domingo, 10 de noviembre de 2019

GOOGLE, NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE



¿Por qué desconfiar del buscador más usado del mundo?
 
La Historia según Google

Rebelión
equaltimes.org
17.10.2019

“Por mucho que estemos en el mundo digital, el papel de las bibliotecas sigue siendo muy importante para no crear brechas culturales e informativas entre la población”. Como dice la popular frase del escritor Neil Gaiman: “Google puede darte 100.000 respuestas. Un bibliotecario puede darte la correcta”.
(Jesús Ochando) 
 
Responde, ¿cómo empezó la Primera Guerra Mundial? Seguramente tengas que pararte y hacer memoria o quizá pruebes a consultarlo en un libro o preguntarle a alguien o recurrir más tarde a la biblioteca. O puede que en este tiempo ya lo hayas buscado en Google. Es lo más normal.

Aceptémoslo, somos google-dependientes. Nueve de cada de cada diez preguntas que se formulan hoy en Internet son resueltas por este intocable del conocimiento. Es la página más visitada en todo el mundo, muy lejos de otros competidores como Bing, el ruso Yandex o el chino Baidu. Todo el mundo busca en Google. Alrededor de 3,7 millones de personas lo están haciendo justo ahora, mientras lees este artículo.

El buscador multicolor ha desplazado en las dos últimas décadas a las fuentes tradicionales del saber. Lo demostró en 2012 una encuesta del Pew Research Center a más de 2.000 profesores de secundaria estadounidenses. En ella reconocían que sus alumnos ya casi no recurrían a los libros ni a las bibliotecas. Su primera fuente de información sin excepción era Google.

“Internet es un recurso descomunal”, admite el profesor Antonio Malalana, “el problema viene cuando les insistes a los alumnos en que hay una realidad al margen de la pantalla del ordenador, que están las bibliotecas, los centros documentales, los archivos. Eso es lo que más nos cuesta”, asegura. Y eso que él no da clases en secundaria, sino a alumnos del grado de Historia de la Universidad CEU San Pablo.
La “google-dependencia”, advierten los maestros, empieza a ser excesiva, sobre todo porque aún no hemos desarrollado la suficiente capacidad crítica para manejarla.
“Buscar en Google es muy fácil, escribes y salen cosas. Esta es la gran ventaja, pero también es la limitación”, señala Ernest Abadal, profesor en la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la Universitat de Barcelona. Según él, todos deberíamos a estas alturas “saber buscar, seleccionar los resultados más importantes y luego valorar la fiabilidad y la autoridad de esas fuentes”. Pero, en realidad, casi nunca lo hacemos.

La mitad de quienes preguntan al buscador suelen quedarse en la primera página de resultados y menos del 9% llega a la número tres. El tiempo medio que dura una consulta no pasa de los nueve minutos. Confiamos sin fisuras en las respuestas que Google nos selecciona, nos ordena y nos acota, olvidando lo más elemental: Que este motor de búsqueda no es ningún oráculo ni mucho menos una biblioteca, sino una gran empresa a la que hemos dado el poder de filtrarnos toda la información que nos llega.

La fórmula secreta 
 Creemos movernos con libertad al buscar información en Internet pero en realidad son unas fórmulas matemáticas, los algoritmos, quienes eligen unas respuestas y no otras, quienes deciden qué web ocupa el ansiado primer lugar y qué otra queda enterrada para siempre entre millones de resultados. Ellos nos marcan el camino sin que sepamos cómo ni por qué. La fórmula es secreta.
“Realmente no conocemos qué hay detrás del algoritmo de Google, no sabemos por qué prioriza un resultado en lugar de otro. Son sistemas privados totalmente opacos, nadie sabe qué pasa por detrás”, explica Virginia Díez, directora de comunicación de Wikimedia España. Y eso es precisamente lo que despierta las dudas sobre la supuesta neutralidad de las respuestas. ¿Nos proporciona Google los mejores resultados o sólo los que más les interesan a sus anunciantes?
La compañía responde: “Vendemos publicidad, no resultados de búsqueda (…) Las relaciones comerciales de Google no afectan a los cambios en los algoritmos y los anunciantes con los que colaboramos tampoco reciben un trato especial”, informan en su web.
“Tendremos que creer en sus palabras –responde Dafne Calvo, investigadora sobre participación digital e Internet alternativa en la Universidad de Valladolid–, porque en realidad nadie les controla ni audita. Lo mejor sería que el algoritmo fuese libre, que pudiera ser fiscalizado”.
Aun así, incluso si confiamos en la palabra de Google, sus filtros igualmente nos manipulan de una forma muy sutil a la hora de buscar información. El algoritmo aprende de nuestros intereses y búsquedas anteriores y tiende a recomendarnos siempre resultados parecidos. En ese caso, puede que no recibamos las respuestas más relevantes, solo las que nos den más la razón.
Es lo que el activista Eli Pariser denominó el filtro burbuja. “Esos filtros complican la diversidad de opiniones, hace que la población se polarice en torno a esferas ideológicas concretas”, insiste Calvo.

Unido a este problema está la facilidad con la que los motores de búsqueda se han convertido en correas de transmisión de noticias falsas. Tras las elecciones que dieron la victoria a Donald Trump, Google reconoció que al menos el 0,25% de su tráfico diario estaba enlazado a información engañosa, falsa u ofensiva. Un ejemplo lo descubrió en 2016 la periodista Carole Cadwalladr, conocida por destapar la trama de Cambridge Analytica, cuando al hacer una consulta sobre el Holocausto el buscador le condujo a lugares inesperados.

Para su sorpresa, el algoritmo optó por seleccionar y recomendar entre los primeros resultados –supuestamente los más pertinentes, los más fiables, los que inevitablemente atraen casi todos los clicks– páginas claramente racistas y antisemitas en las que incluso se promovía la idea de que el Holocausto nunca existió.

Más allá de Google 
 Si no podemos fiarnos del todo del buscador más omnipotente quizá sea un buen momento para investigar otras fuentes de conocimiento. Existen alternativas privadas como el motor de búsqueda DuckDuckGo, que se compromete a no usar tus datos anteriores para filtrar las respuestas, pero también hay alternativas públicas.

En esta línea se ha creado el proyecto Time Machine, cuya misión es digitalizar todo el patrimonio cultural europeo y compartirlo en una enorme base de datos libre y gratuita. Liderado por treinta universidades e instituciones públicas, esta iniciativa se basa también en la inteligencia artificial para extraer información en bruto de documentos originales del pasado que permitan viajar virtualmente a través de la Historia de Europa.
“Lo importante es que hablamos de la democratización de la Historia, de que todos los ciudadanos tengan acceso a este patrimonio con buscadores abiertos y públicos”, cuenta Josep Lladós, director del Centro de Visión por Computador de la Universidad Autónoma de Barcelona, que también participa en esta apuesta internacional por el conocimiento público frente a los grandes monopolios privados.
Otra opción abierta y sin ánimo de lucro es la popular plataforma Wikipedia, que hoy también se ha convertido en una de las fuentes de saber más recurrentes. Es la quinta página más visitada, con casi cuarenta millones de artículos escritos por voluntarios de todo el mundo en 287 idiomas. ¿Podemos fiarnos entonces de Wikipedia?

Según Virginia Díez de Wikimedia España, la comunidad lleva años trabajando para garantizar que así sea. “Todo lo que se escribe en Wikipedia tiene que estar referenciado y ser contrastable con otra fuente externa. Hay una comunidad muy grande de wikipedistas que se dedican a revisarlo, de hecho en cada artículo se pueden ver todas las ediciones que se han hecho. El 99% de los casos está controlado. Eso no quiere decir que no haya cosas que se nos pasen, pero normalmente se identifican y se neutralizan”.

Para detectar más rápido estos errores, la plataforma ha empezado a apoyarse también en la inteligencia artificial. Aun así, tal y como ellos mismos recomiendan, lo mejor es no fiarse ciegamente de Wikipedia. Ni de ella ni de nada. La inteligencia más eficaz a la hora de contrastar la información sigue siendo la humana.

Más espíritu crítico 
 Más allá del poder de las grandes empresas tecnológicas, lo cierto –como expone Díez– es que “vivimos un momento histórico en el que tenemos más acceso al conocimiento que nunca y si nos dedicamos a investigar un poco sí que podemos contrastar las cosas de una manera mucho más sencilla que antes”.

Para eso, indica el sociólogo y especialista en neuropsicología Vicente Huici, hay que aprender a nadar a contracorriente, porque la velocidad y el exceso de información conspiran para hacernos cada vez más crédulos. “El ser humano lo fía todo a la conectividad y pone muy escasa atención. Al haber más información y menos capacidad crítica, esto aboca a una especie de bloqueo”, advierte.
Curiosamente ese bloqueo puede conducirnos al extremo totalmente opuesto: al escepticismo total, a no creer en nada por sistema y eso también es un peligro.
“El escepticismo puede llevarnos a una especie de silencio social. Gente que opte por vivir en su burbuja. Esto ya se aprecia en los altos niveles de abstención”, añade Huici.

Ante esto, la clave –según el profesor Abadal– “está en la educación”, en alimentar desde muy temprano el espíritu crítico, pero también en recordar que las fuentes tradicionales de saber siguen siendo válidas. “Por mucho que estemos en el mundo digital, el papel de las bibliotecas sigue siendo muy importante para no crear brechas culturales e informativas entre la población”. Como dice la popular frase del escritor Neil Gaiman: “Google puede darte 100.000 respuestas. Un bibliotecario puede darte la correcta”.


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SINDICALISTAS PIDEN EL VOTO TRABAJADOR PARA UNIDAS-PODEMOS


Cerca de 400 sindicalistas firman un Manifiesto de apoyo donde solicitan el voto a las candidaturas de Unidas Podemos el 10N

TERCERAINFORMACIÓN.ES / Redacción
 08/11/2019 
 
El texto recuerda, entre otras cuestiones, que “la decisión política del PSOE de no construir un Gobierno de izquierda ha significado un duro golpe para los derechos de las trabajadoras y trabajadores en el Estado”.

Imagen ilustrativa / Archivo

Cerca de 400 sindicalistas hasta el momento, pertenecientes a diferentes centrales sindicales, firman un Manifiesto donde piden el voto para “las candidaturas de Unidas Podemos el próximo 10 de noviembre”.  En el texto, entre otras valoraciones, se asegura que “la decisión política del PSOE de no construir un Gobierno de izquierda ha significado un duro golpe para los derechos de las trabajadoras y trabajadores en el Estado. El PSOE ha incumplido sus compromisos de derogación de las reformas laborales, ni siquiera la reforma del PP, causantes de la precarización y la pérdida de derechos laborales de las mayorías que, con el esfuerzo diario de su trabajo, constituyen la base de la economía española”.

Anabel Segado, abogada laboralista y candidata al Congreso en la lista por Madrid de Unidas Podemos, una de las personas encargadas de coordinar de forma más activa la gestión y canalización de los apoyos, traslada en nombre de la coalición “nuestro profundo agradecimiento por el amplio respaldo recibido, una muestra más de nuestro empeño por trasladar a todos los ámbitos la política a pie del terreno que hemos practicado en esta campaña y que seguiremos haciendo tras el 10N”

Los/as sindicalistas firmantes entienden que “la disminución de salarios y el aumento de la pobreza; la pérdida de capacidad de negociación y de alcance de los convenios colectivos, la arbitrariedad del poder empresarial en la movilidad funcional y geográfica; el abaratamiento de los despidos; la desregulación de los ERE; el ataque a la capacidad de intervención de las organizaciones de clase y de la Administración en los temas laborales, son algunos de los elementos que las políticas neoliberales han desarrollado contra la clase trabajadora”.

“Estas políticas -añaden- tienen consecuencias directas para los  jóvenes, las mujeres y nuestros mayores, que ven como sus pensiones se reducen drásticamente a la vez que se recorta y debilita el sistema público de pensiones. Y nos recetan más neoliberalismo, con la denominada ‘mochila austriaca’: despida libremente pagando en cómodos plazos”.

El Manifiesto hace mención directa a distintos colectivos que siguen sin recibir las respuestas políticas que exigen para mejorar su situación de forma efectiva: “la discriminación de las mujeres trabajadoras también se potencia con estas reformas, extendiéndose la reducción de horas de trabajo, la temporalidad, los recortes del salario y de las prestaciones presentes y futuras, ahondando así en la discriminación salarial que ya padecían”.

Tampoco se pasan por alto los graves problemas que afectan a las personas jóvenes, que soportan como “el desempleo juvenil es el más alto de toda Europa y casi de los mayores del mundo, viéndose obligados a aceptar infracondiciones laborales que los excluyen de las relaciones laborales, cuando no tienen que emigrar para, en muchos casos, encontrarse con mini contratos laborales en otros países. Nuestra juventud no puede estar abocada a un mundo laboral de constante temporalidad y precariedad, que la condena a aceptar la falta de derechos y, por tanto, la falta de proyectos de futuro”.

En materia de libertades y derechos fundamentales el Manifiesto concreta también que “el incumplimiento de modificar la denominada ‘ley mordaza’ (Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana) y el Código Penal permite y expande la criminalización de las luchas y movilizaciones de las y los trabajadores, considera ‘ilegales’ los piquetes informativos que forman parte esencial del derecho fundamental a la huelga, o las concentraciones en las puertas de los centros de trabajo. Se persigue y reduce la capacidad de presión y respuesta contra las decisiones empresariales injustas, arbitrarias y que perjudican al conjunto de la sociedad”.

Se añade que “los recortes sociales y la reducción de lo público mediante privatizaciones y externalizaciones afectan especialmente a la clase trabajadora, a la que se condena a soportar una peor educación, sanidad o servicios públicos necesarios para mantener una vida mínimamente digna”.

“Por todo ello -concluyen quienes suscriben el texto-, las personas sindicalistas firmantes de este Manifiesto consideramos que es indispensable para la recuperación de los derechos y la calidad de vida de la inmensa mayoría de nuestro país poner en marcha políticas valientes colectivas frente al miedo individual”.

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¿POR QUÉ ESTUDIAR LA REVOLUCIÓN RUSA? (2/4)


¿Por qué estudiar la Revolución Rusa?

2/4
por David North º
20 marzo 2017
World Socialist Wed Site
Wsws.org

Publicada por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI)
 
La catástrofe de la Primera Guerra Mundial


Esta es la primera de cinco conferencias. Tengo la esperanza de que en los próximos dos meses estas conferencias amplíen y validen las razones que he presentado para estudiar cuidadosamente la Revolución Rusa.

Hace cien años, el 8 de marzo de 1917, se celebraron varias reuniones y manifestaciones en Petrogrado, la capital de Rusia imperial, en conmemoración al Día Internacional de la Mujer. Como Rusia seguía utilizando el calendario juliano, que iba trece días detrás del calendario gregoriano utilizado prácticamente en el resto del mundo, la fecha de este evento en Petrogrado fue el 23 de febrero de 1917. (Para el resto de esta conferencia, al referirme a acontecimientos en Rusia, usaré la fecha del calendario entonces en uso.)

Para cuando comenzó esta ola de protestas, las principales potencias europeas — Alemania y Austria-Hungría, por un lado; Francia, Gran Bretaña y Rusia, por el otro —habían estado en guerra por dos años y siete meses.

Entre agosto de 1914 y principios de marzo de 1917, los gobiernos de todos los países en guerra, independientemente de si eran gobernados por parlamentos o monarcas, despilfarraron la vida humana con indiferencia criminal. Durante el año 1916, los campos de batalla de Europa estaban empañados en sangre. La batalla de Verdún, que se prolongó por 303 días, del 21 de febrero al 18 de diciembre de dicho año, costó aproximadamente 715.000 bajas francesas y alemanas. Esto equivale a 70.000 víctimas al mes. El número total de soldados que murieron fue de 300.000.

Simultáneamente, se libraba otra batalla espantosa en Francia en las cercanías del río Somme. El primer día de la batalla, el 1 de julio de 1916, el ejército británico sufrió más de 57.000 bajas. Cuando terminó la carnicería el 18 de noviembre de 1916, el número de soldados británicos, franceses y alemanes muertos o heridos superó el millón.

En el frente oriental, las fuerzas rusas fueron desplegadas para luchar contra las de Alemania y Austria-Hungría. En junio de 1916, el régimen zarista lanzó una ofensiva dirigida por el general Brusílov. Al concluir en septiembre, el ejército ruso había sufrido entre medio millón y un millón de bajas. Innumerables historiadores han condenado la violencia de la Revolución Rusa y la supuesta inhumanidad de los bolcheviques. Pero los moralistas de la academia excluyen el hecho de que, antes de que la revolución reclamara una sola víctima, más de un millón y medio de soldados rusos ya habían perecido en la guerra iniciada por la autocracia zarista en 1914, con el apoyo entusiasta de la burguesía rusa.

Nadie pudo haber anticipado que las protestas previstas para el 23 de febrero marcarían el comienzo de la revolución. Pero, sí fue anticipado el hecho de que la guerra lo haría. Ya en 1915, Trotsky había escrito: “Una clase obrera que ha pasado por la escuela de la guerra sentirá la necesidad de usar el lenguaje de la fuerza tan pronto que se presente el primer obstáculo serio en su propio país”. Lenin sentó la postura antibélica de los bolcheviques sobre la convicción de que las contradicciones del imperialismo como sistema mundial, el cual había desencadenado la guerra, también conducirían a la revolución socialista.

En una conferencia pronunciada en Zúrich el 22 de enero de 1917 — el doce aniversario de la masacre del Domingo Sangriento en San Petersburgo, la cual sirvió de chispa para dar inicio a la revolución de 1905 —, Lenin le aconsejó a su pequeña audiencia: “No nos debe engañar el silencio sepulcral que ahora reina en Europa. Europa lleva en sus entrañas la revolución. Los horrores espantosos de la guerra imperialista y los tormentos de la carestía hacen germinar en todas partes el espíritu revolucionario, y las clases dominantes, la burguesía, y sus mandatarios, los gobiernos, se adentran en un callejón sin salida del cual no podrán escapar en modo alguno sino a costa de las más grandes conmociones”.[7]

Y, sin embargo, como ocurre a menudo al inicio de los grandes acontecimientos históricos, los mismos manifestantes anónimos que tomaron las calles el 23 de febrero no previeron las consecuencias de sus acciones. ¿Cómo podrían haber imaginado aquella mañana del jueves, que cambiarían el curso de la historia?

La crisis social en Rusia, en tal punto avanzado de la guerra, provocó frecuentes huelgas de los trabajadores y otras formas de protesta. El 9 de enero, Petrogrado fue sacudido por una huelga de masas, en la que participaron 140.000 trabajadores de más de 100 fábricas. Otra huelga de gran proporción, con 84.000 trabajadores, tuvo lugar el 14 de febrero. Sin embargo, aún no era claro si las tensiones se acumulaban tan rápido como para que estallara una revolución total. Nikolái Sujánov, un menchevique de izquierda, quien redactó una memoria valiosísima de los acontecimientos de 1917, recordó una discusión sobre el creciente malestar de dos jóvenes mecanógrafas en su lugar de trabajo el 21 de febrero. Sujánov se sorprendió cuando una de estas jóvenes le dijo a la otra: “Sabes, si me preguntas, es el comienzo de la revolución”. ¿Qué pueden saber estas ingenuas chicas sobre la revolución?, pensó Sujánov. “Una revolución — ¡tan improbable revolución! Todos sabían que eso era sólo un sueño de otras generaciones y de largas décadas laboriosas. Sin creerles a las jóvenes, repetí, mecánicamente: ‘Sí, el comienzo de la revolución’”.[8]

Comienza la Revolución de Febrero

Resultó que estas jóvenes sin ninguna educación política tenían un mejor sentido de la realidad que el experimentado, pero escéptico menchevique. El 22 de febrero, los administradores de la enorme fábrica Putílov dejaron a 30.000 trabajadores en las calles. Al día siguiente, en una ciudad colmada de tensiones de clase, en el contexto de una horripilante guerra, comenzaron las protestas del Día de la Mujer.

Estas protestas no fueron convocadas en nombre del “99 por ciento” ruso, como lo hace en la actualidad la seudoizquierda — arraigada en las capas más afluentes de la clase media — combinando en un gran crisol social a los que viven en la pobreza total con aquellos que gozan de un patrimonio neto de millones.

Los manifestantes de febrero de 1917 en Petrogrado eran parte de y representaban los intereses de la clase obrera en la capital imperial. Sus preocupaciones políticas no trababan con su estilo de vida individual, sino con cuestiones de su clase social. Clamaban: “¡Abajo con la guerra! ¡Abajo con el alto costo de vida! ¡Abajo con el hambre! ¡Pan para los obreros!”.[9] Las mujeres marcharon a las fábricas en busca del apoyo de los trabajadores. Al final del día, más de 100.000 trabajadores estaban en huelga.

A medida en que las protestas se volvían más grandes durante los próximos días, poco a poco se hizo evidente que el futuro del régimen estaba en juego. La escalada de la violencia policial no pudo detener las manifestaciones. La clase trabajadora notó que los soldados que habían sido convocados para restaurar el orden parecían sentir cada vez más simpatía hacia las protestas y renuencia hacia las órdenes de sus comandantes. Al cuarto día, la clase obrera se había comprometido a derrocar al régimen. La violencia homicida de la policía, que desplegó ametralladoras contra los manifestantes y acribilló a centenares, se encontró con una resistencia implacable.

El resultado de la lucha ahora dependía de los regimientos estacionados en Petrogrado. Los historiadores contemporáneos han corroborado la descripción de Trotsky de las relaciones cada vez más fraternales entre trabajadores y soldados. El profesor Rex Wade escribe en su relato de la Revolución de Febrero:

Los soldados de 1917 no eran los mismos que suprimieron la revolución en 1905. La mayoría eran nuevos reclutas, sólo parcialmente acostumbrados a la disciplina militar. Muchos eran de la región de Petrogrado... Entre los días 23 y 26 de febrero hubo cientos de conversaciones entre estos soldados y las multitudes en las que éstas últimas les recordaron de sus intereses en común, de la injusticia y dificultades generalizadas (incluyendo entre las familias de los soldados) y del deseo común de poner fin a la guerra. La experiencia de haber disparado hacia las multitudes los perturbaba seriamente. En muchas unidades se estaban llevando a cabo discusiones acaloradas sobre los acontecimientos.[10]

El proceso de fraternización minó la disciplina militar. Para citar la brillante narración de Max Eastman del documental De Zar a Lenin: “Por primera vez en la historia los soldados del zar le fallaron. En lugar de usar sus rifles para restaurar el orden, complementaron los disturbios uniéndose al pueblo en las calles”.

“Espontaneidad”, marxismo y conciencia de clase

En crónicas posteriores de la Revolución, memorialistas, periodistas e historiadores han contrastado el levantamiento de masas de febrero con la insurrección bolchevique de octubre. Con demasiada frecuencia, el objetivo de esta comparación ha sido denigrar el papel de una dirección consciente, sugiriendo e incluso afirmando que la presencia de un liderazgo políticamente consciente desvirtúa la pureza moral de la acción revolucionaria. La presencia de líderes es asociada con una conspiración política que interrumpe el flujo normal y legítimo de los eventos.

El uso de la palabra “espontáneo” tiene por objeto describir una ausencia total de conciencia política en las masas, actuando con el mínimo instinto democrático. Por razones históricas, esta concepción de “espontaneidad” inconsciente falsifica, mistifica y desfigura la revolución de febrero de 1917. Es cierto que la clase obrera rusa y los soldados, muchos de origen campesino, no previeron claramente las consecuencias de sus acciones, ni basaron sus acciones en una estrategia revolucionaria elaborada.

Pero las masas obreras sí contaron con un nivel suficiente de conciencia social y política, el cual se fue formando a través de varias décadas de experiencia directa y acumulada, lo que les permitió valorar los acontecimientos de febrero, formular conclusiones y tomar decisiones.

Su pensamiento estuvo fuertemente influenciado por una cultura que se desarrolló bajo una terrible opresión, inmersa en tragedias sociales y personales, pero que también contó con numerosos actos inspiradores de sacrificio heroico.

En 1920, escribiendo sobre los orígenes del bolchevismo, Lenin rindió homenaje a la prolongada lucha por desarrollar una cultura política socialista y un movimiento con raíces profundas en la clase obrera y capaz de influir a la amplia masa de la población oprimida.

En el transcurso de casi medio siglo, aproximadamente de 1840 a 1890, el pensamiento avanzado en Rusia, bajo el yugo del despotismo del zarismo inauditamente salvaje y reaccionario, buscó ávidamente una teoría revolucionaria justa, siguiendo con celo y atención admirables cada “última palabra” de Europa y América en este terreno. Rusia hizo suya a través de largos sufrimientos la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios sin precedente, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsqueda abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación y de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba, como ningún otro país, con abundantes relaciones internacionales y un excelente conocimiento de todas las formas y teorías universales del movimiento revolucionario.[11]

Durante los 35 años que precedieron a la Revolución de Febrero, el movimiento de la clase trabajadora en Rusia se desarrolló en estrecha y continua interacción con las organizaciones socialistas. Estas organizaciones, con sus folletos, periódicos, conferencias, escuelas, actividades legales e ilegales, desempeñaron un papel monumental en la vida social, cultural e intelectual de la clase obrera.

Desde los primeros años de la década de 1880 al levantamiento de 1905 y hasta la Revolución de Febrero, la vida y experiencia de la clase obrera rusa estuvo permeada de una presencia socialista y marxista. El trabajo político pionero de Plejánov, Axelrod y

Potrésov no fue en vano. Fueron precisamente las décadas de extraordinaria interacción entre la experiencia social de la clase obrera y la teoría marxista, actualizada mediante los persistentes esfuerzos del cuadro del movimiento revolucionario, lo que le dio forma y alimentó el alto nivel intelectual y político de conciencia supuestamente “espontánea” de las masas en febrero de 1917.

Las investigaciones históricas serias han logrado comprobar que los trabajadores con una conciencia de clase más avanzada tuvieron un rol directo y crítico en organizar y dirigir el movimiento de febrero, conduciéndolo a derrocar a la autocracia. La respuesta que Trotsky dio a la pregunta “¿Quién dirigió la revolución de febrero?” es completamente correcta: “Trabajadores conscientes y temperados, educados en su mayor parte por el partido de Lenin”. [12] Pero, Trotsky añadió, “Este liderazgo demostró ser suficiente para garantizar la victoria de la insurrección, pero no fue suficiente para pasar inmediatamente el liderazgo de la revolución a manos de la vanguardia proletaria”.[13]

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