Mike
Davis ha muerto tras una larga enfermedad, un cáncer de esófago. Era un
fallecimiento anunciado: hace unos meses, Davis hacía pública la enfermedad, y
anunciaba que había decidido desistir de continuar el tratamiento.
El colega que lo sabía todo. In Memoriam Mike Davis
Vicente Rubio-Pueyo
El Viejo Topo
13 noviembre, 2022
Pasaría sus
últimos meses en su casa, con su esposa e hijos, y haciendo lo que más le
gustaba hacer: leer y conversar. Con la característica brusquedad de quien le
gusta ir al grano, no perder el tiempo con rodeos, Davis nos preparaba a sus
lectores para la despedida, que se produjo la tarde del martes 25 de octubre. Y
algo ha ayudado ese lapso para prepararnos, aunque uno en realidad nunca pueda
prepararse del todo, ya que nunca es lo mismo saber que algo va a ocurrir que
tener que, ahora sí, integrar el hecho en la narrativa tejida por las certezas
de una experiencia. Por eso estas líneas van a tener algo de un propósito mixto
y algo caótico. Primero, sin duda, dar mínima noticia obituaria de una vida y
una muerte, y – de manera extremadamente general – de la obra que transcurre
entre ambas. Una necrológica, o una vida contemplada desde la lógica, el
sentido, finales y cerrados, impuestos por la muerte. Segundo, el simple
homenaje de un lector más, entre tantes, agradecido por unas lecturas
comprendidas desde otra vida. Y al hacer esas dos cosas espero lograr una
tercera, que no es sino animar a empezar a leerle, o seguir haciéndolo. Creo
que es lo que mejor puede ayudarnos a honrar su memoria – y a abrirla, y a
continuarla más allá de los finales impuestos – y a recordar su escritura y
sobre todo su ética materialista, militante, organizativa, estratégica. Seguir
buscando en su trabajo elementos para el nuestro, herramientas que puedan
sernos de ayuda ahora a nosotres, quienes seguimos aquí.
La imagen del
“profeta del desastre” (“Prophet of Doom”) ha acompañado frecuentemente a Mike
Davis, principalmente a raíz del que quizás es su libro más conocido, al menos
en EEUU: City of Quartz. Excavating the Future in Los Angeles (1990),
profundo análisis de las desigualdades urbanas de la ciudad y publicado dos
años antes de que esas desigualdades estallaran en la “batalla de Los Ángeles”
a causa de la brutal paliza de cinco agentes de policía a Rodney King. Sin
duda, algo que caracteriza toda la obra de Davis es su admirable, y a momentos
inquietante, capacidad para localizar tendencias, patrones, conectar factores,
trayectorias y desarrollos sociales, políticos, económicos, ecológicos. No se
trata, en ningún modo, de considerar a Davis como una suerte de adivino, en esa
forma de reverencia a la autoridad académica o científica que posee una verdad
inaccesible a los mortales. Precisamente toda la vida y obra de Mike Davis
dibujan en realidad toda una contrafigura a esa concepción del conocimiento y
de la práctica intelectual.
Como se ha
escrito, y se escribirá sin duda mucho más, sobre ese aspecto “profético” de
Davis, quisiera hoy fijarme en otro aspecto que conecta su vida y su obra. Algo
que podríamos describir como el carácter que toda obra intelectual tiene de
“integración retrospectiva”, a veces directa, otras sutil y difusa, de la
propia vida del autor. Cualquier lector de Davis sabrá de la enorme
variedad temática de su obra, esa suerte de enciclopedia caótica que abarcaba
urbanismo, tanto “mágico” como hipercapitalista o futurístico; la sociología
(cuantitativa y cualitativa); la historia del colonialismo y los “holocaustos
de época victoriana tardía”; la globalización planetaria de las villas miseria;
las geografías de los movimientos migratorios, y de los movimientos de
migrantes; unos cuantos “deep cuts” en la obra de Marx (Old Gods, New
Enigmas: Marx’s Lost Theory); las ecologías del miedo, los “desastres
naturales” (y lo poco “naturales” que son) y de las pandemias (no sólo la
última, sino desde las más antiguas oleadas de las gripes porcinas y aviares);
la historia del coche bomba; innumerables temas de historia de los EEUU y del
movimiento obrero, y muchas otras cosas Un reflejo evidente de esa variedad era
la dificultad que se tenía habitualmente en ubicar a Mike Davis como figura
académica. No era, en realidad, ni un urbanista, ni un sociólogo, ni
politólogo, ni economista, ni geógrafo, ni muchas otras cosas. Oficialmente,
Mike Davis era profesor de escritura creativa en la University of California at
Riverside.
Por no ser, no
era ni siquiera doctor. Nunca terminó ningún doctorado. Su educación formal
quedó interrumpida o suspendida repetidamente en diferentes momentos de su
vida. Antes de ser un famoso ensayista, Mike Davis trabajó cortando carne en un
matadero, conduciendo camiones de reparto, o como guía de Los Ángeles a bordo
de un autobús turístico. Son meros detalles biográficos, como se suele decir.
Pero cuesta no ver cómo esas experiencias y saberes prácticos, sobre el
terreno, pudieron ayudarle a comprender la interacción entre animales y humanos
y el impacto ecológico de la industria alimentaria; la importancia de
cuestiones aparentemente liminares o accesorias como la logística, el
transporte, la distribución en los procesos de producción; o la profunda
familiaridad con un paisaje urbano desde la mirada del guía turístico.
Y por supuesto,
la militancia política (Students for a Democratic Society) y sobre todo
sindical, a lo largo de muchos años, pasada la efervescencia de los sesenta. En
alguna entrevista, Davis explica que a menudo mucha gente concibe la lucha política
en tonos épicos, imaginando inspiradores y carismáticos discursos y que, por el
contrario, su experiencia sindical le enseñó que las luchas en el contexto
laboral tienen mucho más que ver con la tarea de un paciente campesino,
dedicado a la siembra invisible, al cuidado atento de raíces, tallos y hojas y,
tal vez, en algún momento -pero es difícil, cuesta mucho y nunca se sabe- la
recogida de algunos frutos. La de Davis es una trayectoria larga y constante,
en una proximidad directa, práctica, concreta, con las luchas y conflictos
políticos y laborales. Experiencias que sin duda informan, en el sentido más
preciso y profundo de la palabra, la relación, la comprensión y el uso que uno
hace después de “la teoría”.
Davis entraría
a la profesión académica relativamente tarde, de la mano de Michael Sprinker,
otra figura legendaria e interesantísima de la izquierda estadounidense. Fue
Sprinker, profesor en SUNY Stony Brook, quien le consiguió un precario puesto
docente –y un contrato editorial con Verso- mientras Davis terminaba el que
sería su primer libro: Prisoners of the American Dream. Politics
and Economy in the History of the US Working Class (ese talento, ese
oído brutal que tenía Davis para los títulos). Davis tenía 40 años cuando
salió. Es un monumental ensayo sobre la historia del movimiento obrero
estadounidense, y un agudo análisis de la coyuntura histórica, la encrucijada
específica, que la izquierda estadounidense enfrentaba en aquel momento, el del
absoluto apogeo de la era Reagan.
Después llegarían,
sus dos grandes libros sobre Los Ángeles, el ya citado City of Quartz y
Ecology of Fear. Los Angeles y The Imagination of Disaster (1998)
que le lanzarían a la fama como ensayista sobre la vida urbana, aunque en
realidad, como sabemos, Davis era mucho más, o mucho menos, que eso. Su obra,
en su amplitud de temas, le hacía académicamente inclasificable en los términos
del mapa de departamentos académicos habituales. Pero su obra, en su propia
textura, su forma de hilar conocimientos de cualquier tipo, lecturas,
observaciones cotidianas, experiencias propias, su mezcla de rigor y narración,
y humor, muchísimo humor, me ha hecho siempre pensar en la figura del
autodidacta, en un sentido muy noble y profundo. Una ética de la curiosidad que
hace que uno, por más años que pasen elija situarse, se siga situando siempre –
y especialmente si se dedica a la educación – en la posición subjetiva del
estudiante, del aprendiz. En sus últimos meses, Davis leía 500 páginas diarias.
Como leía en twitter estos días, entre los infinitos testimonios de compañeres,
amigues y simples lectores de Davis como yo, algo que caracterizaba la figura
de Davis, su calidez como figura pública, era que, a pesar de sus conocimientos
enciclopédicos, de su enorme obra, Davis aparecía siempre no como ese ser
extraordinario, un genio o sabio inaccesible sino como un héroe común, que
había alcanzado ese supuesto lugar no a través de un don divino y
extraordinario (esas palabras mágicas que escamotean siempre el trabajo que las
sostiene) sino a través de la profundización esforzada, concentrada,
disciplinada en las cualidades que todos en realidad tenemos. La intelectual y
activista y amiga de Davis Keeanga Yamahtta Taylor solía referirse a él con una
expresión que me gusta mucho: si muchos periodistas reproducían esa imagen del
profeta, del huraño sabio Davis como “The Man Who Knows Everything”, ella decía
que Davis era “The Dude Who Knows Everything” (“el amigo/el colega que lo sabe
todo”).
Su obra pareció
dar un cierto giro en los primeros 2000. En cierto modo, era como si Davis
quisiera explorar problemas similares (urbanismo, clima, ecología, entre otros
muchos) pero abriéndolos más allá de Los Angeles (o de otras ciudades
estadounidenses) a otras coordenadas, espaciales y temporales, mucho mayores.
Es el caso de un libro como Late Victorian Holocausts. El Niño Famines
and the Making of the Third World (2001) en donde la historia del
colonialismo europeo se enhebra con la historia climática de hambrunas, sequías
y de tantos otros desastres tan poco naturales. O de Planet of Slums (2004,
2006), sobre el crecimiento de las grandes megalópolis a partir de la
despoblación del mundo rural y de la proliferación de villas miseria, favelas y
enormes y precarias aglomeraciones urbanas.
Habrá, tendrá
que haber otros momentos para comentar en profundidad toda la obra de Mike
Davis. Pero por el camino, entre estos y otros muchos libros, el otro género de
Davis era el del ensayo de intervención política. Para quienes estén buscando
un lugar por donde empezar a leerle, pueden probar por ojear sus colaboraciones
con muchas revistas, periódicos y medios. La New Left Review, Los Angeles Review of Books, The
Nation o Jacobin son solo algunos de ellos. Y
también es muy recomendable consultar sus entrevistas. Como la persona “down to
earth”, amable y sencilla que parecía ser, el formato de la entrevista ayuda
mucho a conocerle. Hay innumerables entrevistas en prensa, en televisión y en
muchos medios, pero recomiendo particularmente sus conversaciones –bastante
recientes, ya en tiempos de COVID- con el podcast The
Dig, conducido por Daniel Denvir (y recomiendo de paso seguir y
apoyar este podcast, uno de los mejores que conozco).
Davis era una
de esas figuras, de las que nos van quedando menos, que uno esperaba leer,
saber qué pensaba, en momentos determinados. Como buen materialista y marxista,
su pensamiento no operaba en el vacío de un laboratorio, o en el silencio
rodeado de pasado de una biblioteca, sino en continuo diálogo con el ruido del
presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus
proyecciones y posibilidades. Por eso, como decía, tal vez el mejor homenaje
que podamos hacer sea continuar escuchando su voz ahora, en el presente, aunque
se haya detenido. Seguir aprendiendo de su trabajo, el escrito y el vivido.
Fuente: Sin permiso.
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