Civil, no solo
por la dispersión, sino por la mentalidad que Franco, a través de Camilo Alonso
Vega, se esforzó en dar a la Guardia Civil que había sido la culpable de que en
media España no triunfara el levantamiento militar. El régimen de terror que
implantó fue total, y ello llevó a una total sumisión de la oficialidad”
(tesis doctoral de Fidel Rosa).
La brecha en el baluarte del franquismo está
abierta. Las contradicciones llegan al núcleo del Estado, a su aparato
coercitivo. Pero el régimen está dispuesto a morir matando. En el verano de
1976, la UMD distribuye una carta dirigida a los oficiales de la Guardia Civil
en la que denuncia la represión contra el pueblo: “Los casos Téllez y Amparo
Arangoa son la culminación de un periodo degenerante. Supone una cierta
generalización y sobre todo la institucionalización de la tortura, al ser
practicadas por oficiales y subordinados (…) Nosotros, jefes y oficiales de la
Guardia Civil, pertenecientes a la Unión Militar Democrática, exigimos el
esclarecimiento de hechos que, como los de Badalona, Tolosa, Vitoria,
Montejurra, Carmona, etc…, denigran al Cuerpo y a nosotros mismos. Piensa en
todo esto y decide cuál es tu postura, si la de un mercenario defendiendo una
situación injusta o la de un auténtico guardia civil”.
La ola democrática avanza. El 17 de diciembre de
1976 se produce la llamada manifestación de la Seguridad Social. Alrededor de
400 miembros de la Policía Armada y de la Guardia Civil se echan a la calle en
Madrid, en una convocatoria que ha sido prohibida. “Gracias a locos como
aquellos nos metieron en la Seguridad Social y mi hija pudo nacer en un
hospital. Estos locos consiguieron que pudiéramos parir en un hospital y no al
lado de un sargento al que han operado de apendicitis, recintos en los que te
separaban con una cortina. Estos locos consiguieron que la Guardia Civil
tuviera Seguridad Social”. Es Candi Alzás, esposa de un guardia civil
y portavoz durante años de la AUGC de Badajoz, quien recuerda ahora aquellas
primeras luchas y logros.
El castigo no se hace esperar. Doscientos
guardias son detenidos, expedientados y encerrados en los sótanos de la
Dirección General del Cuerpo. Y como los calabozos no pueden albergar a todos,
a muchos se les traslada a Aranjuez y a la Academia de Valdemoro. Como
relatarán Ballesteros y López Hidalgo en el libro pionero sobre el sindicalismo
en la Benemérita, cincuenta guardias serán expulsados de la institución. Aunque
reprimidas, las primeras semillas de democracia en la Guardia Civil
empiezan a germinar.
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