Tribuna viento sur
Por una salida al bloqueo político desde la izquierda
Jaime Pastor
Vientosur
21/09/2019
El fracaso de
la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno y la consiguiente
convocatoria de nuevas elecciones el próximo 10-N han venido a confirmar no
sólo la resistencia de los dos viejos grandes partidos a adaptarse al nuevo
escenario multipartidista a escala estatal, abierto a partir de las elecciones
generales de diciembre de 2015, sino sobre todo las dificultades para la
gobernabilidad de un régimen en crisis que, pese al reflujo del 15M y a las
limitaciones del bloque soberanista catalán, está lejos de cerrarse.
Con todo, este
fenómeno no es exclusivo del caso español, ya que estamos comprobando también
que en otros países europeos la crisis de los regímenes políticos surgidos
después de la Segunda Guerra Mundial, reflejada en la pérdida de centralidad de
los viejos partidos sistémicos, se hace cada vez más patente frente al ascenso
de otras formaciones políticas y, sobre todo, ante el rápido desgaste que sufren
los nuevos gobiernos en medio de las turbulencias climáticas, económicas,
sociales y geopolíticas que agitan el nuevo desorden global, con el Brexit
como ejemplo extremo en nuestro contexto más próximo.
Nos encontramos
ante un panorama de crisis de gobernanza global que puede agravarse en los
próximos años y que ha llevado incluso a quien fue uno de los padres del
social-liberalismo, Felipe González, a reconocer que “la sostenibilidad de este
modelo económico va a fracasar. Las sociedades no soportarán una nueva crisis”
(El País, 08/09/2019).
En el caso
español conviene recordar que esa crisis de régimen se inició con el giro
austeritario de Rodríguez Zapatero en mayo de 2008, siguió con la sentencia del
Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto catalán de julio de 2010,
conoció una creciente y doble fractura social y nacional-territorial con los
ciclos de movilización paralelos del 15M y del soberanismo independentista
catalán, y tuvo su expresión más inmediata en la crisis de representación política
(reforzada por la percepción de una corrupción sistémica que ha ido afectando a
todas las instituciones, incluida la monarquía) desde las elecciones europeas
de mayo de 2014. Y, en fin, hay que recodar que los nuevos partidos han sido
incapaces de cristalizar ni siquiera en un proceso de regeneración
política.
Esas fracturas
continúan abiertas y no dejan de agravarse en el plano social –basta referirse
al informe de Intermón-Oxfam de este año sobre el aumento constante de las
desigualdades y del precariado, así como la profundización de las distintas
brechas, como las de etnia, género o edad- y en el nacional-territorial, en
donde, además de la competencia fiscal entre CC AA como la que protagoniza el
gobierno del PP de Madrid, es innegable la persistencia de un movimiento
soberanista e independentista que, pese a la derrota sufrida a finales de
octubre de 2017, no deja de reclamar el derecho a decidir su futuro y, también,
una sentencia absolutoria en el juicio al procés.
En ese contexto
no puede sorprender que el proyecto (si es que alguna vez lo fue) de nuevo
PSOE que llevó a Pedro Sánchez a recuperar la Secretaría General se haya
quedado en una frustración más para esa base militante que le exigió en la
noche del pasado 28 de abril: “¡Con Rivera, no!”. Haciendo oídos sordos a ese
grito, desde ese día hasta el martes 17 de septiembre, la intención del líder
socialista no ha sido otra que la de tratar de presentarse como el único capaz
de recomponer el régimen frente a extremistas e independentistas y ante
una derecha radicalizada que no hace más que abrir nuevas guerras culturales
que favorecen una mayor polarización política y social.
Para esa tarea
Sánchez ha contado con la ayuda inestimable de los grandes poderes económicos
que, una vez fracasadas sus presiones al Partido Popular y a Ciudadanos para
que se abstuvieran, no han ocultado su disposición a apoyar la convocatoria de
nuevas elecciones antes que cualquier fórmula de acuerdo con UP que pudiera
contar con el apoyo del independentismo. Así lo expresó en julio Antonio
Garamendi, presidente de la CEOE: “Es necesario que España cuente con un
gobierno estable y moderado, aunque eso pase por repetir elecciones”. Le siguió
luego el del Círculo de Empresarios, John de Zulueta, quien el 12 de septiembre
afirmaba: “La repetición de elecciones sería mejor. Parece que saldrá más o
menos lo mismo, pero puede dar un respiro y quizá algunos partidos reconsideren
su postura”. Tras el fracaso de la fórmula del gobierno de coalición, este
último no ha tardado en decir, al igual que Sánchez, que ahora va a poder
dormir tranquilo…
Tampoco cabría
menospreciar el papel que han podido jugar en estos meses portavoces del Estado
profundo (que va desde la tecnoburocracia a un aparato coercitivo que se
mueve muy bien en las cloacas, sin olvidar al poder judicial) que, con Felipe
VI a la cabeza, cada vez pesa más en la política gubernamental, pese a la
absurda y vergonzosa apelación que hizo Pablo Iglesias al Rey para que
presionara a Sánchez.
Porque es
evidente que la responsabilidad principal de la convocatoria de nuevas
elecciones recae en el líder del PSOE: nunca tuvo interés en la formación de un
gobierno de coalición con UP. Ni siquiera aceptó a última hora la posibilidad
de su apoyo a una investidura gratis por parte de esta formación; opción que
sin embargo no llegó a plantearse ante su renuncia a volver a presentar su
candidatura a presidente del gobierno.
Con todo, la
orientación desarrollada por el líder de UP a lo largo de estos últimos meses
también tiene su parte de responsabilidad. Siendo consciente del papel clave
que juega el PSOE como uno de los pilares del régimen y del bloque de poder
transnacionalizado que le sustenta, de las diferencias que les separan en las
políticas socio-económicas y en la cuestión catalana y, sobre todo, de su
desigual relación de fuerzas, no tenía sentido reclamar la participación en un
gobierno de coalición que les habría llevado a la subalternidad más pronto que
tarde. Las sucesivas concesiones que ha ido haciendo Pablo Iglesias en el
proceso de negociación, hasta el punto de prometer la obediencia a la
disciplina gubernamental en las decisiones con las que no estuvieran de
acuerdo, han puesto de relieve una vez más la obsesión por gobernar que
le caracteriza y que ya criticamos en un artículo
anterior.
Ahora entramos
en una nueva fase en la que el hartazgo ante la clase política amenaza
con un descenso notable de la participación electoral entre las clases
populares, porque a diferencia del 28-A ya no va a funcionar la amenaza del
ascenso de la extrema derecha. En cambio, es probable que por la derecha sí
funcione esta vez el voto útil al PP en detrimento de Cs y de Vox; ahora bien,
en Catalunya también es probable un aumento del voto independentista y a favor
de la amnistía tras la sentencia del procés.
En cuanto al
PSOE, su discurso basado en presentarse como el principal garante de la
gobernabilidad en tiempos turbulentos (a lo que le puede ayudar el previsible
triunfo electoral de su homónimo portugués el próximo 6 de octubre, salvo que
interfiera en ello la sentencia sobre los ERE de Andalucía antes de la fecha
electoral) puede compensar el desgaste sufrido por su líder entre una parte del
voto prestado el pasado 28 de abril; pero no parece que vaya a ser suficiente
para que supere significativamente el número de escaños que actualmente posee.
Algo que no parece preocupar a Sánchez, ya que desde su vocación de centro
a lo Macron, espera que lo conseguido le baste para volver a emplazar a Cs –una
vez constatada por Rivera su incapacidad para superar al PP- a la formación de
un gobierno de coalición o a un pacto de legislatura… siempre que los escaños
sumen, cosa que tampoco será fácil. En cualquier hipótesis, lo que parece evidente
es que Sánchez no va a querer contar siquiera con la abstención de los partidos
independentistas, apuntándose así al cordón sanitario que contra ellos
llevan practicando las derechas, con lo que la inestabilidad política está
asegurada.
Por una izquierda
de izquierdas
UP se puede
encontrar, sin embargo, con un escenario peor que en las pasadas elecciones si
finalmente irrumpe la candidatura encabezada por Íñigo Errejón, al menos en la
Comunidad de Madrid, ya que si bien éste puede arrebatar votos al PSOE, también
lo hará a una UP que en los últimos tiempos ha desarrollado un discurso similar
al que aquél defendió en Vistalegre II. Por eso mismo, esta vez el reto que
tiene por delante UP es mayor que en contiendas pasadas: tiene que elegir entre
insistir en mantener la reclamación permanente de un gobierno de coalición con
el PSOE o, por el contrario, extraer lecciones de la experiencia vivida en
estos meses y reformular su discurso recuperando una estrategia rupturista en
el plano ecosocial, feminista y plurinacional a la altura de los desafíos que
tenemos por delante. Una estrategia que debería ir acompañada de la
reconstrucción de sus relaciones con los movimientos sociales apoyando a fondo
sus demandas y buscando articularlas en programas comunes que apuesten por un
camino distinto frente al nuevo proceso de recomposición del régimen y de mayor
austeridad neoliberal que se buscará ensayar después del 10N.
Una orientación
que ayudaría a combatir la abstención entre las gentes de izquierda y que no es
incompatible con mostrar una disposición táctica a facilitar desde el
parlamento –y no desde el gobierno- una nueva investidura de Sánchez después
del 10N basada en el compromiso de aplicar medidas (no meras declaraciones) de
emergencia climática, social y política que permitan hacer frente al bloque de
las derechas y, a su vez, garanticen la vigilancia del cumplimiento de las
mismas desde el parlamento, la calle y los centros de trabajo.
En todo caso,
no cabe engañarse sobre la deriva actual del PSOE hacia nuevos pactos de Estado
con las derechas de ámbito estatal; les unen la defensa del artículo 135 de la
Constitución, reformado para ponerlo al servicio de la deudocracia, y la
amenaza del 155 en Catalunya en nombre de la “unidad de España”; y les unirá la
reforma del 99 para evitar que se repita el bloqueo en futuras investiduras. Y
no va a ser fácil contrarrestarla en las condiciones de reflujo y desilusión
que cunden en la mayoría social. Empero, se anuncian síntomas esperanzadores de
reactivación de la protesta, protagonizada ahora por una nueva generación que
está irrumpiendo en la escena política alrededor de las movilizaciones
feministas y ecologistas, y también en la lucha por el derecho a la vivienda o
en confluencia con otras como, además de la previsible respuesta masiva desde Catalunya a la sentencia contra el procés,
las que se están desarrollando contra el racismo institucional de la UE o en
defensa de unas pensiones dignas.
Más allá del
10N, será desde la removilización social y la confluencia con ella de una izquierda
de izquierdas (retomando la casi olvidada fórmula que gustara a Pierre
Bourdieu), dispuesta a mantener su autonomía frente al PSOE y a asumir la
defensa de las demandas de los movimientos en el parlamento, como podremos ir
cambiando la relación de fuerzas actual e ir abriendo un nuevo ciclo.
21/09/2019
Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur
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