domingo, 10 de noviembre de 2019

¿POR QUÉ ESTUDIAR LA REVOLUCIÓN RUSA? (2/4)


¿Por qué estudiar la Revolución Rusa?

2/4
por David North º
20 marzo 2017
World Socialist Wed Site
Wsws.org

Publicada por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI)
 
La catástrofe de la Primera Guerra Mundial


Esta es la primera de cinco conferencias. Tengo la esperanza de que en los próximos dos meses estas conferencias amplíen y validen las razones que he presentado para estudiar cuidadosamente la Revolución Rusa.

Hace cien años, el 8 de marzo de 1917, se celebraron varias reuniones y manifestaciones en Petrogrado, la capital de Rusia imperial, en conmemoración al Día Internacional de la Mujer. Como Rusia seguía utilizando el calendario juliano, que iba trece días detrás del calendario gregoriano utilizado prácticamente en el resto del mundo, la fecha de este evento en Petrogrado fue el 23 de febrero de 1917. (Para el resto de esta conferencia, al referirme a acontecimientos en Rusia, usaré la fecha del calendario entonces en uso.)

Para cuando comenzó esta ola de protestas, las principales potencias europeas — Alemania y Austria-Hungría, por un lado; Francia, Gran Bretaña y Rusia, por el otro —habían estado en guerra por dos años y siete meses.

Entre agosto de 1914 y principios de marzo de 1917, los gobiernos de todos los países en guerra, independientemente de si eran gobernados por parlamentos o monarcas, despilfarraron la vida humana con indiferencia criminal. Durante el año 1916, los campos de batalla de Europa estaban empañados en sangre. La batalla de Verdún, que se prolongó por 303 días, del 21 de febrero al 18 de diciembre de dicho año, costó aproximadamente 715.000 bajas francesas y alemanas. Esto equivale a 70.000 víctimas al mes. El número total de soldados que murieron fue de 300.000.

Simultáneamente, se libraba otra batalla espantosa en Francia en las cercanías del río Somme. El primer día de la batalla, el 1 de julio de 1916, el ejército británico sufrió más de 57.000 bajas. Cuando terminó la carnicería el 18 de noviembre de 1916, el número de soldados británicos, franceses y alemanes muertos o heridos superó el millón.

En el frente oriental, las fuerzas rusas fueron desplegadas para luchar contra las de Alemania y Austria-Hungría. En junio de 1916, el régimen zarista lanzó una ofensiva dirigida por el general Brusílov. Al concluir en septiembre, el ejército ruso había sufrido entre medio millón y un millón de bajas. Innumerables historiadores han condenado la violencia de la Revolución Rusa y la supuesta inhumanidad de los bolcheviques. Pero los moralistas de la academia excluyen el hecho de que, antes de que la revolución reclamara una sola víctima, más de un millón y medio de soldados rusos ya habían perecido en la guerra iniciada por la autocracia zarista en 1914, con el apoyo entusiasta de la burguesía rusa.

Nadie pudo haber anticipado que las protestas previstas para el 23 de febrero marcarían el comienzo de la revolución. Pero, sí fue anticipado el hecho de que la guerra lo haría. Ya en 1915, Trotsky había escrito: “Una clase obrera que ha pasado por la escuela de la guerra sentirá la necesidad de usar el lenguaje de la fuerza tan pronto que se presente el primer obstáculo serio en su propio país”. Lenin sentó la postura antibélica de los bolcheviques sobre la convicción de que las contradicciones del imperialismo como sistema mundial, el cual había desencadenado la guerra, también conducirían a la revolución socialista.

En una conferencia pronunciada en Zúrich el 22 de enero de 1917 — el doce aniversario de la masacre del Domingo Sangriento en San Petersburgo, la cual sirvió de chispa para dar inicio a la revolución de 1905 —, Lenin le aconsejó a su pequeña audiencia: “No nos debe engañar el silencio sepulcral que ahora reina en Europa. Europa lleva en sus entrañas la revolución. Los horrores espantosos de la guerra imperialista y los tormentos de la carestía hacen germinar en todas partes el espíritu revolucionario, y las clases dominantes, la burguesía, y sus mandatarios, los gobiernos, se adentran en un callejón sin salida del cual no podrán escapar en modo alguno sino a costa de las más grandes conmociones”.[7]

Y, sin embargo, como ocurre a menudo al inicio de los grandes acontecimientos históricos, los mismos manifestantes anónimos que tomaron las calles el 23 de febrero no previeron las consecuencias de sus acciones. ¿Cómo podrían haber imaginado aquella mañana del jueves, que cambiarían el curso de la historia?

La crisis social en Rusia, en tal punto avanzado de la guerra, provocó frecuentes huelgas de los trabajadores y otras formas de protesta. El 9 de enero, Petrogrado fue sacudido por una huelga de masas, en la que participaron 140.000 trabajadores de más de 100 fábricas. Otra huelga de gran proporción, con 84.000 trabajadores, tuvo lugar el 14 de febrero. Sin embargo, aún no era claro si las tensiones se acumulaban tan rápido como para que estallara una revolución total. Nikolái Sujánov, un menchevique de izquierda, quien redactó una memoria valiosísima de los acontecimientos de 1917, recordó una discusión sobre el creciente malestar de dos jóvenes mecanógrafas en su lugar de trabajo el 21 de febrero. Sujánov se sorprendió cuando una de estas jóvenes le dijo a la otra: “Sabes, si me preguntas, es el comienzo de la revolución”. ¿Qué pueden saber estas ingenuas chicas sobre la revolución?, pensó Sujánov. “Una revolución — ¡tan improbable revolución! Todos sabían que eso era sólo un sueño de otras generaciones y de largas décadas laboriosas. Sin creerles a las jóvenes, repetí, mecánicamente: ‘Sí, el comienzo de la revolución’”.[8]

Comienza la Revolución de Febrero

Resultó que estas jóvenes sin ninguna educación política tenían un mejor sentido de la realidad que el experimentado, pero escéptico menchevique. El 22 de febrero, los administradores de la enorme fábrica Putílov dejaron a 30.000 trabajadores en las calles. Al día siguiente, en una ciudad colmada de tensiones de clase, en el contexto de una horripilante guerra, comenzaron las protestas del Día de la Mujer.

Estas protestas no fueron convocadas en nombre del “99 por ciento” ruso, como lo hace en la actualidad la seudoizquierda — arraigada en las capas más afluentes de la clase media — combinando en un gran crisol social a los que viven en la pobreza total con aquellos que gozan de un patrimonio neto de millones.

Los manifestantes de febrero de 1917 en Petrogrado eran parte de y representaban los intereses de la clase obrera en la capital imperial. Sus preocupaciones políticas no trababan con su estilo de vida individual, sino con cuestiones de su clase social. Clamaban: “¡Abajo con la guerra! ¡Abajo con el alto costo de vida! ¡Abajo con el hambre! ¡Pan para los obreros!”.[9] Las mujeres marcharon a las fábricas en busca del apoyo de los trabajadores. Al final del día, más de 100.000 trabajadores estaban en huelga.

A medida en que las protestas se volvían más grandes durante los próximos días, poco a poco se hizo evidente que el futuro del régimen estaba en juego. La escalada de la violencia policial no pudo detener las manifestaciones. La clase trabajadora notó que los soldados que habían sido convocados para restaurar el orden parecían sentir cada vez más simpatía hacia las protestas y renuencia hacia las órdenes de sus comandantes. Al cuarto día, la clase obrera se había comprometido a derrocar al régimen. La violencia homicida de la policía, que desplegó ametralladoras contra los manifestantes y acribilló a centenares, se encontró con una resistencia implacable.

El resultado de la lucha ahora dependía de los regimientos estacionados en Petrogrado. Los historiadores contemporáneos han corroborado la descripción de Trotsky de las relaciones cada vez más fraternales entre trabajadores y soldados. El profesor Rex Wade escribe en su relato de la Revolución de Febrero:

Los soldados de 1917 no eran los mismos que suprimieron la revolución en 1905. La mayoría eran nuevos reclutas, sólo parcialmente acostumbrados a la disciplina militar. Muchos eran de la región de Petrogrado... Entre los días 23 y 26 de febrero hubo cientos de conversaciones entre estos soldados y las multitudes en las que éstas últimas les recordaron de sus intereses en común, de la injusticia y dificultades generalizadas (incluyendo entre las familias de los soldados) y del deseo común de poner fin a la guerra. La experiencia de haber disparado hacia las multitudes los perturbaba seriamente. En muchas unidades se estaban llevando a cabo discusiones acaloradas sobre los acontecimientos.[10]

El proceso de fraternización minó la disciplina militar. Para citar la brillante narración de Max Eastman del documental De Zar a Lenin: “Por primera vez en la historia los soldados del zar le fallaron. En lugar de usar sus rifles para restaurar el orden, complementaron los disturbios uniéndose al pueblo en las calles”.

“Espontaneidad”, marxismo y conciencia de clase

En crónicas posteriores de la Revolución, memorialistas, periodistas e historiadores han contrastado el levantamiento de masas de febrero con la insurrección bolchevique de octubre. Con demasiada frecuencia, el objetivo de esta comparación ha sido denigrar el papel de una dirección consciente, sugiriendo e incluso afirmando que la presencia de un liderazgo políticamente consciente desvirtúa la pureza moral de la acción revolucionaria. La presencia de líderes es asociada con una conspiración política que interrumpe el flujo normal y legítimo de los eventos.

El uso de la palabra “espontáneo” tiene por objeto describir una ausencia total de conciencia política en las masas, actuando con el mínimo instinto democrático. Por razones históricas, esta concepción de “espontaneidad” inconsciente falsifica, mistifica y desfigura la revolución de febrero de 1917. Es cierto que la clase obrera rusa y los soldados, muchos de origen campesino, no previeron claramente las consecuencias de sus acciones, ni basaron sus acciones en una estrategia revolucionaria elaborada.

Pero las masas obreras sí contaron con un nivel suficiente de conciencia social y política, el cual se fue formando a través de varias décadas de experiencia directa y acumulada, lo que les permitió valorar los acontecimientos de febrero, formular conclusiones y tomar decisiones.

Su pensamiento estuvo fuertemente influenciado por una cultura que se desarrolló bajo una terrible opresión, inmersa en tragedias sociales y personales, pero que también contó con numerosos actos inspiradores de sacrificio heroico.

En 1920, escribiendo sobre los orígenes del bolchevismo, Lenin rindió homenaje a la prolongada lucha por desarrollar una cultura política socialista y un movimiento con raíces profundas en la clase obrera y capaz de influir a la amplia masa de la población oprimida.

En el transcurso de casi medio siglo, aproximadamente de 1840 a 1890, el pensamiento avanzado en Rusia, bajo el yugo del despotismo del zarismo inauditamente salvaje y reaccionario, buscó ávidamente una teoría revolucionaria justa, siguiendo con celo y atención admirables cada “última palabra” de Europa y América en este terreno. Rusia hizo suya a través de largos sufrimientos la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios sin precedente, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsqueda abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación y de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba, como ningún otro país, con abundantes relaciones internacionales y un excelente conocimiento de todas las formas y teorías universales del movimiento revolucionario.[11]

Durante los 35 años que precedieron a la Revolución de Febrero, el movimiento de la clase trabajadora en Rusia se desarrolló en estrecha y continua interacción con las organizaciones socialistas. Estas organizaciones, con sus folletos, periódicos, conferencias, escuelas, actividades legales e ilegales, desempeñaron un papel monumental en la vida social, cultural e intelectual de la clase obrera.

Desde los primeros años de la década de 1880 al levantamiento de 1905 y hasta la Revolución de Febrero, la vida y experiencia de la clase obrera rusa estuvo permeada de una presencia socialista y marxista. El trabajo político pionero de Plejánov, Axelrod y

Potrésov no fue en vano. Fueron precisamente las décadas de extraordinaria interacción entre la experiencia social de la clase obrera y la teoría marxista, actualizada mediante los persistentes esfuerzos del cuadro del movimiento revolucionario, lo que le dio forma y alimentó el alto nivel intelectual y político de conciencia supuestamente “espontánea” de las masas en febrero de 1917.

Las investigaciones históricas serias han logrado comprobar que los trabajadores con una conciencia de clase más avanzada tuvieron un rol directo y crítico en organizar y dirigir el movimiento de febrero, conduciéndolo a derrocar a la autocracia. La respuesta que Trotsky dio a la pregunta “¿Quién dirigió la revolución de febrero?” es completamente correcta: “Trabajadores conscientes y temperados, educados en su mayor parte por el partido de Lenin”. [12] Pero, Trotsky añadió, “Este liderazgo demostró ser suficiente para garantizar la victoria de la insurrección, pero no fue suficiente para pasar inmediatamente el liderazgo de la revolución a manos de la vanguardia proletaria”.[13]

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