jueves, 17 de agosto de 2017

EN CASA DEL TURISMO, SARTÉN DE PALO




Según Eurostat, en el país del turismo el 40% de la ciudadanía no puede irse una semana de vacaciones

La revolución del PP



JORGE MORUNO
Cuarto Poder
15.08.2017
Turismo
Una playa masificada en la costa mediterránea. / Efe

En el país del turismo mucha gente no puede irse una semana de vacaciones; un 40% de la ciudadanía según Eurostat. En el país donde el salario medio que se gana en la hostelería es un 40% menos que el salario medio general y en el país donde los alquileres se disparan un 16% en el último año, la turismofobia aparece como el relato de aquello que debe preocuparnos. Sin embargo no existe tal cosa, pues nadie está en contra de que su país sea visitado al igual que visitamos otros países. El problema es otro. El turismo en España es un efecto y no una causa, es un síntoma de un modelo productivo y una división europea del trabajo. Un modelo productivo basado en la especulación que fomenta e impone a los españoles una relación de servidumbre. Una división europea del trabajo que hace del sur un lugar de destino y de consumo de aquello que se produce en el norte.

Así, los habitantes somos figurantes y mano de obra barata, el territorio una plataforma de inversión privada y el país una marca. El problema del turismo es el entramado que le rodea y cómo eso lastra a nuestro país. El turismo se utiliza para canalizar y bombear la actividad de otros sectores que, junto al turismo, constituyen la columna vertebral del modelo productivo: especulación inmobiliaria e infraestructuras; constructoras y redes de corrupción. De este modo se explica que España sea el tercer país del mundo en llegada de turistas, el tercer país del mundo en kilómetros de autovías, y fuimos los líderes de consumo de cemento en Europa. Todo este modelo estalló en 2008, modelo que se sostenía gracias al endeudamiento y la creciente precariedad. El único modelo que hoy ofrecen las élites a las que defiende Rajoy es intentar repetir el mismo modelo débil, injusto y caníbal que nos trajo al desastre. Ésta es la revolución del PP.
Claro que el turismo tiene un papel fundamental en España, nadie dice lo contrario, pero lo que necesitamos es un modelo que sea pionero en economía verde, que realice la transición energética y salga del ladrillo. Un país donde haya turismo, claro, pero un turismo que no necesita valorarse a granel y celebrar cada nuevo récord en millones de turistas mientras reparte precariedad. Un país que fiscaliza mejor, que invierte mejor y eleva el suelo del bienestar de la gente, es un país que crea más riqueza y por lo tanto menos dependiente del turismo. Así como idea loca, por ejemplo, en lugar de perder 12.000 investigadores en 5 años, podemos invertir en investigación. Podemos aprovechar el sol que tenemos para impulsar la energía fotovoltaica, porque no tiene mucho sentido que Alemania tenga ocho veces más capacidad solar que España, o que el Reino Unido instale 70 veces más energía solar que España.

Cambiar el enfoque permite preservar mejor la riqueza natural y así lograr que los lugares que desean visitar los turistas puedan seguir siendo visitados en el futuro. Varias ciudades europeas aplican normativas de cara a gestionar de una manera racional el turismo en sus urbes, ¿a qué viene entonces tanto espanto? Resulta bastante incomprensible que Airbnb haya pagado en España por impuesto de sociedades poco más de 55.000 euros en el año 2016. Desde que llegaron los ayuntamientos del cambio este tipo de medidas han sido tildadas por el PP de ocurrencias y de llevarnos al desastre. Sucede lo contrario, lo mismo pasa con sacar los coches del centro de la ciudad, pero el PP intenta suplir su falta de proyecto de país intentando frenar el cambio que otros impulsan. No tenemos por qué conformarnos con la precariedad, los salarios bajos, la falta de vivienda y la falta de ideas de este Gobierno. Las cosas pueden ir a mejor, pero para eso hay que quitar el tope que representa este Gobierno y su modelo. No es turismofobia, ni la comodidad de lo negativo, se trata de buscar vías para salir de la precariedad vital y la ausencia de futuro; es algo tan simple como cargado de sentido común: querer cambiar, mejorar la vida para no tropezar con la misma piedra una y otra vez.

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TURISMO SÍ, PERO...


SOCIEDAD / El turismo no es un problema, su masificación sí

La masificación turística, un problema que niegan los que hablan de 'turismofobia'


AGUSTÍN MORENO
Cuarto Poder
masificación turística
La Rambla de Barcelona llena de turistas. / Efe

El turismo no es un problema, su masificación y descontrol sí. Lo niegan los que se aprovechan de ello. Rajoy ni se entera ni quiere enterarse; lo utiliza de forma chusca para atacar el independentismo y para defender su efímera “recuperación”, su paraíso de empleo basura. Hay que reconocer que, junto a sus confusos mensajes, es un genio de la simpleza: “Al turista hay que mimarlo”. Como toda idea simple, es eficaz. Parece razonable que cuidemos a quien viene de visita. Pero no se está hablando de eso. Estamos ante un deterioro real de la convivencia a causa de los excesos de una industria que generan beneficios a algunos y malestar a muchos. Analicemos esto.

Desde el punto de vista del modelo económico de un país, basarse fundamentalmente en el sector servicios es tercermundista y en el Caribe tenemos muchos ejemplos. Hace tiempo, que se apostó por liquidar buena parte de la industria con las “reconversiones”, se desinvierte en I+D+i y hay fuga de científicos españoles. Ello nos aboca a un modelo económico de bajo valor añadido, poco competitivo y muy vulnerable si cambian las condiciones políticas en otras zonas turísticas del Mediterráneo. Este es el tema de fondo, señor Rajoy: ¿queremos que España sea una economía productiva como las del norte de Europa o subordinada según el patrón de descanso adjudicado al sur?
«El impacto en el medio ambiente de este modelo turístico es muy negativo. No hay más que ver los paisajes que ha generado en la costa y la corrupción política que lo acompaña»
El impacto medioambiental de este modelo turístico es muy negativo: degradación de las costas y zonas naturales por la sobrepresencia humana, agotamiento de acuíferos y recursos naturales, generación de residuos y otros impactos que inciden en el cambio climático. No hay más que ver los paisajes transformados hasta el paroxismo en el litoral mediterráneo. Por no hablar de la corrupción política que lo acompaña y que tan magistralmente retrató Rafael Chirbes en Crematorio y En la orilla.

Los beneficios empresariales son tan elevados como la sobreexplotación, la precariedad y los bajos salarios de los trabajadores. Contratos de temporada, por días y semanas, salarios de 700 euros por atender cuarenta mesas, dos euros la hora para las camareras de piso, ausencia de derechos laborales… En fin, un deterioro de las condiciones laborales que retrata a una patronal acostumbrada a ganancias fáciles y a arriesgar lo mínimo. Y así, no hay futuro. Aunque haya algún empresario sensato que afirme que sobran turistas, que el sector está saturado y faltan infraestructuras.

Se produce una inflación galopante en las zonas turísticas. Todo se encarece, desde el comercio a los bares y especialmente la vivienda, que alcanza precios insoportables para las economías modestas por la aparición masiva de pisos de usos turísticos. Las protestas de las asociaciones de vecinos no se han hecho esperar ante una gentrificación salvaje que expulsa a los habitantes y al comercio tradicional de estos barrios. Se dan casos de funcionarios que se niegan a ser traslados a zonas de Baleares, porque no encuentran vivienda o ésta se come buena parte de su salario.

«El negocio turístico produce una expropiación de los espacios públicos invadidos por riadas de turistas que dificultan la vida ciudadana. No es exagerado»
El negocio turístico produce una expropiación de los espacios públicos invadidos por riadas de turistas que dificultan la vida ciudadana. No es exagerado. En Barcelona atracan al día varios cruceros. Uno es tan gigantesco que tiene 362 metros de eslora –30 metros más largo que el mayor superportaaviones estadounidense– y 9.000 personas a bordo entre pasajeros y tripulantes; hay días con más de 30.000 cruceristas que bajan a la vez y recorren zonas muy concretas como el Barrio Gótico, el Raval, la Sagrada Familia… Son todos los días, a todas horas. La incómoda sensación de estar en mitad de una inmensa manifestación recorriendo los rincones de la ciudad la he tenido en Barcelona y en Venecia. No quedan ganas de repetir. Cuando una ciudad enferma por el turismo masivo, muere de éxito.

Como corolario de lo anterior, se produce una pérdida de calidad de vida de una ciudadanía convertida en figurantes de bellas y apacibles ciudades transformadas en gigantescos parques temáticos. Gran parte de los vecinos no ven beneficio alguno de este boom y sí sufren muchas veces molestias directas por el incivismo de un sector de los turistas, no solo en Magaluf o la Barceloneta.

«El turismo es una fuente de riqueza, crea empleo y es puntal de la economía del país. Pero necesita una ordenación urgente, para no matar a la gallina de los huevos de oro»
Claro que el turismo es una fuente de riqueza, crea empleo y es puntal de la economía del país. Pero necesita una ordenación urgente por muchas razones. La principal, no acabar a medio plazo con la gallina de los huevos de oro ¿Queremos una burbuja turística que nos explote en la cara como la inmobiliaria? ¿Queremos un turismo low cost y de baja calidad? En EEUU un turista gasta cinco veces más que uno en España. Aquí una parte importante de los ingresos se los quedan los turoperadores. Muchos expertos afirman que la aportación del turismo al PIB podía ser la misma con menor ocupación y otros precios medios. España debe diversificar su economía para no hacerla tan dependiente del sector turístico.

Hay, además, una serie de principios sagrados a respetar como salvaguardar el medioambiente y el patrimonio cultural del impacto del turismo masivo; a nadie en su sano juicio se le ocurre defender visitas sin límite a las cuevas de Altamira con el argumento de que crearía empleo. Hay que asegurar unas condiciones laborales y salariales dignas para los trabajadores y trabajadoras del sector. Se deben regular y limitar los cupos de visitantes, los pisos residenciales dedicados a alquileres turísticos de forma sumergida y sin pagar impuestos, etcétera.

«No se puede deteriorar el modo de vida de la población autóctona hasta el punto de que vivan el turismo como una invasión, cuando su relación siempre ha sido amable»
No se puede deteriorar el modo de vida de la población autóctona hasta el punto de que vivan el turismo como una invasión, cuando su relación con él siempre ha sido amable. No
hay turismofobia. Es un término que busca criminalizar a quién cuestiona esta organización disparatada de la explotación turística, las dificultades para acceder a la vivienda o la sobreexplotación laboral. Puede estar bien que vengan 75 millones de turistas del exterior (PDF) –más los del interior–, pero no tanto si se reparten en pocas zonas y
ciudades; si sus características son discutibles porque la oferta se basa en seguridad, sol y diversión. Se trata de repensar el modelo económico, el turístico y el de ciudad que queremos. Se trata de hacer compatibles los intereses de los ciudadanos, los trabajadores, los empresarios y el turismo.

También el turista debe cambiar. Ya Stefan Zweig en 1929 (PDF) criticaba la creciente masificación del turismo. Para él “se instaura una nueva forma de viajar, el viaje en masa, el viaje por contrato, lo que yo llamo el ‘ser viajado’ (…) No se viajará más, lo viajarán a uno”. Y concluía con una reflexión sobre cómo ser viajeros que deberíamos aplicarnos: “Sigamos viajando al modo de nuestros antepasados, según nuestra voluntad y eligiendo los destinos: solo así se convertirá cada uno de nuestros viajes en un descubrimiento no solo del mundo exterior, sino de nuestro propio mundo interior”.

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