Tal día como hoy de 1818 nacía en Tréveris Karl Marx. Su aportación a una concepción materialista de la historia ha sido reconocida como fundamental. El conjunto de su obra es un claro ejemplo de lo que Pierre Vilar llamó “pensar históricamente”.
Marx historiador
José Luis Martín Ramos
El Viejo Topo
5 mayo, 2021
Marx no escribió
ningún libro de historia al uso y las instituciones académicas, tan formalistas
ellas, difícilmente lo considerarían un historiador y, no obstante, su
aportación a la historia es fundamental. Marx marca un antes y un después en
las ciencias sociales en general y en la historiografía en particular. De
entrada, porque como dijo Hobsbawm: “todo lo que Marx escribió está impregnado
de historia”[1];
él es un ejemplo indiscutible de lo que Pierre Vilar llamó “pensar
históricamente”. Segundo porque su obra es referente imprescindible del oficio
de historiar; en el mismo escrito citado, Hobsbawm relataba una anécdota nada
banal: recordaba como entre los jóvenes comunistas decían que los filósofos
comunistas eran wittgenstenianos, los economistas comunistas keynesianos… pero
que los comunistas historiadores eran marxistas, porque no conocían ningún
referente que pudiera “competir con Marx como maestro y como inspiración y no porque
no conocieran ningún gran historiador –Hobsbawm citaba a Marc Bloch– sino
porque ninguno de ellos podía igualarse con él como referente historiográfico.
Tercero, y nada despreciable, porque sí había en su obra escritos de historia
en forma de textos independientes o de parte de una obra que, aparentemente, no
era de manera directa un escrito de historia.
Su forma de
“pensar históricamente” se presenta implícitamente por su interés permanente
por el desarrollo histórico, por su aproximación en clave histórica a la
sociedad. Se refleja en su aforismo del Manifiesto Comunista sobre la historia
como historia de la lucha de clases, que constituye toda una guía de análisis e
interpretación de la marcha de la sociedad humana a lo largo del tiempo. Porque
esa naturaleza histórica de su pensamiento es insoslayable en su análisis del
capitalismo, al que considera no como un sistema “natural” sino como un hecho
histórico, proceso, producto y productor de historia; en sus conceptos
fundamentales, empezando por el de la teoría del valor que no es para él una
norma universal, atemporal, sino un producto social histórico que distingue,
precisamente, al capitalismo de otras formaciones sociales. Su distinción entre
el establecimiento esporádico de formas de producción capitalista en los siglos
XIV y XV en los países del Mediterráneo y el de la era capitalista a partir del
siglo XVI es una distinción histórica, de reconocimiento de un proceso
histórico, ni predeterminado ni deducido de lógica; el proceso histórico de la acumulación
originaria del capital que no es, por consiguiente, más que el proceso
histórico de escisión entre productor y medios de producción”[2].
Y Marx lo argumenta con una lección de historia sobre como la población rural
era despojada de su tierra y también como, entre otros procesos concretos, la
disolución de las mesnadas feudales que llenaban casas y castillos arrojó al
mercado de trabajo “una masa de proletarios libres como el aire”, de la misma
manera que lo hizo la expropiación de los bienes eclesiásticos y la supresión
de los monasterios en el siglo XVI. Fontana señaló ese capítulo XXIV de El
Capital como “posiblemente la mejor muestra que tenemos del Marx historiador”[3];
si no la mejor – hay otras muestras que podrían competir– si una de las más
evidentes, porque forma parte del texto de su obra capital.
Un texto que
pone en evidencia la preparación historiográfica de Marx. No se acostumbran a
citar sus lecturas de historia y sus materiales de trabajo, tanto como se hace
de las de filosofía o economía política, pero aquellas fueron importantes en
cantidad, calidad y trascendencia para su propia obra, y constantes desde sus
primeros estudios hasta el final de su vida. Un reciente artículo de Michael R.
Krütke ha hecho una relación detallada de esos estudios que culminan en las
lecturas de las obras de Schlossen, sobre la historia del pueblo alemán, y de
Botta, sobre los pueblos de Italia, con los cuatro volúmenes de notas y
extractos entre 1881 y 1882[4].
Esa relación muestra la extraordinaria amplitud geográfica y cronológica de
estudios, desde Asia hasta Europa, desde la antigüedad griega y el Imperio
Romano, hasta la historia colonial, la económica, la agraria, la de los
conflictos europeos. Para el caso de España Krütke cita la lectura de la obra
de Francisco de Cárdenas y Espejo, Ensayo sobre la historia de la
propiedad territorial en España, publicada en 1873, lo que también es
muestra de hasta qué punto estaba Marx al día de las novedades que se publicaban
sobre los temas que le interesaban, en este caso la configuración del
feudalismo en la península ibérica; que acompañaba con lecturas de historia
agraria y de la propiedad en Alemania (Karl Dietrich Hüllmann) e Italia
(Stefano Jacini). Pero no eran solo libros de historia específicos, sino
también interés por la historia del país, por su cultura; para elaborar sus
artículos sobre en España, Marx lee a Calderón, a Lope de Vega y desde luego a
Cervantes, cuyo Quijote es citado en El Capital.
A cuenta de la
historicidad de su pensamiento, de que considere la sociedad humana no como un
hecho intemporal sino como un hecho histórico, de que su más conocido, y
trascendente, objeto de estudio, el capitalismo no lo concibe como ningún
sistema natural –y menos aún predestinado e inmutable– sino como un proceso,
producto y productor de historia, se puede estar tentado de dejar por zanjada
aquí la cuestión y olvidarse del Marx que escribe historia de manera explícita.
Sin embargo, no son prescindibles y tenerlos en consideración ayuda no poco a
evitar caer en alguna de las caricaturas más habituales de Marx y del marxismo,
desde luego en las del economicismo o del desprecio del papel del individuo o
del pueblo en aras de una interpretación “hiperclasista” que negara la
importancia de esos otros factores, y la intervención de lo imprevisible en la
relación entre individuo, sociedad, pueblo y clase en la dinámica histórica.
Marx no le hace ningún asco a reconocer la intervención autónoma y trascendente
del individuo y la presencia del pueblo, sin que eso haga de él ningún
individualista ni ningún populista. Hay constantes ejemplos de ello, citaré
algunos que los tenemos muy al alcance.
Uno de los
escritos de Marx sobre España es el que publicó el 19 de agosto en el New
York Daily Tribune, sobre Espartero, apenas tres semanas después de que
éste hubiese sido nombrado Presidente del Consejo de Ministros, inaugurando el
breve y frustrante “bienio progresista”, y solo algunos días después de que su
naturaleza política real quedara en evidencia con la represión de las
manifestaciones obreras del 14 de agosto por la milicia nacional. El artículo
empezaba así: “Una de las peculiaridades de las revoluciones consiste en que en
el momento mismo en que el pueblo parece estar a punto de dar un gran paso e
inaugurar una nueva era, sucumbe a ilusiones del pasado y pone todo el poder e
influencia tan costosamente conquistados en manos de hombres que representan, o
se supone representan, el movimiento popular de una época ya terminada. Espartero
es uno de esos hombres tradicionales que el pueblo acostumbra a cargarse a las
espaldas en los momentos de crisis sociales y que, como el perverso viejo que
hundía obstinadamente sus piernas en torno al cuello de Simbad el Marino, son
luego muy difíciles de descabalgar”[5];
en este caso un hombre al que Marx tenía bien calado sobre el que no se hacía
ninguna ilusión y del que sentenció en el mismo texto: “Los méritos militares
de Espartero son tan discutidos como indiscutible es su cortedad política”,
“Espartero es conocido como el hombre que manda bombardear ciudades –Barcelona
y Sevilla–. Si los españoles quisieran representarle como a Marte, dice un
escritor español, pintarían al dios con atributos de ‘destructor de paredes’”.
Y Marx se interroga, por qué a pesar de todo “¿puede haberse convertido de
nuevo en el Salvador de la Patria y la ‘Espada de la Revolución’ como se le
llama? Este hecho sería completamente incomprensible si no existieran de por
medio los diez años de reacción que ha sufrido España bajo la brutal dictadura
de Narváez (…) Épocas de reacción intensa y duradera son maravillosamente
adecuadas para restablecer a los hombres desprestigiados en abortos
revolucionarios (…). Ellas aumentan la capacidad imaginativa de un pueblo y el
más irresistible de sus impulsos, que consiste en oponer a las encarnaciones
individuales del despotismo encarnaciones individuales de la Revolución”.
En otro texto,
sobre el que Clara Ramas ha citado la atención[6],
en una carta de Marx a Kugelmann sobre la Comuna de París, del 17 de abril de
1871: “Desde luego, sería muy cómodo hacer la historia universal si la lucha se
pudiese emprender solo en condiciones infaliblemente favorables. De otra parte,
la historia tendría un carácter muy místico si las «casualidades» no
desempeñasen ningún papel. Como es natural, las casualidades forman parte del
curso general del desarrollo y son compensadas por otras casualidades. Pero la
aceleración o la lentitud del desarrollo dependen en grado considerable de
estas «casualidades», entre las que figura el carácter de los hombres que
encabezan el movimiento al iniciarse éste. La «casualidad» desfavorable
decisiva no debe ser buscada esta vez, de ningún modo, en las condiciones
generales de la sociedad francesa, sino en la presencia en Francia de los
prusianos, que se hallaban a las puertas de París. Esto lo sabían muy bien los
parisienses. Pero lo sabían también los canallas burgueses de Versalles. Por
eso plantearon ante los parisienses la alternativa: aceptar el reto o
entregarse sin lucha. La desmoralización de la clase obrera en este último caso
habría sido una desgracia mucho mayor que el perecimiento de cualquier número
de «líderes»”. La conocida invocación de Gramsci de la revolución contra El
Capital nunca habría de entenderse contra Marx y su obra, sino contra
el reduccionismo de tantos, partidarios y contrarios, que esos textos y en
general sus escritos de historia desmienten de manera absoluta; en ellos la
revolución y la contrarrevolución, los sistemas sociales y los episodios
históricos, las estructuras y los acontecimientos, no son hechos predestinados
sino de libre albedrío. No hay “ciencia exacta” que valga en la decisión
política.
Desde luego,
ese no es un descubrimiento de ahora, aunque la permanente batalla de las ideas
con que el capitalismo defiende la supuesta razón de su continuidad –la supuesta
razón de su superioridad, a fin de cuentas– obliga a rehacerlo una y otra vez,
como se rehace el discurso del liberalismo y de la jefatura de las elites. Para
encerrarlo en su lógica de mercado, el pensamiento capitalista insiste en
reducir a Marx en un economicista más, en un productivista, que formula una
grosera teoría entre infraestructura –que es la que tiene la iniciativa y la
hegemonía en esa relación sin fin– y supraestructura. Algo a lo que
lamentablemente se ha cedido también de manera repetida en la historia de los
movimientos políticos que se han proclamado “marxistas”: en la socialdemocracia
de la primera mitad del siglo XX con su doctrina evolucionista que culminó
intelectualmente en Hilferding; en el diamat/hismat no inventado por el estalinismo,
pero convertido por él en doctrina de estado y de partido. En fin, habrá que
seguir manteniendo esa batalla con todas nuestras armas, también la del
recuerdo de la tradición propia, no por invocación de autoridad sino por la de
la experiencia. Sigamos recordando a Gramsci más allá de la moda, a pesar de la
moda: “La pretensión (presentada como postulado esencial del materialismo
histórico) de presentar y exponer toda fluctuación de la política y la
ideología como una expresión inmediata de la estructura, debe ser combatida
teóricamente como un infantilismo primitivo, o prácticamente debe ser combatida
con el testimonio auténtico de Marx, escritor de obras políticas e históricas
concretas”[7].
Cospito concreta y remacha, apoyándose en Gruppi, “desde el Dieciocho
Brumario a los escritos sobre La cuestión oriental,
desde Revolución y contrarrevolución en Alemania a La
guerra civil en Francia, donde se encuentran como ya ha sido escrito, “las
páginas menos didácticas de Marx, dirigidas a considerar, más que la ‘anatomía
de la sociedad’, toda su compleja corporeidad”[8].
Las mismas
recomendaciones de lecturas que han venido haciendo Pierre Vilar, Hobsbawm,
Fontana…de textos que hoy calificaríamos de “historia del presente”. Por no
repetir los clásicos recordaré algunas observaciones más que pertinentes de
Clara Ramas en la tesis citada: en Las luchas de clases en Francia,
“se analizan detalladamente los intereses, estrategias y relación con las
diversas instituciones de distintas facciones sociales, definidas no solo por
su lugar en el proceso técnico-económico de producción, sino también por sus
percepciones, formas de subjetivación o relaciones intersubjetivas”; en El
18 Brumario de Luis Bonaparte, hay un análisis jurídico de un problema de
derecho constitucional – nada que ver con místicas relaciones de estructuras
infra y supra– el de la tensión en la constitución de 1848 entre legalidad y
voluntad, entre poder civil constituyente y constituido, el conflicto de
soberanías. Puede añadirse a esas observaciones el recordatorio, una vez más,
de los escritos de Marx sobre España, entre los que el largo artículo de 1856
dedica una buena extensión a las Cortes de Cádiz y la Constitución de Cádiz,
analizadas en clave histórica, sin que tropecemos con la fraseología “marxista”
de la determinación de la superestructura por la infraestructura. Marx escribe:
“La verdad es que la Constitución de 1812 es una reproducción de los antiguos
fueros, pero leídos a la luz de la Revolución Francesa y adaptados a las
necesidades de la sociedad moderna (…) Al concluir este análisis de la
Constitución de 1812 llegamos pues a la conclusión de que, lejos de ser una
copia servil de la constitución francesa de 1791, fue un producto genuino y
original, surgido de la vida intelectual española, regenerador de las antiguas
tradiciones populares, introductor de las medidas reformistas enérgicamente
pedidas por los más celebres autores y estadistas del siglo XVIII y cargado de
inevitables concesiones a los prejuicios populares”[9].
El recuerdo de los fueros recuerda el derecho de rebelión y que éste no es
ninguna invención jacobina y las tradiciones y los prejuicios populares al
rechazo del autoritarismo monárquico o la prevalencia del reconocimiento
institucional de la religión católica.
Un análisis de
continuidad, cambio y compromiso que no responde a fijas mecánicas entre
estructuras, pero que tampoco se mueve en una historia institucionalista ni en
una historia inmanente de las ideas, sino que combina – totaliza– clases e
intereses de clases, ideas e instituciones, para concluir la singularidad de
las Cortes y la Constitución del Doce. Un ejemplo, y podrían escogerse unos
cuantos más: “Los liberales se vieron obligados a entrar en compromisos con el
partido eclesiástico, como hemos visto ya en algunos artículos de la
Constitución de 1812. Al discutirse la libertad de prensa, los clérigos la
denunciaron como ‘contraria a la religión’. Tras tempestuosísimos debates y
luego de haber declarado que todas las personas tienen libertad de publicar sus
ideas sin necesidad de autorización especial, la Cortes admitieron únicamente
una enmienda que al insertar la palabra políticas, reducía esa
libertad a la mitad de su extensión y sometió todos los escritos sobre asuntos
religiosos a la censura de las autoridades eclesiásticas, de acuerdo con los
decretos del Concilio de Trento”[10].
Y es conveniente destacar la finura del análisis de Marx, y su alma social,
cuando devela que se escondía detrás de la adjetivación política de la libertad
de prensa.
Marx no
pretendió hacer filosofía de la historia, ni elaborar una teoría científica de
la historia, sino algo más modesto y al propio tiempo más importante:
desarrollar una concepción materialista de la historia por oposición a la
concepción espiritualista; en la que el adjetivo se refiere a la sociedad, a
todo el cuerpo y no solo la anatomía. Muerto Marx, Franz Mehring –autor de una
biografía de Marx publicada en 1918 que todavía merece leerse (la publicó en
castellano Grijalbo en su colección de Biografía Gandesa– hizo en un texto de
1893[11] un
juego de palabras en el que la paráfrasis “concepción materialista de la
historia” la convirtió en “materialismo histórico” dando pie a su conversión en
una etiqueta; tanto más cuanto que Mehring equiparó ese “materialismo
histórico” a un método. No carguemos las culpas a Mehring, el debate entre
concepción y método es complejo y no me atrevo a entrar en él aquí; lo que me
importa señalar es que la popularidad creciente del pensamiento de Marx, su
divulgación y sobre todo su entronización en doctrina oficial de algunas de las
principales corrientes revolucionarias del siglo XX tendieron a reducir un
pensamiento en construcción y abierto –sobre cuyas debilidades y limitaciones
le respondía Engels al mismo Meringh en una carta de valoración de su texto de
1893– en una biblia, y lo que era una concepción de la historia en un juego de
piezas y el método para construir con ellas diferentes arquitecturas del tiempo
de la sociedad humana, como si ello fuera posible. Para decirlo de manera más
sencilla en una frase de Engels: “El método materialista resulta contraproducente
si, en lugar de adoptarlo como un hilo conductor del estudio histórico, se
utiliza como un esquema fijo e inamovible con el que clasificar los hechos
históricos”[12].
El tantas veces
denostado Engels no podría haberlo expresado más gráficamente: el hilo
conductor. ¿Y cuál es la fibra de ese hilo conductor?, ¿con qué objetivo se ha
trenzado y hacia donde dirige el estudio? Las respuestas desde lo que, con otra
feliz imagen, esta vez conceptual, Gramsci nombró “filosofía de la praxis” son
sencillas, si uno quiere seguir en el mismo campo de Marx de su militancia y su
pensamiento. De entrada, la razón y la forma del estudio es la develación de la
existencia social del hombre, una historia social de la humanidad considerando
el término social no en un sentido restrictivo de la parcialidad “social” que
sea (social de grupo, de género, de condición material…) tratada cada una de
ellas como “especialidad”, compartimentadas entre sí, sino en la de la
totalidad en la que se integran todas las dimensiones de los seres humanos en
sociedad. El objetivo nace no del pasado que se estudia, sino del presente que
se vive: el de la emancipación de los sistemas que oprimen al ser humano, en
nuestro presente el capitalismo. La historia total entendida como nos explicó
Pierre Vilar como una historia en construcción; no como una tela acabada, una
inmóvil fijación de tramas y urdimbres, sino como la dinámica de reconstrucción
multidimensional de ese cuerpo histórico que es la sociedad humana. El objetivo
parte del reconocimiento de la función social de la historia, del estudio
histórico y de la divulgación. Una función social que puede ser legitimadora
del sistema de explotación del hombre por el hombre y que en primer lugar niega
y enmascara esa explotación. O que, de manera antagónica, parte de la evidencia
de esa explotación y es crítica y legitimadora de los movimientos y luchas por
el cambio; en nuestro horizonte histórico el cambio por la igualdad social de
todos los hombres, de manera que el producto de todos sea para la satisfacción
de cada uno según su necesidad.
No hay acción
humana sin motivo, ni sin intención y tampoco hay estudio histórico sin motivo
ni sin intención. Ese motivo solidario, esa intención emancipatoria son dos
dimensiones básicas de la historia a la manera de Marx, de la “concepción
materialista de la historia”; una tercera dimensión vendrá dada por los
estímulos, las aptitudes, capacidades y aficiones de cada historiador, al que
habrá que reconocer, en el mundo actual, a cada quien por el valor crítico,
solidario y emancipatorio de su trabajo. Un valor que se produce estudiando la
sociedad prehistórica o el mundo contemporáneo, la supervivencia a través de la
recolección o el productivismo que está desequilibrando la naturaleza del
planeta en el que vivimos; un grupo o una biografía; ….Todas las materias
primas de la historia son válidas, aunque también es cierto que algunas son más
pertinentes para el presente que otras; lo fundamental es el trabajo que se
realiza sobre ellas para transformarlas en un producto crítico, en un producto
de cambio. Y cada estudio histórico le atribuiremos el reconocimiento de su
trabajo y del valor que le ha transmitido. La historiografía marxista, o si se
prefiere marxiana, es por naturaleza una historia de compromiso y combate; su
voluntad no es especulativa, ni académica, es política, en el sentido más
amplio de definición. Ese no es un valor suficiente –el trabajo puede estar
bien o mal hecho, más allá de la intención y la voluntad– pero es un valor
imprescindible; un cabo fundamental del hilo conductor. Desde luego puede haber
otras historiografías útiles, algunas excelentes, pero la plenitud de su
función social se conseguirá integrándola en el proyecto de crítica y cambio
del que Marx fue, también como historiador, no un representante sino un
exponente fundamental.
Notas:
[1] E.
J. Hobsbawm, “Marx y la historia”, conferencia dictada en 1983 y publicada
en Cuadernos Políticos, nº 48, octubre-diciembre 1986, Editorial
Era, México.
[2] K.Marx, El
Capital, Libro Primero, capítulo XXIV.
[3] Josep
Fontana, “Para un historia de la historia marxista” en José Gómez Alen
(ed.) Historiografía, marxismo y compromiso político en España. Del
franquismo a la actualidad. Siglo XXI, Madrid, 2018.
[4] Michael R. Krütke, “Marx and World History”,
en International Review of Social History, nº 63, abril de 2018.
[5] Reproducido
en K. Marx, F. Engels, Revolución en España. Traducción, prólogo y
notas de Manuel Sacristán. Ariel, Barcelona, 1º edición 1960, 2ª, corregida,
1966.
[6] C.
Ramas, tesis doctoral, “Hacia una teoría de la apariencia. Fetichismo y
mistificación en la crítica de la economía política de Marx”. Universidad
Complutense, 2015, pág. 430. La tesis ha sido publicada con el título Fetiche
y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx por
Siglo XXI, Madrid, 2018.
[7] A.
Gramsci, Cuaderno 17, segunda nota, 24 de febrero de 1931; citado por G.
Cospito, El ritmo del pensamiento de Gramsci. Una lectura dicacrónica
de los Cuadernos de la cárcel. Ediciones Continente, Buenos Aires, 2016.
[8] G.
Cospito, op. cit., pág. 68.
[9] K.
Marx, F. Engels, op. cit. pág. 124 y 129.
[10] Ídem,
pág. 131.
[11] F. Mehring, Die Lessing-Legende. Eine
Rettung, nebst einem Anhang über den historischen Materialismus. Suttgart,
1893. Citado habitualmente como El materialismo
histórico alemán; hay versión castellana, descargable en pdf por internet,
editada por la Colección Socialismo y libertad.
[12] Citado
por J. Fontana, “Para una historia de la historia marxista”, en J. Gómez Alen
(ed.) Historiografía, marxismo y compromiso político en España. Del
franquismo a la actualidad. Siglo XXI, Madrid, 2018.
Capítulo 4 del libro Pensar con Marx hoy.